Pasión micrófila

Page 1

Patricia Nasello (ed.)

Pasiรณn micrรณfila Narrativa hiperbreve en castellano

Libros al Albur


1º edición, julio 2016

José Luis Trullo, editor Libros al Albur Cardenal Rodrigo de Castro, 1 41005 Sevilla ESPAÑA


ÍNDICE

Luis Acebes Estatuas de bizcocho Sergio Astorga El dragón y su árbol Tiempo de lectura María Fraile Las margaritas no dudan Un mal día Roberto Villar Todo tiene su luz Esther Roperti Anticuentos Juan Yanes Nuevas ternezas del lobo El universo Fabián Vique Si todo es como parece


Lilian Elphick Aviso de robo Félix Terrones Casa de muñecas Alfonso Pedraza Revelaciones Caro Fernández Retiro lo dicho Carlos de la Fé Psicosis Con él, sin ella Ana Vidal Pérez de la Ossa Máscara Pesadilla Carlos Vitale Tiranía de los espejos José Manuel Ortiz Soto Dualidad Pasos


Susana Camps Perarnau Potagia Remedios caseros Pablo Gonz El preso de la celda 8 En el país de los tuertos Mónica Ortelli Ararat Lepisma saccharina superbum Paz Monserrat Revillo A veinte mil leguas de mi casa ADN Santiago Gil Bacall El nombre de las cenizas Alberto Sánchez Argüello Los inconvenientes de ser Dios El regreso de Caperucita Elisa de Armas Límites Travestidos


Esther Andradi Malas compañías Agua va Gilda Manso Puntos de vista Javier Ximens La guerra ideal Francesc Barberá Pascual Recomendaciones para ser alcanzado por un rayo El ahorcado Sandro Centurión Cuatro micros Jesús Esnaola Insomnio Kind of Black Sara Lew Bestiario El reencuentro Miriam Chepsy Así pasó Desmaterialización


José Luis Sandín La creación Ardid editorial Iván Teruel Falacia patética Los humanos Mar Horno Locura familiar Frío Lola Sanabria Horror vacui Rebelión Daniel Frini Apenas minutos antes de la orden de ataque Xavier Blanco Luque Paquetes Papiroflexia Nélida Cañas Himno en alta mar Frase


Nana Rodríguez Romero El abrazo Paraíso americano Manu Espada La llamada Conexión Homero Carvalho Oliva Pachamama El hombre soñado Cristian Cano Misterios Ángeles Sánchez Portero Algas en el recuerdo Leer entre arrugas Javier Puche Rezar La memoria de cristal Federico Spoliansky Duda Patrón (fragmentos)


PASIÓN MICRÓFILA


Luis Acebes Estatuas de bizcocho

Miraba la butaca blanca en la que suelo leer. Así es como me ven, pensaba, un hombre amparado por una luz de sesenta vatios que cae en forma de cono. Ver la butaca vacía es como ver el hueco exacto que ocupo en el mundo. Este soy yo. Si alguien hiciera un bizcocho con mi forma debería usar este molde. Hay generales de hace cientos de años que duermen en las plazas y no parecen cansarse de su gloria, a juzgar por la forma de espolear al caballo o la determinación de uno de sus brazos, el que apunta siempre a la batalla. Todos tenemos un lugar. Muchos están en el pasado, como abrigos que nadie recogió de un guardarropa. Pero otros son presente, tanto que a veces nos ganan en esa carrera tonta y diaria que le gusta celebrar al tiempo. Un hombre. Una butaca. Un héroe de bronce en un parque helado. Un general muerto que dirige el tráfico de los que vuelven a casa buscando su lugar. Deberían existir más estatuas de bizcocho.

***


Me gusta no conducir, ir a tu lado y a veces imaginar que estamos en Inglaterra y que en ese momento yo sería el de las manos en el volante y tú la que me mirarías. De vez en cuando leo noticias que hablan de coches autoconducibles. Me gusta que especulen con eso. Creo que todos deberíamos hacerlo más: lanzar los dados al aire sin dar explicaciones y jugar a lo que vendrá y a quiénes seremos cuando todo eso pase. Será como ir en un banco del parque que avanza entre el paisaje. Tú y yo sentados, fumando, viendo venir y marcharse las cosas, ¿de qué me suena eso?, como cuando volvemos anocheciendo de comprar algo y las naves blancas con sus nombres luminosos se quedan mirándonos a los lados de la carretera con aspecto de haber sido aplastadas por una demostración extra de la fuerza de la gravedad, rabiosas por no tener un lenguaje emocional como el nuestro y sólo listas de precios y frases hechas y fotografías deleznables de otras personas a las que pagaron por sonreír. Este mundo es asqueroso, pero cuando voy en coche contigo tengo la sensación de que alguien en algún sitio envidia nuestra fragilidad.


Sergio Astorga El dragón y su árbol

Erguido en sus patas traseras, única herencia que mantuvo firme de las fábulas, el dragón paseaba con su árbol, arrastrándolo como si fuera un animalito doméstico. Desde los tiempos en que los maravedíes eran la moneda corriente y la peste minaba las ciudades, el dragón ya era visto y ya poseía una fama bien ganada. Ganada con el sudor de sus fauces. No hubo niño que no perdiera la cabeza con una de sus bocanadas. Como un mercader de feria recorría todos los reinos conocidos de tierra firme. Eran tiempos buenos. Hoy, los desdenes de las madres ya no entretienen a sus críos con los encantos “dragonianos”. Hambriento se exhibe, arrastrando su arbolito, que a falta de piso fértil se ha empequeñecido tanto que una vergüenza le cuelga de sus ramas. A los seiscientos años de su edad y con la soga al cuello, vaga melancólico. Ya no puede subirse al árbol y tirar y tirar hasta el suspiro.


Tiempo de lectura Su caratula se distorsionaba, su redondez se fugaba a lo Dalí. Las muchachas en flor se acomodaban en su tiempo perdido. Algunos muchachos conversaban en la catedral. Todo se veía como el llano en llamas. El sonido y la furia recordaban el rojo y negro de las guerras floridas. Todo daba a entender que los caminos se bifurcaban y todos los nombres tuvieron su región mas transparente. De repente las manecillas se detuvieron a lo Bovary y un cementerio marino descansa bajo el volcán.


María Fraile Las margaritas no dudan

El chico ha reunido todo el valor del mundo para decirle que la quiere. Ella lleva en las manos una margarita a la que pregunta: "¿me quiere o no me quiere?". Un golpe de azar hace de la rueda de pétalos una mala consejera y, abrupta, habla a través de la voz temblorosa de la chica: ‒No me quiere. Él se queda solo en el banco preguntándose qué podría haber hecho para que ella no necesitara de una flor que disipara sus dudas. La culpa le vuelve huraño y desconfiado. A partir de entonces, pisoteó todas las margaritas. También pisoteó a todas las chicas. Odió el blanco y el amarillo. Odió las manos que arrancan flores y la probabilidad y, de paso, las matemáticas. Así, durante años. Y, sin embargo, la pregunta seguía entre sus dos interrogaciones, estática, persistente, obsesiva: ¿qué podría haber hecho para que ella no necesitara de una flor que disipara sus dudas?


Determinado, fue a verla y pidió que le concediese un instante. Ella, insegura, preguntó al vacío del pasillo: ‒¿Puedo o no puedo? La voz de un hombre respondió: ‒No puedes. Ahora que tenía un marido, no le hacían falta flores. La puerta cayó como un pétalo que decide y él tuvo, al fin, su respuesta.

Un mal día La apertura del museo se retrasaba. Las puertas del Louvre recibían las ráfagas de las cámaras digitales, pero no cedían ni de un milímetro a pesar de los disparos. Mientras, la multitud esperaba minuto a minuto que la fortaleza cayera. Dentro, frente a un pequeño cuadro, el director del museo, el restaurador jefe, el guardia de seguridad y una taquillera con dotes de psicóloga intentaban convencer a la Mona Lisa de que hiciera un pequeño esfuerzo y volviera a sonreír.


Cruzada de brazos, al fondo de la sala, asomada al cuadro, la joven no estaba de humor para escuchar mĂĄs tonterĂ­as. El trato con Leonardo nunca fue convertirla en una mujer objeto.


Roberto Villar Todo tiene su luz

Todo tiene su luz para que sea posible. No sólo para que sea posible verlo, sino crearlo. La mañana, la tarde, la noche, la mesa, el cuarto, el salón, el sofá. Todo tiempo tiene su tiempo y todo tiene su luz, su música, su clima. Por ejemplo: tú no puedes irte así, por la buenas, por las bravas, ahora mismo. Debes esperar el momento apropiado. El color, el tono del color, el matiz. La idea te ronda por la cabeza y tus otras partes. Tiene que haber un acuerdo subrepticio entre todas las que eres. Un aquelarre. Todo lleva su tiempo. Todo te lleva mi tiempo. Finalmente ocurre. Comienza a ocurrir. A veces parece una ocurrencia repentina. Sin embargo, está claro, o está claroscuro, que la puerta cerrándose, el pasillo, el ascensor, la calle, el taxi y ese extraño temblor de manos, han estado madurando en las sombras. La luz madura en las sombras. No sé si me comprendes. No sé si, en realidad, aún estás ahí para comprenderme. En la cocina, en el balcón, en el pasado que comienza a ocurrir.

* * *


Lo comprasteis en Estocolmo. Uno de esos artilugios que permiten colgar fotos del techo. Hecho con alambres enganchados unos con otros. Recuerda a algunas esculturas móviles de Calder. Cuando entra brisa por la ventana, las fotos se agitan levemente. Giran sobre sí mismas. Mientras escribes, a veces levantas la vista y gira ella y tú y tu padre y tu hijo y la playa y aquella ciudad pequeña. Hoy no hay brisa.


Esther Roperti Anticuentos

Cenicienta renunció a zapatillas de cristal. Optó por moverse libremente con su fálica escoba de bruja.

* * * El lobo embistió a Caperucita, directamente, sin suplantaciones. Se conocían demasiado para andar con disimulos.

* * * El se creyó dios. Y quiso hacerla a su imagen y semejanza. Pero ella no era Adán. Ni Eva. Y ya estaba hecha.

* * * La madrastra sufría la belleza extrema. Por eso se inventó el espejo que reflejaba su deseo y así surgió Blancanieves. La belleza necesita rivales con los que perder.


Álvaro Campos La paloma de la realidad

Revolviendo en un antiguo cajón encuentra por casualidad su antigua billetera; dentro de ella, el envoltorio de una bolsita de papel de té que recuerda claramente que tomó con ella. La escena es catastrófica: sabe en el instante mismo de encontrar esa pequeña bolsita que toda la simbología que surgirá de ello le destrozará de inmediato. Entonces, hace lo de siempre: se imagina que esa no es su vida, que esa escena pertenece a una película cualquiera, no, no puede ser cualquiera, no es fácil engañarse a si mismo, la escena pertenece a una película de Wayne Wang ... Ya protegido en la ficción, empieza a recordar el momento del té, las risas que pasan a carcajadas, las conversaciones hermosas, los silencios majestuosos del amor... Piensa en la bolsita de ella, que prometió también guardar, pero es realista, sabe que ella, probablemente casada y con hijos, no puede permitirse el lujo de guardar una cosa así. Los departamentos hoy son chicos, los closet aún mas, y no hay mucho espacio para atesorar nostalgia de forma segura, no son posibles hoy los secretos en departamentos de 700 UF. Así que lo más probable, piensa él, es que ella se haya deshecho de lo que él llama “un momento perfecto de té”.


En la bolsa se puede leer la marca Whittard, un té medianamente refinado, creado en Chelsea en 1886, muy rico en su momento (cuando lo tomó con ella), aunque parezca imposible aún conservar la memoria de su sabor, y a pesar de que digan que sólo el olfato mantiene el recuerdo, él cree ciegamente en su paladar, aún puede saborear ese té. En la descripción que en la red se lee de la tienda Whittard del alto Las Condes dice lo siguiente: “Nuestra tienda apela a los sentidos y a la imaginación. Además, se ha puesto especial atención al diseño de empaques y no faltan los productos que dejan escapar una sonrisa por su originalidad”... Curiosamente, justo en los momentos en que él hace este recuento, se toma un té club, el más barato, el té de las almas solitarias, un té producido para no recordar nada, un té que no se preocupa por las sonrisas, sino de que simplemente el obrero se vaya bien alimentado a su obra. ”El té es beneficioso tan sólo por la mañana. Poco, pero muy cargado; el té es muy perjudicial y estropea el día”, lee él en el libro Ecce homo de Nietzsche, y no puede encontrarle más razón. Su día se ve estropeado de principio a fin por un té. Pero recordemos que, por suerte, no es su vida, sino que él ha imaginado que se trata de una escena de una película de Wayne Wang, y eso lo devuelve a la esperanza salvadora de la ficción. Ya llegando al trabajo, a la salida del metro, se produce un hecho sorprendente, extraño: una paloma choca a toda velocidad contra su mano. El hecho es muy raro, ya que las


palomas, por muy poco el espacio que tengan, saben sortear a los peatones de forma magistral, aún mas a la salida del metro, donde había un espacio considerable de maniobra. Así y todo, la paloma golpea con fuerza el ala contra su mano. Él no puede dejar de analizar, esboza una pequeña sonrisa, piensa de inmediato a qué escena de película corresponde esto, pero no encuentra ninguna: para él té fue fácil, para la paloma no. Debe quedarse con la vida real, cosa que no domina totalmente. El momento en que un ala de paloma chocó contra su mano, si lo piensa bien, es un momento genuino, no como “el momento perfecto del té” que casi le arruina el día y sólo es una ficción cinematográfica, un momento que solo se podrá vivir en la realidad y que ninguna billetera podrá guardar, piensa él. Es algo nuevo que debe acostumbrarse desde ahora a vivir: la memoria se está gastando, las billeteras no pueden ocultarse más. Sólo queda algo único, antes de que el mundo se desmorone: el encuentro constante e inagotable con la paloma de la realidad...


Juan Yanes Nuevas ternezas del lobo

¡Eh, tú, niña, fisquito de nada, pulguita, alfeñique, trocito de rapadura, bichito malo, pequeñaja, melcocha, gusanito rojo! ¿No ves que soy yo, el Lobo Feroz, el que otila obsesivamente tu nombre por las esquinas, tu lobito bueno que se muere por tus cachos? ¿No ves que ando detrás de ti como si fuera el mismísimo Petrarca arrastrándose tras su nínfula que corretea de acá para allá por la Fontaine de Vaucluse? ¿Pero cómo? ¿No te da pena de mí, una especie secularmente acosada por la ignorancia de los hombres y en serio peligro de extinción? ¿De qué sirve tanta cultura literaria, si a la hora de la verdad claudicas ante la versión canónica de los Hermanos Grimm? ¿Para cuándo la emancipación de los personajes de las fábulas y los cuentos? ¡Ven y amémonos y olvidemos la crítica literaria, olvidemos a los exégetas y a sus epígonos y seamos felices! ¿Me oyes, Caperucita? Deberías decirme algo. Te estoy hablando muy en serio.

* * *


El universo Me hubiera gustado estar al principio de todo, asistir de incógnito al nacimiento del universo, colgado por una pata sobre el vacío y ver salir la luz por primera vez y ver aparecer los objetos más ínfimos y las infinitas gotas que componen los océanos y saber si el universo tiene límites y si es cálido o es frío e inhóspito… Pero en ese preciso momento estaba sentado en el borde de la cama, atándome los cordones de los zapatos, y no pude pensar en nada.


Mario Pérez Antolín El predominio de la sintaxis

Carezco de motivos para hacer lo que te hice. Fue una fuerza irreprimible la que me indujo a dañar. Tú estabas allí esperando el puñal de jade y el cuévano de mimbre. Yo estaba aquí preparándolo todo con la meticulosidad de un taxidermista miope. Era cuestión de tiempo que nos encontráramos: con la docilidad de las fieras del circo, uno; con la crueldad de los actos necesarios, el otro.

* * *

Se convirtió en el delator de sus camaradas. Antes de la captura era el más incondicional del grupo, ése del que siempre te podías fiar. Su lealtad fue puesta a prueba varias veces y nunca decepcionó. Cuando desarticularon el comando, durante los interrogatorios, el inspector dijo a uno de los detenidos: “No desesperes, del infiltrado es del último que se sospecha. Su trabajo consiste en comprenderos y, aun así, traicionaros”.


Fabián Vique Si todo es como parece

Si lo que nos alumbra es el sol de la mañana y no una ilusión óptica, si son las ocho en punto y no las seis de la tarde, si hoy es seis de mayo y no veinticuatro de noviembre, si el capitán no se despertó en un mal día y lo que acaba de ordenar no es otra cosa que "¡fuego!", si los soldados que me apuntan no olvidaron de cargar los fusiles, si estamos en la realidad y no en otra pesadilla, si todo es como parece, éstas vendrían a ser mis últimas palabras.


Lilian Elphick Aviso de robo

Mi silencio ha sido robado. La persona que lo encuentre, trátelo con cariño. No le grite, que se asusta. No lo maree con palabras inútiles. Una vez que el silencio se haya acostumbrado, favor de clavarle el puñal bien adentro, en el centro de su total indiferencia. Deje los restos en la calle. No faltará quien se los lleve.


Félix Terrones Casa de muñecas

La niña abre el regalo de cumpleaños con entusiasmo y rapidez, la misma rapidez con la que despliega la casita donde encuentra reproducidos, en primorosa miniatura, al perro en el jardín, después la puerta de entrada, la sala con la televisión encendida, unas escaleras que suben hasta los cuartos, el cuarto grande familiarmente desordenado, pero también el pequeño, el mismo cuarto en el que ella coge entre sus dedos a sus padres que la miran felices, nerviosos y, finalmente, aterrorizados con tan peligroso juguete.


Alfonso Pedraza Revelaciones

—¿Ahora me lo dices? Sabías que te amaba. —Sabes que no soy libre, tengo esposa e hijos, y lo que ignoras… un amante. —… —… La gravedad del silencio entre los dos enamorados desconcierta al autor, que opta por dejar al lector la resolución del dilema.


Caro FernĂĄndez Retiro lo dicho

Š Todos los derechos reservados


Carlos de la Fé Psicosis

Estamos diseñadas para permanecer siempre húmedas y para corrernos tantas veces como sea necesario. Nos utilizan sin darnos la más mínima importancia. A veces somos el último refugio sobre el que un ser anodino es capaz de aplicar un toque extravagante, chic o sofisticado a su triste y aburrida vida. Tras de nosotras se han producido escenas de auténtico pánico y hay quien ya no soporta ignorar qué escondemos y le urge corrernos esperando encontrarse con una rubia acuchillada —en blanco y negro— y una música estridente de fondo mientras nos arrastra a un charco de agua, sangre y lágrimas. En justa venganza, hemos decidido vendernos en una sola medida estándar y hasta con un doble visillo semitransparente y completamente inútil salvo para adherirnos a los cuerpos desnudos con más asco que lascivia.


Con él, sin ella "Cada palabra es una franja, un barrote; pero nunca hay, ni habrá, suficientes palabras para hacer la reja". (Henry Miller, Trópico de Cáncer)

Con él. El tabaco al alcance de la mano. Sin ella. La copa también; quizá la primera, no sé, no recuerdo en este momento, seguramente porque no es la primera. Algo seguro (por fin!): no es la última. Un apartamento en el Sur y tres mujeres (una de ellas parte de otra. Parte del verbo parir, no partir, no pedazo) que eran dos. Tabaco, vino, apartamento, música, tabaco, vino, una mujer, apartamento, música, otra mujer. Silencio (se rueda!), tabaco, una chupa, dos, tres, y esa otra mujer, chupa, tabaco, música, vino, apartamento, silencio (cámara, acción!), cerca y lejos, más cerca, cada vez más lejos, y, cómo no, sexo, vino rosa, tabaco amarillo, sexo negro, apartamento blanco, música azul, sangre roja. Un apartamento en el Sur, ninguna mujer. Un solo hombre mojando una y otra vez una chupa, dos, tres en la sangre de una, dos, tres mujeres.


Ana Vidal Pérez de la Ossa Máscara

Me he despertado sin cara, estoy seguro de que me la han robado. A mí es la primera vez que me ocurre, pero estoy harto de ver gente con una cara que no es la suya. Llevo todo el día pensando en qué hacer, cómo salir a la calle, cómo reconocerme. He llamado a un carador urgente y me ha prometido traerme varias a lo largo de la mañana, pero mira, ya son las dos y no viene. Mientras tanto he roto varios espejos, he tratado de pintarme una, de modelarla con arcilla, hasta de darme miedo. Pero nada funciona, sin ella no sé ser yo. Y pensándolo bien, quizás no quiera seguir siendo yo. Así será todo más fácil, podré hacer la maleta, irme, ser quien yo quiera. Pero, ¿quién quiero ser?

* * *


Pesadilla Tengo un sueño recurrente: tú me hablas en un bosque mientras un cuervo repite "ella ya no está aquí". Yo te busco entre los esqueletos de los árboles y, a medida que me pierdo, tu voz se aleja. Intento escapar pero las ramas se cierran sobre mí; después, siento un frío negro y me despierto. Cuando por fin abro los ojos, tú estás a mi lado en la cama, te atraigo para recuperar el calor y, entonces, suspiras su nombre. Nunca el mío.


Carlos Vitale Tiranía de los espejos

Todas las mujeres que he imaginado tenían tu rostro. Todas eran tú a su manera. También yo era tú a mi manera.

La puerta condenada De niño, en el barrio, se relataba la aventura de un vecino que había sobrevivido a un naufragio flotando durante una semana sobre una puerta. Desconozco quién era e incluso si la peripecia acaeció de verdad, pero no dejo de meditar en ese hombre, azul y agua, negro y agua, asido a una puerta por la que no es posible huir.


José Manuel Ortiz Soto Dualidad

Hundido en su sillón, Dios mira llover. Es el día cuarenta por la mañana, pero la oscura bruma no permite saberlo. En los escarpados picos de las montañas más altas, animales y humanos se disputan un palmo de tierra que, minutos después, yace bajo el mar. Son las agotadas aves migratorias las últimas en caer. En medio del océano anegado de muerte va el Arca con los pocos bendecidos. Aquello es todo lo que queda de su gran obra. Dios no puede más con tanto dolor y dispara…

Pasos Ahí estaban junto a la cama los zapatos de papá. Los usaba siempre al volver a casa: pregonaban su andar inconfundible. Viejos, eternos, tan suyos. ‒Si por mí fuera, ya los habría tirado ‒decía mamá con un dejo de melancolía contenida en la voz. Crecí mirando aquellos zapatos; cada mañana al despertar iba hasta la habitación de mamá a ver si continuaban en su sitio.


No perdía oportunidad de meter mis pies y sentir en su abismo tan siquiera un poco de lo que había sido papá. Ayer, cuando mamá escuchó el sonido fantasmal de pasos acercándose desde el pasado, se sobresaltó. Su rostro se relajó al ver que era yo. ‒¡Cuánto has crecido! ‒me dijo. Esta noche mis zapatos descansan junto a nuestra cama.


Susana Camps Perarnau Potagia

De vez en cuando el mago se equivoca. Espera sacar un ramo de flores, pero aparece un manojo de espárragos. No se inmuta; es un artista, y rápidamente incorpora la novedad al espectáculo. Finge meterse un pañuelo en la boca y, cuando va a tirar de él, brota una ristra de salchichas. El público aplaude enfervorecido su originalidad. Nadie sospecha que la patata que hace flotar en el aire, por encima de su cabeza, es un imprevisto. Daisy, su ayudante, lo riñe de vuelta a casa: —¿Cómo es posible que no sepas de dónde salen esas cosas? El mago no lo sabe. Improvisa. Para esta noche, por ejemplo, tiene dos finales posibles: uno, cenan salchichas; dos, guarda a Daisy en el cajón de serrar ayudantes y amanece muñeca hinchable. Sin embargo, como su problema es la indecisión, no hace ni lo uno ni lo otro. (Daisy no sabe la suerte que tiene.)


A veces el mago se pregunta por qué a ella le molesta tanto que el público le acepte como es. Daisy dice que defiende un principio de honestidad. Él, que tal vez sea un verdadero mago.

Remedios caseros Mi tío abuelo solía salir de copas para hablar de negocios con sus clientes. Como era un buen corredor de seguros, llegaba muy tarde a casa, normalmente bebido, y se echaba sin desvestirse a dormir. No tenía sueños agradables. La agitación del día forcejeaba en palabras que, como exabruptos, resonaban por toda la casa. Entonces mi abuela, su hermana, se levantaba de la cama y le ponía una zapatilla de felpa sobre el pecho. Según el decir popular, con este el remedio la pesadilla se apacigua y se organiza en palabras coherentes; palabras que, a la mañana siguiente, mi abuela repetía a su hermano para incordiarle con la revelación indeseada de un secreto. Me despierto con cierta sensación de alivio. No tengo resaca. Abrazo la zapatilla que ayer me até al pecho para dormir y miro fijamente a mi mujer. Está sentada en la cama y me observa con inquietud, como si por fin supiera lo que está pasando.


Pablo Gonz El preso de la celda 8

Con esa paciencia típica de los dementes, el preso de la celda número 8 fue juntando trozos de alambre e hizo con ellos un barrote metálico que añadió con disimulo a los que cerraban su ventana. Luego, con otros desechos y mucha más paciencia, agregó nuevos barrotes y un apretado tejido hecho con fibras que recogía en el patio. También subía a su celda piedrecitas que iba pegando a los muros con chicle o con pegamento, incluso con masa de pan. Fue un trabajo tan delicado y constante que nunca, en ninguna de las revisiones técnicas, se descubrió que aquella celda era mucho más angosta y recogida que las demás. Quizás por eso su ocupante fue el único superviviente al incendio que arrasó el edificio una tórrida noche de verano. Lo encontramos envuelto en una manta mojada, murmurando cosas incomprensibles. Parecía feliz. U orgulloso.


En el país de los tuertos

Cada cincuenta o sesenta años nace, en el país de los tuertos, un niño con ambos ojos. Suele ser un niño odiado y, por tanto, sufre. Pero no falta, antes o después, el alma caritativa que le arranca un ojo. O los dos.


Mónica Ortelli Ararat

A poco de hacer cumbre la suerte le fue adversa. Un descuido y ahora yace con las piernas rotas mirando una franja de cielo desde el fondo de una grieta. Solo. Nada sabe de los otros, los que fueron arrastrados por el agua durante la escalada. Ni sabrá, presume. Al menos hace unas jornadas que no ha vuelto a llover. Exactamente desde cuando se abrieron las nubes y el sol lo encegueció; el tiempo que lleva en la hendidura. Para qué la huida, pregunta, y envidia al pájaro. Entumecido de frío y hambre se adormila, ajeno a los hombres y animales que recién bajados de un arca empiezan a cruzar la falla.

Lepisma saccharina superbum Tras el disparo, el aire en el túnel se llenó de electricidad y humo. Por unos instantes, la enorme criatura convulsionó violentamente haciendo temblar el aparejo, antes de quedar quieta colgada en la trampa. Así y todo, por precaución, el


hombre le seccionó los apéndices del último segmento; luego, la abrió en canal. Los estómagos se vaciaron con un crujido maloliente y entre la inmundicia vislumbró lo valioso: libros aún sin digerir. Contento, los guardó cuidadosamente. Entonces, pensando en la simpleza de su oficio en el pasado, el restaurador destazó al mutante pescadito de plata.


Paz Monserrat Revillo A veinte mil leguas de mi casa

Es verdad que últimamente resultaba cada vez más complicado encontrar las llaves. Siempre enredadas en una maraña de monedas, bolígrafos, protectores labiales o envoltorios de caramelos… por pequeño que fuera el bolso. Pero hasta hoy nunca pensé que el gesto previo a abrir una puerta pudiera convertirse en un acto temerario. Ha ocurrido hace una hora, al regresar del trabajo. Mi mano se ha sumergido, impaciente, en el bolso grande. En su descenso ha atravesado la zona superficial de las libretas y la cartera hinchada de resguardos, ha rozado con el dorso la espiral de la agenda y la caja de tiritas, y al llegar al fondo ha palpado unas cuantas monedas sueltas.Ha continuado indagando, las llaves no podían estar muy lejos. En las inmediaciones, un ánfora tapizada de poliquetos y un cofre oxidado que servía de refugio a un pulpo. Unos cuantos pececillos se han sorprendido al unísono al escarbar en la cueva del rincón, donde los rugosos corales le han propinado un arañazo en el pulgar. Tan ensimismada estaba la mano en sus hallazgos abisales, que la tremenda descarga eléctrica le ha pillado desprevenida. Ha emergido disparada hacia la superficie,


enredándose por un momento en unas extrañas cintas pardas. Y aquí estoy yo. Sin aliento. Sentada en el rellano de la escalera. Mirando a mi bolso de reojo, y esperando que algún otro miembro de la familia se digne a volver a casa de una vez.

ADN Lo sorprendente no es que no fuera hijo de quienes lo criaron. Ni que la causa de su muerte no sea una conspiración asesina, sino una vulgar infección. No me impresiona saber qué comió la última vez, ni qué enfermedades hubiera tenido de viejo. Ninguna objeción al incesto, tengo la piel muy gruesa con tanta serie policíaca. Liarse con su hermanastra explica la prematura muerte de sus hijos, el clásico castigo bíblico por no respetar las normas. Lo único que me deja totalmente desolado es que el pobre Tutankamon no pudiera llevarse ni un solo secreto a su escondidísimo sarcófago.


Santiago Gil Bacall

Salí a la calle y unos obreros pulían ladrillos delante de la catedral. Tuve que atravesar una gran nube de polvo. Cerré los ojos cuando estaba en medio de la polvareda. Al abrirlos volví a encontrarme con una de esas rubias que seguían siendo rubias incluso en las películas en blanco y negro. Me pidió fuego. Yo dejé de fumar hace quince años, pero en los sueños llevo siempre un mechero por si me pide fuego Lauren Bacall. Aquel encuentro duró lo que dura un cigarro. Yo miraba cómo fumaba y seguía el rastro de sus manos entre el humo azul que se acaba confundiendo siempre con la pantalla. Quise besarla, pero me perdí en un fundido en negro que me devolvió al lugar en el que estaba cuando venía caminando por la calle.

El nombre de las cenizas Cada mañana escribía en un pequeño papel que luego se metía en el bolsillo, el nombre de alguno de sus muertos más queridos. Lo llevaba a todas partes y de vez en cuando recordaba la cara y los gestos del ausente. Al llegar la noche quemaba el papel y lo volvía a convertir en cenizas.


Alberto Sánchez Argüello Los inconvenientes de ser Dios

Una vez más lo vuelvo a intentar. Tomo una pistola y la disparo pegada a mi sien, sólo para darme cuenta que la explosión lanza las partículas del universo a una nueva expansión que dura trece mil millones de años, un movimiento que termina por formar estrellas que danzan en espiral creando planetas y uno en particular que da origen a esos seres fastidiosos que me inventan desde su temor, para luego sofocarme con sus rezos diarios y sus vidas absurdas. Así que una vez más lo vuelvo a intentar…

El regreso de Caperucita Caperucita se despidió de la abuela, apretó fuerte la canasta de comida y el fajo de dólares bajo su falda y se fue. Pasó un río amarrada a un neumático. Casi se mata al caerse del techo de un tren en movimiento. Recorrió un desierto a través de infinitos túneles de tuberías oxidadas y malolientes. Se escondió ocho horas dentro de un camión lleno de caperucitas y finalmente terminó apresada y encarcelada en una frontera.


Ya de vuelta en el bosque -después de un dilatado proceso de deportación- la abuelita llamó a los padres de caperucita para pedirles que enviaran otro fajo de dólares. El lobo por su parte prometió contactar un mejor coyote.


Elisa de Armas Límites Es cuestión de constancia. Basta con recortarles las puntas doradas de las alas. No se les causa daño, ni se les condena a la inmovilidad, simplemente se reduce el alcance de su vuelo para poder mantenerlas siempre a tiro. Y sí, es cierto que pierden lo vistoso del plumaje, pero no se preocupe, con el tiempo volverá usted a dejarlo crecer a su libre albedrío. Cuando las haya sujetado la costumbre.

Travestidos Me equivoqué al pensar que este pellejo lanudo y demasiado estrecho me ayudaría a sobrevivir. Al ataque constante de mis verdaderos congéneres, se suma el hostigamiento de quienes deberían ser mis hermanos de adopción: hoy en día, todo cordero que se precie luce una correosa piel de lobo.


Esther Andradi Malas compañías

No es verdad que el universo se está expandiendo. Es que se aleja de nosotros, que es otra cosa.

Agua va En el mar del vientre, todos somos viajeros y migrantes. Del útero al mundo, del mundo a la tierra, vamos pasando las estaciones de elemento en elemento. Del agua al aire, del aire al fuego, de ahí a la tierra y viceversa. Así infinitamente. Desterrados, desuterados, con la nostalgia de un mar que nos contuvo en la cuna, vamos por el mundo añorando raíces. Pero el agua no tiene donde aferrarse: hay que dejarse llevar con su devaneo.


Gilda Manso Puntos de vista

El hombre diminuto que vive desde siempre adentro del reloj de arena y el hombre no tan diminuto que vive desde siempre adentro del vientre de la ballena tienen algo en comĂşn: ambos creen que eso que ven es todo el mundo.


Javier Ximens La guerra ideal

A David Las figuras del ajedrez, en perfecta ordenación, son ejércitos dispuestos a matarse por defender a su rey. Cuánto más me gustan tras la partida, amontonadas en la caja, las fichas mezcladas, ya sean blancas o negras, al margen del rango y sexo, tumbadas unas sobre otras, en una hermosa orgía bicolor. Ojalá así fueran las guerras de verdad: una reina bajo un peón, el rey besando al alfil, dos torres de la mano sin que nadie las mire mal, y un final en tablas, sin vencedores ni vencidos.


Francesc Barberá Pascual Recomendaciones para ser alcanzado por un rayo

Si la tormenta le sorprende bañándose en una piscina, río o playa, permanezca en el agua: el cuerpo mojado es buen conductor de la electricidad. Si se encuentra en la montaña, diríjase a la cima más alta. Refúgiese debajo de los árboles, sobre todo si están aislados. Acérquese a alambradas, verjas y cualquier tipo de objetos metálicos. Utilice su teléfono móvil. Si además realiza una llamada, la probabilidad de ser alcanzado por un rayo se multiplica. Con suerte, ella responda y pueda decirle, un instante antes de recibir el impacto, que aún la ama.

El ahorcado Fin_lmente, encontró un _otivo para n_ quita_se la vida.


Sandro Centurión Cuatro micros

Los ratones siguieron al flautista hasta el borde del precipicio; luego, le obligaron a saltar. * * * La viste y enseguida supiste que matarías por ella. Te miró, y de inmediato supo que podría hacerte matar a quien quisiera. * * * Flora y Fauna se aman, aunque el mundo no comprenda la naturaleza de su amor. * * * Nuestros pies tenían por costumbre encontrarse al borde del precipicio de la cama antes de saltar.


Jesús Esnaola Insomnio

Madrugo. ¿Por qué? Qué más da. Debo esperar, sin embargo, a que el sol ascienda en el horizonte, necesito las corrientes de aire caliente para poder alzar el vuelo. Con las alas desplegadas, planeo hasta las montañas del Cáucaso, hasta la plataforma que como un balcón con vistas, asoma en una pared vertical. Y me poso. Mi torpeza en el suelo lo despierta e inclino la cabeza varias veces, a modo de saludo, como cada mañana. Él, al intentar moverse, hace tintinear la cadena que lo mantiene amarrado a una roca. Me mira con más repugnancia que temor; eso duele. Su piel se muestra blanca, como un lienzo sin estrenar, no queda rastro por ningún lado de lo que ocurrió el día anterior. Lanzo el primer picotazo. Le arranco un buen pedazo de carne del costado y todo se tiñe de rojo. Él aprieta los labios, los ojos, y sólo un gemido se le escapa. No me importa su dolor. Lo único que me preocupa es devorarle el hígado cada día. Y meto la cabeza en su herida hasta que me lo como entero, picotazo a picotazo, sin dejar nada, sin pasión ni crueldad.


Acabo antes que el día, necesito el sol para poder volar. También él necesita la noche, porque durante el sueño el hígado volverá a crecerle, deshará mi trabajo para que pueda volver a empezarlo al día siguiente. Regreso. Por la mañana madrugo. ¿Por qué? No deberías hacer preguntas cuya respuesta prefieres ignorar. Madrugo. Qué más da.

Kind of Black Desgrana la melodía mientras deambula por el escenario apuntando la trompeta hacia la tarima, como lo haría un zahorí con su vara en busca de agua. Se detiene en un lugar concreto y comienza dibujar la improvisación, una filigrana de escalas, arpegios y acordes donde la disonancia trabaja por la coherencia. De espaldas al público, la trompeta comienza a generar un remolino que perfora el suelo y atrae al público reunido en la sala, lo succiona como un agujero negro que ni siquiera deja que escapen la luz y el tiempo. Después, durante el solo de contrabajo, las manecillas de los relojes vuelven a moverse y todo parece un mal sueño. Por si acaso, antes de que retome el tema melódico central, todos huyen despavoridos sin darse cuenta de que ya no hay ningún lugar a dónde ir.


Sara Lew Bestiario

Por las mañanas les ponía nombres y las catalogaba. Por las tardes, sentada junto a la única ventana que daba al exterior, la vieja urdía con sus lanas las jaulas que usaría durante la noche para atrapar a las bestias que poblaban sus sueños. Ella se hamacaba una y otra vez sin apartar la vista de sus labores de punto, y aunque a veces sus pensamientos salían a tomar el aire, regresaban enseguida al no encontrar nada a lo que aferrarse allí afuera. Su cuerpo yermo nunca le había dado hijos. Sin embargo, ya cercana la muerte, había sido bendecida con una fértil imaginación. Aquella vasta colección de seres fantásticos se convertiría en su legado para la posteridad. Podía percibir cómo esas frágiles criaturas que se columpiaban en su mente oscilaban entre el temor a desaparecer cuando a ella le llegase su hora, y el ansia de atrapar para sí mismas su último aliento de vida.

El reencuentro Camina despacio para no llegar. Sabe que allá lejos, donde el sendero se diluye en la niebla, comienza el bosque de las ánimas. Y tiene miedo. Aun así continúa. Algo sobrehumano


le empuja a andar en esa dirección, una fuerza descomunal ‒y a la vez tan sutil‒ como la tierna voz de su madre llamándolo al oído. Un rechinar de dientes marca su paso mientras imagina, expectante, lo que le espera. Sin embargo, ese reencuentro fantasmal, amparado por el abrazo verdinegro de los árboles, no sucederá esa noche. Se quedará acurrucado en la hierba, indefenso, aguardando el milagro. Las ramas silbarán para él y acunarán su miedo. Las fierecillas salvajes merodearán a su lado demostrándole quién manda. En la tenebrosa oscuridad de la floresta, Kimbu no podrá cerrar los ojos. Será al despuntar el sol ‒mientras inicie, cabizbajo, el camino de regreso‒ cuando al fin se le presente su madre y le diga que ha superado la prueba, que es un joven valiente, y que ya no la necesita.


Miriam Chepsy Así pasó

La aguja arroja su fina sombra sobre la arena. A cada instante se agranda más y más, hasta que su ojo dibuja una larga elipse en la duna. A lo lejos se acerca un camello solitario; mira ese gran aro en el suelo, penetra dentro del trozo de desierto atrapado por la gigantesca línea oscura, se echa y permanece allí, inmóvil. Un suave viento moviliza las finas partículas. El animal se hunde de forma casi imperceptible y por fin, sólo queda el vacío. Entonces la sombra comienza a achicarse lentamente hasta desaparecer. Ya nada interrumpe la dorada extensión infinita.

Desmaterialización ‒Yo soy en cualquier lugar. ‒Pero yo estoy aquí para siempre. Desde la pantalla, el libro se sentía universal y no entendía por qué esa arquitectura de piedra le hablaba de mensajes eternos.


José Luis Sandín La creación

Colocado el mar en la caracola, todo fue esperar a que la ola rompiera el silencio.

Ardid editorial La novela era pésima, salvo por La hiena que aparecía en distintas posiciones de la esquina superior de cada página para que, sobrepuestas con rapidez, sonriera animadamente.


Iván Teruel Falacia patética

Un día el piso empezó a menguar. Fue un proceso lento, tenaz, inexorable: el espacio se fue contrayendo hasta reducirse a este cubículo en el que vivo ahora y en el que apenas puedo moverme. Hoy he recibido una llamada. Era ella. Al oír su voz, de pronto he reparado en que todo se fue empequeñeciendo desde el día de su marcha. Me ha confesado que quiere volver. Me ha rogado que la deje volver. Y yo no sé cómo decirle que sí, que me encantaría que volviera, pero que aquí ya no hay sitio para los dos.

Los humanos Cada ruido era como si intentaran arrancarnos los nervios de raíz. A eso nos habían acostumbrado: a una duermevela permanente y desquiciante. Sin embargo, la otra noche yo ni siquiera estaba colgado en ese balanceo de la conciencia. Me había levantado a bajar la persiana, y, al hacerlo, las láminas habían crujido. Entonces el perro ladró. Y fue un ladrido impregnado de un miedo y un dolor antiguos. Aunque de eso solo me di cuenta más tarde. En aquel momento creí que el


perro se había sobresaltado al oír cómo chirriaba la persiana. Me equivoqué. Y cuando quise reaccionar, ya habían entrado. Avanzaban imparables por el pasillo.


Mar Horno Locura familiar

Sus labios perfilados se contraen para dejar escapar un silbido corto. Parece fortuito pero sabemos que después se pasará un buen rato cantando. Seguimos a lo nuestro. Papá pega una nueva pieza en su maqueta. La sirvienta enjuaga cansancio y platos en el fregadero. Mi hermana perfecciona su maledicencia con la vecina. Yo, escribo. De pronto se deja oír un trino largo, un gorjeo maravilloso, quiebros imposibles, floreos, cascabeles, y, como todas las mañanas, vemos salir a mamá volando por la ventana. Volverá al atardecer para dormir en el perchero de su alcoba. Yo quería internarla pero papá fue categórico. ‒¿Acaso no quieres ser tú poeta? Déjala a ella que sea pájaro.

Frío La mujer que siempre tenía frío pasaba las noches atizando el fuego. Metía las manos en las ascuas y después se chupaba los dedos quemados que sabían a azufre. Tomaba el té con abrigo y fabricaba lámparas de cristal con su aliento.


Temblaba mientras se tumbaba al sol en verano y le crecían montañas nevadas en los anillos de sus dedos. La mujer que siempre tenía frío escondía icebergs en el vientre donde se hundían barcos llenos de hijos muertos. Pero lo que más frío le infundió fue el cañón en la boca. Sin embargo, la bala anidó deliciosamente cálida.


Lola Sanabria Horror vacui

Me despertaba y ahí estaba el león rugiendo y mostrándome las fauces, a un palmo de mi cara, con su aliento a carne cruda. Hora de levantarme de la siesta. En cuanto me incorporaba, él se iba por donde había venido. Luego la tarde discurría plácida. Un paseo por la orilla del mar, la partida de cartas y de vuelta a casa. Pero hace días que me despierto de golpe, angustiado. Abro los ojos y escudriño la penumbra de la habitación. Nada.

Rebelión La piedra impactó de lleno. El rótulo luminoso se destripó sobre la acera. Los indignados derribaron la puerta de una embestida. Admiraron la delicadeza de los frascos que reposaban en las estanterías. Su colorido. Las esencias que adormecían los instintos más salvajes y daban jaque mate a la desesperación. Reconocieron sus sueños, malvendidos a usureros, y se los llevaron. En su lugar dejaron todas sus pesadillas.


Daniel Frini Apenas minutos antes de la orden de ataque

‒¿Cómo que llamás desde Córdoba? ‒dijo, con asombro y mirando al auricular. ‒¿Cómo conseguiste hablar con el Cuartel General? ¡Dale! ¡No es momento para bromas! ¡Por aquí todo está dado vueltas y no tenemos tiempo para conversar! ¡No mamá, no estoy con mis amigotes! ¡No, no estamos tomando nada! Es difícil de explicar, mamá, pero no podemos (repito: no podemos) hablar ahora. Estamos en alerta rojo y es una situación crítica, mamá ¡No, el idiota del Chicho no está conmigo! ¡Y el Lechu tampoco mamá! En este momento el General en Jefe está dando las últimas directivas antes de… ¡No, mamá, ya no salgo con Fernanda! ¡Y no es una trolita, mamá! Oíme, tengo que cortar porque me llaman de Planificación de Operaciones y tengo… ¡Hace años que no juego mamá! ¡Y acá no hay casinos! Tengo a cargo una división de Infantería de Marina y nos preparamos para… ¡No mamá! ¿Y qué hacés en Córdoba? Te avisé hace tiempo que no debías ir para allá ¡Y te rogué que me hicieras caso! No, mamá… No… Te lo repito, ahora… No... ¡Que te tenés que ir de ahí! ¡Ya! ¡No me importan tus amigas mamá! Me están llamando para… No, mamá. Mis soldados están esperándome. Si, mamá. Te lo ruego, ándate ya mismo. Daré la orden para que una nave de rescate pase a buscarte… ¡No,


mamá, dejá la perra ahí! ¡Y tampoco podés llevarte las begonias! ¡Mamá, la nave solo tiene lugar para vos! Que no, mamá ¡Soy Comandante Imperial de la Fuerza de Invasión Marciana a la Tierra! ¡Córdoba será uno de nuestros primeros objetivos y vos no deberías estar allí de vacaciones, mamá!


Xavier Blanco Luque Paquetes

De la rutina insípida de su oficina se olvida pronto: el tiempo que tarda en llegar a casa. Con una sonrisa en los ojos apura las últimas zancadas, traspasa el umbral y abre el buzón. Nada. Hace meses que fantasea con ese último paquete. Meses construyendo, en el patio, la piscina, la isla y luego la palmera. Especula que, tal vez, le han engañado. Que no importa. Que él ya es feliz. Que, acaso, solo necesite un poco de compañía. Que debería aceptar ese cachorro de dálmata que ofrece el vecino. Que, cualquier día, aparecerá el cartero con el paquete y, dentro, vendrá la sirena. Quizás mañana.

Papiroflexia Mamá se pasa el año cocinando, limpiando la casa, comprando, también plancha y nos ayuda en las tareas escolares. Papá llega y se sienta en el sofá. Este año hemos alquilado un apartamento en la playa. Ayer estábamos cenando y mamá dejó de servir la sopa, nos miró a los tres y empezó a contorsionarse: primero flexionó los brazos, luego se inclinó, se volvió de espaldas, dio un giro y después otro.


Se desplegรณ, hizo otra contorsiรณn y una vuelta completa, hasta acabar convertida en una garza de papel. Ahora sobrevuela las azoteas mientras papรก la persigue, lloroso, en bicicleta.


Nélida Cañas Himno en alta mar

En un arca que, ciertamente, no fue construida por Noé, se salvan del diluvio todas las especies arbóreas del planeta. Al límite del desastre y la esperanza, se abrazan en un himno sublime capaz de opacar el canto de las sirenas. Desde entonces nadie perturba la travesía de los navegantes.

Frase “Comenzó a helarse por los pies”, el día estuvo lluvioso y ella caminó descalza. Pensó entonces que la primera frase había sido provocada por un dato real: el frío del piso en los pies descalzos. Sin embargo no era eso. La frase “Comenzó a helarse por los pies” tenía que ver con algo más. ¿Hasta dónde avanzaría el hielo que había comenzado por los pies? Aún sentía alguna tibieza en el sexo y en el vientre. También en la garganta, donde percibía un latido, una leve agitación de la sangre, que veía correr desde el filo de la muñeca hacia el borde de los dedos.


Nana Rodríguez Romero El abrazo

Al ver cómo las últimas hojas del otoño se aferraban a los árboles, negándose a morir, se miraron a los ojos y para derrotar la soledad, inventaron el abrazo.

Paraíso americano Americo Vespucio creía que la tierra de Indias era la sede del muy conocido paraíso terrenal, pero tres cosas le sembraron la duda: hasta ese momento, Eva no le había ofrecido la fruta y eso que andaba por ahí toda desnuda y provocativa; la serpiente era tan monstruosa que fue capaz de comerse al padre Adán, y la gran riqueza de la fauna le hizo pensar que todos esos animales no podrían haber cabido en el arca de Noé.


Manu Espada La llamada

Suena el teléfono de juguete que su hija tiene sobre la repisa del dormitorio. La niña aún no ha llegado a casa. Desde que murió su madre pasa horas en la calle con ese aparato hablando con algún amigo imaginario, pero en esta ocasión no se lo ha llevado. El padre de la niña descuelga, se acerca el auricular al oído y pregunta incrédulo: “¿Diga?” Una voz de mujer responde: “Se ha ido. Le he contado lo que me hiciste".

Conexión “Clara, con su cuerpo enredado entre las sábanas, exhala el humo del cigarrillo. El aroma a tabaco inunda la habitación”, leí en una página de aquella novela que me había llevado a la cama. “'Toma nota de mi teléfono:6076784539, dijo Clara”. No sé por qué lo hice, pero marqué el número. Me sentí estúpido. ¿Qué hacía llamando a un personaje de ficción? “Soy Clara, esperaba tu llamada”, dijo una voz rasgada. “Acabo de leer el cuento en el que marcas mi número”, añadió despacio. Una bocanada de Malboro apareció en el lado derecho de mi cama, anegándolo todo.


Homero Carvalho Oliva Pachamama

Doña Justina Cusicanqui, tierna y sabia anciana, cuenta que escuchó a su abuela relatar la historia de un aymara que, ante los porfiados sacerdotes católicos que pretendían obligarlo a bautizarse cristianamente, para que el pobre hombre salve su alma salvaje y pecadora, respondió muy sereno: ‒Yo nada espero del Cielo, todo me lo dio la Tierra.

El hombre soñado El hombre existe porque su mujer lo ha soñado así para toda la vida. Lo ha soñado alegre, atlético, galán y viril; sin embargo, cuando la mujer despierta deja de existir, porque el hombre que duerme a su lado no se parece en nada al de sus sueño.


Cristian Cano Misterios

Escribir es tu salvación, es patear las puertas del misterio para preguntarnos: sucede que te encontrás al monstruo. Sabé que sus cuestionamientos son la fuente, y que sus preguntas siempre nos convocan. Tenés que domesticarlo.


Ángeles Sánchez Portero Algas en el recuerdo

Con la marea baja sale de su garita y se echa a caminar. En silencio, sigue la línea de la orilla con la mirada puesta en sus pasos. Son torpes, y a ratos se tambalea como si sus zapatos fueran un par de barcas zarandeadas por el mar. En su gorra de capitán aún se ve la huella de un bordado, unos hilos descosidos de lo que debió ser un ancla de oro. La brisa los mueve y parece que lleve sobre la frente sargazos dorados. A la mar no la mira, la conoce demasiado bien, y el horizonte no le devolverá a sus ahogados. Cuando llega al otro extremo de la playa, se sienta en una roca y enciende su pipa. Se le caen briznas de tabaco por la borda de sus manos, y tan apenas acierta a envolver la cazoleta mientras prende el mechero. Así pasa las horas hasta que la marea comienza a subir. Con un movimiento brusco, se arranca de la roca y se recoloca la gorra dispuesto a regresar. Sólo entonces mira al horizonte y, con mar picada en los ojos, da una orden al contramaestre para evitar el naufragio.


Leer entre arrugas

Un día, en el parque, vi un libro sentado en un banco leyendo a una mujer. Al libro se le veía muy nuevo, como recién salido de imprenta, pero la mujer tenía el cutis desgastado, la piel se le caía a trozos. Al libro eso parecía no importarle pues no le quitaba frase de encima. Estaba tan absorto en su lectura que incluso, y como por errata, le lanzó unos puntos suspensivos, momento en cual la mujer sacó un pañuelo para limpiar unas motas en sus gafas. Al cabo de un rato, la mujer comenzó a ponerse blanca y pensé que había llegado su final. Cuando traté de tumbarla en el banco, quitándole el libro de las manos, éste comenzó a leerme.


Javier Puche Rezar

Rezar en voz baja. Eso hace el paracaidista desde aquel día. Rezar en voz baja mientras el viento agita con levedad la enorme telaraña donde permanece adherido. Rezar en voz baja sus oraciones. Y no dejarse intimidar por los esqueletos que penden alrededor.

La memoria de cristal Tras el Apocalipsis, un radar enviado desde Júpiter para confirmar la extinción del hombre, desciende con lentitud hacia las profundidades del Océano Pacífico, donde algo parece latir. Y es que abajo del todo, en mitad de un silencio vagamente iluminado por criaturas abisales, el único espejo que la Gran Explosión no ha logrado romper emite en orden cronológico, antes de apagarse para siempre, todas las imágenes que componen su memoria de cristal, demorándose en aquéllas donde aparece la mujer que lo tuvo en su alcoba hasta el fin, una joven risueña que ya no existe, aficionada a bailar desnuda ante él ciertas noches de verano, cuando todo era posible todavía en este rincón de la galaxia.


Federico Spoliansky Duda Patrón (fragmentos)

El infinitivo escribir me ha traído problemas. Ocupé tres días de febrero repitiéndolo en voz alta, doblándole la punta para que dejase de ser infinitivo. Un infinitivo tiene algo de cosa militar: pisan los soldados, los sonidos buscan una silla para esconderse. Solo hay música en el infinitivo ser cantante.

La vida de una bota es dar pasos, el paso es la respiración de la bota, la respiración que le da vida. El mundo de la bota es una piedrita, un chicle, un boleto. En el caminar aparece la vida debajo de las suelas. Pisé, fuerte pisé el paso que doy. En el paso que di maté. Cuando mata la bota respira. Sería imposible vivir sin pisar. Cuando pisamos perturbamos la vida que existe debajo de las suelas, movemos la suciedad de los otros y no es delito, ¿o sí?, transportar el delito de los otros.


Libros al Albur AA.VV., Aforistas españoles vivos AA.VV., Aforistas franceses clásicos AA.VV. El árbol en la poesía española del s. XX Patricia Nasello, Nosotros somos eternos Antonio Reinoso Lamela, Al aire Felipe Valle Zubicaray, Lo que son las cosas Eneas Fog, Escóndete o no te enterarás de nada Vicente Javier Llop, Soledad y destino Álvaro Campos, Escribir a la carrera Emilio López Medina, La ambición Franklin Fernández, Trizas Miguel Cobo Rosa, Manual de insomnios Gonçal Mayos, Macrofilosofía de la Modernidad Felix Trull, Metas volantes Carmen Iglesia, Poemas Benjamín Barajas, Misantropías Carmen Iglesia, Nocturnal Emilio López Medina, 69 aforismos porno Estela Figueroa, Sol de otoño

www.librosalalbur.com.es



Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.