En lugar de nada...

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enigma reflejado en el lenguaje y los recuerdos, los signos y las creencias. La nada es presencia de lo ausente, pero presencia. Nunca ha estado huida del arte, ni de la ciencia, ni de la filosofía. Su existencia, callada, silenciosa, ha inundado los distintos ámbitos en los que el ser humano ha atesorado su saber, porque en la nada palpita la magia, el azar y lo divino, aspectos que se encuentran en el conocimiento desarrollado por el ser humano. Aunque resulte sorprendente, la nada es una parte esencial del decir, una oquedad en la que alojar significados nuevos, ideas inesperadas, sentimientos profundos. Es una apertura máxima que, en su exceso de ausencia y vaciamiento, abre la posibilidad — y el temor— de dar un espacio a lo inesperado, a lo imprevisible. Sin embargo, no pertenece a ningún ámbito en especial por-

que todo contenido abandona la nada para dejar paso a lo absoluto. Sin destruir. El aire encuentra vacíos que llenar, espacios que transformar, lugares en los que reposar. La vida y la realidad se transforman. La nada habita en el ser y apuesta por el cambio. Todas las cosas son y no son al mismo tiempo, la posibilidad de mirar lo que ha estado oculto está permanentemente abierta, siempre dispuesta para revelarse y sorprendernos, sólo es necesaria una mirada atenta, acogedora, que haga posible lo que parecía imposible, que desvele lo que estaba velado, que descubra lo que estaba oculto, para encontrar, por un instante, la belleza de la nada.

Gemma del Olmo Campillo.


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