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septiembre 11 de 2011

IN MEMORIAM

IN MEMORIAM

Falleció el pasado 11 de junio

Hermann Lema: un poeta de voces errabundas

A los tres meses de su muerte. Fue un poeta al que le transcurrió la vida en función de metáforas, acompañado siempre de un perplejo humor. Se preparó, aún en los detalles más prosaicos, para el viaje postrero. Un adiós. Octavio Hernández Jiménez* - Papel Salmón

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ermann Lema nació en Anserma Caldas, en 1936. Realizó sus estudios de bachillerato en el Colegio de Nuestra Señora, Manizales. Estudió Derecho en la Universidad Nacional de Colombia; culminó Diplomacia, Relaciones y Organización Internacional en la U. de la República, en Montevideo, Uruguay. Ex funcionario de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), Montevideo, Uruguay; del Instituto Colombiano de Comercio Exterior (INCOMEX), Pacto Andino, Lima Perú y Biblioteca del Ministerio del Interior Bogotá. Libros publicados: Canto a Anserma y al paisaje, Anserma, 1959; Al sur de los caminos, Bogotá, 1961; Cinco variaciones y un réquiem y Perfiles del aire, Montevideo, Uruguay, 1964; Presencia de itinerario, Bogotá, 1969; Poemas agónicos, Colección Biblioteca de Escritores Caldenses, Imprenta Departamental, Manizales, 1988; Poesía del instante final y otros poemas, Litografía Anbesa, Bogotá. Los siguientes críticos y comentaristas, entre muchos, se interesaron por emitir juicios sobre su obra: Jaime Mejía Duque, Adel López Gómez, Óscar Echeverri Mejía, José Manuel Caballe-

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Hermann Lema era el poeta hermano de la Araucaria del parque. Fotos/Archivo LA PATRIA/Papel Salmón

ro Bonald, Jean Aristeguieta, Ebel Botero, Guillermo García Niño, Fernando Mejía, Agustín Rodríguez Garavito, Fernando Soto Aparicio, Jorge Montoya Toro, Héctor Moreno, José María Pemán y Helcías Martán Góngora.

El poeta emprende el viaje

Utilizando títulos de algunos de sus libros diremos que, para el poeta Herman Lema, entre mediados de 2010 y la mitad del 2011, transcurrió el tiem-

po de los “poemas agónicos” pero, a pesar de la gravedad de las circunstancias, no decía, por ejemplo, que iba de visita donde el oncólogo sino donde el ornitólogo y no hablaba de la quimioterapia sino de la quiromancia. Al fin de cuentas, fue un poeta al que le transcurrió la vida en función de metáforas, acompañado siempre de un perplejo humor. El humor como desconcierto. Su filosofía se puede resumir en este postulado con que arranca su poema “Presencia del hombre y las formas: “Todas las formas son dolorosas,/ mortales,/ hasta la trágica raíz de los deseos.” Aún la imagen de la Muerte, en la poesía de Lema, está lejos del espanto decimonónico de la Gruta Simbólica. La alegoría que forjó de esta realidad provoca, en el lector parsimonioso, la sensación de una dama, rodeada del más exquisito hedonismo, cuya visita se espera, a diario, entre manifestaciones de la más fina cortesía. El tiempo, el silencio, la fatiga, el dolor, el cansancio vital, la ausencia, el olvido, la melancolía, la angustia, los adioses entre fanfarrias juveniles, la noche lujosa, son enigmáticas mascaradas de lo inevitable. En Lema, la alegría más diáfana y la felicidad, como en César Vallejo, son “los heraldos negros que nos manda la Muerte”. Para el poeta caldense, “no existen días azules… ni días de color embrujado”. Se preparó, aún en los detalles más prosaicos, para el viaje postrero. Un viaje que no era de temer, ni de anhelar, que no era un fin ni una epifanía, ni un encuentro ni un reencuentro. Sencillamente, El Viaje. Como buen epicureísta sabía que el miedo a la muerte es irracional ya que la muerte en sí misma no es algo que nosotros podamos experimentar.

Por fin, el poeta pudo entonar su “Poema del instante final”, el viernes 10 de junio de 2011, al medio día. Hablar con su hermana Marina, a quien le tocó todo el trajín de ese trance, es asistir a una dramática lección del derrumbamiento del cuerpo, del itinerario que trazaron los acontecimientos personales a que se ven sometidos los seres humanos carcomidos por lo inevitable, del último desayuno que quiso apurar, en compañía de su hermana, no en el comedor sino en la biblioteca propia, en donde confesó que había vivido los momentos más sublimes de su existencia, de esa eternidad que cayó sobre ellos dos cuando echaron llave al apartamento rumbo a la clínica de donde no regresaría jamás, de la noche de la despedida fraterna, de las manos que se soltaban como entregando una nave al azar en un mar en calma, sin una lágrima. “Despleguemos las velas del pasado y digamos adiós al viejo puerto”. Imágenes verbales con rostro apacible del amanecer postrero, de los instantes en que clausuró sus ojos y su palabra, del momento en que la hermana se le acercó y le repitió pausadamente, al oído, como una oración, el “Soneto profano” que el moribundo reconoció moviendo, apenas, los labios y del lapso impreciso en que, sin el más mínimo aspaviento, se entregó a la Muerte. A pesar de lo cotidiano de los hechos, la narración de Marina es sobrecogedora. Parecía que estuviera leyendo la descripción de la muerte del padre adoptivo de Cristo, en uno de los Evangelios Apócrifos, una de las 100 obras favoritas de J.L.Borges. La ceremonia luctuosa se efectuó el sábado 12, en el templo del Sagrado Corazón de la capital de la república. Caldas en Bogotá se hizo presente.

En su memoria

Esa tarde, y a su memoria, me encontré con la mujer amada y, frente a un ramo de azucenas, al sorbo de un vino rojo, siguiendo el protocolo poético de J. Gaitán Durán cuando dice: “Bebemos vino rojo. Esta es la fiesta/ en que más recordamos a la Muerte”, leímos, muy despacio, una serie de textos del poeta que había partido. Al Réquiem que sigue a las “Cinco variaciones…”, uno de los conjuntos poéticos de Lema más celebrados, le

di la siguiente lectura a modo de paráfrasis lorquiana: “Al que amaba la noche y entre sus aureolas de neón se perdía por las calles noctámbulas y aspiraba el relente sensual padre del rocío; las noches de algarrobo, tórridas; las noches de París y de Manhatan, de la China y el Japón; las noches de los papas y monarcas sibaritas; las noches de cristal cálido, bajo la piel adolescente; las noches de los ojos abiertos bajo la sombra insomne del silencio; las noches de soledad en vilo de la muerte; las noches de Young y de Musset; las noches de esclavitud y de miseria; las noches funámbulas de América, de la ignorancia y los imperios, Réquiem, Réquiem, Réquiem.”

Regreso a la patria chica

El martes 21 de junio llegaron las cenizas del poeta Lema a Anserma, en donde este navegante de siete mares quiso descansar para siempre. Su patria chica le tributó el merecido homenaje de banderas a media asta y palabras enlutadas, en la Biblioteca Pública Municipal y en el templo de Santa Bárbara. Había advertido, en forma perentoria, en su poema Post-Scriptum: “Yo no quiero epitafios./ Sólo anhelo la

Hermann Lema obtuvo los siguientes reconocimientos públicos: Medalla de oro, Concurso Nacional de Poesía con “Canto a los elementos”, Bogotá, 1961, y la “Orden de los Caballeros de Santa Ana”, distinción por fundar en su ciudad natal en 1962, la primera Casa de la Cultura en Colombia.

inmortalidad/ de las horas/ en mi propia memoria.// La eternidad de un instante/ que se resiste al olvido.” Pero, como los muertos no se pertenecen a sí mismos, las cenizas de Herman Lema reposan en el cementerio local detrás de este cruel epitafio que reproduce un poema suyo publicado en 2002, nueve años antes de su

SONETO PROFANO Esta angustia, Señor, y esta fatiga y esta llaga interior que me lacera, las abriste, Señor, como se abriera la herida que en tu pecho se prodiga. Y me diste, Señor, por sombra amiga, otro leño más duro que el que hiciera la flor sobre tus hombros; Tu madera, reclinada a mi cruz, es una espiga. No comprendo, Señor, por qué tan fiero has clavado mis manos y mis sienes y la lanza fatal en el costado. Y en esta desazón en que me muero Tú también me abandonas y no tienes, piedad para este cristo derrotado”.

deceso: “Cuando no sea más/ que un Recibo de Caja/ para retirar mi sombra/ del crematorio,/ el olvido pasará/ como un huracán/ arrastrando mis cenizas/ a lo profundo del tiempo.” En verdad que lo más significativo de la obra de Herman Lema es un bello y prolongado ejercicio de preparación para la Muerte PS

POEMA DEL INSTANTE FINAL Es tiempo de partir: De huir hacia el futuro es tiempo; Despleguemos las velas del pasado y digamos adiós al viejo puerto. No debemos llorar. Nuestros destinos de atávica fortuna Muy lejos estarán en la alta noche Cuando navegue el barco de la luna. Como vine me voy. Siguiendo las estelas de un sueño sin sentido Me voy como los vientos, sin oídos, Me voy como los vientos Sin regreso. No quedará una huella de mi paso. Quizá un verso un verso que esculpió mi angustia Seguirá, como un eco, en otros labios Describiendo mi sombra taciturna. Herman Lema (firmado)

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