Zona cero. Breve memoria de los sismos 2017-1985, de Rafael Pérez Gay pdf

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Breve memoria de los sismos 2017-1985 ď Œ



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Breve memoria de los sismos 2017-1985 Rafael PĂŠrez Gay

La Condesa


Primera edición: Cal y arena, noviembre 2017

Diseño de la maqueta: Leonel Trejo Mendoza Ilustración de la portada: Francisco Lagos

© 2017, Rafael Pérez Gay

© 2017, Nexos Sociedad Ciencia y Literatura S. A. de C. V. Mazatlán 119, Col. Condesa. Delegación Cuauhtémoc, México 06140, D. F.

ISBN: 978-607-8564-03-3

Reservados todos los derechos. El contenido de este libro no podrá

ser reproducido total ni parcialmente, ni almacenarse en sistemas de

reproducción, ni transmitirse por medio alguno sin el permiso previo, por escrito, de los editores. IMPRESO EN MÉXICO


«Hubo un terremoto y la tierra se agrietó y las chinampas se derrumbaron; y la gente se alquilaba a otra por hambre» Valle de México, 1455.

Anales de Tlatelolco

Este día tembló la tierra fuertemente, habiendo llovido antes; duró como tres credos. 23 de junio de 1681. Valle de México

«Hubo un temblor de tierra que duro cinco minutos, y en el resto del día y de la noche repitió como diez veces, se quebrantaron algunas partes del Palacio, el Cañón de la Diputación y otras varias casas, fue en miércoles. La señora virreina viuda del sr. Conde de Gálvez, que se hallaba en Palacio, se bajó por el jardín; la mayor parte de México se fue al Santuario de Nuestra señora de Guadalupe y otras al Calvario, y los más de los principales de esta ciudad, se fueron a dormirla paseo Nuevo y Alta Alameda y pueblos más cercanos; fue el día del juicio y de confusión, unos rezaban, otros corrían, otros se caían y a muchas mujeres dolíales el corazón». 27 de marzo de 1787. Ciudad de México. Sedano (Virginia García Acosta, Gerardo Suárez Reynoso: Los sismos en la historia de México. fce/unam. 1996. Dos tomos.)



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Entrada

EN OTRA PÁGINA HE ESCRITO QUE SOMOS

las ciudades que hemos perdido. Una de ellas se perdió durante la mañana del 19 de septiembre de 1985; otra, el 19 de septiembre de 2017. Algo de estas ciudades de polvo y muerte, fantasmas y edificios derruidos nos espera en algún lugar de la memoria. Desde hace años he escrito crónicas en distintos periódicos en la conmemoración de los sismos que cambiaron para siempre la vida privada y la cosa pública de la Ciudad de México. He intentado fundir en un nuevo texto algunas

de esas incidencias, recuerdos, memorias. Bien que mal, mal que bien, para los que vivimos el 9


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temblor de 1985, la vida ha pasado como una ráfaga. Intento traer un soplo de ese tiempo.

La ficción juega a volverse realidad: treinta y dos años después, el 19 de septiembre, un

nuevo sismo hirió vastas zonas de la ciudad, la simetría siniestra me llevó de nuevo a las calles de la ciudad herida, al dolor de quienes perdieron familiares y vieron sus casas en ruinas. A

este sismo lo acompañó el terremoto del 7 de septiembre que devastó poblaciones enteras de Oaxaca y Chiapas. De esos días negros traigo algunos recuerdos.

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2017 Tragedia y desconsuelo



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E L DESTINO JUEGA A LOS DADOS CON nuestras vidas. Después de un simulacro en

el aniversario número 32 del sismo de 1985, un terremoto cimbró a la Ciudad de México y

a los estados de Puebla y Morelos. La intensidad fue de 7.1 en la escala de Richter. En mi memoria, este sismo fue más violento que el del 85. Las escenas desesperadas, trágicas, inauditas recuerdan aquel día infausto de septiembre de 1985. Mientras desalojaba la casa con miedo y desesperación, un estruendo de derrumbes ensordecía a los vecinos. Y luego, la certeza de quienes sabemos medir en nuestro pecho la intensidad de un

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temblor: dificultad parta salir de la oficina, gritos, miedo.

Caminé por las calles de las colonias Condesa y Roma como lo hice hace 32 años. Entonces me afectaban menos las catástrofes naturales, en la caminata me revienta el alma el derrumbe, la desesperación, el olor a gas, el polvo. No creo exagerar si digo que nunca había visto tan

afectada la colonia de mi vida. En la esquina de la calle de Laredo y Amsterdam, un edificio

cayó. He pasado mil veces por esta esquina y ahora no sé cuantos pisos tenía el edificio. ¿Seis,

siete? Después del temblor se ha reducido a la nada. Y entre los derribos hay personas atrapadas. La primera lección cívica de esta tarde ocurre frente a este derrumbe: una larga fila de hombres y mujeres retiran escombros en carritos del súper. Alguien pide silencio a la multitud con el puño en alto: queremos oír si alguien pide ayuda debajo de las losas. Me perturba pensar que he visto a los vecinos de ese edifico en mis paseos por la colonia, en las tiendas, en los bares.

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Camino. Cruzo por las calles que huelen a gas y veo rostros de vecinos como el mío, caras

un poco de fantasma, otro poco de seres perdidos deambulando por las calles oscuras de

la tragedia. La cantidad de edificios afectados que he visto es impresionante. Grandes y cau-

dalosos ríos de gente a la mitad de las calles fundan civilizaciones de miedo en las orillas de estos cauces. Fachadas derruidas, muros abiertos en canal, ventanas descuadradas y sin vidrios. Repito: nunca vi nada igual en mi colonia. Esos bastimentos tendrán que ser

derruidos. No sé de esto, pero si digo decenas de edificaciones no exagero. En Amsterdam y Cacahuamilpa otro edifico se ha venido abajo. El ejército ha llegado e impone un orden que destruye la cadena civil que a mí me admira y me llena de orgullo. Nadie puede pasar. Váyanse a sus casas. No salgan. No asomen la nariz. Paso la frontera de la colonia Condesa y el espectáculo es aún peor en la Roma. En Querétaro y San Luis Potosí, un derrumbe. Derribo quiere decir personas entre los escombros.

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Los edificios caen en posturas estrafalarias: de lado, acostados, completos, en partes.

Colonia Roma: hombres y mujeres cierran sus departamentos y huyen del lugar de los hechos. Me pregunto si tengo miedo; sí, mucho. El ejército ayuda, pero le da a la situación trágica un toque aún más oscuro. Las noticias no pueden ser peores: hay escuelas que colap-

saron con sus maestros y sus alumnos dentro, incendios en centros comerciales, edificios a punto de caer. La solidaridad es una forma de conectarse

con el sufrimiento de los otros, sin esa conexión no existe el apoyo: Carlos Slim abrió el internet gratuitamente, lo mismo que att, no deja de llamarme la atención que Soriana, Walmart, Superama, no movieron un dedo. Esperan para vender

mercancías y hacer negocio. Las tiendas cierran sus puertas, incapaces de generosidad alguna.

Las catástrofes muestran la cara de una sociedad. A propósito de los feminicidios, yo estaba decepcionado de mí y de la gente. He cambiado de opinión: los buenos son más. He visto per-

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sonas con palas y picos y marros, personas con agua, medicinas, una hora después del sismo, personas que levantaban piedras, personas ayudando a otras personas.

Regresé a las calles de mi infancia sin aliento y cansado, impresionado y triste oyendo un radio de pilas que daba noticias de muchos lugares de la ciudad donde ocurrió una desgracia:

Lindavista, Ecatepec, Centro, Coapa, Xochimilco, Narvarte, Del Valle, Condesa, Roma. Todo esto ocurrió el día del simulacro por el sismo de 1985. Oigo una noticia: 19 niños y 7 adul-

tos muertos en el colegio Rébsamen de Coapa debajo de los escombros. La muerte siempre llega a tiempo. La tragedia, el desconsuelo. ···

Admito que me impulsaba algo parecido a la obsesión. Aquel miércoles amaneció soleado y triste, un día ansioso y una tarde lluviosa. Largas filas de jóvenes, hombres y mujeres, avanzaban por las calles. Llevaban casco y pala, agua, víveres. A la una y media, 24 horas

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después del terremoto, algunas zonas de la ciudad habían sido tomadas por una multitud de jóvenes dispuesta a ayudar, a mover piedra sobre piedra. En las colonias Condesa y Roma,

los centros de acopio se volvieron auténticos centros de solidaridad. Sobraban manos y la ayuda a todas luces resultaba un gran apoyo que desbordaba a los damnificados. La canti-

dad impresionante de donativos empezó a salir a otros lugares del país donde se necesitaba lo esencial con urgencia. Alrededor de los derribos se congregaban

miles de personas dispuestas a ayudar. Los solidarios son tantos que de pronto entorpecen la circulación. Algo ha ocurrido en medio de la debacle: de la sociedad civil a la multitud de jóvenes. Ciertamente el ejército y la protección civil hacen su trabajo, pero los jóvenes imponen su ley numerosa de entusiasmos sin freno. Nunca había visto las calles suspendidas por los impulsos genuinos de la ayuda a los demás a cambio de nada, o bueno, a cambio de una tarde o una noche de autorreconocimento.

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En México, incluso la mano del destino juega con el absurdo. ¿Alguien podría explicarnos por qué 32 años después de un terremoto ocurre un violento sismo el mismo día negro?

¿Entonces todos los 19 de septiembre tendremos que esperar algo terrible? Recordé la cita de Italo Calvino: «Toda historia no es otra cosa que una infinita catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible».

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