Las noticias de cuenca nº 47

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CULTURA 23

Semana del 30 de mayo al 5 de junio de 2014

HOMENAJE. SE HA INSTALADO UNA PLACA EN LA PLAZA DE LA MERCED

El poeta Jesús Rojas y ‘Sala Alta’, en la memoria de Cuenca ■■ C.I.P.

Una placa instalada en una de las paredes de la fachada del Museo de las Ciencias de C-LM, deja en la memoria de Cuenca al poeta Jesús Antonio Rojas, un homenaje póstumo con el que se ha querido reconocer la obra y la figura del poeta y galerista conquense fallecido en septiembre de 2006. Un sencillo y emotivo acto a modo de recital entre familiares y amigos recordaba el pasado sábado la obra de Rojas en la plaza de la Merced, frente a lo que un día fuera su galería de arte: la Sala Alta, impulsada por el grupo ‘El Paso’ y que hoy, al igual que él, ha desaparecido. Su memoria y el emplazamiento de lo que un día fue un emblemático lugar del arte y la cultura conquense (hoy integrado en el Museo de las Ciencias de C-LM) por el que pasaron obras de artistas como Bonifacio Alfonso, Javier Pagola, Óscar Lagunas, Eva Lootz, Mitsuo Miura o Julián Pacheco, queda marcado en la historia conquense con los versos de Rojas: “Cada noche/ se me desgarraba el corazón/ pero a la mañana siguiente amanecía entero”. Fragmento del ‘El español impaciente’ que reza en la placa que la hija del poeta, Flores Rojas Martínez, descubrió en el transcurso de un homenaje “muy merecido” al poeta que en 1972 formara parte del Grupo Cuenca (al que pertenecían Carlos de la Rica, Luis Martínez Muro y Antonio Gómez). Prolífico poeta y colaborador de numerosas revistas, Rojas fue homenajeado ante las puertas del Museo de las Ciencias con la lectura de sus poemas y el recuerdo de amigos como José Luis Jover o José Joaquín Blázquez, quienes quisieron estar presentes con su pluma en este acto de familiar convivencia

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con la figura de Rojas. Fue su hija quien, entre verso y verso de su padre en palabra de los presentes, les dio lectura para cerrar el acto con la declamación del poema que escribió a su madre en la trasera de un espejo repujado en cuero. La poesía de Rojas “siempre

me ha parecido sugerente. Rojas llega. Rojas habla de sí mismo y al mismo tiempo nos cuenta ese walk on the wild side que fueron los efervescentes años postdictadura que tanto vamos a acabar echando de menos. Por eso es justo dejar aquí su huella, un vestigio, una

pista para los que no le conocieron tengan una opción de rastrearle y adivinar por sus palabras lo que puede ser un sentimiento agudo dispuesto a experimentar todo y que escribe henchido de purísima libertad”, señalaba el organizador del acto, Eduardo Soto.

LA RISA DE JESÚS ROJAS, JOSÉ LUIS JOVER

e reencontré con Jesús Rojas a mi regreso a Cuenca, a mediados de los 80. Habían pasado veinte años a lo largo de los cuales apenas tuvimos algunos reencuentros esporádicos. Pero tras el reencuentro no tardamos en reanudar nuestra relación y en cumplir con el rito de intercambiarnos los libritos de poemas que habíamos ido publicando; en fin, ese tipo de cosas que hacíamos los jóvenes poetas. Ya finalizando los 80 Jesús trabajaba en un libro titulado ‘El anillo de Baudelaire’. “Estoy con las palabras”, “Las palabras”, solía decir. Algunos de los poemas que pensaba incluir en aquel libro me los dio a leer, pero nunca me pidió opinión sobre ellos porque un poeta nunca debe pedir opinión a otro poeta. Sin embargo se puede hacer trampa. La trampa se hace así: Si quieres saber lo que opina un poeta del libro de poemas que acabas de publicar, pídele que te lo presente. Jesús hizo la trampa –confesaba– y me pidió

que le presentase ‘El anillo de Baudelaire’, Por supuesto, lo presenté. El acto tuvo lugar en un añorable local llamado Noites, donde a veces tocaban jazz y se hacían presentaciones de libros y cosas por el estilo. Pero no importa ahora lo que yo pudiera contar en aquella presentación de ‘El anillo de Baudelaire’ (un libro neobeat de cabo a rabo); lo que importa, lo que yo quiero contar aquí, es una escena jocosa que tuvo lugar al comienzo de la presentación del libro. Puede que alguien la recuerde. La contaré con brevedad. En realidad sucedió muy deprisa. Fue casi como un gag. Así la recuerdo: Tres personas sobre el entarimado del Noites: el representante de la institución pública editora del libro, el autor y el presentador. Comienza el acto. El representante de la institución pública va a tomar la palabra. Se le ve nervioso, algo descolocado. En este tipo de actos, uno siempre agradece una íntervención breve del representante

institucional, pero esta vez la intervención fue lacónica, pues tras nombrar el libro, a su autor y al presentador, el representante institucional remató así: “En fin, sobran las palabras”. Vi que Jesús sonrió con esa media sonrisa suya que siempre escondía algo, y yo no pude evitar preguntarle de pronto al representante institucional que cómo iban a sobrar las palabras, si para lo que estábamos allí reunidos era precisamente para hablar de las palabras, ¡de las palabras! Jesús soltó una carcajada insonora, como cuando nos sobreviene un estornudo y lo soltamos hacia dentro. El entarimado tembló un segundo. Sin más, prosiguió el acto. Su media sonrisa enigmática bajo su bigote y su carcajada en el Noites durante aquella velada son las dos imágenes que primero me vienen a la cabeza cada vez que, como ahora, recuerdo al viejo amigo Jesús Rojas. Recordémosle riendo.

VINO Y ROJAS, JOSÉ JOAQUÍN BLÁNQUEZ

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ran años de vino y rojas. Aprendizaje a olfato. Detectivismo salvaje. Explotación sin más límites que los de tu cerebro pequeño-proletario. Yo era un plumilla de tantos, probando suerte en Castilla como enseñan los maestros – ya entonces antiguos, pero uno es antiguo–, y la cultura ere terreno inculto donde todos y ninguno podían meter cuchara, sin que al director del periódico importase mucho la pieza mientras la página política estuviera resuelta con cualquier mindungui estrenando poder o acotándoselo. Entre las encomiendas, pues, de ordinaria reseña estaban las exposiciones. A las acuarelas findecurso o cajadeahorros que olímpicamente ignoré, preferí siempre el alarido de Bellas Artes, la nórdica enciclopedia Carmelitas o la sorpresa bohemia de Sala Alta. Aquí me esperaba Jesús, amigo casi inmediato, entre papeles espolvoreados de versos y ceniza de cigarrillos, libros y periódicos rebujados sobre mesa de madera espartana y, muy probablemente, un pintor o un escultor que compartía aquellas soledades conventuales en lo que fueron talleres y conciliábulos de artistas que yo, por poco, no llegué a conocer. Hubo una Cuenca mítica, post Zóbel / pre Perales, que él y su pandilla (Carmen, Francesca) vivieron a modo y yo en sus postrimerías, pro reflujo a cado de los dos Antonios, el jazz del café Noites, los poetas menendezpelayinos y los melés electroacústicos del Conservatorio. Jesús, pues. O me brindaba borbotones de Bonifacio, múltiples de la Gingko, muros y generalotes de Pacheco, recién vuelto de un taller umbrío con su amigo Perico Simón, o me pasaba uno de sus poemarios incendiarios (me los siguió mandando luego, incluso a Italia) por si quería ponerles acento en mis páginas. “Pero ten cuidado”, me advertía irónico, “porque el artículo podría leerlo mi madre”, y es que yo, neófito en el combate con el público de perezosa lectura, le había titulado “poeta baudelariano desgarrador de bragas”, arrebatado por su valentía erótica, carnal, antirretórica, pero sin demasiado obsequio al decoro. Hasta en eso, años de husma y experimento al frente popular, uno como Rojas podía oficiar, sin saberlo, de maestro del arte. O en la vida, que es, al cabo, lo mismo. ¿Digo verdad, Jesús? “Depende de tu posición”.


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