Extracto La Encantadora

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la encantadora

Maquiavelo tenían que hacer era liberar algunos monstruos en la ciudad, con tres o cuatro habría bastado. Dos no habrían estado mal; incluso uno, preferentemente con escamas y dientes, habría sido un buen inicio. Pero habían fracasado, y sin duda pagarían por ello más tarde ¡si lograban sobrevivir! Necesitaba sacar a aquella colección de bestias de la isla, pero para hacerlo tendría que mantener ocupados a los Flamel y a sus amiguitos, incluyendo un Inmemorial y varios inmortales. Era el momento perfecto para que Quetzalcoatl se ocupara él mismo de aquel asunto. Una repentina sonrisa dejó al descubierto los dientes de aguja del Inmemorial. Había reunido a unas cuantas mascotas en su Mundo de Sombras, mascotas que los humanos sin duda denominarían monstruos, y podía dejarlas que salieran a jugar un poco. Pero era evidente que el Alquimista hallaría un modo de acabar con ellas, del mismo modo que había conseguido destruir al Lotan. No, necesitaba algo más grande, algo más dramático que un puñado de monstruos sarnosos. Quetzalcoatl cogió el teléfono móvil que tenía sobre la mesa de la cocina. Marcó el número de Los Ángeles de memoria. Sonó varias veces antes de que un ruido áspero respondiera la llamada. —¿Sigues teniendo ese saco de dientes que te vendí hace miles de años? —preguntó Quetzalcoatl—. Me gustaría comprártelo. ¿Por qué? Quiero utilizarlo para enseñarles a los Flamel una buena lección… y para tenerlos ocupados un ratito mientras saco a nuestras criaturas de la isla —añadió con cierta prisa—. ¿Cuánto me va a costar? ¡Gratis! Bueno, sí. Por supuesto que puedes mirar.

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