Mercados de carbono

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Closkey 1998, pp 95-97). Del mismo modo, el dinero, enmarcado como el único disolvente de los lazos sociales, es, en manos de sus usuarios, constantemente fragmentado en categorías, discretas e inconmensurables, un proceso que resulta esencial para la contabilidad en sí misma (Zelizer, 1997; Callon, 1998a). De hecho, las mismas instituciones de “encuadre” no pueden ser separadas de aquello que encuadran, con alguna garantía de estabilidad. Incluso los marcos para las negociaciones en el mercado son negociables. Si miramos de cerca la supuesta frontera del mercado “no es una línea trazada en un mapa, sino más bien un horizonte que se abre hacia otros territorios en cada punto” (Mitchell, 2002, p. 292). Los espacios de cálculo y de no-cálculo no pueden ser amurallados en esferas rígidas, mutuamente exclusivas (cf. Walzer 1983). De ello se desprende que todos los esfuerzos por identificar y enmarcar el desbordamiento, o por internalizar las externalidades, crean más desbordamientos o externalidades. Lo que la teoría económica denomina externalidad, no es incidental ni residual, sino central y duradero. La contabilidad total de costos (total cost accounting) es una ilusión cada vez más lejana. Una empresa exitosa, –en palabras del banquero e inversionista Robert Monks–, debe jugar siempre el papel de “máquina de externalización” (citado en Bakan 2004, p. 70), porque el mercado en sí “no existiría si la gente se hiciera responsable de cada costo” (Mitchell, 2002, p. 290). Cada transacción de mercado debería excluir “las características del 146

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