La República y la paz: la guerra

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salir luego a la luz», porque, concluye, «La reconstrucción sólo será verdadera si es una resurrección», por donde deja abierta la puerta a la esperanza. En otro texto, «La experiencia de la Historia (Después de entonces)», publicado en Senderos (1986), precisa más el sentido trascendente que le confiere a la República española: «una nueva vida, un nuevo mundo hubiera quedado fundado para siempre. Y la revolución verdadera andaría desde aquel entonces en la libertad inacabable. Una nueva vida habría al fin atravesado el dintel que le opone la historia habida hasta ahora: la historia sacrificial». Y añade: «Esta guerra así vivida merecía haber sido ganada plenamente y con ella el final de todas las guerras. Haber sellado el fin de toda guerra. Y que se hubiera transformado el sacrificio en constante ofrenda». Sin embargo, para comprender precisamente el valor trascendente que le confiere al fracaso, porque acaso, como escribiera Nietzsche, «lo importante es el flechazo, no el blanco», y para incorporar la tragedia antes de poder finalmente liberarse de ella, en un artículo poco conocido de María Zambrano, publicado en La Habana, en 1953, «Sentido de la derrota», expresa: «Pues en la experiencia de la derrota se descubre más vívida y fuerte que nunca la esperanza […]. Pues que todo lo vencido y derrotado está llamado a renacer si ha sabido mantenerse fiel a sí mismo, si ha sabido entregarse» y, a continuación, refiere esta interesante anécdota que enseguida transcribo: Por eso me arrepiento, a medias de algo que dije a uno de los más grandes escritores que Francia tiene hoy día. Le había conocido hacía dos horas alrededor de una mesa a la que nos sentábamos ese número de personas que hace una conversación perfecta –raro gozo en esta época de reuniones multitudinarias y de soledad–. Amaba a España con honda y un poco desesperada pasión, y llevado de esa pasión llegó a decirme. «Porque, señora, usted sabe, yo también soy español». Y le dije: «No, no es posible; para ser español hace falta estar vencido». Pareció vacilar un momento y en seguida repitió en voz alta la frase para hacer partícipes a los demás de lo que aceptaba como una especie de condena a la que no acababa de resignarse, pues ¿no estaría él, acaso, un poco vencido? Me arrepiento porque no sólo para ser español, sino para ser hombre, hace falta estar vencido o merecerlo; vencido, si se vence, con la sabiduría de los derrotados que han ganado su derrota.

No es mi interés aquí comentar la intensa y singular experiencia política de María Zambrano desde fines de la década del veinte hasta su salida al exilio en 1939, y que puede comprenderse a través de sus libros Horizonte del liberalismo (1930) y Los intelectuales en el drama de España (1937), sobre todo en sus últimas ediciones preparadas por Jesús Moreno Sanz, quien atinadamente califica de «razón armada» o cívica a lo característico de su pensamiento de entonces, sino tratar de vislumbrar el sentido que aquella trágica experiencia tuvo para la rearticulación y proyección de su pensamiento, pues ella hizo de la vivencia de la tragedia, del significado profundo de la derrota, los puntos de apertura para acceder a lo que dio en llamar su razón poética, pero también para desarrollar su muy profunda crítica cultural de Occidente, tal como se manifiesta en Isla de Puerto Rico: Nostalgia y esperanza de un mundo mejor (1940), en La agonía de Europa (1945), pero, sobre todo, en Persona y democracia (1958) y en diversos artículos posteriores, acaso los más señalados el nuevo prólogo de 1986 a Persona y democracia y su último texto de proyección política «Los peligros de la paz» (1990). En cierto modo, quien había escrito en 1928 «La ciudad ausente», luego de la fugaz pero imborrable experiencia de plenitud histórica del 14 de abril de 1931, continuó siendo fiel durante toda su vida a su fe en el advenimiento futuro de una nueva República o ciudad de la libertad,

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