Buscando a Belarmino Tomás

Buscando a Belarmino T贸mas Jorge Belarmino Fernandez

Primera edición, 2015 © Jorge Belarmino Fernández Tomas

© La visión de los Torcidos

Índice Introducción a la edición mexicana

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El monstruo

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Andar Que, como siempre, de echar “alante” se trata

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Introducción a la edición mexicana El abuelo y su generación precisarían un libro infinitamente superior a este. De hecho está aquí sin desarrollar y de ahí la virtud no del texto sino de la serie de textos, pues algunos son copia de lo mejor que se escribió sobre tal o cual gran tema.

En cualquier caso me pesa mucho no haber hecho lo que debía. Hay por ejemplo un momento en que Belarmino se hace uno a sus perseguidores tras la huelga general de 1917. El hombre era un representante fuera de lo común del pueblo sombra que aparece y desaparece a la vista del poder según necesita. Ese momento pude haberlo recreado en detalle, mostrando su extraordinaria riqueza.

Antes de seguir presento a al abuelo y a los suyos. Nace en una provincia al norte de España, que resonaría por el mundo más de una vez: Asturias. Lo hace cuando a fines del siglo xix la industrialización aparece allí con atraso, como muchas cosas en la mayor parte de una España cuyas clases dominantes se echaron en la hamaca tras la conquista de América.

El gran fenómeno social y político español de la época es el surgimiento de la Confederación Nacional de Trabajadores (cnt), anarcosindicalista. El socialismo ibérico tenía entonces muy poco que ver con las corrientes revolucionarias impulsadas por la Primer Internacional.

Pero la zona donde desde los once años se establecerá Belarmino es especialísima. Se trata de la zona que forman dos ríos con multitud de pozos de carbón a

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sus pies, muy cerca uno de otro y al final unidos. Es un espacio pequeñito, entre montañas, que forma un mundo aparte. Allí crece un sindicato minero con condiciones únicas, capaz de plantear una opción propia. En él descansara la revolución de 1934, cuando durante la República España quedé en manos de una derecha protofascista, por la compresible abstencionismo de la CNT. Las organizaciones de todo el país votan el momento y sólo Asturias lo sostiene y está a punto de triunfar, hasta que por fuerza, sin más frente que ese por combatir, el ejército regular le cae desde los cuatro costados. En dicho punto Belarmino empieza a convertirse en una figura nacional. La confirmación vendrá dos años después, cuando un nuevo triunfo de la izquierda en las votaciones, decida la derecha a levantarse, con el apoyo de la Alemania nazi y la Italia de Mussolini.

El mundo entero sabe que allí empieza a jugarse la Segunda Guerra Mundial y el futuro de la humanidad, y en muchas se crea la iniciativa de crear unas Brigadas Internacionales que combatan con la República. Buena parte de lo mejor del mundo está allí.

Escribo lo que llamo un cuaderno, Desde la azotea. El él tiene un papel protagónico el abuelo, quien llegó a vivir a vivir a mi casa a cincuenta años de su muerte.

Cuento en él lo que no conté en el libro.

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Buscaba sin éxito un final. Llegó naturalmente entre el 25 y el 26 de septiembre de 2014, con la desaparición de los cuarenta y tres normalista de Ayotzinapa, por la cual México inicia el salto a la utopía, estoy convencido.

Apenas entonces Belarmino pudo transmitir su experiencia, que remató al convertirse en el último gobernador republicano en su provincia, para entonces una especie de pequeño país autónomo donde la guerra empujó a buscar soluciones revolucionarias.

Cumplimos, viejo.

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El monstruo1 I En 1976, cuando no quedaba del todo claro cómo se desharía España de la dictadura, entré con mi hijo a la ¿tienda? a espaldas del piso que recién rentábamos en Cimadevilla. Para el patrón éramos unos mexicanitos a secas, a quienes ganar como clientes imitando a Cantinflas, de modo que nuestra presencia no detuvo su charla con una vecina sobre la terrible herencia que Belarmino Tomás le dejó a Gijón treinta y ocho años atrás.

Aquello resumía bien el dibujo que el franquismo había difundido sobre mi abuelo, representación provincial de los males de la República, de los partidos y las organizaciones obreras, a los cuales debió exterminar heroicamente por mandato de la patria y de Dios.

Volví a Asturias varias veces luego, pero no después de que en Langreo y en el propio Gijón construyeran un polideportivo y rebautizaran una calle con el nombre de Belarmino. ¿Se reivindicaba así el pasado o se lo sepultaba maquillándolo, para que resultara tragable al país que decía necesitarse entonces?

En 2000 me hicieron llegar una biografía escrita por un socialista de la cuenca del Nalón. Era la pública confirmación de la muerte de Belarmino, de la historia del Sindicato de Obreros Mineros de Asturias, la Revolución de 1934 y el gobierno republicano. Todos quedaban convertidos en figuras de cartón tras las que se ha1 El tiempo y el carácter del libro me deciden a no hacer más que las citas absolutamente indispensables.

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cían perdidizos sus extraordinarios, dramáticos tiempos subvirtiendo la historia.2 Resultaba particularmente triste para mí, a quien el abuelo acompañaba desde siempre. Hasta hoy, en que me obsesiono con hacerlo pasar a los hijos y a los nietos, para que seamos los que debemos, según sabía bien la sabia Teresa Panza: los hombres y mujeres “pequeños” que así se conciben porque sólo así el balance del cosmos se conserva, como ellos en los padres y las madres, en los cuales se pierden, uno y una tras otro y otra, por los siglos de los siglos, sosteniendo con cada acto, pequeño, por fuerza, el mundo entero, su cadena, rota si alguno falla.

Tenía yo tres años,3 era de noche en 1950 y de la mano de mi madre entré al modesto departamento que mi abuela había hermoseado al único, cálido modo a mano de una mujer que vivía en la ciudad de México sin abandonar la aldea –mirar las avenidas pensando en prados y cosechas; hacer compotas, abrir año con año los colchones para airear la lana-. Iba contento por el permiso de tentar la noche y recoger los tibios aromas del hogar de Severina, la compañera de Belarmino por casi toda la vida –sólo casi, abuela, pues con tu conquista él culminaba los veintiún años que le decidieron la vida.

2 El libro de llama Belarmino Tomás, Soberano de Asturias, está escrito por Juan José Menéndez García y publicado por GEA Distribuciones Gráficas 2000, Gijón. Para su elaboración el autor recibió el apoyo de la Fundación José Barreiro, creada por el SOMA. Reconozco sin embargo el servicio que el libro me prestó, en particular al recoger dos interesantes testimonios que no conocía.

3 Esta es una de las pocas estampas que conservo sobre mis primeros tres años de vida.

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Algo no marchaba, sin embargo, y yo lo sabía desde quién sabe cuándo ese día.

Apenas cerrarse la puerta, el pasillo que llevaba al par de recámaras pareció por primera vez lúgubre. Avanzamos como en una procesión de diez pasos, giramos a la izquierda y Belarmino se incorporó en la cama sonriendo.

-¡Hombre!, el guaje –dijo, o algo por el estilo.

–Ven. No, no entraría allí. El hombre hacía un exitoso esfuerzo por parecer tan lleno de vida, tan de roca, como se lo conocía, pero algo más oscuro que la noche aleteaba en el cuarto esparciendo un rancio humor.

-¿Qué pasa? –preguntó mamá con una irritación inusual en ella.

Y el abuelo no pudo evitar que los ojos se le entristecieran, por mí, por él, por todo: si el pequeñajo lo sabía, no había remedio.

Nunca me perdonaría aquella forma de certificar en él, por primera vez en sus cincuenta y ocho años, que era débil, que no podía. Dos días después murió.

Tal vez fue en parte por eso que en aquél 1976 estaba en la ¿tienduca? de Cimadevilla, completando los diez meses de buscar los rastros del “monstruo”.

Con ellos volvería a México para no saber qué hacer. A pesar de mis largas pláticas con quienes lo conocieron bien, antes o más allá de su celebridad, lo que tenía eran apenas insinuaciones, interrumpidas por otras historias que vinieron apresuradas a buscarme después de casi cuatro décadas de criminal silencio.

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Los años hicieron su trabajo luego, sumando documentación de muchas clases y reflexionando una y otra vez sobre el Belarmino niño, su padre y su madre, Gijón y el entorno, los intríngulis de la industrialización en la provincia, las cuencas, el peculiarísimo socialismo obrero allí, la huelga general del 17, el 34…

Paco Taibo II, amigo desde los 1970s, para la Semana Negra me pedía repetidamente una biografía sobre el abuelo. Yo tenía en mente otra cosa, una búsqueda del hombre a través del nieto, de medio centenar de cuartillas, y le contestaba que sí, para terminar dejándolo plantado.

Ahora al fin van estas páginas hecha a contra reloj, que a buenos ratos toman prestado el trabajo de otros.

II Empecé mal este relato y amenazo continuar así, si no ubico a Belarmino Tomás, al resto de nuestros personajes y a su contexto, de los cuales los lectores posiblemente no escucharon jamás hablar, o apenas muy poco.

Belarmino, el abuelo o “el monstruo”, según lo dibujó el franquismo provincial, fue un líder minero asturiano perteneciente al Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores, que saltó a los libros en dos grandes momentos.

El primero fue durante la Revolución de Octubre de 1934, a la cual se comprometió la izquierda española tras la derrota del bando republicano en las elecciones de 1933. Contra lo esperado, el movimiento no estalló sino en Asturias y en unos cuantos, pequeños puntos más, y muy pronto quedó redu12

cido a aquélla. Belarmino formaba parte de su dirección regional, pero al quedar a cargo de ciertas funciones en Langreo, pasó más o menos inadvertido hasta el desafortunado final, cuando su figura adquirió grandes tamaños.

El segundo momento es el de la formación en 1936 del gobierno de la provincia, tras las nuevas elecciones que devolvieron el mando a las fuerzas que proclamaron la República. En una suerte de callejón sin salida por los enconos entre socialistas, anarquistas, liberales y comunistas, el único nombre que saltó a la palestra para garantizar la convivencia resultó el de nuestro personaje, respetado por unos y otros.

Nadie se ocultaba, empezando por él mismo, que carecía de cualquier precedente para asumir el cargo y que la ilustración con la cual contaba no era ni de lejos la de un estadista. Aún así su gobierno vadeó los grandes problemas.

En la primera parte de nuestro modesto libro verá usted aparecer a unos cuantos hombres y mujeres y un entorno que pasaron por completo inadvertidos a la historia: un tal Sandalio, unas llamadas Teresa y Cándida, y un Lieres, un Gijón y sus alrededores, y unas zonas mineras del Nalón y el Caudal, que de acuerdo a mí no han sido recuperadas para la memoria de una justa manera.

Si me detengo en ellos es por estar convencido de que de otra forma no se entiende a Belarmino.

De estos orígenes y contextos y hasta 1934, mi trabajo es resultado de la investigación a la cual me referí y de la lectura de dos obras sin desperdicio y prácticamente olvi-

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dadas hoy: las inteligentes y amenas memorias de Manuel Vigil, padre del socialismo asturiano, y de la apretada síntesis de un compañero suyo de segunda generación, Antonio Saborit. En puntuales aspectos me ayudo también de Belarmino Tomas, Soberano de Asturias, del cual he advertido ya. Sobre el 34 sigo el trabajo de Paco Taibo 2.4 No me enorgullece lo hecho y si me atrevo a presentarlo es porque aquí y allá ilustra de un modo sugerente, creo.

III No veo en Belarmino Tomás a un personaje muy por encima de los otros. Encuentro en él a un hombre como la mayoría de la gente de su tiempo, saliendo de la oscuridad a la que ésta está destinada, gracias a un carácter extraordinario y a las circunstancias.

De ese modo el “monstruo” resulta una inmejorable ventana para asomarse a sus miles de iguales. Y sus iguales, que con él se forjaron como una nueva clase social, son seres, todos, excepcionales. A pesar de eso, a la manera del “pueblo bajo” en cualquier época anterior o posterior, no nos llegó sino un vago registro sobre sus vidas.

4 Con frecuencia la información del citado trabajo de Juan José Menéndez, y la mía, coinciden con enorme exactitud. La razón en simple: el hombre contó con los mismos documentos básicos que yo tuve a mi disposición un cuarto de siglo antes, buena parte de los cuales pasaron de mis manos o de las de mi familia al Archivo del Indiano, donde es un pecado estén. Pues si algo se esforzó en dejar claro el exilio en México, era la diametral posición que quería ocupar respecto a una colonia española detestada en el por su falta de escrúpulos para hacer dinero y su obsesiva marginación del resto de la sociedad, autorreciclándose al traer de sus pueblos de origen a quienes casarían con los descendientes. Pocas historias son, en lo general al menos, tan patéticas como las de los “indianos” en mi país.

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No dejaron diarios personales, albumes de fotos ni nada de lo que es común entre quienes en la escala de la sociedad les quedan arriba, y pudieron ganar el espacio público sólo en unos cuantos momentos, a punta de lo que bien resumía una frase muy extendida entre los mineros asturianos: dinamita y cojones.

A cambio y de acuerdo a lo que todos sabemos bien, para pasar de generación en generación no hace falta entrar en los libros ni imprimirse en imagen o en textos. La familia, los amigos, los vecinos, los compañeros de trabajo llevan nuestras historias y en mayor o menor grado las transfieren a quienes los continúan, y si la forma oral en la cual lo hacen carece de la precisión de la fotografía y la palabra escrita, sobre éstas, que por lo demás suelen resultar estampas momentáneas y equivocas, tienen la virtud de transmitir versiones diversas, no pocas veces contradictorias, que enriquecen la visión de aquellos de los cuales se hace referencia.

Con hombres y mujeres del estilo de Belarmino sirve mucho la literatura, a condición de emplearla de una puntillosa forma, apegándose a esa serie de breves datos que poseemos. Eso excede hoy a mis posibilidades.

Lo que presento es el acercamiento a una existencia de la cual bien podría haberse interesado Víctor Hugo, el gran novelista francés.

IV Uno mira sesenta años un retrato. Lo mira de día y de noche, casi siempre sin darse cuenta, en eso que llaman el subconsciente. Del hombre que aparece allí ha escuchado hablar a la esposa, a unos cuantos viejos amigos, a las hermanas, los cuñados , el asfalto, el cielo raso de la ciudad por debajo de las 15

y los hijos, de él. Los ha escuchado repitiendo el puñado de anécdotas que su memoria seleccionó.

Hay también una docena de fotografías dibujando sin variar a un ser de mediana estatura para su tiempo y su clase, en el cual se dibuja una insobornable voluntad cargada de silencioso, cumplido orgullo. Con las fotos va un batallón maletín marrón de cuero, dentro del cual reposa una veintena de cuartillas en máquina de escribir, que quedaron a medio camino en el intento de hacer un parco resumen autobiográfico.

Se aferra el nieto a la figura de él, sabiendo que lo desborda. Lo abraza fuerte, también con el conocimiento adquirido, pero siempre se le escapa.

Miro de vuelta el retrato que le escogieron para ser célebre: está de pie, el pecho y los hombros parecen no caber en ningún traje, de tan generosos y altivos, como los brazos sueltos a un lado, de piedra, se diría. Hay un detallista esmero por su apariencia personal, un rostro tallado a lo Picos de Europa y una sonrisa apenas esbozada en la boca y en los ojos, que hablan de sencillez y resultan un misterio.

Yo, el nieto, no debería pues hablarle de tú, por más que haya conversado largo con quienes intimaron con él antes de que la abuela Severina lo conociera y los hijos tuvieran memoria. Las entrevistas que grabé con éstos no supieron preguntar, y no hice nunca otras que también resultaban insustituibles.

Si a veces me tomo el permiso de tutearte, abuelo, es con el derecho que me da el cuánto me acompañas siempre. ¿Esto obnubila mi miranubes, gritaban en sus oradaciones, y la procesión rumbo 16

da? Tratando de evitarlo, rastreo en ti el lado oscuro que todos tenemos.

Las estampas que forman el pequeño libro que presento se preguntan por el sentido de un hombre, de una clase y un proyecto. Lo son, repitamos, en la forma de un abuelo buscado por el nieto que nació y creció en otro país y tiene la desventaja de no poderle hablar de tú a los lugares que recorre la historia y él conoce apenas, y la virtud de poder mirar más de dentro y liberado de compromisos.

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Andar En octubre de 1976, cuando seguía los rastros de Belarmino Tomás, hice un viaje a Lieres guiado por el Roxu, quien hasta poco antes había sido minero. Le faltaba un brazo por un accidente en un socavón y sus ojillos claros, brillantes y tristones a un tiempo, eran fiel reflejo de su bondad y su melancolía.

Según subíamos entre la densa niebla por la carretera hacia las faldas de los Picos de Europa, al hombre se le despertaban suaves recovecos del alma, y así no había en el paisaje la desolación que otros seguramente encontraban. Íbamos buscando el pasado, que yo no sabía bien si estaba en 1879, 1890 ó 1891.

Minucias, podría decirse, porque en un ayer tan lejano lo mismo daba un año que otro. Pero no lo eran, como tampoco el que me faltaran también el mes, el día, la hora precisos, pues en esta como en cualquier otra historia hasta lo en apariencia más intrascendente es fundamental. Cómo saber, por ejemplo, el tono preciso de ese jugoso verde que no abandona nunca los campos allí, y que apenas puede controlarse a sí mismo y es el modo en que la tierra se dice entre el trabajo incansables de la lluvia y la brisa.

Los lectores pueden preguntarse la razón de gastar el tiempo en estos momentos previos al nacimiento de Belarmino. Se debe a que, conforme confío probar enseguida, algunos de los rasgos que lo caracterizan no pueden entenderse sin ello.

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Volviendo a nuestra historia, vemos bajar a un hombre en quien no posaría la mirada una gente de bien, por su rústica, vulgar figura, sin interés: la de uno de los incontables seres del pueblo cuyas emociones existen apenas, dizque consumidas por la pena y la monótona persecución del pan.

Sandalio Tomás, como se llama el personaje, tiene veintipocos años y forma parte de uno de los gremios más numerosos en todos los tiempos hasta ahora: el de los viudos y las viudas, de los cuales están plagados los cuentos populares de toda Europa.

La muerte prematura sigue siendo una constante, a pesar de la engañosa espesura vegetal de la provincia, impropia para los cultivos que han animado la vida del conjunto del continente, y a pesar de que la región lleva un siglo poblándose en números inconcebibles en el pasado.

Esa, la viudez en las nuevas circunstancias de Asturias, parece ser una de las razones que hacen marchar de casa a nuestro hombre. Cada año miles de asturianos marchan a América, es cierto, pero por lo común proceden de las regiones netamente campesinas y no de zonas como ésta, en la cual la industria empieza a convertirse en una alternativa gracias a los pozos de carbón que vienen abriéndose hace rato y que justo ahora se multiplican por tres.

En el lugar, en los bordes del río cuya línea sigue el camino y en otros cercanos, abundan los campesinos que con un jornal en las minas completan su magra dieta

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de panes de maíz,5 potajes de patata y fabes y un poco de leche, y ya también los mineros puros, como en el que nuestro hombre puede convertirse.6 No parece haber razón entonces para que, contrariando cuanto se sabe, haya quien crea que a Sandalio lo echaron de su pueblo la hambruna y la falta de tierra y trabajo. Y es que cuanto tiene que ver con el pueblo bajo se interpreta sin falta como simple respuesta al infortunio, olvidando un par de grandes temas.

El primero es que la vida cotidiana de las mujeres y los hombres del estilo de quien perseguimos, está repleta de actos, relaciones con otros, sentimientos e ideas que, de cruzarse eventos extraordinarios, resultan tan complejas como las de los reyes, los guerreros y demás, por milenios sujetos exclusivos de los libros.

Con la revoluciones que llevan un siglo atravesando el planeta, y a la manera de los profusos cuentos populares de tiempos previos, la literatura encuentra ahora el drama y la tragedia también y cada vez más en un pobretón de ciudad, un ballenero,

5 Como cualquier mentira nacida para crear desprecios, a fuerza de repetición ha venido a resultar verdad comprobada que en Asturias y en toda Europa el maíz fue siempre comida para los animales. No es cierto en absoluto, según bien sabía aún la generación de mi abuela, que sostenía su dieta en la boroña. La mentira saltara diciendo, enfurecida: ¡Y la leche! Tiene cierta razón la maldita, que ahora oculta que el maíz fue inigualable, y que en todo caso el “divino grano” de origen mesoamericano, consumido directa o indirectamente, está en la base del brutal salto poblacional del norte continental europeo, a la manera de la papa, nacida en las regiones andinas, en las islas del Mar del Norte.

6 Contaba Ramiro Fernández, quien lo conoció bien cuando sus los hijos de Sandalio no hacían bien a bien memoria, que éste aseguraba haber sido minero en su pueblo.

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una prostituta callejera, una mujer abandonada, el niño de un villorrio y un largo etcétera.

Sandalio ha sufrido la muerte de la mujer antes de tener descendencia, y de acuerdo a alguien que lo conoció de cerca,7 eso basta para que en él nazca el impulso de partir, especialmente si se toma en cuenta el segundo gran tema olvidado: la tentación por la aventura, a la cual dan paso los nuevos tiempos. ¿Por qué nuestro personaje no busca esta aventura en la cuenca a través de la cual casi de seguro cruza, pozo y villa tras villa, o en la gigantesca metalúrgica de La Felguera, en la que rematan, o en los talleres y fábricas alrededor de ésta?

Aquí tocamos otro aspecto sin el cual no se entiende lo que queremos contar. Es una cuestión inexistente a nuestros ojos, que ven desde las ciudades y la modernidad que lo dominan todo: la enorme variedad de caminos que Sandalio tiene a su disposición.

No hay campo en el mundo que no esté atravesado por multitud de sendas construidas por la costumbre a lo largo de siglos o milenios. Y en Asturias eso es particularmente cierto. La geografía se aprieta en una pequeña franja que desde el mar no para de crecer poco a poco a través del ondularse de los montes.

Los nichos y recodos, pues, resultan casi infinitos entre la tierra cortada en miles de las breves parcelas con que los grandes propietarios reparten sus posesiones para darlas en arriendo. La red de caleyas es intrincadísima por ello y el hombre y la mujer rurales 7 Nos referimos al Ramiro citado en la nota anterior. Debo aclarar que no fue el azar quien nos condujo a él, sino el consejo de Luisa, la hermana menor de Belarmino, consciente de que ella no había presenciado lo que aquél.

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deben andarse con cuidado al transponer el reducido ámbito en el cual se mueve su vida.

Sandalio Tomás entra así en la aventura con la sola decisión de tomar los arreos, y se encuentra con una segunda puerta hacía el azar en la carretera que desde la capital de su consejo baja siguiendo el Nalón hasta Sama, y que continúa rumbo al enorme misterio de la capital provincial y al más allá que no cabe en la imaginación.

De esa forma él y cuantos como él comienzan a cambiar de sitio, revolucionan la vida de un modo que no sospechan siquiera sus ancestrales amos, quienes se han reservado el derecho a viajar, conocer, informarse de los sucesos del mundo. ¿O si lo saben y tal es uno de los motivo del encono contra la industria, que hace presa de la más conservadora porción de ellos?

No tenemos idea de la personal forma en que el futuro padre de Belarmino usa esta libertad recién adquirida por el pueblo, tomando tal o cual dirección. De lo que raramente puede dudarse es que en su camino debe hacer un poco de todo para sobrevivir, y coge un pico, teje argamasa, aporrea clavos gigantescos o arrea trozos inconcebiblemente firmes y largos, para echarse a dormir donde Dios dé a entender.

Lo hace a la escucha de la fiesta de acentos y palabras desconocidos, de los llegados de aquí y de allá desde fuera de la provincia. Los posibles itinerarios son tantos como los rumores, y sobran los que lo animan a seguir la carretera hacia la gran ciudad-puerto de la provincia y hacia las villas próximas a él. Los habitantes de Gijón y su partido han aumentado dos tantos en un

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par de décadas, y jalonados por la actividad de su viejo muelle y su vieja dársena, crecen establecimientos manufactureros y comercios de muchas clases.

Aunque no hay allí una urbe que en un abrir y cerrar de ojos se trague cuanto está a su paso, a la manera de la Inglaterra, la Francia o la Alemania de principios de siglo, sí su eco.

El entorno rural de la ciudad se contamina y si no se desprende de su historia, bulle como no lo ha hecho nunca con el movimiento de siete vías de ferrocarril, una par de carreteras modernas y, antes que nada quizá, con el ajetreo de los que procuran trabajo y lo encuentran.

Puede apostarse que Sandalio anda de un lado a otro por esos rumbos, adelantando lo que hará su familia dentro de poco. No es extraño, pues, que sus paseos lo lleven a la cercana aldea de Lavandera. O que entre en contacto con ella a través de Cándida, una mujer dos años menor que él, delgada, nervuda, fiel al riguroso vestido negro de las campesinas, quien suele bajar descalza a la ciudad a vender leche con su madre antes de la madrugada o, sola, a llevar lo que ha cosido para los almacenes de pienso de azúcar. Y que también frecuenta los caminos y las sendas para servir en casa de un propietario o de un cura parroquial.

De que la revolución es cosa muy larga y va de acto en acto Cada región asturiana tiene sus particularidades y la que Sandalio ha escogido al acercarse a Gijón es y no la que Clarín, el estupendo novelista del siglo, recrea cerca de allí: “tupida hierba fresca, jugosa, oscura, aterciopelada”, con numerosas “cicatrices hechas a patadas”, por siglos de seres humanos y animales, al pie de ve24

gas de maíz desde cuyas altas cañas en tiempo de madurar las “hojas, lanzas flexibles, se columpian sobre el tallo”; castaños, manzanos, macizos de “álamos, abedules y cónicos húmeros”, por un salpicar de arroyos. Y la omnipresencia del mar.

La idea de mundos rurales tradicionalmente inmóviles no es nunca cierta, ni siquiera en esta provincia. Y la mejor prueba está en el propio Sandalio, cuyo poco común apellido no es casual, pues un antepasado suyo nació no en la provincia ni en ninguna otra de España, sino en Portugal.

Da la impresión, pues, de que los habitantes del campo en el pasado no permanecieron necesariamente fijos a la tierra si no eran sus propietarios. Pero el quid a fines del siglo XIX en Asturias está en la inquietud que introduce la industrialización, vértigo que subvierte cuanto toca.

Armando Palacio Valdés ha advertido ya el efecto de una fábrica, por pequeña y aislada que esté. En su Aldea perdida, sólo por el contacto con aquélla, Rosina, la moza “sencilla, un poco de égloga a fuerza de timidez”, en la década de 1870s había roto el destino de labriega asegurado por generaciones de antepasados, para terminar convirtiéndose en prostituta de la ciudad.

En el ancestral universo secreto del pueblo y dentro de la revolución que para 1890 está en curso, van nuevos modos de pensar, lenguajes, actitudes, geografías que el poder político y económico no descifra y que a veces no advierte siquiera. Es

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ese universo el que da sentido al “monstruo”, quien se moverá por sus vericuetos como muy pocos.

Si su madre, Cándida, y su abuela Teresa conocen de tiempo el trasiego de los sin tierra entre Lavandera y Gijón, sobre todo, pero también hacia Oviedo, en el costado contrario, donde la mayor iba por los expósitos del orfanato a quienes dar su leche; si Sandalio lo aprende al unirse a las dos mujeres, Belarmino nacerá con él y lo conducirá de una forma de resistencia o liberación, a un instrumento de conquista.

Pero esto no se entiende sin acercarse antes a otra esencial parte de la historia que perseguimos.

Hay cosas un poco fuera de lugar en el par de mujeres de Lavandera. Como que Teresa no volviera a hacerse de un hombre enviudando a los tres años de casar, o que la hija siga soltera a los veintitrés. La razón es la falta de tierra, por magra que sea, para atraer a una pareja, y que quizás vuelve remilgosos a los vecinos en el trato con ellas.

No hay modo de conocer cómo resolvieron juntarse Cándida y Sandalio. Tal vez fue el saltar de la mirada en uno o en ambos, o hasta un intempestivo encuentro entre la hierba, como parte de una pasión de la cual no tenemos la menor idea en estas tierras y estas épocas. Y este es otro de los pequeños y grandes actos con los cuales los Tomás Álvarez se suman a la revolución que empezará a dar frutos en los 1930s.

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Con el aluvión de forasteros pasando frente ellas, el par de mujeres resuelve hacerse de huéspedes rentando un espacio de la casa, como una buena manera de incrementar los ingresos y voltear hacia el pasado con un suspiro de alivio.

Y eso se debe en mucho y de vuelta, al modesto e insustituible revolucionario papel en el cual sigue invistiéndose Sandalio. Pues se instala en un hogar donde hace mucho falta el hombre, y contagia a su nueva familia, a quien no importa si de momento no hay boda, ni si cuando Belarmino nace el padre obvia su asistencia a la parroquia a presentarlo.

El campesino y la campesina tradicionales honran fielmente tales formalidades ordenadas por la santa Iglesia y, al decir de las sotanas, por Dios mismo. Los tres de la pobretona casa de huéspedes comienzan a saltarse las trancas y en su conducta va un código de reciente recreación: el respeto a las órdenes sólo para no ser hostigado.

Como sea, poco después Sandalio encuentra una oportunidad única: contratarse para la construcción del nuevo muelle de Gijón. Es curioso: no se decidió a hacerse minero, pero ahora está dispuesto a vestir el primitivo traje de buzo con el cual los peones asentarán los pilotes en el lomo del mar. ¿Por qué?

Como se ve, vamos misterios tras misterio. En la búsqueda de nuestro personaje y el entorno, la mayoría de las veces creemos asir algo y se nos escapa. Se trata de virtudes y ventajas del pueblo oculto, surgiendo desde las sombras exclusivamente si necesita, para mejor tomar de sorpresa a sus enemigos.

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Pueblo sombra, pues, tanto más cazador furtivo cuanto más se lo cree incapaz de algo distinto a tenderse en el prado pensando en la inmortalidad del cangrejo.

De la capacidad de hacerse fantasma Belarmino se apropia apenas nace, hasta convertirse en uno de los grandes expertos de su provincia en el tema. Miles de días hace el viaje entre su pueblo y Gijón, y miles también recorre el puerto al modo de esa forma de simple paisaje que las probas familias ven en las de pescadores, alarifes, asalariados de las fábricas.

Entonces una tarde en Lavandera Sandalio se hace de palabras con un peón de las vías del ferrocarril, ambos se lían a golpes y el progenitor de Belarmo lleva las de perder hasta que el otro va a dar a tierra repentinamente. Al caer queda a la vista el futuro “monstruo” con la más grande piedra que le permiten coger sus nueve o diez años de edad, con la cual tundió al insolente. Y es que el guaje tiene ya más que aprendido el arte de la transfiguración.

Esta es de las contadas estampas que se conservan del Belarmino niño y es muy significativa. Por eso quedó grabada en quienes la presenciaron y difundieron una y otra vez, hasta hacerla pasar de generación. Es significativa por varias razones: muestra el rápido crecimiento de los niños del nuevo pueblo que se creaba en la época; de su acostumbramiento a la acción y a la violencia, y del espacio que en nuestro personaje adquiría en la familia y en la sociedad.

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No había nada idílico en el surgimiento del proletariado asturiano, de España y del mundo entero. Los periódicos de Gijón en los tiempos transmiten una dura, con frecuencia desgarrada existencia de las clases populares, que podemos simbolizar en una nota aparecida en el diario el Noroeste. Se da noticia allí de la nueva aparición de un recién nacido en una improvisad cuna, bogando hacia la muerte sobre el río Piles.

Nada semejante se veía en el pasado, pero el diario no se asombra por ello y sólo saca partido del hecho como hace con muchos de los cotidianos eventos que sus lectores buscan cada mañana: cadáveres hallados en una oscura callejuela, grescas multitudinarias o de uno a uno, en las cuales salen a relucir cuchillos y objetos contundentes; obreros u obreras que fueron llevados de urgencia al hospital, para aquí y allá perder un dedo, un mano, un brazo, una pierna, un ojo, a manos de las máquinas y sus ritmos que no perdonan, y por la impericia de ellos mismos al aprender el oficio sobre la marcha, sin más capacitación que la que generosamente les dan los de mayor antigüedad en la fábrica o en las obras en construcción.

Esta dramática imagen se matiza mucho, sin embargo, con la intimidad de ese mundo popular recogida en el libro de recuerdos de Manuel Vigil Montoto, padre del socialismo provincial.

Vigil es un hombre de peculiar inteligencia e ingenio, y en él los años de la infancia en los barrios de los de abajo están atravesados por una sonriente picaresca.

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Ha nacido unos veinte años antes que Belarmino, cuando la madre era sirvienta y el padre carretonero, “linaje modesto, pero honroso”, Eso permitíó al niño acudir a la escuela, que no fue una sino tres, por las mudanzas obligadas al no tener techo propio la familia, o por la negligencia o los malos hábitos de los maestros.

En una de ellas, cuenta Vigil, el titular de la clase, que no se sabe cuánto de instructor y cuando de domador tenía, asistía a veces “algo más que alegre y se excedía en los tratos con los alumnos“. Manuel y unos cuantos decidieron entonces constituirse en algo tan sin precedente como las peripecias de Sandalio al salir de Lieres o el justiciero acto de Belarmo ante la ofensa al padre: crear una sociedad de resistencia al propasado borrachín.

En ésta, con la cual hacía los pininos de su carrera política, Vigil vivió el momento de gloria al vengar a uno de los suyos y triunfar por todo lo alto. En el primer momento el profesor saltó: “-¿Qué es esto, se vuelven en contra mía?”- y al querer cobrarse amenazando llamar al progenitor de nuestro crío amigo, éste le respondió: “-No moleste a mi padre, que está ganando un jornal para poderle pagar a usted las cuotas por la enseñanza deficiente y el mal trato que nos da.”

Atemorizado por estas palabras y los gestos de la cofradía preparada a hacerle pesada la existencia, el hombre retrocedió para no volver nunca a sus excesos.

Aunque de vuelta la anécdota parece intrascendente, es ilustrativa del carácter que

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se estaba formando entre la clase en emergencia, quien de ese modo empezaba a ponerle la cara a la España negra, desarrollada a lo largo de cuatro siglos de expulsiones y conversiones forzadas, inquisitoriales juicios, chisteras, tricornios y sotanas comprometidas con el absoluto, regio poder.

Vigil lo miraba todo con el humor que le venía por naturaleza y gracias también al cierto holgado hogar que le permitió recibir instrucción, por malencarada que ésta fuera.

Belarmino Tomás experimentaba las cosas de otra manera. Resultaban insuficientes los dineros de la casa de huéspedes y de los trabajos sueltos de la abuela, la madre y el padre desde Lavandera, de modo que hubieron de darse al peregrinaje en los alrededores del puerto.

Luisa, la hija menor, recordaba aquél saltar de un lado a otro. Primero fue El Llano, para regresar unos meses a la aldea, y luego Ceares. En el camino moría de meses Elena, la cuarta de los hermanos. Mientras Cándida amanecía a las cuatro de la mañana para descalza hacer esto y aquello fuera de casa, de vuelta en Lavandera, con Sandalio el “monstruo” entró en una mina de yeso, donde el trabajo de los niños era socorrido porque había lugares en que no cabía un adulto.

Sucedía esto poco después del famoso evento de la piedra, cuando el en 1937 presidente del gobierno soberano de Asturias y León avanzaba rectamente hacia su destino: convertirse muy pronto en la guía y autoridad moral de la familia. Para

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entonces no iba más a la escuela nocturna donde pasó los tres años en que pudo permitirse el privilegio.

Porque el padre se había hecho ya peón-buzo en las obras del Mosel y hubo que trasladarse una vez más a las afueras de Gijón, donde Belarmino se ocupaba de albañil.

Si nuestro libro fuese el que debiera, habría que detenerse un largo momento a entrever estos años. Que nos basten unos trazos.

Belarmino se levanta reglamentariamente antes del amanecer en una habitación con frecuencia compartida con las hermanas, que, ya vemos, unas veces es así y otras asá, porque la casa no se queda quieta de lugar. Para entonces ellas llevan rato ayudando en esto y aquello a Cándida y a Teresa, pues bien sabido es que en cualquier épocas y país sobre el sexo débil cae la mayor y más silenciosa carga.

Se lava el niño que ha dejado de serlo desde muy pronto. Lo hace con lo que tiene a mano y, de acuerdo al obsesivo esmero en la apariencia personal que lo caracterizará de adulto, sin duda frotando repetidamente de modo de estar, o parecerlo siquiera, tan limpio como el que más. Y es que para él y para el grueso de su estirpe en el mundo entero, por ahí empieza la revalorización ante sí mismos y ante los demás, sin la cuales resulta inconcebible la clase en surgimiento. Ésta no es ni más ni menos pueblo que sus predecesoras o las que siguen creciendo en los campos de la Europa feliz, según suele llamarse a la que inicia al occidente del río

Rhin.8 Pero su absoluta desposesión y sobre todo, es necesario machacar en ello, los resquicios que le abre la modernidad, le permiten reconocerse igual o superior a la de quienes en un santiamén se han convertido en directores de la sociedad, precisamente por tomarse el derecho a hacer a un lado a los anteriores señores.

Qué pobremente se cuenta la historia del pueblo, cuando no es el propio pueblo quien lo hace. Lo digo porque en este punto decido traer a cuento un inmejorable documento que en principio pensé debía ir después. Se trata de las memorias de un obrero cenetista catalán: Ricardo Saínz.

Tenía más o menos la edad que Belarmino tendrá al entrar a la mina, entre los doce y los trece años. Cuenta que iba con su padre, campesino, al molino de su pueblo a convertir en masa el trigo cosechado. Y vez con vez aquél tenía que llevárselo casi a empujones, pues el jovenzuelo se quedaba arrebolado contemplando la primivitibísima máquina del lugar: sólo una gran caja de acero con rodillos y dientes.

Pero él quedo prendado desde el primer día.

Un domingo el patrón del molino le dijo que si tanto le gustaba la cosa aquella, la trabajara. No fue fácil convencer al padre, quien terminó cediendo por dar gusto al hijo y por no desaprovechar el pequeño jornal que en casa caía como oro molido.

8 El campesinado del gran mundo, el para entonces convertido en colonias, es cosa distinta y explotado en grados extremos aun si se lo compara en con los extenuados hombres y mujeres rurales de la propia España, conserva en diverso grado una conciencia o hasta una forma de tenencia de la tierra comunitarias, que lo hace revolverse sistemáticamente contra sus amos. Como en el México donde desde la conquista de Hernán Cortés en 1521, apenas pasa año sin furiosas revueltas.

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La felicidad de Saíz aprendiendo a manipular la aparatosa trituradora, apenas cabía en sí.

Este tipo de cosas suelen pasar de noche a los historiadores, a quienes, por cierto, los militantes obreros gustan dar la vuelta, pues como me dijeron José Mata, Arísitides, el hijo de Manuel Llaneza; Aquilino Moral y varios otros, ven en ellos a aprovechados que, en términos mexicanos, viven de sacarles la sopa.

Con sus recuerdos Sainz nos ayuda, y seguirá haciéndolo, a otear el interior del “monstruo”, al que tratamos de seguir por las calles de Gijón un día entre muchos, después de despertar.

El desayuno debiera ser aprisa y corriendo, considerando la temprana hora. Pero no lo es, por una sencilla razón que hay que tomar en cuenta para el resto de la vida de Belarmino y de sus próximos: la paliza preparada para ellos en el trabajo, exige un cuerpo y una cabeza bien asentados a la tierra.9 Sale de casa el muchacho cuyo pecho y brazos son ya los de un hombre hecho y derecho, cuidando los zapatos del lodazal sobre su calle de pobres, apenas trazada, y con su padre tira rumbo al muelle que será viejo en cuanto Sandalio y otros cientos dejen la mitad de los pulmones en afirmar la base.

9 De esto dio cuenta la tía Luisa, y de no hacerlo lo habría supuesto yo, por los años de conocer la intimidad de las familias obreras mexicanas. –a menos, claro, que ganen las ganas, a la manera en que acostumbraba también entre los mineros, y la noche anterior sea muy poco sobria y el rebujurado alcohol en la panza impida meterle otra cosa que un antídoto, también alcoholizado.

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Callados van, como cumple a hombres, de acuerdo a ancestrales mandatos que no se sabe bien a bien quien decidió machacar en la sociedad, y casi sin palabras se despiden, orgullosos uno del otro, y más el de más edad, que se da tiempo para girar la cabeza y ver alejarse a la sangre de su sangre rumbo al cumplimiento de su cabalidad.

No podemos reconstruir el recorrido de Belarmino, ya que no sabemos a dónde va.

Pero al menos yo puedo escuchar sus pasos cuando el día clarea, escuchar el viento que da contra su rostro y le mueve el cabello, el olor a mar del norte, a salado muy fuerte, a su alrededor; el gris interminable del agua ondulándose en los ojos donde andan también el mercante que se acerca con sus guiños de luz, el que atraca, los que cargan y descargan-¿cuál de ellos es el Monserrat, el Reyna María, el Mindanao, el Isla Paway…, de ser esos los de tal día?-, todos en curso entre Las Antillas y la península?

Casi cuanto topa en el trayecto tiene gusto a mañana, pues está apenas erigiéndose o se improvisa. Y eso no es, de nuevo, cualquier cosa y cala muy dentro del muchacho, advirtiéndole que el mundo está rehaciéndose sin parar.10 Y aunque nadie lo convoque a meter la mano en el asunto, o de hecho le advierta que se aparte, el mensaje es claro: si las puertas de la transformación quedan abierta, también lo están para él.

10 El siglo XIX europeo, que a España llega retrasado, asombra por la voracidad de los cambios y los descubrimientos. De ser este un libro en regla, con sus trescientas páginas cuando menos, en este punto iría una tabla cronológica con los avances científicos y tecnológicos, la producción de corrientes y obras artísticas; de repentinas puestas en práctica de cada vez un trozo más grande del mundo, etcétera, absolutamente asombroso al contemplarlo en conjunto. Sin exageraciones literarias, se diría que el tiempo se devora a sí mismo.

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Ningún otro rasgo, creo, define con tal precisión a mi abuelo, como ése: el hacerse a sí mismo, hoy, durante la creación del Sindicato Minero de Obreros Asturianos (SOMA), la Revolución de 1934, la Guerra Civil y el exilio. En su caso, a diferencia de quienes perciben algo semejante y, con recursos o sed de riquezas, se preparan a hacer el futuro a solas o con un círculo familiar, Belarmino, por encima aún de su posible deseo, no encontrará más alternativa que ir en compañía de muchos, y cuánto mayor sea el número, mejor.

Eso desborda el pequeño ámbito geográfico que conoce y del que tal vez trata de imaginar en el tráfico de los barcos, de los hombres y las mercancías portados por ellos. Y de vuelta topamos con temas centrales: la sociedad mundial en surgimiento hace un siglo,11 y la imaginación.

Aproximadamente entre los años 1901-1903 en el cual anda ahora nuestra historia, Manuel Vigil está sentando las bases del socialismo asturiano. El hombre es consciente, claro, de seguir las huellas de cientos de miles de hombres y mujeres de Europa y otras partes,12 que produjeron o contribuyeron a sucesos tan culminantes como las revoluciones de 1848 y la Comuna de 1871 en París.

11 A fuer de ser justos y precisos, el proceso de globalización que cobra una enorme velocidad en el siglo XIX, ha iniciado en el XVI, con la puesta en contacto, por primera vez en la historia y más allá de lo episódico –viajes previos a América, lo mismo desde los mares del norte europeos que desde los archipiélagos del sudeste asiático- de la mayoría de las sociedades de la tierra, así sea inconscientemente, pues es la Europa occidental quien hegemoniza el proceso.

12 En México y Estados Unidos, por ejemplo, el socialismo utópico, las muy corrientes anarquistas, el marxismo y la organización obrera han nacido unas cuatro décadas atrás.

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La primera hermana del abuelo, Paz, sirve en la finca de un médico de Ceares, El ama es remilgosa y malhumorienta, y un día tacha de “guarra” a la cría. De tarde ésta se acerca al provisional hogar de la familia, entre llantos se sincera con la madre y da marcha atrás, a la finca.

La mañana siguiente Belarmino, de doce años, es enterado del asunto y no duda: se presenta en casa del médico, dice cuatro verdades a la señora y de la mano saca para siempre de allí a la hermana.

Aunque el gesto es noble y justiciero, tiene un no pequeño coste: la familia se queda sin un ingreso modesto pero insustituible. ¿Se lo reclaman Sandalio o Cándida?

No, y el hecho tiene una honda significación. En silencio, respetando la autoridad de la pareja, el único hijo varón toma cada vez más las riendas de la familia.

De modo que debe darse crédito a quienes afirman que del muchacho sale la idea de marcharse a la cuenca del Nalón, en el nuevo acto revolucionario con el cual los Tomás Álvarez imitan a miles de los que crecientemente, y en el más estricto sentido del término, son sus semejantes.

El Nalón De la cuenca minera de la que me dispongo a hablar conozco relativamente poco.

Y digo sólo relativamente, pues mis doce meses por allí13 si bien no fueron dentro

13 Un par de años antes de la estancia de 1976-77, en que busqué el abuelo y me encontré con él y con las terribles, conmovedoras historias de 1939 en adelante, hice por allí un viaje de un par de meses, que mascararían mi mirada posterior.

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de la mina y no incluyeron cuando menos la visitita a un socavón, tienen poco que ver con las de un turista Nieto e hijo de quien era y viniendo de la militancia obrera en México, entré por una puerta privilegiada y vi muchas más cosas que las previstas en un extraño a secas.

Pero ciertamente sería un pecado que nuestro relato pareciera andar con familiaridad, de un lado a otro por la veintena de kilómetros en torno a los bajos del río Nalón, hacía el cual se abre el sarpullido de minas de carbón.

No encuentro además la literatura que presuma haber transmitido el ambiente y la existencia de los hombres y mujeres que, a comienzo del siglo XX, pueblan a pasmoso ritmo una comarca hasta hace poco hundida en sí misma, égloga aldea una en pos de otra, mirando hacía el sinuoso curso de la transparentísima corriente, por donde los salmones hacen su afanoso recorrido para desovar.

Me muevo por esos lares, pues, sólo con mi experiencia, las notas que mi madre dejó en un cuaderno de nostalgias, lo que de vez en vez me permiten los relatos de la época y, sobre todo quizás, aquello que está entre líneas en las dichos y los rostros de las tres docenas de hombres y mujeres a quienes entrevisté.

Son éstas las responsables de la morriña con que en 1974 y 1976 me acerco a la pequeña región Aunque no hay en ella sólo dolor. Hay también, y mucho, asombro, admiración y romántica dulzura, a la manera de las películas de Michelangelo An-

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tonioni, Éttore Scola y los numerosos más que recrearon comarcas industriales de los tiempos con los cuales tratamos.

Para fortuna de nuestra historia, la primera estación de mis viajes coincide con la primera de Belarmino y su familia: La Felguera. Ninguna población como ella, en los veinte kilómetros de marras, convoca con tal intensidad el título de valle negro que dio a unos de sus libros Anfolso Camín, escritor y periodista asturiano.

Es así porque al río que arriba se pone a cargar densos restos de hulla, se agrega el tizne arrojado por una enorme metalúrgica que no para las veinticuatro horas. Bajo la insobornable niebla, el rocío y el orballu,14 la animada vegetación de los montes que el Nalón corta en dos; la tierra de los lomos, la pátina de muros y techos, y hasta en un descuido los rostros y las ropas de la gente, recorren por completo los tonos del gris, y en particular los acerados.

Ya se sabe que la generación literaria de la Europa de 1848, dio un giro de ciento ochenta grados al sentido bucólico, para encontrarlo no en el remanso de los paisajes verdes y ondulados, sino en el dramatismo, a buenos trechos trágico, de la roca dura, los abruptos cortes de la tierra, los árboles que simulan quebrarse bajo la pena.

De modo que no debe extrañar el encanto en el cual caerían multitud de simples observadores de mi tipo, al encontrarse con el espectáculo aquél, que se diría sondea los adentros amorosos de los seres y las cosas y por ello se vuelve arrebatador.

14 Así llaman los asturianos a ese caer de pequeñisimas gotas de las nubes, que otros conocemos como chichichipi.

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Pero en 1903, cuando los Tomás Álvarez se asientan en la hondonada, el romanticismo no debe ser fácil, por muy moderno que se sea, y Belarmino y sus semejantes lo son. Hace muy poco no había medio millar de personas en el caserío, y las viviendas que crecen con el aluvión de recién llegados, se improvisan, no tienen servicios, apretujan a cada familia en un estrecho espacio.

Hay que ingeniárselas para lavar cualquier cosa, empezando por uno o una misma, y pareciera imposible quitar el día con sus resabios –máculas, olores…-No es de arrebol tampoco la estampa de las mujeres acarreando el carbón de deshecho para el hogar, ni la prepotencia de la fábrica monstruo, de muros carcelarios A la España, a la Europa toda de la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, claro, resulta imposible imaginar el violento proceso de transformación del campesinado y del ámbito rural, reflejado en La Felguera. No así, en cambio, para un Mexicano que nació en 1947, aunque sea de clases medias, con tal de poner cierta atención.15 Caos, desorientación, sacrificio, falta de todo, mundo en vilo es lo que hay para quienes son empujados a las zonas industriales. El techo es prestado, primero, y luego tan magro y vacío, que obliga a la familia a apretujarse hasta el extremo, carecer y expandir la casa y el mobiliario por plazos más o menos largo. Se duerme, se cocina, se asea de las pobres maneras que sean, aguardando por el trazado y el asfalto de las calles, sin médico confiable a quien recurrir, ni recreos. La vida es 15 San Ecatepec de los Obreros, libro de memorias que publicó La Brigada Para Leer en Libertad atestiguo el fenómeno.

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ahorro y más ahorro, futuro que debe asegurarse no importa el precio pagado en presente. Y trabajo y más trabajo, cuerpos sufriendo cuanto haya que sufrir, incluida la pérdida de miembros.

Imagino al abuelo llegando con sus once maduros años acostumbrados a mirar a lo despejado, el Cantábrico a mano desde el primer día, para encontrarse con la hoya esa y el enredo que anuncia apretarse en la abertura de los montes a un lado y otro, rebotando.

Con todo, podría jurar que el espectáculo lo atrapó de inmediato. Por una sencilla razón: el universo de la industria y de los trabajadores asalariados, no se perdían a breves o grandes ratos entre la vida de la ciudad y los muelles, como en Gijón, donde quedaban entreverados con las viviendas, los comercios, las diversiones, el sello dominante de las clases prósperas y medias.

A lo que se asomaba Belarmo no era sino “fábrica” pura, santamente protegida por la cordillera de veredas y nichos a miles. Es decir, un espacio de cobijo y un reto convocando a su conquista. Y he aquí una gran clave de cuanto está por venir en estas páginas.

La cuenca, como su hermana de Mieres, un poco más allá, se ocultan, dan la impresión de no estar, justo a la manera que más gusta a los empresarios y a los políticos de la nueva sociedad: cuanto se devora en los paseos, los bulevares, las residencias urbanas, viene de una especie de nada,

He dicho que seguimos la historia del abuelo a ojos cerrados. En cierta medida miento, reconozco ahora, pues nos guía la memoria de su gente, muerta ya.16 Y abro de nuevo un paréntesis para recordar que con Belarmino perseguimos asimismo a su generación, comenzando por familiares, compañeros y amigos. Saludémosla un momento en el recuerdo, echando a volar silenciosamente la imaginación. Tercos, Teresa, Cándida, Paz, Luisa, Vigil, Aquilino y los cuatro o cinco mil que habitan la Felguera, andan en derredor a lo espectro, sin que podamos tocarlos al menos de la pobre manera con que lo hacemos con “el monstruo”, y de ese modo se vuelven más sugerentes, abismándonos en el tiempo y en el espacio, para solicitarlos, pidiéndoles perdón por la conspiración del olvido.

Vamos tras ellos, uno a uno y una a una, casi por regla anónimos, desdibujado el rostro, perdiéndosenos detrás de las puertas, las esquinas, el primer giro del camino o la vereda, el bosque que engruesa conforme sube la pendiente, hasta a punto de enloquecernos y parar, taparnos la cara con las manos, llorar por ellos y la interminable colección de más atrás, que somos nosotros mismos cien años después de idos, humo diciéndole a Teresa Panza: cuánta razón tenías: eslabón de la cadena somos, y descumplimos la tarea principal, la de hacer conciencia de transmitirnos.

Mentí en parte, pues, al declarar que íbamos a ciegas preguntando por Belarmo. Y peor sería de aquí en adelante, porque quien nos va diciendo dónde y qué buscar, 16 Recordemos siempre: con Belarmino perseguimos también a sus iguales, comenzando por sus familiares, compañeros y amigos. Este es un buen momento.

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es él en la veintena de cuartillas mecanografiadas de su autobiografía, de la cual a estas alturas no podemos estar seguros cuanto quedó deliberadamente inconclusa, de modo de obligarnos a volver a estos lugares, si en verdad tenemos valor para rescatar la extraordinaria historia que con la Guerra Civil de 1936 una buena porción del mundo reivindicará, al apurarse a defender a la República.

La mina, el Sindicato, la huelga general El abuelo va a desarrollar hasta sus extremos lo aprendido durante los años entre Lavandera y Gijón: el manejo de los secretos de la geografía asturiana.

Acostumbrado al transito permanente entre la gran ciudad y las villas y caseríos, tiene un singular olfato para seguir la vereda correcta y ubicarse por los accidentes del terreno. De este manera la habilidad del nuevo pueblo para aparecer y desaparecer a capricho, en él hace su cómplice a los vaivenes del suelo y a la vegetación, cuya lógica profunda nuestro personaje tal vez percibe. Se apropia, pues, de un gran secreto más, que desarrolla la intuición de cuándo entrar y no escena, aún frente a sus iguales, como al tundir al fulano con quien su padre peleaba en el justo año de 1900, cinco antes del que ahora estamos.

Sumémoslo el espíritu resuelto que adquiere en un ambiente hostil y una familia de casi sólo mujeres, a las cuales acostumbra negárseles la oportunidad de mostrar cuán contundentes pueden ser también en esta materia,17 y tenemos al personaje perfecto para encarar el futuro con éxito.

17 Este es otro rasgo del pueblo de los nuevos tiempos: una mayor oportunidad al género femenino para demostrar su reciedumbre física. Se les sigue escatimando, pero 43

La cereza que corona el pastel es la edad. En la cuenca dominan, de largo, los adultos, que deben hacer un lugar a Belarmino, pues las minas, las fábricas, la euforia del ramo de la construcción, reclaman cuanto brazo esté disponible.

En la albañilería y la mina de yeso, desde muy pequeño ha compartido con los mayores el trabajo, los riesgos y el breve remanso entre ellos, que representan un caudal enorme de experiencia intercambiada: desarraigos, nuevos acentos y giros del lenguaje –castellanos, gallegos, asturianos-; sorpresas a granel, particularidades de oficios de los cuales el conjunto ha probado la variedad; los sistemáticos roces con los capateces, los empresarios, la Guardia Civil...

Sabe escuchar, el mozo y, para variar, sabe mantenerse en espera, descubriendo por dicha vía que al grueso de quienes lo rodean le cuesta entender lo aprendido con cierta tardanza.

Careciendo de contactos con el los cinco o seis miles18 que para este momento en la provincia se han convertido en socialistas o anarquistas, el abuelo no ve delante de sí a nadie y sin duda elabora a solas en la cabeza, no importa los vagos términos en que de seguro lo hace.

la violencia contenida en la sociedad mercantilista con frecuencia desborda a los varones y reclama de su participación. En la época en la cual vamos, el suceso es todavía menor en Asturias, pero pronto exhibirá sus potencialidades.

18 Eso se extrae de los datos de Vigil y de su Aurora Social; de las estadísticas publicadas en 1903 por la Unión General de Trabajadores, y de la prensa de la Confederación Nacional de Trabajadores, anarcosindicalista.

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Por lo tanto, está preparado a entregarse de lleno a un buen discurso, en el cual se recojan sus inquietudes, y eso confirma su intolerancia: no hará caso de nada de nadie, a menos que se gane el respeto.

Visto así, el Soberano de Asturias hasta aquí es un ser solitario, cuyas padres y hermanas miran como una tormenta que se fragua. ¿Exagero?

Mientras Paz y Luisa van a dar a las tareas de la escombreras de la Duro Felguera, para seleccionar el carbón de buena cepa que mantenga el fuego de los hornos, y Sandalio se contrata en la Tornillera del Nalón, él descarga voluminosos bultos de cemento y arena llegados en los vagones del ferrocarril; escarba con el pico, palea, pone ladrillos… y no para de pensar ¿y de soñar? ¿En qué puede soñar? Tengo la impresión de que no tiene idea, fuera de la lista de responsabilidades que ha hecho suya: los Tomás Álvarez han de abandona la casucha donde habitan y no cambiarla por una similar cien metros o diez kilómetros adelante o atrás; no más trabajo envilecedor para las hermanas, ni más extenuante batallar de Cándida, consumiéndose a ojos vista aunque halla de sobra fuerza en el nervudo cuerpo -rematado siempre que puede por el cigarro que ella misma lía-; y no más padre soportando gritos y desplantes de los rufianes sin otra gracia que hincarse ante los empresarios para éstos descansar en ellos muy a la forma de los generales en los sargentos y cabos.

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Esta hasta aquí mera palabrería, pasa de inmediato a corroborarse en los hechos.

Sandalio ha conseguido para el hijo un puesto a su lado en la Tornillera en la cual se esfuerza en hacerse herrero y en meses se rinde. Hay quien interpretando mal a sus informantes, cree ver en el abandono del trabajo de la pareja, una paternal preocupación por la salud del muchacho, expuesto al terrible sofoco de la forja, a doscientos o más grados centígrados.

La idea sólo puede caber en quienes, casi un siglo luego y en los países prósperos, no encuentran en torno suyo trabajos de esta naturaleza, desaparecidos o muy poco usuales en sus industrias. Soportar los calores de un horno rudimentario y antes de la mayoría de edad, resulta para ellos un infierno insoportable. Y si bien ciertamente es infernal la tarea, a eso y más se acostumbran obreros de primera generación, como bien se sabe todavía en los años dos mil en las naciones pobres y ex coloniales.19.

Todo indica que el abandono de la Tornillera por parte de los Tomás representa un momento dramático: mi bisabuelo vuelve a constatar que el manejo de las herra19 Un libro mío apuntó, San Ecatepec de los obreros, (Gobierno del Municipio de Ecatepec, México, 2009), recuerda cuán común era todavía en México el trabajo en estas condiciones en los años 1980; Al paso, documental en video de cuyo contenido quedé a cargo, da cuenta de tareas aún peores en este substrato de vital importancia de la industria, y una buena serie de materiales que recopilé en la memoria de la Subsecretaría del Trabajo del Gobierno de la Ciudad de México, en 1990 certifica la extensión de un trabajo infantil que desde entonces iría en aumento en un centenar de países, cuando menos. Mirar en ellos es asomarse a la industrialización en Asturias y en España en el periodo que nos ocupa.

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mientas y las máquinas lo rebasan, y, apuesto, Belarmo experimenta pena, coraje, y por enésima ocasión, recibe un acicate.

Sobran las formas de ocuparse, y Sandalio va a dar a La Teyerona, llamada con elegancia, y no poca mentira o sorna, “fabrica” de ladrillos refractarios. Se trata de un empleo casi tan despreciado como el de peón de la construcción. De vuelta “el monstruo” lo acompaña, ya próximo a decir “Se acabo”.

Uno de los negreros en turno pasa todas las rayas soportables y una tarde Belarmino, que escucha la repetida retahíla que no baja de idiotas a cuantos se tallan el lomo en el patio, responde al sentido común y lanza un ladrillo sobre el verdadero imbécil. Por desgracia no da el blanco, sin embargo logra el segundo y más importante cometido: que lo echen y quede al fin libre para dirigirse adónde tiene previsto seguramente desde llegar al valle negro: la mina. ¿Sigue las marcas que lo conducen a su destino? No hay tal, ni para él ni para la clase obrera ni para Asturias ni para nada más. La historia personal y social se construye día a día y depende de la interacción de múltiples factores, comenzando por las decisiones de los protagonistas. De no liberase hace muy poco Cuba, la última colonia española; de no producirse la revolución de 1905 en Rusia, la huelga general revolucionaria de 1917, la dictadura de Primo de Rivera en 1923…

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Para nuestro hombre el relativo azar viene en la oportunidad de contratarse en el Quinto piso de Carbones Asturianos, y en la expulsión de Manuel Llaneza de la Fabrica de Mieres, casi también simultánea.

Muy cerca de la actual casucha ocupada por los Fernández Álvarez y justo cuando Palacio Valdés publicaba su célebre novela, en la mismísima Aldea perdida nacía Llaneza, quien hoy tiene veintiseis años. El hombre no creció allí, sin embargo, sino en un pueblo de Palencia, y en ello hay asimismo siquiera algo de casualidad.

Y es que el lugar gira en torno a un coto minero, cuya miseria y atraso sorprenderían después a otro ilustre socialista asturiano, como parte de la cuenca de Barruelo, en breve de “honrosa historia sindical y política”.

Casi al mismo tiempo que Belarmino llega a La Felguera, Llaneza vuelve a Asturias, si bien no al partido de Langreo, de donde salió y que está profundamente involucrado en el emporio del carbón. Va a Mieres, la segunda zona minera de la región, a una treintena de kilómetros, por más que se contrata no en las tareas de hulla, sino en la Fábrica con el justo apellido Mieres, bajo cuyo dominio está la población.

Danzando de una posada a otra con un grupo de obreros en soltería, topa con quienes, relacionados con el fundador Vigil, hacen propaganda de las nuevas ideas.

En particular, con un singularísimo personaje: Juan González, Juanín, discípulo del

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padre del PSOE, que era “corresponsal de prensa y vendedor de libros y folletos” y en esa calidad andaba de pueblo en pueblo.

El desarrollo del partido en la provincia se ha dado a través de estos mecanismos artesanales, digamos, y de seres del tipo de Juanín. El que más llama la atención es El ciego, que nos conduce directamente a Pablo Iglesias y matiza nuestra afirmación de que todo empieza con aquel Miguel Vigil de la sociedad de resistencia en la escuela de párvulos de Gijón. Pues éste crea la primera agrupación socialista y su Aurora social, luego del mitin de don Pablo en el puerto.

El ciego, Eduardo Varela, representante de empresas editoriales de Vizcaya, que a fines de los mil ochocientos estaba cada vez peor de la vista, recorrió las cuencas mineras con sus libros y sus charlas. Al pasear por allí, se habían formado ya pequeñas agrupaciones en Sama de Langreo y Mieres, en las cuales se apoyaba.

Todo sucedía lenta, penosamente, con acento en el segundo de aquellos consejos, donde en 1905 y con imprescindible apoyo en una base campesina, estaba en pie una Agrupación, un grupo de las Juventudes, cooperativas y un Centro Obrero socialistas, sin faltar su orfeo. Tal actividad convertía a la cuenca del río Caudal en el mayor consumidor de prensa del PSOE en el país y en breve redituaría en el triunfo de candidatos a la concejalía.

Llaneza hace labor en el lugar, hasta su despido y persecución como responsable de la huelga de 1906, que bajo su mando estalla en la empresa para la cual trabaja,

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propiedad del sector más conservador del empresariado provincial. Huir del lugar se debe tanto a la persecución ordenada por la patronal, como al disgusto de los compañeros, que sienten los envió a un callejón sin salida. ¿Algo de Vigil, de Varela, del Ciego, ronda en el aire por donde el abuelo cruza?

Sí, de creer a la relación de hechos de la veintena de multicitadas cuartillas que mecanografió, guiño al futuro para evitar la demasía de nuestros palos de ciego.

Apunta allí que se inscribe en la Agrupación Socialista de Sama, a los catorce años.

Hemos de creerle, claro, y no cuesta trabajo pensando en el más o pequeño numero de habitantes del par de poblaciones contiguas, y en el ajetreo entre ambas, en un ambiente cercano al caos de cualquier frontera a lo desconocido.

Pareciera imposible no toparse con los centros de activismo de los cuales aquí y allá por fuerza se escucha hablar. Y Belarmino busca, de eso no hay duda. Está atento a la menor señal de promesa de futuro.

Su entrada a Carbones Asturianos, “en el valle de Samuño entre las localidades de Ciaño y La Nueva”, significa un cotidiano camino de kilómetros, de ida y vuelta a Sama. Tortura vil, se pensaría, y de vuelta no atinamos del todo, ya que en ese momento profundiza el aprendizaje al cual nos hemos referido.

Se trata de un trayecto en sus dos direcciones cursado en sombras, pues ha de entrar a la mina al amanecer y salir una vez que el sol se marcha. A pesar de la ayuda

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del río que le sirve de referencia, los sentidos todos del abuelo saben descubrir los pormenores de lo que para nosotros sería un laberinto.

Aún así, el “paseo” representa un buen tute y, en cuanto puede cambia Carbones por el Fondón, una explotación cercana al hogar. La piel sigue curtiéndosele, por el rudo trabajo que al parecer comienza a pasar de la boca de la mina a los pozos[23], y forma parte del extraordinario espectáculo de hombres que hacen justo alarde de rudeza, de espíritu tabernero, gusto por la pendencia, vulgaridad en el habla que revolucionan con términos y giros.

No participa mayor cosa de estos buenos excesos sobre los cuales se cimienta un instintivo y con el tiempo rentable temor del empresariado y el orden público, pero se mueve con comodidad entre ellos, tan presto como el que más a relucir el mal carácter y los puños. No lo hace por el reto impuesto a sí mismo y por la fortuna que le sonríe al llegar al Fondón y lo conduce directamente a las tertulias que Llaneza se apresura a organizar durante el descanso para comer.

Son reuniones informales de una docena de hombres para leer y comentar la Aurora Social, distribuida por la red que creó el Ciego. Para la sorpresa y halago de aquéllos, puntualmente se les el Guaje, que sabe ya no estará solo. En las tertulias, como en la Agrupación y enseguida de otros lados, encuentra hermanos y, en el caso de Llaneza un padre, de quienes por lo obvio nunca no se apartará y cuyos retos lo complacen de extraordinaria manera.

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El padre ideológico le dura poco, de momento, pues a los meses se marcha fuera de la provincia primero y, luego, de España, a continuar un entrenamiento gracias al cual concretará el vago proyecto que le ronda la cabeza. Él no para y a los dieciséis años acude a la asamblea fundacional del Despertar del Minero, sindicato concebido por los anarcosindicalistas de la región, para entonces buenos amigos suyos, que lo atraen por sus métodos de acción directa. No debió permanecer callado en el acto, y al votarse la directiva, queda con el cargo de tesorero.

El salto es gigantesco. Ahora tiene frente a sí retos muy difíciles de definir conforme a sus detalles y su hilazón, y sin embargo, claros, muy claros. Un mundo se le abre, despejando el panorama sobre el que tiene enfrente. A los dieciséis años. ¿Cómo detenerle el vuelo a partir de ese momento, si todo está por hacer, gracias a Dios? En casa, además, se ha convertido en el principal contribuyente al ingreso.

Las hermanas lo ven andar continuamente un paso delante de la realidad apreciable a simple vista.

A Belarmino no lo llama la historia para hacer un papel central en el final de la Revolución de 1934, ni a dirigir luego el gobierno de la provincia. Quién duda, a cambio, vistos desde nosotros lo vemos, que en la cuenca de Nalón nada entre el pueblo sucederá sin su participación, mayor o menor.

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Nuevamente puedo sentir su presencia, sus pasos, firmes, muy firmes y apresurados, e imaginarle el rostro dibujado a lo simple, cara al viento, orgulloso hasta la soberbia, aseguraría. Su voz, determinante, claro, debe ser desde ahora gruesa, y en sus ojos de marrón vulgar no hay modo, y quizás no lo hubo nunca, de mirar detrás, puesto como está por entero en cuanto hace. ¿Intolerante?, por supuesto.

Y no quiero, lo juro, presentarlo al lector, ni a mí, en plan de hombre fuera de serie.

Me importa encontrarlo de algún modo, tocarlo. Lo haría si fuera otro, cualquiera de los que pasan a su lado el día, un domingo pongamos, en el cual lo imagino, sobre una de las contadas calles bien marcadas en el pueblo, todo a medio levantar en derredor, carros jalados por un animal, perros en celebración, en amenaza, en reclamo, el traqueteo del tren al fondo, los montes a lo cerco por los dos costados, el tizne en el viento, el río en perfecto negro, voces que se acercan y se alejan portadas por hombres, mujeres, niños todavía más intangibles que él y sin embargo, como él, a la mano, a la mano.

Quisiera sentarme en una acera o más probablemente sobre un guijarro, a contemplar el momento y quedar a vivir allí para siempre, con el abuelo atravesando y los demás, que se saludan, no se hacen caso, hablan de un tercero por lo bajo, beben, despotrican, arrean, cargan, sudan, lavan la camisa y el vestido, los orean, chillan, vienen enfermando apenas nacieron, y van a morir no al modo de ese único

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que salta el tiempo, sin siquiera las veinte cuartillas, tarde o temprano inexistentes, con los aromas del cabello hoy recién lavado.

Alto, cometo dos graves errores. El primero es pensar que a esta gente, o a la que sea, le importa el recuerdo del porvenir, si ni siquiera puede vislumbrarlo y con el presente les sobra. El segundo es justo el que presumo evitar, pues sacralizo al abuelo y lo elevo por encima de los otros, cuando lo que acabamos de presenciar en la asamblea del Despertar del Minero significa un enorme paso sí, mas no sólo ni preferentemente del “monstruo”.

Un centenar de hombres se ha reunido; una porción en general distinta lo viene haciendo en la Agrupación Socialista del propio Langreo, y una cierta buena cantidad los imita en Mieres y Turón, sobre el Caudal, y muy posiblemente en tales y cuales puntos de Nalón arriba.

Representan un reducido todo, y no Belamino a solas, cuya gran aspiración es crecer con cuantos pueda, y por lo tanto, construyendo el destino y construyéndose como entidad.

Pensemos un minuto en el trascendental y conmovedor suceso: quienes rompieron con el pasado y andan más sueltos que nadie por la tierra, se juntan en mosaico y ganan un lugar en la sociedad. Un lugar ahora apenas perceptible y no mañana, cuando de entrada alcancen la categoría de sus predecesores, reconocidos aldeanos con quienes se establecían reglas claras, no importa si de terrible inequidad. Y más

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tarde respetados por el resto de la sociedad, que intentará inútilmente minimizarlos, obligada a sentarlos a su mesa para negociar, conforme comprueban a través de las exultantes noticias repartidas por los émulos de Juanín, llegadas de multitud de puntos de España y del planeta.

No se trata entonces de un abuelo mío, sino de muchos abuelos, bisabuelos y demás, por quien sentir admiración. Si a Belarmino no hay modo de contenerlo, tampoco al resto del centenar que se han declarado sindicato o agrupación o sección anarquista o anarcosindicalista, y que buscan con desesperación la forma de hacerse presentes y avanzar. ¿En cuántos hogares ha de reproducirse el fenómeno observado en nuestro personaje?

Cada vez dispongo de menos tiempo para acercarme a los acontecimientos y seguir al abuelo con cierto detalle, a pesar de que nos encontramos en el periodo que explica el apasionante proceso en el cual se sella la comunión de su desarrollo como persona y como ser público, representando a un entorno día a día más entrañable, suyo.

Dos años después de marcharse, Llaneza regresa de Francia, donde entró en contacto con formas de organización desconocidas para él. Viene con el propósito de crear una de aspiraciones mucho más vastas que el Despertar del del Minero: un sindicato, el SOMA, innovador en un doble sentido, pues abarca a una rama de industria por completo y lo hace a nivel regional.

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Con muy poco real en las manos, el hombre no puede hacer sin embargo a un lado, llanamente, al Despertar y lo invita a unificarse. La dirección de aquél discute el ofrecimiento y al resolver rechazarlo, el abuelo queda en franca minoría y advierte a los compañeros que se siente en libertad de asistir a la convocatoria de su primer maestro. ¿Su voto responde a la confianza que le merece Llaneza o al realismo que no opera en los demás, quienes al parecer ponen por delante las diferencias ideológicas con el nuevo sindicato, afiliado a la UGT, la central socialista?

Esta elección de las alternativas en términos prácticos se ajusta al proceder anterior de Belarmino y encuentra enseguida otro horizonte no advertido en principio, pues con el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias va también el proyecto de crear una federación nacional del gremio. ¿El abuelo olfatea una rápida carrera?

Tanto como las experiencias en la cuales se apoya y sus propias ideas, a Llaneza el SOMA se lo dictan las cuencas, su crecimiento y su sentido de mundo aparte.

Pero una cosa son los buenos propósitos y las buenas herramientas y una muy distinta hacerlos valer. De modo que en 1911, a meses de establecerse, el sindicato tiene sin pendiente a las patronales y resuelve llamar a una “huelga general”.

A uno se le escapa una sonrisa al leer la parte de la autobiografía a medias, en que “el monstruo” relata el hecho, y por ello en 1976-77 me cuido de preguntar por él al par de veteranos que vivieron el momento y encuentro.

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Porque Belarmino narra cómo fue con jóvenes camaradas a su cargo, mina por mina con cartuchos de dinamita, para hacerlas inaccesibles y vencer la resistencia de los obreros, poco o nada animados a seguir el llamado que Llaneza ideó con igual desmesura que la de la Fabrica de Mieres. Con desmesura la ideo, y con tino, pues si nada va a obtenerse de ella de inmediato, el Sindicato, puro ciernes, se pone a recorrer la cuenca al modo del fantasma del Manifiesto Comunista.

Los resultados son asombrosos y la media docena de escualidas secciones de 1911, para 1919 afilian al 84,5% de los 34.000 mineros de la región.

En la extraordinaria evolución cuenta, desde luego, el parteaguas del sindicalismo español todo que es la huelga general revolucionaria de 1917, en la cual nuestro protagonista se involucra de lleno. Pero antes debe asistir al que estoy convencido tienen un sentido culminante en su historia.

El abuelo es un hombre en conquista de si mismo, que conquista el alrededor y empieza por el círculo más íntimo. Se ha convertido en padre virtual de su familia de origen, y a los veinte años va en busca de la mujer, siempre única, símbolo de todas.

En el vecino villorrio de Gargantada topa con Severina, una mujer pequeña, fresca, trabajadora, cuyos padres tienen en propiedad modestas aunque buenas tierras y ven con desconfianza a cuantos han caído en tropel sobre la comarca y andan con el cuerpo tiznado, bebiendo y soltando barbaridad y media en el chigre,

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para enfrascarse en riñas luego y, en resumen, alborotar el antes plácido terruño.

Dándose maña Belarmino consigue ser recibido como uno de los pretendientes de la joven, y con la tozudez ya característica no ceja por más que a ella de entrada le resulte “feísimo”. Para él es la gran prueba: de ganársela confirmará que nada en la vida habrá de cerrarle el camino. Y lo logra, transmitiéndole a Severina la certeza de hallarse ante una personalidad irresistible.

Se casan, tienen el primer hijo y conciben a la segunda cuando a él se le descubre un impensado mundo, con la huelga general revolucionaria de 1917. Con ésta llega la evidencia de una Guerra Mundial que hasta ahí es mero eco; de una España muy vaga, distantemente dibujada y en crisis, y de una clase trabajadora dispuesta a cambiar ni más ni menos que a la sociedad.

El “monstruo” se echa de cabeza en la empresa. Los pormenores de sus escapes a las celadas y de la huída final se convierten en una estupenda oportunidad para verlo en acción, gracias al vivo recuerdo de los testigos.

Al principio lo encontramos en Oviedo, adonde ha tenido que ir en tanto enlace entre el Langreo y el comité provincial: “Debía acudir a la capital asturiana todos los días para recoger las órdenes y transmitirlas a toda la cuenca minera. A pesar de lo delicado de la misión, porque la Guardia Civil lo seguía de cerca y vigilaba todos sus pasos, no dejó de acudir a Oviedo en una sola fecha…

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Uno de esos días, mientras comía Belarmino en el establecimiento hostelero de Angelín Suárez Fierro (…) le advirtió sigilosamente e1 dueño que la policía conocía su presencia en el local y lo estaba esperando a la puerta. Dejó entonces al instante la comida y porcuna pequeña puerta trasera a través de un patio interior salió a la calle de Las Dueñas, en sentido opuesto a la entrada principal donde lo acechaban para interrogarle y registrarle Emprendió rápida huida hacia la Tenderina donde le aguardaba la charrete (coche de caballos de dos ruedas y de dos a cuatro asientos) que lo había transportado desde Langreo. Al pasar frente al Teatro Campoamor observó que le seguían dos guardias de seguridad, aceleró los pasos, pero al llegar delante de la estación del Vasco uno de ellos le adelantó e interceptó preguntándole: -¿Dónde se dirige usted con tanta prisa?

-Voy para mi domicilio, —contestó con aparente calma-.

-¿Y dónde vive Vd.? -le espetó a continuación-. Al decirles entonces Belarmino que vivía en la Tenderina le llamaron embustero y le dijeron que tenía que acompañarlos.

Sintiéndose perdido, ya que era portador de documentos comprometedores, dio un fuerte empujón a uno de los agentes que desprevenido cayó al suelo. Echó entonces a correr a toda velocidad por la calle Jovellanos hacia abajo perseguido por los dos agentes, después de que el caído se levantase ayudado por el otro.

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Tuvo la suerte que el mesonero amigo, entretanto, había contactado rápidamente con otro compañero para que avisase al conductor del vehículo, quien estaba listo para arrancar nada más poner Belarmino el pie en el estribo, logrando así escapar por los pelos a todo galope. La brutal represión que se produjo bajo la dirección del general Burguete que se distinguiría castigando la ´zona minera, donde según sus palabras- se han refugiado alimañas, no hombres´, tras el fracaso de la huelga revolucionaria, dio origen a una persecución encarnizada de todos los, más o menos, significados participantes, como era el caso de Belarmino sobre el que pesaba orden de detención, vivo o muerto, ofreciéndose incluso una recompensa para quienes facilitaran su paradero. De ahí que no durmiera nunca en su propio domicilio y cambiaba constantemente de lugar de reposo, siempre que podía hacerlo.

Una de las veces que pernoctaba en el hogar de un compañero, fue denunciada su presencia a la policía, de modo que a las dos de la madrugada la casa fue rodeada por una veintena de guardias civiles y otros tantos soldados del Batallón del Rey que se encontraban en Asturias con ocasión de la huelga.

Llamaron a la puerta ordenando al dueño que la abriese o la derribaban de forma inmediata. Nada más oírlo, Belarmino se precipita en paños menores hacia la cuadra adjunta comunicada interiormente y se mete en la tenada entre la hierba. Los guardias tras registrar todas las habitaciones minuciosa e infructuosamente y proferir graves amenazas para el propietario por encubrimiento, ya que ellos estaban

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seguros de la presencia en la casa del prófugo, penetran en la cuadra para continuar la inspección y suben al pajar haciendo un peinado exhaustivo sin éxito alguno.

Entonces el teniente que estaba al mando, ordena prender fuego al heno para terminar la búsqueda de una vez por todas. Cuando ya uno de los guardias se disponía a encender la llama, el resto de mandos sugieren al máximo responsable que sería más adecuado vaciar todo el local para dejarle al descubierto, pues teniendo en cuenta el fuerte viento que aquella noche soplaba podía extenderse el fuego a todo el pueblo ocasionando posibles desgracias a personas inocentes de las andadas del sinvergüenza que buscaban.

Así lo deciden, y mientras bajan a buscar palas de dientes y otros utensilios con qué retirar el forraje, Belarmino, con la rapidez de reflejos que le era característica, se lanza a través del boquerón (en Asturias agujero que se hace en la pared en forma de ventana, para tirar el estiércol del ganado a la huerta) como alma que lleva el diablo corriendo por los sembrados y luego por una plantación de maíz, a tanta velocidad que el ruido que producía entre las panoyas le daba la impresión de ser originado por los caballos de la tropa que sin duda le estaban persiguiendo.

Hasta que después de un tiempo, prácticamente sin aliento, miró hacia atrás, extrañado de que no le hubiesen alcanzado y vio que nadie le seguía. Ciertamente no se habían percatado de su huida.

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Pero seguía pensando que, si bien esta vez tuvo la enorme suerte de salir indemne, con certeza no podía continuar residiendo en la localidad, por los continuos acosos, cambios de escondite, interrogatorios a su familia... Supo entonces que tenía que marcharse, y que aunque probablemente no iba a resultarle fácil encontrar en el mundo aquél otra tierra donde vivir, con absoluta certeza no hallaría otra vida si perdía la que tenía.

Por eso, a pesar de su pequeño hijo, de su querida compañera Severina nuevamente embarazada, decide marcharse, no le quedaba otra solución. ¿Y a dónde ir?, ...a donde iba a ser, ¡a Lavandera! (…)

En su lugar de nacimiento tenía parientes leales que lo ayudarían sin vacilar a burlar el cerco de la acción de la justicia (acción policial y militar más bien), que tan asfixiante le estaba resultando. Eso como primer paso por lo perentorio de las circunstancias, pues sus planes incluían sitios más lejanos, fuera de la provincia.

Pero salir de Langreo era muy difícil, la Guardia Civil tenía muy vigilados las carreteras, caminos y pueblos; además a Belarmino lo conocía todo el mundo. ¿Qué podía hacer?, como dice el refrán: A grandes males, grandes remedios; la imaginación trabaja duro en situaciones apuradas y Belarmino acostumbraba a escaparse de las mismas como una anguila entre las manos de su captor. Así, observando durante varios días un coche de caballos que pasaba por Gargantada, realizando transporte al trabajo o a la escuela tenía un aire fantasmal.

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de pescado desde Gijón a Sama y efectuando el regreso al puerto marinero con los cestos vacíos, se le ocurrió la idea de viajar escondido debajo de ellos hasta las proximidades de Lavandera, justo en el límite de la parroquia donde pasa la carretera carbonera en su discurrir hacia la costa.

El dueño del carruaje era de sobra conocido e incluso relativamente amigo de la nueva familia Tomás, además de su proveedor habitual, pero espantado, se opuso tajantemente a las intenciones del viaje por el riesgo que suponían los continuos registros a que era sometido por la Guardia Civil, que le paraba durante su recorrido cada dos por tres.

Finalmente, tras muchos intentos, comprendiendo la desesperada situación de Belarmino aceptó a transportarlo y colocándole todos los cestos encima de sucuerpo, en una situación incomodísima y respirando con dificultad, comenzaron el camino hacia Gijón.

Claro que al mismo tiempo, solamente vaciando la totalidad de los contenedores de mimbre podía ser descubierto, algo realmente posible, pero no tan probable dado el pestilente olor a pescado putrefacto que despedían los cestos antes de ser lavados en origen, lo que solía disuadir a los inspectores de realizar una labormuy exhaustiva.

Con mil temores en el cuerpo, cada uno con los suyos propios, descienden el alto de la Gargantada por su vera norte y al llegar a Bendición, nada más traspasar

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límites del concejo de Siero, son interceptados por guardias civiles que les ordenan detenerse y a ojear minuciosamente el carruaje levantando algunas cestas con los cañones de los fusiles.

Afortunadamente para los dos viajeros no descubren sospechoso y, después de haber estado conteniendo la respiración durante todo el angustioso rato, se le continuar la marcha.

Todavía no se habían repuesto del susto, cuando al llegar a Noreña sufren una nueva detención, en la que otra vez la fortuna les acompaña y pueden seguir al no ser localizado el tapado.

No obstante los temores iban en aumento, por la terrible posibilidad de una tercera y definitiva retención por parte de los numerosos militares que hacían vigilancia en la carretera acabase con los dos en la cárcel, así que al llegar al Alto deja Madera aún sin entrar en el término municipal gijonés, el polizón indica al conductor que se detenga, salta del carro con todo el perfumado cuerpo entumecido y tras despedirse con agradecimiento de su amigo, continúa el camino a pie a través de los montículos. ¿ Pasa por San Martín de Huerces, lugar de nacimiento de su abuela Teresa (…)

Es recibido con toda cordialidad por sus familiares, que lo animan y tranquilizan respecto a una hipotética detención por la Guardia Civil, porque su presencia siempre es detectada antes de acercarse al pueblo y se ponen sobre aviso unos a otros.

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Pasa unos cuantos días descansando, consiguiendo una cierta relajación que tanto necesitaba, pero además de no querer seguir comprometiendo a esta gente entrañable para él, ya que a pesar de las seguridades recibidas consideraba que con el tiempo acabarían descubriéndole, y como sobre todo su intención última se encaminaba hacia las cuencas mineras de Teruel, donde tenía conocidos de los que esperaba ayuda para encontrar trabajo, decide trasladarse a Gijón para preparar la documentación necesaria, que sólo en la ciudad podía obtener, y conseguir los billetes de tren para el viaje.

Logra entrar sin dificultad al centro urbano, paseando por las calles sin destino determinado, pero observando con detenimiento al pasar, los letreros y aspectos de las pensiones antes de decidirse a solicitar alojamiento en alguna, considerando varias cuestiones: que no fuese muy cara, que ofreciese seguridad, que no fuese un cuchitril...

La casualidad hace que se tropiece con un conocido, Perfecto Antuña, que también era perseguido como tan tos otros, y ambos deciden hospedarse finalmente en una fonda de la callejCarreño, dándose ánimos mutuamente y con cierto alivio por tener alguien para intercambiar opiniones sobre el modo de realizar la última parte de la huida.

En la misma casa se alojaba por vacaciones veraniegas, una señora langreana vecina suya y además hermana de un capitán del Regimiento del Príncipe de guar-

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nición en Gijón. Por eso se sobresaltaron al verla entrar poco después en el comedor de la pensión, donde se encontraban charlando tranquilamente los dos fugitivos pensando que podía delatarlos; pero ella disipó sus temores rápidamente e incluso se ofreció a ayudarlos hablando con su hermano, sin mencionar sus nombres por supuesto, por si podía hacer algo por su situación.

Belarmino y Perfecto bastante ilusionados, quizá sin otro fundamento que la de agarrarse a un clavo ardiendo, aguardaron esperanzados las gestiones de la buena mujer; pero su hermano, como oficial de una tropa que entonces cumplía estrictas medidas represoras, a parte que poco o nada podía solventar, se negó en redondo a realizar gestión alguna por no salir comprometido.

Tras la desilusión sufrida, quedaron bastante perplejos, sin saber qué hacer, ya que empezaron a conocer que en Gijón se encontraban muchos policías y guardias de Sama y La Felguera que vestían traje de paisano, para poder detener con mayor facilidad a los huidos de la cuenca minera. Por tanto corrían grave peligro por el solo hecho de transitar por las calles.

Mas después de un tiempo, también se fueron percatando de algo que sin duda no era nuevo para ellos: que con dinero se allanan casi todos los caminos: Supieron de una señora que tenía un amigo, que era amigo de otro amigo... que conocía a un suboficial del Ayuntamiento, el cual podía conseguir dos cédulas personales, con

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nombres falsos, al precio de cincuenta pesetas cada una, para los dos compañeros de fatigas. Así que, dicho y hecho.

Dos días después de conseguir los documentos y con los billetes en el bolsillo, están listos para tomar el tren correo de Madrid con intención de dirigirse mediante el necesario transbordo a Zaragoza, y una vez en la capital mañica continuar a la zona minera turolense de Utrillas donde trabajaban muchos asturianos conocidos y un tío de Perfecto estaba empleado como vigilante general. Se dirigen a la estación del Norte, en Gijón, dispuestos a tomar el ferrocarril que diariamente une Asturias con la capital estatal y nada más acceder al recinto se encaran con un guardia civil de La Felguera vestido de paisano, al que llamaban popularmente con el apodo de El Barbas, que por supuesto conocía perfectamente a Belarmino Tomás al que deseaba prender con verdadera fruición. Pero éste con nervios de acero bien templado, siguió como si tal cosa pasando por su lado sin detenerse y subió al tren. ¿Qué había pasado? ¿Cómo es posible que el guardia no le arrestase?, quizá que el sindicalista se había afeitado el bigote, puesto gafas oscuras, no mostraba un ápice de aprehensión ni titubeos, caminaba con firmeza. El caso es que probablemente al guardia le entraron dudas sobre la identidad del prófugo y no se atrevió a actuar.

Después de tan mayúsculo susto, se sitúan en uno de los vagones lo más retirados posible, para no llamar la atención en ningún momento y allí permanecen hasta llegar a Puente los Fierros, a partir de cuya estación inicia el ferrocarril la ascensión

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y travesía del Puerto de Pajares. Cuando el tren comienza reanudar la marcha, tras la parada correspondiente, sintiéndose ya seguros se asoman a la ventanilla con la idea de contemplar la grandiosidad del paisaje, y un nuevo sobresalto les vuelve a acontecer al comenzar el lento aumento de la velocidad de la locomotora. Entre los soldados de servicio en las estaciones, había muchos mineros jóvenes movilizados con ocasión de la huelga general, y en aquella estaba uno que le conoció de inmediato y le gritó: -¿Dónde vas Belarmino?

La retirada de la ventanilla fue inmediata, tal que hubieran conectado un interruptor que pusiera en funcionamiento algún resorte que los lanzó de nuevo a asientos, donde permanecen sin rechistar hasta Busdongo, ya en la provincia de León.

Un gran revuelo y movimiento de fuerzas les aguardaba en la primera estación fuera del territorio asturiano. En cuanto para la máquina todo el convoy es rodeado y los militares suben al tren revisando los coches uno a uno, pidiendo documentación y registrando a los viajeros. El primer pensamiento fue creer que los buscaban a ellos, puesto que tras las voces del soldado en Fierros, supusieron que telefónica o telegráficamente se habían cursado instrucciones para su detención, pero al preguntar a uno de los revisores por los motivos de toda aquella algarabía, fueron informados que aquella misma mañana habían matado a un sargento del Regimiento de

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Ingenieros que estaba supliendo a los trabajadores en huelga y los militares estaban terriblemente nerviosos ante la posibilidad de nuevos atentados.

El cacheo se realizaba de forma minuciosa y Belarmino empezaba a sentirse muy preocupado porque tenía en un bolsillo una pistola, marca Star, que consideraba preciosa y que por nada ni nadie estuvo hasta entonces dispuesto a desprenderse de ella. Pasaban los momentos cada vez más angustiosos, hasta que le llegó el turno de registro y el soldado correspondiente le preguntó si tenía algún arma. Entonces su mente, en blanco durante todo este rato, tiene una de esas rápidas reacciones in extremis y hace que saque con toda tranquilidad la pistola de su cintura diciéndole, con todo el riesgo que suponía: ´mira, llevo esta pistola, que es muy buena, pero no se lo digas al teniente porque se quedará con ella, lo mejor que puedes hacer es guardarla para ti y no lo lamentarás´. Tras la primera expresión de perplejidad, el militar la miró disimuladamente y se la guardó en el bolsillo del pantalón sin decir ni pío, cosa que los salvó de ir a hacer compañía a la gran cantidad de detenidos que se agolpaban en la sala de espera de la estación.

Bueno, mejor no tratar de explicar cómo les quedó el cuerpo tras este último suceso. Continúan viaje cambiando de tren sin novedad alguna hasta Miranda de Ebro.

Aquí suben a su compartimento, una pareja de la Guardia Civil y una mujer casada con uno de los esquiroles ferroviarios del movimiento huelguístico; la buena señora se desata en improperios todo el tiempo contra los socialistas, culpándolos de

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la situación creada y afirmando que lo mejor sería fusilarlos a todos para terminar con esa semilla carroñera y poder vivir en paz. Ganas de intervenir no les faltaron a nuestros amigos, pero aguantaron estoicamente todo el trayecto hasta Zaragoza, sin rechistar una sola palabra.

Después del largo y accidentado viaje, llegan por fin a la capital de Aragón a las doce de la noche. Ciudad desconocida enorme a sus ojos provincianos, Zaragoza tenía 141.350^ habitantes (censo de 1920) algo realmente descomunal comparado con todo lo que habían visto hasta ese momento. Van dispuestos, además, a no preguntar dónde alojarse por miedo a despertar sospechas. Con esta disposición de ánimo salen de la estación limitándose a seguir al grueso de gente que igualmente se había apeado allí, hasta terminar en lo que les pareció una gran explanada y que realmente se trataba de la calle del Coso, límite del corazón de la vieja ciudad por un lado, junto con el curso del Ebro por el otro (…)

En la plaza se fijan en un letrero luminoso anunciador del hotel Europa, pero este descubrimiento nada podía resolverles puesto que el capital de ambos rondaba las doscientas pesetas y no tenían más remedio que economizar gastos si querían terminar en el destino previsto.

Se adentran por las callejuelas también de origen árabe, de este viejo núcleo, con la esperanza de encontrar alguna pensión más asequible a su presupuesto, pero al cabo de diez escasos minutos son abordados por tres hombres que les exigen su

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identidad y dirección. No hacía falta mucha imaginación para saber de quiénes se trataba, pero Belarmino astuto como siempre les devuelve la pregunta por principio: -¿Y quienes son ustedes para plantearnos estas cuestiones?

-Soy doles

inspector su

placa-

de y

policía,

estos

dos

-contesta señores

son

uno

de

agentes

ellos,

mostrán-

a

órdenes.

mis

Entonces no les cabe más remedio que enseñar las cédulas identificativas, obtenidas en la Casa Consistorial gijonesa, que tras ser examinadas por el mando de aquella ronda nocturna les advierte que la documentación no tiene valor alguno en aquella ciudad y si no tienen otra mejor, serán detenidos irremisiblemente. Su compañero, Perfecto Antuña, empezó a temblar de forma manifiesta, hasta el punto de tener que ser animado por uno de los agentes; pero Belarmino con su aspecto de hombre serio, bondadoso y sincero, aparte de alto,-moreno, de cara larga, que no perdía la calma en ningún momento, encontró argumentos necesarios para impresionar al inspector. Aseguró sentirse realmente defraudado por la poca seriedad de sus colegas asturianos, ya que en el lugar de partida les aseguraron que la que portaban, era suficiente acreditación para un viaje de placer como el suyo, puesto que venían a disfrutar de las fiestas del Pilar, que él les rogaba que telegrafiasen a Gijón para realizar las pertinentes averiguaciones antes de detenerles, etc... En definitiva, no solamente les impresionó, sino que además, cuando ya tenían permiso para marcharse, se permitió la licencia de requerir

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ayuda a policías para localizar alguna fonda, no muy cara y de toda confianza.”

El abuelo inicia así la estancia en las minas de Teruel, que se prolongará hasta 1918.

Nunca nada será fácil No parar, no parar, es la consigna que Belarmino se da a sí mismo y seguramente no como cuota de sacrificio sino agradeciendo la oportunidad. Lo suyo, lo de cualquier militante obrero de los tiempos, es la acción.

La huelga general revolucionaria y el exilio a Zaragoza le trajeron la rapidez de movimiento y de ideas que parece querer o necesitar. El impulso no debe desperdiciarse a su regreso a Asturias, y en cuanto baja del tren hila reunión y asamblea una tras otra, de modo de que la anterior sirva a la actual y ésta a la siguiente, con la mente y los sentidos cada vez más despiertos, buscando caminos en la imaginación Buscándolos según ésta sea capaz de extenderse, dentro de los límites que el conocimiento y las reglas aprendidas permitan en la confrontación con la realidad, a un tiempo estimulante y castradora, pues unas veces descubre ricos filones inapreciados hasta entonces, y otras, terca, insobornable, desesperante, obliga a desechar lo que parece correcto.

Así el abuelo, al modo de Llaneza y el resto de los dirigentes del sindicato y del partido socialista en ese universo de treinta kilómetros, continúa separándose del compañero a quien la dura jornada diaria no deja tiempo sino para reparar en lo que tiene frente a sí. Y con justicia o no, se asume representante, hermano mayor, padre,

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que debe velar y decidir por los suyos, en ocasiones sin consultarlos ni saber bien a bien si lo aprueban y hace lo correcto.

No hay modo de precisar cuánto el hombre ha escuchado lo que en cualquier organización de la izquierda contemporánea, en mayor o menor grado y con distinto acento, resulta una máxima: las direcciones constituyen la “vanguardia del proletariado”. No para de nutrirse de éste en las asambleas, los congresos, las charlas informales, celebradas a montones en los meses siguientes a junio de 1918, pero él y la pequeña partida de gente a su alrededor son quienes indican el rumbo y las actividades a realizar, que en febrero de 1919 culminan en la Semana Roja.

Con sus mítines, el aniversario de la huelga general del 17 literalmente se celebra, aprovechando el fresco recuerdo para seleccionar lo mejor de ella y expandir el radio de influencia socialista. No importa, siquiera de momento, si en ella hubo errores y la industria del carbón no se repone de los efectos, afectando los ingresos y el empleo.

Crecientemente el hoy queda supeditado al mañana que siempre con mayor claridad se otea, y en paralelo se reivindica a través de la nueva presencia de la clase en las demostraciones públicas que las empresas, los ayuntamientos, la guardia civil tragan muy a su pesar.

Desde luego y a la manera de todos los esfuerzos que se emprenden, se trata de un instante, ahora entre la reducción de la demanda de huya al cabo de la primera

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Guerra Mundial, que amenaza dar al traste con los avances en la auténtica guerra en curso entre fuerzas desiguales, a la cual el enemigo suma el reimpulso de los “sindicatos católicos”, patronales, que apoyados por la Iglesia regional apelan al más antiguo y fino sistema de control.

Cada trinchera conquistada está en riesgo y exige nuevos esfuerzos. Y es justo aquí cuando percibimos la singularidad del “monstruo” en el proyecto en construcción. Es hora de discutir la nueva dirección del SOMA, y el congreso se declara por él, reconocido como el “duro” de la organización. Ocho meses después el sindicato se alza con un enorme triunfo: el reconocimiento de la jornada de siete horas en el interior de las minas, con o sin crisis.

Menudo logro que si bien y por supuesto, está lejos de deberse solo a él y antes que nada viene de la constancia en la lucha, debe hinchar el pecho de nuestro personaje. Cabe preguntarse, sin embargo, hasta qué grado, llegado este punto, Belarmino distingue los logros personales de los sociales.

La cuestión no es secundaria. Va en ella una de las inquietudes de fondo en el apretado intento de reconstrucción que hacemos: ¿cuánto el abuelo se reconoce producto de sí, y cuánto, de sus semejantes?; ¿en su interior son ellos o el quién va por delante? ¿Hago una pregunta estúpida, pues en casos de su tipo el crecimiento propio es inseparable del de sus iguales? Creo que la pregunta tiene sentido, y lo probarán los treinta y un años que le restan al “monstruo.

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Recién ganadas las siete horas, los mineros de Turón van a la huelga. El comité ejecutivo del sindicato, al mando del “duro” y siempre bajo el liderazgo moral de Llaneza, trata infructuosamente de detenerla. La situación se repetirá con una significativa constancia: las conquistas generales representan bastiones ganados, sin marcha atrás, pero no por ello desaparecen las brutales condiciones de los pozos, que en tal y cual momento, aquí y allá, se recrudecen.

Los dos dirigentes marchan a Madrid a mediar con el gobierno, iniciando una práctica regular durante la década de los veinte. Para Belarmino desde el 17 el mundo no se limita ya a sus alrededores cercanos ni a las dos cuencas mineras de su provincia, indisolublemente ligadas, y apunta más lejos, hacia España en su conjunto, si bien ésta en gran medida sigue siendo un fantasma, una abstracción a la cual sólo podrá darle forma conforme la conozca y aprenda a interiorizarla o idealizarla.

Y aquí de nuevo un obligado paréntesis contra los lugares comunes. La patria nación, se dice con frescura, como si ésta fuera entidad natural y no un invento de relativo reciente cuño. Él conoce de la suya lo poco que le permitió la huelga general, en lo visto con propios ojos y lo escuchado de otros: personas, manifiestos, diarios. Con los viajes a Madrid ahora España se le concreta mejor.

Progresan en la negociación, cuando la terca realidad les advierte de andar con cuidado, pues antes que nada está su zona minera. Lo hace al producirse un segundo y más difícil conflicto, el de Moreda, en Aller, lanzado por el Sindicato Católico

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o “los amarillos”, según se los llama. Éstos abandona la gente, el SOMA se hace cargo y un domingo sobreviene una tragedia que recuerda un testigo presencial, entonces un niño jugando al futbol con sus amigos sobre “la carretera, frente al cuartel de la Guardia Civil” Es domingo, los amarillos al paso amenazan a los trabajadores sino vuelven a sus labores. Uno de aquéllos cae herido de muerte por un disparo, la Guardia Civil interviene y al terminar la jornada hay diez cadáveres más, todos, de huelguistas.

Prosperan los reclamos de Llaneza y los suyos ante las más altas autoridades y en abril del 21, cuando se pensaría que la dirección del Sindicato Minero está de sobra consolidada, la persistencia de la crisis del carbón, la soberbia patronal y la dinámica interna de la clase y de sus organizaciones, parecen cimbrar lo hecho.

Pero al hacerlo no hacen sino confirmar que el avance es substancial y que si el futuro puede presentar alternativas diversas, ni hoy ni mañana habrá marcha atrás. Nos detenemos en el momento porque ilustra bien esta afirmación.

Los empresarios anuncian una rebaja de salarios y el congreso del Sindicato Minero concentra la atención en el tema. De la asamblea, impulsada quizás por los miembros del Partido Comunista creado hace poco, sale la propuesta de una huelga general. Llaneza, hablando a nombre de la directiva, argumenta en contra con beligerancia, y por primera ocasión sus palabras salen sobrando.

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Belarmino y el comité en pleno renuncian. ¿Están fuera de control por lo que interpretan como un acto de desconfianza hacia sus personas; pagados de sí creen que con el gesto convencerán a los delegados de desdecirse; o a lo llano se desconciertan y sienten en riesgo?

Un poco de todo ha de haber, según el caso, y aunque no tenemos idea del de Belarmino, lo que viene habla indirecta y elocuentemente por él mismo.

El congreso no sabe qué hacer y resuelve llevar la propuesta de huelga a votación de la totalidad de los agremiados. ¿Por qué hay una pobre respuesta de éstos? ¿No quieren tomar parte en una decisión que confronta internamente al sindicato o les tiene sin cuidado el asunto, a ellos, que son los involucrados de manera directa?

La respuesta está tal vez en el aval a la postura del comité, del escaso número de electores. Nueva preguntar, entonces: ¿los delegados andan por lados distintos a los de sus bases?

Luego se afirmará que los comunistas son culpables de un brete que de otra forma no se había presentado. ¿La mayoría del congreso los ha seguido por la inercia a favor de las decisiones radicales, o por convencimiento? ¿La discusión se presenta como un tú a tú entre socialistas y PC? De ser así, ¿los miembros de la Segunda Internacional se han apresurado a atacar?

Tal vez la consulta no se planteó de la mejor manera, considerando el descontento por las reducciones salariales, pues en una segunda a la que citan los

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delegados, esta sí con amplia participación, el voto es a favor de la huelga.

Vimos que ya antes el abuelo ha obrado en contra de la opinión de los más. En esas oportunidades bien podía justificárselo, tomando en cuenta la necesidad de empujar la organización. En este julio de 21 la cosa no parece clara, cuando él y el conjunto del comité, sin duda guiados por Llaneza, maniobran para desconocer el resultado del referéndum.

Ahora se requiere de un congreso extraordinario, solemnizado con la asistencia del diputado socialista de la provincia. El climax llega al someter a juicio la conducta de la dirección sindical: 2,988 frente a 4,782… en contra. Nuevas elecciones generales y nueva derrota.

Así Belarmino deja la presidencia antes del término natural, y enseguida surge un proyecto que puede desplazar al que viene ayudando a levantar hace más de una década: unificar al SOMA y al Sindicato Único de Mineros, de filiación anarcosindicalista, en el cual trabajan también los comunistas.

Meses muy intensos llegan de vuelta para el “monstruo”, quien de ese modo continúa su acucioso aprendizaje de los hombres y de la geografía, recorriendo de arriba a abajo las dos cuencas. Él y sus amigos llevan prisa, ya que saben que la fusión en un solo sindicato es empujada también a toda marcha. Las condiciones son tales, que podría apostarse no habrá reconciliación posible entre los próximos triunfadores y derrotados.

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Yerran las corrientes a favor de la unidad, precipitándola, y la de Llaneza, Belarmino y demás termina saliéndose con la suya, por libre decisión de las secciones: el SOMA sigue siendo el SOMA sin más, y de ese modo continuará hasta el fin de la Guerra Civil y mucho después. ¿La salida es correcta? A primera vista tiene la virtud de no distraer la fórmula que en la práctica ha demostrado resultar justa en esencia. De la objeción, ni hablar: entre “todos” y la “mayoría”… en particular si los menos han probado sus asimismo justas causas y pertenecen, siquiera en buena medida, a la misma Confederación Nacional de Trabajadores que es dominante en Gijón, el otro polo industrial de Asturias.

Reflexiones tontas, éstas, que olvidan que la clase obrera y las ideas que nacen en derredor son, a no dudar y por fortuna, cualquier cosa excepto homogéneas, y que la experiencia de revolución rusa demanda revisar a fondo un socialismo diverso según países, a ratos peligrosamente acomodaticio y funcional para las democracias parlamentarias, y a ratos, empieza a comprenderse justo cuando se erigir por primer vez en poder, peligrosamente tentador para los manejos ultra despóticos.

Para el de la Asturias minera todo torna a la normalidad con el pronto regreso de Llaneza a la secretaría general y de Belarmino a la presidencia del sindicato, del cual depende la vida de las agrupaciones.

El pragmatismo político

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En estas breves páginas sigo al abuelo y, en cuanto puedo, al entorno. Lo hago de manera subrayada a lo largo de la primera etapa, y al alcanzar las siguientes buscándolo dejó mi acto de simple admiración, para tratar de mirarlo con cierta conciencia crítica y así entenderlo, sin adherirme por necesidad a sus decisiones.

Belarmino ha sido “el duro” del Sindicato Minero y en los años por venir con frecuencia lo veremos investirse de comedimiento. No me extraña. Aun sus actos de rabia pura anteriores tenían un sentido práctico. Creo que no hay actos de rabia que no lo tengan y que el nivel de radicalidad debe medirse por la noción del tiempo.

Confrontar a lo directo es pedir el cumplimiento de los sueños ya, sin dilaciones, poniéndolos en entredicho. Mediar es postergarlos a riesgo de ceder en ellos; gastarlos un poco o un mucho, ganando algo en el camino, que en un descuido puede convertirse en un pobre todo.

El “monstruo” puja sin pausa hasta alcanzar el principio del cumplimiento de sí mismo, que a mi modo de ver es el espacio estelar en el proyecto de futuro representado en las organizaciones, la rendición de Severina y el pleno papel de padre moral de la familia originaria.

Podría considerarse suficiente, pero el hombre entiende a la perfección dos cosas: detenerse en un mundo que corre apresurado, es rezagarse, y al frente suyo se abre un mundo cada vez más vasto.

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Tal mundo cierto se conquistará, por él y sus semejantes, de seguir el camino señalado por el SOMA y el socialismo en el cual se enclava, de acuerdo la experiencia viene demostrando. Y no hay en ellos siglas o formas para nuestro hombre: hay un proyecto y seres concretos que lo encarnan y empiezan por Llaneza, él mismo y otros cuantos, a quienes se agregó un personaje insustituible en adelante: Amador Fernández Montes.

En México conocí bien a don Amador, como lo llamábamos. Era uno de los hombres más inteligentes y emprendedores que haya visto, pero la imagen que tengo de él sale sobrando, pues las circunstancias en las cuales lo traté habían cambiado dramáticamente en relación a las de esta historia.

El primer recuerdo que se guarda de él me parece que lo pinta de cuerpo entero. Nacido alrededor de un grupo minero del Nalón, uno de sus compañeros lo ve asistir con diez años de edad, casco y lámpara del oficio, la cara negra de carbón, a una reunión de la Federación Nacional de Juventudes Socialistas. De “estatura inferior a la corriente”, tras la facha “que parecía asustarse de todo”, según el tiempo transcurra se descubrirá “al hombre más temerario, que arrostrará (los) mayores peligros”.

Su mirada irradiaba fuego e inteligencia, y de “haber alcanzado mayor estatura” “habría llegado a ser un bello ejemplar masculino”, dice el compañero que una y otra vez recomendaría se les costearan “estudios sindicales y políticos en

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el extranjero”. Pero él “se oponía a salir de Asturias” y “huía de las candilejas”.

Con el mutuo maestro, a la par de él, Amador y Belarmino aprenderán a ser moderados, negociar, administrar, en un momento en que en términos parlamentarios el socialismo español comienza a ser rentable.

En abril de 1923 Llaneza es elegido, ni más ni menos, diputado a cortés. Poco dura el gusto, se pensaría, pues en septiembre Miguel Primo de Rivera da un golpe de Estado muy conveniente a la retrasada monarquía española. Con él, sin embargo, el líder minero pesará más y no menos y entrará a un delicado, riesgoso juego para su gente.

Desde los primeros días Llaneza promueve lo que se niega a reconocer como colaboración con la dictadura, sino aprovechamiento de las circunstancias, mientras sus vecinos de la CNT se baten a muerte con ellas.

Hasta donde puede observase, al abuelo el proceder de aquél lo convence incluso si pausa el compulsivo ritmo que hasta ahora requirió casi como una droga. ¿Se debe a que el reconocimiento al cual obligaron a los empresarios y a los ayuntamientos, con legitimidad le hace ufanarse del orden que va cobrando el caos alrededor, de las dos primeras décadas del siglo?

Es poco a poco, pero las viviendas se asientan, alinean, dejan la pobreza; las parcas mesas de los hogares conocen cierta holgura; los domingos los hombres visten de traje y las mujeres se acicalan; entre la literatura panfletaria en circula-

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ción van cada vez más novelas francesas y españolas, y hasta la afición a los tajos y a la bebida adquiere un mejor, respetable aire, en ese apretado país progresivamente de las familias trabajadoras, defendido del exterior por el lío de montes.

Nuestro hombre tiene ahora tres hijos, vive en el amable hogar heredado por Severina, disfruta de un buen salario en el Fondón, se siente orgulloso de su esmerada apariencia, del medio centenar de libros en casa, del futuro económico asegurado, y del respeto que se le profesa donde ande, sin faltar las oficinas del ayuntamiento, los cuarteles de la guardia civil, los despachos del empresariado, los consultorios de los buenos médicos y abogados.

Dios, debe pensar sin confesárselo, porque ha crecido en él un anticlericalismo cerril: la vida si que puede ser amable, y no la ardua, interminable batalla por mendrugos, perseguido por las deudas, las enfermedades, la oscura mancha del porvenir.

Posiblemente has detenido el vuelo, Belarmino, y algo de pequeño burgués asoma por debajo de tu overol obrero, pero cómo no seguir experimentando admiración por ti. La admiración mía, la del nieto que sabe cuán difícil es abrirse camino y gozar de un poco de paz para los de uno. La mía y no la de los demás, que no reclamo, si el rasero por el cual se trata de medirte es el del héroe revolucionario.

El anarcosindicalismo de la CNT perdió frente a los socialistas la batalla en las minas, pero crece como cuanto se relaciona con la nueva clase, haciéndose de ex-

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traordinaria fuerza en la Duro Felguera, la para la región gigantesca metalúrgica del Langreo, y entre los trabajadores y trabajadoras de Gijón, preparados a ayudarlos.

Los comunistas no encuentran apenas espacio en las cuencas ni en Asturias en general, y volviendo dogma la experiencia rusa, con el apoyo de la Tercera Internacional cada vez más dependiente de Moscú, creen sin embargo que indefectiblemente rebasaran al resto de las organizaciones, al sólo madurar de las condiciones.

Llaneza y sus compañeros socialistas se embriagan de su obra y en 1923, al abandonarse la monarquía a la dictadura que le construye Primo de Rivera, Manuel no duda en tratar con éste y, al fin, aceptar en Madrid un puesto en la Comisión Nacional de Combustible. Qué importan los gritos que lanzan quienes están cada día más a su izquierda: los mineros lejos de apartársele, no paran de engrosar los sindicatos y los sectores del PSOE en la comarca, y de empujar su representación en las alcaldías.

Belarmino y cualquiera saben que estos rentables acuerdos con el poder central no les allanan el trato con los genuinos amos de las cuencas, que son los empresarios y la Iglesia.

La república, el desaliento, la amenaza, la revolución Me pregunto si en 1931 al abuelo no le basta con lo logrado. Y me respondo que sí.

Hasta aquí no venía demasiado a cuento hablar de su partido, de la Unión General de Trabajadores, la central sindical asociada a éste; de España nación, gran

entidad, y aun de Asturias como contradictoria realidad total. Belarmino es minas, valles negros, y en particular, cuenca del Nalón, y un proyecto que no precisa gran cosa del exterior.

Faltan seis apretados meses de sortear las respuestas de los mineros a las provocaciones empresariales, desesperación, conteniéndola para que no descargue antes de tiempo, pues los planes han de guardarse en secreto mientras los mineros bullen de inquietud por las condiciones trabajo. la República, mucho cambia para él y para su pequeño universo.

El PSOE no es partido formado en el marxismo, que tenga en mente la revolución sino como vago destino al cual se llegará de forma indefinida, tal vez por naturaleza, para crear una sociedad que tampoco se dibuja bien a bien, y el resto del planeta no le preocupa gran cosa.

Frente al cotidiano reto al poder y la cotidiana transformación de los que las también nutridas filas anarcosincalistas y el anarquismo hacen bandera; ante el asalto al Estado cuyo mandato el Partido Comunista recibe en eco de otras partes de Europa, el peculiar socialismo español es, digamos tomando prestado el término, “posibilista”.

Ha colaborado con la dictadura de Primo de Rivera, sin faltar la ocupación de ministerios, y la idea de la República no le obsesiona. No se trata, sin embargo y por ello mismo, del clásico partido socialdemócrata que se decide por el par-

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lamentarismo, deslindado expresamente del cambio social. Sus bases, amplias, beligerantes, contienen el germen de un giro para demandar todo. Y por encima de cualesquiera otras, las de esa región minera en que creció nuestro personaje.

Por ello éste, que es lo que se llama un hombre de aparato, un burócrata de izquierda en potencia, en los próximos años lejos de contener el impulso de su gente, lo acaudillara, aunque no sin luchar consigo mismo.

A partir de aquí menos que nunca pretendo poseer verdad alguna sobre el abuelo. Lo busco, a veces creo encontrarlo y sin falta me es muy difícil penetrar en él.

Los hechos, entonces, deberían hablar por sí solos. El problema estriba en que no logré una reconstrucción detallada y así, al faltar multitud de pequeños eslabones, la cadena de actos corre el riesgo de mal dibujarse. Sobre todo en un momento en el que a grandes trechos él se pierde, desplazado a un lugar de relativa segunda línea.

Por ello renuncio a presentar al “monstruo” de cerca y me limito a seguirlo a grandes rasgos, entre la coyuntura de particular importancia.

En octubre de 1933 las cuencas del Nalón y del Caudal, la Asturias y la España populares todas, están sumidas en lo que Paco Ignacio Taibo 2 (PIT2) llama la más profunda decepción. Lo están por el par de años de euforia republicana que para ellas y para al menos una buena parte de las direcciones de la izquierda española en su conjunto, resulta en poca cosa.

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¿También lo está Belarmino, a quien el pesimismo no se le da y que, a la manera del grueso de su partido, ve ahora en la República no un fin pero tampoco un simple medio? Más bien vive preocupado, terriblemente preocupado por un precipitarse de acontecimientos que no cumple lo que en 1931 sonaba a oportunidad de rápidas conquistas, realmente obtenidas o esperadas: avance exponencial de la UGT, posiciones de su partido a puñados en la totalidad de los niveles de gobierno y grandes espacios públicos ganados por los trabajadores y trabajadoras; anuncio de una progresiva legislación laboral, fin de la educación religiosa y acotamiento general de la Iglesia…

Los magros resultados o aún el empeoramiento de la condiciones a ras de calle –la contención de los inversionistas y por tanto el paro y la inestabilidad del ingreso- le preocupan por sí y por la desencantada respuesta que produce en su clase, en particular entre la que queda fuera del alcance del PSOE y de la Unión General de Trabajadores. Y le inquieta antes que nada, la efervescencia de una derecha cuyos extremos se vinculan a la sombra del fascismo en rápido desarrollo por el continente, en el cual no había reparado.

Es decir, piensa como un cuadro de dirección del partido que a pesar de los pesares ha saltado al centro de la escena nacional. Y lo hace apoyándose cuanto más puede en dos personajes: Indalecio Prieto, quien lo dirige por el enredadísimo mapa político de la época, y Amador Fernández, su más cercano compañero, cuya

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capacidad para interpretar y buscar alternativas en ámbitos complejos, pareciera conjugarse perfectamente con la intuición, el resuelto carácter y don de mando del propio Belarmino.

Sigue siendo el hombre del SOMA en el Nalón, al menos a los ojos de los trabajadores, pues Amador no es dado a las candilejas y su precocidad no borra la más duradera trayectoria del amigo. Pero en las condiciones establecidas por la República, el abuelo parece retrotraerse un poco y ceder el lugar en el sindicato y en el partido en la zona minera, al propio Amador y a Ramón González Peña, un hombre de inteligencia más pronta y ahora con experiencia en el parlamento, quien ha hecho buena parte de su carrera fuera de Asturias y está de regreso.

En las elecciones de noviembre de ese año el desaliento conduce al abstencionismo beligerante de los anarquistas; al rompimiento de la coalición PSOE-partidos republicanos, y a la victoria de las derechas y de sus súbitos aliados, los Radicales.

El gobierno queda en manos de éstos, pero no más que como una estrategia de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), quien aporta la mayor cantidad de diputados y no tiene empacho en presentarse como filofascista, con nexos con Hitler y Musolini, apoyada decididamente por el gran capital, el clero, los viejos cacicazgos y el cúmulo de oscuridad que España arrastra por ya más de cuatro siglos y que se filtra por las paredes.

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Se filtra la negrura que obsesiona a García Lorca, y quién sabe, por ejemplo, cuánto de la arrasadora victoria de la derecha se debe al voto que por primera vez se concede a las mujeres, en especial en el campo, donde en ellas recae el sentido de conservación de la familia, entre sotanas y amos que siguen apareciendo como portavoces de Dios y de la parca tranqulidad.

Advirtiendo el propósito de la CEDA de aprovechar la victoria para limpiar a la nación de la escoria que representa la izquierda, en diciembre el PSOE y la UGT dan un giro hacia posiciones revolucionarias. El asalto al poder en mente es limitado o impreciso en cuanto a las transformaciones que se propone: laicismo absoluto, reparto agrario, nacionalización y autogestión de ramas industriales, fin de los cuerpos represivos del Estado… sin la hegemonía de un partido.

No poca cosa, en verdad, pero en esto y aquello a medio camino y sin garantía de consolidar un régimen.

Aunque no hay motivo para pensar que nuestro personaje repela ideas que en sus cuencas han estado presentes hace mucho, sí que las sopesa con cuidado, justo porque sabe la enorme complejidad de su puesta en marcha. ¿Vuelve a la relativa soledad de otros tiempos, esta vez por momentos y entre el gentío con el cual lo ha hermanado un cuarto de siglo? ¿Sólo Amador está en condiciones de compartir con él la avalancha de cálculos y dudas? Preguntas y más preguntas sobre un hombre que se confrontado con sus últimos años y cuya nueva

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tarea resulta delicada e ingrata, al obligarse al salir al paso de la desesperación de su gente, que amenaza rebasarlo.

Nuestro pequeño libro busca a un ser y con él a quienes lo rodean. Quisiera rescatarlos en el tiempo, que conspira para desaparecer su presencia. Hoy, por ejemplo, en el año en el cual sus vidas pueden decidirse para siempre y de hecho lo harán de inmediato en los cientos de casos en los que simplemente terminarán, y a corto plazo en los miles demás, muchos muertos a su vez a partir de 1936 y el resto condenados al infierno en la tierra.

Hablamos de hombres y mujeres que han de tomarse uno a uno y una a una pues, insistamos, sus existencias son irrepetibles. Se trata de personalidades intrincadas, que no hay modo ni deseo de santificar, con vicios y defectos, bondades y ruindades, y para mí resultan queridísimas de la primera a la última, porque se han creado a sí mismos, batiéndose jornada tras jornada en el reconocimiento de no más que eso: su llana humanidad, sin exageración negada en tanto se los concibe simples herramientas.

Tan meras sombras, paisaje, son, como Sandalio Tomás bajando de Lieres hacia 1890, que a base de gritar cobran forman, tienen rostros, nombres y apellidos para aquellos –empresarios, religiosos, guardias civiles - que darían cuanto fuera por devolverlos la suerte de la nada a la que están convencidos pertenecen.

Como Belarmino, contemplan orgullosos los hogares que levantaron; a los hijos

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marchar a la escuela por las mañanas para encarar el futuro sin las terribles dificultades de ellos y ellas; a los edificios que sus organizaciones han comprado, incluido un buen teatro y media docena de Casas del Pueblo donde instruirse y recrearse; a los alcaldes y concejales salidos de su seno; al sistema de abastecimiento de agua y drenaje y la limpieza de las calles, responsabilidad suya, exclusivamente suya; y al respeto ganado en Asturias, en España entera, fácil de constatar en los diarios.

Si hoy el abuelo debe batallar por impedir que los impulsos de ellos no se desboquen, ellos tienen que hacerlo con los capataces, las patronales, los uniformados que se envalentonan por el éxito en las elecciones y el poderoso brazo político a su disposición en la CEDA. Antes de las votaciones, pero cuando todo auguraba ya su resultado, en el otoño de 1933 el Fondón, la mina en la cual “el monstruo” había trabajado por años, 1,300 de esos hombres se declaran en huelga y tientan a otros a seguirlos. Que en la zona se considere la posibilidad de un paro empresarial y que los anarcosindicalistas animen el clima de confrontación, vuelve aun más interesantes las circunstancias de la región, los pormenores del estado de ánimo de los mineros, de la actitud de Belarmino y de su peso social, a seis meses de que la Alianza Obrera de cuerpo a un proyecto insurreccional.

Al lado de Amador, nuestro personaje procura mediar, sin embargo un sector de los trabajadores se resiste a dar marcha atrás, y en lugar de detenerse el movimiento

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anuncia su extensión. En enero la guardia civil protege la entrada de quienes quieren volver a sus labores, se produce un violento choque con los radicalizados y esta vez “el monstruo” sale avante en las gestiones: las fuerzas del orden se retiran y, con la garantía de los patrones de que no habrá represalias, las labores se reanudan.

Para entonces está en marcha otra huelga casi a tiro de piedra, la de la Duro Felguera, la metalúrgica afiliada desde siempre a la CNT, que no parará hasta agosto y que ejerce ya un efecto de catalizador sobre ambas cuencas, en cuyos pueblos se recibe a los hijos de los huelguistas. El abuelo no dispone de recursos para intervenir en un problema que será un quebradero de cabeza para la propia dirección de la central anarquista, quien hasta última hora no conseguirá atraer a aquéllos a la lucha armada.

En marzo, dentro y fuera de la provincia el peligro une o promete hacerlo, a las organizaciones hasta entonces ásperamente confrontadas. El proceso nace en Cataluña, en Gijón, en Oviedo, en Madrid, y tal vez por ello el abuelo empieza a quedar relativamente desplazado del teatro principal, no sólo porque la dirección del SOMA pasó a González Peña y Amador, sino también por el decisivo rol que juegan la rectoría de la UGT en Asturias, al frente de la cual se encuentra el ovetense Bonifacio Martín, y de Graciano Antuña, más un personaje de partido, con tablas nacionales.

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Esta afirmación sobre su relativo desplazamiento, debe ser matizada. No acude a la constitución regional de la Alianza Obrera a fines de mes en Gijón, ni pertenece al comité ejecutivo que encabezará un alzamiento cuyos grandes objetivos militares estarán en el propio puerto y en la capital de la provincia. Sin embargo, a cambio se le responsabiliza de su cuenca, donde con la de Mieres habrán de caer los primeros bastiones de la autoridad gobierno y salir los contingentes más numerosos para la revolución.

No hay detalles sobre sus actividades ni sobre las ideas que cruzan por su cabeza, y entramos así a un terreno fangoso y a la vez muy sugerente. Partamos de la influencia que tiene en el Nalón y del cargo que ostenta, de concejal y teniente alcalde langreano, en un intento de asomarnos a él.

Cada vez menos su trabajo se facilita y mientras se celebran las primeras, ágiles gestiones para llegar a la Alianza, las Juventudes Socialistas, convertidas en un bastión radical de su partido, prenden fuego en Sama a paquetes de un diario de derecha que celebra la amnistía del ¿general? Sanjurjo, preso año y medio antes por un fallido golpe de Estado contra la república.

Aunque esta olla a presión encontrará su válvula de escape, claro, en el proyecto revolucionario, para cumplir la labor encomendada Belarmino debe andar a pie firme entre corrientes que urgen precipitarse y lo toman por lo que es: un hombre

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de aparato, seguidor de Indalecio Prieto, la personalidad inclinada hacia el centro moderado del PSOE. Para la zona minera se confirma ahí la importancia de la realidad que ha empezado a materializárseles con la república y que escapa por entero a su control: el exterior, empezando por el resto de Asturias y terminando por el resto de una España para ellos de tamaños incomensurables, de las cuales por primera vez dependen de cabo a rabo, según confirmaran en octubre.

En lo que toca a la provincia los trabajadores de las cuencas, entre mineros y metalúrgicos, representan cerca del 80 por ciento de los de la industria, y quizás cerca del 60 por ciento del total de los asalariados urbanos, en los cuales descansa por completo la izquierda, casi inexistente en el campo y más aún en las clases medias.

En contraste, respecto a la población asturiana equivalen a poco más del 30 por ciento, determinante por supuesto en relación a la economía y a la capacidad de movilización, y no en cuanto a los votos y el espacio geográfico. El que ocupan, el que les pertenece de hecho, es pequeñísimo y el hasta aquí ventajoso aislamiento, en las actuales condiciones puede volverles la espalda.

No se trata, a la manera en la que han estado acostumbrados desde siempre, quitando la breve interrupción de la huelga general de 1917 y de la fallida de 1930, de ganar o perder ante los enemigos a la vista y con los elementos a favor y en contra que pueden medir con relativa minuciosidad.

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¿El proyecto? La “conquista del poder político y económico para la clase trabajadora” bajo una fórmula muy mal definida por necesidad, considerando que se intenta congeniar la noción del Estado nacional del PSOE con el federalismo a ultranza de la CNT. ¿Un absurdo? Antes que nada, la única vía de supervivencia frente a un protofascismo cuyas intenciones están muy claras, en cuanto a las organizaciones de izquierda y a cualquier variante de democracia: liquidarlas. Aunque, sí, hay graves objeciones al proyecto general operado desde Madrid.

Por un lado, la Alianza Obrera a nivel de España tiene mucho de entelequia, en razón de la renuencia de las fracciones anarquistas a incorporarse a la insurrección alentada por los mismos socialistas que abjuraron de los cuatro intentos anteriores a los cuales ellos se arrojaron. Por otro, no se toman disposiciones mínimamente adecuadas en términos de mandos, armas, coordinaciones.

A Belarmino le quedan por delante seis apretados meses de sortear las respuestas de los mineros a la provocación empresarial, conteniéndolas de modo de que no descarguen antes de tiempo.

Si bien tiene noticia de perturbadoras señales en otras partes del país, en la provincia la cosa marcha, y lo prueban los actos del primero de mayo que reúnen por primera vez a las organizaciones tradicionalmente encontradas.

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En Sama, acompañados por el paro general en las minas, en el mitin que él preside, anarquistas y socialistas comparten el templete, y da inicio una serie de actividades públicas cuyo objetivo es probar la nueva confluencia.

Marcha el proyecto, y lo demás, que es el intransigente empuje obrero, previsto según lo tiene, exige sólo, si bien no es poco, de la capacidad de gestión de él y de sus cercanos.

Así el reto mayor es salir al paso del conflicto en el Sotón, donde “800 mineros se declaran en paro protestando por la actitud de un vigilante respaldado por la empresa que ha robado en la tasa de destajo a los trabajadores de su cuadrilla”[26].

Cuatro días después los obreros, que han expulsado a su capataz, se encuentran con que la boca de la mina está tomada por la guardia civil, corren rumores de que los dueños de la metalúrgica de La Felguera promueven un lock out en la comarca, y otras tres secciones mineras van al paro. Y estamos todavía a más de cien días del fijado para el gran momento.

Los seis mil huelguistas que para el 17 de mayo se han acumulado, apuestan a la prudencia ante los uniformados, a pesar de que a su vez les guardan un odio de años, de muchísimos años. Pero la autoridad quiere otra cosa, envía refuerzos, el Nalón está muy cerca del estado de excepción y esa misma noche aquí y allá se escuchan intercambios de disparos sueltos.

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De resistirse a la idea de la revolución, bastarían estos días para decidir a Belarmino y al SOMA. El problema sigue siendo cómo impedir que los conflictos particulares se apresuren y den al traste con los planes. Y para nuestro hombre, como para los demás del sindicato, no dejamos de insistir, esto es mucho más que cuestión de estrategia.

Puede imaginárselo perfectamente yendo de aquí para allá, a la manera que solía disfrutar, pero ahora en calidad de apaga fuegos que no tiene forma de emplear el mejor argumento para contener los impulsos.

Apaga fuegos, escribo, y me siento de una torpeza y una frivolidad insufribles, jugando con las palabras y las ideas a la manera de un mal historiador, para quien los seres con los cuales trata son de viento o cartón, morando en lo ya resuelto.

Y los hombres y las mujeres con los cuales tratamos son, entre otros, mi abuelo, mi abuela, X y Y entonando canciones de su pueblo en mi casa en el México de los 1950s y 1960s, o puro recuerdo entre los melancólicos aires de ellos y ellas. Es mi madre festejando ahora sus dieciséis años en discursos casi sin día de descanso, luego de bajar de los destartalados camiones que llevan a las Juventudes Socialistas (JS) de Sama a Laviana, a Sotrondio, al Entrego, a la Güeira de San Andrés…

Tengo con esta estampa para pensar y repensar en las tribulaciones de Belarmino, incapaz, sin voluntad, de frenar a la hija llanamente fiel a cuanto aprendió en el hogar, en la escuela, en las calles, en la Casa del Pueblo… Si no puede

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ni quiere detenerla a ella, menor de edad según las normas y no la realidad, que en el cualquier descuido…, ¿cómo hacer con los miles de compañeros empujados por el mismo instinto, hacia un rumbo incierto? No puedo evitar tampoco el odio brutal a quienes no les dejan más camino que la improvisación del futuro.

Hay los que ven ligereza y cierta cortedad de entendimiento en la Asturias revolucionaria de este 1934, y consecuentemente en “el monstruo” y los demás cuadros del Sindicato, por cumplir a pie juntillas las decisiones que se toman en Madrid y en Oviedo.

No hay seres ideales en esta ni en ninguna otra historia, he advertido para ustedes y para mí, y el abuelo no puede escapar a esta afirmación de sentido común. En la afirmación va algo que varias señales indican no he comprendido: la cara oculta del ímpetu y la rudeza que hacen de nuestro protagonista el que es. Y con la de él, la de su generación.

Sigamos la secuencia de hechos en cuanto se refiere a las cuencas en el vínculo con el movimiento revolucionario.

En una carrera, el SOMA cita asambleas en Moreda, Turón, Santa Cruz, Carbayín, Sotrondio, Pola de Lena, y a delegados de San Martín del Rey Aurelio y Morcín, para tratar de las huelgas que han iniciado en el Sotón, mientras éstas alcanzan una por una las minas entre Sama y Laviana, donde un miembro de las JS de Tiraña es asesinado por la espalda.

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Las noticias vuelan a lo largo del río, pero vaya uno a saber si están enteradas de la última las mujeres que salen a la carretera del valle de Langreo por la que sube la guardia civil, para lanzarles piedras. En todo caso, los uniformados la emprenden contra ellas, y horas más tarde en el Sotón intercambian disparos con los huelguistas.

El comité ejecutivo del sindicato está siendo desbordado y utiliza “un lenguaje de palabras de doble filo”, felicitando “a los huelguistas por su fuerza y actitud” y ordenándoles retirarse”. Dice: “¿Para qué derrochar energías que muy en breve nos harán falta?” “La orden cae mal en el turbulento movimiento cada vez más radicalizado.”

Los alcaldes socialistas intermedian con la empresa del Sotón y presentan una salida que ambas partes en conflicto terminan por aceptar. Es demasiado simple: para guardar las formas se permitirá al vigilante ladrón entrar a trabajar, para proceder luego a su despido. ¿Es que estamos hablando de eso, de una cuestión de formas? Sí, también para los obreros. ¿Desesperará Belarmino por la aparente trivialidad? No, puede apostarse: como el que más, sabe que las formas son fondo casi siempre, y más ahora, en el tú a tú de orgullos y, por lo tanto, de fuerzas. Por otra parte, ¿no indica nada que los huelguistas acepten unánimemente el acuerdo y el total de las minas vuelvan a la vida normal sin chistar?

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Apenas en diciembre un enfrentamiento de casi idénticas características condujo a un temporal callejón sin salida, separando a “blandos” y “duros”, éstos acicateados por cenetistas y comunistas. ¿Es que los mineros como comunidad han empezado a medir las nuevas circunstancias?

Quizás ha sido determinante un discurso de Amador Fernández a los huelguistas, a través del cual medir la estatura de este hombre, que hasta donde sé no ha sido recordado por el futuro siquiera a la manera del abuelo: PACO A fines de mayo el gobierno provincial lanza a las fuerza del orden a cateos generalizados en los pueblos y barrios obreros, en busca de armas. “Diez parejas de la guardia civil al mando de un capitán registran durante varias horas la Casa del Pueblo y el Teatro Llaneza en Sama.”

En el Fondón y en el pozo María Luisa se cachea a los mineros, y se registran los centros del SOMA y algunos domicilios de sus agremiados en Laviana, Barredos y Tiraña. A la autoridad le obsesiona la Casa del Pueblo de la ciudad en la que Belarmino es concejal, y vuelve a ella al día siguiente, a pesar de que no encontró sino un par de cartuchos de dinamita, en principio explicables. A la acción responde un paro de 24 horas en toda la cuenca afectada, que decretan las agrupaciones locales y no el comité del Sindicato.

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¿El gobernador es presa de un ataque de paranoia? No: los trabajadores han estado armándose desde fines del año pasado y en particular tras las elecciones. La principal fuente de aprovisionamiento son sus compañeros de la fábrica de armas de Oviedo.

En los primeros momentos se extraen armas en piezas: las “de mayor volumen, la culata y el fusil, ocultábanse en los monos de trabajo, y el cajón del mecanismo en la ropa de los que se mudaban antes de salir”. Luego sin más se hará un boquete en el almacén, de modo de ocultarlos de inmediato en pequeños carros de patatas.

Para cuando el gobierno lanza la orden de alarma, se ha sumado la provisión de los obreros de la segunda fábrica asturiana del ramo, de donde los hurtos se realizan por el “probadero de ametralladoras”, y son comprados fuera los pequeños lotes de pistolas y fusiles que las condiciones permiten. Las Juventudes Socialistas, muy activas en el tema, contabilizan medio centenar de operaciones. Y está en marcha el envío de la dotación en regla, que conducirá un barco, el Turquesa.

En junio la Federación de Trabajadores de la Tierra, socialista, llama a una huelga nacional que si en otras partes se reduce a nada o poco nada, en Asturias se concreta, en particular en torno a la zona minera. Belarmino debe tener pelos y señales de la cuestión, pues en el pasado dedicó parte de su tiempo a organizar el gremio.

No es un acontecimiento mayor en cuanto al número de familias involucradas, pero crea una atmósfera propicia a las fricciones. En particular al sumársele el conflicto

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del pozo María Luisa, donde en una nueva provocación la Duro Felguera reinstala al vigilante despedido del Fondón.

La respuesta es inmediata, al hombre se le envía a otra mina, Mosquitera, con idéntico resultado, y la previsible intransigencia de la empresa da pie a que la totalidad de las secciones del SOMA en Langreo, y algunas de más allá, paren en solidaridad.

El movimiento, sumado a una serie en Mieres, Gijón y Oviedo, parece incontenible, entre cinco docenas de actos de las Juventudes Socialistas aquí y allá. Todos van en contra de la directriz del PSOE y la UGT fijada desde Madrid para preparar la insurrección, de cero choques con el Estado y las patronales, y contradice incluso la que matizan pares asturianos de aquéllos: “acción limitada pero continua”.

Intuyo al abuelo vacilando entre el activismo desquiciado y, otra vez, la soledad.

Sólo Amador estaría en condiciones de compartir con él la avalancha de cálculos y dudas, y no está a disposición más que de tarde en tarde, pues salta por la provincia y por el país en muy diversas negociaciones.

Belarmino un solitario a ratos, me digo; destino de los varones en una sociedad que les ordena callar lo íntimo, tanto más cuanto más se presume de madurez y virilidad, tal es el caso. ¿Con quién van a sincerar las preocupaciones los 42 trabajados años del hijo de Sandalio y Cándida? ¿Con cualquiera de los miles de compañeros a quienes debe, precisamente, calmar o infundir ánimos? ¿Con la familia, ante la que

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ha adquirido la categoría de Dios en pequeño? ¿Ante la hija, pongamos, enfebrecida por la oportunidad de salir a la luz, codo a codo, entre un mundo de hombres?

Verdad es que apenas hay tiempo de reposar la cabeza en un alto o a punta de culines de sidra o pintas de vino, sin embargo juraría que a pesar de ponerse por completo en el proyecto acordado, nuestro personaje lo persigue un difuso pesimismo respecto al resultado de la auténtica andanza a punto de acometer. Y con él la imagen del derrumbe de lo que ha costado enormes sacrificios levantar.

Se trata de la sombra de la muerte, pues, rondando a su alrededor. De la muerte grande, que no es la de uno mismo, siempre considerada, sino de la de cuanto se ama.

Esta sensación, que en el “monstruo” presumimos desarrollarse ya de manera acusada, envuelve aprisa a la Asturias obrera, que en las minas del Nalón se diría recapacita al salir a las calles la guardia civil paladeando la oportunidad de volver a donde debe a esa chusma maloliente, sucia de carbón, que exhibe su orgullo a lo largo del río y no respeta nada. ¿Pero qué tanto desprecian tal miedo, en un tiempo en el que la muerte continúa siendo una compañía inseparable, que se lleva a un porcentaje de recién nacidos y suele llegar a lo prematuro, subrayadamente para quienes han estado expuestos a los aires de los socavones, que producen silicosis? ¿Y qué tanto lo hacen a veces irracionalmente, enganchándose con el alcohol, enfrascándose en reyertas de con-

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secuencias sin límites o sobrevalorando su fuerza, como también probará la revolución a la cual se disponen ya?

Todo es terriblemente complicado en cuanto a ésta se refiere. De momento, por las dificultades para limar las viejas asperezas entre las organizaciones, obra que en la provincia toma pocas semanas pero que en el conjunto del país amenaza no cumplirse.

Todavía en junio el franco propósito de unidad de los anarcosindicalistas asturianos vuelve a quedar en minoría en el pleno de las regionales de su organización, y el Partido Comunista no abandona el sectarismo que en buena medida le dicta la Tercera Internacional, afirmando que el pacto revolucionario no es otra cosa que “la santa alianza contra el comunismo, contra los soviets”. ¿El abuelo hace caso omiso de estas perturbadoras señales? No, me da por afirmar de nuevo, y así veo plantarse ante mí al hombre desnudo y experimento un confuso, hondo orgullo. Confuso por cuanto crecí en una segunda mitad del siglo XX que se rebeló contra la masculinidad histórica, que mata la sensibilidad y es contraparte de la condena milenaria a las mujeres, evas, peligro terrible a quienes debe silenciarse a golpes.

Pero si esa masculinidad se apropia de la entereza, Belarmino resulta un espécimen cercano a la perfección. No hay resquicios en él. Es de piedra, sin aspavientos ni gestos dramáticos, tan contundente como el pequeño de ocho años que dio una

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lección al peón que hacia 1900 peleaba con Sandalio en Lavandera. Y no tardará mucho en demostrarlo y rendir a cuantos lo contemplen, ¿sin ser ni pretenderse un héroe?

Eso, no lo sé. Sí, en cambio, que otros en la misma condición de dirigentes son más inteligentes, más educados, más arrojados incluso, pero no tan de una sola pieza, debo decir. Y así, perdónenme ustedes, siento un enorme orgullo, por lo obvio y por la manera en que refleja la identificación que el “monstruo” no ha dejado de tener con su gente, seres de roca, se diría.

El verano caliente va a culminar a comienzos de septiembre. La CEDA convoca a un magno evento en Covadonga, anunciando una nueva reconquista, y manifestaciones antifascistas contestan en la provincia. El que al final resultará el más señalado, toca directamente al abuelo, ya que se celebra en la ciudad de la cual es concejal y lo promueve el grupo femenino de las Juventudes en la localidad, entre el que está su hija, Pura.

El contingente se concentra en Sama a las 6,30 “frente a la Casa del Pueblo para salir a las 7 menos 10. Se puso en marcha por el Parque Dorado, para cruzar la carretera y salir a la Plaza de Federico Silva. Cruzaron la plaza y al entrar a la calle Álvarez Miranda, intervino la fuerza pública.

“La ciudad se encontraba atiborrada de guardias civiles desde muy temprano. De la manifestación salió una comisión al ayuntamiento, pero apenas si se había aleja-

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do unos pasos cuando los guardias comenzaron a golpear a las mujeres y a tratar de arrancarles el cartel. Suenan los primeros tiros. Matilde de la torre, que participaba en la manifestación, cuenta: “La guardia civil sin previo aviso disparó a boca de jarro sobre aquellos miles de madres y esposas. La diputada socialista que iba en la manifestación vio caer a su lado a varias mujeres. Los hombres que habían decidido no tomar parte en el acto para quitarle riesgo, cuando oyeron la descarga de la fuerza armada, se lanzaron a la defensa de sus compañeras…

“Un joven socialista queda muerto en el suelo, heridas graves dos manifestantes, tres transeúntes y dos guardias. Continúan los tiroteos esporádicos por las calles de la población. Los guardias agraden a todo grupo mayor a tres personas en la calle.” ¿Dónde está Belarmino durante la jornada? ¿Qué piensa por la mañana, al saber de la llegada de las fuerzas, y qué hace a continuación, como concejal, dirigente y padre? Por enésima vez, no tengo idea. ¿No se está quieto y algo intenta para que las cosas no salgan fuera de control, en ambos bandos y en la medida de sus posibilidades? ¿O simplemente se aviene a los hechos, cuyos costes potenciales no hay modo de prevenir?

La hija en peligro, las mujeres que quiere, en peligro. El tema no parece digno de mencionar siquiera, y lo es por los eventos del día referido y por los mucho más complicados de octubre, al fracasar el movimiento armado.

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Adelantándome a éstos, los elementos de los que dispongo indican a un padre celoso de la integridad de su familia y particularmente interesado en Pura, a quien de niña permitía travesuras que castigaba en los hijos varones, y de la cual hoy parece orgulloso.

La mañana de la manifestación, Belarmino debe hallarse en el interior de la alcaldía, como miembro que es de ella y de seguro, entonces, uno de los encargados de recibir a la comisión de mujeres. ¿Qué hace cuando observa o escucha la acometida de los uniformados?

Hay momentos en apariencia secundarios, como el presente, muy propicios al vuelo de la imaginación, de modo de tocar, en verdad tocar, a nuestro personaje y lo que lo rodea. No dispongo de tiempo para ello y pido al lector o lectora que se detenga un poco y lo haga por su lado, considerando la ascendencia de Belarmino en la población, su carácter, el lugar físico que ocupa, el factible acceso a un arma o a cartuchos de dinamita, la presencia de la hija en el mitin, los cuerpos caídos en la calle. Y un último factor: el trato hacia las mujeres en ambientes de violencia, en la España de 1934.

Al término de la Guerra Civil se repetiría el comportamiento ancestral de los ejércitos regulares e irregulares, encontrando en la vejación a la mujer la mayor puesta en escena de los miedos contenidos y el uso del poder. En el año en el cual estamos no resulta así todavía, y el hecho es harto significativo y mues-

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tra que cualquier agresión contra las mujeres está cercana a los fosos de la ira.

En el comportamiento del abuelo a lo largo del día de la manifestación, han de tomarse también en cuenta los preparativos de la revolución, que está a punto de recibir el cargamento esperado para iniciar.

Las contadas páginas que hay aquí no aspiran ni de lejos a resumir sucesos de la trascendencia del que atravesamos ahora. Digamos sólo que es apasionante la historia de las armas que en las primeras horas del 10 de septiembre quedan a la vista de San Esteban de Pravia, donde ancla el Turquesa, un “bau” de pesca.

Destinadas primero a Andalucía y luego al País Vasco, finalmente los comités ejecutivos del PSOE y la UGT decidieron su envío al Sindicato Minero asturiano, a quien se reconoce la capacidad para costearlas y manejarlas.

Cien militantes socialistas, entre los cuales va nuestro protagonista, y un grupo de anarquistas aguardan, y en una serie de peripecias toman sólo parte del alijo[28], esquivando en su absoluta mayoría las batidas que de súbito realiza la guardia civil. Separado en montones, el cargamento va de escondite en escondite, mientras la autoridad procede a detenciones a ciegas. Ésta revisa con desesperación varios lugares, pero en especial la mina San Vicente que, recordemos, es propiedad del SOMA; y la Casa del Pueblo de Sama, sin hallar nada.

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Los comprometidos se organizan en piquetes que de Madrid recibirán la orden de actuar, a través del Comité Revolucionario. Si bien más tarde alguno de los responsables del movimiento nacional, afirmará que la convocatoria es a la huelga general, sin precisar su carácter, los demás tienen claro que ésta debe ir acompañada del asalto a puntos previamente acordados, con el objetivo de hacerse del poder en cada ciudad, región, provincia.

En Asturias no hay dudas al respecto, y tras tensa espera la señal llega cerca de la medianoche del cuatro de octubre, al darse a conocer la designación en el gobierno central de tres ministros de la CEDA. Respecto a su cuenca, habla Belarmino: “Habíamos tenido a la gente preparada en los alrededores de Sama las dos noches anteriores y en guardia algunos grupos.

Esa última noche yo permanecí en el Teatro Manuel Llaneza esperando que me avisasen. A las once y cuarto mandé recado a los compañeros para que se retirasen y me fui a mi casa. A las once y media llegó {Ramón González} Peña. Me llamaron de la Casa del Pueblo y salté de la cama convencido de que había llegado nuestra hora.

Efectivamente Peña y yo cambiamos las últimas instrucciones; envié emisarios en automóvil a la Oscura, Sotrondio y Laviana, y mande buscar a los jefes de grupo para que reuniesen de nuevo a los elementos de las Juventudes Socialistas {en la comarca, casi la totalidad de ellos, mineros} que iban a entrar los primeros

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en la refriega. A muchos de ellos se les encontró todavía de camino a sus casas.”

En esas y otras poblaciones del Nalón, sin faltar por supuesto La Felguera, donde los anarcosindicalistas “reaccionan con cautela, pero reafirman su postura de incorporarse a la lucha en la calle”; en Mieres y diversos puntos del Caudal; en el valle de Aller, en Pola de Lena y Olloniego se siguen pasos semejantes a los de Sama.

Mientras las cosas se complican para quienes desde el depósito clandestino en Llanera deben surtir de armas a Gijón, y en Oviedo el Comité Revolucionario se amplia con un sargento y dos representantes del Partido Comunista, e inicia la movilización de alrededor de mil militantes.

Detengámonos un instante, antes de seguir en detalle sólo los acontecimiento en los cuales está directamente involucrado nuestro personaje, en su calidad de presidente del Comité del Nalón.

A lo que se acude en los siguientes días produce algo infinitamente superior a cualquier sentimiento de un nieto por su abuelo. Porque el protagonista no es uno sino miles de hombres y de mujeres y niños y niñas también; porque lo que sucede, en principio se presenta una vez cada muchos cientos de años, y es el destino de una sociedad, que esta vez significa no la disputa de unos cuantos por la supremacía, sino de parte de las mayorías; y porque todo está presidido por la angustia, el dolor, la sangre.

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El “monstruo” debería pues confundirse en la multitud, ocupando uno de los últimos lugares, en tanto el privilegiado que se experimenta como un ser esencialmente cumplido frente a sí y frente a los demás. No es así por el rol que juega y sus propias palabras van aclarando, pero le pedimos el pasado en préstamo, para a través suyo asomarnos a los otros, en su conjunto más jóvenes, que recorren apenas lo que para él resulta ya historia y que desde esta noche se convierten en los protagonistas principales del drama, primero, y de la tragedia después.

Como Belarmino, cada uno de ellos es también un ente singular y a la vez la suma de todos, y aunque pertenezcan a la segunda generación obrera de la cuenca, sus existencias no son muy distintas a las de él, a quien entrevimos a los ocho años entrando por los agujeros de una explotación de yeso o cargando una desproporcionada piedra para defender a su padre, o trabajando a los doce al calor infernal de un horno o en un oscuro socavón, entre los aires ponzoñosos que desde entonces lo consumen, rogando no perder una mano, un brazo, una pierna, tal vez un ojo, o a lo simple, morir.

Para arrancar lo poco que los separa de la pobreza, esta gente ha debido emplearse en magnas contiendas, y un reiterado empeño le permite vivir no entre el lodo, la basura, los riachuelos de sus propias inmundicias. Lo ha hecho obligada a entender que no hay manera de salir adelante sino es junta, a pesar de los incontables odios y rencillas a los cuales fuerza el trato cotidiano.

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Fue junta, antes que nada, que se dio mecanismos para convivir y decidir sobre los grandes problemas, y que aprendió a soñar en mejores tiempos inexorablemente para todos. Así, quiéranlo o no, sea o no consciente de ello, representa la utopía. En ella se expresa la absoluta mayoría de la humanidad y está en posesión de lo que ésta suele carecer: instrumentos para abrirse paso.

En esa voluntad general que mueve a los mineros y metalúrgicos del Nalón y del Río Caudal, y a los trabajadores de muy diverso tipo en otras partes de la provincia, no desaparece jamás el nombre y el apellido de uno por uno; su rostro, su edad, su pasado, la madre, la esposa, los hijos e hijas sin lo cuales, a lo llano, no serían, y que a sus espaldas sufren quizás más que ellos, por la inacción a los que se les condenada: depender de las explosiones cuyos orígenes no pueden ubicarse, de los silencios de significados inescrutables, en la obstinada incertidumbre y la angustia de no estar.

Mezcla de río y gota, Los hombres, salen de casa las primeras horas de hoy a fin de echarse encima al mundo, sin idea de cuál regresará de una pieza, en una aventura que bien puede dejarlos sin lo ganado con tanto esfuerzo, arriesgando el presente y el futuro de quienes más aman y les dan sentido.

No puede evitarse, pues, sentirse conmovido, admirado, sobrecogido con lo que aquí comienza y es una secuencia de actos en los cuales la realidad se transfigura en los sentidos, alterando las formas, convirtiendo las horas en minutos,

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un palmo de terreno en distancia enorme, lo pequeño en gigantesco, y viceversa.

Por eso me avergüenza dar unos cuantos, malos plumazos sobre ello, y no sólo me apoyo en el trabajo de Taibo2, sino que lo cito por páginas completas.

Debo decir antes que en diversas circunstancias y periodos conocí a una veintena de quienes están involucrados en los hechos. Seis se dibujan con claridad en mi cabeza en el transcurso de la revolución. Los tres primeros son mi abuela, mi madre y el menor de mis tíos.

El cuarto es Luís Coca, uno de los más estrechos amigos de mis padres en México, luego de pasar ocho años oculto en los entrepaños de una casa al término de la Guerra Civil. Con el quinto, Arísitides Llaneza, hijo de Manuel, la memoria colectiva ha sido cruel, olvidando su actuación en este 1934 y la década en los montes acaudillando la resistencia armada de una partida de compañeros de Mieres. Al último, José Mata, que hizo otro tanto con los “fugados” del Nalón, lo conocí en su casa del sur de Francia durante unos cuantos, inolvidables días cuando se había jubilado de minero.

Es éste el que de entrada se me aparece, la noche del día tres en que Belarmino y los otros miembros del Comité Revolucionario de su cuenca han ordenado converger en la Casa del Pueblo de Sama a las escuadras. Mata no está allí, pues si deben bajar los militantes de todos los pueblos en los bordes del río, los de Ciaño y San Martín del Rey Aurelio, concejo éste en el cual vive el joven, antes tienen que

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hacerse de los cuarteles –uno en el primer caso, dos en el segundo- de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto.

Las acciones se desarrollan así: “De la Casa del Pueblo salieron cinco compañeros con fusiles. Todos los jefes 3e grupo pedían armas. Manuel Otero, dirigente de las Juventudes Socialistas de Langreo que se convertiría, en el combate, en el director militar de la revolución en Sama, dijo: -No alcanzan, no alcanzan. Pero si sale bien esto, vamos a tener de sobra.

Y sí tuvimos, pero la carnicería fue tremenda.

Preguntóse al Comité: -¿Se empieza la lucha a vida o muerte hasta que se tomen los cuarteles?

-En caso de encontrar resistencia, sí.

Para enfrentarse al núcleo mas potente de la fuerza gubernamental en la zona de Langreo, el Comité Revolucionario cuenta en Sama con 20 escuadras de 20 hombres, cada una armada con escopetas y pistolas, a las que se incorporarán pequeños núcleos de los pueblos mineros, vecinos y las secciones de los demás puntos de la cuenca minera que se sumarán tras derrotar a los contingentes locales de la Guardia Civil.

Corre la noche del cuatro de octubre. Las escuadras de las Juventudes Socialistas se movilizan por toda la Cuenca del Nalón. Escuadras de fantasmas surgen en las

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sombras en La Invernal, San Isídro de Tirana, Lada, Cocañín, Blimea, Santa Bárbara, La Nueva.

Siete cuarteles de la Guardia Civil y uno de la Guardia de Asalto son el objetivo: Ciaño, El Entrego, Sotrondio, Barredos, Laviana, La Felguera y Sama; este último con sesenta guardias al mando del capitán José Alonso ‘Nart y del teniente Juan Llovera. En Sama se encuentra también una sección de guardias de Asalto junto a un grupo de policías de vigilancia a las órdenes del odiado inspector Magadán.

Habla Belarmino Tomás, presidente del Comité Revolucionario de Sama (entrevistado en Bruselas en 1935 por Ignacio Lavilla) : A todos los compañeros que estaban dispuestos se les advirtió que debían esperar como señal la explosión de un cartucho de dinamita. A las dos y media de la madrugada sonaron dos detonaciones: una en el patio de la Casa del Pueblo y otra en las inmediaciones de la iglesia. Minutos después comenzó a hacerse fuego contra los cuarteles.

La fuerza fundamental de las escuadras se concentra sobre la Inspección de Seguridad y cuartel de las fuerzas de Asalto, por considerar que es el eslabón más débil de la cadena mientras se cerca el cuartel de la Guardia Civil.

Habla Marcial López González, guardia de Asalto recién incorporado a la plantilla de Sama:

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En la madrugada del día 5 me hallaba en mi hospedaje, acostado, cuando me despertaron las detonaciones de vanos petardos; apenas incorporado en la cama, entró en la habitación un compañero, diciendo: -¿Has oído, Marcial? Levántate aprisa y vamos a la Prevención. Mientras me vestía sonaron varias descargas y estampidos de metralla.

Cruzó por la calle un camión con varios guardias, tres de ellos heridos y uno muerto; momentos después estábamos en la calle, tiroteados constantemente hasta llegar a la Prevención.

En la Prevención estaba el cabo Julián Falencia Giménez, con siete u ocho guardias, llegando a reunimos catorce o quince; muchos habían sido asesinados cuando se dirigían a su puesto, o estando de servicio, y algunos lo fueron en las mismas puertas de sus casas…

El descuido de los mandos de las fuerzas de Asalto al no haber concentrado a sus hombres origina el saldo de víctimas en esos primeros minutos de combate.

N. Molins (periodista del POUM que recogió gran cantidad de testimonios en noviembre de 1935) cuenta una de las tantas escaramuzas que se libraron en la noche: ...se organizó el ataque contra dos guardias que se habían refugiado en una casa del vecindario al empezar la lucha. Un cabo que había con ellos prefirió, en lugar de luchar, entregarse a los revolucionarios. El hecho que los dos guardias se hallasen en una casa donde vivían vecinos dificultaba el ataque, pues los revolucionarios, a

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pesar que amenazaban con hacerlo, no se decidieron nunca a emplear la dinamita, única arma con suficiente potencia para luchar contra la superioridad de armamento del enemigo. Los héroes de esta lucha fueron los dos guardias y los dos obreros que, fatigados de lo que duraba emprendieron el asalto al edificio´ y así, palmo a palmo, fueron ganando la casa hasta un patio exterior, donde murieron los dos guardias haciendo fuego contra sus enemigos.

A pocos metros de allí una escuadra de mineros descubre un francotirador que oculto en un tejado y cubierto por el ruido de los disparos que suenan en todo el pueblo, ha estado disparando impunemente sobre los que pasan. Se trata de un agente de Seguridad que es acribillado a tiros en mitad de la calle tras ser detenido.

A su lado quedan un minero muerto y dos heridos. Contra lo que testifica el guardia Marcial López, este es el único caso en que se dispara contra un guardia desarmado.

Los demás o mueren en combate, o se rinden y sus vidas son respetadas. No sucederá lo mismo horas más tarde en el cuartel de la Guardia Civil.”

Puedo imaginar la desesperación de la familia de Belarmino en esos momentos, cada uno y una a su manera. Severina no ha dejado, no dejará nunca de ser la mujer de un campo que recrea la paz de sus pequeñas propiedades, en cuyas tierras ella se emplea tan ardua y acuciosamente como el marido en lo suyo, sabiendo que el cosmos pende de la suerte de los sembradíos.

Proba y enamorada, se limita a acompañar el camino de su hombre, venido del au-

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téntico otro continente que de súbito vio crecer a la vera de Garganta, sin intentar comprenderlos, con sus líos que hoy no dejan estar, vuelven loca, a la noche, hecha para el reposo del suelo, de los cielos, de las criaturas del Señor.

La noche, el mundo que se desquicia, suena a simple barbarie, amenaza con desaparecer por voluntad justamente de quien la mujer más quiere, tal vez muerto ya, que la deja a ella y a los críos librados a la suerte.

La hija, Pura, mi madre, que al terminar la historia pasará un trago particularmente amargo, no está en casa sino con el grupo de mujeres de las JS preparadas a ofrecer la ayuda que se les permite. El hermano menor, Agripino, un niño consciente de que no podrá reproducir la historia del padre, que a su edad se había convertido en todo un hombre, se echa también a la calle con los amigos, ocultándose a los mayores para acudir al gran suceso.

“El Comité revolucionario que ha mantenido la vigilancia desde las 12,30 de la noche tiende emboscadas en los accesos a ciudad para impedir que las camionetas de la guardia de Asalto enviadas desde Oviedo puedan llegar a los cuarteles sitiados. Una de ellas ha sido vista pasar un poco antes de que se iniciara el tiroteo hacia Ciaño, la otra ha ido a La Felguera por la carretera de Tuilla.

El chofer, desconcertado, pierde el control del vehículo que se estrella contra un muro, tres guardias quedan muertos en el acto, otros son heridos al intentar escapar.

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El teniente Martínez y Calderón de la Barca llega hasta el cuartel de la Guardia Civil donde logra refugiarse. No sucede lo mismo con la mayoría de los guardias, que caen muertos o son capturados.

Mientras se desarrollan estos pequeños combates y antes de que la camioneta de asalto llegue a Sama, el cerco y tiroteo del ^cuartel situado en la Inspección 9 de Seguridad se ha iniciado con gran violencia.

Cuenta Belarmino Tomás: El inspector Magadán y el teniente de Asalto, repuestos de la sorpresa de nuestras primeras descargas, contaron su gente y se sintieron fuertes.

Ellos tenían fusiles y ametralladoras; nosotros les hostilizábamos con escopetas y pistolas. “Esto no se presenta muy feo”, debieron de decir para su calote. Nuestros muchachos les gritaban: ¡Ríndete^ Magadan!; y a estos gritos contestaban ellos con descargas cerradas, sin hacer blanco.

Pero no contaban con la dinamita. Cuando intervino este elemento cambió por completo el panorama. Claro está que el empleo de la dinamita obligaba a dar el cuerpo, porque era preciso acercarse al cuartel para dirigir los cartuchos a las ventanas. Los fusiles callaban buen rato detrás de cada explosión, y nosotros podíamos advertir claramente el efecto que éstas causaban en el ánimo de la fuerza. ´ -¡Si os rendís no os ocurrirá nada!- volvió a gritárseles.

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No se rindieron y seguimos atacando cada vez con más ímpetu. Allí perdimos a un buen compañero: Máximo García, obrero de la mina San Vicente, propiedad del Sindicato Minero Asturiano. Maximino fue recogido con vida y se le trasladó a la Casa del Pueblo, donde habíamos instalado un botiquín de urgencia. Tenía un terrible balazo en el vientre, y murió. Por consecuencia del tiroteo, otro compañero, cuyo nombre no recuerdo, perdió un brazo, y un capataz de la mina Escobio, llamado Adolfo García, también resultó herido, falleciendo a los dos o tres días en el hospital.

Habla M. Molins: ...se pensaba seriamente en el asalto directo, jugándose como fuera la vida, cuando los revolucionarios fueron sorprendidos con la gesta de un compañero que después había de morir a consecuencia de una herida recibida en Oviedo, donde fue dos veces. Nuestro hombre, con gran asombro de los atacantes, después de haber pasado el espacio de calle batido por el fuego de los guardias, avanzaba pegado a la pared del cuartel con una caja de dinamita en los brazos. Caminando con todo cuidado para no ser visto por los que tiraban desde las ventanas, y con toda serenidad, llegó a la puerta del edificio, donde dejó la dinamita, que estalló como un trueno al cabo de poco tiempo. La escalera deja casa quedó así destruida. Los atacantes habían presenciado la

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acción de su compañero manteniendo el aliento hasta que salió ileso.

A las ocho de la mañana los revolucionarios envían a parla-mentar a un cabo y al chofer del camión de asalto detenido en plaza de Galán. Pero los sitiados no se rinden.

Habla Belarmino Tomás: ¡Y vuelta a la dinamita! A las diez, en una de las ventanas vemos que se agita una bandera blanca. Sin vacilar se acerca un grupo a la casa y es recibió con una descarga. Esto exasperó ánimos al punto de que era necesario frenar a la gente para que no se lanzase temerariamente a tomar el cuartel a cuerpo limpio. Lo que hicimos fue redoblar el empleo de la dinamita, que no falla. Voló la escalera interior del edificio y por todas partes revelando al exterior la ruina que sostenía a los guardias.

Habla el guardia Marcial López: Distribuidos entre ventanas y puertas estuvimos haciendo fuego todo el día, hasta las siete de la tarde, en que nos quedamos sin municiones; durante las dieciséis horas que duró el asedio nos tiraron más de cien bombas, que destruyeron parte del edificio.

Al observar que no contestábamos a su tiroteo, acometieron todos tirando cartuchos de dinamita; nosotros subimos al último piso, mientras ardía la Casa de Socorro, las oficinas nuestras y el Juzgado Municipal

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-que estaban en el edificio-; allí seguimos defendiéndonos, hasta que explotó una bomba, cayendo la escalera y todos revueltos bajo una pared…

Habla Benavides: La tremenda explosión cuartea el cuartel. Suben en tromba maderas y padrillos. Un guardia, loco, se encarama al tejado de luna casa inmediata; lo derriban de un tiro y viene a caer en medio de la calle.

-Magadán, por última vez, les invitamos a rendirse. Necesitamos vuestro armamento; pero estamos resueltos a acabar con vosotros si no os lo entregáis.

-¿Quién responde de nuestras vidas? -pregunta Magadán.

-Yo y todos los que están conmigo.

Doblaba su curva la mañana cuando Magadán y los defensores supervivientes de la Casa de Socorro (está situada en el mismo edificio que la Inspección) aparecieron en las escaleras derruidas con los brazos en alto.

Son las tres de la tarde, el combate ha durado 12 horas y media (no las 16 que dice el guardia Marcial López).

Belarmino Tomás rinde un testimonio muy importante al hablar sobre el trato dado a los prisioneros: No hubo una mala palabra para los veinte prisioneros. Le recogimos las armas y la munición que les quedaba y se les condujo, como

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a los otros dos, a la Casa del Pueblo. Es más, a algunos de ellos se les permitió ir a sus casas. Recuerdo un guardia de Seguridad que tenía a su mujer de parto. Este hombre vivía en la calle de Aurelio Delbrouck; no bien nos expuso el caso se le envió a su domicilio y hasta le mandamos a la parturienta huevos y leche. Para los demás prisioneros hubo alimentos, tabaco y toda clase de consideraciones.

En el curso de la mañana han estado llegando a Sama las avanzadas de las columnas de revolucionarios de toda la cuenca minera del Nalón. El cuartel de la Guardia Civil resiste firmemente. No se puede proseguir con el plan y lanzar las columnas hacia Oviedo mientras ése tremendo obstáculo permanezca en pie.

Para entonces el pequeño cuartel de Ciaño, a unos kilómetros de Sama, es atacado por 20 escuadras a las que se incorporará un pequeño grupo de militantes de las Juventudes Comunistas, con sólo escopetas y pistolas. La historia del asalto muestra el tono de la lucha en las cuencas: Se confía en que los guardias se rendirán sin combate. El cabo López ha dicho en público algunas veces que él está por la República Social, que sólo debería haber una clase y su esposa tiene dos hermanos en las Juventudes Socialistas y uno en las Comunistas.”

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Pero no es así y doscientos revolucionarios de los pueblos vecinos se suman al grupo que inició el cerco. Algunos de los guardias que veían la lucha inútil quisieron entregarse a los revolucionarios. Los conocían a todos personalmente y sabían muy bien que sus vidas serían respetadas. Todos los ruegos y todas las súplicas fueron inútiles. En uno pudo más el sentido del honor mal entendido, y en los otros el sentido de la disciplina.

Parecen eventos menores y no lo son. Las pequeñas acciones con su modesto reguero de muerte, en la tercera ciudad en importancia de Asturias, y las que se producen en las demás poblaciones mineras sobre el río, vuelven de cabeza al mundo vuelto sobre sí de la cuenca, y encaran a las instituciones todas de España, sin posible marcha atrás.

En Sama, al mismo tiempo que se iniciaba el asalto al Cuartel de Seguridad, se pasa a la ofensiva contra el cuartel de la Guardia Civil situado en la calle 1 de Mayo y defendido por el capitán Nart con 60 guardias.

Al frente de las escuadras que sostienen el cerco se encuentra desde el principio Manuel Otero, infatigable (…) Con un par de grupos de Lantero y La Moral además de tres escuadras de Sama ha simulado que los hombres que mantienen el cerco son muy superiores a la realidad para obligar al capitán Nart a permanecer encerrado.

El cerco opera, pero no hay posibilidades de iniciar un asalto, el cuartel no es pieza fácil. Una ametralladora barre la calle de acceso, y no se puede utilizar la

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dinamita porque no hay edificios más altos desde donde arrojarla. Además, las escopetas que componen la parte fundamental del armamento de los atacantes obligan al combate a corta distancia, y los fusiles de los civiles impiden que se pueda tomar posiciones favorables.

Habla Manuel Benavides: ...se roció de gasolina el cuartel, trabajo y tiempo perdido. La fábrica resistía sin riesgo ese tipo de ataque. Hubo luego una algarada que pretendió encogerle el ánimo a los civiles; pero éstos fiaban su defensa a dos ametralladoras que, emplazadas una en cada piso, batían a lo largo de un kilómetro la avenida del Primero de Mayo. Los guardias además habían roto a derecha e izquierda, las medianeras de las casas en las que se hicieron fuertes...

La camioneta de la Guardia de Asalto que se encontraba en La Felguera ha intentado acercarse para auxiliar a los cercados, pero los 24 guardias al mando del teniente Ramos Cabello son detenidos por las guardias obreras situadas por el Comité Revolucionario en el acceso a la ciudad.

Habla Belarmino Tomás: No costó gran trabajo cortarle el paso, porque habíamos elegido posiciones ventajosas contando con eso. A tiros se les obligó a meterse en los edificios de la Unión Hullera, a poca distancia del puente nuevo que

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da acceso a Sama. Desde allí se dieron cuenta de la situación apurada de los sesenta hombres que el capitán Alonso Nart contenía en el cuartel, e intentaron una salida para acudir en su ayuda.

Los nuestros eran pocos y mal armados, pero ellos se vieron negros para atravesar el puente y tuvieron que buscar nuevo refugio en el establecimiento El Miramar, situado en la esquina de la carretera de Gijón y avenida del Parque. Manteniéndose en aquella casa, podían evidentemente prestar un buen servicio a la Guardia Civil, porque no les era difícil comunicarse con el cuartel y sus tiros contribuían a protegerlo. Quedamos obligados a buscar el medio de contener a los de Asalto en El Miramar.

Algunos compañeros se situaron en La Peña, en el plano de La Ilueria, y otros en lugares elegidos del Parque. Así, el enemigo no podía moverse. Sin embargo, desde el cuartel consiguieron tirar una cuerda larga cuyo extremo cogieron los otros para enviar por ella munición que empezaba a escasear por consecuencia de la intensidad de la defensa. Nuestros tiros mataron a dos guardias de Asalto en el momento de intentar salir con munición.

Por nuestra parte no habíamos tenido bajas. Esta situación, sin variaciones notables, duró toda la mañana. A la fuerza pública se le ponían mal las cosas. En una tentativa desesperada, los de Asalto salen y ganan el cuartel...

Estimulados por la llegada del oficial de Asalto, los sitiados inician en la mañana

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del día 5 la realización de un par de salidas que mejoren sus posiciones defensivas.

La primera mandada por el teniente Llovera tiene el objeto de dispersar a los sitiadores que disparan desde la calle Narlona. El teniente y cinco números son heridos y aunque logran su objetivo inicial, fracasan cuando las escuadras de las Juventudes lanzan un contraataque.

Una segunda patrulla mandada por el subteniente Benjamín Suárez Pando fracasa en un nuevo intento, y los guardias se retiran hacia el cuartel dejando al subteniente muerto en la calle.

Hacia las cuatro de la tarde llegan refuerzos a los sitiadores. Las fuerzas que han batido a los guardias de Seguridad y Asalto, y los victoriosos grupos de San Martin del Rey Aurelio y Laviana hacen su entrada triunfal en Sama. Con ellos, llegan fusiles tomados a los civiles en todos los cuarteles de la cuenca minera de Langreo.

Cerca de dos mil hombres rodean el cuartel.

El

Comité

Revolucionario

ofrece

la

rendición

a

los

sitiados.

Cuenta Belarmino Tornas: A las cuatro de la tarde Sama se ve inundada por una multitud de compañeros procedentes de Ciaño y de La Oscura.

-Todavía estáis así -nos dicen. -Lo nuestro ya quedó liquidado.

En fin; en Sama hubiéramos preferido no tener prisa si la paciencia sirviese para economizar víctimas, pero veíamos que el cuartel se resistiría

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hasta derrumbarse. Todavía quedaban dentro las mujeres y los hijos de los guardias, a pesar de nuestras invitaciones para que salieran. Pensando en ellos, pensando en los mismos guardias, se me ocurre llamar por teléfono al cuartel. Todavía parece que estoy oyendo el murmullo de voces apagadas entre el fragor de las descargas. Confieso que me impresionó. Era como si me hubiese metido en el cuartel yo mismo.

-¿Quién es?

-Aquí, la Casa del Pueblo. Belarmino Tomás.

-Aquí el Cuartel de la Guardia Civil. Al aparato el sargento Tomás Álvarez. ¿Qué desean?

Y yo poniendo en la voz toda la intención persuasiva de que era capaz, contesté: -He llamado para hablar con el capitán Nart y aconsejarle que se rinda. Dígaselo usted, ya que él no se pone. Dígale que no Van a ser ustedes solos los que salven al Gobierno. A estas horas estará casi toda España en nuestro poder. Hemos tomado todos los cuarteles de la línea y acaban de rendirse los más próximos a Sama. Ahí hay mujeres y niños cuyas vidas nos preocupan tanto como a ustedes. Le damos de plazo hasta las cinco de la tarde para que se rindan, y si lo hacen, yo les garantizo que no les ocurrirá nada.

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Aquí, en la Casa del Pueblo tenemos prisioneros que están tratados con todo respeto. No se hagan ilusiones y adopten la resolución más razonable para evitar mayores males.

El sargento me contestó con un aire en el que yo adivinaba el convencimiento.

-Ahora mismo se lo digo al capitán.

-Sí, dígaselo. Y dígale también que espero su respuesta hasta las cinco. Pasada esa hora daremos tiempo para que salgan las mujeres y los niños, y se le pegará fuego al cuartel.

Sonaron las cinco y nadie llamó. Yo había estado esperando la llamada en la Casa del Pueblo. Un prisionero nos aseguró que el capitán Alonso Nart había contestado de mala manera cuando le dieron el recado.

Se hace un alto al fuego y la tarde va corriendo. Cuando comienza a anochecer la impaciencia sacude al Comité Revolucionario.

Habla Benavides: A las 11 ordenóse intervenir a los dinamiteros. Como el cuartel elevaba sus pisos sobre las casas inmediatas, hubo que desalojar éstas primero y bloquear los boquetes abiertos por las paredes medianeras para impedir por ellos el contraataque. Por los tejados de Fernandín, de Rosendo Cepeda y de la viuda de Aurelio Molinuevo, los hombres de la mina se

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acercaban al puesto. La lucha se hizo pavorosa. Se erizaban las sombras.

Un espeluzno corría por la espalda de la noche. Tipos resueltos se encaramaban por las escaleras adosadas a las paredes, lanzaban los cartuchos y resistían a pie firme las explosiones.

Habla Belarmino Tomás: -Por los tejados gateaban las siluetas de nuestro hombres recortadas por el resplandor breve de las explosiones.

Habla Manuel Suárez Valles, de las escuadras de La Moral, que ha mantenido una posición en una mueblería a un costado del cuartel desde el inicio del cerco: Compañeros arriesgando la vida se acercaban y tiraban la dinamita. El propio Otero hizo dos o tres incursiones por la parte de atrás del cuartel.

Tuvimos bastantes heridos, porque los dinamiteros se acercaban a cuerpo.

El ataque se suspende para dejar salir a las mujeres y los niños. Una mujer sale a la puerta del cuartel con un pañuelo blanco, se oyen gritos de alto el fuego entre los obreros. Las ametralladoras siguen disparando.

Un grupo de revolucionarios hace una valla humana para proteger al grupo que abandona el cuartel. Entre las mujeres y los niños, un sargento de la Guardia Civil en camiseta que abandona el puesto con un niño en los brazos.

Hay un momento de desconcierto cuando el fuego desde el cuartel aumenta mientras los

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sitiadores tratan de llevar a lugar seguro al grupo que ha abandonado el edificio en llamas.

Se reanuda el ataque.

Muchachas de las Juventudes Socialistas llevan café a las primeras filas de sitiadores que permanecen en la posición el mismo tiempo que los sitiados, cerca de 24 horas de combate continuo.

Al amanecer, el cuartel es un cascarón ardiente. Se sostiene milagrosamente en pie. En el interior, el tercer piso y el segundo han sido arrasados por la dinamita.

A las siete de la mañana el capitán Alonso Nart arroja por la ventana su guerrera, lo cual es interpretado por los sitiadores como un gesto de rendición, pero cuando los primeros milicianos avanzan al descubierto, suena nuevamente la ametralladora.

Son las 8,30 de la mañana cuando cesa el fuego desde el cuartel. Un nuevo silencio llena las calles de Sama.

Ese es el momento elegido por el capitán Alonso Nart para intentar una salida que lo conduzca hacia los montes cercanos.

El capitán abre la marcha seguido por los tenientes Ramos, Llovera y Martínez Calderón. Lleva dos bombas de mano. Tras ellos cerca de 20 guardias.

La salida desconcierta inicial-mente a los grupos dispersos que sostienen el cerco.

Tardan cinco o diez segundos en oírse los primeros disparos.

Habla Suárez Valles:

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La primera descarga mató a algunos guardias. Mi grupo que cubría la mueblería los enfrentó. Nart tiró una granada que me explotó cerca destruyendo la escopeta que traía. Caí atontado. Creyeron que estaba muerto.

Habla Belarmino Tomás: Surgen inopinadamente el capitán Nart, su ayudante Serafín Fernández, un teniente de la Guardia Civil y dos de Asalto.

Arrojando bombas de mano se abren paso fácilmente, porque nuestros hombres no estaban prevenidos contra esa ofensiva. Corren en dirección al puente nuevo, que está próximo, y cuando llegan frente al “Miramar” lanza el capitán una bomba y otra su ayudante contra un grupo de compañeros apostados allí. Las explosiones nos causan cinco muertos y derriban la pared delantera de la casa.

La bomba explota en un depósito de dinamita que hay en el Miramar causando la muerte de un grupo de guardias de Asalto que allí se encuentran detenidos. Tras unos instantes de desconcierto doscientos hombres salen corriendo en pos del mermado grupo. El capitán Nart disparando el fusil de un guardia muerto, busca un acceso al monte acompañado de su ayudante Serafín Fernández; se meten por las escombreras de la Casuca, llegan hasta los cuarteles de la Duro Felguera.

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Un grupo de Lada les cierra el paso. No pueden avanzar ni retroceder. El capitán es herido en una pierna, el cabo Fernández cae muerto. El grupo de guardias que los acompaña se ha dispersado. El capitán José Alonso Nart se esconde en una porqueriza. Ahí lo abaten sus perseguidores. Los tres tenientes: Llovera, de la Guardia Civil, Ramos y Martínez Calderón, de Asalto, gravemente heridos, son detenidos.

Los pocos guardias que permanecían en el cuartel se rinden cinco minutos después de la salida.

Cuenta José Mata, que ha participado en los combates del día al mando de una escuadra de la Hueria de San Andrés: Tenían los uniformes destrozados, camisas y tirantes, sin guerreras, supongo que por el calor que había en la casa a causa de las explosiones.

Los rifles en alto. Gritamos: ¡No tirar, no tirar! ¡Se entregan!

El último cuartel de la Cuenca de Langreo ha caído. Son las primeras horas de la mañana del día 6 de octubre, sábado.

En el camino a la Casa del Pueblo, varios guardias desarmados conducidos por los milicianos de las Juventudes, son tiroteados.

Tras este triste epílogo, el júbilo popular se desborda en las calles.

Mujeres y niños salen a los balcones.

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Rufino Montes, combatiente de la Hueria, que ha permanecido a lo largo del asalto al cuartel en las primeras líneas, cuenta: Aplaudían a los que pasábamos, nos abrazaban.

Suárez Valles, que se ha levantado indemne de la explosión provocada por la granada del capitán Nart que destruyó la escopeta que le había regalado su padre, recuerda : Había caras de Ciaño, comunistas ; escuadras de las Juventudes Socialistas de todo Langreo; grupos de las Juventudes Libertarias de La Felguera. Todos manchados por el sudor y el hollín de las explosiones de dinamita... todos mezclados.

José Mata recuerda: Algunas compañeras de las Juventudes y grupos de militantes, lavaban con cubos la sangre de las calles. Comimos en un comedor organizado en La Montera. Nos mandaron a recorrer la línea en un camión de Asalto con presos, para que la gente de todo Langreo viera que se les podía vencer, que eran como nosotros... Sí. Pero ahora, derrotados.”

El Estado español, construido en cuatro siglos y medio desde regias cabezas, investiduras cardenalicias, latifundios y grandes concentraciones de dinero y capital, ha experimentado cambios mínimos con la República, y si no dispuso para la cuenca de mayores instrumentos de control que los rendidos en las últimas horas,

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es porque las advertencias de veinticinco años de lucha obrera allí no exigían más.

Ahora ese Estado, con su abolengo, se ha venido abajo y queda en manos del abuelo y de la que como nunca es su gente, pues de ella queda responsabilizado a la manera de un padre, según empezamos a observar y según comprobaremos al fin de la revolución.

Se trata de un padre que, a la manera de cuantas figuras de autoridad hay en el Nalón y en la Asturias insurrecta por completo, está sujeta a escrutinio en la precipitación de la voluntad y el subconsciente de quienes tendríamos que llamar los más humildes seres, si no fuera porque debajo de ellos se hallan los perennes parias de los parias, mujeres y niños.

A partir de aquí designado a la retaguardia del movimiento, nuestro personaje afirma su rol en el pequeño mundo aparte, de la cuenca, en espera de que las circunstancias le faciliten la tarea o la lleven al más tenso extremo.

Lo acontecido hasta ahora pareciera demostrar sin rastro de duda, que está preparado para ello, pues ha sido un factor de mesura capaz de transmitir respeto a ánimos crecientemente enfurecidos por el miedo, el rencor, el ceder a los sueños.

Sin embargo, las dimensiones y las circunstancias del momento cumbre lo pondrán a prueba en de una manera insospechable en sus duros 32 años. Y al hacerlo le ganarán el lugar en la historia que habrá de ocupar en 1936, cuando los avatares de hoy pasen su factura al resto de la dirección socialista en la provincia.

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Aunque no es en el “monstruo” en quien deberíamos concentrar la mirada ni en adelante ni hacia atrás, sino en los que con él y tanto más que él, se han vuelto los grandes actores de los hecho y recibirán poca o ninguna mención, sin importar si buena parte de ellos quedan en las calles de Oviedo o en los montes que defienden la entrada a la zona minera.

De los tres a los cuales no puedo evitar seguir a través del relato de PIT2 o de la imaginación, el primero continúa que obsesionándome es José Mata. Estoy convencido de que sólo contados tienen el resuelto carácter y la fuerza de este hombre de 21 años, alto, de anchas espaldas, que en segundos puede pasar de la fiereza a las delicadas maneras cuya rima con el rostro bien cortado y los ojos de fuego, de seguro lo hacen deseo en las miradas de las mujeres.

Al conocerlo treinta años luego en Francia, sus recuerdos del monte durante el franquismo, tocados todavía por la gruesa melancolía de la imposibilidad de regresar a casa, olvidando los reparos descubren el grado de resolución y habilidad en el manejo de la violencia, siempre que se requiera.

No me cuesta trabajo entonces, adivinarlo en los asaltos a los cuarteles de Sotondrio y El Entrego que, a la par de las primeras acciones en el Langreo, despejan el camino para que los mineros de lo más alto de la cuenca se desplacen Sama. No hay en aquéllos, no hay modo de que la haya, la relativa paciencia de la cual hacen

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gala el abuelo y los suyos, que en parte depende justamente de la prontitud de Mata y sus compañeros.

Entre las sombras, a dinamita pura caen y en el del Entrego de los 12 guardias siete mueren y sólo una permanece ileso. Enseguida el de Sotondrio sigue igual suerte, y acaudillados por José y Manolín Flores las escuadras mejoran su armamento con los buenos fusiles y los cuartuchos de los puestos, y saltando a los vehículos a la mano descienden aprisa hacia donde el capitán Nart se resiste a la entrega, y contribuyen a someterlo de una buena vez para tener vía libre a la capital provincial.

Esta historia se repite en el Caudal, con Mieres en su centro, donde Arístides Llaneza se convierte en el líder natural del movimiento, y en el valle de Aller, entretanto en Pola de Lena y Campomanes, por un lado, y Olloniego-Anzaneda por el otro, se asaltan asimismo los cuarteles. En cambio en Gijón las fuerzas del ayuntamiento no se sienten amenazadas, dejando los barrios periféricos a los revolucionarios semidesarmados, que no pueden obrar sobre los puestos y el centro del puerto.

Como corresponde, la gran batalla se prepara en Oviedo, pero la coordinación no marcha según los planes del Comité Revolucionario, y eso debe encender el coraje que se diría no hay dentro del parsimonioso Luis Coca, un trabajador de la ciudad, miembro de las Juventudes Socialista.

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El hombre, joven, asiste a las largas primeras horas del día cinco en que los grupos se concentran; a las pequeñas acciones aisladas; al ánimo muy encendido que produce el avance por el Naranco de la gente de González Peña, y a la confusión cuando éste enferma, ha de retirarse y los demás miembros del Comité, reunidos en la Argañosa, no consiguen dirigir las actividades. Y al cerco en torno a la ciudad que se establece con la llegada de los contingentes mineros, en los cuales en contingentes separados van Arístides y Mata.

Ellos tres representan lo que sucede en la capital durante una semana de genuina gesta, que supera el desarticularse casi inmediato del Comité. La iniciativa queda en los jefes de grupo, hay una momentánea aunque decisiva reacción de los restos del aquél y de nuevo los contingentes actúan por su cuenta, en tres columnas que a veces se separan en cuñas.

En los primeros momentos son unos 1,900 hombres con escopetas, pistolas y cartuchos de dinamita, para asaltar posiciones fortificadas que defienden dos mil efectivos armados y organizados reglamentariamente. La desventaja real la compensa con creces la moral de los milicianos, dispuestos a “comerse Oviedo“, por cuyas calles avanzan, mientras las fuerzas del orden se paralizan a la defensiva.

Se toma la fábrica de cañones de Trubia, se ataca el ayuntamiento, la estación de radio, el cuartel de carabineros, luego las oficinas del gobierno civil, la cárcel, el

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edificio de la Guardia Civil, el Cuartel Pelayo, y se disputa con terquedad la elevación del Naranco, que domina la ciudad.

Este pueblo insurreccionado aquí, en las cuencas, en Gijón, no sabe que se ha quedado a solas. Que, en efecto, la huelga general se cumplió en la mayoría de España, pero que la batalla por el poder no se desarrolla sino en Cataluña, Madrid, León, el País Vasco, y por diferentes razones se detiene muy pronto, permitiendo al gobierno concentrar fuerzas contra Asturias.

El ministerio de guerra ha resuelto el envío de dos batallones de infantería por tierra y por mar desde Galicia, y los vuelos de la aviación sobre la provincia. Lo ha resuelto en nombre de Dios y de la Patria, quienes mal aconsejan con la vacilación al general a cargo, que pierde dos días en sus maniobras y aún así arriba a Avilés el día 8.

Para entonces en Oviedo, Arístides, Coca, Mata y los demás los milicianos, que se han elevado a aproximados tres mil, continúan en progreso a pesar del brutal desgaste de carecer de una unidad de mando. ¿“Asaltar el cielo” resulta una frase fuerte, que suena a demagogia? ¿Qué sino eso es la capital, los edificios desde los cuales habla un poder milenario, las casonas, calles, parques que el pueblo suele andar como en silencio, apabullado, ahora convertidos en parapetos, obstáculos, objetivos, a secas, cada vez más en posesión de ellos, sudorosos, malolientes, desencajados,

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por días de correr, vacilar entre el miedo y la ira, mal comer y mal dormir, armados con lo que pueden, empezando por los primitivos carrujos cuya presencia exhiben orgullosamente, pues saben cuánto su mera vista estremece?

Es la mina y la forja de intimidades desdecidas, que se airean en los paseos, frente a los ventanales de postín, pavoneando sus groseros trajes, rostros, gestos, voces, ante el enmudecer de los que dieron tono y sabor a todo, de siempre, mañana inexistentes tal vez.

Mientras todo se rasga o rompe, claro: las horas, las rutinas de los pájaros, la armonía de los bulevares y las callejas del centro, los muros, el asfalto, los árboles, mordidos, caídos en gajos, entre las ametalladoras, la dinamita, la fusilería que no paran, los cañonazos sueltos, en diez barrios distintos, dale y dale. También los cuerpos que se doblan o caen a una velocidad absurda, de fardos, o tienen boquetes y duelen hasta lo indecible, sangran, manchan.

Es el quinto día y la fábrica de armas de una vez cede, como el Teatro Campoamor y antes la totalidad de las defensas exteriores y el cuartel de la Guardia Civil, y se aísla el Pelayo, se mantiene en jaque el de Santa Clara, el edificio del Gobierno Civil, la Catedral, y por debajo de la tierra se ataca la cárcel.

No hace falta sino un poco más de tiempo para que el grueso de los enclaves del orden se rinda, en tanto en Gijón, sin más armas que las que su propia acción les brinda, los milicianos cercan el cuartel de Simancas. El Nalón, el Caudal,

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Aller, desde luego permanecen en manos de quienes en el siglo se las han ganado.

Pero lo que no hay, justamente, es tiempo, pues las columnas del ejército enviadas desde Galicia, que dirige el general López Ochoa, progresan y al día siguiente caen sobre la capital y el gran puerto. En éste les bastan unos cuantos, macizos golpes para controlar la situación, y en aquélla reconquistan posiciones y vuelven fracaso las ofensivas ordenadas por los revolucionarios.

El trece de octubre los obreros de las cuencas, “desconcertados”, “casi muertos de cansancio”, como recuerda Antón Llaneza, el hermano de Arístides, comienzan a dar marcha en el desorden que propicia una dirección en ruinas.

Para entonces en Sama se ha creado un nuevo Comité, al frente del cual está Belarmino, a quien le queda la última, ingrata tarea. Ésta inicia con las batallas para proteger la retirada y contener a las tropas cuyo principal meta ahora es el sometimiento de las zonas mineras. Escuadras de refresco apoyan a las que han combatido durante ocho días.

La memoria de los suyos seleccionó muy bien los momentos que debían recordar al abuelo como gran figura. En realidad le fue fácil hacerlo, a la manera de este 1934. Los protagonistas de primera línea, no olvidemos, han sido Coca, Antón, Arístides, Mata, quien está ahora en las montañas por las cuales corre la carretera de Oviedo al Nalón y el Caudal. Han sido ellos y los miles de iguales que se han batido en la provincia.

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A partir de aquí nuestro personaje asume un rol que parece destinado sólo a él.

Ni siquiera, pienso, el inteligente, arrostrado Amador, de haber quedado en Asturias podría con el paquete. Lo asumiría, claro, sin embargo tal vez no podría con él, y no por él mismo sino por los demás, resueltos a no confiar en nadie que intente refrenar lo acumulado en las delirantes jornadas que acaban de pasar.

Padre, digo por tercera vez al referirme a Belarmino no respecto a sus hijos.

Primero fue con Candida, Sandalio y las hermanas, Paz y Luisa. Luego con los propios compañeros a quienes debe encarar ahora. El desarrollo de la historia vuelvo a tomarlo del libro de Taibo2: “El 17 de octubre la palabra rendición ha perdido el contenido pecaminoso de los primeros días. Se ha hablado de rendición en el comité de Mieres, en el de La Felguera, en el de Pola de Lena, donde la presión de la debacle que se cierne sobre el Frente del Sur pesa enormemente. Se ha hablado de rendición también en Sama, sede del tercer comité provincial.

El 18 de octubre la situación ha empeorado; se conoce la concentración de tropas en Noreña y la toma de Trubia por el ejército sin hacer un solo disparo.

Habla Belarmino Tomás: ´Convoqué una reunión (…) a la cual asistieron delegados de diferentes comités. Comunistas y sindicalistas estaban presentes. Se trató de la

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necesidad de pensar en el abandono definitivo del frente de combate, y publicamos una hoja en la que se aconsejaba a los revolucionarios que procurasen ponerse a salvo después de esconder las armas. Pero algunos delegados querían llevar estas indicaciones más allá de donde era nuestro propósito. Al salir a la calle me encontré con que habían circulado órdenes para abandonar los frentes.

-No, eso no puede ser- les dije. -Es un suicidio. Todavía nos temen. Hay que sacar partido detesto e intentar un armisticio.

El teniente de la Guardia Civil, Torrens, que era uno de nuestros prisioneros, se me había ofrecido para servir de parlamentario con el general López Ochoa. A las once de la mañana del mismo día 18 fui a buscar a dicho teniente.

Aurelio de Llano cuenta la entrevista de Belarmino Tomás con Torrens tal como le fue descrita por José Orejas, dueño de la fonda donde se hospedaba, y por el ingeniero Laine, testigo de la conversación : El día 18, el jefe revolucionario llegó con otro individuo y dijo que querían hablar a solas con Torrens y con el ingeniero de minas de la Sociedad Duro Felguera, don Pedro Laine y Álvarez de Sotomayor, que en aquel momento se encontraba en la fonda. Son próximamente las diez y media de la mañana.

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Belarmino que

fuertes

neras

por

Tomás

dijo

columnas distintos

que

avanzaban

puntos,

estaban sobre

formando

un

copados, las

por-

cuencas

círculo

mi-

perfecto.

Y sobre un plano de Asturias que allí tenía el señor Laime explicó a Belarmino Tomás el camino que seguían las fuerzas del Gobierno…

Luego de examinar el plano, Torrens le dijo a Belarmino Tomás: -¿Por qué no os entregáis?

-Para eso vengo aquí. Es necesario que usted vaya a parlamentar con el general López Ochoa sobre las condiciones de la rendición.

-Si, vaya usted -dijo el señor Laine- para ver si se llega

a

un

acuerdo

y

se

evita

derramamiento

de

sangre.

Torrens, al oír esto, se puso nerviosísimo. Le facilitaron un salvoconducto para pasar las avanzadillas rojas, una servilleta blanca, que cogieron en el comedor de la fonda, para colocarla en el automóvil, y un mantel para llevarlo a guisa de bandera al aproximarse al Cuartel General de López Ochoa. Se puso una guerrera del capitán Nart, que cogió en la habitación de la fonda donde aquel estaba hospedado, porque no tenía ropa de militar, y emprendió el camino de Oviedo...

Tras ordenar que se inutilizasen las instalaciones de la Fábrica de Trubia y se trasladasen a Oviedo los militares que allí se encontraban para

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participar de la ofensiva sobre las cuencas mineras, López Ochoa, en la mañana del día 18, formuló su plan de invasión.

Habla el general López Ochoa «Puesto en comunicación con el general Balmes, le previne que se dispusiera a realizar el avance al día siguiente. Ordené que desde Gijón se incorporase a JPravia aqueP mismo día en camiones una compañía del Batallón número 12 que envié desde Oviedo con dicho objeto, dando el mando de aquella columna al jefe de dicho Batallón 12, comandante Manso, con la finalidad de situarla en Grado al siguiente día y di todas las órdenes e instrucciones para la ejecución de la operación el día 19.

La ocupación se tenía que efectuar por la columna, Balmes que tenía que bajar por Pola decena y Ujo hacia _Mieres, donde se debía dar la mano con otra Columna a las órdenes ¿e Yagüe, compuesta por una Bandera del Tercio, el Batallón número 24, dos compañías del Tabor de Regulares y una batería de artillería de montaña que subiría desde Oviedo.

A la vez que convergerían en Sama de Langrep otras dos columnas, la de_^Solchaga, que debía acudir desde Noreña, y otra compuesta por una Éandera del Tercio, el Batallón de .Cazadores de África, una compañía de Regulares indígenas, dos escuadrones de Caballería y dos baterías de montaña. Esta última columna iba personalmente mandada paf mí.

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Cuando ya se eslaban circulando las órdenes para la ejecución de este plan se me presentó en el cuartel Pelayo, próximo al mediodía, un teniente de la Guardia Civil en traje de paisano, que según manifestó era el teniente Torrens, que había sido hecho prisionero por los revoltosos en los primeros momentos y le enviaban éstos desde Sama para que me preguntase si yo aceptaría la capitulación de los rebeldes y dijera las condiciones que les im ponía en este caso. Le respondí que si entregaban las armas sin condiciones por su parte yo acep-taba en principio esta capitulación, pero que de todas suertes exigía ciertas garantías, y le entregué de mi puño y letra, para evitar tergi-versaciones, una hoja de papel en la que especificaba: 1.° la sumisión \ «“Estas son las condiciones que de los grupos armados, deponien- ^ impone López Ochoa” — me di-do y depositando sus armas; 2.° la jo — . En el papel leí ávidamente: liberación de todos los prisioneros ¿j “Grupo de Ejército de Asturias. en su poder, devolviéndoles sus¿;¿E. M. Condiciones que el^general armamentos, y 3.° la entrega como ^JK en jefe del Ejército de ^Asturias rehenes de la cuarta parte de la ¿» pone para la rendición de los Junta o comité regional.

Ignoraba yo en aquellos momentos, por no haber aún entrado en contacto con la columna Balmes (antes Bosch), la conducta del expresado oficial y la parte activa que había tomado en las agresiones a dicha j columna, y no

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pudiendo sospechar,’ siquiera que tuviera la osadía de presentarse a mí con semejantes antecedentes. Por otro lado no podía perjudicar a nuestras fuerzas el que yo escuchase unos ofrecimientos que por nuestra parte a nada nos comprometían ni en nada hacían variar el plan acordado.»

En Sama, el comité revolucio-nario espera el regreso de Torrens con ansiedad. A la una y media éste se presenta y entrega un papel a Berlarmino Tomás.

Habla Belarmino ´Estas son las condiciones que impone López Ochoa –me dijo-. En el papel leí ávidamente (…): Primera condición. Entrega de armas y municiones a los guardias prisioneros, inmediatamente. Segunda condición. Entrega de toda clase de armas largas y cortas a los guardias civiles, inmediatamente.

Tercera condición. Que se presente inmediatamente, acompañado del teniente don Gabriel Torrens, para quedar en rehenes, la cuarta parte de los miembros del comité provincial actual (ninguno de ellos deberá pertenecer a los anteriores comités).

En el día de mañana, si estas anteriores cláusulas se han ejecutado, avanzarán las columnas a tomar posesión de la cuenca minera, y si no son agredidas no se tomará represalia ninguna en las minas. Este ofre-

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cimiento no implica en modo alguno que más tarde de la pasada revuelta sean sometidos a proceso y sufran las consecuencias que la ley les marque.

Este ofrecimiento queda garantizado por la palabra de honor del general en jefe.

Oviedo, 18 de octubre de 1934. Eduardo L. de Ochoa. (Hay un sello que dice: “Inspección General del Ejército. Estado Mayor”.)

-Estas

condiciones

no

son

aceptables

-exclamé

ter-

minada la lectura. Creo que lo mejor es ir a entrevistarse

con

el

general.

Yo

mismo

estoy

decidido

a

hacerlo.”

-¡Qué disparate! -me replican—. Si llegas al cuartel general no sales de él. Pero yo insisto, y es tan firme mi resolución que al fin convenzo a todos.

Ante el Ayuntamiento hay un gentío enorme. Cunde la noticia de que salgo a parlamentar con López Ochoa. “¡Si no vuelves antes de dos horas, vamos a buscarte con toda la dinamita que hay en la cuenca!” —gritan al despedirme—. El teniente Torrens asiste a esta escena. Le pregunto si quiere llevarme a Oviedo en un coche y me contesta que sí. Meló una pistola en el bolsillo de la americana, la monto, y a las tres de la tarde salgo para Oviedo en un auto guiado por el teniente.» x En la puerta del Ayuntamiento, un grupo de jóvenes socialistas

insiste

en

acompañarlo.

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Entre

ellos,

Manuel

Suá-

rez Valles, del comité de la Moral, que en aquel momento piensa que Belarmino estaba convencido de que no regresaría vivo.

Mientras el coche con Torrens y Belarmino viaja rumbo a Oviedo, frente al Ayuntamiento de Sama crece la tensión.

Habla el dirigente comunista Carlos Vega: Mientras estas gestiones se realizaban, empezó a trascender entre la masa obrera el asunto, y en la plaza del Ayuntamiento comenzaron a concentrarse centenares de obreros, que comentaban con pasión el caso.

Había muchas protestas y crecía por momentos un gran descontento.

Comenzaron las cábalas y conjeturas, como alguien comentaba la posibilidad de otra fuga del comité, se empezó a hablar de proceder a la detención de los miembros del mismo... y su cacheo, por si hubiera habido reparto de dinero. Aquella masa se colocaba en una actitud amenazadora, y algunos, provistos de fusiles, empezaban a tomar posiciones por puertas, Y junto a los coches allí estacionados. Algunos subieron hasta las puertas de la secretaría. Unánimemente se manifestaban en que no podía hacerse una cosa así sin consultar con los trabajadores. Que no estaban dispuestos a que se obrase a sus espaldas, y que, se hiciese lo que se hiciese, ellos continuarían la lucha, defendiendo el terreno palmo a palmo.

La idea de que Regulares y Tercio entraran en la cuenca, conocidas las tropelías y crímenes cometidos en Oviedo, los horrorizaba... Por momentos se caldeaban los

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ánimos, y fue preciso dar a todos amplias explicaciones de lo que había, las condiciones de Ochoa, el acuerdo de rechazar/as y la nueva gestión que se iba a realizar; se calmaron un poco los ánimos y aquella masa, cada vez mayor y más compacta, esperaba anhelosamente el regreso los comisionados…

Habla Belarmino Tomás: Donde comienza la carreterilla que conduce al Cementerio de Oviedo encontramos a dos guardias de Asalto que nos dejan pasar. La visión del cementerio me recuerda los trece cadáveres amarrados por las manos.

Y seguimos por las calles ovetenses atravesando lugares en los que días antes habíamos luchado con tanta, ilusión. El coche llega al cuartel de Pelayo, donde está el general. Se detiene el vehículo y esta parada me permite ver seis cadáveres en el suelo, a la izquierda, debajo de unos árboles. Desciende Torrens y vuelve acompañado por dos tenientes que se colocan al lado del coche montando guardia mientras yo espero. Los cinco minutos que tarda en volver con el recado de que el general está dispuesto a recibirme, son suficientes para que se forme un ambiente de curiosidad en torno al coche. Y cuando salgo, atravieso resueltamente una fila de personas, entre las que reconozco a varios periodistas ave tenses.

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-¿Qué hay, señores?-les pregunto simulando como mejor puedo una tranquilidad imposible.

-Lo habrán pasado ustedes mal estos días. Me contestaron sonriendo.

Se me figuró que con estas sonrisas querían decirme: “Tú no sales de aquí”.

Llego a la puerta del despacho del general.

-¿Se puede? y el mismo López Ochoa me responde: -¡Entre!

Está fumando un cigarro, en medio de la habitación.

-Buenas tardes. ¿Es usted el general López Ochoa? Yo soy Belarmino Tomás.

El general responde cordialmente a mi saludo, y yo le espeto estas palabras: -Antes de que empecemos a tratar de lo que aquí me trae, quiero que no pierda usted de vista que quienes nos hallamos frente a frente somos dos generales; el de las fuerzas gubernamentales, que es usted, y el de las revolucionarias, que soy yo.

-Está bien. Tengo sumo gusto en hablar con usted de todas estas cosas que nos preocupan. Celebraré que lleguemos a un acuerdo, y siguió el

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general hablándome de lo equivocado “sería que por nuestra parte persistiésemos en una resistencia...”

- Va a costar mucha sangre; a ustedes y al Ejército -me dice- Ya sabe usted que en toda España ha fracasado el movimiento. Está usted hablando con un republicano y un mason. Es preciso evitar consecuencias peores...

El general me sigue hablando de su liberalismo, de su significación, de que era amigo del presidente de la República. Yo me permití interrumpirle cortésmente para rogar que abordásemos de lleno nuestro asunto.

- Vengo a decirle -concreto- que estamos dispuestos a dar por terminado el movimiento, siempre que lleguemos a una inteligencia; pero no a rendirnos sin condiciones. Nos falta munición, pero tenemos dinamita suficiente para retrasar dos meses la entrada de las fuerzas en la cuenca.

- Tiene usted razón -me replicó- Dada la topografía de las zonas mineras, es evidente que eso nos costana muchas víctimas.

-¿Qué condiciones impone usted…?

El general medita un rato y me contesta: -Entrega de la mitad de los miembros del primer comité. Entrega de la cuarta parte de los del segundo. Entrega dejando el armamento.

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-En nombre de los revolucionarios, no me comprometo a aceptar ni la primera ni la segunda de dichas condiciones. Me comprometo a la entrega de los prisioneros y a recomendar la del armamento. Pero para ello estimo que es necesario que usted acepte estas otras condiciones: que no haya represarías salvo las que se deriven de la acción de los Tribunales de Justicia; que a la salida de las fuerzas de Oviedo para entrar en la cuenca no vayan en cabeza ni el Tercio ni los Regulares, pues luego de lo que hemos visto, si la gente los viese llegar en vanguardia no saldrían las cosas tan bien.

-Aceptadas las dos condiciones. Saldremos esta misma tarde y las tropas coloniales irán a retaguardia,: pero si nos hostilizan en el trayecto pasarán a la vanguardia. .

-No lo creo. En cuanto a entrar hoy mismo en la cuenca, estrimo que no puede ser. Debo ir yo por delante y tomarme tiempo para la retirada de nuestras fuerzas. Mañana, de once a doce de la mañana, podrá ser.

-Perfectamente.

Así quedó empeñada nuestra palabra. El general me trató en tono amistoso. Me preguntó, procurando inspirarme confianza cuál era mi propósito personal.

-Pues, huir inmediatamente -le respondí.

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-Hace usted mal. No debe usted marcharse. Quédese y no le pasará nada. Soy íntimo amigo del auditor de guerra y, como dije antes, del presidente de la República. Le visitaré y me interesaré por su caso.

-Prefiero no ocasionarle molestia; pero si me pillan y va usted a ver al presidente de la República, dígale que me debe una visita al penal.

Con esta broma nos despedimos cordialmente. El mismo salió a la puerta y gritó: -¡A ver! ¡Que pongan a disposición de este señor el mejor coche de los requisados!

Acompañándome, pasó ante los periodistas, atónitos, y me condujo hasta el patio. Cuando monté en el coche con el teniente Torrens, me saludó militarmente.

Carlos Vega cuenta que López Ochoa entregó a Torrens un papel, en forma reservada, en el que prometía una gran recompensa al que diera información y facilitara la forma de detener a los dirigentes militares de la Revolución.

A las seis y media el coche vuelve a Sama. Belarmino Tomás se abre paso entre centenares de milicianos armados que rodean el Ayuntamiento. Se inicia la reunión del comité, que será muy breve. La proposición de López Ochoa es en términos generales aceptada. La única salvedad se hace respecto al armamento, que se recomienda sea ocultado, al menos en parte.

La parte difícil viene ahora, cuando hay que rendir cuenta a los varios millares de milicianos armados.

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Habla Belarmino Tomás: Se aprobó el pacto y salí yo mismo al balcón para comunicarlo. Una voz gritó: -¡Eso es una cobardía! -y le respondió otra: -¡A ver, esi que habla! ¿Quiés venir conmigo a luchar con los moros a bofetaes? Porque non tenemos munición.

Alfonso Camín cuenta: Desde que Belarmino comienza a hablar, hay cuatro o cinco mineros que son agarrados por la chaqueta y por el arma para que no le disparen: -¡Aquí, nos comemos al África y a Dios que venga a la mina!

-gritan éstos con los ojos desorbitados -¡Eso es cobardía! ¡Derrotismo! ¡Engaño! A nosotros nos dijeron que íbamos a traer a Asturias la Revolución Social.

Mientras no venga, no paramos.

En cambio, la mayoría razona. Están de acuerdo con Belarmino.

Aplacan los ánimos de los más exaltados.

En medio del caos, los miembros del comité revolucionario logran hacer un momento de silencio. Belarmino Tomás termina su intervención llamando a los militantes a retirarse.

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Según varios testimonios de jóvenes socialistas que estaban en la plaza

del

Ayuntamiento

de

Sama,

éstas

fueron

sus

últimas

palabras:

-Ya sabe cada cual lo que tiene que hacer. ¡Se nos ha derrotado a nosotros, pero a nuestros ideales no se les podrá derrotar jamás!

La multitud, silenciosa, se dispersa poco a poco.

Carlos Vega cuenta: Momentos después, todo el mundo estaba en actividad y en marcha en busca de refugios. Hacia las montañas iban nutridos grupos de obreros, con su correspondiente fusil. Las calles de las poblaciones obreras quedaban desiertas.

Los enlaces nombrados por el comité salen a los frentes a comunicar las órdenes.

José Lafuente sale hacia Campomanes. Su informe es recibido con un suspiro por los miembros del comité de Vega del Ciego. La posición resulta insostenible desde hace dos días. En Mieres, una última reunión en la noche del 18 de octubre acuerda promover la fuga de la enorme mayoría de los que han tomado las armas, para evitar represalias. Una comisión de republicanos se ofrece para relevar al comité revolucionario hasta la entrada del ejército.

Belarmino Tomás sale del Ayuntamiento, va a su casa, y tras decirle a su mujer que todo se ha perdido, se tiende a dormir. Por encima de la necesidad de huir, se encuentra la necesidad de descansar.

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Muchos comités, como el de Laviana, permanecen en sus puestos hasta las últimas horas de la noche para garantizar que la orden de retirada se comunique a todos los hombres armados.

El éxodo hacia las montañas se inicia Antes de partir, algunos grupos se dedican a esconder los mejores fusiles. Otros se van depositando en las casas del pueblo.

El silencio domina las cuencas mineras.

Las palabras que se atribuyen al abuelo sobre una derrota circunstancial que tarde o temprano habrá de convertirse en victoria por la justeza de la causa, han sido dictadas por el impulso y, como bien sabemos, se repitieron muchas veces antes y después casi siempre sin recompensa de la realidad.

En esta ocasión, sin embargo, harán sentido. Los que toman el monte para huir o terminar apresados, y las familias que quedan para quizás sufrir más que ellos, pagarán con una reducida pero aleccionadora serie de ajusticiamientos en masa, y a pesar de ello menos de dos años después no estrarán en los sótanos de la historia, si no saltando de nuevo al primer plano, más fuertes, para encarar, es cierto tmbien, a enemigos infinitamente superiores.

Por el momento, el coste del experimento no es poca cosa: unos 800 muerto y más de 1.500 heridos, algunos de los cuáles no se recuperaran jamás.

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Que, como siempre, de echar “alante” se trata.

Hay quien afirma que Belarse prometió a sí mismo no marchar de Sama hasta comprobar la entrada del primer regimiento del ejército para garantizar que no hubiera alteraciones a lo acordado, y que cumplió con ello.

Su escape debería ser un reto mayor que el rocambolesc de 1917 y si no resulta así por la protección que le brindan organizaciones del resto del país y de Europa, daría para un buen relato de supuesto, depositándolo como exiliado en Bélgica, con Amador y el cobijo de la Federación Internacional Minera.

Hablar del abuelo se complica conforme la vida va enredándosele en el destino de su clase, de su provincia y de su país. Y ahora llegamos a la cima.

A través de él entrevemos las debilidades del socialismo español, que el poderoso anarquismo, los considerablemente más modestos liberales y comunistas, replican a su modo. Se antoja entonces a pregunta sobre la capacidad de ellos y de una de las más luminosas generaciones en las artes, las ciencias, las ideas, para sacudirse los restos de la España inquisitorial nacida a fines del siglo XV, y construir una nueva.

A pesar de los pesares los hechos, creo, hablan con elocuencia a su favor, de no ser por las circunstancias de una Europa aplastada por el miedo a uno de los proyectos más oscuros de la historia.

Nuestro hombre sigue en el exilio cuando la experiencia de las elecciones de 1933 y la revolución abortada o derrotada, conducen de vuelta a la formación de un

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frente popular que en febrero de 1936 gana los comicios generales, convirtiéndolo en uno de los 13 diputados a Cortes de Asturias, donde sólo tres escaños quedan en manos de la derecha.

Su “apoteósico” recibimiento de regreso en Sama celebra el éxito de las propias cuencas, de las que es tan parte como las piedras. Hay un toque de exageración en estas palabras, pero sólo un toque.

Apenas llegan, él, Amador, González Peña, Graciano Antuña, se concentran en facilitar el reforzamiento del SOMA, que en un par de meses alcanza el mayor número de agremiados en su historia y convertido en un sindicato revolucionario va por todo, pareciera, con una clara conciencia ya de su lugar en el país.

El 2 de junio, a la voz de “no queremos que nos llamen héroes, queremos que se sumen a nuestra gesta”, se declara la huelga general. Las demandas no están por debajo de las más adelantadas del gremio en el mundo, y bastan 18 días para hacerlas cumplir en sustancia, incluyendo la jornada semanal de 40 horas y la administración por los trabajadores de las minas cerradas.

Quién está al frente es la misma generación que empezó a trabajar apenas rebasado el metro de alto, por un jornal de miseria, mientras las madres y las abuelas trajinaban descalzas de antes del amanecer a bien entrada la noche, y las hermanas eran tratadas de guarras por las señoras.

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¿Qué espera esta generación en su conjunto y qué espera el “monstruo”? No sé más que el lector o lectora con eso poco contado hasta ahora, si en verdad conseguí transmitir las obsesivas impresiones entre las cuáles me muevo, venidas del recuerdo de una noche, de las fotografías, la veintena de cuartillas, el puñito de cartas e informes, el maletín, contemplados por años, y de parte de mi vida al lado de Severina, de Pura, de Agripino, de Urcesino, el tercero y mayor de los hijos, a quien cito apenas; de Amador, de Rafael Fernández, mi padre.

Te me escapas, abuelo, por necesidad, y no quisiera dejar un falso dibujo tuyo.

Entonces tu muerte a los cincuenta y ocho, cuando yo tenía sólo tres, me duele de la doble manera que explico al final. No hubo tiempo para escuchar tus historias, leer en ti. Y por primera vez duele también el exilio que no permitió crecer entre lugares y tu gente para que esta historia me fuera mejor entendida.20 Personales melodramas aparte, menos que nunca nuestro bosquejo puede detenerse en una etapa, como ahora, pues el “monstruo” se pierde entre la extraordinaria complejidad de la Guerra Civil y el peculiarísimo gobierno provincial de la izquierda.

Hasta el levantamiento de los generales Belarmino parece concentrarse en la solidificación de la red de organizaciones socialistas en las cuencas, y en los preparativos del combate que se aproxima y que en principio debe darse en buena medida en el gobierno nacional y las Cortes, a las cuales se inte20 Por primera vez digo, al menos conscientemente, pues a excepción de los hijos y los nietos nada en mi vida se compara a la adquisición del país al que fui entregado.

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grará mayormente en calidad de compañía de las grandes personalidades de su partido y, en especial, de Guillermo Prieto, con quien la relación se estrecha.

La

primera

parte

lo

acapara,

si

pensamos

que

la

victorio-

sa huelga general del Sindicato concluye el 20 de junio, a tres semanas de que el frente popular se haga cargo del gobierno e inicie la guerra.

La sublevación cuyo progreso es sólo concebible por el apoyo del fascismo italiano y alemán y la patética, empavorecida ceguera de las democracias europeas, lo hace volver de inmediato de Madrid a las zonas mineras, donde aquella no progresa en absoluto y se declara una nueva huelga general, esta vez preventiva.

De hecho el “movimiento” se resuelve en nada o prácticamente nada, fuera de Oviedo, en que el gobernador militar juega a la fidelidad con la República hasta asegurar el control de la ciudad, y algunos cuarteles de Gijón.

En Sama la totalidad de las organizaciones sindicales y partidarias crean un Comité Local del Frente Popular, que corresponde al Comité formado a nivel de la provincia para hacerse responsabilizarse de la administración, que ha sido descabezada por la pérdida de la capital. Al frente está Belarmino, que participa también en aquél, sin ocupación específica, como en cambio tienen González Peña, en el departamento militar, Amador, en el de Abasto, o el comunista Juan Ambou, encargado de Prensa. En Gijón se instala por su lado un Comité de Guerra para dirigir las

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acciones en la zona, que a fines de agosto cesa por el traslado a la ciudad del Comité nombrado en Oviedo.

Desde muy pronto Asturias se convierte en el extremo occidental de las regiones leales a la legalidad republicana, que de momento se conserva en todo el norte, a excepción de Galicia, sin faltar las áreas próximas de León, Palencia y Burgos.

La provincia, pues, tiene abierto el frente gallego, desde el cual los “nacionales avanzan; la preocupación por la ancha franja sublevada muy cerca al sur, harto relativa considerando la defensa natural que hacen los Picos de Europa; el mar, pronto ocupado por un crucero en posibilidad de despejar el camino a otras naves; el aire, por el cual los pronunciados procuran auxiliar al gran dolor de cabeza del Comité: Oviedo, en cuya recuperación se concentran las fuerzas.

No intento seguir las incidencias militares, sino para insinuar el ambiente de guerra que rodea al centro de la provincia y condiciona multitud de decisiones políticas y económicas.

Entre ellas, la de la transformación de las milicias en un ejército en regla, que pasa por unificar sólidamente el mando en todos los órdenes, a través de un Comité Provincial, adelantándose a los acuerdos tomados en Madrid.

Ningún Comité local tiene para entonces la representatividad y la fuerza del de Sama, en el que se reflejan las ya casi tres décadas de experiencia del sindicato mi-

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nero en gestionar, administrar y aun gobernar, por medio de alcaldes y concejales, y de la revolución del 34.

Belarmino, Amador y sus cercanos han sido muy cuidadosos además en mantener el contacto con el gobierno nacional, al cual acuden personalmente varias veces, encontrando de vuelta a su principal interlocutor en Prieto, quien en breve será nombrado ministro de Marina y Aire.

Cuando el seis de septiembre las organizaciones asturianas se reúnen para nombrar al Comité Provincial, la composición de éste plantea posibles, graves problemas. Lo hace en el conjunto de los cargos y el equilibrio de fuerzas, pero particularmente en cuanto a la presidencia, que de antemano y a lo tácito se conviene sea socialista.

Si bien González Peña ha estado en la jefatura de las acciones militares y no hay quien no reconozca en Amador al hombre con mayor vis política, restan dos serios temas: la confiabilidad de las demás corrientes, en particular la anarquista, y la ascendencia entre la población. En esos términos no hay discusión que dar y el abuelo recibe el cargo, Presidente.

La guerra es una experiencia extraordinaria para la izquierda asturiana. Lo es en términos humanos, militares, ideológicos, propagandísticos, de administración, de sondeo de la relación ciudad-campo, etcétera, en la cual una gran cantidad de

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hombres y mujeres desarrollan habilidades que en la mayoría de los casos no imaginaban tener.

Es una lástima no poder asomarnos a ella, que exige un trabajo a fondo. Diré únicamente que estoy convencido de los grandes aportes que, de no perder ante la confabulación de Europa entera, habría dado esta gente a una nueva España. La muerte, la prisión, la huída a los montes o el exilio que le esperan, serán a la vez un terrible desperdicio de conocimientos e ideas.

La afirmación vale para el “monstruo”, que apenas deba abandonar la provincia no sabrá dónde poner lo aprendido.

Quitando los primeros meses de hegemonía anarquista en Gijón y unos cuantos pequeños concejos, el gobierno de emergencia no se propone aprovechar la coyuntura para un cambio de régimen.

Pero el estado de guerra y la necesidad de suplir a las instituciones tradicionales, significan una revolución en sí mismas, que operada por la izquierda conduce a plantearse muchas, sustantivas cuestiones: las formas de propiedad, el orden público, la hacienda, el papel de la Iglesia, la educación, la justicia, el estatuto de los medios de comunicación…

Lo hace con el toque de moderación que Amador imprime desde los departamentos del interior y comercio, y que se extiende a los Tribunales Populares, en otros lugares muy duros con la derecha y aquí apegados a la ley.

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Aunque luego los golpistas y alguno de su propio bando, dibujen a un Belarmino presidente pagado de sí, los testimonios coinciden en su austeridad y buena relación con las organizaciones y la población. Y en la mano dura que sabe ejercer si es preciso.

Después de la militar, la segunda gran cuestión que encara el gobierno es la normalización de la vida social, y para ello se empieza por disolver a los Comités locales, reforzar las Comisiones Gestoras que al cabo de las elecciones de febrero se constituyeron para los ayuntamientos, y la concentración de la autoridad.

Se toma una sola si bien gigantesca medida socializadora, empujada por las circunstancias y sin embargo muy significativa: el manejo de las minas y la industria en general. Si las dirigen los técnicos de costumbre, los sindicatos intervienen en el control de la producción. Aunque la revolución, pues, no se declara, en los hechos está en curso de una cierta manera.

Todo, bajo el sello de los cañones, que apenas en octubre declaran el fracaso del primer asalto a Oviedo, la aproximación de las columnas gallegas y el aislamiento del norte respecto al resto de la España republicana.

En diciembre el Consejo se vuelve interprovincial, al incluir a las regiones próximas de León; Asturias adquiere cada vez mayor peso en el entorno, al cual habrá de socorrer, y las crisis internas se hacen cíclicas.

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Para zanjar las agrias controversias por el descalabro en la capital Belarmino, a quien se ratifica en la presidencia, queda también encargado de la conducción de la guerra, al menos en términos formales, y se entra en conflicto con Madrid. Éste convalida los mecanismos de gobierno que las provincias se han dado, homologándolas, pero se reserva la conducción militar, de modo que los asturianos lo contravienen y les hace una llamada de atención. Belarmino se siente censurado, dimite, lo convencen de echar marcha atrás y olvida el tema.

De serlo, resulta la primera pataleta que registro en su vida política, y la habría hecho por un par de motivos que lo ilustrarían en este periodo: por un lado, sentir que lo rebasan hechos de una delicadeza para él desconocida; por otro, valorar enormemente la formación recibida en la cuencas, y la suya dentro de ella.

Fuera no aprecian suficientemente, pensará, la excepcional historia de la lucha obrera en la provincia, materializada hoy en un proceso que desarma la inclinación al rompimiento de parte de las organizaciones que en diversos lugares del país eclosionan; que levanta de la nada un ejército sin igual en el norte republicano, etcétera. ¿Cómo te ves en el espejo de la gran política, abuelo, con tu primitiva facha? ¿Te has dicho que de lo que representas nadie escamoteara la punta de un dedo? ¿Qué tan más allá te crees en capacidad de ir? ¿Cómo se te descubre ahora el mundo, a un paso de la Segunda Guerra Mundial? ¿Dónde en ti se separa lo público de lo privado? ¿Cuánto te inflas al despejársete el horizonte? ¿Te demeritas, te sobrevaloras?

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Hay quienes aprovechan el puesto para pequeños privilegios que la presión explicaría, como una buena comida o un pecadillo carnal. No debe ser nada del otro mundo, en la maniática vigilancia de los partidos entre sí. Aun de ese modo, prefiguran lo que cualquier poder en emergencia está tentado a resultar con el tiempo: apartamiento de las fuerzas que le dieron vida, canonjías, burocracia, enriquecimiento, despotismo.

Ciertamente la Asturias de la Guerra Civil no da mucho margen para ello, ¿pero en el futuro, de sonreír la fortuna? ¿Lo que te mantiene en la presidencia es la mancomunidad de una camarilla que atisba espléndidos porvenires privados, o justo lo contrario, tu cerrar el camino a las tentaciones? Preguntas ociosas tal vez, que sin embargo no consigo evitar.

En la primavera hay buenas noticias al progresar el nuevo asalto a Oviedo, amenazar el corredor que los nacionales abrieron entre Grado y aquél, conquistar posiciones en el frente de León e ir en auxilio de Vizcaya y Santander. En junio parece darse un salto hacia un proyecto de socialismo federalista, con la firma de un pacto provincial UGT-CNT para “ganar la guerra y hacer la revolución”.

Pero las ilusiones dependen del conjunto del país y del continente, la aviación alemana abre las puertas del País Vasco a los franquistas y en agosto éstos entran a Santander codo a codo con tropas italianas.

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Los asturianos se han quedado a solas en el norte y el gobierno provincial toma una decisión, curiosamente explicada: “Quien repase en su memoria hechos históricos hallará la confirmación de que una ciudad aislada asumió siempre la integridad de responsabilidad. Dos encontradas corrientes coinciden en el punto de esta necesidad: una, la dificultad, cuando no la imposibilidad de consultar las decisiones con el supremo poder político del país, otra la inaplazable urgencia de resolver minuto por minuto.

Los medios actuales de ataque y defensas en la guerra imprimen a los movimientos tal rapidez, fuerzan hechos a tan larga distancia, que bien puede asimilarse el caso de una provincia o región sitiada hoy al caso de una ciudad y su contorno sitiada de antaño.

Caracteriza a una ciudad o región sitiada la desaparición de líneas divisorias entre lo civil y lo militar. Todo se funde en la estrechez de combatir por salvar la propia vida. No queda espacio detrás del frente para actividades propias de la paz.

No hay frente militar y retaguardia civil: todo es frente.

Siendo todo frente, siendo todo un conjunto indiferenciado, ese frente, ese conjunto, no puede ser más que civil. El poder civil invistió a los militares con una especialidad que reasume cuando lo estima pertinente. Otra interpretación es pretorianismo, el funesto pretorianismo causa de la actual desdicha de España.

El Consejo Interprovincial de Asturias y León, por mes esbozadas, cree llegado el

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momento de asumir la plena responsabilidad del mando soberano en el territorio de su autoridad. Da por supuesto el asentimiento del Gobierno de la República; la República cuyo bien e integridad es el anhelo de todos.

Adopta la resolución que sigue en plena serenidad, y dispuesto firmemente a imponer serenidad al que quiera perderla; seguro de contribuir a la indudable victoria sobre el fascismo en España.

De conformidad con todo lo expuesto, el Consejo decreta: Artículo 1º. El Consejo Interprovincial de Asturias a partir de la fecha y hora de este decreto se constituye en Consejo Soberano de Gobierno de todo el territorio de su jurisdicción y a él quedan íntegramente sometidas todas las jurisdicciones y organismos civiles y militares que funcionen en lo sucesivo dentro del referido territorio.

Artículo 2º. El propio Consejo Soberano, a la vista de los acontecimientos favorables que se produzcan en el curso de la guerra, determinará el momento de despegarse de las funciones soberanas que hoy asume.

Artículo 3º. De este decreto se dará cuenta al Gobierno de la República para su convalidación; sin perjuicio de su absoluta vigencia, impuesta por imperio de las circunstancias, desde este mismo momento de su promulgación.

Dado en Gijón a las 24 horas del día 24 de agosto de 1937.”

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El Consejo, entonces, se declara Soberano, luego de severas discrepancias entre las organizaciones. Otra vez la medida incomoda al gobierno republicano.Avance, el brillante diario socialista que acompaña el experimento desde la primera línea de fuego, contesta: “Obligó a constituir este Consejo el desastre de Santander. Había que atajar aquel peligro de aquella vergüenza. Lo fundamental es convertir en Ejército las huestes desorientadas y despavoridas que nos legó, como resultado de la vergüenza de Santander, un mando inepto...”

La acritud de esta respuesta sin duda se debe al magro estado en que queda la provincia, consciente de que el final está precipitándose. Los nacionales reorientan la campaña, fijando como principal objetivo la zona minera, en un doble ataque desde el este y el sur. Equivocadamente creen que la rendición tomará unos días, pero lo seguro es que un poco más tarde o más temprano Asturias caerá.

La resistencia final merecería también un capítulo aparte y exhibe el grado en el cual las organizaciones obreras de la región estiman el trayecto que comenzaron a recorrer en los 1890s, y las enormes expectativas que se han hecho.

Otra vez el “monstruo” tendría que pasar a segundo plano en estas páginas, y si no lo hace por su carácter simbólico, obliga a cuando menos recordar a Mata, a Arístides, a Coca, a las familias de Gijón y de las cuencas entre las cuales ha transcurrido nuestro relato. Sin licencias dramáticas, lo que se abre para ellos es el infierno.

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¿Qué siente nuestro personaje, quien sabe librará la muerte, con la mujer y los hijos, escapando por mar con los pocos miles que es dable a los modestos recursos de la república? ¿Piensa todavía en que hay modo de rescatar lo virtualmente perdido? ¿Cómo y cuándo? ¿Confía en la recuperación de los republicanos en las regiones aún bajo su control, y en un intempestivo giro en la política de las democracias occidentales? ¿Vislumbra a más largo plazo una alternativa ligada a la coyuntura internacional?

La cabeza del abuelo, tengo la impresión, se acoge a una fe ciega que le ordena, al modo de ocasiones anteriores, anclarse en el día a día, no pensar sino en lo inmediato, sin mirar atrás. De sacrificios está hecha la existencia, ha de decirse, tras los cuales aguarda la mayor o menor ventura factible. Y no hay más. Salvar en el momento lo que haya manera, y continuar.

Sin embargo el sacrificio de hoy es de proporciones monumentales. Decenas de miles quedarán expuestos a los delirios no de un ejercito enemigo y ya, sino de la cara opuesta de una sociedad irreconciliable. En nada, lo erigido se volverá ruinas. ¿Habrá manera de rearmarlo luego? Ni sus cálculos más pesimistas imaginan cuanto vendrá una vez preparada la caótica evacuación.

Entretanto, Arístides y los demás hombres comprometidos convierten en un avispero las montañas que bien conocen, y las mujeres, los viejos y los niños permanecen para vivir algo igual o más cruel que lo de ellos.

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Conforme avanzo contra reloj para la entrega de estas páginas, más decepcionado me siento y encuentro alivio solo en la idea de que indico ángulos no frecuentados en nuestro personaje, a partir de los cuales permitirnos, a quienes leen y a mí, preguntar, ir tras los episodios, bordar por cuenta propia, en un rescate de la memoria. Permítaseme un paréntesis sobre este tema que me obsesiona.

En 1988 el regreso a Asturias de los restos del abuelo y de Severina fue un genuino acontecimiento en el Nalón. Lo fue, estoy convencido, por el recuerdo de él y de lo en él encarnado. Los miles que entonces se reunieron en Sama, eran viejos compañeros, hijos y nietos de otros, herederos del SOMA y del socialismo obrero histórico, que reivindicaban también a los suyos, quienes no habían pasado del todo al anonimato, pues moraban en ellos y en sus ciudades y pueblos.

En la euforia, el ayuntamiento de Gargantada construyó un polideportivo sobre lo que había sido el hogar de los Tomás-Vega. Veinte años más tarde el lugar se encuentra en el absoluto abandono, y no es casualidad. Por eso se me ocurre que en lugar debería convertirse en un museo del olvido, odiándonos y burlándose de nosotros.

Burlándose, afirmo, porque estoy por completo cierto de que el abuelo y los demás nos contemplan socarronamente. No tienen la seguridad de si un día, al culminar la suerte de fin de la prehistoria a la cual acudimos, volverán a la luz. Pero sí que a las generaciones que los seguimos, salvadas las del brutal pago y la abnegación

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sin límites al cabo de la Guerra Civil, las circunstancias nos convirtieron en seres pequeños y oscuros, dispuestos a cuanto se precise por mendrugos.

Quienes no volteemos a los tiempos del “monstruo” y sus iguales, habremos perdido la ocasión de entender que detrás de nuestras miserables vidas, hay gestas de las cuales nuestros descendientes pueden nutrirse para su liberación. Puentes somos, o deberíamos, según bien sabía la sabia Teresa Panza, y a los que no cumplamos con la responsabilidad, la historia habrá de demandárselos.

Es una desgracia perder, a la manera que hago yo aquí, momentos como el vencerse de la resistencia en Asturias, en octubre de 1937, con el drama de quienes consiguen saltar a los barcos o buscan los montes o se preparan a aguantar la peste que se les viene encima.

La de Belarmino en esos días es de bajo tono, en relación a la de la gran mayoría, pero tragedia al fin y al cabo. Con la marcha se vuelve una sombra de sí mismo. En realidad lo es ya desde que prepara la evacuación asegurando, quizás mal informado por Prieto, habrá naves para albergar hasta 60 mil personas.

Contra lo que afirman los detractores del Consejo Interprovincial, éste o al menos el grueso de éste, no se pone a cubierto antes que los otros, y el abuelo y su familia comparten la pesadilla del escape en mares vigilados por los golpistas.

Para Severina, para mi madre y mi padre, en diverso grado y manera apenas dejar Asturias, así sea rumbo a otra parte de España, inicia un exilio en el cual la

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realidad se hace huidiza y ellos se convierten en una especie de fantasmas o se reinventan. Para el “monstruo” no, o no del todo. El hogar se ha perdido temporalmente y la vida cobra sentido en busca del retorno, que debe trabajarse sin descanso.

Apenas llega a Barcelona lo nombran para uno de los cargos de los que luego, entre atinados y lerdos, hacen escarnio los partidos liberales: el de los consejeros políticos adosados a los ministerios y los ejércitos. Obstaculizan el trabajo, dicen con razón, aunque olvidan un par de vitales verdades: quienes han sostenido el proceso desde 1931 son las organizaciones populares, cuya representación detentan los consejeros, y los técnicos de clases medias con frecuencia faltaron a sus obligaciones y debe desconfiarse de ellos.

En verdad parece un desatino que a nuestro personaje lo nombren titular de la consejería del Aire. No conozco con cierto detalle el trabajo que realiza allí, pero sé que ni de lejos lo consume, entre las actividades de la UGT, el partido, la federación nacional minera, la comunidad asturiana en Cataluña. El cargo aquél, estoy dispuesto a jurarlo, le parece despreciable. Orondo con él, el abuelo, sí claro: firmar papeles, consciente de que nadie les hará caso. Es lo suyo, lo ha sido siempre: hacerse ojo de hormiga a la acción, pasear el uniforme, cobrar un sueldo, entre el derrumbe.

Las afirmaciones valen para después, cuando con unos 400 mil españoles debe pasar a Francia. Desde luego la posición se lo permite, en tanto miembro del gobier-

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no transterrado, mientras los demás tienen de sobra con salvar el día. De hecho lidia relativamente poco con la supervivencia, y en vez de un campo de internamiento y la espera de un pase para abordar los barcos a México, la familia se instala en París y compra pasajes en un mercante.

A cambio no para en las tareas de auxilio y organización de quienes contribuye, al menos por ahora, a que se reconozcan no individuos aislados, sino un ente colectivo. El rasgo, que puede pasar desapercibido, distingue a este exilio, en el siglo de los exilios.

De nuevo en Belarmino el drama resulta más colectivo que personal, porque él lo puede y lo quiere, sin detenerse a echar cuentas de lo perdido, que es, a lo llano, todo.

Todo, abuelo: tomar a Paz de la mano, a los once años, y librarla del ama que se ceba en ella; tundir con un ladrillo, a los catorce, al capataz que grita a Sandalio y a los otros; declarar una huelga general, a los dieciséis, a punta de dinamita; el Sindicato, las Casas del Pueblo, el Tercer Comité Revolucionario, las 40 horas semanales, la transformación de las milicias en ejército, la industria de una provincia bajo supervisión de los trabajadores… Bicocas, vida en desperdicio, la tuya y las de los miles que dejas atrás.

Qué fácil ha de ser marchar.

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El exilio El español, adelantamos, es peculiar dentro de la gruesa colección de exilios que caracterizan al siglo XX. Lo es al menos en los primeros días en Francia y quizás durante la Segunda Guerra Mundial, y lo es en México quizás hasta 1947.

Entre su entorno mexicano se extiende una viñeta de humor, que encuentra a los transterrados repitiendo con necedad, mientras golpean la mesa en una cafeteria: este año cae Franco. Lo hará cuando después de 1947 quedé claro que la vuelta a casa no coincide con la derrota del fascismo.

En todo caso, sin importa el momento preciso, los aproximados treinta mil españoles republicanos allí se suman al fenómeno que judíos de varias nacionalidades y comunistas alemanes y rusos han iniciado ya y que luego vivirán guatemaltecos, chilenos, argentinos, uruguayos… asilados en el país.

No tengo mejor, más rápido modo de explicarlo, que a través de estas páginas que escribí pensando en otro destino: Treinta años vivió en México Luís Cardoza y Aragón abrazado al árbol de su infancia, en el centro del jardín familiar de un barrio de La Antigua, que el exilio dejó tras una barrera infranqueable. Al regresar al fin, el árbol había desparecido, con la calle, que era una irreconocible otra. No se levantaría jamás de una muerte que hacía vacilar en la nada los treinta años.

Para entonces Pablo Neruda había escrito muy lejos de casa:

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Les contaré que en la ciudad viví en cierta calle...

No se podía ir y venir, Había tantas gentes...

Todo me pareció brillante... y era sonoro.

Hace ya tiempo de esta calle, hace ya tiempo que no escucho nada...

Dulce nostalgia la suya, que podía ignorar la calle impresa en sus compatriotas repartidos por el mundo tras 1973: vuelta silencio y dolor.

Más de tres décadas atrás Victor Serge se paseaba con su inseparable, adorado hijo por el bullicio de una noche en la Alameda Central de la ciudad de México, y entre la reposada, sonriente feria de familias se le venían una y otra vez las estampas del último en la serie de exilios que era su vida, y el reclamo de los rostros de los compañeros que quedaron en la Francia ocupada por la Alemania nazi.

Yo no sabía nada de Cardoza, de Neruda, de Serge, cuando en los 1950s crecía en aquella misma ciudad entre dos padres que no abrían la boca para hablar de la Guerra Civil española, sino cuando se trataba de aligerar el drama, y sin embargo estaban y no en la casita de dos pisos donde nos criaban. Mamá se afanaba cada mañana en recoger hasta la última mota de polvo en la sala, el comedor, lo que pom-

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posamente llamábamos biblioteca. Me obsesionaba su estampa desdibujándose a lo fantasma. Era Penélope que no esperaba, repitiendo el rito para espantar sin éxito el recuerdo del viaje no de su hombre, sino de ella, suspendido casi al empezar.

Batía el trapo contra el brazo de un sillón, daba un paso, volvía sobre él, lo expurgaba de vuelta y se rendía, empezando a parpadear en mis ojos que no podían seguirla a la cuenca minera a diez mil kilómetros de distancia, para ofrecerse a cuidar los burros de los campesinos en domingo y dar gracias por las monedas con que pagar la función del único cine en veinte pueblos y villas alrededor. O para trepar a los destartalados camiones que harían la excitante ruta de los mítines en los cuales lucía la joven de quince años.

Mamá se adelantaba treinta años al Humberto Costantini que miraba por la ventana la luna mexicana, “chanta”, mentirosa, porque la de verdad no había salido de Buenos Aires, como él casi justo en el momento en que ella, mi madre, hacía las maletas para volver a la España sin Franco y ser de nuevo de carne y hueso, otra vez mitin tras mitin, para con su adolescencia refrescar al maltrecho partido en en cual se había convertido el suyo... y recibir de tarde en tarde la visita de los hijos, a quienes veladamente miraba con extrañeza: ¿de dónde habrán salido? ¿Pero qué tan sí misma era también ella, regresando sin regresar? El país que había dejado y en el cual anduvo transterrada mucho más años que en el real, apenas y se reconocía en el de 1976. Un poco antes Alejo Carpentier veía con malos ojos el lugar

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común nacido entre el boom de la literatura latinoamericana, que rezaba: marcharse es la mejor manera de ver el lugar de origen. Roberto González Echevarría revisaría luego la crítica de Carpentier a través de la serie de artículos de éste, La Habana vista por un turista cubano. González Echeverría decía de este paseo imaginario: “En términos de la experiencia cotidiana, la cuestión de la distancia y del exilio es parecida a la pregunta que todos nos hacemos cuando viajamos a un lugar exótico o distante: ¿Soy todavía el mismo? ¿Sigo siendo igual, o me ha transformado completamente el viaje...?

“Los exiliados de Carpentier habitan un ámbito atemporal -una suerte de estado de suspensión- y procuran regresar al hogar o patria perdidos mediante dos actividades íntimamente relacionadas: el amor y la lectura. Lejos de la patria, del idioma propio, los exiliados de Carpentier reifican la lengua materna, la petrifican. La lengua materna muere en el momento en que el exiliado parte y deja de escucharla.

Para preservarla en el exilio, el exiliado lee morosamente, acariciando las palabras como si fueran un cadáver que podria ser devuelto a la vida mediante una suerte de conjuro, ritual. Con esta práctica el exiliado, espera recuperar su ser original y despojarse de su nueva y extraña identidad, que se ha convertido en un código mudo que no le pertenece, un cuerpo petrificado, carente de voz...”

Al volver, pues, mi madre se movía entre las sepulturas donde habitaba la España que recreó durante treinta y ocho años de sus sesenta años de vida, y entraba en un nuevo limbo, en el cual debía reinventarse. Tal vez también por eso, y no 180

sólo por el extrañamiento de sus miradas, que a los hijos nos hacía vacilar sobre el suelo, mis encuentros con ella resultaban en grandes grescas. Eran de fantasma a fantasma.

Belarmino no pasó por este proceso. Otra vez gracias al privilegio de formar parte del gobierno en el exilio, que como tal era reconocido por México, pero también a la fidelidad a sí mismo, el abuelo no buscó un destino en el nuevo país. Y así no experimentó la esquizofrenia de la absoluta mayoría de los transterrados.

Su jornada apenas tenía tiempos libre entre las reuniones del PSOE, de la UGT, de las instituciones republicanas, de la comunidad asturiana, de la Federación Internacional de Mineros que lo comisionaba para viajar aquí y allá por el continente.

Así mantenía también las relaciones con quienes quedaron en Francia y aun en España. Participaba así, por ejemplo, en los preparativos que en 1948 al fin permitieron escapar de Asturias a medio millar de hombres y mujeres, el gran volumen de ellos “fugados” al monte, que con los años se había propuesto como una forma de resistencia apoyada por el “llano”, en una historia más que todavía está por estimarse en sus justos términos. En el embarque iban Mata, Arístides y Coca.

Entretanto el franquismo asturiano construía la imagen del “monstruo”, que resultaba un típico producto del oscurantismo español siglo XX, con sus kepis, tricornios, sotanas, chisteras, gruesas mentiras convertidas en verdad a fuerza de omnipotencia y repetición.

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Era como “la fantasma” que en los 1940 se hacía pasear por la cuenca del Nalón para darle al toque de queda un aire sobrenatural. Parte de la imaginería que pobló al país de sombras y de miedo, acompañando una violencia brutal: Enfermeras y enfermeros de un psiquiátrico, objetos o testigos de un festín del gusto por el poder convertido en deseo, luego asesinados, como adelanto de miles de ajusticiamientos a cielo abierto y fosas comunes con las huellas borradas; juicios sumarios, campos de trabajo, palacios reconvertidos a base de horcas, sillas eléctricas y látigos con clavos en las puntas; padres amenazados con la muerte cumplida de un hijo para que otro, fugado, abandonase su escondite, o colgados de propia mano como único camino para escapar de la terrible elección; mujeres rotas sin remedio, que no sabían si algo más podía perderse en el periplo inútil de evitar el fusilamiento del marido; damas en fiestas populares riendo al obligar a cantar a la joven que esperaba para enterrar un cadáver producto del justo castigo ordenado a un juez por el divino verbo; hogueras de libros, ojos espiando por las rendijas de todas las horas …

No en balde al inicio de los 1950 Blas de Otero, el aún más o menos joven poeta, decía: Aquí teneís, en canto y alma, al hombreaquel que amó, vivió, murió por dentroy un buen día bajó a la calle: entoncescomprendió: y rompió todos sus versos (...)olas de sangre contra el pecho, enormesolas de odio, ved, por todo el cuerpo.

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Y Damaso Alonso, el escritor de la generación del 98 que quedaba en el país tras la caída de la República: “Hemos vuelto los ojos en torno y nos hemos sentido como una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan incomprensibles, tan feroces, quizás tan desgraciadas como nosotros mismos (,,,) o nos hemos visto entre millones de cadáveres vivientes, pudriéndonos todos (…) Y hemos gemido largamente en la noche. Y no sabíamos a dónde vocear.”

Para entonces Belarmino había muerto.

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Primera edición, mayo 2015 © Jorge Belarmino Fernández Tomás © La visión de los torcidos

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