Vivir y revivir

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Vivir y revivir AntologĂ­a de la velada literaria del grupo Letras BernĂĄculas

Berna, 30 de noviembre de 2013


Esta publicación contiene los textos leídos en la velada literaria “Vivir y revivir” organizada por el grupo latinoamericano Letras Bernáculas y celebrada en Casa d’Italia (Bühlstrasse 57, 3012 Berna) el 30 de noviembre de 2013. Visite nuestra página web letrasbernaculas.ch y escríbanos sus comentarios sobre el evento.

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@Letras Bernáculas, 2013 letrasbernaculas.ch

El dedo MÓNICA BRACHER-RUIZ

¿Y dónde está mi manual de instrucciones? KATHERINE CANTO CASTRO

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Matilda en sueños

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Compases de Bibi y antaño

DIANA DÍAZ

Amigo y colaborador de Letras Bernáculas Manuel Girón www.manuelgiron.ch Diseño y diagramación Valentina Truneanu www.valentinatruneanu.com

CRISTINA DUARTE

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La crisis de los sesenta

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Currículum vítae

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Hilario Fliege

MANUEL GIRÓN

VALENTINA TRUNEANU

Miembros de Letras Bernáculas Mónica Bracher-Ruiz Katherine Canto Castro Diana Díaz Hess Cristina Duarte Valentina Truneanu Nancy Wiesmann Ángel Zulueta

Fotografía de cubierta Cristina Duarte Obra fotografiada Instalación del artista Wetz (Werner Zihlmann) en Kunst und Kultur im Landessender Beromünster (KKLB) www.kklb.ch

ÁNGEL ZULUETA

Objetivos del grupo Letras Bernáculas se propone:  Crear, a partir de la lectura y la escritura, un espacio de producción y difusión

literaria que sea un aporte singular a la vida cultural de la ciudad de Berna.  Generar un encuentro abierto de intercambio, reflexión y discusión crítica, que

estimule en los participantes el desarrollo de las herramientas y las técnicas necesarias para la creación del texto literario, como un modo de afirmar, desde la lengua, nuestra procedencia latinoamericana en nuestra experiencia transcultural.


El dedo MÓNICA BRACHER-RUIZ

A

l tratar de enderezar el marco me corté el dedo y empezó a salir sangre, que a medida que seguí bajando la escalera, caía en gotas grandes, rojas, redondas en los peldaños. Miré las fotos y recordé el viaje a mi tierra y que, al volver de mi viaje, Eduardo las había colgado y al lado de cada foto había escrito algo referente a la época en que nos habíamos conocido: “mi princesa”, “desde ese tiempo el sol se ha puesto 9.000 veces”, “yo como pescador” y cosas por el estilo. Llegué al sótano y dejé la botella de plástico junto con las otras y mi dedo seguía sangrando y dejando un reguero de gotas silenciosas, de un rojo brillante, cristalinas y estrelladas en los peldaños. Ya en la cocina quise seguir preparándome los langostinos con salsa cocktail y mi ensalada de repollo con harto limón y otras exquisiteces. Me puse un pedazo doble de papel de cocina en el dedo porque la sangre

seguía fluyendo. Me fui al grifo y puse el dedo bajo el agua fría. Ya no me dolía como al principio, pero la sangre seguía fluyendo. Mientras mantenía el dedo bajo el grifo, me puse a mirar el salero que había dejado poco antes en el mesón, un poco por entretenerme porque era una lata mantener el dedo bajo el agua sin hacer nada más. “¡Qué salero tan bonito!”, pensé. Lo había comprado años antes y me había gustado porque era más grande que los saleros comunes y corrientes y además tenía los agujeros de la tapa también más grandes. Pensé en la sal y en mi dedo y solo el pensamiento me dio escalofríos. Lo había comprado en los tiempos en que Eduardo me abrazaba por detrás mientras yo cocinaba. Me abrazaba y ponía todo el peso de su cuerpo en mis hombros y yo le decía, no, no lo hagas así, que eres demasiado pesado y me duelen los hombros y la espalda. Ahora me duele el alma.

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Mis pensamientos volvieron a las fotos encerradas en un marco y detrás de un pedazo de vidrio que estaba trizado en la esquina inferior izquierda. Y me pregunté por qué me había cortado el dedo precisamente con el vidrio trizado que encerraba las fotos de tiempos jóvenes, felices, optimistas, ingenuos y que Eduardo había cubierto con vidrio como tratando de preservar esos tiempos, sí, esos tiempos ya pasados, ya vividos, ya inexistentes y que solo estaban vivos en el recuerdo. En el recuerdo que a veces conlleva la desesperación por volver a vivir o recuperar lo ya muerto. Me imaginé que debía dejar fluir la sangre hasta que no quisiera salir más, ya fuera por aburrimiento de hacer siempre lo mismo o porque el organismo así se lo exigía. Cené mis langostinos y otras exquisiteces, sola, sentada a la mesa ovalada de madera, sola ante esa mesa que ya había acogido a gente risueña y parlanchina y que ahora me miraba y me preguntaba por qué comía sola. No le contesté y seguí comiendo sola, leyendo el diario y disfrutando de satisfacer las necesidades de mi cuerpo, las necesidades primarias. Pero la mesa y las sillas a su alrededor me miraban, vacías. “¿Y qué tal las vacaciones?” “¿Y qué hicieron el fin de semana pasado?” “¿Y cómo están los niños?” “¿Y qué les parecen los resultados de las votaciones?” “¿Y el tiempo que ha hecho últimamente?” “¡No quiero más arroz!” “¿Dónde está el postre?” “¿Café?”. Puse mi mano sana estirada sobre la mesa. Arrugas, venas hinchadas, mi brazo con la piel trizada. Desde mi silla volví a mirar el cuadro con las fotos y admití lo que no había querido admitir: ese cuadro era una manifestación de amor que en su momento no supe apreciar. Una mujer joven, rebosante de vida, mirando los años que vendrían con optimismo y con tanto optimismo que podría parecer ingenua. Un hombre joven, guapo, contento, feliz de vivir. En ambos el deseo de seguir y terminar la vida juntos. En fin, los dos llenos de deseos que no habrían de cumplirse. Terminé de comer.

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La sangre ya no fluía y había un montón de papeles de cocina en la basura de un rojo bien rojo, puro y diáfano. En el suelo de la cocina vi las gotas de sangre que habían caído unos minutos antes. Ya estaban más oscuras, de un rojo como el vino tinto, secas y se veían como abandonadas. Subí al baño, me lavé la mano, me desinfecté el dedo y me puse un parche. Y pensé: “Ahora tengo que esperar a que cicatrice”.

Un lindo día de primavera, hace ya varios años, nací en Santiago de Chile. Después de finalizar mis estudios en la Universidad Católica de Santiago me dediqué a ejercer como profesora de educación secundaria con especialidad en inglés. En Suiza me he dedicado hasta hoy sobre todo a la enseñanza del español como lengua extranjera y también a impartir clases de didáctica de la lengua. En la adolescencia, cuando me sentía perdida y desorientada, escribía sobre lo que me preocupaba a esa edad. Sentía la necesidad de hacerlo con el fin de transformar en palabras esas emociones y sentimientos tan difíciles de capturar y entender. Así ponía orden en mi mente y estaba en situación de entenderme a mí misma y de entender también el mundo en el que vivía. Hoy hago algo muy similar. Las palabras son mis amigas, hay muchísimas, las puedo elegir y poner unas junto a otras. Y ellas no reclaman si no las elijo o si las borro o si las pongo junto a otras palabras por las cuales ellas no sientan mucha simpatía. Se puede decir que las palabras y yo formamos un buen equipo.


¿Y dónde está mi manual de instrucciones? KATHERINE CANTO CASTRO

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a estas alturas, de ya haber pasado treinta y seis veces la vuelta alrededor del sol, ¿para qué quiero yo un manual? Pienso que cuando se cree más, se sabe menos, pero se tienen muchas cosas por ciertas y al saber más, ya no se está tan seguro de lo que se cree. En el fondo creo que hay un manual, y no está escrito. Según algunos pensadores los seres humanos solo somos un “producto de la sociedad” y lo más alarmante es que algunos lo definen como “un producto diseñado para consumir”. Entonces en el caso de que esa teoría estuviera en lo correcto, me pregunto: ¿Dónde está mi manual de instrucciones? Se llega a este mundo desnudo, casi sin conocimientos, solo los innatos para sobrevivir dependiendo de la madre, o sea agarrar el pecho para recibir la leche materna, y nada más, así... simplemente perfectos, pero somos criaturas totalmente moldeables e indefensas, apenas algunos logramos caminar al año. De hecho nuestro cuerpo no tiene ningún sistema de defensa que sea exterior al organismo, o sea no tenemos garras, no podemos volar, ni escupir algún tipo de espinas venenosas, como lo hizo el aborigen de la película Apocalypto, y a los pocos años de haber crecido nos quedan pocas opciones: correr, escondernos o hacernos los muertos.

A mí me hubiera gustado llegar a este mundo junto con un manual de instrucciones, para leerlo tan pronto cuando se pueda, para así ir aprendiéndoselo y aplicarlo al diario vivir. ¿Y qué diría en este manual? Quizás empezaría así: “Conócete a ti mismo y conocerás el Universo” o resuelve estos tres enigmas: ¿Quiénes somos, de dónde venimos, para dónde vamos? En Internet abundan manuales de todo tipo: cómo hacer su propio negocio, cómo conquistar a la mujer de sus sueños, cómo podar arbustos, en fin para todos los gustos. Pero un manual en general que sirva para todo ser humano, nada. Para mi alivio momentáneo, existen en inglés algunos blogs de algún intento de confeccionar un manual y con la ayuda de colaboradores voluntarios. Según lo que apareció en Wikipedia, a decir verdad estoy decepcionada, ya que mi motivo de búsqueda, “manual para el ser humano”, no localizó ninguna respuesta, sin embargo se mostraron algunos puntos interesantes que cabe destacar: La concepción de Linneo del ser humano, Transhumanismo y Ecosistema humano, este último incluye en su definición: “Es el ecosistema no natural con control o intervención del ser humano” y sugiere tres posibilidades: medio urbano, medios rurales, y medios artificiales y seminaturales; ¿implica eso que si viviéramos

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en un medio natural como los aborígenes en la selva, entonces no seríamos humanos? Pero lo que yo buscaba era algo oficial, y que yo sepa, ningún tipo de manual para el ser humano ha sido publicado por autoridad científica o algún presidente, lo cual en cierta medida es un alivio. ¿Estamos realmente cuestionando lo que leemos en la prensa o medios en general? Personalmente no le doy cien por ciento de validez a los diarios desde que el periódico local dio por muerto a uno de mis tíos, después de que se quedó dormido en la tina del baño, luego del accidente mi madre lo fue a visitar al hospital y uno de sus hermanos llamó al diario para que hicieran una fe de erratas y lo declararan vivo otra vez. Qué tal si el manual dijera: si usted es niña, a los 15 años debe empezar suavemente a maquillarse, a los 18 ya puede usar ropa insinuante, etc. y para los niños: escribir diarios de vida es cosa de niñas. ¿Por qué la mujer es la que tiene que dedicarse a estas actividades?: maquillaje de rostro, manos y pies, peinándose, depilándose, desmaquillándose y todos esos “actos obsesivos compulsivos” que se transmiten de generación en generación, sin cuestionarse, porque somos mujeres y casi todas las mujeres lo hacen. Probablemente si dejamos de hacer todas esas cosas, luciríamos como una cavernícola y la única pizca de modernidad o algo que delataría que

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pertenecimos al siglo XXI sería al momento de contestar el celular o trabajar en el computador. Las féminas son las que se rompen la espalda usando tacos y ¿para qué? ¡Eso es! Toda la culpa de la sobrepoblación en el planeta tierra la tienen los tacones altos.

Katherine Canto Castro nació en Valparaíso, Chile. Estudió Licenciatura en Educación en la universidad de Las Américas de Viña del Mar y se especializó en Inglés. En el Grupo de Letras Bernáculas participa desde su creación en el 2012. Escribe narraciones reales o ficticias sobre ideas, creencias, actualidad y temas sociales. Colabora como traductora voluntaria para la ONG Matices Sociales. Actualmente enseña idiomas y materias relacionadas con la cultura latinoamericana en Berna, Suiza.


Matilda en sueños DIANA DÍAZ HESS

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asaba y paseaba siempre desprevenida. Bolso grande y zapatos cómodos. Amigos, familia pequeña, futuro incierto y muchos sueños. Era joven, pragmática y abierta. Su andar desprevenido no era descuidado. Iba de hecho siempre atenta, casi alerta. Claro, la selva de cemento así lo exige. En su bolso cargaba desde lápices de colores hasta cartas con estampillas de países lejanos pasando por pañoletas rústicas de texturas suaves y colores recién inventados que evocaban el quehacer cansado y entregado de mujeres de culturas lejanas. Esas cartas venían de casi todos los países del mundo, uno de ellos donde vivía gente con la costumbre de escribir cartas y postales. A Matilda le gustaba escribir cartas con los lápices de colores que a veces encontraba en su bolso grande. Aunque en su país no hay estaciones los días nunca son iguales, y fue justamente en uno de esos días desprevenidos cuando sucedió algo insólito: Matilda se quedó dormida. Pero no simplemente así dormida como cualquiera. Se quedó profundamente dormida, como muerta. En su barrio no sabían qué hacer y desde entonces para su familia y amigos se detuvo el tiempo. Y aunque parecía que para Matilda también, en realidad empezaba para ella una gran aventura. Soñó que estaba dentro de su gran bolso y que decidía entrar en la imagen de la estampilla de una de las muchas cartas que allí había. En la estampilla se veían muchas montañas y mucha nieve. Matilda estaba feliz. Parecía el país de las maravillas donde se podían hacer muchas cosas nuevas: cosechar manzanas, caminar por campos inmensos de girasoles obedientes y esbeltos uno al lado del otro. Bañarse desnuda en lagos y ríos le parecía una experiencia fantástica. En ríos oscuros y misteriosos en medio de la selva se había bañado antes. ¿Pero nadar en un río que atraviesa una capital? Nunca. Con la función de

verdaderos vertederos que usualmente han tenido los ríos alrededor del mundo, esto era como un verdadero milagro o un verdadero sueño. Más tarde le sucedió que hojas de color naranja, rojo y amarillo cayeron de los árboles cubriendo todo su cuerpo. Una lluvia de hojas coloridas había roto la inercia de un verde ya establecido. Cuando nació su segundo hijo recibió un girasol enorme y unos meses después llegó de nuevo la nieve. Frío, gris, silencio, recogimiento. Seis veces había pasado por allí el invierno desde que se había metido en su bolso y en la estampilla aquella. Matilda no quería despertarse. Allí estaba conociendo a mucha gente e idiomas nuevos. Esto la tenía muy ocupada, tal vez distraída. Desprevenida de todas formas. Y con el paso del tiempo redescubrirse y reinventarse fue algo inevitable y necesario. Aquí en realidad no era muy diferente a su país, pensaba a veces, y de cualquier modo no peor. Pero otras veces todo le parecía tan ajeno: la forma de no reír a carcajadas, de hablar sin importunar, de no tocarse, de ser tan discreto. La vida no es discreta. Lo que expresa vida está en movimiento, algarabía, tiene color y fuerza. El día de la nostalgia no se hizo esperar y sintió unas ganas inmensas de correr por los prados de su país. Prados inmensos de ese verde establecido que entraban en contraste cuando una mariposa azul o aves coloridas cruzaban el paisaje. Sintió ganas de hablar fuerte y gritar y reír a carcajadas y recoger mangos y guayabas ya muy maduras llenas de gusanitos que tanto la divertían en su infancia. Pero no estaba triste. Así cayó en un segundo y profundo sueño. Esta vez para nadie se detuvo el tiempo. Empezó a soñar que regresaba a su barrio, a su familia y a su ciudad pero que cuando los saludaba a todos, nadie la reconocía. Era como caminar sin rostro por las calles anchas de la ciudad. De

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la ciudad que una vez la quiso tanto y a la que ella había conocido mejor que nadie. Algunas cosas habían cambiado, otras seguían más o menos igual. Pero sobre todo ella ya no era la misma. Intentaba desesperadamente llamar a los rostros por su nombre pero ya no los recordaba. No es verdad que el tiempo se detiene y después de que Matilda se sumiera en aquel profundo sueño, la vida de todos, esa vida en algarabía y color, había seguido su rumbo al igual que lo hacen esos ríos del mundo, bien sean usados como vertedero o no. También sin Matilda. Pero no estaba triste. Mirando estupefacta esos rostros del ayer y con los ojos abiertos soñó que a su regreso después del viaje por la estampilla, todos la recibían en medio de música y risas infantiles. Era su recibimiento y despedida, al mismo tiempo una celebración, el jolgorio por haber despertado del sueño de la estampilla y poder regresar a casa. Matilda entonces se puso triste. Se puso triste porque no podía quedarse. Todos se sintieron tristes y alegres al mismo tiempo pero no sabían por qué. El tiempo no se detuvo para nadie. Sabemos que el tiempo no se detiene. Aunque de algún modo sí. Matilda despertó entonces en el país de la estampilla, se desperezó de manera larga y lenta, bostezó y miró por la ventana. Caía nieve, estaba oscuro. Olía a café de país tropical, del que crece con el arrullo del arroyo y con los rayos perpendiculares del sol. Era el café que habían ofrecido sus amigos, vecinos y parientes en el gran jolgorio de despedida. Se levantó y caminó por la casa. Se sentía en casa, se sentía felíz. Tenía miedo de salir y que nadie reconociera su rostro. Eso ya no importaba. Le bastaba que los rostros y el paisaje le pertenecieran ahora e intentaba entregarse a los nuevos rituales y costumbres. A la risa sin carcajada y al aire fresco. A las caminatas largas por caminos empinados y bien marcados. Al orden como garante de libertad. Un día, desprevenida, olvidó por completo que estaba en ese nuevo lugar por accidente, por haberse quedado dormida y haber entrado en la estampilla. Los días transcurrían rápido y había tantas cosas para ver, hacer, probar, escuchar y aprehender. Aprender de todas formas. Colores nuevos y mucha fuerza. Todo era simplemente diferente. Había tanta gente de

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tantas partes. Rostros que de todas formas no reconocía. Aunque a veces sí. El bolso de Matilda seguía siendo muy grande pero ahora cargaba cosas diferentes como la crema antiarrugas, la crema para manos hipersecas, tirillas de supermercado y algunas facturas por pagar. La época de las cartas y las estampillas desapareció con el tiempo y de todas formas casi el servicio de correo en su país. Allá no se acostumbra a escribir cartas ni postales. Por este motivo dejó de cargar cartas y postales en su bolso. Nunca recibió una y así nunca pudo regresar al lugar donde todo había comenzado. Matilda Ensueños García, así se llamaba aunque eso también cambió. Matilda nunca volvió a caer en esos sueños profundos y misteriosos que hubieran inquietado a la ciencia. Pero no dejó de soñar. El sueño sigue ocupando a la ciencia pero los sueños no son materia de estudio. Nací en Cali, Colombia donde me licencié como Bióloga. Viviendo en Berna pasé de disectar insectos a disectar palabras y así me dedico desde hace ocho años a la enseñanza del idioma español como lengua extranjera. Desde 2006 colaboro escribiendo artículos de divulgación para la revista cultural MIRA! y en el 2010 empecé a desarrollar para la Embajada de Colombia las Jornadas Infantiles con fines de promoción del español en niños bilingües. En el 2011 escribí “Matilda en Sueños”, historia que hizo parte de una publicación conjunta como resultado de un proyecto literario de la asociación de Zürich “Perteneciendo”. Vivo la escritura como una práctica creativa que me permite recrear en el mundo de la fantasía las ideas, sentimientos y vivencias de la cotidianidad.

Relato previamente publicado en: Verein Dazugehören / Asociación Perteneciendo (Ed.) (2011). Und irgendwann war ich dann hier / Y entonces un buen día me encontré aquí. St. Gallen: Éditions Latines, 35-39.


Compases de Bibi y antaño CRISTINA DUARTE

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lumbrada por la penumbra de sus recuerdos, Bibi asiste a su recuperación de amores perdidos, dejados, alejados. ¡Cuánta bárbara incomprensión para un mundo tan bello! Pero igual ella sabe disfrutar de esta fiesta única que es la vida, donde la música que más escucha es la de tango. Ritmo que brota de los adoquinados del barrio. Bibi zigzagueando y esquivando los colectivos que zumban en los cordones de las veredas. Audaz caminante en compases compadritos, va soñando tironeada por el jazz de la vida cotidiana. Mujer inscripta en tango de nacimiento, en murmullo de brabuconadas y desafíos a manos llenas. Candor adoptado de quiero y no puedo; a puedo y no tengo. A un hambrearse de suerte y amor: su lucha desesperada contra el dolor. Ella solita se disfraza cada mañana de un ser fuerte y robusto. Con un espartano pero eficiente guardarropa barato de guerrera ciudadana: a prueba del machismo y del ninguneo vulgar. También ese recurso, alguna vez le ha servido como amortiguador de golpes, cuando una mañana todavía oscura y llena de niebla un automovilista la atropelló pero increíblemente

ella pudo seguir caminando gracias a su buen abrigo. Así suena la vida en una ciudad mágica, donde los duendes aparecen sin que los invoquen. Ella muestra cómo es parirse a sí misma, de pura gana, en qué consiste este recurso porteño a la hora de apostar la valía en la vida. Cuando se quiebra, mira su corazón endurecido de tanto llorar sangre. Perdido el pobre se vuelve cristal mojado de una lluvia de adioses. Ella vuelve a los lugares recorridos y conocidos antaño, cuando la soledad era recordar un amor que ya no estaba, cuando había que reemplazar el amor y las horas libres por ayuno místico y meditación para que la crisis económica no doliera. La crisis puesta patas arriba para que pareciera otra cosa, tal vez lo mejor de la vida. Ella haciendo que el amor fuera todo aún en esa realidad de incertidumbres políticas e injusticias sociales. Hasta aquello, que le resultara duro de aprender y solo aceptable en el fino intelecto de la elaboración de un pensamiento sin rencor, era el puente para llegar a quien tuviera ganas de escuchar.

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Mientras Bibi viaja en su colectivo tiene pensamientos frente a las imágenes de la ciudad, va imaginando un collage de imágenes y frases: Hambre, amor, crisis son palabras que separadas conmocionan pero unidas nos ponen frente a uno de los abismos más concretos de la existencia. En su nexo permanente encuentra el compromiso de su tiempo, el estar y participar que tanto ha escuchado en los tiempos de democracia. Esa enseñanza sincera de juventudes politizadas es lo que también la ayuda a pararse cada mañana. Y no ponerse en la fila de los derrotados, ni unirse a los desfiles de autómatas. Quitó del tango lo que no le gusta para hacer un nuevo tango, con valores nuevos: no el macho, sí la mujer; no al rencor, sí a una realidad reflexionada. La imaginación sigue flameando en su frente, a la que casi mecánicamente se toca para verificar si crece como le decían, con sus pensamientos profundos. “Algún cambio tiene que haber, pero ya no los que venden los afiches de campañas políticas”, se dice como para darse una nueva chance de tranquilidad en su viaje sentada junto a la ventanilla. La generación de Bibi se apoderó de su tiempo a pesar del pesar que éste traía. Imprimieron identidad a los días, recuerdos y amigos. Para toda la vida.

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Soy Cristina Duarte, argentina residente en Berna desde 1991, inmigrante de la ciudad de Buenos Aires donde he nacido. Los estudios en la Argentina me absolvieron como Maestra para la Enseñanza Preescolar. Paralelamente en aquellos críticos momentos de dictadura militar, la lectura como recurso de preservarme interiormente me condujo a las ideas de librepensadores, poetas y surrealistas. Escribía y dibujaba sistemáticamente. El contacto con gente de la cultura en Bs.As. me motivó a crecer humana e intelectualmente. La pasión de conocer y reconocer cómo el ser humano es capaz de luchar desde la cultura que lo rodea, comunicarse y expresarse, sigue en mí.


La crisis de los sesenta MANUEL GIRÓN

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aboreando un delicioso helado de fresa y caramelo frente al Centro George Pompidou de París, veo salir, desde la distancia, a una mujer con un vestido azul marino con diseños verdes que al principio ve hacia todos lados como si buscara a alguien o estuviera desorientada, y después de algunos minutos de supuesto desconcierto, se encamina en mi dirección mientras yo disfruto mi helado de doble sabor. La veo recorrer la plaza y conforme se acerca descubro que sonríe como si estuviera muy feliz y me imagino que alguien detrás de mí la espera con igual alegría. ¡Hola mi amor, qué bien que viniste! me dice con una sonrisa que me deja desarmado y con el helado a punto de caérseme al suelo. No puedo creer que se dirija a mí considerando que no la conozco, y que se ve unos 20 años menor que yo. ¡Ah, y gracias por la flores! agrega, y me da un beso en la boca que me deja más helado que el helado de fresa y caramelo. No te preocupes que yo sé toda la historia y te perdono como mujer de buen corazón. No voy a reprocharte nada hoy que es mi cumpleaños, porque cumpliste con tu promesa de enviarme flores y venir a recogerme para ir a cenar. ¡Ah, qué buena idea ir a comer al restaurante en la torre Eiffel, qué romántico eres! me dice rebosante de alegría. PAUSA para rebobinar y aclarar u ordenar un poco todo este enredo en el que estoy metido sin saber por qué y del que me gustaría, por un lado, esclarecer para evitar posibles consecuencias, y por el otro lado, no esclarecer porque parece más un milagro que una equivocación lo que estoy viviendo. Situación que me recuerda las palabras de un amigo que repite como si fuera un mantra budista que a los cuarenta y a los cincuenta los hombres sufrimos una crisis que se tiene que curar con una aventura para reafirmar que todavía somos cazadores, pero ahora que recuerdo nunca dijo

nada de la crisis de los sesenta que ha de ser ésta en la que uno se saca la lotería sin comprar número, o como esos email que llegan cada semana informando que algún desconocido quiere meter en mi cuenta bancaria unos millones, y por lo tanto tengo que enviarle el nombre del banco, y si no fuera mucha molestia, la clave para estar más seguros de que los millones ingresarán previo pago de los impuestos correspondientes. La verdad, la pura verdad es que no me acuerdo de haber visto antes a esta mujer que está como quiere y de la que me empiezo a enamorar mientras se me derrite el helado de fresa y caramelo. Después de cenar y disfrutar la hermosa vista de París de noche, tomamos un taxi al apartamento donde se supone convivimos desde hace algunos años en el barrio de Montmartre. Tomamos unas copas de vino tinto y hacemos el amor como hacía mucho tiempo no lo hacía. Duermo profundamente, y al despertarme al día siguiente me siento completamente renovado, y me digo: ¡Por fin he salido de la crisis de los sesenta, en la que el amor es pura imaginación! Manuel Girón (Guatemala, 1954) reside en St. Gallen desde 1990. Es autor de los libros Rostros, Ratos robados, Soles de primavera y Nos volveremos a ver en primavera, entre otros. Durante diez años formó parte de la directiva de la Casa Latinoamericana de St. Gallen. Es miembro de la Asociación de Escritoras y Escritores Suizos y combina su labor literaria con la pintura, el dibujo, la fotografía, la realización audiovisual y la composición musical. Apoya la labor del grupo Letras Bernáculas como consejero y moderador de talleres literarios.

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Currículum vítae VALENTINA TRUNEANU Datos personales Mi agente resolvió ocultar mi nombre por no saber pronunciarlo; después, tomé el apellido de mi marido; cuando me divorcié, volví al nombre anterior. La fecha de nacimiento me la cambió mi madre porque tardó mucho en registrarme. Confesé la fecha real para obtener un papel de adulta. Me resté cuatro años para actuar de colegiala. Mis ciudades natales han sido Jerusalén, Venecia, Alejandría y Sydney, según la publicidad de la película. No sé cuál aparece ahora en mi página oficial. Mi dirección es la del estudio donde esté filmando. Aquella mansión que salió en una revista no me pertenece. A veces estoy en un hotel, otras con el novio. El teléfono solo se lo doy a mi agente. Él habla con quienes me interese hablar. Mi correo electrónico lo lee y contesta una secretaria. Mi nacionalidad es británica, estadounidense o australiana, la que resulte mejor para los efectos. ¿Y todavía insiste en ver mi pasaporte? Estudios realizados Al iniciar mi carrera artística, el único temblor que no podía disimular invadía mis labios cuando me tocaba confesar que no había culminado ningún estudio. Años después, el temblor desapareció y mi sonrisa se expandía con la enumeración de mis cursos de actuación, mis becas y mi licenciatura en Psicología. Mis críticos, al saberlo, se preguntan por qué acepto roles tan ligeros y personajes tan estereotipados. El temblor regresa, pero ellos no lo notan porque me abstengo de responderles.

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Antes de estudiar, actuaba mejor. Experiencia profesional Cuando interpretaba personajes estereotipados, mi público me adoraba. Eran como niños que querían escuchar el mismo cuento todas las noches. Cuando acepté un papel de asesina en serie bisexual, mi público protestó, a pesar de la efusividad de la crítica. Eran como adolescentes que se rebelaban a la opinión de la autoridad. Cuando volví a los papeles de siempre, todos bostezaron. Eran como adultos a quienes nada sorprende. Cuando debuté como directora y guionista, mi público no quiso ir al cine. Eran como ancianos molestos de que les cambiaran la rutina. Premios arrebatados y maldiciones No me dieron el Oscar porque premiaron a una veterana con cáncer, me birlaron el Globo de Oro porque ese año galardonaban a actores afroamericanos; el BAFTA, porque mi película pareció muy polémica; el Oso de Berlín, porque la de entonces fue muy convencional. Me ignoraron en Venecia porque le caigo mal a Tarantino; en Cannes, porque el presidente del jurado me adoraba. Nunca creí que ese chico tan simpático me acusaría por abuso sexual. Mis padres hablan mal de mí por olvidarlos. Mi exmarido se mantiene con la venta de mis historias, videos y fotos. Mi mejor amiga se convirtió en enemiga cuando su esposo se enamoró de mí y mi peor enemiga siguió empeorando cuando me dieron el papel de sus sueños, que dejé por una temporada en la cárcel. Al sacar la cuenta de todo lo que me han quitado, me pregunto cómo sigo siendo famosa.


Idiomas El único idioma para los actores es el inglés nativo estándar, aunque no hayamos nacido en un país angloparlante y nuestros padres sean extranjeros. Con un curso, recomendado por foniatras, sociolingüistas y productores, nos limpian el idioma de todo dialecto, nos pulen para que quedemos bien ante los periodistas y hablemos un inglés resplandeciente que combine con nuestros vestidos para la alfombra roja. Así se hace más fácil cambiar las etiquetas de nuestra procedencia geográfica a gusto del asesor de imagen. Nos volvemos libres y globalizados, lo que facilita la venta de nuestras películas. No nos preocupamos por la selección léxica, ya que los guionistas están al tanto del vocabulario estándar y solo debemos memorizar nuestras líneas. Mi modo de hablar es tan limpio, pulido y resplandeciente que nadie se fija en él. Asistencia a eventos Mi primer evento de alfombra roja simbolizó mi entrada a la fama. El segundo me consolidó. A partir del tercero, todo se volvió una letanía. Le sonreímos igual al exmarido, a quienes nos arrebataron los premios, a los millonarios que nos meten mano, a esos entrevistadores que nos condenan al Fashion Police. Quienes no están nominados, no han actuado y no han cantado, pueden hacer algo que los catapulte a los tabloides: disfrazarse de vikingo o de cisne degollado, orinar sobre la alfombra o llevarse al perro (en sentido literal). Cuánto quisiera ver esos eventos por televisión desde mi casa, pero el día que no me inviten habré dejado de ser famosa. Afiliaciones Declaré en una rueda de prensa que soy miembro de Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos. Pertenezco al grupo de coadicción debido a mi herencia familiar. Reúno cualidades para el de ludópatas y compradores compulsivos, pero no tengo tiempo para asistir a tantas reuniones. Me inscribí en el sindicato de actores para que no digan que no apoyo al gremio. El

patrocinio a la causa ambiental, al hospital de niños en Nepal, a los peces en vías de extinción se debe a la recomendación de mi asesor de imagen y de impuestos, porque uno tiene que ser filántropo y no pagar tantos impuestos. Publicaciones Quitando las páginas de mi diario secreto publicadas por mi exmarido y unos comentarios sobre mí misma bajo seudónimo, cabe mencionar mi autobiografía, para la cual mi agente contrató a un escritor fantasma. Lo ubicaron por Internet y no sé si era hombre o mujer. Mi agente sabe lo que se debe contar de mi historia y manejó todo con el fantasma, y hasta le pagó un veinte por ciento menos de lo acordado porque este demoró todo un mes en escribir un librito de trescientas páginas. Con las fotos retocadas de mis rodajes, mis portadas y las imágenes familiares que se pueden mostrar, el libro sumó cuatrocientas y se vendió con encuadernado de lujo. Mi amor de toda la vida no sale mencionado, ni las angustias que me impulsaron a buscar reconocimiento como actriz, ni siquiera el chico que me acusó de abuso sexual. Me asusta esa autobiografía cuajada de vacíos. Valentina Truneanu nació el 4 de marzo de 1980 en Maracaibo (Venezuela), donde pasó casi toda su vida. Es licenciada en Letras y magíster en Lingüística y Enseñanza del Lenguaje egresada de la Universidad del Zulia. Ha publicado el Diccionario de latinismos en el español de Venezuela (Los Libros de El Nacional, 2005), el libro de relatos El mito de la segunda parte (Sinamaica, 2000) y la novela con audio y video Fantasía y fuga (Éditions Latines, 2012), además de textos poéticos y narrativos en diferentes antologías. Escribe sobre experimentos creativos, marketing para escritores y publicaciones digitales en su blog: www.valentinatruneanu.com

Relato previamente publicado en: Varios autores (2011). Al encuentro de todo. Antología de literatura breve. Madrid: Escuela de Escritores, 364-366.

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Hilario Fliege ÁNGEL ZULUETA

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ada la ausencia de hechos destacados en la vida de este autor, quizás deba decirse que lo más relevante y significativo, que tal vez le haya ocurrido, sea haber nacido. Y aunque esto ya es algo, si se tiene en cuenta que la vida es un misterio, bien considerado no es particularidad ninguna, dado que el nacer le sucede a todas las personas. Con esto se intenta dejar en claro que las informaciones consignadas a continuación no aportan demasiado y quizá así se esté dando en la esencia de la obra este autor, que a nuestro entender no aporta demasiado. Aunque no se sabe a ciencia cierta en qué forma, sus experiencias en los potreros de suburbio habrían sido determinantes para su obra. De igual modo se menciona en ocasiones también una fascinación por el número siete, que lo habría llevado reiteradamente a patear con la diestra, lanzar el balón hacia adelante y correr tras él como desaforado. Se dice que por esto se vanagloriaba de pertenecer a la casta excéntrica de los punteros derechos; ostentando, a su entender como prueba irrefutable, una desteñida camiseta con el número de las maravillas y los pecados capitales en la espalda. Algunos que han leído sus escritos en los que las moscas desempeñan un papel insistente, lo consideran el iniciador del insistencialismo, al que caracterizan por la reiteración a como dé lugar de determinada palabra, expresión o giro. Sin embargo, otros especialistas que se abstuvieron de valorar estéticamente su obra, indicaron que esa insistencia en el plano del lenguaje sería la manifestación de una alteración funcional patológica del sistema nervioso. La sinapsis neuronal reverberante, que hace que una información vuelva a pasar infinidad de veces por un mismo circuito nervioso, estaría en la base del fenómeno de las moscas.

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En el otro extremo, aunque tal vez no tan opuesto, se afirma que las moscas son la marca traumática de una tarde futbolera. Una de sus corridas desenfrenadas tras el balón habría llevado a Hilario Fliege a ir más allá de los límites del potrero, adentrarse en los pastizales y tropezar con un caballo muerto, cayendo con manos y cabeza de lleno en la podredumbre de la bestia, de donde habría surgido el enjambre de moscas que lo acompañan a lo largo de toda su obra. Está claro que lo hasta aquí expuesto, aunque interesante y esclarecedor, no reemplaza la experiencia del contacto directo con la obra del autor. Por esto ofrecemos a continuación algunos de sus textos para satisfacer esa necesidad, suponiendo que ella existiese.

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omenzamos la serie con un texto extraído de un cuaderno del primer año escolar de Hilario Fliege, en el que se observa que la temática de las moscas es ya eje central de su precoz producción. Se cree que la aparición del mosquito en este texto, excepcional en su obra, se debe a los escasos conocimientos en ciencias naturales con que contaba el autor al momento de escribirlo. Hilario Fliege habría creído que la diferencia entre la mosca y el mosquito es de género y no de especie. Mosca Mosquito Mosquete Si el mosquito te pica jodete Mosca Moscada Moscato Si el mosquito me pica lo mato


Viene en la noche sucia sedienta de sueños y engaños. La mosca se acerca con un cornetín canciones de plata zumbando Labios de miel y aroma de alfalfa en las enaguas. Un refusilo en la oscuridad del naufragio, una liviandad purísima prendida en las alas, y un terror de amor con nubes negras en los ojos. Suspira como una virgen cuando cae la tormenta. Ella es una virgen, aunque no desconoce los cristales del orgasmo. La mosca acecha la distracción de un instante entonces arremete con todo con sus patitas de invisibles filamentos pegajosos y uno por uno se roba los sueños celosa se los pone en el corpiño los guarda al calor de sus senos y de viaje se los lleva por el aire y sus comarcas. ¡Ay! mosca mosquita, ¡Ay! mosquita dulce qué silencio de hielo te extravía las alas ¡Ay! qué mosquita muerta, ¡Ay! qué mosquita agria pasan mil años en un segundo por tus alitas agitadas te robas los sueños los sueños que no son nada un día también se los comerá la araña ¿Quién domesticó a la mosca doméstica? qué mal domesticada está porque primero se posa en la caca y luego se posa en el pan. No es domesticación suficiente que la mosca doméstica no zumbe que la mosca doméstica no zumbará. Domesticación verdadera fuere que no se posase en la caca y luego en el pan. De ello se deduce que la mosca doméstica mal domesticada está y una redomesticación de la mosca doméstica necesaria será. El redomesticador que con la redomesticación las mal domesticadas moscas domésticas redomestique buen redomesticador de moscas domésticas será. Conclusión: las redomesticadas moscas domésticas por obra y gracia de la redomesticación ya no se posarán en la caca tampoco en el pan y moscas redomésticas se llamarán.

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Esta publicación contó con el patrocinio de:

Muchas gracias a Casa d‘Italia por habernos dado el espacio para celebrar nuestra velada


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