Divina comedia

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sus ropas eran, y las verdes plumas por detrás las batfan y aventaban.

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Uno se puso encima de nosotros, y bajó el otro por el lado opuesto, tal que en medio las gentes se quedaron.

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Bien distinguía su cabeza rubia; mas su rostro la vista me turbaba, cual facultad que a demasiado aspira.

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«Vinieron del regazo de María -dijo Sordello- a vigilar el valle, por la serpiente que vendrá muy pronto.»

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Y yo, que no sabía por qué sitio, me volví alrededor y me estreché a las fieles espaldas, todo helado.

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«Ahora bajemos -añadió Sordelloentre las grandes sombras para hablarles; pues el veros muy grato habrá de serles.»

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Sólo tres pasos creo que había dado y abajo estuve; y vi a uno que miraba hacia mí, pareciendo conocerme.

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Tiempo era ya que el aire oscureciera, mas no tal que sus ojos y los míos lo que antes se ocultaba no advirtiesen.

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Hacia mí vino, y yo me fui hacia él: cuánto me complació, gentil juez Nino, cuando vi que no estabas con los reos.

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Ningún bello saludo nos callamos luego me preguntó: « ¿Cuándo llegaste al pie del monte por lejanas aguas?»

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«Oh -dije- vine por los tristes reinos esta mañana, en mi primera vida, aunque la otra, andando así, pretendo.»

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Y cuando fue escuchada mi respuesta, Sordello y él se echaron hacia atrás como gente de súbito turbada.

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