El libro de los bosques- Woods

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bosques Laura Messing

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En un camino que comienza con los estoicos, continúa con Spinoza en el siglo XVII, y culmina en las lecciones de Deleuze, el bosque es el gran ejemplo de que la esencia de las cosas es un grado de potencia, no una forma. ¿Dónde termina un bosque? Allí donde va mermando su capacidad de proliferar árboles. Está claro que se trata de un límite dinámico: ¿qué sentido tiene preguntarse por su forma? La única pregunta por hacerle al bosque es ¿hasta dónde irás? El arte del paisaje puede definirse como el resultado de una tensión entre la voluntad de forma que rige la representación y el comportamiento desatado de las fuerzas propias de la vida orgánica. Como dijo Kenneth 6

Clark, la historia del paisaje refleja las cambiantes concepciones acerca de la naturaleza que el hombre ha forjado a lo largo de siglos. Así, ha estado atravesado por pensamientos distintos: fantasía, simbolismo, idealización, observación científica. Laura Messing, en sus bosques, convoca esta densa multiplicidad de significaciones. Convoca, a través de las imágenes y de la literatura, el bosque medieval. Omnipresente, apenas salpicado por breves oasis de civilización y productividad, asiento de temores y fantasías. Desde el oscuro bosque habitado de seres ignotos y amenazantes, hasta la paradisíaca promesa de abundancia. Convoca también aquel momento del siglo XVII en que el paisaje se instituyó en un grand genre, en un tema autónomo de la pintura, reflejando la conquista del saber moderno sobre la naturaleza y preanunciando un dominio material que se volvería absoluto a partir de la revolución industrial. Convoca, por último, el paisaje contemporáneo, que oscila entre el orgullo tecnológico y la sensación de una pérdida. La imagen fotográfica nació determinada por la pintura, y el género del paisaje es uno de los testimonios de un vínculo longevo y complejo. Pero también, la fotografía descubrió y explotó largamente sus diferencias específicas. De su cualidad indicial nació la valoración de la imagen fragmentaria. De su reproductibilidad, las posibilidades narrativas que exceden a la imagen unitaria. Laura Messing lleva al género tradicional del paisaje a sus propios límites, uniendo la captura fotográfica a la naturaleza secuencial del libro y la palabra.


No se trata una convivencia armoniosa sino inquietante. Fotografías que desbordan el límite de la página, páginas monocromas con elementos mínimos, imágenes y textos que se acompañan, que divergen, metáforas cuyos ecos desafían la linealidad de un ritmo, sintonías calmas y contrastes sorpresivos, reiteraciones y elusiones. En la temporalidad del libro, las fotografías y las palabras, más que acompañarse, se rebasan, provocan, se multiplican mutuamente. Hay tres capítulos pero podrían ser infinitos, como los senderos que se bifurcan, que tanto avanzan hacia delante como al costado, hacia atrás o hacia sí mismos. Son tres estados de la misma potencia-bosque. Un estado del bosque es la sombra y la sombra una advertencia acerca de la hipervisibilidad (la ceguera) que acecha nuestra vida contemporánea. Allí donde no ver nos ayuda a ver más, surgen otras nociones de lo bello. Otro estado del bosque es el umbral y el umbral la representación de una experiencia de pasaje. Umbral de ida, lleno de misterios, temores e ilusiones; umbral de retorno, lleno de saberes inefables. Un umbral no es un camino ni una meta prefijada, es un espacio intangible de pura posibilidad. Recién en su tercer estado el bosque es un sendero, y el pensamiento mítico da paso al proyecto moderno. Aparece la arquitectura y de algún modo el final resignifica el principio donde un árbol desnudo y solitario resiste a la vera de las vías de un tren. Shakespeare lo vio, también en el siglo XVII. El camino del progreso levanta vientos de incendio y destrucción. Frente a la bifurcación de este sendero, la artista Laura Messing no ignora la admonición ecologista, pero añade otra sospecha: que con la destrucción de los bosques se extinguen memorias, fantasías, símbolos, talismanes, hábitos, deseos, ideales, identidad, cultura. Valeria Gonzalez Universidad de Buenos Aires

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Extractos de “El bosque- la imaginación y el miedo” por Fernando Soto Roland

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El bosque como espacio referencial del imaginario colectivo en perpetua elaboración, ha conservado a lo largo del tiempo una de las características esenciales, que el racionalismo hizo a un lado: la plausibilidad. Dentro de sus límites todo puede ser posible. Comarca ambigua por excelencia, sus escenarios encierran supuestos hechos inusuales que, rara vez, quedan resueltos en la mentalidad popular (o que no quieren ser resueltos). Entre sus árboles también era posible retrotraerse a los “Tiempos primordiales”, a lo primitivo;

a un mundo sin restricciones ni tabúes, revelando así ocultas, inconfesables y reprimidas pulsiones. El bosque participó en la creación de un mundo paralelo y original, en donde la salvación (material y espiritual) se mezclaba con la perdición del alma y el cuerpo, gestando un sinfín de personajes y actitudes que iban de lo sublime a lo profano. Hoy nos paramos ante el bosque con nostalgia. Nos sabemos responsables de su diaria destrucción y, quizás, sea ese el motivo por el cual solemos tomar este sentimiento de culpa como ejemplo de crítica a la moderna y contaminada sociedad industrial. El antiguo rechazo a la naturaleza “bruta” y a lo “no urbano”


(tan propio del siglo XIX) ha mutado en seducción y atracción. Y el bosque, divinizado, explotado, arrasado, contaminado o idealizado, continúa siendo el reservorio ideal para un imaginario de estructuras duras, capaz de crear efervescencias en la imaginación del más desencantado de los hombres.

hombres y el bosque se inscribiría dentro de una historia de larga duración- una historia de las miradas- en la que espectador y escenario se relacionan combatiendo la conciencia de ruptura que separa al hombre de la naturaleza; y en la que el sujeto construye, según su propia mirada, el paisaje que tiene delante.

... la noción de bosque, como parte constitutiva del paisaje, designa, ambiguamente, dos cosas distintas a la vez. Por un lado un lugar material determinado y, por el otro, una representación figurativa, una construcción imaginaria, en la que participan los valores morales y estéticos de una época. Así pues, la relación entre los

Analizado de esta forma, el bosque, queda impregnado de un significado muy profundo y paradójico. Profundo, porque las descripciones que se hacen del paisaje nos hablan más de la sociedad que los describe que del paisaje mismo. Paradójico, porque sus caracteres básicos fueron construidos desde la ciudad.

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la sombra Bosques. Laura Mesing

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Una laca decorada con oro molido no estĂĄ hecha para ser vista de una sola vez en un lugar iluminado sino para ser adivinada en algĂşn lugar oscuro, en medio de una luz difusa que por instantes va revelando uno u otro detalle, de tal manera que la mayor parte de su suntuoso decorado, constantemente oculto en la sombra, suscita resonancias inexpresables. (1)



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Ustedes, lectores, 驴no han experimentado nunca, la impresi贸n de que la claridad que flota, difusa, no es una claridad cualquiera sino que posee una cualidad rara, una densidad particular? (1)

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...y a煤n sabiendo que s贸lo son sombras insignificantes, experimentamos el sentimiento de que el aire en esos lugares encierra una espesura de silencio, que en esa oscuridad reina una serenidad eternamente inalterable. (1)

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As铆 como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiaci贸n y expuesta a plena luz pierde toda su fascinaci贸n de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra. (1)

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En lo que a mĂ­ respecta, me gustarĂ­a resucitar, ese universo de sombra que estamos disipando... hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo. (1)

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el umbral Bosques. Laura Messing





“¿Cómo dar en el lenguaje del mundo de la luz mensajes que vienen de las profundidades y que desafían la palabra?” (2)







Son más antiguos que su nombre... ... Gnosis, en griego, es conocimiento; se ha conjeturado que Paracelso inventó la palabra “gnomo” porque éstos conocían, y podían revelar a los hombres el preciso lugar en que los metales estaban escondidos” (3)



Te concederé una cosa; si en algún momento te sientes en una dificultad, ven al bosque y grita, “¡Juan de Hierro!,” y yo vendré a ayudarte. Mi poder es grande, mayor de lo que piensas, y tengo oro y plata en abundancia.” (4)









Le gustaba escuchar el silencio, decía, si el silencio puede escucharse. Uno puede oír entonces la caída del polen de las flores silvestres, en el aire donde se fríen las abejas. Dios, ¡el aire donde se fríen las abejas! ¡Escuchad! ¡El torrente de un canto de pájaros más allá de esos árboles! (5)











...había días que eran sólo un aroma, y el mundo entero entraba y salía por la nariz. El aire olía a lluvia, pero no había nubes. De pronto un hombre cualquiera podía reír en los bosques, pero reinaba el silencio. Douglas miró la tierra que pasaba. No había olor a huertas, no se sentía ninguna lluvia, pues faltaban los manzanos y las nubes. Y aquel desconocido que reía en los bosques... (5)










Aquí los grandes y tranquilos vientos del verano vivían y se paseaban en las profundidades verdes, como ballenas fantasmales, invisibles -El encaje más fino es éste Y señalaba con la mano mostrando cómo los árboles se entretejían con el cielo, o cómo el cielo se entretejía con los árboles, no lo sabía. Pero ahí está, sonrió, y el tejido sigue creciendo, verde y azul. Si os fijáis veréis la susurrante lanzadera del bosque. (5)






Sí, algo va a ocurrir, se dijo, ¡lo sé! Douglas sintió que la tierra húmeda escuchaba, esperaba. ¡Estamos rodeados!, pensó. ¡Ocurrirá! ¿Qué? Se detuvo. (5)






Salgan ustedes, ¡salgan!, gritó en silencio. Ahora, pensó Douglas, ¡ahí viene! ¡Corre! ¡No lo veo! ¡Corre! ¡Está casi sobre mí! Casi ocurrió, pensó Douglas. No sé qué era, pero era grande, caramba, ¡era grande! ¿Dónde está ahora? ¡Detrás de esa mata! ¡No, detrás de mí! No, aquí, casi aquí. (5)


Douglas se tocó secretamente el estómago. Si espero, volverá. No me hará daño. Sé, de algún modo, que no está aquí para hacerme daño. ¿Para qué entonces? ¿Para qué? (5)







El mundo, como el iris gigante de un mundo aún más gigantesco, que también acababa de abrirse, agrandándose para abarcarlo todo, le devolvía la mirada. Douglas supo que había saltado sobre él y ya no se iría. Estoy vivo, pensó. (5)



los senderos Bosques. Laura Messing



El terreno de los juegos se ha embarrado y, por falta de uso, los laberínticos senderos apenas se distinguen invadidos de hierba. Los mortales añoran los gozos del invierno: ni cánticos ni himnos bendicen ya la noche. Tú has hecho que la luna, que rige las mareas, pálida de furia bañe el aire causando multitud de fiebres y catarros. Con esta alteración estamos viendo cambiar las estaciones: la canosa escarcha cae sobre la tierna rosa carmesí y a la helada frente del anciano Invierno la ciñe, como en broma, una diadema de fragantes renuevos estivales. Primavera, verano, fecundo otoño, airado invierno se cambian el ropaje y, viendo sus efectos, el aturdido mundo no sabe distinguirlos. Toda esta progenie de infortunios viene de nuestra disputa, de nuestra discordia. Nosotros somos sus autores y su origen. (6)




Un libro de rocas. El bien y el mal en un libro de rocas. Lo mísero y lo opulento, en un libro de rocas. Lo que me había estremecido de dolor, de ansiedad, la poesía y la aberración, el amor y el crimen, lo grotesco y lo exquisito. Yo. En un libro de rocas. Para siempre. (7)









La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. … Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma. (8)



Agradezco especialmente a Fernando Soto Roland por permitirme compartir extractos de su ensayo en el prólogo. A Mariana Gonzalez Toledo por la corrección de textos. A Valeria Gonzalez por involucrarse en el Bosque mucho más allá del texto crítico.

Citas de textos (1) El elogio de la sombra- Junicho Tanizaki, Ed. Siruela (2) El héroe de las mil caras - J. Campbell, Psicoanálisis del mito, Ed. Fondo de Cultura Económica (3) El libro de los seres imaginarios - Jorge Luis Borges, Alianza, Madrid, 2001 (4) Juan de Hierro, Recopilación de los Hermanos Grimm, Ed. Antroposófica (5) El vino del estío - Ray Bradbury, Ed. Minotauro (6) Sueño de una noche de verano, William Shakespeare (7) Bomarzo - Manuel Mujica Lainez, Ed. Sudamericana (8) El almohadón de plumas, Cuentos de la selva – Horacio Quiroga, Ed. Emecé


Notas del autor Las fotos de este ensayo fueron tomadas en bosques y reservas naturales del territorio argentino, en las provincias de Tierra del Fuego, Santa Cruz, Mendoza, Neuquén, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. Se trata de un trabajo en proceso, siempre abierto, al que espero poder sumar bosques de otras provincias. Los textos que cito acompañaron diferentes etapas de mi vida y me ayudan ahora a decodificar contenidos simbólicos, metafóricos o literales atribuido a los bosques. Es esta polisemia, la que se ocupa del poder retórico que hoy tiene el bosque. Entre estos textos, dos de ellos marcaron, así como los bosques, mi infancia y adolescencia. Los cuentos de los hermanos Grimm, especialmente ”Juan de Hierro”; y más tarde “El vino del estío” de Ray Bradbury, cuyos escenarios todavía busco con mi cámara, con mi olfato y con mi oído. Mucho más tarde pude entender la cantidad de subtextos encerrados en este y otros cuentos tradicionales, donde el bosque es omnipresente. Tomando el concepto de Joseph Campbell del “camino del héroe”, me remito al bosque como un lugar de transición, de pasaje de la niñez a la adultez y me pregunto: ¿Acaso el artista no elabora, de algún modo, sus obras desde ese estado transicional? , ¿No vamos de la oscuridad a la luz y otra vez a la oscuridad?, ¿No partimos desde los miedos a la elaboración de ellos y desde la intuición hacia la razón? Y finalmente, ¿Es el bosque la alegoría de ese estado permanente de búsqueda de imágenes y significados? Me siento identificada con el romanticismo, en la necesidad de creer en utopías. Por esto mismo, no puedo dejar de mencionar el peligro de extinción de nuestros bosques nativos, mediante la desforestación sistemática, por tala o incendios intencionales, con el convencimiento de que esto puede ser detenido. Laura Messing – Buenos Aires 2012





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