Historia de la Campaña de Tarapacá

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65 Y entretanto, ¿por que el Cochrane no llegaba al resplandor y al estrépito de la heroica resistencia? ¿Por que el débil Abtao no venía a participar en el combate? ¿Se habían olvidado por ventura en esa noche los que los comandaban, que bajo sus quillas vacía acusadora y no vengada la Esmeralda? Pero el comandante Latorre contaba en su obstinada defensa con ver llegar de un momento a otro al poderoso acorazado que guardaba el puerto; y cobraba bríos en su peligrosísima, ineludible situación. Sus balas, como las de la Esmeralda, eran impotentes contra las escamas de hierro de la bestia marítima, al paso que el monitor tenía a su elección para hundirle su quilla o sus bombas: era una pelea sin retirada. Por fortuna, y gracias a la certera puntería del sereno segundo de la Magallanes, el teniente don Cenobio Molina que luchaba ya con los asomos de temprana muerte adquirida en el servicio, logró aquella acertar una bala con su colisa de 115, cuya huella lleva el último todavía en sus espesos flancos.

XVI. Y ese disparo, según opinión del mismo modesto adalid de aquel raro combate, lo salvó; porque viéndose así herido en parte vulnerable, el comandante peruano perdió su habitual calma y en lugar de describir el arco de círculo que su posición le prescribía en la posición en que se hallaba a la distancia escasa de ochenta metros, tomó la diagonal y se abalanzó como enojado toro contra el garrochador. “Volvió el Huáscar, dice el cirujano del buque, describiendo este supremo momento, ciego sobre nosotros con el objeto de partirnos con el espolón”. Pero la visual había sido evidentemente mal tomada, y el monitor pasó rozando la popa de la afortunada cañonera “a tiro de escupo”, según el rudo decir de uno de sus tripulantes. ( El guardián Brito, gran afecto a Baco, pero valiente y fiel marino que acompaña actualmente a Latorre en el Cochrane. La carta de que extraemos esa frase pertenece al inteligente y patriota cirujano de la Magallanes (hoy del Cochrane) don M. F. Aguirre al señor M. J. Barriga, fechada en Iquique el 11 de julio de 1879.)

Al atravesar como una flecha a ocho metros de la popa de la cañonera a cuyo costado de estribor el Huáscar llevó todos sus asaltos, intenta éste volver por la cuarta vez en el espacio de tres cuartos de hora; pero como detenido por mano impalpable se quedó un instante indeciso sobre su hélice, y en seguida cerrando su caña con robusto brazo a babor, se puso el buque peruano en precipitada fuga.

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