Archipiélago patagónico la última frontera

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boreales de los kawéskar, la dalca de los chonos y chilotes que, como es bien sabido, era una canoa construida con tres o cinco tablas cosidas. La canoa no sólo era un medio de transporte sino también una verdadera vivienda flotante, pues en ella se pasaba buena parte del tiempo, aunque no todo era navegar, pues con el conocimiento geográfico acumulado por generaciones, los indígenas empleaban los istmos terrestres como atajos para arrastrar o llevar en peso a través de los mi mas sus embarcaciones, evitando trayectos innecesarios que prolongaban en demasía la navegación. El territorio archipielágico abunda en sitios como los mencionados, en los que aun hoyes posible advertir el rastro del paso de los antiguos nómadas marinos. La habitación en tierra firme era el toldo -tchelo- que se levantaba en un paraje provisto de agua dulce, siempre junto a una bahía abrigada. De forma cupular, con una planta circular o ligeramente elíptica, su estructura era sencilla: unas cuantas varas distribuidas regularmente en el perímetro y que se enterraban por la parte más gruesa, y que luego eran curvadas hasta unirse entre sí por sus otros extremos. Sobre esta armazón se colocaban cueros de lobos, cortezas y ramas si faltaba, dejándose una pequeña entrada por el lado más protegido, y a veces una opuesta, y en la cúpula una abertura para la salida del humo. Se conformaba de esa manera un recinto de unos tres metros de diámetro y dos de altura en la parte central, donde se alojaba una familia con relativa comodidad. En el centro de la base se encendía el fuego y en su alrededor se distribuían los moradores, sobre un piso de ramas pequeñas y musgo, y también pieles. que daba alguna comodidad y permitía aislar a las personas de la humedad del suelo. La estructura no se desarmaba, únicamente de tanto en tanto se reemplazaba alguna rama o vara podrida o rota, y quedaba así disponible para ulteriores recaladas de otros indígenas. De esa forma las había diseminadas desde tiempo inmemorial, de manera que siempre estaban al alcance de los navegantes. Estos paraderos no obstante que transitorios, admitían una cierta jerarquización de importancia; los había así de ocupación eventual, simples albergues de paso, que variaban según la calidad y recursos del lugar de emplazamiento, hasta parajes de concentración plurifamiliar con mayor número de toldos y distinto equipamiento. Cuando la ocasión se prestaba, en ellos se erigían las construcciones de carácter ceremonial a las que se hará referencia posterior, entre ellas una gran cabaña destinada al alojamiento 52


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