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Historia

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Ayer y hoy Homenaje a Monseñor Lindor Ferreyra para los chicos de hoy H. Fermín Gainza Hecho en 1988 en el centenario del nombramiento de Lindor Ferreyra como párroco de Villa del Rosario.

El río es como una abuela contando el cuento del agua. Los sauces de sus orillas son nietos tragapalabras. -Había una vez…-¿Qué había? -¡Chiiiit! La boquita cerrada… Había una vez aquí una llanura pelada. El viento como una escoba la barría y la peinaba. Un día pasó un Marqués con su peluca empolvada. Debajo de su peluca unas semillas guardaba. Andaba sembrando pueblos en los surcos de la pampa. -“En esta hermosa llanura, dejo esta Villa fundada, para la gloria de Dios, para honra del Rey de España…”. Y con el agua del río la Villa fue bautizada: “Villa real del Rosario”, bajo custodia mariana. El río siguió contando el cuento de su nostalgia: agua que fue nube y lluvia, arena que fue montaña. A sus orillas, la Villa pintaba calles y casas. Y en los campos del contorno, los granos de oro sembraba. Mientras la espiga crecía, la humilde Villa soñaba. Y el sueño se fue pegando como hiedra a sus murallas. Un día le nació un niño que quería despertarla. El niño llegó a ser cura, ¡un cura de antigua talla!

El cura era un Don Quijote con facha de Sancho Panza… Claro que algunos querían una cosa más romántica: una voz más melodiosa y una figura espigada… Pero el cura desde el púlpito tronaba palabras claras. Y con las manos tendidas juntaba lo que le daban. Y con las manos robustas lo convertía en murallas. Quería para su Villa iglesia como Dios manda. Quería como pastor, que la voz de sus campanas llegara hasta el horizonte para despertar las almas. Y así se alzaron las cúpulas sobre los cielos del alba. Quería para sus niños tener escuelas cristianas. e nuevo, juntó ladrillos para echar a andar sus ansias. Él mismo buscó en su grey gente que se consagrara de por vida a enderezar los senderos de la infancia. Las campanas de su iglesia cantaban acompañadas por las frescas campanillas de las escuelas soñadas. Quería para su Villa el progreso y la bonanza. Soñó bancos, oficinas, y el zumbido de las fábricas. Pero de tanto soñar, se fue gastando su máquina. Y un día se echó a dormir con sus manos despojadas. El pobre solo tenía las riquezas de sus ansias.

El río siguió cantando su cantinela serrana. La Villa siguió avanzando entre bostezos y lágrimas. El viento traía el polvo de las dormidas distancias. La vida traía el canto de nuevas cunas y caras. El tiempo traía el ritmo de una aurora renovada. Y la historia iba escribiendo poquito a poco sus páginas. Y releyendo su historia la Villa desmemoriada se acordó de su Marqués y le levantó una estatua. Con su peluca de bronce el Marqués mira la pampa por donde debe crecer la semilla que él sembrara, mientras se goza escuchando río, industrias y campanas. Pero en su dura peluca hay una pena anidada: ¿cuándo tendrá Don Lindor la estatua que se ganara? El río seguirá el cuento con los sauces del mañana. El río seguirá el canto al compás de las campanas. La estatua de Don Lindor proclamará con voz clara: ¡En esta Villa, la gente tiene alma! Y el río dirá a la historia su canción esperanzada: En esta Villa hubo gente que sabía decir ¡GRACIAS!


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