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Relatos con respuesta

Relatos

con respuesta

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‘Cuatro años’ – Rubén Hernández, 1º de Bachillerato D

«Hola». Ese fue el frío mensaje que leyó mi amigo Sergio al levantarse por la mañana para ir a clase. Esa era la primera información que recibíamos de aquella chica después de cuatro años. A este mensaje le siguió otro que decía: «¿Sabes quién soy?». Sergio lo sabía perfectamente. No le hacía falta mucho: la había recordado cada día y, sobre todo, cada noche, cuando me contó que más se le removían los recuerdos de aquel verano.

Fue el año en el que nos fuimos de vacaciones a Gijón con mis padres. Estuvimos un mes entero y tuvimos la suerte de coincidir con Esther, una chica gallega un año mayor que nosotros. Esther fue dos semanas de visita a casa de una tía, que vivía allí en Gijón. La forma en la que nos conocimos no fue la más normal ni la más simple. Estábamos Sergio y yo en el mar cuando él me dijo: «Mira qué guapa». Justo cuando me giré a verla, empezó a moverse y a gritar: «¡Erizoooooo!». Fue en ese momento cuando mi amigo salió a toda mecha directo al rescate con actitud de superhéroe, la cogió en brazos y la llevó a la caseta de socorro. Cuando salieron de la caseta vinieron hacia mí y nos presentamos. Tuvimos una muy buena relación con Esther en muy poco tiempo, tanto que nos tirábamos tardes hablando sin ni siquiera saber la hora que era. Estábamos todo el día juntos; íbamos a la playa, a la piscina, nos enseñaba la ciudad… ¡Hasta vino un día a comer con mis padres! Cuando llegábamos a casa por la noche, Sergio no paraba de hablar de Esther y por la forma en la que hablaba y la expresión de su cara yo pensaba que Sergio se estaba empezando a enamorar. Pero esto es lo que pasa con los amores de verano, que duran hasta que se acaban las vacaciones. Un día por la mañana Esther nos avisó de que esa misma tarde se tenía que volver a Galicia. Cuando nos lo dijo, Sergio se quedó mudo y con una extraña expresión de frialdad en la cara que yo nunca había visto. Ese día no fue igual que los demás porque los tres estábamos tristes de pensar que esa bonita amistad podría llegar a su fin. A pesar de esto, fuimos a acompañarla a la estación hasta que llegara el tren en el que se subiría. Y ese fue el último recuerdo que tenemos de Esther, ella sentada en el asiento del tren esperando a que éste arrancara.

Después de cuatro años, Sergio me ha reconocido que estuvo enamorado y que extraña esas tardes en la playa, los paseos por el puerto, las fotos que nos hacíamos los tres en el mirador… Aún no le he preguntado si ha contestado a los mensajes de esta mañana.

En el próximo Relatos

con respuesta

Tu historia debe cumplir con estos requisitos:

· Ambientada en Sevilla durante una excursión escolar. · Alguien o algo se pierde. La extensión debe ser entre 350 y 500 palabras. Dirigido a alumnos de 1ºESO, 2ºESO y 3ºESO. Inventa un relato a partir de esta fotografía.

‘En vacaciones’ – Pablo Manrique, 1º de Bachillerato D

Estoy deseando que llegue mañana. ¿Llegarás a tiempo? 22:21

Sí, lo prometo. 22:21

Vale. 22:22 Hasta mañana. 22:22

Volví a mirar sus últimos mensajes. Desde entonces Juan no había vuelto a conectarse. «Me da a mí que no va a llegar», pensé para mis adentros. Estaba ya en el tren, sentada y con el móvil en la mano. Eran las seis y veinte de la tarde y nuestro tren salía en diez minutos. Dentro del vagón, el calor no cedía. Deseaba irme cuanto antes a la playa. Cuando el tren estaba arrancando, vi a Juan saltando al interior. Sudaba y parecía pálido. —¿Estás bien? —pregunté. —Sí, sí. No te preocupes —me contestó, pero sin mucha seguridad. Cuando lo miraba, parecía preocupado y cuando le pregunté que por qué había llegado tan apretado de tiempo, no reaccionó en unos minutos. Después me contó que durante la madrugada había empezado a sentirse perseguido y desde ese momento no había podido hacer nada con tranquilidad. Allá por donde iba, sentía que había alguien mirándolo, espiándolo. Por ese motivo llegó tarde al tren: iba tan despacio comprobando que nadie lo seguía que no se había dado cuenta de la hora que era y, a falta de diez minutos, estaba todavía muy lejos. Me pasé todo el viaje intentando tranquilizarlo, pero no conseguí nada. Cuando llegamos a Valencia, él continuaba intranquilo. No sabía quién ni por qué, pero sentía que alguien nos vigilaba. Llegamos al hotel y, después de cenar, subimos a nuestras habitaciones a descansar. Eran las 12 de la noche cuando escuché unos ruidos que provenían de alguna de las habitaciones. Segundos después, alguien llamó a mi puerta. Miré para saber quién era y vi a Juan. Rápidamente abrí la puerta y se desplomó al suelo. Recuperó el conocimiento en el hospital. Fue un ataque de pánico, por lo que, tras unas pruebas, le dieron el alta. A la mañana

La respuesta de Mateo

El narrador puede saber más o menos que sus personajes, pero también lo mismo que ellos. La voz ficticia de un relato ejerce sobre los lectores una atracción singular, de tal forma que los hace partícipes del juego de la ficción. Un testigo observa y espía a los personajes, ojea el espacio y advierte de peligros, vigila que todo marche por el camino deseado y divisa el final, otea, poco a poco, la tragedia y contempla el estado de ánimo de unos seres de ficción que a veces son sus propios compañeros en el juego. Ambos relatos, tanto el de Rubén Hernández como el de Pablo Manrique, tienen una calidad extraordinaria, no solo porque cumplen las reglas impuestas en la convocatoria, sino que el lector se siente intrigado por lo que pueda pasar. En el primero de ellos, el testigo de Sergio nos cuenta la historia de un antiguo amor, cuando la amada de aquellos días regresa a través de unos mensajes de texto en el teléfono móvil. La intriga ya está servida («¿Sabes quién soy?») y el lector se introduce en el clima típico de una conspiración amorosa. En el segundo, el personaje, una muchacha, nos habla siguiente, me confesó que se había metido en problemas y que por eso tenía la sensación de que alguien lo perseguía. Después de comer, hizo unas llamadas y me dijo que ya había solucionado todo. No me lo creí y fue la primera vez en la que de verdad me di cuenta de que nos espiaban. Al día siguiente, cuando estábamos caminando por el paseo marítimo, Juan se chocó con un señor alto. Me pareció ver que le había entregado un sobre. Él no me dijo nada, pero yo lo había visto claramente. Le insistí mucho, pero seguía negándolo. Pensando esa misma noche, lo entendí todo. Mi amigo de la infancia, aquel con el que tantas cosas había compartido, era el espía que me estaba controlando. No tuve más elección que esa misma noche ir a su habitación y ahogarle con la almohada de la cama. No podía arriesgarme a que descubriese lo que tenía entre manos. Cogí el último tren y huí.

de su relación con Juan, un amigo de la infancia, quien está siendo acechado por un desconocido. Al final, el relato da un giro inesperado cuando el perseguido es, en realidad, el perseguidor de la voz narradora que tiene que tomar una decisión inesperada. Es asombroso cómo una pauta creativa puede dar tanto juego y hacer que dos escritores, usando los mismos materiales, lleguen a conclusiones diversas.

Enhorabuena a los dos.

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