Sueño eléctrico

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Sueño eLÉCTRICO

D.R. © 1985 Gerardo Horacio Porcayo Villalobos

Primera edición en el número 68, mayo-junio de 1986 de la revista Ciencia y Desarrollo del CONACYT. Composición de portada y formación: ©2023, G.H. Porcayo.

D.R. Para esta edición © 2023 Lengua de Diablo Editorial Antiguo Barrio de La Carolina, Cuernavaca, Morelos, México www.lenguadediablo.com www.twitter.com/lenguadediablo www.facebook.com/lenguadediablo

Primera edición LDDE enero 2023 en postpandemia por el Covid19.

Ex-livris: Jacobus de Teramo - El Demonio ante las Puertas del Infierno, del libro “Das Buch Belial”; publicado en Augsburgo, 1473.

Colección DUENDE MALO narrativa

Todos los derechos reservados, incluida la reproducción en cualquier forma. All rights reserved, including the right to reproduce this book, or portions thereof, in any form.

Impreso y hecho en México. Printed and made in Mexico.

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Gerardo Horacio Porcayo

sueño eléctrico

Mención Honorífica del II Premio Nacional de Cuento de Ciencia Ficción «Puebla» 1985

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Por fin, el ciborg terminó de colocar las decenas de electrodos en el cráneo y en varios puntos de placer del cuerpo de Rodrigo. Este yacía tendido en la plancha de la cabina número 20 del establecimiento del Somnium Artificialis (S.A.).

Rodrigo temblaba leve pero perceptiblemente, tenía miedo y no era para menos: había falsificado la tarjeta de usuario, siendo todavía un adolescente de 15 años. Él sabía que cometía un delito desde el momento en que Federico, un joven de 19 años, se lo propuso: «Sólo necesitas acompañarme para que mi amigo te tome la huella retinal y en una semana estarás gozando las delicias del sueño eléctrico». Él se dejó llevar por la emoción y aceptó.

El S.A. era una pequeña pero eficaz máquina computarizada, capaz de cumplir las más sofisticadas fantasías del usuario, mediante sueños que daban la sensación de que todo ocurría realmente. Esto fue posible gracias a los avances en materia de estimulación eléctrica del cerebro e inhibición artificial de la respuesta muscular.

Hacía diez años que el S.A. había sido inventado y, a pesar de todas las tentativas, aún no se podía eliminar un problema: el usuario podría morir si soñaba con ello. Ante la disyuntiva de olvidarse del invento o de utilizarlo con sus consiguientes restricciones, el inventor propuso emplear su máquina sólo para realizar fantasías que no sobrepasaran el 10% de probabilidades de muerte; de esta forma delimitó su campo de acción únicamente a ficciones eróticas.

Así se inició la producción en serie del S.A. y se instaló públicamente para su uso. Al principio no tuvo auge, pero poco a poco cobró popularidad a tal grado que pronto la gente se agolpaba en la entrada, esperando su turno para soñar.

Por supuesto, la entrada a los establecimientos del S.A. estaba estrictamente controlada mediante un sistema de credenciales; estas sólo se otorgaban a aquellas personas mayores de 18 años que presentasen un certificado médico-psiquiátrico, en el que constara que no tenían padecimientos cardiacos ni sufrían desequilibrios psicológicos.

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Como todo nuevo invento, el S.A. tenía sus pros y sus contras. Entre los beneficios que aportó al país se cuenta la exterminación parcial de la prostitución, pues la mayoría de la gente prefería hacer el amor con sus estrellas favoritas: Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Jean Paul Belmondo, Raquel Welch, Marlon Brando, Alain Delon, Bo Derek, Michael Jackson, Brooke Shields, Melissa Brown y todo un conglomerado de nuevos valores que en el año 2018 atestaban las pantallas de la tridivisión, de la pantalla grande y los espectáculos en vivo. Mas esta preferencia por actrices y actores produjo también consecuencias negativas: el índice de casamientos disminuyó notablemente. El ciborg observó por última vez a Rodrigo y pudo percibir el nerviosismo que lo acosaba.

—¿Se siente bien, señor? —preguntó en un tono amable el androide.

Rodrigo lo miró consternado y respondió intentando darle seguridad a su voz.

—Por supuesto, sólo que es la primera vez...

El ciborg hizo una leve reverencia, salió de la cabina y cerró la puerta.

Cuando Rodrigo escuchó que el robot se alejaba, exhaló con satisfacción: «Ya estoy a salvo», se dijo. Sacó luego de su bolsa el cassette donde estaba grabada la fantasía que deseaba hacer realidad y lo acercó a la ranura de alimentación de datos, se detuvo a observar la advertencia en rojos caracteres: «Nunca programe fantasías que excedan el 10% de probabilidades de muerte». Titubeó en introducir el cassette: sabía demasiado bien que su fantasía poseía un 83% de probabilidades y, sin embargo, no deseaba programar una fantasía en la que tan sólo bastara con llegar a la recámara de la chica para hacer el amor, ¡no!, ¡no le bastaba!, esa clase de relación le parecía demasiado fácil. Deseaba irse a la cama con una chica bella, pero antes tenía que ganarse tal honor.

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Al principio, pensó alimentar el banco de memoria del S.A. con su libro favorito: Una Princesa de Marte, escrita en 1912 por Edgar Rice Burroughs, pero sabía de sobra que no podía pasarse diez años soñando, tiempo en que transcurría la novela. Buscó entonces entre sus mejores libros una historia parecida. Encontró Submicroscópico, escrito en 1931 por el Capitán S.P. Meek; en este cuento corto el tiempo se reducía a unos cuantos meses, pero aún era demasiado. Él sabía que aunque podía bloquear la entrada, Seguridad se encargaría de abrir la cabina en un plazo máximo de un día. Sus fantasías y sus libros evocaban aventuras de capa y espada, mas como ninguna se realizaba en el tiempo deseado, decidió escribir su propia ficción.

La historia se hallaba ahora en el cassette, que finalmente había introducido en el banco de memoria del S.A., éste tardaría un rato en absorber toda la información, y durante ese tiempo, él se dedicaría a bloquear la entrada a su cabina.

Cuando terminó, escuchó un zumbido y miró la diminuta pantalla en que aparecía la frase: FANTASÍA ACEPTADA. Presionó el botón de inicio, y mientras el sueño comenzaba a apoderarse de él, se felicitó por su astucia y por tener un bigote tan firme a su edad; sin ese bigote no le hubieran creído que tenía dieciocho años a pesar de la magnífica falsificación de su credencial. Estaba feliz.

Poco a poco, el mundo se disolvió en violentas turbulencias lumínicas, que fueron adquiriendo nuevas formas. Su sueño había iniciado.

Apareció hincado, frente a un hombre cubierto por una bruñida armadura. El hombre estaba malherido y dificilmente se mantenía en pie, empuñaba en la mano derecha una espada con la que debería armarlo caballero. Estaban en una iglesia solitaria, tal como él lo había previsto. ¿Y su armadura?, bajó la vista, ¡ah! ya la tenía puesta, era más bella... y más incómoda de lo que había imaginado.

El caballero herido se adelantó hacia él y tocó uno y después otro de sus hombros con la espada a la vez que decía solemnemente:

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—En el nombre del Santo Santiago y de San Jorge yo te armo caballero. Jura defender la justicia, el honor, la paz, proteger al necesitado y, ante todo, honrar a Dios sobre todas las cosas, aún sobre tu amada. ¡Júralo! —ordenó el débil y ensangrentado caballero.

Rodrigo tomó la espada entre sus manos, depositó en ella un beso y exclamó:

—¡Lo juro!

El Caballero le entregó la espada y se sentó con gran dificultad en el suelo. Pronto moriría.

Él lo vio y pensó en cuáles serían las palabras que un verdadero caballero usaría para armar a otro; no lo sabía, sólo se había guiado por un cuento de ciencia ficción, pero en realidad ya no tenía importancia, bien o mal, ya lo habían armado caballero.

Rodrigo se incorporó y levantó sistemáticamente sus armas; sus movimientos resonaron por toda la bóveda. Alzó la vista y observó un precioso vitral por el cual se filtraban lánguidamente los rayos solares. Avanzó hacia el umbral, seguido por el eco metálico de sus botas al caminar. Las armas pesaban y su armadura limitaba en exceso la elasticidad de sus movimientos. El sol le dio de lleno sobre los ojos cuando cruzó la puerta, tardó unos instantes en recuperarse, y cuando por fin lo hizo, ante sus ojos apareció un caballo tordillo, de majestuosa alzada. Corrió hacia él, pero el caballo se encabritó.

—Calma tordillo, calma bonito... —le dijo.

Se acercó al animal, que pareció reconocerlo. Le acarició la frente y comenzó a guardar las armas en la grupera y la escarcela. Se colocó el yelmo y trató de poner el pie izquierdo sobre el estribo, pero no pudo alcanzarlo, intentó otra vez y obtuvo el mismo resultado, se sintió ridículo, eso no era lo que él había escrito. Entonces, con la cara roja de vergüenza, recordó algo que había olvidado al escribir su historia; todo lo que le sucediera en el sueño, dependía enteramente de él, tenía voluntad propia y podía tomar decisiones de último momento, pues el S.A. sólo proveía de amigos, enemigos, amores, escenarios y armas, pero jamás lo maneja-

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ría. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo, ahora comprendía por qué no se debía sobrepasar el 10% de probabilidades de muerte. El rubor de sus mejillas cambió inmediatamente a una palidez espectral. Empezaba a tener miedo.

De pronto, un caballo desbocado que arrastraba a su jinete, lo sacó de sus pensamientos. Se había olvidado del guerrero que le encomendaría la misión. La promesa de aventuras pareció liberar a Rodrigo de un hechizo, pues esta vez pudo montar al tordillo al primer intento; lo espoleó y lo echó a correr a todo galope detrás del animal desbocado; lo alcanzó y logró detenerlo. Al bajar de su cabalgadura el yelmo se le cayó, intentó levantarlo, pero la pata trasera de su bestia lo aplastó. Rodrigo miró severamente al tordillo, como recriminándolo, luego se dirigió al guerrero que había rescatado; estaba más maltratado de lo que podía creer, la armadura presentaba innumerables abolladuras, lo mismo que el yelmo, mientras que su cara semejaba un mapa de tantos raspones. Le ofreció vino.

—Mi nombre es Besarión, gracias, noble caballero por haber salvado mi cuerpo de quedar untado sobre la faz de la tierra, mas dudo que la vida pueda conservar.

—Mi nombre es Rodrigo. No tienes nada que agradecerme, era mi deber.

—Quizá, pero aún los deberes otorgan honores —bebió un largo sorbo de vino, luego, se limpió las comisuras de los labios con el dorso de su mano—. Siento decirlo —continuó—, pero vengo derrotado del castillo del rey Hiperión. Él está a salvo en el reino de su hermano —dijo jadeante a la vez que devolvía la bota de vino—, en cambio, su hija se encuentra prisionera de Zético, el Señor del Reino Oscuro. Todo el ejército de Hiperión ha sucumbido y el de Zético se redujo a diez guerreros y a un poderoso hechicero, comparable en fuerza y malignidad con el mismo Merlín —se quejó dolorosamente—. Quiero pedirte una gracia antes de morir.

—Pídela —aceptó Rodrigo, conociendo de antemano la petición.

—Intenta salvar a la princesa Atala, la hija de Hiperión. Si lo logras, él te concederá la mano de su hija y la mitad de su reino, que constituyen la recompensa.

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—Lo haré —respondió conforme Rodrigo—, pero yo a la vez te pediré una gracia.

—Hazlo.

—Obséquiame tu yelmo, pues el mío ha quedado inservible. Besarión aceptó con un simple movimiento de cabeza, luego, expiró.

Rodrigo quitó el yelmo al guerrero muerto; tenía varios manchones de sangre, lo escurrió y aún húmedo lo colocó sobre su cabeza. Buscó en el horizonte haciéndose pantalla con su mano izquierda, y pudo reconocer la colina sobre la que se erguía el derruido castillo en donde Zético tenía prisionera a la princesa. Montó al tordillo y lo hostigó para que galopase hasta el límite de sus fuerzas. Llegaron al pie de la colina y comenzaron a trepar. El viento silbaba de un modo extraño a través del yelmo de Rodrigo; éste, sintió una terrible opresión en el corazón, una oleada de incertidumbre lo recorrió, pues recordó que el incidente del yelmo tampoco figuraba en su relato original y se preguntó cuántas cosas más cambiarían. De pronto, detuvo al caballo con brusquedad y tuvo el claro impulso de volverlo a grupas, pero logró contenerse. No sería fácil lo que vendría. Ahora sabía que si deseaba granjearse a la princesa Atala debería combatir contra diez caballeros, un hechicero y el mismo Zético, en un combate real, a muerte, y el resultado dependería enteramente de su astucia y no de lo que había escrito. Por otra parte, si se negaba a combatir viviría por siempre en el mundo de los sueños o, al menos, hasta que muriera por inanición en la vida real, ya que cuando una persona se encontraba en su sueño eléctrico, le era imposible alimentarse, a menos que se desconectara la máquina, mas si esto sucediese, las probabilidades de que el usuario se volviera loco eran de un 95%, un porcentaje bastante alto a decir verdad. Rodrigo se decidió y continuó su ascenso. El viento se estrellaba contra su cuerpo, moviéndole graciosamente el penacho de su maltratado yelmo. La sombra de un lobo adornaba de manera sugestiva el pecho de su armadura.

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Cuando estuvo en las inmediaciones del castillo, se dio cuenta de que había llegado con 15 minutos de retraso. Redujo el trote del tordillo y se acercó cautelosamente. Entonces, notó algo extraño: la carreta imperial de Zético no se encontraba en su lugar, esto le hizo recuperar un poco de su perdido valor y avanzó con nuevos bríos. Sabía que al menos dos caballeros debían acompañar a Zético y eso simplificaba un poco las cosas.

Unos 50 metros antes de llegar al umbral del castillo, salió a su encuentro un caballero de armadura negra, montado en una mula baya.

—Vete, caballero lobuno —amenazó en tono imperativo—, la recompensa no es para ti.

—Eso está por verse —respondió desafiante Rodrigo.

—¿Quieres justa?... ¡Justa tendrás! —tronó el caballero negro, al tiempo que espoleaba a su bestia arrojándose contra Rodrigo, lanza en mano y visera abajo.

Rodrigo hizo lo propio cargando contra su opositor mientras distinguía a otro adversario, preparado para reemplazar al primero, si es que fallaba. Rodrigo empuñó con todas sus fuerzas la lanza, esperando en cualquier momento golpear con ella, y recibir también un golpe. Nunca recibió el golpe, pues la mula metió la pata en un agujero de topos, haciendo que su jinete bajara la guardia y desviara la lanza en el momento del encuentro, recibiendo, de esta forma, la lanza de Rodrigo en pleno pecho. El caballero derrotado cayó al suelo con espasmos, la lanza clavada y la vida huyendo en forma de borbotones de tibio líquido escarlata.

En el mismo instante en que Rodrigo perdió su lanza, extrajo su pesada maza dispuesto a recibir a su segundo contrincante, que ya cargaba en su contra. Al verlo venir, intentó bromear, como solía hacerlo el Hombre Araña cuando se enfrentaba a algún supervillano, pero él, a diferencia de Peter Parker, no pudo pronunciar palabra alguna, mucho menos aún estructurar una broma, pues el terror tenía semiparalizada su mente. Rodrigo hostigó a su caballo y agitó la maza por encima de su cabeza, mientras, se cubría con el escudo, colocándolo en un ángulo que pudiera rechazar el golpe de la lanza. Un sonido metálico

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indicó el choque de la lanza con el escudo de Rodrigo; éste sintió que el tordillo se le escapaba de entre sus piernas, apretó con fuerza, y entrelazó los pies en los estribos; se aferró, blandió por última vez la masa y el cráneo de su segundo antagonista se transformó en una masa sanguinolenta. Rodrigo escuchó un chirrido y volvió la mirada a la entrada del castillo, allí, un hombre trataba de levantar el puente con su sistema de poleas. Rodrigo comprendió lo que pretendía e hincó las espuelas en su tordillo, guiándolo a todo galope. El puente había logrado separarse metro y medio del suelo. Rodrigo sintió pavor, no sabía cómo indicarle a su animal un salto, pero no necesitó hacerlo, el tordillo comprendió y alcanzó el puente. Lo atravesaron acompañados por el zumbido de la maza al ser blandida. La maza cobró una nueva víctima, y él logró penetrar en las defensas del castillo. Se apeó y avanzó sigiloso por las escaleras que conducían a la torre. Al ir ascendiendo, pensó en su historia, ahora que la vivía le parecía común y corriente, un cuento de niños, una aventura ridículamente infantil y, sin embargo, sabía que el participar en ella podía costarle la vida.

En el establecimiento del S.A., desde hacía media hora el gerente, Fernando Alonso, había tenido noticias de un desequilibrado mental que había bloqueado la entrada de la cabina número 20 y programado una fantasía mortal; por eso, el cuerpo de Seguridad trataba de penetrar al costoso aparato, procurando a la vez no dañar los sistemas básicos. En media hora, lograrían romper el sello de la cabina y sabrían si lo habían logrado a tiempo.

Rodrigo había llegado hasta la entrada de la torre principal y pudo observar a dos centinelas que custodiaban la entrada al recinto en donde Atala se encontraba prisionera. Rodrigo temblaba y sudaba a chorros, tenía miedo, mucho miedo que le impedía pensar correctamente y formular algún plan. John Carter y Conan jamás habían tenido miedo, él no tenía por qué sentirlo. Se armó de valor y

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recordó una de las muchas aventuras de Conan que había leído; se apegaba un poco a su situación actual. Salió de su escondite gritando y agitando sobre su cabeza la maza y se la lanzó a uno de los centinelas. La maza chocó contra el yelmo de uno de sus contrincantes, privándolo del sentido. El otro centinela miró furioso a Rodrigo y se abalanzó empuñando en la diestra la espada. Rodrigo hizo un agamo y esquivó el ataque del centinela, ya con la espada en la mano, luego, con un potente mandoble cercenó de cuajo su cabeza. El camino estaba libre. Penetró en la prisión de Atala y la encontró. Llevaba un primoroso vestido azul, sus dorados cabellos caían como cascadas de luz sobre sus estrechos hombros, su boca pequeña y bien formada parecía invitar a besarla.

—Vengo a rescatarte... Mi nombre es Rodrigo —dijo con voz torpe y vacilante, la belleza de Atala lo había turbado, a pesar de conocerla desde mucho antes, pues él la había creado.

—Esperaba que vinieras a rescatarme, pero jamás pensé que sería un caballero tan joven, ¿porque eres un caballero, ¿verdad? —preguntó tímidamente.

—Sí, lo soy; pero vámonos, no tenemos mucho tiempo, aún hay guardias que nos pueden atrapar.

La tomó de la mano y echó a correr escaleras abajo. Atala no conseguía seguirle el paso y varias veces estuvo a punto de caer.

Llegaron jadeando a dónde se encontraba el tordillo; Rodrigo ayudó a la princesa a montar y se disponía a hacer lo mismo cuando el grito de varios guerreros lo hizo volver la mirada. Tres guerreros avanzaban hacia ellos.

—Huye, princesa, yo protegeré tu retirada —gritó Rodrigo al tiempo que desenvainaba su acero.

Ella se despidió con un beso fugaz y luego salió a todo galope del castillo. Enseguida, los tres caballeros cayeron sobre Rodrigo, pero él se defendió valientemente. Paró estocadas y tajos mortales, mas no lograba penetrar en la compleja guardia de sus adversarios. Pisó algo resbaloso, trastabilló, bajó la guardia y sintió el frío acero penetrar en su corazón...

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Rodrigo esperó morir de inmediato, pero morir en el sueño y morir en la realidad no era lo mismo.

Escenas de toda su vida cruzaron en un microsegundo, mas nada le interesaba, combatía a la muerte, tratando de convencer a su cerebro de que el corazón estaba intacto y podía seguir funcionando; lo intentó por un tiempo que le pareció eterno; se dio cuenta de que era inútil, entonces, comprendió todo, comprendió que los 18 años representaban algo más que la simple edad, representaban madurez, prudencia... comprendió el sentido de la vida y el funcionamiento de la máquina de los sueños; comprendió que los héroes también tienen miedo, que son muy diferentes de Conan, del Hombre Araña, de Superman; sintió comprenderlo tarde, y mientras un frío calante se apoderaba de él, pidió una segunda oportunidad, una oportunidad más para mejorar, para superarse, para ayudar a sus congéneres a comprender la realidad de las cosas, para ayudar a... ¡tantas cosas! ¡Tantas cosas sabía ahora..!

Al fin, lo invadió la negrura inmensa y a la vez la claridad total...

Cuando el Cuerpo de Seguridad del S.A. logró penetrar en la cabina número 20, encontraron muerto al usuario: de un paro cardiaco, como muere la mayor parte de la gente en su Sueño Eléctrico. Las autoridades competentes se hicieron cargo del caso y clausuraron indefinidamente el establecimiento. Sin embargo, como ocurría la mayor parte de las veces, el asunto se arregló a base de sobornos. El gerente Alonso solucionó la mayor parte del caso fácilmente, pero cuando tuvo que hablar con el director del Departamento de Salubridad y Prevención Social, todo se complicó, al grado de que tuvo que ofrecer una suma exorbitante para lograr abrir de nuevo su negocio, pero valía la pena.

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Gerardo Horacio Porcayo Tenochtitlán. 17.05.85

Nota del Autor

Este es el cuento seminal, inicial de mi concepto del sueño electrico. Como pudieron ver, su realización era ínfima, pobre (y decidí que permaneciera sin cambio); también fue mi primer cuento largo y el arranque de toda esta aventura de escribir y diseñar un propio mundo ficticio. El gadget que me perseguía en la mente, como puede apreciarse, era la consola de videojuegos; en aquel entonces ya martirizaba el joystick de mi Atari 2600 y soñaba con un futuro donde la aparente ventaja de los arcades, fuera alcanzada por los equipos caseros... Y más allá. Imaginaba video juegos táctiles, con gama realista entera de aromas que fascinaran y volvieran al mundo algo que podría ser indistinguible de la realidad, pero mejorada.

Hoy los videojuegos han cambiado enormemente, el ciberespacio es una realidad que yo ni siquiera contemplaba, pero ni tacto ni aroma están ahí; apenas el placebo de la vibración para lo táctil... y nada para el olfato.

Pero mi universo ficcional empezó aquí y se reproduce con todas sus inocentadas y fallas estilísticas para quienes se preguntan de dónde salieron mis locuras cyberpunk...

Ojalá nos veamos pronto, en otros giros de sueños.

Gerardo Horacio Porcayo. 16.05.22. 04:31hrs. Xoxoutla.

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de Gerardo Horacio Porcayo se editó en enero de 2023 en el Antiguo Barrio de La Carolina. Cuernavaca, Morelos. Derechos reservados al autor y Lengua de Diablo Editorial. En su composición se utilizaron tipos Lato Medium por Lukasz Dziedzic; Accuratist Poshumanistic Slab Serif por Elena Shkerdina; y Edo SZ por Vic Fieger. La edición estuvo al cuidado de Ana Delia Carrillo.

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De la edición original en Ciencia y Desarrollo en 1986

Sueño Eléctrico, el principio de una aventura en la narrativa mexicana de ciencia ficción, trabajo que alcanzara una Mención Honorífica en el II Premio Nacional Puebla de Cuento de Ciencia Ficción 1985 y fuera publicado en el número 68 de la revista Ciencia y Desarrollo, es ahora rescatado por Lengua de Diablo Editorial como complemento bibliográfico para investigadores, coleccionistas y simples curiosos, pero sobre todo como obsequio para quienes adquirieron Sueños de Herrumbre, el volumen de cuentos cyberpunk (que acaba de tener una segunda edición bajo este sello) perteneciente al mismo universo de La primera calle de la soledad, obra fundacional de toda la tremenda escritura novelística de nuestro querido Gerardo Horacio Porcayo.

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