La Reúplica y la cultura: el exilio

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EL EXILIO VI Jornadas 8 - 11 de abril de 2008


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Carlota O’Neill: sobrevivir para recordar RAQUEL ARIAS CAREAGA Universidad Autónoma de Madrid

A Carlota Leret O’Neill en agradecimiento por su generosidad, complicidad e incansable defensa de los valores republicanos.

Carlota O’Neill fue detenida el mismo mes de julio de 1936. En diciembre de 1937 consigue eludir una condena a muerte y un Consejo de Guerra le impone una pena de seis años. La noticia del fusilamiento de su marido, el comandante Virgilio Leret1, y el traslado de sus hijas a la Península, la sumen en un estado de desesperación que le hace desear la muerte ante una de sus compañeras de prisión: En la mirada de aquella mujer encontré un reproche que nunca he olvidado, sus palabras tampoco: — ¿Es que quieres morir para dar gusto a tus enemigos? ¿Es que vas a ser tan cobarde que vas a esperar la muerte sin resistir? Tienes que vivir. Vivir para tus hijas y para todas nosotras; para todos nosotros, porque tienes el deber de escribir algún día lo que has visto para que el mundo conozca nuestros sufrimientos; estos sufrimientos de gentes oscuras como nosotros que pasarán sin que nadie se haya enterado... ¡Y la muerte de los nuestros se perderá en el olvido! ¡Tienes que cumplir con tu deber!2.

Y así, afirma en sus memorias tituladas Una mujer en la guerra de España: «por eso escribo este libro»3. 1 Comandante de la base de hidroaviones en Melilla y fusilado la madrugada del 18 de julio de 1936 por defender la base que tenía a su cargo contra los sublevados. En un «informe secreto político militar de la zona rebelde de Melilla elevado al Partido Comunista por el camarada H. Gómez de Fabián», que se guarda en el Archivo Histórico del Ejército del Aire y que fue expuesto en la exposición dedicada a Virgilio Leret celebrada en Madrid en marzo de 2007, podemos leer: «El capitán Leret fue pasado por las armas al amanecer del día 18 de julio, semidesnudo y con un brazo roto». El texto dice también que tanto él como el suboficial Armado «murieron heroicamente por ser los primeros que cayeron bajo el plomo de los facciosos y al grito de «Viva la República». Ambos fueron enterrados en la fosa común». 2 C. O’Neill, Una mujer en la guerra de España, Madrid, Oberon, 2003, pp. 193-194. 3 Ibid., p. 219.

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La España que se encuentra a su salida de prisión es la de la recién estrenada victoria, que para los vencidos se resume en las palabras de un malagueño a cuya casa acude Carlota O’Neill buscando refugio: «Uno hubiera querido nacer lejos de esto que se llama España y nos es ajeno»4. El horror de las horas vividas en una cárcel inconcebible para el mundo civilizado deja paso a un presentimiento horas antes de dejar la prisión, que se cumple implacable: Dejo entre las rejas, mujeres. Más mujeres. Muchas mujeres con carga de condenas de años y años en las montañas de papel de sus expedientes, cayendo sobre sus espaldas. Abrumándoselas. Mi libertad, no será libertad. Dejaré esta cárcel oscura, apesadumbrada de piedras macizas, negras, rezumantes de humedad. Prisión de «las que no se estilan»; de las que en el mundo actual solo quedan para ser contempladas por turistas con ojos de asombro. ¿Pero, alguna vez hubo seres con humanidad aquí? Dejaré esta cárcel de museo y pasaré a otra cárcel. Cárcel con dimensiones, contornos, de todo un país. De todo un pueblo5.

Estas palabras pertenecen a Romanza de las rejas, textos poéticos escritos durante sus años de prisión y que «revelan el mundo interior de un preso y sus mecanismos de evasión»6. Las dificultades de esta mujer recién salida de la prisión se agravan por culpa de la animosidad que contra ella siente su suegro. Afecto a los falangistas, Carlos Leret se niega a culpabilizar a éstos de la muerte de su hijo, y acusa a su nuera de las ideas por cuya defensa ha muerto Virgilio Leret; sin embargo, la trayectoria profesional del capitán de Aviación no dejaba lugar a dudas en cuanto a su posición ideológica7. Fue encarcelado en dos ocasiones, por su apoyo a la sublevación de Jaca y por su actitud en 1934 al proclamar el nuevo Gobierno derechista el estado de guerra8. En relación con Carlota, en el expediente 4.017 que se incoa en 1940 podemos leer las causas de la inhabilitación para cualquier cargo público a que es condenada: […] de acuerdo con el artículo 4.° de la Ley de Responsabilidad Política, toda vez que tuvo un influjo predominante sobre su citado esposo el Capitán Leret, y en los escritos de los que fue autora contribuyendo dentro de su limitada esfera de influencia a fomentar la situación anárquica y desastrosa que hizo necesaria la iniciación del Glorioso Movimiento Nacional9.

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Ibid., p. 226. C. O’Neill, Romanza de las rejas, en Una mujer en la guerra de España, Madrid, Oberon, 2003, p. 351. 6 L. Salas Leret, «Regreso al arte testimonial de Carlota O’Neill», El Nacional, México, 20 de agosto de 2005 (Papel Literario, p. 4). 7 El enfrentamiento entre padre e hijo, sin embargo, venía de antes, cuando Virgilio se ve involucrado en la sublevación de Jaca. La depuración, ejecutada «con particular contundencia en la Aviación, en donde todos los cuadros de mando fueron destituidos», lleva a Virgilio Leret a la Prisión Militar, donde permanece tres meses (Hormigón, p. 39; véase la referencia completa en la nota siguiente). Carlota O’Neill cuenta así la reacción de su suegro al enterarse: «Papá Leret supo de la vergüenza de su hijo... ¿Revolucionario?, ¡no podía creerlo! Tomó el tren y se llegó a Madrid. Le permitieron verlo... ¿Cómo puede ser?, ¡lo veo y no lo creo!, ¿desde cuándo te mezclas con la chusma?..., ¡las injusticias del mundo son asuntos de Dios, no de los hombres!... ¿No te das cuenta de que me comprometes?..., ¡en cambio tus hermanos viven tranquilos!..., ¡qué bochorno para la familia!». C. O’Neill, Los muertos también hablan, en Una mujer en la guerra de España, Madrid, Oberon, 2003, pp. 281-282. 8 J. A. Hormigón, «Un velero blanco en la bahía», introducción a su edición de C. O’Neill, Circe y los cerdos, Madrid, Asociación de Directores de Escena de España, 1997, pp. 58-59. 9 Reproducido en [www.nodo50.org]. 5

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Carlota O’Neill, sumida en la más absoluta pobreza, acusada de roja, pierde la patria potestad de sus hijas, internas a la sazón en un colegio de huérfanas en Aranjuez. La historia de la familia Leret O’Neill es la de la burguesía instruida, progresista y comprometida con la recién nacida República. El castigo sufrido por ellos está en consonancia con su compromiso y con el afán de destruir a los que se considera traidores a los valores conservadores y católicos. Es también la historia de la superación de tantas mujeres para conseguir sobrevivir en medio de un mundo que había sido aniquilado, en el que ya no reconocían ningún punto de apoyo. En el caso de Carlota O’Neill esta fuerza femenina le viene directamente de su madre, Regina de Lamo Jiménez, «pianista y escritora anarquista»10. Casada con Enrique O’Neill, de ascendencia mexicana y aristócrata, Regina continúa con sus actividades sindicalistas y participando en mítines, dirigiendo toda su energía hacia un compromiso social que sin duda tenía su origen en la ideología de su padre, «masón, ateo y librepensador»11. Carlota inició su aproximación al mundo literario muy pronto, con novelas escritas en plena adolescencia y con colaboraciones en diferentes medios de prensa12. Esta actividad periodística cristalizó en la dirección de la revista Nosotras, fundada en 1931 y cuyo primer número aparecía el mes de noviembre de ese año. La revista se planteó como una publicación dirigida a mujeres desde unos intereses políticos, sociales y culturales absolutamente alejados de la imagen tradicional femenina que suele encontrarse en este tipo de publicaciones13. El editorial del primer número se adscribe al lema de Rosa Luxemburgo, «siempre a la izquierda», y explica: Nosotras no tiene otro anhelo que despertar la conciencia de la mujer española, un amplio sentido de la política, problemas sociales y económicos, que le son en la actualidad imprescindibles, para que una vez orientada, escoja el derrotero ideal, más afín con su temperamento, y convicciones, perfectamente administradas14.

El índice de la revista, reorganizado por José Antonio Hormigón en su exhaustivo estudio sobre Carlota O’Neill, da una idea exacta de la mujer nueva a la que se está apelando desde las páginas de Nosotras. A pesar de su extensión, lo reproducimos aquí: – Biografías: Berta de Suttner – Libros nuevos: La rebeldía sexual de la juventud, de Hildegart – La mujer y la nueva civilización, por D. Frances Mains – Del infierno minero, por Pasionaria 10

Ibid., p. 9. Ibid., p. 9; cfr. también la página 10. 12 V. Moga Romero, Las heridas de la historia. Testimonios de la guerra civil española en Melilla, Barcelona, Ediciones Bellaterra, 2004, pp. 40-41. Entre su intensa labor como periodista, quiero destacar especialmente que es ella la que realiza la última entrevista a Santiago Ramón y Cajal (véase Turia, 2000, pp. 51-52). 13 Es interesante recordar que muchos años después y ya en el exilio, Carlota retomó en cierta medida esta idea, como cuenta su nieta Laura Salas Leret: «Con la llegada de la televisión a Venezuela, deja su labor en ARS para irrumpir en la pantalla con un programa de producción independiente bajo su propia dirección y representación, junto a sus dos hijas. Se llamaba Entre Nosotras, una revista femenina donde se trataban temas diversos de interés para la mujer; un programa pionero en su género, representado en vivo, transmitido por la recién creada emisora Televisa, hoy en día Venevisión. Contaba con una gran audiencia; sin embargo, en mayo de 1956 fue suspendido por la censura del Ministerio de Comunicaciones, según oficio n.° 155, por exhibir al público ropa interior en un mostrador, en lo que se denominó «una forma contraria al pudor femenino» (L. Salas Leret, p. 4). 14 C. O’Neill, Nosotras, Madrid, 10 de noviembre de 1931. 11

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– Los talleres. Las modas. Maniquíes vivientes (Sin firma) – Campos. La mano muerta, por Regina Lamo – El tráfico clandestino de drogas nocivas (Sin firma) – ¡Mujeres españolas!, por la doctora Elisa Soriano – El Socorro Obrero Español (Sin firma) – El delito sanitario (Sin firma) – Noticias del extranjero: Mujeres en las elecciones británicas (Sin firma) – Blanca Luz Brum. Penitencia-Niño perdido – Teatros y Cines: El teatro proletario (Sin firma) – Economía, cooperativismo realizado, por Regina Lamo – Deportes-Aviación-Conferencias (Sin firma) – Por la paz. El espectro de la guerra (Sin firma) – Die Waffen Nieder! (¡Abajo la guerra!) (Narración: primera parte), por Berta de Suttner – Contraportada: La cárcel de Madrid vista por dos detenidas gubernativas (Sin firma)15. Está claro que no se trata de los temas habituales de una revista femenina y los intereses que demuestra su directora explican su evolución personal, que la lleva a ingresar, según algunos testimonios16, en el Partido Comunista en 193317. En cuanto a las actividades relacionadas con la literatura, es esencial su participación en el grupo de teatro Nosotros, dirigido por César Falcón, y con el que estrenó algunas de sus obras. El mismo año 1933, el grupo viaja a Moscú, donde participa en la Olimpiada Mundial de Teatro Proletario18. Se puede afirmar con palabras de Vicente Moga Romero que «Carlota O’Neill representaba los nuevos avances sociales conquistados por las mujeres durante el periodo republicano»19. La represión cayó sobre ella y su familia con toda la virulencia de la intransigencia y del castigo a la diferencia. En 1949 Carlota O’Neill consigue al fin salir de España con su dos hijas camino de Venezuela, una decisión que se apoya no sólo en la muerte de su madre, también en la España que se ha configurado tras la Segunda Guerra Mundial: Me saltó aquella pregunta: ¿Qué hacemos nosotros en España?..., ¿qué nos ha dado ni nos dará? Vencidas entre enemigos: familia de un fusilado. Apestadas, calladas, humilladas. La madre muerta quedaba atrás. Su recuerdo con nosotras; a donde fuéramos. Había que dejar el camino duro, confuso: sin esperanza. La guerra mundial había terminado. Ganaron unos; otros, sucumbieron. Para los españoles, negación. Francisco Franco daba el pico a los triunfadores, aquellos que amenazaron con declararlo criminal de guerra. El mundo llamado «libre», volteaba la espalda a la España democrática... «¡Pasen, señores turistas, pasen!..., ¡aquí todo es barato!..., ¡se vive en paz y gracia de Dios!..., ¡dejen sus divisas!... ¡Y no se preocupen; los hombres «libres» de la República 15

I. A. Hormigón, op. cit., p. 44. Ibid., p. 49. 17 V. Moga Romero (p. 42) duda de que se trate de una información auténtica y aduce pruebas basadas tanto en testimonios de la propia Carlota, como en la defensa de su abogado. Al igual que él, pensamos que si esto hubiera sido cierto, habría sido una información manejada durante los Consejos de Guerra a los que tuvo que enfrentarse. 18 I. A. Hormigón, op. cit., p. 54. 19 V. Moga Romero, op. cit., p. 43. 16

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están enterrados, otros en las cárceles condenados por 40 años; y los más en el destierro..., ¡pasen, señores turistas, pasen!...»20.

Carlota O’Neill consiguió la nacionalidad mexicana en 1953, país al que había llegado desde Venezuela el año anterior. Su incorporación a la vida cultural de los países de acogida tiene diversas facetas: escribe guiones para la radio y colabora en diversos periódicos, trabaja con Alejo Carpentier en la adaptación de obras de teatro21. En 1960 comienza su trabajo como productora de televisión para Televisa22. Será a partir de este año cuando empiece otra vez a publicar obra literaria. La literatura había sido un medio de subsistencia esencial durante los años pasados en España tras su excarcelación. Con el seudónimo de Laura de Noves había publicado unas treinta novelas rosa, de las que podemos mencionar algunos títulos como Esposa fugitiva (1943), Las amó a todas, ¿Quiere usted ser mi marido?, Y la luz se hizo. En 1930 había aparecido Historia de un beso bajo el citado seudónimo. Otros títulos son Vidas divergentes, Patricia Packerson pierde el tren, Rascacielos, Al servicio del corazón, No fue vencida, La señorita del antifaz, En mitad del corazón, y la serie Chiquita modista, Chiquita en sociedad, Chiquita se casa. La propia autora hace una crítica de estos libros: Las novelas eran malas. Tenían que ajustarse al patrón que entonces se estilaba. El mismo argumento con ligeras variantes, sacado de idénticos clichés. Una joven soltera que se enamora; unas veces la corresponden, otras no. Durante el correr de la máquina, sufre peripecias; una calumnia que cae sobre su reputación, y el hombre que la ama la repudia..., aunque todo se aclara al final y se casa, y la amiga envidiosa se fastidia23.

También publica biografías noveladas, género muy común en los años cuarenta y muy frecuentado por escritoras. En 1942 aparece El amor imposible de Gustavo Adolfo Bécquer y en 1944, Elisabeth Vigée-Lebrun, pintora de reinas. Firmada como Carlota Lionell publicó La triste romanza de Franz Schubert. Biografía. El primer libro que publica en el exilio será precisamente una biografía, dedicada a la poeta griega Safo y titulado ¿Qué sabe usted de Safo?, donde basándose en una completa documentación realiza una reconstrucción del personaje a través de sus obras y de las opiniones críticas recopiladas. Podemos señalar el principio, desde el que se sitúa fuera de la pacata tradición que tuvo miedo de aceptar a la poeta griega tal como era, y pone de ejemplo las palabras de Juan Valera, «académico, erudito, y etc., etc.», quien al traducir Dafnis y Cloe se permite afirmar en su prólogo: En el cuarto libro, nos hemos atrevido a hacer bastantes alteraciones: algo parecido a lo que llaman un arreglo. Sólo hemos variado algunos lances originados por cierta pasión repugnante para nuestras costumbres, substituyéndolos con otros fundados en más naturales sentimientos24.

20 C. O’Neill, Los muertos también hablan, cit., p. 297. Aunque el texto está reconstruyendo los sucesos de finales de la década de los cuarenta, se nota en este tipo de comentarios que su escritura data de años después, cuando efectivamente el turismo se convierte en la mejor prueba de reconocimiento internacional del Régimen franquista. 21 L. Salas Leret, op. cit., p. 4. 22 I. A. Hormigón, op. cit., pp. 274-275. 23 C. O’Neill, Los muertos también hablan, cit., p. 94. 24 C. O’Neill, ¿Qué sabe usted de Safo?, México, Libro Mex Editores, 1960, p. 11; las cursivas son de la autora.

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La imagen que Carlota O’Neill ofrece de Safo no acepta ningún tipo de censura e intenta acercarse a dicha figura con total libertad. Es el mismo punto de vista que aplica a otra figura clásica en su obra de teatro Circe y los cerdos, donde «hace una revisión de la figura de la maga desde la perspectiva de la mujer independiente y moderna»25. Pero, sin duda, el libro que marca la producción de Carlota O’Neill en el exilio son sus memorias publicadas con el título Una mexicana en la guerra de España, en México en el año 1964. El libro tuvo muchísimo éxito en su momento y fue traducido al polaco y al inglés, pasando inadvertido para los lectores españoles, lógicamente. En España no fue publicado hasta 1979, esta vez con el título Una mujer en la guerra de España, cambio muy pertinente, ya que el título original podía dar una idea equivocada de su contenido e incluso hacer pensar en una corresponsal extranjera. Con ocasión de esta edición, Carlota O’Neill volvió brevemente y por última vez a España. La versión que aparece en México es fruto de la reelaboración constante de la misma historia. La propia autora explica que lo ha escrito «más de dos veces»26 y que sus primeras versiones son contemporáneas de los hechos que relatan: Lo tuve escondido, allá en España, bajo tierra, envuelto en un hule; también estuvo dentro de un horno apagado, pero su destino era el fuego. A él fue a parar, empujado por las manos que temblaban de mis dos hijas y mías, cuando la Falange empujaba la puerta de nuestra casa […]. Lo escribí otra vez, segura de que no tendría que esconderlo, porque las tropas de los aliados acorralaban a los nazis […]. Antes de deshacerlo tomé notas para poder seguirlo más tarde. Y metía en el equipaje unas cuartillas que eran un jeroglífico solo entendido por mí... Notas para una novela policíaca y de aventuras […]. En Venezuela volví a escribirlo en 1951, el primer año de mi llegada. Lo hice cansada, y cansado y cansino quedó el libro: cuando fui a corregirlo encontré mal dicho todo. Y me dispuse a hacerlo otra vez27.

El libro responde a la necesidad de recuperar la memoria de unos hechos vividos y negados por la historia oficial y está por tanto en la línea de tantos otros libros de memorias que es necesario recuperar para reconstruir una parte del siglo XX español tan desconocida todavía. Libro hermano de los que escribieran Victoria Kent, Cuatro años en París (1940-1944), o Federica Montseny, El éxodo. Pasión y muerte de los españoles en el exilio; Silvia Mistral, Éxodo. Diario de una refugiada española, o Isabel del Castillo, El incendio. Ideas y recuerdos. Y desde luego, el libro de María Teresa León, Memoria de la melancolía. El libro de Carlota O’Neill es esencial dentro de este grupo porque es un testimonio único de la represión vivida desde el primer día de la guerra, del funcionamiento carcelario y judicial, aportando además información concreta sobre el caso de Melilla, ciudad que aún conserva símbolos franquistas, como una estatua de Franco cuya instalación se aprobó nada menos que en 197528. Escrito en la distancia del exilio, no pierde un ápice de emoción y de capacidad para conseguir que el lector comparta y se sienta involucrado en las terribles experiencias que narra. El éxito que tuvo provocó una segunda parte titulada Los muertos también hablan en la que la autora relata su salida de España, poniendo así un punto final a la experiencia de la guerra, un fi-

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C. Ferrero Hernández, «Circe y los cerdos de Carlota O’Neill», Faventia 26 (2004), p. 123. C. O’Neill, Una mujer en la guerra de España, cit., p. 15. 27 Ibid., p. 15. 28 Un libro esencial que ha venido a paliar el desconocimiento sobre los hechos que tuvieron lugar en Melilla desde el 17 de julio de 1936 es el estudio de Vicente Moga Romero citado antes. El libro incluye incluso una lista de los fusilados en la ciudad. 26

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nal que no podía ser otro que el del exilio. Será en este libro en el que Carlota O’Neill revindique además la investigación llevada a cabo por su esposo, «pionero del motor a reacción», como aparece mencionado en la exposición dedicada a él en Madrid entre los días 27 de marzo y 4 de mayo de 2008. La muerte del capitán Leret es todo un símbolo de las terribles consecuencias que para España tuvo la Guerra Civil no sólo por las pérdidas humanas, también por el atraso en que sumió al país la victoria franquista. Los planos para desarrollar el «Mototurbocompresor», aprobados por el presidente Azaña para ser puestos en práctica el mismo año 1936, son un ejemplo de todo lo que murió con la República. Carlota O’Neill relata cómo consiguió hacer llegar una copia de dichos planos a la Embajada inglesa en Madrid para evitar que cayeran en manos del Régimen franquista, y en Los muertos también hablan hace el siguiente llamamiento: Hoy, desde México, en el año de 1971, me dirijo a la Corona, al gobierno y la opinión británica, pidiendo una respuesta a la entrega de los planos y la Memoria del motor de turbina, inventado por el capitán Virgilio Leret, que yo entregué generosamente al país derrotado en aquellos días: Inglaterra. El mundo le debe a su inventor reconocimiento y respeto29.

La obra de Carlota O’Neill es, sin duda, «una imprescindible contribución a la resistencia cultural mantenida desde el exilio»30. Así lo demuestran sus obras de teatro: Circe y los cerdos, y la versión teatral de sus memorias titulada Cómo fue España encadenada; pero además, supone una de las aportaciones novelescas más interesantes producidas en los años sesenta por una exiliada. Me refiero a su novela titulada Amor. Diario de una desintoxicación, publicada en 1963. No hay ningún texto comparable entre los escritos dentro de la España franquista, y mucho menos por una mujer. La libertad compositiva, expresiva y de los temas tratados contrasta poderosamente con cualquier novela de esos años y está, desde luego, a la altura de la renovación estilística que se estaba llevando a cabo en español desde Hispanoamérica. En primer lugar destaca la imposibilidad de encuadrarla en un género concreto, de ahí que aparezca denominada como «novela abstracta». En las solapas de la primera edición, Carlota O’Neill comenta su texto asegurando que se trata de un ensayo, «con toda la vibración; la angustia de un ensayo». Los compañeros junto a los que se sitúa la autora para explicar las características de esta obra están en una tradición literaria que apela claramente a la modernidad: Natalie Sarraute, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet o Margarite Duras, pero poniendo por delante de todos ellos a Jean Paul Sartre. Quizá podemos afirmar que Amor. Diario de una desintoxicación es una de las pocas novelas que podemos situar en el nouveau roman, novelas que tiran por la ventana aquella arquitectura literaria realista, psicoanalista, y demás «istas», tratando de reflejar la abstracción humana en el color, en las formas planas, sólidas, como formas del pensamiento (solapas de la primera edición).

Estas opiniones de Carlota O’Neill sirven para avisar al lector del tipo de libro que se va a encontrar cuando empiece a sumergirse en esta apasionada lectura del sentimiento amoroso. La novela cuenta además con la guía de un curioso texto de Jean Cocteau titulado Opio. Diario de una desintoxicación31, publicado en los años treinta a raíz de la experiencia del autor francés en

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C. O’Neill, Los muertos también hablan, cit., p. 259. V. Moga Romero, op. cit., p. 162. 31 Hemos manejado la edición de Valencia, MCA, 2002. 30

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una clínica a la que ha decidido acudir para curarse definitivamente de su adicción. Se trata de una serie de reflexiones que abarcan el hospital, los efectos físicos y mentales del opio, su propia obra, la literatura, y todo ello acompañado de una serie de dibujos realizada por Cocteau durante su cura. Carlota O’Neill utiliza este libro para vertebrar su propia historia, insertando fragmentos que sirven como andamiaje para esa otra adicción que es el amor. Como se plantea en el texto, «al igual que ocurre con cualquier otra droga, la única curación posible es conseguir que el sujeto prescinda de la sustancia en cuestión»32. La experiencia que narra está presentada en primera persona, con un discurso que son más bien retazos de pensamiento, de sentimientos, de un sujeto enfrentado a la racionalidad de la sociedad que la considera una enferma por su incapacidad para superar el abandono de su amante. La clínica de desintoxicación es aquí un hospital psiquiátrico en el que no hay espejos, en el que la relación médico-paciente es descrita como la del ratón y el gato. He aquí un ejemplo: Quiere –el gato– […] «que ponga de mi parte» […], que «lo» olvide. Y se queda tranquilo –como si no hubiera dicho nada. «Poner de mi parte» –no sé–. Ya no se estila hablar de «voluntad» –no sirve. «Distráigase» –lugar común. Bueno, me distraeré con este Diario –otro lugar común–. No se estila, lo hacían las mujeres pasadas –se aburrían sin radio, teve, máquina de lavar33.

O esta explicación de en qué consiste el quehacer del psicoanalista: Sola no puedo. No puedo quitármelo. Una ayuda –la busco–. Psicoanalista; –panacea. El psicoanalista me busca no sé qué. Me hace hablar –de lo que quiera–. Está dura la cama... bla... bla... bla... El médico escribe, escucha. Termina la consulta –ni un minuto más–. Me levanto; no me levantaría34.

La desolación de la protagonista y narradora de esta novela es tal, ante el abandono de su amante, que la única solución que se le ocurre es que en el futuro el amor sea diferente: «Las futuras generaciones no amarán. Amor –fisiología sin contaminaciones sensoriales–. A escritores, poetas, dramaturgos se les acaba el pasto» (p. 44). Y añade más adelante: «Deberían enseñar a las mujeres, desde chiquitas, a “saber” estar solas» (p. 71). Sin embargo, las mujeres con las que se encuentra a lo largo del texto no todas han conocido eso que se llama amor: Aquella mujer había parido siete veces –vientre, saco vacío–, y no sabía de amor. Me preguntó. «¿Los hijos se hacen con amor?» (p. 93).

Con este estilo fragmentado se va dando cuenta de una historia marcada por una sensualidad explícita e inevitable. El deseo es un impulso tan natural que no se puede luchar contra él. Ni las clínicas psiquiátricas, ni otros hombres, ni siquiera un matrimonio pueden hacer olvidar a aquel

32 R. Arias Careaga, Escritoras españolas (1939-1975): poesía, novela y teatro, Madrid, Editorial Laberinto, 2005, p. 168. 33 C. O’Neill, Amor (diario de una desintoxicación). Novela abstracta, México, Editorial Cuauhtémoc, 1963, p. 17. 34 Ibid., pp. 28-29.

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que provocó ese sentimiento35. El final, como no puede ser de otro modo, nos lleva a la muerte de la protagonista al arrojarse en un moderno «río» de coches en medio de la ciudad. Todos estos textos tienen sin duda un valor literario por su originalidad, pero además un valor histórico. Son la prueba de aquella cultura que perdió España y que se mantuvo viva en el exilio, una cultura que debemos reivindicar como propia e incorporarla sin tardanza a nuestra tradición. La historia de los exiliados y en concreto de estas mujeres representa muy bien las palabras de Antonina Rodrigo: «A las mujeres silenciadas, les suceden las exiliadas, para después dejar paso a las olvidadas»36. Consigamos poco a poco remediar lo único que está en nuestra mano actualmente: acabar con el olvido que ha cubierto durante tantos años las vidas de los españoles en el exilio.

35 El origen de esta historia y de los fuertes sentimientos de la protagonista tiene su origen en una mujer real que Carlota O’Neill conoció mientras estuvo encarcelada en Melilla (R. Arias Careaga, op. cit., p. 168). 36 A. Rodrigo, Mujer y exilio, Madrid, Compañía Literaria, 1999, p. 19.

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Max Aub. El exilio y el abandono de la realidad DAVID BECERRA MAYOR Universidad Autónoma de Madrid

I. No cabe duda de que la obra de Max Aub puede dividirse, desde un punto de vista temático e independientemente de su género literario, en dos grandes bloques: las obras de imaginación y las obras comprometidas con su realidad histórica. Esta clasificación, sin embargo, no debe fundamentarse desde un punto de vista en estricto cronológico. Como ha apuntado Soldevila, […] ha sido grande la tentación de afirmar que la obra de Aub puede claramente separarse en dos mitades que corresponden respectivamente, a lo escrito o publicado antes de octubre de 1932, fecha en que empieza a aparecer por entregas, en la revista Azor de Barcelona, su novela Luis Álvarez Petreña y lo aparecido desde entonces. Esta tentación pudo fundarse en plausibles motivos hasta 1951. Pero desde entonces empiezan a aparecer ciertos textos narrativos de Aub que, por su orientación temática y su actitud ante la función de la literatura, hay que considerarse como una recuperación de los derechos de la imaginación frente a las autoimpuestas obligaciones de la conciencia moral del escritor1.

Efectivamente, antes de 1932, la producción literaria de Aub es característica del movimiento de vanguardias en que está inscrita históricamente. Asimismo, los relatos publicados en esa primera etapa –«Caja» (1926), «Geografía» (1927)2, «Prehistoria» (1928) y «Fábula Verde» (1930)– reproducen el gusto lúdico por las palabras de la escuela vanguardista, la poetización de lo cotidiano, el infantilismo que disfraza en fábula lo real, la imposibilidad del lenguaje de dar forma a la expresión, etc. Pertenece a la misma tendencia literaria su prosa poética Yo vivo, escrito entre 1934 y 1936, donde se encuentra la dirección estética que iba a marcar la literatura de Max Aub. Su literatura estaba encaminada hacia la pureza que había expuesto Juan

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I. Soldevila, El compromiso de la imaginación. Vida y obra de Max Aub, Segorbe, Fundación Max Aub, 1999, p. 95. La edición completa no se publica hasta 1964.

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Ramón Jiménez en sus poemas de Diario de un poeta recién casado y hacia la deshumanización que Ortega había descrito en 1925. Sin embargo, su proyecto literario queda truncado con la irrupción de la Guerra Civil Española. A partir de este momento el escritor declara que «no tengo derecho todavía a callar lo que vi para escribir lo que imagino»3. Durante este tiempo, que se prolonga en los campos de concentración del primer exilio y con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, no puede sino escribir la realidad que contempla, retratándola con la urgencia de la denuncia. Un punto de inflexión en su literatura será la publicación de «El cojo» en enero de 1937, relato que muestra un inicio de guerra traumático con la pérdida de Málaga. Su literatura cobra el deber ético de comprometerse con la realidad. A «El cojo» le sigue «Lérida. Granollers» (1938), «Enero sin nombre» (1939) y «Manuscrito cuervo» (1940), entre otros. Y es en esos años cuando empieza la composición de sus Campos, que –citando de nuevo a Soldevila– son: […] un monumental testimonio de nuestra última guerra civil, de sus prolegómenos y secuelas, vehiculado a través de una maravillosa invención en la que la realidad adquiere caracteres de épica colectiva, y en la que conviven personajes reales –con nombres verificables–, y personajes transfigurados, más que ficticios, que en cierto modo representan a esa colectividad que luchó por defender un proyecto en marcha de sociedad frente a la violenta reacción de quienes recurrieron a la fuerza para abortar esa nueva España que les era ajena4.

En 1939 escribe, igualmente, Campo cerrado; y entre 1939 y 1942, ocupa su tiempo redactando Campo de sangre. Esta tarea perdura hasta 1950, fecha en la que concluye Campo abierto. Desde el fin de la guerra hasta el comienzo de los cincuenta, Max Aub se ha dedicado, de forma cuasi ininterrumpida5, a escribir sobre la guerra y sus consecuencias (exilio, campos de concentración, etc.). Escribe «Cota» (1940), «Santander y Gijón» (1941), «Manuel el de la Font» (1942) o «Un asturiano» (1944), entre otros, así como «Librada» (1947), relato sobre la traición, basado en hechos reales. El escritor cumple con la tarea cívica de retratar la realidad denunciable, la usurpación de España por parte de los fascistas, una guerra que ha sido producto de un golpe militar contra el Gobierno legítimo de la República. El escritor es un combatiente más, aunque su arma, su instrumento de combate, no sean las balas sino las palabras. Así lo dice el propio Aub en su artículo «Las cosas claras. Los escritores y la guerra», que la mañana del 2 de abril de 1938, aparecía publicado en La Vanguardia: […] hasta hace unos años, el escritor, y no los vocingleros farsantes de unas ajadas glorias con presunciones de medio escuderos, el escritor ha sido pacifista, enemigo de los armamentos, ya que no de las armas, adalid de la paz y de una posible felicidad humana; y es de suponer que lo sigue siendo, pero las realizaciones de los fascistas le llevan a aceptar la lucha en un terreno que él no ha escogido6. 3 Nota que adjunta Aub al entregar a imprenta el manuscrito de El rapto de Europa. Véase I. Soldevila y F. B. García Sánchez, Introducción a Escribir lo que imagino. Cuentos fantásticos y maravillosos, Barcelona, Alba, 1994, p. 13. 4 I. Soldevila, El compromiso de la imaginación, cit., p. 105. 5 Únicamente escribe en estos tiempos dos relatos al margen de la realidad-Guerra Civil: «Lancha» (1944) y «La gabardina» (1947). Ciertamente –y algún crítico defiende esta interpretación–, el relato «Lancha», aunque imaginario / fantástico, encuentra (o puede encontrar) su referente real en el Guernica. 6 M. Aub, «Las cosas claras. Los escritores y la guerra», La Vanguardia, 2 de abril de 1938, p. 3. La cursiva es mía. En el anexo de este trabajo, adjuntamos copia de la página 3 de dicha edición, donde figura el artículo de Max Aub aquí citado.

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El escritor tiene que aceptar la lucha como deber ético. El escritor debe enfrentarse a los fascistas con la única arma de la que dispone: la literatura. Literatura, sí, pero en un terreno que el escritor no ha escogido: el realismo. Las obras de imaginación son ineficaces en tiempos en que la realidad denunciable se impone: La realidad, como tal, viene a ser mucho más importante que su interpretación. Esto prejuzga en las letras un largo período de realismo, que se ha dado en adjetivar de socialista por diferenciarlo de una copia servil de lo existente sin hálito ni buen deseo de ninguna especie: porque los hechos se nos impondrán y, no podremos usar las palabras más que como modo de expresión sumario e inmediato7.

Se debe escribir la realidad con el «buen deseo» de transformarla. Y hay que apresurarse a escribir, ahora que los hechos no se han impuesto todavía; ahora que –por el momento– pueden usarse las palabras. Luego, como sabemos, no se podrá. Max Aub es consciente de que el método más efectivo para combatir el fascismo, para incidir en la realidad desde la literatura, es desde unos postulados estéticos realistas. Y llega a esta conclusión a partir del materialismo histórico: Esta conjunción de escritores se debe en gran parte a que nuestra lucha no es una lucha idealista, sino el resultado de una lucha de clases8.

La materia –es decir, la historia– se impone. Si la Guerra Civil es el resultado de la lucha de clases, es decir, es el resultado de un proceso histórico, la lucha –la salida– tendrá que ser igualmente histórica. Es por eso que el realismo (i. e. el materialismo histórico) es la estética que persigue el escritor para enfrentarse a la situación conflictiva de la Guerra Civil. Toda la producción literaria de Aub, en tiempos de guerra, es de corte claramente realista. Pero su compromiso con la realidad no concluye con el fin de la guerra. No abandona el realismo durante los primeros años de exilio. Así lo dice el profesor Caudet: […] mientras vacilaba qué determinación tomar, si quedarse en Europa o emigrar a América, escribe Campo cerrado [1938] y vive la vida de un refugiado. En sus Diarios recordaba que esos meses primeros de exilio había optado por: «Escribir y esperar»9.

El escritor se contempla a sí mismo con la responsabilidad de escribir / hacer la historia. Por ello igualmente escribe Discurso de la novela española contemporánea (1945) y Manual de la historia de la literatura española (1948), cuyo valor reside, en palabras de la profesora Carmen Valcár7

Ibid., p. 3. Ibid., p. 3. Efectivamente era una lucha de clases. La Guerra Civil Española es un producto de la contradicción (o coexistencia) entre una supraestructura social, pequeño burguesa y reaccionaria, y un desarrollo material de base propiamente capitalista, burgués, que está empezando a consolidar sus mecanismos de producción. Después –como ya sabemos– surgirá, dentro de la propia guerra, una revolución: una nueva lucha de clases entre el proletariado enfrentado tanto a la burguesía como al fascismo. Véase D. Becerra Mayor, «Fascismo y vanguardia. Introducción a la producción ideológica de la pequeña burguesía», XV/a (2007), Universidad de Ljubljana, pp. 211-226. 9 F. Caudet, «Las inmóviles magnolias de la glorieta: Valencia en el imaginario de Max Aub», en M.a F. Mancebo, M. Baldó y C. Alonso (eds.), L’exili cultural de 1939. Seixanta anys després. Actas del I Congreso Internacional, vol. 2, Universitat de València, 2001, p. 193. 8

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cel, en «hacer patente la necesidad de reescribir la historia, de recomponer el espejo roto, los trozos desperdigados tras la Guerra Civil»10. La realidad no se abandona porque se considera una situación provisional. El inicio de la Segunda Guerra Mundial se contempla como una nueva batalla contra el fascismo. Se espera que con la victoria de las potencias aliadas, el Régimen de Franco sea igualmente derrocado. Por eso no se abandona la realidad. Y no sólo en narrativa, sino también en teatro. En una entrevista de Doménech y Monleón, Max Aub afirmaba: La vida conyugal, San Juan, Morir por cerrar los ojos, son hijos de la guerra, son hijos de los campos de concentración, son hijos de la represión […]. Esta primera etapa de mi teatro, que es tal vez la más numerosa, del 42, acaba hacia el 48 con el comienzo de la guerra fría11.

Después Aub –y ya asentado en México– publica su revista unipersonal Sala de espera (19481951), proyecto con el que pretende seguir luchando contra el franquismo desde la distancia impuesta. Tal vez sea en Sala de espera donde se encuentra el último realismo de Aub antes de que se produzca lo que aquí hemos denominado «el abandono de la realidad». En la segunda serie de No son cuentos, en Sala de espera, se publican relatos de guerra como «Espera» (Sabadell, 1938) o «Una canción», relatos sobre los campos de concentración, «Una historia cualquiera», «Historia de Vidal» y «Los creyentes» e, igualmente, relatos sobre el exilio como la ya citada «Librada». La espera, en tanto que conservación de la esperanza, es la única arma que le queda para combatir. Espera no significa rendimiento. De este modo lo hace saber, mediante correspondencia, a Juan Rejando y Wenceslao Roces, el 4 de julio de 1948: Dice el diccionario: –Espera, acción y efecto de esperar. Esperar, tener esperanza de conseguir lo que se espera. Creer que ha de suceder alguna cosa. Permanecer en un lugar […] hasta que ocurra algo que se cree próximo. Ser inminente o estar próxima alguna cosa. Contra estas cuatro acepciones una sola puede interpretarse peyorativamente: –Detenerse en el obrar hasta que suceda algo. ¿Es detenerse publicar estas hojas?12.

Pero en 1951 Aub renuncia al proyecto de Sala de espera y, por consiguiente, se produce el efecto de «abandono de la realidad». El exiliado ha abandonado la realidad física de España por condiciones impuestas, pero a partir de ahora también se producirá este abandono en el terreno literario y sin interrupción hasta 1960, cuando emprende de nuevo el proyecto de los Campos con Calle de Valverde y con la publicación del relato «La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco». A partir de 1951, como decía Soldevila en la cita que más arriba hemos sacado a colación, se produce «una recuperación de los derechos de la imaginación frente a las autoimpuestas obligaciones de la conciencia moral del escritor»13. Y esto queda constatado con la publicación de los cuentos mágicos y fantásticos que recogen Ignacio Soldevila y Franklin B. García Sánchez en una edición cuyo título es, precisamente, Escribir

10 C. Valcárcel, «La historia de la literatura española desde el exilio: Juan Chabás y Max Aub», en M. Aznar Soler (ed.), El exilio literario español de 1939. Actas del Primer Congreso Internacional, Barcelona, Gexel, 1995, p. 463. 11 Véase M. Aznar Soler, Los laberintos del exilio. Diecisiete estudios sobre la obra literaria de Max Aub, Sevilla, Renacimiento, 2003, p. 218. 12 Ibid., p. 85. 13 I. Soldevila, El compromiso de la imaginación, cit., p. 95.

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lo que imagino (1995). Con la excepción de los cuentos arriba citados –«Lancha» (1944) y «La gabardina» (1947)–, los primeros relatos donde el autor se desprende del compromiso ético del realismo y vuelve sus ojos a una escritura al margen de todo componente real, son «Trampa» (1948), recogido en Sala de espera, y «La gran serpiente», escrito igualmente en 1948 y publicado en Algunas prosas, en 1954. Pero la nómina de relatos fantásticos14 no cesa aquí, sino que se consolida como proyecto literario a partir de «La verdadera historia de los peces blancos de Pátzcuaro» (1951) y perdura hasta –no debe de ser casual las similitudes entre los títulos– la publicación del relato «La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco» (1960). Pues bien, en la década de los cincuenta, escribe relatos como «El fin», «La verruga», «La ingratitud», «La falla» o «La rama», que irán publicándose en las recopilaciones Algunas prosas (1954), Ciertos cuentos (1955) o Cuentos mexicanos (1959), así como en la ya citada Sala de espera. Del mismo modo, publica los Crímenes ejemplares (1957) y su nueva inmersión en la crítica literaria ya no mira hacia España sino hacia el Romanticismo alemán, con Heine (1957). Las referencias a la realidad desaparecen en su literatura y, concretamente, desaparecen las referencias a España. En sus Diarios, las referencias a España disminuyen a medida que avanzan los años y, aunque sus alusiones constatan que está al tanto de la política internacional, España aparece en medio del nuevo conflicto bélico mundial de la Guerra Fría15. Entre 1951 y 1960 en Aub solamente existen dos referencias literarias a España: en 1954 con la publicación de Las buenas intenciones y en 1958, con Jusep Torres Campalans. La primera tiene como trasfondo la historia de España y es cierto que concluye con la muerte del protagonista, Agustín Alfaro, en el puerto de Alicante, durante los últimos días de marzo de 1939 como si fuera –en palabras de Aznar Soler– «un personaje más de Campo de los almendros»16. No obstante, esta novela dista de forma considerable con el proyecto de los Campos, pues constituye más un ejercicio literario, emulando la forma galdosiana de escribir, que un compromiso con la realidad retratada, ya que como afirma de nuevo Aznar Soler con «Las buenas intenciones, el escritor se permite ya la libertad de “escribir lo que imagina”»17. Lo mismo sucede con la falsa biografía del pintor vanguardista Jusep Torres Campalans. Francisco Caudet afirma que esta obra debe incluirse también entre las obras que forman parte de El laberinto mágico. Porque presenta, en clave estética, los antecedentes históricos de la crisis sociopolítica que, de 1914 a 1939, trajo los horrores de la Primera Guerra Mundial (1914-1917), de la Guerra Civil española (1936-1939) y de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)18.

Sin embargo, debemos considerar que existe una gran diferencia entre el proyecto de los Campos y el Jusep Torres Campalans, una obra que como afirma Soldevila en la introducción a su

14 No vamos a distraernos aquí con digresiones acerca de lo fantástico, lo mágico y lo maravilloso, trazando diferencias y similitudes insustanciosas para el contenido de este trabajo. 15 Valga un ejemplo: el 17 de julio de 1951 Aub hace una referencia sobre la situación de España –una referencia que, por otro lado, tiene que ver con la concesión que Franco hace a USA para la instalación de bases en territorio español; la anterior referencia a España no se remonta hasta el 18 de enero de 1950, es decir, había transcurrido un año y medio desde entonces. La referencia del 18 de enero, igualmente, tiene que ver con la posición internacional de España en medio de la Guerra Fría. M. Aub, Diarios (1939-1972), edición, introducción y notas de M. Aznar Soler, Barcelona, Alba, 1998, pp. 163 y 193. 16 Ibid., p. 317. 17 Ibid., p. 317. 18 F. Caudet, «El laberinto del exilio / El laberinto de la escritura», en J. M. Balcells y J. A. Pérez Bowie (eds.), El exilio cultural de la Guerra Civil (1936-1939), Salamanca, Universidad, 2001, p. 287.

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edición de Escribir lo que imagino, es «la más original de las contribuciones de Aub a la narrativa de fantasía»19, lo que nos impide incluirla en el mismo proyecto literario. La única referencia real sobre los españoles que introduce Aub en su literatura aparece en los relatos «Homenaje a Lázaro Valdés» (1954) y «De cómo Julián Calvo se arruinó por segunda vez» (1959). En el primero, Aub muestra el contraste entre el español obstinado en un enraizamiento del recuerdo, como Lázaro Valdés, y el desconocimiento de la realidad española en el que viven los hijos de los exiliados, que hablan de España, si hablan, desde un punto de vista que a los mayores les parece absolutamente irreal20.

El relato protagonizado por Julián Calvo, por el contrario, relata una actitud más que una historia: la del español inadaptado a su nuevo país, siempre comiendo cocina española, bebiendo a la española, y queriendo llevar su industria sin tener en cuenta el carácter de sus obreros mexicanos, gente llena de supersticiones, frente a la que el rigor lógico del marxista se deshace inevitablemente al querer pasar por encima de su incomprensión21.

Es necesario reseñar también la publicación de Cuentos ciertos (1955). Esta recopilación de relatos, cuyo contenido es una prueba de anclaje claro a la realidad española, no incluye ningún texto escrito con posterioridad a los años en que se produce el «abandono de la realidad». Incluye textos que ya habían sido publicados en Sala de espera, como «Una canción» y «Un traidor», así como otros menos recientes como «Enero sin nombre» (1939) o «Manuscrito Cuervo» (1940). Cabe pensar que su nueva publicación se debe más a un juego en contraposición al título Ciertos cuentos que a recuperar el compromiso realista de producción literaria anterior. En la década de los cincuenta, por lo tanto, la obra de Aub supone un abandono de la realidad. ¿Por qué? ¿Qué sucede? La finalidad de este trabajo es investigar las causas, los condicionantes históricos, sociales, ideológicos y existenciales que determinan esta situación.

II. Para comenzar a dilucidar el porqué de la ausencia de la realidad en la literatura de Max Aub en el exilio a partir de 1950, tendremos que responder primero cuáles son las condiciones sociales en las que Max Aub llega a México, cómo se integra en la vida mexicana y, por último, si estos condicionantes pueden determinar o determinan –en última instancia– su literatura. Durante la Guerra Civil Española, México se posicionó sin recelo –a diferencia de las potencias democráticas europeas– del lado de la República. El presidente Lázaro Cárdenas señaló en sus Apuntes que «México proporciona elementos de guerra a un Gobierno institucional, con el que mantiene relaciones» y concitaba «la simpatía del Gobierno y sectores revolucionarios de México»22. El Ejecutivo mexicano, de este modo, el 1 de septiembre de 1936 puso a disposición del Gobierno republicano 20.000 fusiles de 7 mm y veinte millones de balas de fabricación 19

I. Soldevila y F. B. García Sánchez, op. cit., p. 15. I. Soldevila, La obra narrativa de Max Aub (1929-1969), Madrid, Gredos, 1973, p. 124. 21 Ibid., p. 124. 22 Véase Á. Viñas, Soledad de la República,, Barcelona, Crítica, 2006, p. 84. 20

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nacional. Luis Enrique Erro, presidente del Congreso mexicano, justificaba su apoyo a la República con las siguientes palabras: […] vender pertrechos de guerra y prestar ayuda moral –e incluso material– a un gobierno amigo, legítimamente constituido, está perfectamente ajustado a las normas de ética que presiden la vida de relación internacional. Obrar de otro modo equivaldría a conceder implícita beligerancia a una insurrección militar23.

Pero el apoyo del Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas hacia la República no concluye con el fin de la guerra, sino que su compromiso prosigue al finalizar el conflicto con la recepción de refugiados: A pesar de que había en México, en los años 30, una relativa alta tasa de desempleo, como el crecimiento de la población entonces era bajo, el Gobierno consideraba conveniente potenciar la emigración. Así las cosas, las autoridades mexicanas valoraron de manera positiva abrir el país a los republicanos españoles por la afinidad […] ética, cultural e ideológica y, sobre todo, porque la situación de éstos en Francia ya no podía ser, a mediados de 1939, más desesperada24.

La actitud de acogida, sin embargo, no es exclusiva del Gobierno de Lázaro Cárdenas, sino también de los intelectuales mexicanos que habían creado La Casa de España con el fin de que los exiliados españoles pudieran seguir desarrollando sus labores de investigación. Así lo dice José Luis Abellán: En dicha institución los intelectuales españoles ocupaban puestos relevantes en las diversas esferas de la cultura, pudieron continuar su labor de trabajo e investigación. A [Alfonso] Reyes se le encargó una doble función: 1) seleccionar como miembros residentes a los intelectuales y artistas más distinguidos por sus realizaciones; y 2) ayudar a los refugiados que no encontrasen acogida en La Casa a establecer relación con otros centros académicos y organismos que les facilitasen conferencias, seminarios y otras posibilidades de trabajo de investigación25.

En este contexto –y no en otro– el discípulo de Ortega, José Gaos, puede escribir en «Confesiones de un transterrado», en Cooperación de antiguos alumnos de la «Institución Libre de Enseñanza», en 1963, lo que sigue: Desde el primer momento, tuve la impresión de no haber dejado la tierra perdida por una tierra extranjera, sino más bien haberme trasladado de una tierra a otra26.

23

Ibid., p. 84. F. Caudet, El exilio republicano de 1939, Madrid, Cátedra, 2005, p. 104. Aunque no es nuestra tarea hablar aquí del trato que recibieron los exiliados en los campos de concentración franceses –muchas veces auspiciados por la fuerte propaganda franquista contra los exiliados–, es de justicia referirnos, aunque sea de pasada y en un pie de página, a las condiciones que tuvieron que padecer los refugiados. Para más datos, véase el capítulo «El laberinto de la diáspora» de Francisco Caudet en el mismo libro. 25 J. L. Abellán, «El exilio del 1939: la actitud existencial del transterrado», en J. M. Balcells y J. A. Pérez Bowie (eds.), op. cit., p. 21. 26 Véase A. Sánchez Vázquez, «El exilio del 39. Del destierro al transtierro», en M.ª F. Mancebo, M. Baldó y C. Alonso (eds.), op. cit., p. 40. 24

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José Gaos introduce la noción de transtierro –en oposición al sentimiento de destierro– para referirse a la sensación del exiliado al encontrar realizado en México el sueño liberal –el ideal burgués– que en España había sido interrumpido por el fascismo27. Adolfo Sánchez Vázquez explica el término de transtierro de la siguiente manera: […] se trata de un modo de sentirlo que él explica por las condiciones que se dan en los países latinoamericanos y, particularmente, en México. Estas condiciones consistían en compartir estos países con España no sólo una misma lengua, sino también una historia contemporánea común, aunque en diferentes planos: real, en la América hispana; ideal, en España. En virtud de ella, los exiliados encuentran en Latinoamérica, en su historia real, el cumplimiento del sueño ilustrado: liberal, democrático, independentista, que no se ha podido cumplir en España28.

Se trata, pues, de valorar lo hallado más que lamentar lo perdido. José Luis Abellán habla de la posibilidad de transtierro –esto es, de adaptación a la nueva sociedad– en términos de afinidad: La adaptación a una sociedad distinta de la nativa dependerá de la afinidad que tengamos con ella, y éste es el motivo determinante de la adaptación de los republicanos españoles en México. La inadaptación a la España de la Restauración –a la que quisieron cambiar por la España de la República– es el motivo de su adaptación al México de la Revolución, pues éste había conseguido ya el ideal a que los republicanos españoles aspiraban29.

Pero no es cuestión de reducir la afinidad a una cuestión meramente individual, como pretende Abellán, sino que habrá que ver si la afinidad –y, consiguientemente, la noción de transtierro– tiene algo que ver con la condición de clase. Está claro que el transtierro, en tanto que sentimiento, existió, como así lo atestiguan los escritos de intelectuales españoles exiliados asentados en tierras de habla hispana, pero esa sensación fue exclusiva de unos exiliados que vivieron en México con los privilegios que para otros eran inalcanzables. Es decir, la sensación de transtierro es propia de la burguesía exiliada. El transtierro es una categoría burguesa. Únicamente los intelectuales burgueses encuentran en México la realización del sueño liberal que no tuvo lugar en España; ellos, en medio de una vida privilegiada, no pueden sentir sino una deuda por la tierra que les acoge, no pueden sino sentirse transterrados más que desterrados, viviendo por fin en la sociedad burguesa que quisieron construir en España. El transtierro es propio y exclusivo de un exiliado de una clase social concreta que no era sino una minoría. Es por eso que extender el término de transtierro a todo exiliado no sólo es problemático, sino que es –y en gran medida– un auténtico despropósito. Y esto es así porque la mayoría de exiliados no pertenecían a la clase intelectual –i. e. burguesa–, sino que procedían de la clase obrera, como muestra con datos el profesor Caudet:

27 Gaos, claro, habla desde un horizonte fenomenológico donde la idea precede a la materia. Desde estos postulados ideológicos resulta mucho más fácil contentarse con la nueva situación, ya que de inmediato se puede soslayar el problema español que, en términos fenomenológicos, no sería sino el resultado de la corrupción (degradación) de la materia que vuelve irrealizable el esplendor / la pureza de la idea. 28 A. Sánchez Vázquez, en M.ª F. Mancebo, M. Baldó y C. Alonso (eds.), op. cit., p. 39. 29 J. L. Abellán, en J. M. Balcells y J. A. Pérez Bowie (eds.), op. cit., p. 25.

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El exilio republicano estuvo mayoritariamente compuesto por una ciudadanía de obreros, campesinos y cuadros medios de distintas profesiones […]. Un 28 por ciento de intelectuales frente a un 72 por ciento que no se pueden considerar como tales30.

Francisco Caudet, en su tarea –que aquí hago nuestra– de dialogizar el exilio, tiene el propósito de analizar el fenómeno del exilio español en tanto que una realidad impuesta –y por consiguiente dolorosa–, marcada por la nostalgia, por la pérdida de un país, de unas costumbres, de una vida; una realidad donde lo único que se mantiene es la herida abierta, sin cicatrizar, de haber perdido no sólo una guerra, sino también un país. Ese 72 por ciento de exiliados de clase obrera no pudieron sentirse sino desterrados en un lugar que para ellos no fue la realización de ningún ideal, sino la ruptura con la vida pasada: El exiliado republicano, incluso los que llegaron a tierras de habla hispana, tuvo enormes dificultades para romper con el pasado y/o integrarse en las sociedades que le ofrecieron albergue. De ahí la función terapéutica de rememorar y de verbalizar las vivencias del pasado, que son, en fin, dos maneras, entrelazadas, de autoafirmarse y de recuperar la propia estima31.

El exiliado mantiene su condición de exiliado, anclado en el pasado español, imposibilitando así su integración en la sociedad mexicana. Prueba de ello es el relato «La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco» (1961), donde Max Aub muestra a los exiliados siempre debatiendo sobre la culpabilidad de la derrota republicana en la Guerra Civil; muestra la incapacidad del español de integrarse a la sociedad mexicana –síntoma de ello es que acuden al café Español como reminiscencia de lo perdido– y, en contrapunto, el recelo mexicano de aceptarlos como ciudadanos, debido a su peculiaridad en el habla, en sus costumbres, etc., que, como el camarero Ignacio Jurado Martínez, «sufrió el éxodo ajeno como un ejército de ocupación»32. Como prueba de la insuficiencia de adaptación de los unos y de aceptación de los otros, de la imposibilidad de compartir espacio, «los autóctonos emigraron del local»33. La noción de dialogizar el exilio, consiguientemente, pretende mostrar una realidad en la que hubo exiliados de primera, adaptados con facilidad en la sociedad mexicana con totalidad de privilegios, y exiliados de segunda. Los primeros –los intelectuales– se integraron sin problema, como muestra este mismo relato. Comparten tertulia los intelectuales españoles –Moreno Villa, Bergamín, etc.– con otros mexicanos como Octavio Paz34. Su conversación, a diferencia de la de los otros, recorría temas diversos más allá de la Guerra Civil Española. Los unos, por lo tanto, eran transterrados, mientras que los otros vivieron conscientemente un destierro. Ante esta problemática, concluye Caudet: Hablar, por tanto, de «transtierro», para el caso de los españoles en tierras de habla hispana, es edulcorar una cruda realidad que, más terca que las falsas expectativas de muchos, se fue irremediablemente imponiendo. Extraña que todavía existan muchos lugares comunes sobre este ex-

30

F. Caudet, «Dialogizar el exilio», en M. Aznar Soler (ed.), El exilio literario español de 1939, cit., p. 33. Ibid., p. 43. 32 M. Aub, «La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco», Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto Mágico, selección y prólogo de J. Quiñones, Barcelona, Alba, 1995, p. 413. 33 Ibid., p. 415. 34 Ibid., p. 416. 31

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tremo. Porque pronto se comprobó, por ejemplo, que ni el habla común –ese tan socorrido tópico– unía tanto como se había creído en un principio, ni el encuentro de España con América fue tan natural y fluido como también se ha solido dar por sentado35.

Ha sido un error –y habrá que descartarlo de inmediato– creer que el transtierro existió para todos y por igual. En el café Español del relato de Aub los exiliados españoles están claramente delimitados en dos grupos: los intelectuales y los otros. Unos pudieron sentirse acogidos, transterrados, pero los otros no vivían sino con la convivencia de un trauma común y una bofetada invisible en el rostro36. Los primeros conversan sobre libros, revistas, etc., es decir, abandonan la realidad37. Tal vez introducir el tema «España» en sus tertulias refinadas pudiera suponer una vulgaridad. Los segundos no pueden sino verbalizar el trauma. Max Aub en la década de los cincuenta, está sin duda entre los primeros. De este modo, las palabras de Alfonso Sánchez Vázquez que decían que el exilio «fue la voz, la conciencia de una España martirizada que, en su propia tierra, no podía hacerse oír»38, no es totalmente cierta, pues llegó el momento en que las voces cambiaron de conversación. Porque, acomodados, los exiliados que habían tenido la voz, una vez decidieron callar y mirar hacia otro lado y abandonar la realidad. Max Aub fue, de entre todos los exiliados, quien mejor supo adaptarse a la vida mexicana. Tal vez Aub encuentra en México la realización del ideal burgués y, por ello, recupera el derecho de escribir lo que imagina, puesto que ya no es necesario denunciar la realidad –no porque la realidad no sea denunciable, sino porque él, en esa realidad, es un privilegiado. La condición social de transterrado funciona como hipótesis viable que explicaría por qué se produce ese abandono de la realidad en la literatura de Max Aub en la década de los cincuenta. Pero a las condiciones sociales –y de forma transversal– hay que añadir las cuestiones humanas que, de igual modo, pueden enriquecer nuestra interpretación de los hechos.

III. Max Aub llega a México en 1942 y no será hasta entrada la década de los cincuenta cuando se produzca el giro hacia lo imaginario en su literatura. La sensación –o condición– de transterrado no es inmediata, no se produce en el instante mismo de pisar la nueva tierra. El abandono de la realidad, consiguientemente, tampoco será inmediato. Decíamos arriba que el enfrentamiento de las potencias democráticas contra el fascismo hacía pensar que la presencia de Franco en el poder iba a ser provisional. Max Aub entiende su estancia en México como una espera, como un estado transitorio que no puede durar muchos años; por ello, no conviene adaptarse en exceso a la nueva vida en los primeros años de exilio. La publicación de Sala de espera es una

35

F. Caudet, en M. Aznar Soler (ed.), El exilio literario español de 1939, cit., p. 46. Imagen que emplea Dubravka Ugresic en su novela El Ministerio del dolor (Anagrama, 2006), cuyo tema es el exilio tras la desintegración de Yugoslavia. 37 No es casual, por lo tanto, que Víctor García de la Concha (La poesía española de 1935 a 1975, vol. I, Madrid, Cátedra, 1987, p. 254), al referirse a la poesía española que se produjo en el exilio, diferencie entre dos etapas que, aunque los términos sean parecidos, difieren sustancialmente: poesía del exilio y poesía en el exilio. La primera se produce entre el fin de la contienda y 1945; se trata de una poesía cuyo tema principal es el exilio. En la segunda, por el contrario, la poesía recorre espacios más íntimos, menos comprometidos con la causa republicana y situándose al margen de la condición de exiliado. 38 A. Sánchez Vázquez, «Entre la memoria y el olvido», en M. Aznar Soler (ed.), El exilio literario español de 1939, cit., p. 27. 36

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muestra de esta situación provisional. Este conflicto entre la esperanza de un retorno temprano a España y la necesidad de arraigarse definitivamente a la tierra que le acoge, queda reflejado en la obra teatral Tránsito (1944). Esta disyuntiva queda patente, de igual forma, en palabras de personajes del propio Aub. Ésta es la conversación que Juanito Valcárcel y Paulino Cuartero mantienen en Campo de los almendros: —[…]. Franco no puede durar mucho. —Eso dices tú. Ignoro, como todos, lo que pueda prolongarse la nueva situación, pero estoy lejos de compartir tu optimismo. —La guerra europea no tardará. —¿Y eso, para ti, es una esperanza? […]. —Entonces, ¿qué piensas hacer? Supón que te quedas. En el mejor de los casos, irás a la cárcel39.

No es transterrado aquel que piensa en las estancias cortas. Y Max Aub, en esos años, ni se imaginaba que iba a pasar el resto de su vida –que iba a morir– en México. La idea de volver pronto a España le impide que se produzca la adaptación definitiva en México. La falta de integración primeriza en la sociedad mexicana le conduce a que padezca sus primeros problemas económicos. Escribe en sus Diarios, el 29 de julio de 1948, una nota a su hija en el día de su cumpleaños, que dice lo siguiente: Carmen: mañana cumples doce años. No puedo hacerte ningún regalo porque no tengo dinero. Te lo digo por escrito para que te sea menos pesado. Lo único que te deseo es que vivas en un mundo en el cual, cuando tu hijo cumpla doce años, no sea un problema no tener dinero para hacerle un regalo40.

Durante los primeros años de exilio, a Max Aub le acompañan las dificultades económicas que determinarán sustancialmente la forma y el contenido de su literatura. En unas notas que recoge Manuel Aznar Soler en su libro Los laberintos del exilio, Max Aub atribuye la publicación por entregas de Sala de espera a una cuestión en parte económica: Las dificultades editoriales, no sé si sólo presentes o crónicas, y el poco interés que mi literatura despierta, me han llevado al presente método de entregas mensuales, con la ayuda de mis suscriptores y de los Gráficos Guanajuato. Escribir, en español, nunca ha sido un buen negocio [Nota I, s/n, abril de 1949]41.

Y abandonará el proyecto por una cuestión igualmente económica, como afirma de forma clara –y no exenta de ironía– en otra nota: Eso, dejando aparte la interpretación materialista de la historia, ya que mi bolsillo no da para más y este deshago me resulta incosteable [Nota III, diciembre de 1951]42.

39

M. Aub, Campo de los almendros, F. Caudet (ed.), Madrid, Castalia, 2000, p. 138. M. Aub, Diarios, 1998, p. 149. 41 M. Aznar Soler, ibid., p. 88. La cursiva es mía. 42 Véase M. Aznar Soler, Los laberintos del exilio, cit., p. 90. 40

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Efectivamente, las editoriales no consideraban oportuno publicar los textos de Aub debido –como dice el propio autor– al poco interés que despertaba en México su literatura. Éste es el doble exilio del escritor –como en «El remate» (1961) se verá la doble muerte del escritor exiliado–: no sólo se ha perdido la tierra, sino también a los lectores. Su literatura, anclada en la realidad española, no encuentra un lector afín en México. Esto motiva una sensación de frustración literaria en un escritor que fracasa en su búsqueda de lectores. Así se refiere Francisco Ayala, en su artículo «Para quién escribimos nosotros», publicado en el número 43 de Cuadernos americanos, al considerar las condiciones del escritor emigrado, para referirlas al caso del creador literario, desconectado –desgajado pudiera decirse, por la violencia y la brutalidad del tirón que lo separó– de la comunidad donde se formara, y privado casi por completo del público español, al que con dificultad y mediatización llegan sus escritos. El fondo, pues, arrancado, con la doble consecuencia de cortarle, a un tiempo mismo, las intenciones connaturales para su producción y el destinatario a que en primer lugar tenía que dirigirse43.

Pero Ayala parece tener muy claro que la única forma de suplir la carencia de lectores es advirtiendo al escritor que la única forma de conciliarse con el nuevo lector es alejándose del tema-problema-España que sólo cabía, o convertirlo en una obsesión y consumirse con él, o superarlo de diversas maneras –que podían ser pertinentes a la vocación particular de cada uno–, y proseguir el desarrollo de las respectivas personalidades en el nuevo espacio y en el nuevo tiempo44.

Ayala ha encontrado su torre de marfil. Como el liberal burgués que es, se comporta desde el primer momento como un transterrado que entiende que ahora el escritor puede dedicarse en exclusiva a la literatura en sí. Incluso el exilio supone para el escritor en sí una ventaja: No hay en esto [el exilio] anomalía, ni daño, y tal vez haya una ventaja en cuanto a la formación del escritor, afinada y completada siempre mediante el fecundador viaje al extranjero, que le proporciona nuevas perspectivas y que, aun en el supuesto de ausencia indefinida, le permitirá ligar su creación a ese fondo de vivencias45.

Aub, en principio, es reticente al consejo de Ayala, pero al final –tal vez por las cuestiones económicas que aquí se indican– su literatura, como estamos viendo, sí cambiará de curso. La publicación de Campo abierto (1951) marcará un nuevo punto de inflexión en la literatura de Aub, pues constata la indiferencia del nuevo público ante su obra. El propio Aub en sus Diarios, el 4 de julio de 1951, escribe desesperado sobre la falta de público, sobre la presencia de la literatura en el mercado y, como colofón, sobre la indiferencia que causará la publicación de Campo abierto: La indiferencia general. Me subleva. ¿Es que mi pasión por las letras es cosa tan fuera de lo corriente? Claro que lo es: basta ver lo que se venden –cómo no se venden– los libros. Pero no quie-

43

F. Ayala, «Para quién escribimos nosotros», Cuadernos americanos 43 (1949), México, p. 50. Ibid., p. 40. 45 Ibid., p. 51. 44

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ro convencerme, ahora que de ahí a convencer a los demás va un trecho que no hay quien recorra. Me roe como nunca la falta de público: al fin y al cabo, mi fracaso. A pesar de que me quiero convencer de que todos los que han valido la pena se han hecho en contra, no acabo de creerlo: hay demasiadas excepciones, y tan buenas como las mejores. Preveo la indiferencia general que acogerá Campo abierto46.

Max Aub es consciente de que los lectores potenciales de su libro son los españoles. «¿Para quién escribo sino para los españoles?», dirá en sus Diarios el 12 de junio de 195247, al justificar el porqué de la aparición de Campo abierto. Porque Aub, en estos años, todavía sigue comprometido con España y arremete contra aquellos que no comparten su postura: Guillén en casa. Ejemplo de su generación: no querer comprometerse. A la defensiva. Sí y no. Olfato crítico finísimo. Parten un pelo en el aire. Son todos así: él, Salinas y sus deudos. Dámaso, Cernuda. Estar en lo justo, pero nada más que lo preciso. Muy inteligentes, pero nada más. No dar un paso en falso. Hijos de Ortega, deshumanizados –un poco, no mucho–. No mucho en nada. Parcos hasta en la obra. Los señores, un poco aparte, temiendo mancharse. Todos un poco maricas, un poco –no mucho– sin serlo. Más lo que lo son. Ambiguos48.

Aub considera que la guerra perdura, que la lucha sigue, y por ello será necesario combatir contra el arma más poderosa de la Dictadura: la propaganda. Frente a la propaganda franquista, el escritor debe responder con la verdad. Éste es, según Aub, el fin de sus Campos: En guerra estamos, sin duda, contra Franco, pero las condiciones de la misma han variado, y, a mi juicio, más fuerte es hoy la verdad escueta que la de la propaganda […]. Ahora combatimos –por lo menos yo, cuando tantos han abandonado la lucha y tantos, como vosotros, siguen en ella–, se combate con otras armas, y ninguna tan potente, a la larga, como la verdad49.

Pero suele ser difícil conciliar la verdad y la mercancía. Y los libros en el capitalismo no son sino mercancías. Si bien el franquismo no pudo impedir que Aub dijera la verdad –aunque fuera en la distancia–, sí llega a lograrlo el capitalismo. La verdad como materia novelable no es rentable en el mercado y eso lleva a Aub a buscar otras fuentes de ingresos que le permitan subsistir en México. En un principio podrá solventar sus problemas económicos desarrollando tareas que, aunque no apartadas de la escritura, se alejan de los postulados estéticos –realistas y comprometidos éticamente con la situación española– que él quisiera escribir: Perdido su público natural, del que le aíslan la censura franquista y las dificultades de comunicación con Europa en plena guerra, y sin conocimiento de la realidad mexicana, Aub, como tantos otros antes, ha de aceptar diversas tareas de redacción como prologuista, traductor, reseñista y, gracias a su experiencia con Malraux, realizará guiones para el cine mexicano adaptando diversas obras literarias y zarzuelas como La verbena de la Paloma50.

46

M. Aub, Diarios, Barcelona, Alba Editorial, 1998, p. 192. Ibid., p. 212. 48 Ibid., p. 189. 49 Ibid., p. 213. 50 I. Soldevila, El compromiso de la imaginación, cit., p. 44. 47

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Pero esta situación exaspera al escritor frustrado que no puede vivir de su literatura: ¡Tanto tiempo sin escribir, dominado por mi trabajo imbécil, que me proporciona J[osé] L[uis] M[artínez]! ¿Para qué? Para nada, absolutamente para nada: ganar unos centavos (ya digo centavos, no céntimos)51.

Pero ese «trabajo imbécil» es el único al que puede optar el escritor exiliado: su literatura no interesa a los lectores hispanoamericanos y, por consiguiente, no producen beneficio a las editoriales que publican sus textos, lo cual no puede conducir sino a lo predecible en la sociedad capitalista: «Orfilia –director del Fondo– me hizo saber que no distribuirá más mis libros: son demasiados»52. Tal vez sea por eso que su literatura da un giro de forma radical hacia la imaginación. Por lo tanto, la recuperación de su derecho a escribir lo que imagina, tal vez no es tanto un derecho como una imposición de las circunstancias en las que está inscrito Aub en esos años. Su voluntad de adaptarse a los gustos de los nuevos lectores queda patente cuando se presenta, en 1948, a un certamen poético en México, donde obtiene mención honorífica, con el poema «Salmo para la primavera en el Anáhuac», que –en palabras de Soldevila– se trata, «aparentemente, de la primera composición poética, en verso libre, que le suscita el descubrimiento del nuevo país de acogida, y su manifiesto entusiasmo por el valle de México»53. Cuatro años más tarde, en 1954, su poesía adquiere un aire íntimo, personal, con la publicación de Canciones de la esposa ausente. Su literatura abandona el compromiso ético con la realidad con una temática más proclive a los gustos de los posibles nuevos lectores: por un lado, el canto a la realidad física de México, por medio del poema al valle de Anáhuac; y, por otro lado, el trato de temas más universales como el amor y la espera por retorno de su mujer. Max Aub es consciente del cambio que tiene que dar a su literatura si quiere vivir de ella. Incluso cuando se refiere –en ocasiones contadas– a España en sus artículos periodísticos, se disculpa por molestar al lector mexicano con historias españolas. Así sucede en el artículo «Franco en la UNESCO» que publica en el número de marzo-abril de Cuadernos americanos, en 1953: Una vez más, la voz doliente y agradecida de un español. Tan bien como cualquiera sé que no es éste el lugar, ni ésta la hora para levantarla, ni ustedes público apropiado para un trono54.

Asimismo Max Aub escribe –y mucho– asimilándose a los gustos de sus nuevos lectores como mecanismo de subsistencia. Es más que probable que sus libros de contenido fantásticomaravilloso tuvieran una mayor acogida que el resto de su literatura55. Pero lo que está claro es que Aub no descuidó su actividad literaria y desarrolló la tarea de forma muy prolífera: De su fecundidad como escritor empezó a hacerse broma entre la gente del exilio, y a hacerse chistes, a los que alude Simón Otaola en su libro La librería de Arana: «Produce libros, muchos li-

51

Escrito el 21 de junio de 1995 en sus Diarios. M. Aub, cit., 1998, pp. 265-266. Escrito el 6 de julio de 1955 en sus Diarios. M. Aub, cit., 1998, p. 266. 53 I. Soldevila, El compromiso de la imaginación, cit., p. 83. 54 M. Aub, «Franco en la UNESCO», Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico (1943-1972), edición y estudio preliminar de E. Meyer, Madrid, Fundación Max Aub-FCE, 2007, p. 523. La cursiva es mía. 55 Escapa a las expectativas y a la ambición de este trabajo desarrollar un análisis de las ventas de los libros de Aub en México para delimitar el gusto y acaso mostrar la afinidad que tuvo la literatura fantástica de Aub con el público hispanoamericano. 52

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bros. Y produce, en esos falsos poetas que no producen nada, envidia, envidia puñetera. ¡Ah, si la envidia fuera tiña!». Un conocido dibujante, Abel Quesada, en su serie «Ustedes los cultos», le dedicó una viñeta, en la que decía, entre otras cosas: «La gente culta cree que Max Aub no existe; algunos suponen que ese es el seudónimo de un escritor, varios escritores, de todos los escritores. El caso es que este «Max Aub» es el autor de casi toda la literatura que se publica en México»56.

Pues bien, bajo ningún concepto Aub abandona su labor literaria, pero a partir de la década de los cincuenta se adapta a la vida mexicana y a los gustos literarios de su nuevo público para acaso lograr un éxito literario mayor que le permitiera vivir de las letras. La realidad española, ajena al nuevo lector, no interesa y Aub se ve obligado –¿recupera el derecho a la imaginación?– a redireccionar su literatura hacia lo imaginario. Su condición social y su situación económica al llegar a México determinan sobremanera la escritura de Aub. Pero una cosa es la clase social a la que se pertenece y otra bien distinta, la ideología que se reproduce. Por eso habrá que analizar, para terminar, el humus ideológico que envuelve su literatura en tanto que resultado de unas relaciones de producción concretas.

IV. El impacto de la Segunda Guerra Mundial desarticuló sustancialmente el proyecto positivista cuyo desarrollo fue iniciado por la burguesía liberal decimonónica. Si bien los principios positivistas postulaban que la técnica y la razón constituían los instrumentos que debían regir el progreso de la historia e, igualmente, los mecanismos de construcción de la sociedad positiva, los fundamentos del positivismo se desestabilizan con el fenómeno del conflicto bélico mundial. La razón y la técnica, asimismo, no condujeron a la construcción de la sociedad positiva, sino todo lo contrario: a la destrucción. La utilización de la ciencia como instrumento de destrucción se ejemplifica con claridad con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en el verano de 1945. A partir de este momento, el positivismo entra en crisis. El inconsciente ideológico de posguerra mundial queda marcado por este hecho y empieza a latir cierta desconfianza acerca de todo lo que tiene que ver con el positivismo. Una prueba de ello es el libro que Adorno, conjuntamente con Max Horkheimer, escribe entre 1944 y 1947, con el título Dialéctica de la Ilustración, donde expone un análisis de desconfianza hacia el racionalismo que únicamente conduce a restringir la acción, el pensamiento crítico y, por consiguiente, la libertad. Las coordenadas históricas producen un nuevo humus ideológico que cuestiona –y acaso reacciona contra– la epistemología positivista. La literatura, en tanto que producto de la historia, no dejará sino emerger en sus textos una proclive desconfianza hacia la razón. La literatura, en el contexto occidental, dará un vuelco hacia lo imaginario y hacia lo irracional. La recuperación de la imaginación, por consiguiente, no se produce de forma inédita y exclusiva en la literatura de Max Aub, sino que forma parte del inconsciente estético del mundo occidental que ha sufrido las consecuencias –directas o indirectas– de la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo claro de esta vuelta a la imaginación, o al derecho de que la trama no se sostenga mediante elementos puramente realistas, es el caso del escritor francés Boris Vian. En 56

I. Soldevila, El compromiso de la imaginación, cit., pp. 45-46.

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1946 publica dos novelas diametralmente opuestas: Escupiré sobre vuestra tumba y La espuma de los días. En la primera, el autor –que firma bajo el seudónimo de Vernon Sullivan– nos presenta un mundo real con elecciones fraudulentas, una sociedad violenta, con discriminación racial, en la que el deseo sexual funciona según los mecanismos de explotación de la cosificación capitalista. En La espuma de los días, por el contrario, Vian narra la vida de Colin, un aristócrata de paladar refinado que si no se pone sombrero en sus citas es por no despeinarse. A diferencia de Escupiré sobre vuestra tumba, en La espuma de los días no hay conflicto de clase. Al servicio de Colin trabaja Nicolás, un mayordomo servicial y siempre diligente que, sin conciencia de clase, actúa para bien de su señor. Es un personaje que no presenta conflicto pero que enriquece estéticamente la obra. Aunque el dinero (o la falta de dinero) será el motor de las historias, junto con la enfermedad de Chloé, la pareja de Colin, Vian, nos presenta aquí un mundo sin lógica –lo que no causa sino extrañamiento en los personajes–: los ratones hablan y el tamaño de la casa disminuye a medida que avanza la novela y Colin pierde su capital. El contexto literario europeo nos permite observar que la literatura, hasta el momento anclada en el compromiso realista, busca una salida hacia lo imaginario. Así como en Francia la literatura de Boris Vian recorre el mismo camino de vuelta que Aub, en Italia se produce el giro idéntico hacia la imaginación. Es el caso de Italo Calvino. El tono realista y cotidiano de sus relatos inmediatos a la posguerra cambiará de rumbo a partir de 1950 de forma muy marcada. Con su literatura de compromiso –La especulación inmobiliaria, La jornada de un escrutador, La nube de «smog»–, Calvino retrata un mundo que, tras el impacto de la Segunda Guerra Mundial, ha hecho surgir una nueva clase social que, proveniente del mundo rural y portadora de nuevos valores, consolidará las relaciones de producción y de acumulación de capital propias del capitalismo avanzado. Esto, que transformará el inconsciente ideológico colectivo e incluso convertirá en un especulador a un joven intelectual de izquierdas, genera –sin embargo– una nueva realidad con mayor desigualdad de clase, mayores imperfecciones urbanas y un peligro emergente como es la contaminación. No obstante, a partir de 1950, a Italo Calvino le urgen nuevos temas y nuevas formas de narrar y se obra adquiere un tono que se aproxima al surrealismo y al absurdo con el ciclo de relatos titulado Nuestros antepasados, que se configura con los relatos El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente. La literatura de Calvino pierde, a partir de este momento, todo referente real, aunque –al igual que la obra de Aub y Vian– puede extraerse de los textos una interpretación representativa de los conflictos de la época; de este modo, el vizconde partido en dos mitades representa la alienación o la fragmentación del hombre contemporáneo. La acción, situada en un pasado remoto y casi intemporal, recuerda a los relatos de Ayala de Los usurpadores, como «San Juan de Dios» o «El Inquisidor». La narrativa de la década de los cincuenta recorre el camino idéntico del realismo a la imaginación: un camino que va de la narratividad estructurada de forma racional hacia la representación de un mundo sin orden lógico. Quizá no haya forma racional de escribir después de Auschwitz, como dice la frase atribuida a Adorno. Esto queda igualmente patente en el continente hispanoamericano, donde surge, con originalidad, la estética del realismo mágico. Aunque muchos consideran que el realismo mágico tiene su inicio con Borges y Uslar Pietri57, habrá que establecer que fue el cubano Ale57 Si bien Pietri fue quien introdujo el término en la literatura hispanoamericana, tomándolo del crítico de arte alemán Franz Roh, su literatura es demasiado prematura para introducirla en el mismo movimiento de lo que después se denominó realismo mágico. Borges, por su lado, tampoco puede estar incluido en el grupo debido a que en su literatura no existe en absoluto el término real.

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jo Carpentier el pionero del movimiento al introducir el término «real maravilloso» en el prólogo de su novela El reino de este mundo. El realismo mágico emprende la tarea de interpretar el mundo a partir de mecanismos propios mediante postulados ajenos a la razón positivista que habían sido dominantes. Así lo dice Eduardo Becerra: Esta narrativa logrará ya no representaciones precisas del mundo sino que constituirá sus propias imágenes del mundo; es decir, se busca ahora interpretarlo, especular con sus claves míticas, con su posible condición fabulosa, también con los reductos ocultos del ser y los pilares metafísicos de la existencia58.

Y añade más adelante: Mostrándose como un prolongado atentado contra un racionalismo que usurpa al hombre espacios en donde ser, la ficción se abre a las zonas oscuras del deseo, a los ámbitos posibles del sueño y a los terrenos remotos del mito y acaba reivindicando la imaginación como verdadera esencia del hombre59.

La obra más emblemática del realismo mágico, la magistral novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad es, precisamente, un atentado al racionalismo. El progreso de la Historia no conduce sino a la destrucción de Macondo. La organización racional de la población, con la llegada del corregidor, trae la primera muerte a Macondo, además del inicio de guerras constantes que se producen sin interrupción. El desarrollo de la técnica –el daguerrotipo, el cine y el tocadiscos– lleva consigo la deshumanización, pues se pierde –en términos que Walter Benjamin expone en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica– la autenticidad, la unicidad y el valor eterno de la obra e, igualmente, la devoción queda relegada al entretenimiento. El tren, además de hacer llegar a las prostitutas francesas que cambian las costumbres amatorias de Macondo, es un símbolo de la expropiación y de la explotación externa de la materia prima autóctona. Es decir, el imperialismo. Finalmente, el progreso ha llevado a Macondo la manipulación de la Historia al producirse la asociación verdad / discurso dominante, como atestigua el asesinato en masa de los huelguistas por parte de los dirigentes de la empresa bananera. En resumen: la irrupción de la Historia hace sucumbir a Macondo en la soledad (i. e. a la alienación). Lo irracional se convierte en una herramienta útil para el compromiso: la imaginación como posibilidad revolucionaria. El humus ideológico y, por consiguiente, el inconsciente estético, está dispuesto para que se produzca en Max Aub el giro del realismo a la imaginación, independientemente de sus circunstancias individuales que, aunque condicionan de forma transversal, no son las que determinan, en última instancia, su producción literaria. La coyuntura histórica establece que los postulados de la razón deben ponerse en duda porque el desarrollo del positivismo –en contradicción con el irracionalismo del fascismo– ha devenido un mecanismo para la masacre. Sin embargo, no se cuestiona únicamente la razón burguesa del capitalismo, sino también los principios racionalistas del bloque comunista soviético, cuya producción estética es el realismo socialista.

58 E. Becerra, «El esplendor y la fama», en T. Fernández, S. Millares y E. Becerra, Historia de la literatura hispanoamericana, Madrid, Universitas, 1995, p. 344. 59 Ibid., p. 344.

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El nuevo enemigo (sic) internacional –es decir, global– es el comunismo y, por ello, la lucha del capitalismo se dirige ahora contra la URSS. El clima –aunque gélido– es bélico, y parece evidenciar que el conflicto puede estallar en cualquier momento. El conflicto estaba candente y por lo tanto habría que posicionarse. Entre los Estados Unidos de Truman y la Unión Soviética, de Stalin, sin embargo, Aub afirma no decantarse por ningún bloque. Para Aub la elección supone un falso dilema. En su Discurso de la plaza de la discordia (1950), Aub presenta lo innecesario de elegir entre el Gran Mentecato o el Pequeño Idiota. Igualmente, en su obra de teatro No, Aub plantea con absoluta claridad las consecuencias trágicas de ese conflicto. Ante ese «falso dilema» Aub apuesta resueltamente por una cuarta «fuerza» que tiene su raíz histórica en el triple lema de la Revolución francesa (Libertad-Igualdad-Fraternidad) y que se resume en estos términos: «por una economía socialista en un Estado liberal»60.

Max Aub, políticamente, fue un socialdemócrata que creía en la libertad de mercado a la vez que consideraba necesario un Estado moderador, que regulara los medios de explotación desmesurada del liberalismo. Sin embargo, en el contexto de enfrentamiento de bloques, parecía inviable que la postura política de Aub fuera a realizarse: «¿Existe la posibilidad de un liberalismo que no sea burgués?», se pregunta en sus Diarios, el 29 de julio de 1948. «Lo trágico es tener que escoger –entre Norteamérica y la URSS– sin querer escoger», concluye el mismo día61. Pero, para Aub, el aspecto más negativo de la Guerra Fría es que ocupa todo el panorama internacional y eclipsa lo que sucede en España. Además, esta situación beneficia a Franco, ya que Estados Unidos no contempla la Dictadura española como enemigo de su imperio, sino como un aliado potencial que puede colaborar en su lucha contra el comunismo: ¿Quién habla estos días de Franco? Grajo feliz con la peste de los demás. El fascismo se nutre de cadáveres, o de su olor. Hermoso panorama: los Estados Unidos, en guerra contra la URSS, apoyan a Franco en precio de su convivencia. Y nosotros no tendremos más remedio que cruzarnos de brazos. Y ver. Y morir esperando. Esperando, ¿qué?62.

La política internacional ha abandonado de nuevo a la República. Los Estados Unidos pactan con Franco –ayudan a la reconstrucción de España– provocando de este modo la consolidación del Régimen franquista. Este hecho se constata con la inclusión de España en el Plan Marshall. Dice Aub el 29 de marzo de 1948: «El Congreso norteamericano decide incluir a la España de Franco en el Plan Marshall»63. A Estados Unidos la Dictadura de Franco les otorga seguridad internacional, pues garantiza la imposibilidad de una revolución comunista en España, cosa que no podría garantizarles un Gobierno democrático como el de la República. Sobre esto escribe Max Aub el 18 de enero de 1950: Carta de Acheson (secretario de Estado) a los senadores americanos prometiéndoles enmendarse y enviar nuevo embajador a Franco, y abrirles créditos… razonables. Unos días antes Perón 60

M. Aznar Soler, Los laberintos del exilio, cit., p. 38. M. Aub, Diarios, cit., p. 149. 62 Escrito el 17 de marzo de 1948 en sus Diarios. M. Aub, cit., p. 142. 63 M. Aub, Diarios, cit., p. 143. 61

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había significado a Madrid que estaba cansado de enviar trigo gratis y Franco había aprovechado la oportunidad para decir que, en vista de ello, estaba dispuesto a tratar con Moscú […]. Es evidente, desde hace años, que Norteamérica prefiere el sistema de Franco [como Gran Bretaña el inicio de la Guerra Civil Española] que a cualquier otro, liberal, que, posiblemente, pudiese escapársele de las manos. Se da el caso curioso de que, no siendo Norteamérica partidaria de las dictaduras reaccionarias, son las únicas que apoyan y que lo apoyan64.

España, en su alianza con Estados Unidos, logra el reconocimiento de la comunidad internacional, que en 1955 legitima la Dictadura franquista con su ingreso en la ONU, con la única abstención de México. La política del imperio-USA impide que Aub simpatice con el bloque capitalista. Pero Aub es, por convicción política y de clase, anticomunista. Alega que resulta imposible entenderse con ellos. Éstas son las palabras que escribe el 5 de diciembre de 1954, de nuevo en sus Diarios: La imposibilidad de entenderse con los comunistas reside en que, para ellos, todo es política; es decir, movible, inseguro, sujeto a rectificación si viene al caso. No les importa más que el poder, muy poco lo demás. Dejan la verdad para mañana, en un «ya veremos» inalcanzable para los vivos. Ese reducir ideas y sentimientos a la política irrita y desagrada. Para ellos no hay más valores que los que decantan de su posición política diaria; lo demás les tiene sin cuidado. Así se puede vivir en general; no un escritor, no un historiador, no un filósofo65.

Pero argumentos de este tipo, abiertamente anticomunistas, no sólo se hallan en la privacidad de sus Diarios, sino que también aparecen publicados en sus novelas. Dice Aub en boca de Vicente Dalmases, uno de los personajes de Campo abierto:: —Recortáis el mundo de una manera terrible –sin daros cuenta, desde luego–. Para vosotros todo se refiere directamente a la política: todo se tiñe de su color: la amistad, la comida, la literatura, la pintura, el amor. Ya nada es gratuito. Ya nada es porque sí. Todo viene a tener una intención, a ser por algo. Matáis la espontaneidad66.

En la misma línea, Vicente Farnals dice en esta misma novela: —Mira, Gaspar, para vosotros sólo existe la política. Para mí, no. Para mí la política es una parte integrante del hombre, no todo. —Para nosotros, también. —Si quieres, pero la política priva y determina el resto, los sentimientos, por ejemplo […]. Por cuenta de la política ahogáis toda una porción del hombre que os proponéis salvar. Sois capaces de forjar una humanidad nueva donde todos sean iguales: todos cojos67.

Cuando en 1950 Manuscrito cuervo se publica en Sala de espera, recibe diatribas por parte de los críticos socialistas: 64

M. Aub, Diarios, cit., p. 163. Ibid., pp. 253-254. 66 M. Aub, Campo abierto, Madrid, Alfaguara, 1998, p. 304. 67 Ibid., p. 83. 65

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Me reprochan no hacer literatura «constructiva», heridos por las chanzas que les dedico más las verdades. Sus reacciones son sectarias […]. —¡Hay que escribir por algo! Y no escribir por escribir, como haces tú. Según ellos el hombre no canta por cantar. Para ellos todo es trabajo y todo se tiene que justificar68.

Y, efectivamente, por estos años Max Aub abandonará el realismo y empezará a cantar por cantar. Así como en los años anteriores a la década de los cincuenta la obra de Aub se había caracterizado por ser de corte claramente realista, ahora abandona el realismo porque lo atribuye a la literatura política comunista: Ahí está la obra «política» de todos vuestros escritores. ¿Qué vale? Bien poco. ¿Y creéis rendir así un servicio a la humanidad? No. Porque su obra apologética igual la podían hacer periodistas o agitadores. A menos que salga de adentro. Los grandes cantos civiles de nuestro mundo no fueron escritos por consigna, ni son consecuencia de limaduras de comités, centrales o no. Ahí reside, a mi juicio, una de las grandes equivocaciones de la política comunista69.

La crisis del positivismo, decíamos, conduce a que el discurso epistemológico burgués deseche la noción racionalista y, con ello, el abandono de la estética realista en su producción artística. Con el conflicto de la Guerra Fría al descubierto, el realismo sufre su mayor desprecio al asociarse con la escritura del bloque socialista. Tal vez éste sea el motivo determinante para que Aub, cuando en la década de los cincuenta escribe sobre el realismo, se posicione lejos de su compromiso expuesto en su artículo de La Vanguardia del 2 de abril de 1938. En un artículo publicado en México en la Cultura, el 16 de diciembre de 1951, Aub escribe sobre el realismo de Galdós, reseñando su estilo burgués y liberal: La prosa de don Benito no es brillante, ni afiligranada: los poemas en prosa eran, todavía para bien, un género aparte. Su estilo pierde la rigidez académica, el rebuscamiento arcaizante para lograr el castizo contraste diario del pueblo […]. Un estilo vulgar, si aceptamos el que fuera una manera de escribir al alcance de los demás. El estilo sobrio, claro y neto de todos los grandes novelistas que fueron, v. gr., Balzac, Dickens, Tolstoi. Un estilo objetivo. Un estilo burgués, tal como históricamente le correspondía, a menos de traicionar a su pueblo, a su tiempo. Un estilo liberal. Un estilo directo, preciso, arrastrado por los sucesos que, cuando aúna el temblor del propio sentimiento que describe, da en aciertos prodigiosos. Una manera de dibujar y pintar tan varia y viva que cuando rompen a hablar sus miles de personajes –tan numerosos o más que los de la Comedia humana– nunca se confunden y cada cual se presenta en los dinteles del recuerdo con su indumentaria propia y sus pensamientos correspondientes70.

La lógica del capitalismo liberal, cuyo único enemigo –con la caída del fascismo europeo– es ahora el bloque soviético, se está constituyendo como universo ideológico único, superando las contradicciones con las que se ha ido enfrentando a lo largo de su historia71. Su incipiente 68

Escrito el 12 de diciembre de 1950 en sus Diarios. M. Aub, Diarios, cit., p. 174. La cursiva es mía. Escrito en sus Diarios el 27 de junio de 1951. Ibid., pp. 190-191. 70 M. Aub, «Benito Pérez Galdós», en Los tiempos mexicanos de Max Aub, 2007, pp. 433-434. 71 A saber: fuerzas nobiliarias feudales; facciones pequeño burguesas con pretensiones aristocráticas cuya radicalización más reaccionaria se encuentra en la ideología fascista; y, por último, la revolución proletaria. 69

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literatura –que al consolidarse se llamará posmoderna– reproducirá algunos de los aspectos que ya aparecen en el Jusep Torres Campalans, de Max Aub. En este contexto histórico e ideológico se explica la aparición de una obra como esta que, como dice Carlos Blanco Aguinaga, se trata de una de las varias maneras posibles de reaccionar ante las contradicciones de la modernidad que, dado el asunto de que trata Jusep Torres Campalans, Max Aub lleva a su forma extrema. Suposición mía ésta que me obliga a recordar, aunque sea esquemáticamente, la difícil lucha que la burguesía liberal española tuvo que llevar a cabo a lo largo de, por lo menos, dos siglos para volver a conectar su cultura con el Mundo72.

El liberalismo español, por lo tanto, no ha podido consolidarse sino fuera de España. Con el Jusep Torres Campalans, Aub escribe sobre una España que se ha modernizado fuera de sus fronteras, pero como añade Blanco Aguinaga: No se trata, por supuesto, de que Max Aub quisiera presumir de genialidades españolas o latinoamericanas, sino de recordarnos que tras un largo y doloroso recorrido, por fin la cultura española odiada por el franquismo pertenecía efectivamente al Mundo. Labor histórica particularmente necesaria en el exilio, donde los refugiados españoles seguían pensando angustiosamente en la destrucción de lo que había sido una España posible73.

Pertenecer «al Mundo» significa insertarse en las coordenadas productivas del capitalismo. Un capitalismo que ha superado las contradicciones históricas que impedían su consolidación plena. El capitalismo –ahora avanzado o posmoderno– producirá un arte con una lógica distinta por cuestiones que, aunque sea de pasada, hemos de mencionar aquí: 1) La consolidación del capitalismo avanzado representa –en apariencia– el fin de la lucha de clases. La noción del sujeto desaparece anegada en un todo orgánico donde la realidad de clase se desvanece. 2) La muerte del sujeto genera, por su propia dicotomía, la muerte del objeto. Es por ello que la lógica posmoderna produce el debilitamiento de la historicidad creando productos teóricos / literarios / críticos donde la verdad y la ficción se mezclan en un todo ontológico. La estética del simulacro surge de la propia imposibilidad que tiene el sujeto posmoderno (y por consiguiente, inexistente) de retratar con verosimilitud el objeto (la historia). 3) La ausencia de un sujeto plenamente constituido imposibilita el acercamiento real al objeto y por ello toda narración aparecerá de forma fragmentada, discontinua, incoherente. 4) El capitalismo avanzado lo absorbe todo, es decir, lo mercantiliza todo, incluso la literatura o, en general, el arte. El sujeto, con el propósito de superar su crisis, configurará su identidad por medio de la mercancía. Por ello buscará en la mercancía la diferenciación. Asumirá el gusto impuesto de un arte descompuesto para diferenciarse de los que no logran apreciarlo74. Pues bien, España ha superado fuera de sus fronteras, a través de sus intelectuales exiliados, las contradicciones que le han permitido inscribirse en la lógica posmoderna del capitalismo avanzado. Una prueba de ello es Jusep Torres Campalans, de Max Aub, que reproduce, claramente, la matriz ideológica posmoderna: la estructuración en un todo ontológico de la historia 72 C. Blanco Aguinaga, «Max Aub y la cultura internacional del exilio republicano», Homenaje a Max Aub. Congreso Intenacional, México, 28 y 29 de octubre de 2003, p. 93. 73 Ibid., pp. 103-104. 74 Véase F. Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1999.

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y la literatura, la fragmentación, el collage, etc., que configuran el Jusep Torres Campalans, de Aub, son rasgos propios de la estética posmoderna. Pues bien, a todo esto, Ignacio Soldevila concluye en lo siguiente: Probablemente, si a Aub le hubiera tocado vivir en una España distinta a la que, como a tantos miles, le echó de su regazo y no hubiese tenido que transterrarse a México para el resto de su vida, su obra literaria estaría compuesta de muchas más obras como el Jusep Torres y muchas menos del tipo de las que constituyen el vasto fresco del Laberinto Mágico75.

La literatura de Aub, por supuesto, hubiera sido distinta sin la irrupción de la Guerra Civil española, pero sin la modernización de España –es decir, sin su integración en las coordenadas del sistema capitalista–, sin la superación de las contradicciones que impidieron el desarrollo de la burguesía liberal, la literatura –como el país– hubiera ido por otro lado: existirían nuevas contradicciones –igualmente de clase– que determinarían en última instancia la producción literaria de Max Aub. Pero las contradicciones estructurales existentes han sobredeterminado la literatura de Aub que, en la década de los cincuenta se ha caracterizado, por una vuelta a la imaginación. El abandono de la realidad, por lo tanto, es un efecto de las concretas relaciones de producción en las que el escritor se inscribe. Es cierto que lo existencial y lo humano atraviesa la literatura de forma transversal y por ello ha sido necesario analizarlo con el mayor detalle, el rigor, la exhaustividad y la atención que requería. Sin embargo, esto no nos puede desviar en nuestra convicción –que tomamos de Louis Althusser– de que el autor no se comporta sino como un ser anónimo que reproduce la estructura del mundo en el que vive. Lejos de ser causa y origen de la obra que produce, no es más que un efecto estructural de las relaciones sociales que configuran el universo ideológico y determinan, en última instancia, su producción.

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I. Soldevila, El compromiso de la imaginación, cit., p. 131.

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Congreso Internacional de Escritores: la diáspora de los delegados españoles MANUEL AZNAR SOLER GEXEL-CEFID-Universitat Autònoma de Barcelona

Tras el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz, celebrado en la ciudad polaca de Wroclaw del 25 al 28 de agosto de 1948, la Unión de Intelectuales Españoles (UIE) en Francia organizó en el Hotel Lutetia de París un acto en el que la delegación española en dicho Congreso «expuso sus impresiones sobre el mismo a los directivos de los organismos políticos y sindicales republicanos radicados en París y otras personalidades españolas». En este acto, presentado por José María Quiroga Pla como presidente de la UIE de Francia, intervinieron Wenceslao Roces, Félix Montiel y José Giral –presidente de la delegación española en Wroclaw–, quien leyó una ponencia que se iniciaba con un recuerdo al Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura1, inaugurado el 4 de julio de 1937 en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Valencia, por entonces capital de la República española2: Es para nosotros un gran honor traer a este histórico Congreso la representación de la España republicana. Muchos de los aquí reunidos estuvieron también presentes en el Congreso para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia y Madrid en el año 1937, bajo los auspicios de la República española, en guerra contra sus agresores fascistas, Congreso que fue el antecedente inmediato del actual3.

En el Congreso de 1937, inaugurado en Valencia aquel 4 de julio por el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín, intervinieron diversos escritores españoles a lo largo de sus se1 Pueden consultarse los materiales del Congreso de 1937 en Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Actas, ponencias, textos y documentos, M. Aznar Soler y L.-M. Schneider (eds.). Valencia, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana, 1987. Recientemente he publicado una nueva edición, corregida y aumentada, con el título de Materiales documentales del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (Valencia-Madrid-Barcelona-París, julio de 1937), Sada, Ediciós do Castro, Biblioteca del Exilio, 2008. 2 Sobre el tema puede consultarse mi libro Valencia, capital literaria y cultural de la República, Valencia, Universitat de València, 2007. 3 «Moción española al Congreso de Wroclaw», Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles en Francia 45/46/47 (1948), p. 1. Esta «moción», fechada en Wroclaw el 25 de agosto de 1948, está firmada por «Dr. José Giral.– Pablo Picasso.– Honorato de Castro.– Wenceslao Roces.– Félix Montiel» (op. cit., p. 2).

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siones: Julio Álvarez del Vayo, entonces comisario de Propaganda; José Bergamín y Joaquín Xirau el día 4 en Valencia; Bibiano Osorio Tafall en Madrid el día 5; Corpus Barga en Madrid el día 6; María Teresa León y Gustavo Durán en Madrid el día 7; José Bergamín en Madrid el día 8; Jaume Serra Húnter y Carles Salvador, en nombre de las delegaciones respectivas de Catalunya y el País Valencià; Rafael Dieste, los trece firmantes de la ponencia colectiva de escritores y artistas españoles, Fernando de los Ríos y Antonio Machado en Valencia el día 10; Rafael Alberti, María Teresa León y Lluís Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya, el día 11 en Barcelona; Bergamín en París el día 16; y, finalmente, Ramón J. Sender en París el día 17. Así, junto a nombres del prestigio de Antonio Machado, resaltemos los de las entonces jóvenes esperanzas de la literatura republicana, muy singularmente los de los firmantes de la ponencia colectiva de escritores y artistas españoles, leída el día 10 de julio de 1937 en Valencia por Arturo Serrano Plaja, a saber: Antonio Sánchez Barbudo, Ángel Gaos, Antonio Aparicio, Arturo Serrano Plaja, Arturo Souto, Emilio Prados, Eduardo Vicente, Juan Gil-Albert, José Herrera Petere, Lorenzo Varela, Miguel Hernández, Miguel Prieto y Ramón Gaya. Los escritores republicanos que compusieron la delegación española en aquel Segundo Congreso, «leales» a la legitimidad democrática representada por un Gobierno del Frente Popular que había vencido en las elecciones de febrero de 1936, no podían imaginar hasta qué punto la victoria franquista en 1939 iba suponer una ruptura traumática en sus trayectorias vitales y artísticas: hasta qué punto aquella victoria los iba a dispersar en 1939 por los distintos continentes del mundo en un exilio que iba a durar muchos años, demasiados para la mayoría de ellos4.

I. Enfermo de exilio, el 22 de febrero de 1939 murió en Collioure, pueblo situado en el mediterráneo francés, el escritor Antonio Machado. Por entonces, el poeta Antonio Aparicio permaneció asilado durante dieciocho meses en la Embajada chilena en Madrid y, por ello, fue uno de los redactores de la revista Luna, publicada en ese espacio de un «exilio» tan singular que, en rigor, era a la vez un espacio de exilio en el propio Madrid. Por su parte, Miguel Hernández iniciaba un calvario que, desde la equivocada frontera portuguesa, iba a conducirle hasta la cárcel de Alicante, donde murió el 28 de marzo de 1942. Por su parte, Ángel Gaos tuvo más suerte que el poeta puesto que, prisionero también en cárceles franquistas y, posteriormente, condenado a muerte, pudo finalmente exiliarse en México. Algunos de los escritores republicanos que habían conseguido atravesar la frontera francesa, como Corpus Barga, iban a permanecer, sin embargo, en territorio francés y, por tanto, a participar activamente en la Resistencia contra el nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial, así como en la fundación en 1944 de la Unión de Intelectuales Españoles en Francia. Pero muchos otros escritores republicanos españoles, tras su experiencia en los campos de concentración franceses (por ejemplo, en el de Saint-Cyprien estuvieron José Herrera Petere, Miguel Prieto y los redactores de la revista Hora de España), consiguieron embarcar en puertos europeos para realizar una travesía oceánica que los condujo a América. Y, desde luego, fruto de la inteligente y generosa política de asilo impulsada por el presidente Lázaro Cárdenas, México fue el país americano que acogió a la flor y nata de la intelectualidad republicana española, aunque no debemos olvidar a nues-

4 He intentado un ensayo de interpretación de aquel proceso histórico de las vanguardias artísticas en mi libro República literaria y revolución (1920-1939), Sevilla, Renacimiento, Biblioteca del Exilio, 2008.

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tros escritores exiliados en Argentina (Rafael Alberti, Rafael Dieste, María Teresa León, Arturo Serrano Plaja), Chile o los propios Estados Unidos (Gustavo Durán, Fernando de los Ríos, Ramón Sender). Es el caso de, por ejemplo, José Bergamín y el grupo fundador de la Junta de Cultura Española en París, que embarcaron en el vapor holandés Veendam, en el que también viajaron, entre otros, el poeta Emilio Prados y el pintor Miguel Prieto. Y es también el caso del grupo redactor de la revista Hora de España (Rafael Dieste, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, Antonio Sánchez Barbudo, Arturo Serrano Plaja, Lorenzo Varela), que realizó la travesía mexicana a bordo del Sinaia, barco en el que viajaron también Pedro Garfias, Juan Rejano y Adolfo Sánchez Vázquez. Por limitaciones de espacio y de tiempo, voy a tratar de describir, con la brevedad debida, las trayectorias en el exilio de 1939 de los dos grupos más representativos de escritores republicanos «leales» que intervinieron en aquel Congreso de 1937: el de la revista Hora de España y el grupo que, en torno a José Bergamín, constituyó en París la Junta de Cultura Española.

II. En la primavera del año 1939 una fotografía refleja en su exilio francés de Poitiers los rostros serios de cuatro redactores de la revista Hora de España, de cuatro escritores republicanos de la España vencida: Rafael Dieste, Juan Gil-Albert, Antonio Sánchez Barbudo (con su mujer, Ángela Selke, y su hijita, Virginia) y Arturo Serrano Plaja. Han llegado, invitados por el escritor francés Jean-Richard Bloch, a La Mérigotte, una hermosa casa de campo de su propiedad. Y han llegado a esta casa de campo en Poitiers desde el campo de concentración de Saint Cyprien, en donde han compartido la suerte de miles y miles de republicanos vencidos. Conocemos los pormenores de esa aventura vital por los testimonios que con posterioridad han escrito sus propios protagonistas, por ejemplo Antonio Sánchez Barbudo, que es quien, a mi modo de ver, ha narrado los hechos con una mayor precisión: En los últimos días de la guerra tenía yo a mi cargo la publicación del diario del Ejército del Este. Se hacía el periódico, generalmente, en un pueblo de la retaguardia; pero estábamos en retirada, y desde fines de 1938, los traslados de lugar habían sido cada vez más bruscos y frecuentes. Conmigo estaba Rafael Dieste, y en las últimas semanas, previendo ya el colapso total del frente de Cataluña, se sumaron a nosotros Ramón Gaya y Juan Gil-Albert. Todos ellos de Hora de España5.

El itinerario de este singular grupo de escritores puede ser representativo de la tragedia colectiva republicana durante este primer exilio francés: primero, la huida de Cataluña y el cruce de la frontera francesa el 9 de febrero de 1939; a continuación, internos en el campo de concentración de Saint Cyprien, en donde se reúnen los cuatro escritores antes mencionados con Ramón Gaya –su mujer, Fe Álvarez, había muerto en Figueres durante el penúltimo bombardeo de la aviación franquista– y Lorenzo Varela; su posterior liberación y alojamiento temporal en un modesto hotel de Perpignan, en donde permanecería Ramón Gaya; y, por último, Dieste, Gil-Albert, Sánchez Barbudo y Serrano Plaja –quien acabaría casándose al cabo de poco tiempo con Claude, hija de Jean-Richard Bloch y de una hermana de André Maurois– pasaron a instalarse en La Mérigotte. Pero vale la pena intentar reconstruir este itinerario paso a paso. 5

A. Sánchez Barbudo, «El grupo Hora de España en 1939», Ensayos y recuerdos, Barcelona, Laia, 1980, p. 98.

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El 9 de febrero de 1939, tras dejar atrás Figueres, aquel grupo de escritores consiguió cruzar la frontera francesa: Anduvimos casi toda la noche por la carretera, bajando hacia el llano. Al día siguiente, hacia el mediodía, ya muy cerca del campo, Saint Cyprien, al que íbamos a parar, nos detuvimos en un pueblo donde vimos a muchos conocidos. Y allí encontramos también a Lorenzo Varela y a Arturo Serrano Plaja, que venían con sus respectivas unidades6.

Tras el infierno de la guerra, nuestros cuatro escritores van a ingresar, junto con cuarenta mil republicanos españoles, en el campo de concentración de Saint Cyprien, su purgatorio: Estábamos en febrero, con los Pirineos nevados. Y nuestras escasas reservas nos hacían más vulnerables al frío. Formamos un grupo minoritario, Ramón, Arturo, Sánchez Barbudo, Rafael Dieste y yo. Casi la redacción de Hora de España7.

A la dureza de la vida cotidiana en el campo de concentración se han referido tanto Sánchez Barbudo como Gil-Albert en las páginas finales de su Memorabilia. Y esa dureza no era tan sólo un problema de supervivencia física, sino también de supervivencia moral: Luego vinieron los campos de concentración: los hombres retrocedidos, humillantemente, a su condición gregaria, relegados al margen de la ciudad, en el ager publicus, y desposeídos, con brutal insolencia, de su cualidad inherente, la de humanizarse8.

A esa sensación de deshumanización, de abatimiento por la derrota («En Francia, en los campos de concentración, tumbados en la arena, nos habíamos sentido abatidos, miserables»9), se sumaba una actitud colectiva de desprecio y rencor por la política de no-intervención practicada por las democracias burguesas occidentales ante una República española agredida por el fascismo internacional –no olvidemos nunca que la República no hizo la guerra, sino que se la hicieron–: «Frente a la Europa democrática, Francia e Inglaterra especialmente, no sentíamos sino desprecio y rencor»10. Supervivencia física, pero también supervivencia moral. Y, en este sentido, Gil-Albert acierta a narrar un «episodio cervantino», una «novela ejemplar» que tiene a Rafael Dieste por protagonista y que revela la calidad moral y la espléndida «rareza» espiritual de aquellos hombres: la lluvia arrecia en Saint Cyprien y ellos, a cobijo de unas «escuetas techumbres», viven una casual situación de privilegio, amenazada por la violencia de una multitud que desea inútilmente guarecerse de la tromba. Dieste, tras unas palabras en que manifiesta que la dignidad ha de ser una cualidad inherente a la condición del exiliado republicano español, informa que cede su lugar a otra persona y, en el silencio perplejo de la colectividad, una voz da paso a una risa colectiva que estalla ya por completo relajada: «Lo que tú eres es un... raro»11. En efecto, «raros» en su más noble sentido espiritual resultan estos escritores de la revista Hora de España hasta en Saint Cyprien, hasta en un campo de concentración. Eso sí: también tu-

6

A. Sánchez Barbudo, op. cit., p. 100. J. Gil-Albert, «Memorabilia (1934-1939)», Memorabilia, Barcelona, Tusquets, 1975, p. 264. 8 J. Gil-Albert, op. cit., p. 271. 9 A. Sánchez Barbudo, op. cit., p. 89. 10 A. Sánchez Barbudo, op. cit., p. 90. 11 J. Gil-Albert, op. cit., p. 276. 7

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vieron más suerte que la mayoría de sus compañeros al poder abandonarlo muy pronto. Y poco importa que fuese a través de «un enviado de la Alianza de Intelectuales –tal vez Jean Camp-», como apunta Gil-Albert12, o, como sostiene Sánchez Barbudo, a través de «un cuáquero inglés que venía de Londres» con una lista de nombres que le había proporcionado el escritor norteamericano Waldo Frank13. Lo cierto es que de Saint Cyprien pasaron a un modesto hotel de Perpignan, para instalarse luego en Poitiers: «Gaya se quedó en Perpignan, mientras los demás, Dieste, Plaja, Gil-Albert y yo, salimos hacia la casa que en Poitiers nos brindaba Jean-Richard Bloch»14. Podemos imaginar fácilmente cómo el tránsito de Saint Cyprien a Poitiers debió vivirlo nuestro grupo de escritores, tras el infierno de la guerra, como el tránsito del purgatorio al Paraíso: «Sentíamos todos, claro es, el vivo contraste entre aquel mundo idílico y el otro, que acabábamos de dejar, de la guerra y derrota, muerte y sufrimiento»15. La comida abundante, la paz del campo, la primavera, una biblioteca selecta, el placer de la música o la libertad del ocio eran elementos que ayudaban al reencuentro espiritual de cada escritor consigo mismo; a superar la pesadilla de la guerra, a vencer la amargura del exilio y a mantener una leve esperanza sobre el porvenir, sobre la reconstrucción personal de sus vidas y sobre la reconstrucción colectiva de su pueblo: Al principio estábamos todos en Poitiers como en espera, pues se hablaba de la posibilidad de volver a España, a la zona del centro. Pero pronto, con la caída de Madrid, por desgracia se acabaron las dudas16.

Consumada la derrota, Poitiers era pues la primera estación de un exilio definitivo. En medio de tantas adversidades, La Mérigotte era un paraíso, pero también una deuda contraída por todos ellos con la solidaridad de Jean-Richard Bloch, cuya hija Claude acabaría casándose, como hemos visto, con Arturo Serrano Plaja: Jean-Richard Bloch y su esposa (hermana de André Maurois) llegaron de París para estar unos días con nosotros. Si teníamos queja de los franceses en general, no era ése el caso ciertamente con personas como los Bloch, que nos acogieron con una gran cordialidad y a la vez con exquisita delicadeza. Nunca quizás agradecimos bastante lo que ellos y otros, como los cuáqueros o como Lady Hall y Waldo Frank, hicieron por nosotros y por otros refugiados17.

Pero, a juzgar por los testimonios escritos, para nadie resultó tan decisiva, vital y literaria aquella estancia en Poitiers como para Juan Gil-Albert: ¡Lo que nos ha sucedido! Siempre recordaré lo que puede ser para un hombre la llegada de la primavera […]. Era en Poitiers. Habíamos salido del «campo de concentración» y transportados por ensalmo, como en los cuentos de hadas, de la más baja forma de la existencia a la cumbre del bienestar: de la vejación y la miseria al rosado declive de la Primavera […]. Cargados abundosamente con nuestra lectura nos distribuíamos por las habitaciones de la planta baja, que se

12

J. Gil-Albert, op. cit., p. 269. A. Sánchez Barbudo, op. cit., p. 101. 14 Ibid., p. 102. 15 A. Sánchez Barbudo, «Leyendo y recordando a Juan Gil-Albert», en Ensayos y recuerdos, ob. cit., p. 59. 16 A. Sánchez Barbudo, «El grupo Hora de España en 1939», op. cit., p. 103. 17 A. Sánchez Barbudo, op. cit., pp. 102-103. 13

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abrían a la luz del campo y escuchábamos, como formando parte de la floreciente claridad general, allegros de Vivaldi y rondós de Mozart […]. Acabábamos de perder tantas cosas. ¡Quién sabe si un mundo!: el que nos proponíamos realizar. Pertenecíamos «aún» a un organismo que sangraba y puede que entonces cada uno de nosotros éramos a manera de una herida sobre un cuerpo convulso. Y las heridas se engangrenan o se restañan; no hay más. En unos se restañaron y en otros... Pero ya como individuos, como individualidades, aisladamente, cada cual como partícula idónea de un destino que en un momento dado, de excepción, nos fue común […]. Leía yo entonces a Montaigne y a Ronsard […]. En aquel breve reposo francés se me hizo la luz sobre tantas cosas... de este mundo; sobre tantas cosas humanas […]. Breve reposo, sí. Nuestra peregrinación no había hecho sino comenzar. Hubimos de abandonar la primavera: tal vez, por mucho tiempo, la última –América la desconoce–. El valle había ido floreciendo con profusión y arbustos diseminados por doquier, de reciente hoja clara, se empenachaban en sus extremos con magnificencia: eran las lilas18.

Las lilas, aquellas lilas francesas que en 1939, a pesar de la amargura, dolor, sufrimiento y angustia por la reciente derrota, inspiraron al poeta Gil-Albert unos versos primaverales: Una primavera en Francia yo vivía como acosado del destino, alejado de los demás hombres, en la campiña francesa bajo dulces cielos, en los días en que de la vaguedad invernal comenzaban a surgir y dibujarse las graciosas formas de la naturaleza […]. Hasta que triunfantes llegaron las lilas19.

Son versos de «Las lilas», un poema de su libro Las ilusiones, escrito durante algún día de aquella primavera francesa que Gil-Albert vuelve a evocar en su Crónica general: Salía yo al valle y bajaba hasta las lilas como si aquel esplendor que se me ofrecía tan ampliamente, tan por así decirlo, sin recato, pero sumido no obstante en el misterioso vaho de su procedencia natural, me compensara momentáneamente de todo lo que hubiera podido perder, mi casa, los míos, mis costumbres, mi querencia, y el proyecto de mi participación en la aventura de un posible mundo más humanitario para mi país20.

Esplendor de las lilas, expresión de ese «beau temps» al que se refería también Mercè Rodoreda en una carta a Domènec Guansé fechada el 3 de mayo de 1940, carta escrita sobre una mesa

18

J. Gil-Albert, Los días están contados, Barcelona, Tusquets, 1974, pp. 128-131. J. Gil-Albert, «Las lilas», Las ilusiones, Buenos Aires, Ediciones Imán, 1944, pp. 41-44; repruducido en Obra poética completa, t. I, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 1981, pp. 186-188. Léanse las inteligentes observaciones de Sánchez Barbudo al comportamiento de Gil-Albert en aquellos días franceses en «Leyendo y recordando a Juan Gil-Albert» (ob. cit., pp. 59-63), en donde reafirma «la gran intensidad y autenticidad de sus sentimientos» (op. cit., p. 61). 20 J. Gil-Albert, Crónica general, Barcelona, Tusquets, 1974, p. 422. 19

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en la que un ramo de lilas despedía un intenso y mareante olor. Lilas de 1939 las de Gil-Albert o lilas de 1940 las de Mercè Rodoreda que venían a reconciliar a ambos escritores republicanos con la primavera y con la vida, es decir, con la resurrección de sus deseos, proyectos e ilusiones. Aquella primavera de 1939 fue una primavera de esplendor, unos meses cortos pero intensos, una primavera compartida en La Mérigotte por aquel grupo de redactores de Hora de España antes de su inevitable dispersión geográfica, unos en Francia y los otros a Argentina o a México: Un par de meses después de que florecieran aquellas lilas, fuimos Gil-Albert y yo a embarcarnos a un puertecillo que estaba no lejos de las playas en las que aún sufrían y esperaban millares de refugiados. Nos acompañaban mi mujer y mi pequeña hija, que se habían juntado conmigo en Poitiers. Por el camino se unieron a nosotros Gaya y Lorenzo Varela, que habían estado en Toulouse, e iban también a embarcar. Los Dieste iban a la Argentina, Serrano Plaja se quedaba en Francia21.

La mayoría de ellos (Gaya, Gil-Albert, Sánchez Barbudo, Lorenzo Varela) embarcaron rumbo a México en el Sinaia, «un viejo barco antes usado para transportar peregrinos a La Meca»22, mientras que Rafael Dieste pudo reunirse al fin en Poitiers con su mujer, Carmen Muñoz, tras la convalescencia de ésta en el hospital parisino de La Pitié. Con la ayuda desde La Haya del entonces ministro uruguayo Carlos Gurméndez –quien les facilitó un laissez-passer para viajar desde Francia a Holanda–, los Dieste embarcaron en el puerto de Rotterdam a bordo del carguero Alwaqui hacia Uruguay, en donde residían dos hermanos de Rafael: Eduardo y Enrique. Allá permanecieron aproximadamente un mes hasta que, vencidos los obstáculos burocráticos y completada su documentación, el 11 de julio de 1939 iniciaron en Buenos Aires su fecundo exilio argentino. Tanto Rafael Dieste desde Montevideo (el 7 de junio) como Juan Gil-Albert (La Mérigotte, 21 de mayo) –ambos en lengua francesa–, así como Antonio Sánchez Barbudo desde Perpignan (el 1 de mayo) y desde México D.F. (sin fecha), remitieron a Jean-Richard Bloch cartas de agradecimiento por su solidaridad. Como testimonio de aquella experiencia de La Mérigotte se conservan entre el epistolario de Jean-Richard Bloch, cuyo archivo está depositado en la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de París, siete cartas que son las voces que iluminan el silencio de nuestra fotografía; cartas escritas por los redactores de Hora de España al calor del agradecimiento por su solidaridad y ayuda, sin silenciar las dificultades económicas del grupo; o escritas ya desde una instalación aún precaria en el exilio americano, como la de Dieste desde Montevideo –en donde la distancia física no elimina el deseo de colaboración y diálogo con sus demás compañeros–, o como la de Sánchez Barbudo desde México, perplejo ante la situación política de un país teóricamente gobernado por un partido, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), un partido «revolucionario» aunque «institucional», sin que falte tampoco la preocupación solidaria por los compañeros en prisión o condenados a muerte –Miguel Hernández, Ángel Gaos–, mencionados por Serrano Plaja. Estas cartas, que hace tiempo edité, constituyen, por su valor literario y testimonial, la voz de un grupo excepcional de escritores, los redactores de Hora de España, en

21 A. Sánchez Barbudo, «Leyendo y recordando a Juan Gil-Albert», op. cit., p. 63. El propio Sánchez Barbudo es autor de un trabajo sobre «Serrano Plaja en mi recuerdo y en sus poesías», publicado en VVAA, Homenaje a Arturo Serrano Plaja, Madrid, Taurus, 1985, pp. 11-46, en donde alude brevemente a la estancia en Poitiers (op. cit., pp. 34-35). 22 A. Sánchez Barbudo, «Introducción» a la reedición facsimilar de la revista Romance. Verlag Detlev Auvermann, Biblioteca del 36, 1974, p. s/n.

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un momento excepcional no sólo de sus biografías personales, sino también de nuestra historia colectiva23. El Sinaia zarpó del puerto francés de Sète en la madrugada del 26 de mayo de 1939 y, tras realizar sendas escalas en islas Madeira (28 de mayo) y Puerto Rico (6 de junio), llegó al puerto mexicano de Veracruz el 13 de junio. Y a bordo del Sinaia viajaron, entre otros, los redactores de la revista Hora de España antes mencionados, así como, alojados en literas en las bodegas del barco, Pedro Garfias, Juan Rejano y Adolfo Sánchez Vázquez24. Y también, entre otros, escritores como Manuel Andújar, Isidoro Enríquez Calleja, Ramón Iglesia, Jesús Izcaray, Benjamín Jarnés, Pedro Moles, Eduardo de Ontañón, Adolfo Vázquez Humasqué y Antonio Zozaya; o artistas como José Bardasano, Enrique Climent, Germán Horacio, María Izquierdo, Ramón Tamayo o Ramón Peinador.

III. No quisiera desaprovechar, aquí y ahora, esta conmemoración madrileña del 14 de abril de 1931 para rendir este 14 de abril de 2008 un cálido homenaje al escritor republicano José Bergamín, presidente durante los años de la Guerra Civil de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura de España (AIDC). Con la autoridad moral que le confería su cargo, intervino muy activamente en las sesiones de aquel Congreso de 1937 (Valencia, Madrid, Barcelona y París) y, a partir de 1939, fue protagonista indiscutible de la política cultural republicana en el exilio. En efecto, algunos republicanos que habían tenido el privilegio de evitar la experiencia de los campos de concentración empezaron a organizar en Francia la resistencia política y cultural a la Dictadura Militar franquista. En este sentido, resulta crucial la creación en París el 13 de marzo de 1939 de la Junta de Cultura Española –en buena medida heredera, como organización unitaria y frente popular, de la antigua AIDC–, expresión rotunda de la reafirmación colectiva por parte de la intelectualidad republicana de una convicción muy profunda: la de que la continuidad de la tradición cultural española era patrimonio de la intelectualidad exiliada. A través de la revista España Peregrina, podemos reconstruir la pequeña historia de esta Junta de Cultura Española. Ramón Xirau, prologuista de la reedición facsimilar de la revista –quien afirma que «había salido de España lo mejor de su mundo intelectual»–, escribe: El 13 de marzo de 1939, pocos días antes de la caída de Madrid, se fundó en París la Junta de Cultura Española, presidida por Bergamín, Josep Carner, Juan Larrea y –miembros de ella– Juan M. Aguilar, Roberto F. Balbuena, Corpus Barga, (Pedro) Carrasco Garrorena, (José María) Gallegos Rocafull, Rodolfo Halffter, Emilio Herrera, Manuel Márquez, Agustín Millares, Tomás Navarro Tomás, Isabel O. de Palencia, Pablo Picasso, Augusto Pi Sunyer, Enrique Rioja, Luis A. Santullano, Ricardo Vinós, Joaquín Xirau. Secretario: Eugenio Ímaz. En pocas palabras, estos nombres representaban, y representaban a gran altura, las artes, las ciencias, las letras y el periodismo español en el destierro. La Junta, por otra parte, excedía con mucho estos nombres. En el artículo VI de 23 Edité las siete cartas a Jean-Richard Bloch, con el título de «Los escritores españoles republicanos y la solidaridad internacional», en el apéndice 2 de mi libro Literatura española y antifascismo (1927-1939), Valencia, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana, 1987, pp. 419-431. 24 A. Sánchez Vázquez, «Recordando al Sinaia», Recuerdos y reflexiones del exilio, edición y estudio introductorio de M. Aznar Soler, Sant Cugat del Vallès, Associació d’Idees-GEXEL, 1997, pp. 35-40.

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sus estatutos leemos: «La Junta de Cultura Española se considera integrada por aquellos españoles en los que concurra la doble calidad: de estar desterrados y de ser creadores o mantenedores de la cultura española». Así, y de hecho, pasaban a ser miembros de esa agrupación intelectual todos los españoles exiliados25.

Por otra parte, en la revista España Peregrina se informaba sobre las «Actividades de la Junta de Cultura Española», surgida de la Agregación Cultural a la Embajada de España, situada entonces en una buhardilla de la parisina Avenida George V. Así, «después de varios cambios de impresiones, se citó a un grupo de intelectuales entonces en París a una reunión que tuvo lugar el lunes 13 de marzo en los locales que el Centro Cervantes disponía en el número 179 de la rue Saint-Jacques. A ella acudieron los señores Bergamín, Gallegos, Márquez, Pi y Suñer (Don Augusto), Xirau, Castro, Bonilla, Balbuena, Aguilar, Larrea, y la representación de Picasso. Se habló mucho de nuestra cultura y de América, presente en aquel acto, por feliz coincidencia, en la persona de Fernando Gamboa, de la Legación de México»26. Y en esta reunión, celebrada en aquel Centro Cervantes parisino que presidía Marcel Bataillon, se creó la Junta de Cultura Española, que estableció su sede en la propia avenue George V: Surgió por iniciativa de la Delegación de la Junta de Relaciones Culturales que venía funcionando en París, con el decidido propósito de salvar del desastre la propia fisonomía espiritual de nuestra cultura y de mantener entre los intelectuales españoles emigrados la unión, el sentido de responsabilidad y la continuidad de su obra, que el destierro ponía en grave riesgo de alterar o suspender. Dentro de una visión de conjunto que repetidas veces expuso a quien debía hacerlo, fue, desde un principio, preocupación fundamental de la Junta atender a la propia existencia individual de los intelectuales, creadores y mantenedores de nuestra cultura, ayudándoles a que encontraran los medios de sobrevivir decorosa y fructuosamente a la tragedia española. Esto exigía libertar de los campos de concentración a todos los que se pudiera, proporcionar ayuda económica a los que no estaban en ellos y buscar, para todos, países amigos en los que pudieran establecerse y reanudar sus trabajos27.

La ayuda solidaria de las organizaciones internacionales fue decisiva para conseguir la salida de los intelectuales republicanos de los campos de concentración franceses. Así, cabe resaltar las iniciativas y esfuerzos del Comité d´Accueil aux Intellectuels Espagnols de París, del Comité d’Aide aux Intellectuels de Toulouse o de los Comités de Ayuda a los intelectuales españoles en Suecia, Cuba, Estados Unidos, Canadá y Argentina, así como los de los cuáqueros del Comité de Ayuda británico. Y, por supuesto, es de estricta justicia subrayar también las gestiones de la propia Junta de Cultura Española ante las autoridades y representantes de los países de América (Argentina, Chile, Colombia, Cuba, Estados Unidos, México, República Dominicana, Venezuela) o ante la American University Union, el Comité Nacional Magisterial de Montevideo o la Hispano-Cubana de Cultura, gestiones que ayudaron a conseguir tanto la liberación como el posterior traslado a América de buena parte de nuestra intelectualidad republicana. Por otra parte, la Junta «juzgó oportuno suscribir una declaración colectiva que, por razones de con25 R. Xirau, «Saludo a España Peregrina en su edición facsimilar», prólogo a la «reproducción facsimilar de la edición de México, 1940 (números 1-9)», México Alejandro Finisterre (editor), 1977, p. VII. 26 «Fastos culturales. Una buhardilla y un manifiesto», España Peregrina 2 (marzo 1940), p. 78. 27 «Actividades de la Junta de Cultura Española», España Peregrina 1 (febrero 1940), p. 42.

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veniencia general, se decidió entonces conservar inédita»28: un Manifiesto, fechado en «París, marzo 1939», en el que se denunciaba la traición al pueblo español del coronel Casado «y la de aquellos otros que leales, al parecer, hasta el presente, se levantan hoy, para apuñalarle por la espalda y ampararse con el ofrecimiento de su cuerpo asesinado como trinchera de una paz que comercia con sangre el solicitado perdón de sus enemigos». Un Manifiesto que firmaban «José Bergamín, Juan Larrea, Roberto Fernández Balbuena, José Manuel Gallegos, Rafael Sánchez Ventura, Eugenio Ímaz, José Puche, Antonio Porras, Eduardo Ugarte, Emilio Prados, B. F. Osorio Tafall, Victorio Macho, Manuel Márquez, Juan María Aguilar, Corpus Barga, Paulino Masip, Andrés Herrera, Leonardo Martín Echeverría, Luis A. Santullano, A. Agramunt, etc.»29. Y, posteriormente, esta misma Junta publicó una Declaración titulada «Empeño de unidad», fechada «en París, a 15 de abril de 1939», cuyo primer párrafo decía así: La Junta de Cultura Española responde no sólo a la necesidad de que los intelectuales españoles expatriados a consecuencia de la bárbara invasión y persecución que padece su patria, encuentren medios de sobrevivir individualmente a la tragedia española, sino a la más profunda que la trasciende, de salvar la propia fisonomía espiritual de nuestra cultura, en su continuidad histórica, que esos intelectuales representan y que con ellos se encuentra amenazada gravísimamente hasta riesgo de perderse en su totalidad o en gran parte, probablemente la más calificada y valiosa30.

Una política cultural de necesaria unidad del frente popular que, contra sectarismos o banderías, la propia Junta ratificaría en otra declaración «a su llegada a México, en junio de 1939»: La Junta de Cultura Española, establecida en México, necesita afirmar en las presentes circunstancias y para conocimiento de todos sus amigos, mexicanos y españoles, que, ajena totalmente a actividades políticas de partido o bandería, entiende, no obstante, hallarse en la obligación de defender una política, una sola, la de la cultura, cuyo nombre es unión31.

Con la creación de la Junta de Cultura Española se trataba, por tanto, de «salvar la fisonomía de la cultura española en su continuidad histórica»32. Ahora bien, la presencia en la reunión fundacional de Fernando Gamboa, «secretario de confianza del Lic[enciado] Narciso Bassols, Ministro de México en París»33, iba a determinar que la mayoría de intelectuales españoles republicanos se exiliara a América y, más concretamente, a México. El testimonio de Juan Larrea resulta, en este sentido, sumamente valioso: La presencia de Fernando Gamboa dio como fruto que la flamante Junta recibiera de inmediato el mejor espaldarazo de la Legación mexicana. Merced a la visión generosa del Presidente, General Lázaro Cárdenas, estaban ya sus representantes en París dando pasos concretos para acoger, en el seno de la bien llamada durante siglos Nueva España, a un nutrido grupo emigratorio. Y

28

«Fastos culturales. Una buhardilla y un manifiesto», España Peregrina, 2 (marzo 1940), p. 79. Ibid., p. 79. 30 «Empeño de unidad», España Peregrina, 8-9 (octubre 1940), p. 115. 31 Ibid., p. 115. 32 Boletín al Servicio de la Emigración Española 1 (15 de agosto de 1939). 33 J. Larrea, «A manera de epílogo», epílogo a la «reproducción facsimilar de la edición de México, 1940 (números 1-9)», México, Alejandro Finisterre (editor), 1977, p. 75. 29

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con miras a facilitar su aceptación sin reservas por los nativos de aquel país, creyeron muy conveniente que dicho caudal de inmigrados fuese precedido por la llegada de un pequeño grupo selecto de científicos, escritores y artistas distinguidos, cuya activa presencia predispusiera en México los ánimos para la favorable recepción de la masa popular republicana34.

Así, y según el testimonio del propio Larrea, tras una sesión extraordinaria presidida en la Legación por el Licenciado Bassols, se decidió de común acuerdo la víspera de la partida, arrendar en la capital mexicana un local adecuado para el mejor desenvolvimiento de la empresa cultural emigrante –reuniones, conferencias, exposiciones artísticas, etc.–, a la vez que editar dos revistas: una con destino a un público extenso, y otra de nivel cultural superior, más estrictamente española y, por ello, restringida. Todo lo cual se registró en un acta firmada por el Presidente de la Junta, José Bergamín, que recibió de manos del Licenciado Bassols un cheque de diez mil dólares […]. En consecuencia, el 6 de mayo salieron los viajeros hacia México, vía New York35.

Esos viajeros que embarcaron en el buque holandés Veendam eran la mayoría de los dirigentes de la Junta (Bergamín, Bosch Gimpera, Emilio Prados, Josep Renau, Antonio Rodríguez Luna), a excepción de Eugenio Ímaz y del propio Juan Larrea, quien el 26 de octubre de 1939 embarcó en Burdeos «con el último visado mexicano de aquel cupo migratorio. Mas no lo hice sin antes haber dejado funcionando en París una delegación compuesta por José M. Giner Pantoja y José María Quiroga Pla, para proseguir la ayuda a los campos de concentración y aliviar, si no resolver, los problemas de los allí confinados»36. Presidida por José Bergamín, la Junta de Cultura Española, pese a sus penurias económicas, pudo establecerse primero «en un pequeño apartamento de la Avenida del Ejido 19»37 y, finalmente, en «un amplio y hermoso local en la calle Dinamarca, número 80, en cuyo anexo interior se había establecido la incipiente Editorial Séneca, de cuya conveniencia habíamos también conversado entre nosotros en París»38. En esta «Casa de la Cultura Española» –no olvidemos aquella Casa de la Cultura que estuvo instalada en la calle de la Paz de Valencia cuando la evacuación de los intelectuales republicanos de Madrid a Valencia en noviembre de 193639– se montó una biblioteca y se organizaron diversas iniciativas como conciertos, conferencias, exposiciones o representaciones teatrales. Los escasos bienes de la propia Junta de Cultura Española, que ya en el mes de junio de 1940 «estaban prácticamente consumidos»40, la obligaron a solicitar una ayuda económica del Servicio para la Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), dirigido en México por el doctor José Puche. A duras penas, dicha ayuda iba a posibilitar la existencia tanto de la editorial Séneca como de la revista España Peregrina.

34

J. Larrea, «A manera de epílogo», op. cit., p. 76. J. Larrea, op. cit., p. 76. 36 J. Larrea, op. cit., p. 77. 37 J. Larrea, op. cit., p. 77. 38 J. Larrea, op. cit., p. 77. 39 Sobre el tema puede consultarse «La Casa de la Cultura de Valencia», en mi libro Valencia, capital literaria y cultural de la República, op. cit., pp. 69-91. 40 J. Larrea, op. cit., p. 83. 35

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En cumplimiento del punto III de los Estatutos de la Junta de Cultura Española («Es propósito de la Junta evitar la disgregación de los intelectuales expatriados, estableciendo entre ellos relación constante, suscitando y apoyando ciertas iniciativas, coordinando otras, y procurando, por todos los medios a su alcance, que se establezcan en el destierro los órganos de creación, expresión y conservación de la cultura española que se juzguen necesarios»), Bergamín y Enrique Rioja constituyeron la Editorial Séneca «mediante escritura otorgada el 27 de octubre (de 1939), estableciendo el domicilio provisional en la céntrica calle de Gómez Farías, número 7». Domiciliada finalmente en el número 80 de la calle Dinamarca –el mismo de la Junta–, el catálogo de la Editorial Séneca41, sus setenta y tres títulos editados, reflejan perfectamente ese impulso de continuidad de la tradición cultural que animaba las iniciativas de la Junta de Cultura Española. En Séneca se editaron cuatro colecciones: Laberinto (Obras completas de Antonio Machado y de san Juan de la Cruz), Estela (Costumbres de los insectos, de Ignacio Bolívar), Árbol (Poesías líricas, de Gil Vicente; Disparadero español, de José Bergamín) y Lucero (Nabí, de José Carner; Memoria del olvido, de Emilio Prados; España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo; Entreacto, de José Herrera Petere). Las iniciales de estas cuatro colecciones, más las correspondientes a la propia Editorial Séneca, conformaban un acróstico de honda significación republicana (LEALES), que fue utilizado en los anuncios aparecidos tanto en la revista España Peregrina42 como en Romance. Por otra parte, y según el testimonio de Juan Larrea, la Comisión de la Junta de Cultura Española decidió el 13 de diciembre de 1939 «recomendar al plenario la publicación de una revista mensual, muy modesta, sin carátula, formada por un solo pliego de papel, y a dos columnas para aumentar su capacidad, llamada España Peregrina. Pocos días antes, ese mismo plenario había decidido que nuestra publicación se denominase así, título sugerido por José Bergamín, con preferencia al de España Viva insinuado por mí en contraposición al ominoso «Viva España» de las huestes castro-italo-marroquíes»43. Tras tres borradores sucesivos de Bergamín, Joaquín Xirau y Josep Carner, fue Juan Larrea quien acertó a sintetizar el Manifiesto que, a modo de editorial, se publicó en el número inicial de la revista con el título de «España peregrina»44. Una revista que, tras las consabidas dificultades económicas, tuvo su «prolongación transfigurada»45 en Cuadernos Americanos, cuyo primer número apareció en México en enero-febrero de 1942 y en donde constaban Jesús Silva Herzog como director-gerente, Juan Larrea como secretario y una Junta de Gobierno compuesta por once prestigiosos intelectuales: cinco españoles (Pedro Bosch Gimpera, Eugenio Ímaz, Juan Larrea, Manuel Márquez y Agustín Millares Carlo) y seis mexicanos (Daniel Cosío Villegas, Mario de la Cueva, Manuel Martínez-Báez, Bernardo Ortiz de Montellano, Alfonso Reyes y el citado Jesús Silva Herzog). Es bien conocida la trayectoria vital e intelectual de José Bergamín, ejemplo de escritor republicano «leal» de una compleja geografía exiliada: Francia (1939), México (1939-1946), Venezuela (1946-1947), Uruguay (1947-1954), París (1954-1958), Madrid (22 de diciembre de 195830 de noviembre de 1963, fecha de su expulsión de España), de nuevo Montevideo (1 de diciembre de 1963-1928 de enero de 1964), otra vez París (1964-1970), por segunda vez Madrid (abril de 1970-1982) y, finalmente, el País Vasco (9 de septiembre de 1982 hasta su muerte el

41 G. Santonja, Al otro lado del mar: Bergamín y la editorial Séneca (México, 19939-1949), Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1997, pp. 243-248. 42 España Peregrina 1 (febrero 1940), p. 48. 43 J. Larrea, «A manera de epílogo», op. cit., pp. 77-78. 44 «España Peregrina», España Peregrina 1 (febrero 1940), pp. 3-6. 45 J. Larrea, «A manera de epílogo», op. cit., pp. 85.

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28 de agosto de 1983) son países y ciudades que constituyen el mapa, complejo y convulso, de su exilio geográfico. José Bergamín fue enterrado el 29 de agosto de 1983 en el cementerio de Fuenterrabía: «En medio de un largo e impresionante silencio, cuando el sencillo ataúd, con una ikurriña cubriendo el crucifijo, era bajado a la fosa, la mayoría de los asistentes entonaron el Eusko Gudariak. Previamente, miembros de Herri Batasuna habían pedido autorización a la familia para colocar sobre el ataúd la ikurriña, lo que les fue concedido de inmediato»46.

IV. Paulino Masip publicó en 1939, precisamente bajo el sello editorial de la Junta de Cultura Española, ya entonces instalada en México, un libro titulado Cartas a un español emigrado en donde, entre otras cosas, afirmaba: Hemos venido a América –el alma polivalente de España lo permite y lo impone– para ser americanos, es decir, mexicanos en México, venezolanos en Venezuela, cubanos en Cuba, y rogamos que nos lo dejen ser porque ésta es nuestra mejor manera de ser españoles, y a mi juicio la única decente. ¿Qué significa esto? Significa la entrega absoluta de todas nuestras energías morales y físicas al país donde residimos, y la renuncia a peculiaridades adjetivas47.

La mejor manera según Masip, la más «decente» de ser español para un exiliado republicano que estaba en 1939 en América, era ser también americano, entregar toda su energía y su capacidad creadora a los países de acogida. En definitiva, Masip defendía que el exilio republicano español tenía un compromiso moral de «ejemplaridad» política: Un compromiso, si cabe mayor, en el caso de los intelectuales, tal como expresaba el anónimo redactor de «Una buhardilla y un manifiesto» en la revista España Peregrina: El problema de nuestra cultura presentaba para su resolución dos aspectos distintos. Por una parte era indispensable facilitar en un clima favorable la continuidad y desarrollo de dicha cultura, tanto más cuanto que la península, sometida a la tiranía de la letra que mata, quedaba inepta para todo florecimiento en el orden del espíritu. En segundo lugar, enmudecidos los cañones, la lucha por los hondos principios humanos sostenidos por la República, asumía nuevos caracteres, recayendo sobre los intelectuales el peso de la próxima jornada48.

Esa voluntad de continuidad sin ruptura de la tradición cultural y literaria española de una Edad de Plata que había alcanzado en los años republicanos el oro de su esplendor máximo, se concretó desde 1939 en una serie de iniciativas concretas: la creación de algunas editoriales (Séneca en México D.F.; Cruz del Sur en Santiago de Chile; Sudamericana, Losada, Emecé, Nova, Botella al Mar, Pleamar, Nuevo Romance, Poseidón, Bajel y la vasca Ekin en Buenos Aires), de

46 G. Penalva, Tras las huellas de un fantasma. Aproximación a la vida y obra de José Bergamín, Madrid, Ediciones Turner, 1985, p. 311. 47 P. Masip, Cartas de un español emigrado, M.a T. González de Garay (ed.), San Miguel de Allende, Ediciones del Centro Cultural El Nigromante, 1999, pp. 73-74 (primera edición: México, Publicaciones de la Junta de Cultura Española, 1939). 48 «Fastos culturales. Una buhardilla y un manifiesto», España Peregrina 2 (marzo 1940), p. 78.

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algunas revistas (Nuestra España y La Verónica en La Habana; España en Bogotá; España Peregrina y Romance en México; Cabalgata, Correo Literario, De Mar a Mar, España Republicana, Galicia Emigrante, Pensamiento Español o Realidad en Buenos Aires) y de algunas instituciones (El Colegio de México en octubre de 1940, transformación de la antigua Casa de España en México, creada el 1 de julio de 1938 por iniciativa personal del general Lázaro Cárdenas para acoger a los intelectuales españoles republicanos). En 1939 la voluntad de continuidad histórica de la tradición artística, científica, literaria e intelectual impulsó la política cultural de nuestro exilio republicano. Para ello, tras ayudar a solucionar a través de organismos como el SERE y la JARE los problemas básicos de viajes, vivienda y trabajo que le permitiera a nuestra intelectualidad republicana exiliada una vida digna y el desarrollo de sus facultades creadoras, desde la Junta de Cultura Española se defendió con enérgica rotundidad, contra inútiles sectarismos y estériles reinos de taifas, la necesaria unidad en torno al Frente Popular de la cultura española. Derrotados pero no vencidos, exiliados pero con la esperanza de un regreso que entonces aún parecía posible que fuese más pronto que tarde, las artes, las ciencias y las letras eran las armas que debía utilizar la intelectualidad republicana exiliada para seguir la lucha contra la mediocridad cultural y la miseria moral dominantes en la España de la Dictadura franquista. Una superioridad ética y estética, política y moral, que iluminaba con el fulgor de la esperanza tricolor la lucha cultural de nuestro exilio republicano de 1939 por la reconquista de la belleza, la justicia social, la democracia y la libertad.

V. A modo de epílogo, me parece que el contraste comparativo, geográfico y simbólico, entre las circunstancias de los entierros de dos figuras tan emblemáticas y «ejemplares» de nuestro exilio republicano de 1939 como Antonio Machado y José Bergamín –ambos participantes en el Congreso de 1937– constituye un ejemplo elocuente de la complejidad humana, artística, vital, literaria y política de la diáspora: uno, Antonio Machado, enterrado en febrero de 1939 en Collioure, envuelto en una bandera republicana; otro, José Bergamín, enterrado en agosto de 1983 en Fuenterrabía, envuelto en una ikurriña vasca. Y es que entre 1939 y 1983, políticamente hablando, había llovido mucho, sin duda demasiado para ese «peregrino en su patria» que fue el escritor madrileño y republicano exiliado José Bergamín.

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El archivo de la Spanish Refugee Aid. Otras voces y otras vidas del exilio JUSTIN BYRNE New York University en Madrid

Desde su creación en 1953 hasta su cierre definitivo en 2006, la Spanish Refugee Aid (SRA), una organización norteamericana de –como su propio nombre indicia– ayuda a los refugiados españoles jugó un papel clave en el apoyo material y emocional a los exiliados españoles, sobre todo en Francia. El archivo de la SRA, ahora catalogado y disponible para los investigadores en la Tamiment Library de la New York University, constituye una fuente de singular interés para los investigadores interesados en la ayuda humanitaria al exilio español, y también para todos aquellos interesados en la historia y la memoria de los exiliados españoles. Su interés reside tanto en la amplitud del periodo cubierto, que se extiende en primer lugar más allá del fin convencional del exilio en 1975-1976, como en la extraordinaria riqueza de la documentación contenida en su archivo. No sólo permite reconstruir con gran precisión toda la actividad de la organización, sino que también constituye una fuente única para la historia «desde abajo» del exilio español en Francia. Existen dos fuentes fundamentales para conocer la historia de la SRA y su archivo. En primer lugar, está una historia de la organización, que combina de forma algo idiosincrásica la historia, sus memorias y el testimonio de los propios refugiados, y que fue publicado por su fundadora, Nancy Macdonald en 19871, y en segundo lugar, el catálogo del archivo editado por la Tamiment Library, un guía esencial y ejemplar del archivo, que además de ser un trabajo de investigación en sí mismo, es de consulta obligatoria para cualquier interesado en la SRA y su archivo2. Han servido de base para la introducción a los fondos del archivo que se ofrece aquí, y que empieza con una necesariamente breve historia de la organización y descripción de las actividades de la SRA a lo largo de sus más de sesenta años de vida, y prosigue con una descripción igualmente somera de los contenidos y organización del archivo. Finalmente, en el tercer apartado del texto, se presentan algunas de las posibles líneas de investigación o de exploración a las que se prestan estos fondos, 1

N. Macdonald, Homage to the Spanish Exiles, Voices from the Spanish Civil War, New York, Human Sciences Press,

1987. 2 Tamiment Library / R. F. Wagner Labor Archive, Guide to the Records of Spanish Refugee Aid 1941-2006 (Mayor parte 1953-1983) Tamiment collection 326 [http://dlib.nyu.edu/findingaids/html/tamwag/sra.html]. Agradezco de forma muy especial a Gail Malgreem y a Laura Helston de la Tamiment Library por su ayuda y sugerencias a la hora de consultar el archivo.

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centradas en la historia de la organización en su contexto internacional y sobre todo en los exiliados que solicitaron y recibieron su ayuda; los datos y cartas, así como los relatos biográficos y autobiográficos de estos miles de exiliados que permiten descubrir otras voces y otras vidas del exilio.

La Spanish Refugee Aid Society (SRA) La historia de la SRA es inseparable de la de Nancy Macdonald, su fundadora y presidenta hasta su retiro en 1983 con 73 años de edad. Tal como queda demostrado en los textos mencionados, y confirmado en un reciente documental biográfico sobre su figura3, Macdonald no solamente tomó la iniciativa de crear la organización, sino que fue la fuerza motor de todas sus actividades a lo largo de los 50 años siguientes. Fue, sin duda, una norteamericana singular, una hija de la alta sociedad, nacida en Nueva York en 1910, quien después de recibir una educación esmerada en los mejores colegios privados, se casó con el conocido intelectual de izquierdas, Dwight Macdonald. Aunque ya había demostrado ciertas preocupaciones sociales y políticas, y venía de una familia de larga tradición filantrópica, Nancy debió a Dwight su apellido y también su plena inmersión en la política de izquierda. Empezaron a trabajar juntos en distintos proyectos políticos y editoriales, entre ellos en las revistas políticas-literarias Partisan Review, y Politics, que sirvieron como punto de encuentro de la izquierda anticomunista, europea y americana, de los años treinta y cuarenta. En 1939 los dos se afiliaron al Socialist Workers Party, de orientación trotskista, pero las simpatías de Nancy pronto evolucionaron hacia el anarquismo, y su actividad política a causas más que a partidos. Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, sirvió en comités creados para luchar contra la segregación en las Fuerzas Armadas de los EEUU y creó programas para apoyar a los escritores y artistas refugiados en Europa. Fue así, en un posterior trabajo con el Comité Internacional de Rescate, que conoció a los primeros exiliados españoles, militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y empezó a centrarse en los problemas de los mismos refugiados españoles. Macdonald tomó la decisión de fundar la SRA en 1952, después de una estancia de cuatro meses en Europa, un paso motivado por consideraciones de distinto orden, tanto personales como políticas. Por una parte, durante su visita a Francia había tenido la oportunidad de conocer a los exiliados muy de cerca, de hablar con individuos además de con representantes de las organizaciones del exilio y de las autoridades francesas. Dichos contactos le llevaron a varías conclusiones sobre su situación. Como cuenta en sus memorias: En 1952 todavía quedaban unos 160.000 exiliados políticos españoles en Francia […]. Muchos habían emigrado a México y América Latina, y algunos a otros países. Algunos habían muerto, y otros habían vuelto a España, de forma voluntaria u obligada. Pero en 1952 muy pocos volvían, y si lo hacían era para morirse allí. Aquellos con una vida por adelante optaron por vivir y criar a sus hijos en la Francia libre.

Calculaba que casi el 10 por ciento de los exiliados necesitaba algún tipo de ayuda porque padecían enfermedades crónicas, eran mayores, o viudas, y muchos habían llegado a Francia ya inválidos, habiendo sufrido la pérdida de extremidades, los ojos y de la salud durante el conflicto fratricida. 3

I. Mille (dir.), Remember Spain, Spanish Refugee Aid, Francia, 2006, 53 minutes.

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Y sus intensos contactos con los exiliados en 1952 le convencieron de que «existían grandes necesidades, pero era imposible hacer que los distintos grupos españoles en Francia cooperasen. La labor de ayudar a los exiliados españoles se tendría que hacer desde los Estados Unidos»4. Sus cifras fueron quizá exageradas (algunas estimaciones más recientes reducen el número de exiliados en Francia en 1950 a unos 125.000)5, pero su diagnosis de la situación era sin duda correcta. En 1952 Franco estaba a punto de salir oficialmente del ostracismo internacional a manos de los Estados Unidos y el Vaticano, y las esperanzas de un cercano colapso o derrota del Régimen se esfumaban. Nunca abundante, se estaba acabando la ayuda internacional para los exiliados españoles, perdidos entre el desinterés y los millones de los enormes flujos de exiliados y refugiados en Europa de la posguerra española y mundial, y de la Guerra Fría. Además, a medida que los exiliados se iban asentando en Francia, iban perdiendo parte de su fuerza, identidad y visibilidad. Tal como señalaba Macdonald, las necesidades de los menos afortunados, cada vez mayores, no dejaban de crecer, y no podían ser satisfechas por los distintos partidos, sindicatos e instituciones españoles, generalmente con pocos fondos, divididos políticamente, y muy reacios a la cooperación entre sí 6. A la vez que existía la necesidad, para Macdonald existía la oportunidad. Tenía experiencia en trabajar con refugiados, unos buenos contactos a quienes recurrir para ayuda, con rentas privadas, sin trabajo, y por lo tanto disponible. Como ella misma reconoció, «también quería enfocar mis energías y distraerme de mi matrimonio, por entonces en proceso de ruptura». Por otra parte, sentía una gran simpatía por los republicanos españoles y por su lucha contra el fascismo, a la vez que mucha vergüenza por el abandono de la República por parte de las democracias durante la guerra. Y era una convencida del poder de la justicia, de la voluntad y de la acción: años más tarde explicó su decisión en estos términos: «Siempre confío que uno tendrá éxito si la necesidad es genuina, y si uno puede presentar los hechos de forma “realista”, para que lleguen a la gente. Así que decidió hacer algo»7. Durante las siguientes tres décadas, hasta su jubilación en 1983, lo que hizo Macdonald fue dedicarse de lleno a la causa de los exiliados republicanos a través de la SRA. La SRA se registró en Nueva York en enero de 1953, con el objeto declarado de mejorar la salud y las condiciones sociales y atenuar el sufrimiento de los refugiados españoles no comunistas que residían en Francia a través de su mejoramiento físico y mental, y el desarrollo de programas para su educación y la creación de centros de servicios sociales8.

Sólo seis meses después ya contaba con más de 500 casos. A lo largo de las siguientes seis décadas, la SRA gestionó unas 5.000 solicitudes de ayuda más desde su oficina central en Nueva York y sus oficinas locales en París, Toulouse y Montauban, los tres grandes núcleos del exilio en Francia. En está última ciudad del Midi francés, la SRA abrió el Foyer Pablo Casals en 1961

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N. Macdonald, op. cit., pp. 89-91. A. Alted, La voz de los vencidos. El exilio republicano de 1939, Madrid, Aguilar, 2005, p. 100. 6 El estudio más completo del exilio en Francia es de G. Drefyus-Armand, El exilio de los republicanos españoles en Francia. De la guerra civil a la muerte de Franco, Barcelona, Crítica, 2000. 7 N. Macdonald, op. cit., p. 71. 8 Certificado de incorporación de la SRA, citado en Tamiment Library / Robert F. Wagner Labor Archive, Guide to the Records of Spanish Refugee Aid 1941-2006 [http://dlib.nyu.edu/findingaids/html/tamwag/sra.html]. 5

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para servir como lugar de encuentro y centro de distribución de su ayuda a los beneficiarios de la organización, muchos de ellos concentrados en la población y en sus alrededores. La SRA les proporcionó distintos tipos de ayuda según los casos. Además de dinero, comida y ropa, que algunos recibieron durante años, la SRA a veces suministró otros bienes (herramientas, máquinas de escribir o radios) y servicios. Organizó tratamientos médicos y dentales para sus beneficiarios, y gestionó información y contactos con otras organizaciones de ayuda y servicios sociales. Algunos hijos de exiliados recibieron becas de estudio. Un aspecto importante y novedoso de la labor de la SRA fue la creación de un programa de «apadrinamiento» de exiliados por parte de sus donantes, que se comprometieron a enviar ayuda a un individuo o familia a lo largo de un periodo determinado o de forma indefinida, dando lugar a relaciones que en algunos casos duraron décadas. En otros casos, la ayuda fue puntual y para responder a necesidades específicas. Aunque las naturales pérdidas demográficas, la integración en la sociedad francesa, y el retorno a España después de 1975 inevitablemente reducían las necesidades, cuando se disolvió en 2006 la SRA traspasó unas decenas de expedientes activos al Comité Internacional de Rescate (IRC).

El archivo El archivo de la SRA contiene la documentación administrativa y financiera, la correspondencia, y los expedientes individuales de los miles de beneficiarios de la organización. Cubre todas las facetas de su labor, desde la recaudación de fondos y donativos en los Estados Unidos y varios países europeos (se crearon comités de apoyo en Suiza, Alemania y Suecia, y relaciones de cooperación con varios individuos y agencias británicas), hasta el procesamiento de las solicitudes de ayuda, y la distribución de la misma en Francia. Aunque, como es lógico dada la evolución demográfica de sus beneficiarios, la mayoría de los documentos datan del periodo 19531983, abarcan toda la historia de la organización hasta su cierre en 2006. Están clasificados en cuatro series (I. Expedientes personales, 1941-2006; II. Archivo de la Oficina en Nueva York; III. Archivo de la Oficina en Toulouse; y IV. Recortes de prensa y varios), que en el caso de las tres primeras están a su vez formadas por distintas sub-series correspondientes a los distintos tipos de documentación que contienen. Existe, como entidad propia, una colección de fotos de la SRA, aunque las fotos de los propios refugiados están recogidas en la colección principal. Si la propia riqueza y variedad de los fondos impiden un resumen aunque fuera somero de sus contenidos de las casi 200 cajas de documentos, ocupando más de 30 metros de estantería, la ejemplar labor de catalogación de los archiveros de la Tamiment Library de la Universidad de Nueva York redundan tal tarea, ya que la magnífica guía de la colección, con un inventario completo de los fondos, legajo por legajo, está disponible en la red 9. De esta manera, facilita enormemente la labor de los investigadores, y permite a cualquier interesado buscar, por ejemplo, el nombre de un familiar o conocido y ver si tiene un expediente personal como solicitante y / o recipiente de ayuda. El permiso del archivo es necesario para consultar los expedientes personales (y se restringe su uso y citación de los mismos para mantener el anonimato de los beneficiarios), pero los documentos administrativos están abiertos a los investigadores sin restricciones.

9 Guide to the Records of Spanish Refugee Aid, 1941-2006 (la mayor parte entre 1953-1983), Tamiment colección 326 [http://dlib.nyu.edu/findingaids/html/tamwag/sra.html].

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Esta política, y el propio catálogo de la colección, reflejan un notable afán de facilitar el acceso a la colección, de democratizar los archivo y la investigación. Para muchos interesados, sin embargo, el problema del acceso al archivo reside en su ubicación en Tamiment Library en Nueva York. En el futuro, sin embargo, un convenio firmado entre la Tamiment y la Generalitat de Catalunya, que financió la catalogación de la colección, prevé la digitalización de la colección y un depósito de una copia en el Memorial Democrático que la Generalitat creó en 2007 como centro de depósito y estudio de documentación relacionada con la Guerra Civil, la Dictadura y sus víctimas. Es altamente deseable que esto ocurra, ya que el interés y la riqueza del archivo están fuera de toda duda, ya que ofrece materiales de enorme interés para explorar dimensiones pocas conocidas, y de difícil investigación, del exilio.

Posibles líneas de investigación Entre las muchas posibles líneas de investigación que abre el archivo de la SRA, a primera vista cabe destacar dos del catálogo y de la lectura de una mínima selección de sus legados que inspiran estas líneas.

La SRA: filantropía y política en la Guerra Fría En primer lugar, el archivo sirve para reconstruir la historia de la propia SRA, organización clave en la ayuda humanitaria al exilio, y un caso también interesante de la actividad filantrópica. Homage to Spain, el libro de historia-memorias– testimonio de la SRA publicado por Macdonald permite trazar en gruesas líneas su versión de su génesis y desarrollo, pero la apertura del archivo ahora hace posible escribir una historia documentada, exhaustiva y rigurosa de la organización. La labor de la SRA, requería, como es evidente, organización, financiación y colaboración. Todo está documentado en el archivo de la SRA, desde la organización interna, la contabilidad, o las actas de su comité, a los materiales producidos para recaudar fondos, y toda la correspondencia necesaria para reconstruir las relaciones entre Macdonald y sus colaboradores en la SRA, y entre la sede en Nueva York y sus oficinas en Francia, además de las relaciones que mantenía con individuos y entidades externas en los Estados Unidos, Europa, y por supuesto en el propio exilio. En una época anterior al correo electrónico, la SRA dejó todo documentado, y cajas y cajas de legajos por leer, un archivo impresionante para la historia organizativa de la SRA que queda por escribir. Esta historia de la SRA llevaría, por otra parte, hacia una historia mucho más amplia, ya que por la naturaleza de su labor y de su propia personalidad, Macdonald mantenía relaciones fluidas y prolongadas con muchas otras organizaciones e individuos. En primer lugar, con las otras organizaciones del exilio en Francia, partidos, sindicatos y asociaciones que canalizaron muchas de las solicitudes de ayuda, y en segundo lugar, con algunas figuras prominentes del exilio que apoyaron la organización. Entre ellas, y a modo de ejemplo, figuran el músico catalán Pablo Casals, durante muchos años el presidente de honor, pero muy activo, de la organización, o el trotskista Víctor Alba, o el intelectual liberal Salvador de Madariaga. Así que muchos estudiosos del exilio pueden encontrar en la correspondencia de la SRA, catalogado en su mayor parte por el

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nombre de la organización o individuo en cuestión, materiales de su interés, ya que la SRA agencia norteamericana, fue un pequeño, pero bien ubicado, polo del mundo del exilio en Francia a partir de los años cincuenta. De forma aún más interesante, la amplia correspondencia dejada por Macdonald nos permite reconstruir las extensas redes que construyó con muchas organizaciones políticas y sociales, y con toda una serie de escritores e intelectuales americanos y europeos. Así, en la colección encontramos, por nombrar unos pocos, legajos a nombre de Hannah Arendt y Albert Camus, la escritora norteamericana Mary McCarthy, el artista Alexander Calder, Noam Chomsky, los británicos Stephen Spender, Christopher Isherwood o Sonia Orwell (viuda de George Orwell), o el expresidente de México, general Lázaro Cárdenas, todos ellos patronos o cargos de la organización. En otras palabras, el archivo ofrece importantes materiales para la reconstrucción también de las redes intelectuales y políticas del exilio y de forma más amplia de la izquierda europea y norteamericana. O mejor dicho, de la izquierda no-comunista o anticomunista, ya que lo que compartían todos, o casi todos los individuos y organizaciones mencionados y relacionados con la SRA, era un anti-comunismo más o menos pronunciado. Los propios estatutos de la organización especificaban que su objetivo era ayudar a los exiliados no-comunistas. Aunque algunos comunistas o simpatizantes recibieron ayuda de la SRA, ésta se concentró en otras tendencias políticas, y durante toda su vida la SRA se negaba de forma aún más contundente a colaborar con cualquier organización o individuo comunista; no figuraban sin duda entre los empleados y colaboradores directos de la organización ni en Nueva York ni en Francia, entre quienes se encontraron en contraste, en algunos casos destacaron militantes republicanos, socialistas, pero sobre todo del POUM y del la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). En los años sesenta y setenta, los patronos de la SRA ocuparon muchas horas en debatir si mantener en el patronato a algunos de sus pares sospechosos de simpatías comunistas10. La postura anticomunista de la SRA respondía, de forma más evidente, a las posturas políticas de la propia Macdonald, quien simpatizaba, al menos en el contexto español, con los trotskistas del POUM y sobre todos con los anarquistas, y destacaba sobre todo por su acérrima oposición al estalinismo; su repetitivo uso del despectivo epíteto de commie para referirse a los comunistas ortodoxos (del Partido) llama la atención en sus cartas. El análisis de la correspondencia de Macdonald, y de las deliberaciones y actuación de la SRA, sin duda, ayudaría a definir con más precisión las posiciones políticas de ambas, y quizás a identificar en qué medida el anticomunismo fue causa o consecuencia de sus simpatías revolucionarias y libertarias, algo que no está aún totalmente aclarado. Según Macdonald, el énfasis puesto en la ayuda a exiliados no-comunistas reflejaba también su convencimiento, compartido por amplios sectores del exilio, de que los exiliados comunistas estaban mejor organizados y recibían más ayuda que los otros. Y sin duda reflejaba también el omnipresente anticomunismo en los Estados Unidos del McCartismo y de la Guerra Fría, y la necesidad estratégica de huir de cualquier asociación con el comunismo para no espantar a posibles donantes ni atraer la atención de las autoridades. Este afán es evidente, por ejemplo, en la columna periodística que Eleanor Roosevelt, viuda del ex presidente y defensora de la causa republicana desde tiempos de la Guerra Civil escribió a favor de la SRA en febrero 1954. Insistió ante sus lectores en que: Muchas personas creen ante el hecho de que la Unión Soviética ayudó al bando que luchó por una España democrática que los soviéticos se hicieron con todo el control y que todo el movi-

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N. Macdonald, op. cit., pp. 119-128.

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miento fue comunista. En realidad nunca fue así, y la mayoría de estos refugiados en Francia hoy son demócratas y nunca tuvo ninguna relación con el comunismo11.

No notó, y quizá ignoró, que muchos de los beneficiarios de la SRA, especialmente los afiliados o los simpatizantes del POUM, o los anarquistas, fueron al menos tan revolucionarios, y poco adictos a la democracia como ella la entendía como los propios comunistas. Pero quizá estas finas distinciones políticas importaban poco en los días más intensos de la Guerra Fría, cuando «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». En este contexto surge de forma casi inevitable el tema de las relaciones de la SRA con la Administración norteamericana, e incluso la posibilidad de que colaboraran entre sí de una u otra manera12. Ni Macdonald en su libro, ni el catálogo del archivo hacen referencia alguna a contactos con el Gobierno o sus agencias. Es probable que los documentos clave no estén en sus fondos, sino en Washington, y que sean de difícil acceso incluso bajo el régimen relativamente liberal del Freedom of Information Act. Es igualmente probable, sin embargo, que el archivo de la SRA sí esconda datos o información, aunque sea en sus silencios, al respecto. De esta manera, el archivo ayudará a situar el exilio en el contexto más amplio de la posguerra (europea), la Guerra Fría, y las tensiones que ésta provocó dentro de la propia izquierda. Permite palpar el visceral rechazo que el comunismo provocó en amplios sectores de la «progresía», y de su sospecha de toda organización o individuos identificados con él. Nos recuerda que las tensiones y divisiones políticas entre las distintas fuerzas y sensibilidades políticas en el bando republicano durante los años del exilio no eran algo exclusivo del exilio español, sino un elemento común entre la izquierda a nivel internacional. Y nos hace preguntar, por fin, si la ayuda humanitaria a los republicanos exiliados constituía otro frente de esa guerra, como ha ocurrido con tantas otras guerras anteriores y posteriores. El archivo contiene materiales de interés para explorar otra dimensión de la actividad filantrópica y humanitaria, la de sus patronos en el sentido más amplio de la palabra, y muy concretamente de los motivos de los miles de donantes anónimos que contribuyeron con pequeñas donaciones a la labor de la SRA. Las cartas que escribieron a la organización y a los propios refugiados constituyen un material riquísimo para el estudio de las actitudes y acciones filantrópicas y de las bases de la solidaridad, y de los tipos de relaciones que existieron entre los donantes y los exiliados que «adoptaron». Pienso por ejemplo en la carta que dos jóvenes de California enviaron a Macdonald en 1958 en la que se ofrecían a apadrinar a unos refugiados, y en la que mostraban su deseo de mantener una correspondencia con refugiados «que puedan describirnos algunas de las acciones, tanto militares como políticas, en las que participaron». Declaraban que sus motivos para apoyar la organización eran que en nuestro estudio de la tragedia de la Segunda República desarrollamos un interés profundo en la causa española además de un odio pronunciado por Franco y sus huestes. Nuestro interés por escribir a estas personas parte, sobre todo, de nuestra necesidad de ayudar, y también de la necesidad de superar la vergüenza de los Estados Unidos por su complaciente negligencia durante la Guerra Civil y sus acciones hacia Franco desde el final [de la guerra]13. 11 E. Roosevelt, «My Day», 26 de febrero de 1954, reproducido en la página web de The Eleanor Roosevelt Papers Project [http://www.gwu.edu/~erpapers/myday/displaydoc.cfm?_y=1954&_f=md0027880]. 12 Mis agradecimientos a Carmen de la Guardia por plantear este asunto. 13 Archivo de la SRA; Tamiment 326; Caja 36, Expediente personal 1321, New York University Libraries.

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Cuatro años más tarde, otro donante, también estudiante, esta vez de Boston, escribió en términos muy parecidos: Gracias por darnos la oportunidad a ayudar, aunque sea pequeña, a estos Republicanos españoles para quienes siento respeto, admiración y simpatía. He estudiado la Guerra Civil y he sentido vergüenza por la posición adoptada por las democracias occidentales en los años treinta14.

Textos como éstos recuerdan también la existencia de otras tradiciones políticas en los Estados Unidos, una historia progresista tan olvidada hoy en día dentro y fuera de ese país. De esta manera, el archivo de la SRA contiene material para la recuperación de la memoria colectiva de los norteamericanos, además de los españoles.

Los exiliados De forma aún más interesante, el archivo de la SRA nos permite acercarnos a la historia no ya de la organización en sí, sino de sus beneficiarios, de los exiliados españoles que a lo largo de los años solicitaron y consiguieron su ayuda. En este sentido, los fondos más relevantes del archivo son sin duda los case files o expedientes personales de los miles de beneficiarios de la organización. La documentación incluida en dichos expedientes varía bastante y a veces es muy escasa. Mientras algunos contienen sólo un formulario del caso, otros incluyen documentación y correspondencia de varias décadas, a veces incluso en relación con varias generaciones de las mismas familias. Aquí se puede encontrar, según el caso, cuestionarios detallados completados por los exiliados a la hora de solicitar ayuda, listados y recibos de la ayuda enviada, y cartas cruzadas entre los exiliados y la organización, y entre ambos y los donantes. Incluyen en muchos casos también, las historias de vida escritas por los propios exiliados a petición de la organización. Aunque a veces los exiliados se limitan a una descripción de sus dificultades y situación en el momento de escribir, en otras las narraciones comienzan antes de la propia guerra, y cuentan con cierto detalle sus experiencias durante y después del conflicto bélico, en España y luego en Francia, a veces a lo largo de varias décadas. Y muchos de los expedientes también incluyen fotos que los exiliados enviaron a la organización, a veces una única vez, a veces de años muy distintos, con sus hijos e incluso nietos. Estos documentos representan fuentes de una extraordinaria riqueza para la reconstrucción de la historia más allá de las organizaciones, más allá de los grandes líderes. Son fuentes únicas para una historia «desde abajo» del exilio español, sobre todo en Francia que todavía queda mucho por escribir. Incluso después del notable auge en los estudios del exilio en los últimos años, la historia del exilio sigue siendo una historia escrita en su mayor parte desde arriba. A pesar de los esfuerzos realizados para encontrar o crear, a través de la historia oral o la antropología, fuentes alternativas, la dependencia del texto escrito, cuando no los intereses de los investigadores, significan que los archivos y escritos de las organizaciones políticas, sociales y culturales del exilio, y de los militantes políticos, escritores o intelectuales prominentes, siguen constituyendo la base de la mayoría de los, en muchos casos excelentes, estudios del exilio15. Como ha señalado Sharif Gemie en un reciente ejemplo de estos trabajos

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Archivo de la SRA; Tamiment 326; Caja 36, Expediente personal 1338, New York University Libraries. Véanse, por ejemplo, los testimonios recogidos en la obra pionera de A. Soriano, Éxodos, Historia oral del exilio republicano en Francia, 1939-1945, Barcelona, Crítica, 1989. 15

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los métodos de la historiografía política– institucional son claramente inapropiados para el estudio de la experiencia de los refugiados españoles. Dicho de forma rotunda, no se puede considerar que existan unos archivos relevantes de partidos o de las autoridades, unas organizaciones de masa, o unos líderes prestigiosos que representan a estos refugiados […]. Para estudiar a estas personas, necesitamos utilizar otro método histórico, inspirado por la historia cultural y la antropología, y más sensible a la experiencia de individuos comunes en las situaciones extraordinarias y extremas16.

En este contexto historiográfico, el archivo de la SRA nos puede ayudar a profundizar y ampliar nuestra visión de la realidad, y quizá sobre todo del sentir del exilio, y especialmente de una parte relativamente poco conocida de ella, la de los olvidados entre los olvidados, los exiliados menos favorecidos y hasta ahora desconocidos que quedaron en el sur de Francia y quienes por razones de edad, salud o inadaptación se vieron obligados a solicitar la ayuda de la SRA. Es evidente que no constituyen un grupo representativo de los exiliados en Francia. En primer lugar, porque, salvo en casos de fraude que seguramente existían, los que solicitaron la ayuda salieron de los sectores más necesitados del exilio. En segundo lugar, y como consecuencia lógica de su situación socio-económica, es probable que no sean representativos en términos demográficos, edad, estatus civil (ya que la viudez fue otro factor de riesgo importante), o salud (en este sentido es llamativo que muchos de los pocos expedientes consultados por el autor hacen referencia a heridas y lesiones de guerra o del otro campo de batalla del obrero, en el lugar de trabajo en Francia). Y finalmente, como hemos visto, entre los beneficiarios de la SRA están sobre representados aquellos que procedieron de las filas, o que se sintieron cercanos a las múltiples fuerzas no-comunistas del exilio, y especialmente los anarquistas, los simpatizantes del POUM, y los republicanos de izquierda, las tres fuerzas históricas que apenas sobrevivieron al exilio. En este sentido, es posible que la investigación relevara una fuerte presencia de exiliados sin una clara identidad política, ya que sería de esperar que aquellos más integrados en las redes y organizaciones del exilio, en gran medida partisanos, tendrían menos necesidad de buscar de alguna manera la ayuda externa de la SRA. A pesar de todas estas reservas, que en sí mismo necesitan confirmación y matización a la luz de la investigación, todo indica que los beneficiarios de la SRA compartieron mucho con otros exiliados, más afortunados, con otras identidades políticas o ninguna, pero protagonistas de los mismos procesos históricos, las mismas experiencias. En sus datos y cartas personales y sus breves textos autobiográficos, encontramos, pues, unos relatos de su participación en la Guerra Civil en el frente o la retaguardia, sus sucesivos desplazamientos en la España en guerra, y del cruce de la frontera, en la mayoría de los casos dentro del gran éxodo de febrero 1939, cuando cientos de miles de personas huyeron a Francia debido a la conquista de Cataluña por las tropas franquistas. También encontramos descripciones, en general breves, pero no por eso menos impactantes de las trayectorias comunes de los exiliados españoles en Francia: el internamiento en los campos de concentración creados por las autoridades francesas para concentrar y retener a los exiliados, separados por sexo, los niños con las mujeres; las estancias en las brigadas de trabajo antes y después de la ocupación nazi y la creación del régimen colaborador de Vichy; y a partir de entonces trayectorias diversas, de trabajo forzoso en la Francia de Vichy, la ocupada, o en la propia Alemania, y frecuentes referencias a la colaboración con la resistencia en Francia. Después de la guerra, relatan sus peripecias en la Fran-

16 S. Gemie, «The Ballad of Bourg-Madame: Memory, exile and the Spanish Republican Refugees of the Retirada of 1939», International Review of Social History 51, 1 (2006), pp. 1-40, p. 11.

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cia en paz, sus cambios de residencia y de trabajo, cuándo y con quién se casaron, cuántos hijos tenían. Son vidas que en los casos de muchos de estos exiliados eran difíciles y precarias, marcadas por la inseguridad, la mala salud y las penurias económicas, y que por eso precisamente acudieron a la SRA. El interés de estos datos y narraciones reside sólo en parte en las posibilidades que ofrecen para reconstruir los hechos de la vida, el perfil demográfico o las pautas de residencia e integración de los exiliados en Francia. Aunque sin duda arrojaría nueva luz sobre estas aspectos de la realidad y experiencia del exilio, aún más interesante son las posibilidades que ofrecen para estudiar la subjetividad de los exiliados, su manera de percibir, sentir sus experiencias, expresar sus emociones; o al menos, porque no se debe olvidar las circunstancias en que estos documentos fueron producidos, su manera de representarse ante los que les proporcionaban ayuda. Algunos de los estudios existentes de los escritos autobiográficos y testimonios orales de otros exiliados, y en otros contextos, pone de manifiesto su susceptibilidad a una lectura que presta atención a la forma en que cuentan sus vidas, lo que incluyen u omiten, los silencios extraños, lo detalles aportados, el lenguaje, las imágenes y las metáforas empleadas para contar y dar sentido a sus propias experiencias vitales17. Y precisamente este tipo de lectura de las fuentes ha sido defendido en dos recientes trabajos sobre la Guerra Civil. Por una parte, Jo Labanyi propone leer las cartas, fotos y otros materiales dejados por los voluntarios norteamericanos en la Brigadas Internacionales para identificar las emociones que expresaron –miedo, orgullo, pasión compromiso, altruismo– y defender la importancia de éstas para una comprensión completa del porqué y del sentido de su participación como voluntarios en España18. En un fascinante trabajo sobre la Retirada, Sharif Gemie adopta una estrategia parecida para reconstruir la experiencia de los refugiados que participaron en el éxodo republicano a Francia en los primeros meses de 1939. Llega a la conclusión que «fueron esencialmente calidades emocionales que sirvieron para aglutinar a los refugiados, y que aseguraron que no se convirtieron en lo que Bettlelheim llamó «una masa dócil»19. Desde esta perspectiva, el archivo de la SRA constituye material de primer orden también para el estudio del exilio, tanto por la cantidad como por la calidad de los testimonios que recoge. Nos permiten escuchar e intentar descifrar los sentimientos y emociones de los exiliados, su dolor y sus esperanzas, sus sentimientos de identidad, de pertenencia y de exclusión, y cómo éstos cambiaron a lo largo de las décadas que duró el exilo. Reflejan experiencias y subjetividades a la vez individuales y colectivas, unas dimensiones esenciales de la historia del exilio republicano. La lectura de incluso una mínima selección de los expedientes de los beneficiarios de la SRA es reveladora de la riqueza de los textos, y la manera en que algunos parecen evocar algunos de estos sentimientos y emociones comunes, sugeridas en parte por otros estudios, con la virtud añadida, que abarcan toda la historia del exilio, desde la Retirada de 1939 a la Transición de la democracia e incluso después. De modo puramente ejemplar, se puede apreciar, por ejemplo, que como Giuliana di Febo ha demostrado en su análisis de algunas de las memorias publicadas

17 Véase, por ejemplo, G. di Febo, «Un espacio de la memoria, el paso de la frontera francesa de los exiliados españoles. La despedida del presidente Azaña», en A. Alted Vigil y M. Aznar Soler (eds.), Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, Salamanca, AECMI-FEXEL, 1998, pp. 467-484. 18 J. Labanyi, «Getting the Emotions out of the Archive: Working with the Resources of ALBA», trabajo inédito presentado en el Centro Rey Juan Carlos I de la New York University, 20 de marzo de 2007. 19 S. Gemie, op. cit., pp. 20-21.

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por destacados republicanos, el paso de la frontera ocupa un lugar importante en los relatos de los emigrantes20. En muchísimos casos, los refugiados de la SRA recordarán y apuntarán la fecha en que cruzaron la frontera francesa, el día que salieron de España y que empezó su exilio, un hito en la experiencia individual de los exiliados, al tiempo que es el hecho que les une y que les constituye como sujeto colectivo. Destacan también las expresiones de sentimientos de pérdida, desarraigo y desgarro que parecen constituir un lugar común en los testimonios del exilio. Con frecuencia son expresados por los beneficiarios de la SRA con respecto a su propia condición de exiliado, los «34 años de martirio que me duele en lo más hondo» vividos por un exiliado, o el dolor de otra mujer cuando escribió en 1958 que «me encuentro fuera de mí país, y con poca salud y esto me produce una gran tristeza, por eso el saber que ustedes se han dignado a ayudarme me reconforta de la pena que todo exiliado lleva consigo»21. En el archivo se pueden leer estas expresiones de pena y de falta (de la familia, la tierra y lo propio), pero también encontrar otras emociones que dieron sentido al exilio, que revelan que no fue una condición pasiva, de víctimas, sino también un estado activo, de resistencia: así, el testimonio de otro exiliado, hijo y hermano de represaliados del franquismo que se marchó a Francia en 1947 «para vivir libre», explicó su decisión porque «he crecido en el miedo y en el odio hacia el dictador Franco». En 1970, una mujer agradeció la labor de Macdonald a favor de los que estamos fuera de nuestra querida patria con tiempo indefinido. Aunque sé que allí lo pasaría peor que aquí, cuando pienso en mi querida España y en el cañaílla de Franco, y en el pueblo, noble, como es, me duele en lo más hondo. Quisiera estar más fuerte, para ver lo que pasa al final, ya que la guerra sigue mientras el pueblo no tenga libertad.

La mujer no llegó a ver cumplido su deseo de ver «el final», ya que murió el 15 de enero de 1975, después de 46 años en el exilio y 11 meses antes de la muerte del dictador. Desde esta visión del exilio como una forma de resistencia al dictador se explica la sensación de derrota que pudieron sentir aquellos que volvieron a España antes de la muerte de Franco. Así en 1971 un representante de la Liga de Mutilados de la guerra de España en Burdeos informa que había recibido una carta enviada desde España por uno de los beneficiarios de la SRA en que este último explicó que viejo, mutilado de forma permanente, y viviendo solo, él había decidido marcharse allí cerca a su familiar. Nos comunica su pena por haber llegado a tal extremo, después de tantos años en el exilio, pero no pudo más y por eso motivo se ha marchado.

La cuestión del retorno, se planteó de forma generalizada con la muerte de Franco y la Transición a la democracia, cuando muchos de los exiliados y de sus figuras más emblemáticas optaron por volver a España. Las nuevas circunstancias hicieron que la SRA reflexionara sobre el sentido y el futuro de su misión, y que preguntara a sus beneficiarios al respecto. Algunos de los legajos más interesantes del archivo contienen las respuestas individuales a una encuesta que la SRA distribuyó en 1977, en que preguntaban a sus beneficiarios por su situación, necesidades

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G. di Febo, op. cit. De acuerdo con las normas establecidas por la Tamiment Library para la consulta y uso del archivo, para mantener el anonimato de los exiliados, no se cita sus nombres ni los número de caso de sus expedientes personales. 21

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actuales y planes para el futuro22. A pesar, o quizá debido a su propia brevedad, estos testimonios resumen con enorme fuerza algunas de dimensiones del siempre plural y subjetivo sentir del exilio en el momento de la Transición política, ante la disyuntiva de volver a España o de quedarse en la tierra de su exilio a pesar de los cambios políticos. Parece ser que la mayoría de los beneficiarios no tenían intenciones de volver. Citaban motivos muy diversos, como la edad, las relaciones familiares y el deseo de quedarse con sus hijos y nietos, y otras veces también motivos políticos. Algunos de estos textos, citados aquí simplemente como ejemplos, evocaban sentimientos quizá comunes a muchos refugiados después de casi cuarenta años de exilio. Es el caso de las palabras de un exiliado que escribió que, después de pasar años en la cárcel, y aún más en el exilio, no estaba para volver a España; que volvería sólo «cuando haya una democracia y República», la causa por la cual había empezado a luchar 40 años antes. Y también de la respuesta de otro exiliado, que parece resumir una de las realidades esenciales de tantos otros españoles de esta y otra generación, tanto del exilio como dentro del país: «las mejoras políticas habidas en España han llegado tarde para mí».

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Archivo de la SRA; Tamiment 326; Caja 188; Legajos 1-6, New York University Libraries.

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Categorías del exilio RODOLFO CARDONA Profesor Emérito, Universidad de Boston

«Cualquier vida que termina en el exilio no pudo haber sido totalmente mediocre.» Esta cita de un filósofo chino de la Antigüedad, cuyo nombre he olvidado ni podría pronunciar, puede servir de introducción para mi charla. No es raro que un filósofo chino de la Antigüedad hablase del exilio ya que, al parecer, fue un fenómeno común en su país durante los frecuentes cambios políticos sufridos. Cuando la invasión manchú causó el colapso de la dinastía Ming, Zhang Dai (1597-1680), un erudito, historiador, ensayista y bon vivant, quien en su tiempo llevó una vida llena de lujo y de maravillosas experiencias estéticas (según cuenta él), murió en el exilio después de la caída de la dinastía mencionada de la que fue un reconocido miembro de su elite. Siguiendo el patrón de anteriores personajes cuyas vidas fueron destruidas por cambios políticos, Zhang Dai se convirtió en ermitaño y, como muchos otros, se apartó del mundo para preservar su propia integridad. Muchos de estos ermitaños murieron de hambre antes de someterse al nuevo régimen. En China, siendo un país tan vasto y montañoso, estos antiguos exilios siempre fueron internos, ya que salir del país hubiese significado un viaje interminable. Pero no voy a hablar del exilio en China. Simplemente quería empezar con esa cita de un filósofo chino porque me parece sintomática del fenómeno a que hace referencia. En efecto, al contemplar las vidas de los exiliados españoles a quienes he conocido u observado, sus vidas nunca fueron mediocres. Además quería hacer hincapié en la antigüedad del exilio político sobre el que encontramos referencias en Plutarco y tenemos el ejemplo de Ovidio. De hecho, el exilio en España fue también un fenómeno muy antiguo. Pensemos, por ejemplo en Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, cuyo exilio histórico marca el comienzo de sus hazañas que le convierten en el Campeador. Ha habido siempre dos clases de exilio, el voluntario, como en el caso de los ermitaños chinos mencionados, u obligatorio, como en el caso de el Cid, exiliado por su rey. El exilio de judíos y moriscos en España fue de este último tipo. Por razones religiosas tuvieron que salir de España muchos hombres que alcanzaron fama en Inglaterra y Francia. Casiodoro de Reina (1520-1599) y Cipriano de Valera (1532-1602) fueron frailes jerónimos que pertenecieron al monasterio de San Isidoro del Campo en Sevilla, foco del entonces llamado «luteranismo», en realidad simpatizantes de la Reforma. Para huir de la Inquisición escaparon a Ginebra, pero les preocupó la condena de Miguel Servet por los calvi-

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nistas y de allí pasaron a Francfort. Cuando Isabel I de Inglaterra accedió al trono, emigraron a ese país donde se encontraron con otros españoles que habían huido por los mismos motivos. De hecho, es interesante esta primera diáspora de españoles disidentes porque es como anuncio de la que vendría después de la Guerra Civil de los años 1936 al 1939 del siglo pasado. Muchos de estos exiliados se ganaron la vida enseñando la lengua que en ese entonces era tan necesaria como el inglés hoy. Casiodoro de Reina fue el traductor de la llamada Biblia del Oso, la única en nuestro idioma que compite con la calidad literaria de la famosa King James Bible. Su amigo, Cipriano de Valera, se estableció en Inglaterra en 1558. Enseñó en las Universidades de Cambridge, Oxford y Londres artes, teología y castellano. Regresó a Ginebra donde se hizo amigo de Calvino y tradujo varias obras suyas. Durante 20 años se dedicó a revisar la Biblia del Oso y es la versión castellana que hoy día distribuye por todo el mundo de habla hispana la Bible Society de Londres y que se puede encontrar en muchos hoteles. Su experiencia del exilio se repetirá después de la Guerra Civil. A finales del siglo XVIII tenemos el exilio de los llamados «afrancesados», entre los cuales se cuenta a Goya como el más famoso. Durante el desastroso decenio (1823-1833) del reinado de Fernando VII, muchos de los poetas y dramaturgos del momento pasaron por la experiencia del exilio, lo que explica que el Romanticismo en España no se manifestara hasta después de su regreso al país. Como vemos, el exilio político ha sido una constante en la historia de España, como en la de China. Al considerar el exilio ocasionado por la derrota de la Segunda República en 1939, debemos tener en cuenta varias categorías entre los exiliados. Tenemos, en primer lugar, el exilio de los consagrados como ya eran Salvador de Madariaga, Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, José Fernández Montesinos, Agustín Millares Carlo, para nombrar algunos de los que ya habían alcanzado cierta importancia en el Centro de Estudios Históricos y en las universidades. Otros hombres igualmente importantes, como fueron Ramón Menéndez Pidal y José Ortega y Gasset, forman una categoría aparte por haber salido del país sólo para regresar un tiempo después y retomar su labor dentro de la España de Franco. Hay una segunda categoría de exiliados: jóvenes poetas y escritores ya bien formados antes de la Guerra Civil, pero cuyas obras más importantes se desarrollaron en el exilio, como fueron, por ejemplo, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda, Ramón Gómez de la Serna, Francisco Ayala, Ramón Sender, Rafael Alberti y su mujer María Teresa León, Rafael Nadal, Gustavo Durán, Emilio Prados y muchos otros que podrían nombrarse. Muchos de ellos siguieron produciendo sus obras al tiempo que desarrollaban una labor importante como profesores de Literatura española en diversas universidades extranjeras (sobre todo en los Estados Unidos). Gómez de la Serna fue una excepción ya que procuró continuar su carrera de escritor puro y nunca aceptó ninguna oferta de trabajo, lo cual le hizo padecer, en ocasiones, grandes penurias. También Alberti y su mujer vivieron de sus plumas. El compositor y musicólogo Gustavo Durán, casado con la hija de un importante senador republicano de Nueva Inglaterra, consiguió un puesto en las Naciones Unidas y murió en Grecia. Hubo otro grupo de hombres y mujeres jóvenes, cuyas vidas y profesiones cambiaron radicalmente con el exilio. Hombres que tuvieron que reinventarse al llegar a su nuevo destino. Pienso, por ejemplo, en Francisco García Lorca quien había iniciado una carrera diplomática, pero que al llegar a Nueva York con el resto de su familia, sus padres y sus dos hermanas, Concha e Isabel, tuvo que reciclarse como profesor de Lengua y Literatura españolas en la Universidad de Columbia. En Nueva York se encontró con una amiga íntima de sus hermanas, Laura

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Giner de los Ríos, con quien contrajo matrimonio. Laura también tuvo que prepararse para una carrera de profesora que llevó a cabo en Barnard College. Muchos otros tuvieron que reinventarse también: Manuel Salas y su mujer Elisa (él, abogado y ella, «sus labores»). Ambos terminaron en Haverford College donde dejaron una huella indeleble hasta el presente. Emilio González López, distinguido jurista durante la Segunda República, se distinguió como profesor de Hunter Collage en Nueva York y dejó varios libros importantes, sobre todo su estudio de la obra de Valle-Inclán. Francisco Ugarte, también abogado, terminó de profesor en Dartmouth Collage; escribió importantes libros de texto sobre la civilización española y terminó pegándose un tiro sin que nadie supiera por qué, dejando a su mujer e hijos tras lo que aparentemente había sido un matrimonio feliz. Hay otros suicidios de exiliados que no viene al caso mencionar ahora. Existe también otra categoría de exiliados, la de los niños y adolescentes que salieron de España con sus padres, aun llevando pantalón corto, a la usanza de entonces, y quienes estudiaron, en México, en los Estados Unidos o en Europa. Hoy conocemos a muchos de ellos porque nos han dejado una obra importantísima: Claudio Guillén, el hijo del poeta, recientemente fallecido, cuya obra que, a propósito, incluye importantes estudios sobre el exilio como fenómeno universal, es indispensable para los estudiosos de la literatura española y comparada; Carlos Blanco Aguinaga, crítico, novelista y profesor en varias universidades donde ha dejado importantes discípulos (Ohio State University, Johns Hopkins, la Universidad de California, San Diego), se formó originalmente en México y concluyó sus estudios en los Estados Unidos. Su obra crítica es considerable, destacándose sus estudios sobre Cervantes, Emilio Prados, Unamuno, y Galdós; Juan y Solita Marichal, ella, hija de Pedro Salinas y él canario sin ninguna ascendencia literaria importante, que yo sepa, se educó en Princeton con Américo Castro y desarrolló una labor importante como crítico y profesor de Literatura e Historia de España en Bryn Mawr y finalmente en la Universidad de Harvard. Solita escribió su tesis doctoral sobre Clarín, más tarde publicada en forma de libro. Hay muchos otros niños de la Guerra Civil menos conocidos o desconocidos del todo en España, entre los cuales deseo destacar a dos de ellos: Roberto Ruiz y Gabriel Pradal. Roberto Ruiz nació en Madrid en 1925 y salió de España en 1939 a la edad de catorce años. Vivió en Francia, primero, como tantos otros exiliados; luego en Santo Domingo y más tarde en México donde cursó estudios de Filosofía. Emigró a los Estados Unidos donde estudió en Princeton, también bajo la tutela de Américo Castro. No terminó su doctorado por razones muy personales que tenían que ver más con su carácter independiente que con cualquier otra circunstancia. Enseñó Lengua y Literatura españolas en varios colegios y terminó su carrera de profesor en Wheaton Collage en Massachussets. Su principal contribución, desgraciadamente casi desconocida en España, consiste en un libro de relatos, Esquemas, y las siguientes novelas: Plazas sin muros, El último oasis, Los jueces implacables, Paraíso cerrado, cielo abierto, Contra la luz que muere y Juicio y condena del hombre nuevo, además de cuentos y artículos publicados en diversas revistas. Su temática suele centrarse en suelo español y girar sobre vidas de gente humilde. Su obra es considerable y su lengua y estilo no pueden ser mas castizos a pesar de haber salido tan joven de su patria y haber vivido alejado de ella toda su vida. De hecho, nunca he escuchado un castellano tan puro como el que habla Roberto Ruiz. Casi toda su obra ha sido publicada en México, lo que explica en parte que se desconozca en España. Recientemente han aparecido en su país natal sus dos últimos libros: la novela Juicio y condena del hombre nuevo, publicada por Edicios do Castro en La Coruña, y un libro de relatos titulado Ironías, publicado en Valladolid en el 2006 por la Fundación Jorge Guillén en su nueva colección Las Españas Peregrinas. Posi-

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blemente esta publicación se deba a la recomendación de Claudio Guillén, quien en su discurso de entrada en la Real Academia Española de la Lengua mencionó la obra de Roberto Ruiz entre la de otros escritores que pertenecen a esta misma categoría. En una nota que antecede al texto de los relatos de Ruiz se presenta esta nueva colección con palabras que merecen una cita porque encajan con mi tema: Desde que Plutarco escribiera que el destierro [léase «exilio»] universaliza al proscrito, la literatura de expatriados ha tenido también en la modernidad, esa condición trágica. Nuestra Guerra Civil es un buen ejemplo de esa genialidad transplantada. Toda una generación de escritores [en realidad, tres generaciones, diría yo] tuvo que enfrentarse a un triste dilema: tragar dictadura, como decía Jorge Guillén, o emprender el camino del exilio. Unos voluntariamente, y otros empujados por las circunstancias, tuvieron que abandonar España. En la mayoría de los casos, la obra siguió su rumbo con muy distinta suerte en los países de acogida. Los acreditados [como fue el caso de los dos primeros grupos a que me he referido antes] fueron recibidos con esa aura de héroes irreductibles cuya palabra desterrada, ya en tiempo de Ovidio, se asimilaba al ejercicio de un yo libérrimo […]. Entre éstos y las jóvenes corrientes de escritores, quedó relegada una generación intermedia que no tuvo el soporte prestigioso de los maestros ni la comprensión tan unánime de sus países de adopción. Tampoco las mieles del retorno al país de origen, pues algunos no regresaron y otros lo hicieron con billete de ida y vuelta. En ambos casos la sensación de precariedad y desarraigo es bien notoria.

Es esta generación omitida [nombrada por Claudio Guillén, como ya he indicado, en su discurso de entrada en la Academia] a la que esta nueva colección de Las Españas Peregrinas da voz, y ha empezado a hacerlo con la publicación del último libro de relatos de Roberto Ruiz, un escritor que merece ser conocido y reconocido en su país natal. El otro escritor de quien deseo ocuparme brevemente es Gabriel Pradal Rodríguez, una figura más trágica por haber muerto tan joven en el exilio de un caso incurable de leucemia. Hijo de Gabriel Pradal Gómez, conocido arquitecto y prominente socialista, Gabriel también salió de España muy joven. Pasó con su padre a Francia donde estudió en la Sorbonne y escribió su tesis doctoral bajo la dirección del reconocido hispanista Pièrre Darmangeat. Allí contrajo matrimonio y luego emigró con su esposa a los EEUU donde consiguió un puesto en el Departamento de Literatura Española de Ohio State University, entonces el Departamento de Español más distinguido del país ya que contaba con Steven Gilman, Carlos Blanco Aguinaga, el calderonista inglés Bruce Wardropper, y algunas otras figuras menos conocidas pero igualmente importantes. Allí enseñaron también Jorge Guillén, José Manuel Blecua y otros distinguidos eruditos como profesores visitantes. Pradal dejó dos obras indispensables, totalmente desconocidas en España: su estudio sobre Antonio Machado, publicado en 1951 en una serie de monografías sobre literatura contemporánea que lanzó la Revista Hispánica Moderna bajo la dirección editorial de Federico de Onís (un exiliado voluntario de los años veinte, como lo fue también Joaquín Casalduero). Este estudio sobre la poesía y la prosa de Antonio Machado es, para mí, uno de los mejores textos críticos que se han escrito sobre este autor. Hace tiempo que estoy tratando de que se reedite aquí en España. Otra obra suya, indispensable, es su artículo titulado «El caso Góngora-Mallarmé». Publicado en la revista Comparative Literature, en 1950. Pradal tiene, además, una importante obra

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como poeta. De hecho, Santayana tradujo un poema suyo y lo incluyó en una antología de sus poemas favoritos. Según su viuda, a quien conocí en Boston cuando enseñaba Lengua francesa en Tufts University y con quien he mantenido contacto, tiene varios libros de poesía inédita en espera de editor. De todas las personalidades de exiliados que he conocido o de quien he tenido noticias, la de Gabriel Pradal es la más trágica desde todo punto de vista. Como conclusión quisiera que meditáramos cómo hubiera sido España si la República hubiera ganado la Guerra Civil. Es difícil especular sobre este tema. ¿Hubiesen tenido suficiente poder las derechas para bloquear proyectos incluso los de centro-izquierda, como hoy? No lo sabemos. Lo que sí se puede afirmar es que el exilio operó un cambio importante en países como Argentina, México, los Estados Unidos, y algunos otros más, sobre todo en el campo editorial, en la educación y en el desarrollo del hispanismo norteamericano que tanta influencia tuvo durante los cuarenta años del franquismo. Los beneficios recibidos por los países que acogieron a los exiliados de la Guerra Civil son demasiado numerosos para mencionarlos en esta ocasión. Como todo en la vida, el exilio aportó ventajas y desventajas para los exiliados, pérdidas para el país de origen, y grandes ventajas para los países que los acogieron.

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La República en el exilio: un Gobierno sin pueblo y sin tierra CÉSAR DE VICENTE HERNANDO Centro de Documentación Crítica y Sala Youkali

Una tesis histórica Los sucesos de 1939, esto es la salida masiva de españoles de toda clase, cargo y condición social de su tierra ante el avance de las tropas franquistas, supone –entre otras muchas cosas importantes– un desafío historiográfico sin precedentes en la Historia de España. De hecho, los manuales dedicados al periodo posterior a la Guerra Civil conforman su materia en los hechos históricos ocurridos en España (la instauración de una Dictadura Militar de corte fascista, en un primer momento) y se ocupan muy poco de los hechos ocurridos fuera de España, pero cuyos protagonistas son, paradójicamente, españoles. La España del exilio ha necesitado colecciones bibliográficas que recuperaran la obra de los exiliados (como el proyecto emprendido por el grupo GEXEL Manuel Aznar Soler y su «Biblioteca del Exilio»); estudios históricos (como los de Alicia Alted o Francisco Caudet) o congresos (como todos los desarrollados con motivo del 60 aniversario del exilio en diferentes comunidades) que conformaron un panorama ajustado de lo que significó el exilio español. Mientras, los manuales de Historia de España siguen considerando el exilio como una anomalía a la que hay que dedicar unas pocas páginas referenciales. Pero cabe pensar la Historia de España, en tanto que nación, es decir, en tanto que comunidad política y cultural, de una forma muy diferente. La única manera de comprender la Historia de España del periodo que se abre en 1939 y se cierra en 1977 es, precisamente, pensarla a partir de integrar los hechos históricos que ocurrieron en España y fuera de España, es decir, considerarlos como un único proceso que debe ser analizado como unidad dialéctica1. Desde esta perspectiva, lo que ocurrió en 1939 necesitaría ser explicado en términos históricos, es decir, atendiendo a los tres niveles que conforman el trabajo historiográfico: el nivel político, el nivel económico y el nivel ideológico. Ninguno de estos niveles es explicable sin tener en cuenta esta identidad nacional dividida entre el exilio (desterritorializada) y el interior (territorializada). De hecho, la política de Franco entre 1939 y 1950, dependiente de los sucesos internacionales, tuvo

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Es decir, dinámicas relacionales radicalmente determinadas y determinantes.

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su razón de ser precisamente en la lucha contra la intensa labor diplomática que realizaron los Gobiernos de la República en el exilio hasta el extremo de que los representantes de muchos países del mundo tuvieron como interlocutores de España (o del «problema español» como se definió en la ONU) a los interlocutores políticos de la República en el exilio y no a los embajadores de la España franquista. Especialmente significativo es que la Dictadura franquista nunca fuese reconocida por México ni Yugoslavia. Puede exponerse esto de forma clara mediante una tesis: la razón histórica de esa necesaria integración de los hechos históricos del exterior y del interior (hablando en términos territoriales) es que en 1939 Franco dominó el Estado, pero la República en el exilio mantuvo la representación de la nación. Más claramente: con la victoria militar de Franco, España cambia de Estado, es decir, cambia de forma de organización social soberana formada por un conjunto de instituciones que tienen el poder de regular la vida sobre un territorio determinado. Pero España no cambia de nación que queda latente en los exiliados y en los gobiernos republicanos en el exilio, en tanto que la nación es un sujeto político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado. Así en tanto que Franco nunca pudo revocar la soberanía republicana, Franco sólo consiguió sostener el Estado; y en tanto que la República no pudo regular la vida sobre un territorio determinado, la República no pudo mantener el Estado y sólo pudo conservar la nación. Es por ello que la historiografía sobre la España de 1939-1977 debe ser transformada completamente hasta establecer un relato histórico que contemple España como una sujeto político dividido entre una población que vive en los límites del Estado franquista (lo que hemos llamado población territorializada) y una población exiliada que vive en los límites de varios Estados (una población transterritorializada). Es cierto que en el siglo XX lo común es que encontremos Estados-nación, pero también es cierto que la problemática que se presenta aquí no es ajena a muchos procesos que se han dado en un alto número de territorios (como el caso del pueblo Saharaui, o las distintas territorializaciones que se han dado en los Balcanes) y con características mucho más complejas. El caso de la República española supone un ejemplo claro que advierte a la historiografía que en adelante debería encontrar medios capaces de pensar la historia más allá de los límites territoriales. Por profundizar un poco más en la exposición del problema es importante decir que éste entronca muy bien con las discusiones de teoría política (en torno a la legitimidad y la soberanía) que se produjeron en los años veinte (Kelsen, Schmitt, etc.). Así, podríamos decir, el Estado franquista se legitimó y legitimó sus instituciones (es decir fue soberano) sosteniéndose en el derecho positivo, es decir, en la leyes escritas en un ámbito territorial que abarcan toda la creación jurídico-política del Estado. Los españoles del interior fueron sometidos a esa panoplia legislativa (incluso contraviniendo el derecho positivo, como ya algunos han demostrado). La República, por su parte, mantuvo la legitimidad de sus instituciones y la soberanía constituyente (en tanto que ésta se asienta sobre normas fundamentales como la Constitución, las leyes del poder legislativo, etc., que requieren la ratificación del pueblo y que hubieran determinado el funcionamiento del Estado si no se hubiese producido la ruptura) sosteniéndose en el derecho internacional, que regula las relaciones entre Estados toda vez que la tesis fundamental y primera de todos los Gobiernos republicanos fue (durante la guerra y en el tiempo del exilio) que España había sido invadida por dos potencias extranjeras: Alemania e Italia (estableciendo la vinculación del Estado franquista en tal invasión). Además ese mismo derecho internacional reconoce unos principios normativos generales (como el que la fuente de la soberanía nacional sea el pueblo). Más aún: la soberanía, según la conocida afirmación de Jean Bodin, es el poder absoluto y perpetuo, el poder

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de decisión, de dar leyes sin recibirlas de otro. En las democracias, esa soberanía reside en el pueblo y sólo mediante la decisión libre del pueblo Franco hubiera podido ganar la soberanía, es decir, la nación2. Por alguna razón no muy lejana a esta lucha política (además de militar e ideológica, claro), los sublevados se denominaron a sí mismo «nacionales», en un intento de ganar simbólicamente lo que de hecho no poseían.

Los hechos históricos que confirman la tesis Para fundar en hechos históricos la tesis enunciada señalaremos especialmente cuatro momentos de la historia de la República que ilustran bien claramente lo que queremos decir. En primer lugar nos situaremos en el 1 de febrero de 1939. El Parlamento de la República (cuya soberanía obtuvo con la Constitución de 1931 votada por la inmensa mayoría de los españoles) se reúne por última vez en suelo español. El lugar: las caballerizas del Castillo de Figueras (Gerona), muy cerca de la frontera con Francia. Son las 10:00 de la noche. La descripción de lo que allí ocurre ha sido publicada en diferentes libros, algunos de ellos suficientemente torticeros (como el de Comín Colomer). El presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio (de Unión Republicana), abre la sesión y el presidente del Gobierno, Juan Negrín, da cuenta de la situación. Unos meses antes Negrín había expuesto en sus 13 Puntos sus tesis respecto a la guerra y, para lo que nos interesa aquí, respecto al proceso de transformación política de España. De aquellos trece puntos de 1938, los cuatro primeros se refieren directamente al mantenimiento de la nación: el primero dice: «la independencia absoluta y la integridad de España»; el segundo: «la liberación de nuestro territorio de las fuerzas extranjeras que lo han invadido»3; el tercero «la República popular, representada por un Estado vigoroso, que se asiente sobre principios de pura democracia», y el cuarto «La estructura jurídica y social de la República será obra de la voluntad nacional, libremente expresada mediante plebiscito». Los cuatro primeros puntos tienen una característica común: se refieren todos ellos a los principios generales del derecho, a los principios que determinan la soberanía nacional. Desde el comienzo del conflicto la República había denunciado el principio de «no intervención» de Francia e Inglaterra que dejaba a la España republicana sin posibilidades de aprovisionamiento militar, principio que no se cumplía para la España franquista, y había llevado su causa a la Sociedad de Naciones. Al mismo tiempo, esta batalla diplomática había orientado a los gobiernos republicanos hacia el derecho internacional como una forma de lucha contra el Ejército (multinacional, podríamos decir) golpista. Negrín puso en esa estrategia diplomática gran parte de sus esperanzas para ganar la guerra. En febrero de 1939, y días después de que Negrín mismo hubiera ordenado la evacuación del Gobierno y de las instituciones republicanas de Barcelona a Gerona, mantenía la misma posición: el Parlamento secundaba la vía de la resistencia propuesta por Negrín y declaraba: Las Cortes de la nación, elegidas y convocadas con sujeción a la Constitución del país, notifican a su pueblo, y ante la opinión universal, el derecho legítimo de España a conservar la integridad de su

2 Franco lo intentó en dos ocasiones mediante sendos referendum. En 1947 para la Ley de Sucesión. En 1966 para una nueva Ley Orgánica del Estado. 3 El libro de Ángel Viñas, El escudo de la República, analiza muy bien cuál fue la ayuda alemana e italiana a Franco y cuál fue la de la URSS.

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territorio y la libre soberanía de su destino político […] cualesquiera que sean las vicisitudes de la guerra permaneceremos unidos en la defensa de sus derechos imprescriptibles4.

En oposición a la barbarie fascista, los principios de la soberanía constituyente que posee el sujeto político-jurídico nación. Negrín había expuesto en su discurso ante el Parlamento una salida de paz al conflicto basada en tres puntos, los dos primeros de la misma naturaleza jurídicopolítica: el primero, la garantía de independencia de España respecto a influencias extranjeras; el segundo, la garantía de que sería el propio pueblo español quien señalara cuál ha de ser su destino; y el tercero, la de que acabada la guerra cesaría toda persecución y represalia. En Burgos ya había otro gobierno ilegítimo que sólo podrá legitimarse, como hemos dicho, cuando gane el Estado, ya en abril de 1939. Dos testigos de esos días, el socialista Zugazagoitia y el italiano Togliatti, describen el final de la guerra en términos rigurosamente ajustados a lo que aquí venimos diciendo. En su Guerra y vicisitudes de los españoles Zugazagoitia viendo las cajas de la administración del Estado republicano siendo penosamente trasladadas, escribe: «El Estado, en su forma más miserable, estaba derrumbado por calles y plazas»; y Togliatti en Escritos sobre la guerra de España señala que «después de Barcelona, el aparato del Estado se hundió completamente, entre un desorden y un pánico inauditos»5. No era extraña esta huída a Francia: el otro Estado, el progresivamente dominante Estado franquista había hecho pública una Ley de responsabilidades políticas (firmado el 9 de Febrero) por la que se declara la responsabilidad política de las personas, tanto jurídicas como físicas que desde el 1.° de Octubre de 1934 y antes del 18 de Julio de 1936, contribuyeron a crear o a agravar la subversión de todo orden de que se hizo víctima a España y de aquellas otras que, a partir de la segunda de dichas fechas, se hayan opuesto o se opongan al Movimiento Nacional con actos concretos o con pasividad grave6.

Pero el desplome definitivo del Estado republicano vino no sólo del hecho de perder la guerra, sino también por tres acontecimientos anteriores de no menor importancia al primero: uno, la oposición de Azaña (presidente de la República) a resistir (en el lenguaje de Azaña, a «prolongar el espantoso epílogo») y la negativa de éste a regresar a España (los restos –humanos y materiales– del Estado republicano se trasladaban a París) en cuanto fuese necesario; dos, la firma de la declaración de guerra que Negrín se había negado a hacer puesto que dejaba en manos del mando militar las directrices de la guerra; y tres, los Gobiernos de Inglaterra y Francia anunciaron el 27 de febrero de 1939 su reconocimiento del Gobierno de Franco como único gobierno legítimo de España. En todos los casos, Negrín respondió desde los principios de la soberanía constituyente (y no desde el Estado), es decir desde la nación. Y así, a Azaña le contesta que «la salida del jefe del Estado del territorio nacional por imperativo bélico tenía que neutralizarse con la promesa que regresaría a España seguidamente»7. A la sublevación de algunos mandos militares en Madrid (el coronel Casado, por ejemplo) con su destitución, a pesar de que –como le recuerda el mismo Casado– «ustedes ya no son gobierno, ni tienen fuerzas ni prestigio para

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F. Giral, La República en el exilio, Madrid, Ediciones 99, 1977, p. 16. P. Togliatti, Escritos sobre la guerra de España, Barcelona, Crítica, 1980, p. 262. 6 Boletín Oficial del Estado [franquista] del 13 de febrero de 1939. Cualquier parecido con la argumentación al uso de los neofascistas o filofascistas Pío Moa, César Alonso de los Ríos, Federico Jiménez Losantos o José María Marco no es pura coincidencia. 7 E. Moradiellos, Negrín, Barcelona, Península, 2006, p. 424. 5

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sostenerse y menos para detenernos»8. A la previsible pérdida de reconocimiento oficial Negrín se adelantó transfiriendo la totalidad de los saldos existentes en las cuentas que manejaban los representantes republicanos a otras cuentas abiertas en París y Londres a nombre de agentes acreditados, así como ordenando la salida de España de los bienes gestionados por el Gobierno. Desde este momento, a la República sólo le quedaba sostenerse en la legitimidad que le daba la soberanía constituyente. Con lo poco que queda de Estado, Negrín y los republicanos del exilio impulsan el organismo de ayuda creado en 1937, el SERE (Servicio de Emigración de los Refugiados Españoles), fundan editoriales, empresas; publican boletines de información, etc. (la Gaceta Oficial de la República Española comienza a publicarse en 1945) de tal manera que sin territorio y sin pueblo (quedan en el extranjero alrededor de 200.000 exiliados), la República se mantiene activa en la forma de una Nación sin tierra. En segundo lugar nos situaremos en el 17 de agosto de 1945. El Parlamento de la República se reúne en el Salón de Cabildos del Palacio del Gobierno, en México D.F. No es la primera vez que ocurre, de hecho, la primera había sido el 10 de enero de este mismo año, pero hasta esta nueva no ha habido acuerdo por parte de las fuerzas republicanas: por una parte, está Prieto y la Junta de Liberación Nacional (significativo título que insiste en el asunto de la ocupación de España); por la otra, el Gobierno de la República con Negrín en Londres. La eclosión del conflicto republicano tiene su momento culminante en el desencuentro de unos9 y otros durante la Conferencia de San Francisco (junio de 1945), antesala de la ONU, donde quedan aclamados los once puntos de la causa republicana. La mayoría se refieren a la vinculación de la España de Franco con la Alemania nazi y con la Italia fascista, por ejemplo, los puntos uno, la guerra de España estuvo iniciada y sostenida por Hitler y Musolini; dos, la España de Franco ha tenido propósitos de colaboración permanente con Italia y Alemania; tres, cooperación de Franco con el Eje durante la Guerra Mundial; o cuatro, actos de la España fascista a favor del Eje. También se destaca la falta de soberanía nacional del Estado franquista: ocho, la mayoría de los españoles están declarados fuera de la ley10. Indalecio Prieto había manifestado públicamente cómo podría restablecerse la República española en cuatro etapas: primera, repudio del Régimen de Franco por la Conferencia de San Francisco; segunda, ruptura de las relaciones diplomáticas; tercera, formación de un Gobierno provisional nombrado por las Cortes; y cuarta, reconocimiento de este gobierno por las Naciones Unidas11. Las consecuencias de la declaración de San Francisco son determinantes: Los gobiernos de Francia, del Reino Unido y de los Estados Unidos han procedido a un cambio de opiniones concerniente al gobierno actual de España y sus relaciones con ese régimen. Han reconocido que en tanto el general Franco continúe gobernando en España el pueblo español no podrá contar con una colaboración cordial y completa con las naciones del mundo que, por su común esfuerzo, han provocado la derrota del nazismo alemán y del fascismo italiano, que han ayudado al régimen español actual a acceder al poder, y sobre los cuales este régimen ha tomado modelo. No entra en las Intenciones de estos tres gobiernos intervenir en los asuntos internos de España. El pueblo español debe, a fin de cuentas, fijar su propio destino. A despecho de las medi-

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Ibid., p. 452. El punto culminante del enfrentamiento entre Prieto y Negrín fue la negativa del primero a entrevistarse con el presidente del Gobierno en el exilio durante los trabajos de preparación de las reivindicaciones que iban a hacer los republicanos en la Conferencia de San Francisco. 10 F. Giral, op. cit., p. 92. 11 J. M.a del Valle, Las instituciones de la República española en el exilio, París, Ruedo Ibérico, 1976, p. 106. 9

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das represivas tomadas por el régimen actual contra los esfuerzos ordenados del pueblo español para expresar y dar forma a sus aspiraciones políticas, los tres gobiernos esperan que el pueblo español no conocerá de nuevo los horrores y las amargas experiencias de la guerra civil. Desean, al contrario, que unos dirigentes españoles, patriotas y liberales consigan provocar la retirada pacífica de Franco, la abolición de Falange y el establecimiento de un gobierno provisional o encargado de la expedición de los asuntos corrientes, bajo cuya autoridad el pueblo español tuviera la posibilidad de determinar libremente el tipo de gobierno y de elegir sus representantes12.

A esto se suma la condena del Régimen de Franco en la Conferencia de Potsdam en agosto de 1945. México ha entregado la abandonada Embajada de España que está en su capital a un representante de esa República en el exilio. Atrás han quedado las diferencias entre la Diputación Permanente y Negrín a propósito de la legitimidad del organismo parlamentario y del Gobierno13. Las directrices de Negrín y su Gobierno han sido claras: en un telegrama fechado el 24 de agosto de 1942 dice el presidente del Gobierno republicano «nuestra posición es la constitucional y por lo tanto firme», el mandato ha sido «recibido de quien únicamente podía darlo» y «ratificado unánime en toda ocasión por [el] único que podía ratificarlo, [el] Parlamento» y en el único sitio que podía hacerlo durante la guerra y hoy más que nunca: en las Naciones Unidas14. Permanece, sin embargo, la fragmentación político-ideológica del exilio republicano que será la razón principal del progresivo hundimiento internacional de la República (por ejemplo Prieto acabará desvinculándose de la República y favorece una alternativa monárquica para España). Días antes de la reunión del Parlamento, Negrín se dirige a un público compuesto por casi seis mil personas entre las que destacan representantes diplomáticos de China, Francia, Cuba, Chile, la URSS, Inglaterra, EEUU, así como representantes del congreso mexicano, intelectuales, etc. Se han reunido en el palacio de Bellas Artes de la capital mexicana. Allí Negrín hace un informe de gestión de lo que ha sido su política desde su salida de España en 1939. El todavía presidente de la República reitera su vía nacional a la que ahora dota de otra dimensión: Creo en la nación española con sus múltiples variantes; la nación que no son los españoles de ayer ni los de hoy; que somos todos los de ayer, los de hoy y los de mañana, unidos por una serie de tradiciones que heredamos y que hoy tenemos que transmitir depuradas y enriquecidas, porque no tiene derecho a vivir de sus tradiciones, ni persona ni nación, sino cuando saben mejorarlas, superarlas, ampliarlas y crear nuevas tradiciones; porque sólo el que sabe crear nuevas tradiciones tienen derecho a vivir de la tradición; porque países que sólo viven del pasado sin aumentar la herencia del futuro son parásitos del árbol de la historia, que desnutren la fronda de su nacionalidad. Y no es esa la España ni los españoles que nosotros los republicanos queremos15.

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Ibid., pp. 155-156. La sesión a la que me refiero es la del día 31 de marzo de 1939, en París, en la que se discute acerca de la legitimidad de las instituciones republicanas. Negrín cuestiona que sea aceptable las decisiones que pueda tomar la Comisión Permanente del Parlamento republicano y Albornoz niega la existencia del un Gobierno en tanto que para gobernar, dice, «se necesitan territorio y personas». Albornoz va más allá y afirma que «no hay gobierno, ni puee haberlo. Creo que esto que se llama gobierno es una de estas dos cosas: o una imposición moral que no estoy dispuesto a admitir, o una ficción que no estoy dispuesto a reconocer» (F. Giral, p. 29). Y da solamente un valor moral al Parlamento y a «una entidad representativa parecida a un gobierno, pero muy diferente del del señor Negrín» en tanto que organismos necesarios para actuar en la política europea. 14 E. Moradiellos, op. cit., p. 531. 15 E. Moradiellos, op. cit., p. 553. 13

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Tras este acto y la asamblea de grupos políticos del exilio los días 7 y 8 de agosto, se celebra, a primera hora de la tarde, la sesión del Parlamento republicano. Negrín insiste en mantener la absoluta legitimidad de la asamblea constituyente consiguiendo del presidente de México que ese lugar tenga un estatus jurídico de extraterritorialidad (de nuevo un argumento del derecho internacional), como el que poseen las embajadas. El lugar en el que están el Gobierno y el Parlamento es suelo español. A esto se suma la insistencia de Negrín en que el Gobierno allí presente tuviera continuidad (tiene autoridad formal) con el salido en 1937 y formado en España. El nuevo Gobierno salido de este Parlamento, el de José Giral (que se trasladará a París, así como Martínez barrio, ahora presidente de la República), así como los republicanos del exilio, continúan, con pocos cambios, la línea política diseñada por Negrín respecto a la fundamentación en el derecho internacional de su causa y en la creación de un plan de restauración institucional (o sea, ganar el Estado) de la República. Esta segunda secuencia de acontecimientos históricos termina con el compromiso del nuevo presidente del Gobierno republicano «a cumplir todas las obligaciones que piden Naciones Unidas y que reconoce como propias: organizar unas elecciones totalmente libres para que el pueblo español elija su propia forma de gobierno y a sus gobernantes»16. La recomendación de la ONU respecto al asunto español contempla no sólo la retirada de representaciones diplomáticas, o la limitación a la España franquista de adherirse a instituciones internacionales; también propone que «el Consejo de Seguridad estudie medidas adecuadas»17. Lo conseguido internacionalmente no da, sin embargo, como resultado la legitimación del Gobierno republicano (a pesar de que los gobiernos de diferentes países –como México, Polonia, Yugoslavia– sí lo reconozcan). Las condenas al Régimen de Franco finalizaron cuando Argentina (en 1947) y EEUU (en 1950) decidieron cambiar de orientación y apoyar al Estado franquista. Desde este momento, la República pierde su capital político18 (que la soberanía constituyente le da ante los países del mundo) en medio de la Guerra Fría. En tercer lugar nos situaremos en el 9 de diciembre de 1946. En la plaza de Oriente de Madrid. El corazón del Estado franquista. Pero no nos quedamos en la gran manifestación organizada por el Gobierno de Franco y los aparatos ideológicos que lo sostienen en apoyo del dictador, sino en las acciones de lo que, con sumo cuidado, podemos llamar exilio interior (nada que ver con la definición que da del mismo, por ejemplo, Paul Illie), sino con la segunda acepción académica del término: la de expatriado, expulsado de su patria (nación). Ese exilio interior está integrado en los grupos de oposición al franquismo y por aquellos que operan en el interior de España19. Éstos, ya fuera por métodos políticos, como la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas o la Unión Nacional Antifascista; ya por métodos violentos, que están representados por la guerrilla antifranquista (los maquis), defendían desde el territorio español un prácticamente inexistente Estado (el republicano) y se oponían a otro Estado (el franquista) que regulaba sus vidas. Aquí también es posible encontrar esa dicotomía Estado / nación. Así, en el manifiesto de la Alianza se especifican los puntos de soberanía constituyente que venimos señalando en las

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F. Giral, op. cit., p. 118. F. Giral, op. cit., p. 132. 18 Esto es, un conjunto de recursos actuales, o potenciales, que están ligados a la posesión de una red durable de relaciones institucionales y jurídicas relativas al poder, y que tiene, como uno de los efectos más importantes, la pertenencia a regímenes políticos democráticos. 19 No puede olvidarse que las cifras de ejecutados y encarcelados entre 1939 y 1943 supera la cifra de 250.000 personas, a los que hay que sumar los que pasaron a la clandestinidad o a la semiclandestinidad, lo que hace un número importante de personas que pueden ser calificadas como parte del mencionado exilio interior. 17

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instituciones republicanas del exilio: por una parte, «queremos que nuestra victoria sea de la democracia, de toda la democracia, de todas las democracias nacionales»; y por otra parte, se establece como base del pacto la creación de un gobierno democrático, el mantenimiento de la disciplina social y pública y la convocatoria de elecciones libres20. El maquis, por su parte, en paralelo a las resistencias armadas que ciudadanos de otros países mantuvieron contra el Ejército invasor (en el caso francés incluso contra un Gobierno colaboracionista, como el de Petain), tuvo su máximo apogeo entre 1944 (fecha de la invasión del Valle de Arán) y 1947, justamente en el momento en que el cerco internacional era más intenso contra Franco. La conexión de esta guerrilla con las fuerzas republicanas en el exilio es evidente: no sólo porque dependían de un mando republicano plural, sino porque gran parte de sus efectivos era restos del ejército republicano. Tanto el exilio exterior como el exilio interior entraron en colapso, en primer lugar, por la aprobación por el pueblo español (es decir, fin de la soberanía constituyente en manos de la República, por muy ilegal que sea ésta mantiene la apariencia de cara a los demás gobiernos) de la Ley de Sucesión tras un referéndum realizado el 6 de junio y cuya publicación semanas después comienza diciendo: Por cuanto las Cortes Españolas, como órgano superior de la participación del pueblo en las tareas del Estado, elaboraron la Ley fundamental que, declarando la Constitución del Reino, crea su Consejo y determina las normas que han de regular la Sucesión en la Jefatura del Estado, cuyo texto, sometido al referéndum de la Nación, ha sido aceptado por el 82 por 100 del cuerpo electoral, que representa el 93 por 100 de los votantes.

En segundo lugar por la crisis gubernamental que se produce con la salida (en julio de 1947) del PSOE, PCE y anarquistas del Gobierno Giral, y que también cerró prácticamente la vía armada. En cuarto y último lugar nos situamos en el 21 de junio de 1977, en París. Han pasado cinco presidentes del Gobierno y dos presidentes de la República (desde febrero de 1947 hasta comienzos de los setenta. La batalla diplomática se mantiene como único recurso jurídico-político de las instituciones republicanas, pero ya no posee ninguna fuerza. Todas las declaraciones ministeriales21 de los gobiernos republicanos han asegurado el principio de legitimidad de las instituciones republicanas, pero el campo político ha sufrido una gran transformación con la Guerra Fría y el nuevo ciclo de acumulación capitalista. Atrás han quedado los proyectos de constituir un gobierno de transición integrado por personas de todas las tendencias políticas. Más atrás aún los bonos emitidos por los «Grupos de Ayuda Financiera a la acción liberadora del Gobierno» con los que la República pedía a los españoles su apoyo para su sostenimiento económico. Atrás también las publicaciones, los actos y los memorándums. Las diferentes estrategias del Estado franquista por legitimarse soberanamente y convertirse en el sujeto-político nación son sistemáticamente denunciadas por los gobiernos republicanos: uno, «A la pretendida restauración de la Monarquía y al juramento de fidelidad del Príncipe don Juan Carlos, respondió Claudio Sánchez Albornoz [presidente del Gobierno entre 1962 y 1971] con una breve declaración en la que no reconocía más soberano que el pueblo español». En la misma se invalidaba lo acordado por las

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F. Giral, op. cit., p. 119. Un análisis comparado de las mismas puede verse en M.a del Rosario Alonso García.– Historia, diplomacia y propaganda de las instituciones de la República española en el exilio, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2004. 21

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[falsas] Cortes franquistas dado que «somos los legítimos representantes del pueblo español y nunca reconoceremos ninguna fórmula política que no sea el resultado de la voluntad nacional libremente expresada»22. Los últimos años del exilio republicano seguía atentamente los acontecimientos que sucedían en España. No importa en qué lugar fuera, ni a qué hora. La división política de España queda zanjada con la declaración que firman el presidente de la República española, José Maldonado; y el presidente del Gobierno de la República, Fernando Valera, a los seis días de haberse producidos las elecciones generales en el Estado español. Escriben que las Instituciones de la República en el exilio ponen así término a la misión histórica que se habían impuesto. Y quienes las han mantenido hasta hoy, se sienten satisfechos porque tienen la convicción de haber cumplido con su deber […].

Y anuncian una nueva etapa histórica. Todas las declaraciones ministeriales de los Gobiernos republicanos aseguraron el principio de legitimidad de las instituciones republicanas y defendieron su continuidad. Tal vez ésta haya sido una de las más largas y duras batallas de la historia de España, una batalla acerca de la democracia: pues «no siendo la soberanía sino el ejercicio de la voluntad general, no puede enajenarse nunca, y el soberano, que no es sino un ser colectivo, no puede ser representado más que por sí mismo: el poder puede ser transmitido pero no la voluntad»23. Como enseñó Rousseau: la soberanía es inalienable. La soberanía es indivisible.

22 S. Cabeza Sánchez-Albornoz, Historia política de la II República en el exilo, Madrid, Fundación Universitaria españona, 1997, p. 376. 23 J. J. Rousseau, El contrato social, Madrid, Akal, 2004.

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Juristas en el exilio MARTÍN DEL CASTILLO GARCÍA Jurista y urbanista

La Escuela Histórica del Derecho consideraba que éste era una creación del «espíritu del pueblo». Esta bella expresión, tributaria del romanticismo imperante en el momento en que se acuñó, quizá sea excesiva y tenga más de retórico que de científico. No sé si el derecho es resultado del espíritu del pueblo, pero no me cabe duda de que es un elemento configurador esencial de la cultura de cualquier pueblo. Elemento que, en cuanto integrante de la cultura, no siempre se tiene en cuenta, lo cual sorprende, dada su cotidiana presencia, para bien o para mal, en la vida de las personas. Esto justificaría sin más tratar sobre juristas en unas jornadas dedicadas a la cultura. En este caso, además, el tema es la cultura exiliada, la cultura expulsada por el asalto que sufrió la República por parte de unos militares fascistas. No debe olvidarse que la República de 1931 es el primer Estado de derecho de nuestra historia, tal como hoy entendemos esa figura jurídica. La Constitución de 1931 se situó en la línea de las constituciones avanzadas de la época (Weimar, Querétaro), incorporó figuras que se estaban ensayando por primera vez, como el Tribunal de Garantías Constitucionales, e hizo alguna aportación, la única que ha hecho nuestro derecho al derecho constitucional comparado, como la figura del Estado integral. Por ello, está plenamente justificado hablar de aquellos que trabajaron desde la especialidad de sus conocimientos jurídicos para construir y consolidar esa República. La República de 1931 es un ejemplo de lucha por su derecho. Como señala Paul Preston, no sorprende que Franco, apoyado por dos potencias militares de la época, ganase la guerra, mientras la Europa democrática, entregada a la farsa de la no intervención, miraba para otra parte. Lo sorprendente es que en esas circunstancias la República fuese capaz de resistir tres años. Eso es un ejemplo de lucha por el derecho, utilizando el título de la imprescindible obra de R. V. Ihering. Como dijo el genial jurista alemán: «Resistir a la injusticia es un deber del individuo para consigo mismo, porque es un precepto de la existencia moral; es un deber para con la sociedad, porque esta resistencia no puede ser coronada por el triunfo mas que cuando es general». En este sentido sólo cabe decir que los republicanos y la República cumplieron. También debe señalarse que la primera víctima de la rebelión militar fue, precisamente, el derecho. Los rebeldes lo pisotearon y lo retorcieron para emplearlo como instrumento de represión.

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El colectivo de juristas es mucho más extenso que el de escritores, pintores, escultores o cineastas, y si muchos juristas se pusieron del lado de la República, muchos fueron también los que se sumaron entusiastas a la rebelión militar. De estos últimos sólo cabe decir, parafraseando al fiscal de los juicios de Nüremberg, que ocultaron bajo su toga el puñal de los asesinos. Creo necesario también conocer a los juristas rebeldes, a los estudiosos y practicantes del derecho que ignoraron el derecho. Recuperar la memoria histórica es reivindicar a las víctimas, pero también conocer a los verdugos, aunque eso todavía no esté tan claro para muchos. Por ello, también es recuperar la memoria saber de Ignacio de Casso, catedrático de Derecho Civil y juez depurador de la mayoría de las universidades españolas o de Felipe Acedo Colunga, jurídico militar que ejerció con especial dedicación como fiscal en numerosos Consejos de Guerra como el de Julián Besteiro, entre otros juristas que se pusieron al servicio de la represión. La suerte de los juristas que se opusieron a la sublevación militar fue variada. Algunos fueron fusilados por la justicia de Franco, como el magistrado del Tribunal Supremo Francisco Javier Elola, el catedrático de Derecho Administrativo Joaquín García Labella o el catedrático de Derecho Civil Leopoldo Alas Argüelles, hijo de otro ilustre jurista: Leopoldo Alas Clarín. Otros fueron confinados y vivieron una suerte de exilio interior, como el catedrático de Filosofía del Derecho Felipe González Vicén. Otros muchos, en fin, tuvieron que irse de España. La naturaleza de esta ponencia, que no pretende ser más que una breve noticia biográfica de algunos de estos estudiosos del derecho que se vieron expulsados de su país por el fascismo, obliga a reducir sustancialmente la nómina de los mismos, siendo consciente de que no están, obviamente, todos los que son (Otero Carvajal cuenta1, con sus nombres y apellidos, hasta 56 catedráticos y profesores de derecho que tuvieron que partir al exilio. Eso, sin contar a los juristas pertenecientes a la magistratura, la abogacía o el funcionariado). Por lo limitado del espacio y del tiempo, vamos a dar breve cuenta de seis juristas menos conocidos fuera del ambiente académico del derecho o la historia, pertenecientes a diferentes ramas del saber jurídico y representativos de diferentes ideologías, que merecen ser recordados por su común fidelidad a la causa de la República y la democracia. No nos referiremos, pues, a juristas que son sobradamente conocidos por haber desempeñado papeles esenciales en la historia de nuestra República, como Manuel Azaña, Alcalá Zamora o Fernando de los Ríos. También dejo fuera a otros juristas que han sido o están siendo recuperados para la memoria colectiva con monografías y estudios, como Victoria Kent o Clara Campoamor. Estos que siguen son seis juristas que pusieron su saber al servicio de la República y cuyo exilio, como el de muchos otros, contribuyó a que España se convirtiera, parafraseando a Gregorio Morán, en un erial. Jiménez de Asúa, Ruiz Funes, Roces, Sánchez Román, Pedroso y Altamira son los seis juristas a quienes dedicamos las líneas que siguen.

Luis Jiménez de Asúa Jiménez de Asúa, en su especialidad, el Derecho Penal, es quizás aún hoy el jurista español de mayor relevancia internacional. También es un ejemplo, de los muchos que dio la República, de intelectual entregado a la actividad política. Catedrático de Derecho Penal en la Universidad Central de Madrid, fue elegido diputado por el PSOE en las tres convocatorias electorales que

1 Luis Enrique Otero Carvajal, «La destrucción de la ciencia en España. Las consecuencias de triunfo militar de la España franquista», Historia y comunicación social 6 (2001), Madrid, Universidad Complutense, pp. 149-186.

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hubo durante la República. Ya durante la Dictadura de Primo de Rivera había sido separado de la cátedra y confinado en las Chafarinas por protestar contra el trato dispensado por el Régimen a Unamuno. En las elecciones de junio de 1931, una vez proclamada la República, es elegido diputado socialista por Granada. La primera tarea del Parlamento republicano era elaborar una Constitución. Tras el fracaso de la propuesta formulada por la Comisión Jurídica que encabezaba Ángel Ossorio y Gallardo, se forma en el seno de la Cámara y con representación de todas las fuerzas presentes en el Parlamento una comisión encargada de elaborar el proyecto de Constitución de la Segunda República. Esa comisión será presidida por Jiménez de Asúa, que junto a su condición de hombre político, hace valer la de jurista excepcional. Su discurso de presentación del dictamen constitucional al Pleno de la Cámara es una auténtica lección de Derecho Constitucional, con referencias a Preuss, Gierke, Jellinek y Kelsen. Jiménez de Asúa participó también en la redacción del Código Penal de 1932 y dirigió el Instituto de Estudios Penales, creado por la directora general de Instituciones Penitenciarias, Victoria Kent. En 1933 vuelve a ser elegido diputado, esta vez por Madrid, al igual que en febrero de 1936. Será elegido vicepresidente de las últimas Cortes de la República. En marzo de 1936 es tiroteado por falangistas desde un coche. Resulta ileso, pero un policía de su escolta muere en el atentado. Iniciada la Guerra Civil, tras el golpe de Estado fallido de julio de 1936, Jiménez de Asúa continúa prestando su servicio a la República, ocupando cargos diplomáticos en Polonia y en Checoslovaquia y representando a España ante la Sociedad de Naciones. En 1939 se exilia a Argentina. Allí se dedicará a la docencia universitaria, pero sin abandonar la actividad política. En 1962 es nombrado presidente de la República en el exilio, cargo que ocupará hasta su muerte en 1970, a los ochenta y un años de edad.

Mariano Ruiz-Funes Otro gran penalista fue el murciano Mariano Ruiz-Funes, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Murcia y, como en el caso de Jiménez de Asúa –de quien era amigo– con una ingente obra en su especialidad. Algunos de los fundamentos en los que se apoyan actualmente conceptos penales como el de genocidio o el de banda armada son aportación de Ruiz Funes. Asimismo, ya a partir de 1941 reflexionaba sobre la necesidad de que el conflicto armado en curso, la Segunda Guerra Mundial, y todas las guerras concluyesen con la exigencia de responsabilidades penales a los causantes de la catástrofe. Esto es algo asumido hoy por muchos, pero en su momento esos planteamientos constituían una importante novedad y encontraban notables reparos incluso doctrinales. Ruiz-Funes era miembro de Acción Republicana, el partido de Azaña (Izquierda Republicana a partir de 1934). En 1931 fue elegido diputado en las primeras Cortes de la República y fue representante de su partido en la Comisión presidida por Jiménez de Asúa, que debía redactar el Proyecto de Constitución. Tras la caída del ministerio Azaña y las elecciones de 1933, que ganó la derecha, Ruiz-Funes retornó a la docencia y a sus obras de derecho penal. En febrero de 1936 resulta elegido diputado del Frente Popular por Bilbao y es nombrado para el difícil puesto de ministro de Agricultura en el primer gobierno que forma Azaña tras esas elecciones. A él le corresponderá reactivar la reforma agraria del primer bienio, paralizada durante los gobiernos

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de radicales y la CEDA. Ése era su cargo cuando se produjo la rebelión militar que dio inicio a la Guerra Civil en julio de 1936, y ese cargo ocupó hasta septiembre de 1936. El 4 de septiembre de 1936 se forma el primer gobierno presidido por Largo Caballero y en él, Ruiz-Funes se ocupará del complicado en esas circunstancias Ministerio de Justicia. Saldrá del Gobierno dos meses después. Durante la guerra fue embajador de la República en Polonia y luego en Bélgica. Concluida la contienda, Mariano Ruiz-Funes se exilia en México, donde se dedicará a la docencia e investigación del derecho penal, hasta su muerte en 1953.

Wenceslao Roces El asturiano Wenceslao Roces Suárez fue catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Salamanca. Amigo personal de Unamuno, por solidarizarse con él en su actitud de protesta contra la Dictadura, fue expulsado de su cátedra y no la recuperó hasta el advenimiento de la República. Intelectual de actividad incesante, a principios de los años treinta fundó la editorial Cenit, la primera en España en publicar sistemáticamente literatura marxista y revolucionaria. Traductor de las obras de Marx, es, según José María Laso Prieto, el marxista español del siglo XX a quien más se debe la difusión al castellano de la obra de Marx y Engels. Con la República ya proclamada, Wenceslao Roces ingresa en el PCE y participa decididamente en la actividad de diferentes organizaciones culturales vinculadas al mismo. En 1933 es cofundador de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética. Tras el fracaso del movimiento revolucionario de octubre de 1934, Roces es encarcelado un año, por su participación en el mismo, y en 1935, tras su salida de prisión, se exilia en la URSS, de donde regresará tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936. Iniciada la Guerra Civil, Roces viaja a Francia formando parte de la comisión que tratará de gestionar el apoyo de ese país a la República española. Durante ese viaje recibe el nombramiento de subsecretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes del Gobierno de Largo Caballero, siendo ministro de Instrucción Pública el también comunista Jesús Hernández Tomás. Desde ese puesto, Roces puso especial empeño en la protección y salvación de los fondos del Museo del Prado. En la fase final de la guerra, Wenceslao Roces también desempeñó funciones como magistrado del Tribunal Supremo. En 1939, con la derrota de la República, Roces se exilia a Francia. Inmediatamente partirá para América. En los años 1940-1942 impartirá cursos de Derecho Romano en las Universidades de Santiago de Chile y de La Habana. En 1942 se instala definitivamente en México, donde colaborará como traductor con la editorial Fondo de Cultura Económica y será profesor de Derecho Romano e Historia de Roma en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1954 es elegido miembro del Comité Central del PCE. Wenceslao Roces regresará a España en 1977. En las primeras elecciones democráticas tras la Dictadura es elegido senador por Asturias, pero renunciará al escaño a los pocos meses, por su estado de salud, regresando a México, donde morirá en 1992, a los noventa y cinco años.

Felipe Sánchez Román y Gallifa Felipe Sánchez Román, catedrático de Derecho Civil de la Universidad Central de Madrid, es uno de los grandes juristas republicanos. Formó parte de los catedráticos que, entre 1929 y

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1930, abandonaron sus cátedras como medida de protesta ante la Dictadura. Sánchez Román participó a título particular en el Pacto de San Sebastián, en 1930, acta fundacional de la Segunda República. Ese mismo año asumió la defensa de Largo Caballero en el proceso penal que se siguió contra él y contra el resto de miembros del clandestino Gobierno provisional de la República. Fue uno de los fundadores de la Agrupación al Servicio de la República, organización promovida por intelectuales de la época, como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Fue elegido diputado por Madrid en las Constituyentes de la Segunda República. En las Cortes destacó por su defensa de la reforma agraria y del Tribunal de Garantías Constitucionales, que se incorporó a la Constitución. En 1933 se volvió a presentar a las elecciones, pero en esta ocasión no resultó elegido. En 1934 fundó el Partido Republicano Nacional, de escasísimo peso político. Se trataba de un partido «moderado, parlamentario y pacífico», dirigido a las clases medias. Participó en las negociaciones para la creación del Frente Popular y redactó gran parte del manifiesto del mismo, pero al final no se integró en la coalición debido a la inclusión de los comunistas. Durante la Guerra Civil fue miembro del Tribunal de Arbitraje de la Haya y representante del Gobierno de la República ante el Tribunal Permanente de Justicia Internacional de la Haya. En 1939 se exilió a México. Allí fue asesor jurídico de la Presidencia de la República de México, interviniendo en temas tan importantes como la nacionalización de los recursos petrolíferos, y profesor de Derecho Comparado de la UNAM, donde fundó y dirigió el Instituto de Derecho Comparado. Felipe Sánchez Román murió en México en 1956, a los sesenta y tres años.

Manuel Pedroso Manuel Martínez Pedroso fue catedrático de Derecho Político comparado en la Universidad de Sevilla y tuvo temporalmente acumulada la cátedra de Filosofía del Derecho. Fue vicerrector de la Universidad Hispalense. En 1932 fue nombrado asesor jurídico de la delegación española de la Conferencia de Desarme de Ginebra y representante en el Comité del Consejo de la Sociedad de Naciones. Fue vocal suplente del Tribunal de Garantías Constitucionales (lo que sería ahora el Tribunal Constitucional). En 1933 se presentó a las elecciones a Cortes en representación del PSOE por la circunscripción de Ceuta, no resultando elegido. Sí obtuvo escaño en las elecciones de 1936. Desempeñó la vicepresidencia de la Comisión Parlamentaria de Instrucción Pública y la Presidencia de la Comisión de Presidencia y Estado. Tras el golpe militar de julio de 1936, Pedroso fue suspendido como catedrático, incautándosele todos los haberes no percibidos (recuérdese que en Sevilla prosperó la rebelión militar, de manera que desde el principio quedó en zona rebelde). Su biblioteca le fue embargada y adjudicada a la universidad. El Juzgado de Paz de Tetuán comenzó a perseguirlo políticamente, imponiéndole una multa de un millón de pesetas por «traidor a la patria». Sin embargo, Pedroso había podido huir a Francia, embarcándose en noviembre de 1936 en Tánger, dirección a Marsella. Regresó a la zona republicana y fue destinado por el Gobierno de la República a la Embajada de España en Polonia. Más tarde, Pedroso será el último embajador de la República en la Unión Soviética. Concluida la guerra, Pedroso se exilia en México, donde dará clases de Teoría del Estado y Derecho Internacional Público. Fue profesor, entre otros, de Sergio Pitol y de Carlos Fuentes. Éste cuenta una anécdota reveladora del carácter de Manuel Pedroso:

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—Maestro –le dije un día– mi vocación es ser escritor, no abogado. Me cuesta un chingo entender el Código Penal y el Código Mercantil. —No te preocupes –me contestó Pedroso–, lee a Dostoyevski y entenderás el derecho penal. Lee a Balzac y entenderás el derecho mercantil.

Sergio Pitol se refiere a Pedroso como uno de sus maestros. De él dice: Pedroso solía hablarnos del dilema ético encarnado en El Gran Inquisidor de Dostoievski; del antagonismo entre obediencia al poder y el libre albedrío en Sófocles y Eurípides; de las nociones de teoría política expresadas en los tantos Enriques y Ricardos de los dramas históricos de Shakespeare; de Balzac y su concepción dinámica de la historia […]. Al terminar el curso uno sabía Teoría del Estado con más claridad que aquellos alumnos que desertaron para abrevar en fuentes más convencionales.

Manuel Pedroso murió en México en 1958.

Rafael Altamira Rafael Altamira es un hombre polifacético, un regeneracionista que se enmarca en el modelo humanista de la Institución Libre de Enseñanza, en la que impartió clases. Nacido en 1866, fue catedrático de Historia del Derecho Español en la Universidad de Oviedo, y de Historia de la Instituciones Políticas y Civiles de América en la Universidad de Madrid. Altamira era un experto en Derecho Indiano. Dirigió el periódico republicano La Justicia y la Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispanoamericanas. Trabajará en la Institución Libre de Enseñanza y en el Museo Pedagógico. En 1909 viajó por Hispanoamérica y a su regreso fue nombrado director general de enseñanza primaria. En 1920 es elegido miembro de la Comisión de Juristas encargada por el Consejo de la Sociedad de Naciones de redactar el Anteproyecto de Tribunal de Justicia Internacional. En 1921 es nombrado uno de los nueve primeros jueces titulares del mismo, cargo que ocupará hasta 1940, año en que deja de funcionar el Tribunal. En este periodo, Altamira despliega una importante actividad internacional de contenido jurídico y de naturaleza pacifista, lo que le valdría ser candidato al Premio Nobel de la Paz. Altamira tenía setenta y tres años cuando termina la Guerra Civil. Tras una odisea en la Francia ocupada por los alemanes, consigue salir para Estados Unidos y de allí se dirige a México, donde se encontraban sus hijas. Allí dictó cursos en el Colegio de México y en la Universidad Autónoma. Y allí morirá en 1951, a los ochenta y cinco años. A sus más de setenta obras de contenido jurídico e histórico hay que añadir sus Cuentos de amor y tristeza y su novela Reposo. El gran jurista austriaco Hans Kelsen se preguntaba, en una de sus obras más celebres, qué es la justicia y acababa respondiendo: A la vista de esto, es obvio aquello bajo cuya protección puede florecer la ciencia y, junto con la ciencia, la verdad y la sinceridad. Es la justicia de la libertad, la justicia de la paz, la justicia de la democracia, la justicia de la tolerancia.

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A la vista de esto es obvio que en nuestra Guerra Civil la justicia estaba del lado de la República, con todos los defectos que ésta pudiera tener. Quizá fue la conciencia de esa circunstancia lo que permitió a Antonio Machado decir: «Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores todo estará claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente hablando, no sé… Tal vez la hemos ganado».

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Exilios. Escritores españoles en Estados Unidos CARMEN DE LA GUARDIA HERRERO Universidad Autónoma de Madrid

Acercarnos al exilio republicano español en Estados Unidos supone una profundización en las relaciones diplomáticas y culturales entre España y los Estados Unidos. Después de la Guerra Civil Española (1936-1939), Estados Unidos no aceptó el estatuto de refugiados políticos de los republicanos españoles. Por lo tanto, sólo admitieron su entrada como emigrantes. Y además necesitaron siempre un contrato de trabajo. Gran parte de estos emigrantes españoles en América del Norte ejercieron como profesores universitarios y estuvieron muy vinculados al reforzamiento del hispanismo. La mayoría enseñaron en instituciones de educación superior de gran calidad, con una larga trayectoria de relaciones con organismos educativos españoles vinculados al institucionismo. En este texto, queremos recorrer la historia de las relaciones culturales entre España y los Estados Unidos teniendo en cuenta que estuvieron siempre sometidas a la compleja percepción que las dos naciones han tenido entre sí. Así comprenderemos la acogida y las contribuciones de estos nuevos hispanistas, todos intelectuales españoles republicanos, en Estados Unidos. Comenzaremos con las percepciones y las relaciones culturales en los siglos XVIII y XIX para analizar después el surgimiento de instituciones educativas y culturales, en España y en los Estados Unidos, cuya finalidad era la de divulgar la cultura y los valores de la otra nación. Fueron estás instituciones las que posibilitaron la llegada y la valoración en Estados Unidos de los intelectuales españoles comprometidos con la Segunda República española.

España y Estados Unidos: primeros encuentros Recordemos que desde el mismo momento de la independencia de los Estados Unidos, en 1776, la joven República y el viejo Imperio español vivieron situaciones diplomáticas y políticas difíciles. Es más, los Estados Unidos crecieron territorialmente, primero, y políticamente, después, a costa de las ruinas del antiguo Imperio español. Para lograr la hegemonía política en las Américas, ya a finales del siglo XIX, Estados Unidos utilizó, como otras naciones hegemónicas, la justificación

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cultural. Las distancias en valores y costumbres y, sobre todo, la definición negativa de la cultura hispánica fueron siempre el argumento que justificaba el desplazamiento de España y la irrupción de los Estados Unidos en el control de todas las Américas. Esa valoración y utilización con fines políticos de la cultura dificultó, en muchos casos, una apreciación equilibrada entre los dos mundos. Cuando las Trece Colonias inglesas iniciaron su proceso de independencia en 1775, la Monarquía católica seguía siendo la potencia hegemónica en América. No sólo se extendía por América Central y del Sur, sino que también abarcaba grandes extensiones en América del Norte que rodeaban a las Trece Colonias inglesas. España acababa de perder, en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), las Floridas a manos de Inglaterra, pero había obtenido la Lusiana. Por lo tanto mantenía casi todo el control del Golfo de México y grandes extensiones de territorio que protegían el corazón de su Imperio. En 1775, al estallar la violencia entre las Trece Colonias y su metrópoli, las colonias pidieron ayuda a Francia y a la Monarquía católica. Era lógico porque las dos potencias borbónicas habían rivalizado con Inglaterra durante todo el siglo XVIII. La ayuda de Francia llegó muy pronto. En realidad, tenía muy poco que perder colaborando con las colonias en el logro de su independencia. Acababa de verse obligada a ceder, a Gran Bretaña, el Canadá en 1763 y no poseía ya territorios en América del Norte. Sin embargo, la situación de España era mucho más difícil. Era la mayor potencia colonial de América y la independencia de las antiguas colonias inglesas constituía el peor de los ejemplos para su propio Imperio. Por eso actuó con mucha cautela. Y no fue bien entendida por los colonos ingleses de América del Norte. Su diplomacia llena de rituales y de reservas; su cultura católica; su corte suntuosa no tuvo matices en la percepción que de ella tuvieron los revolucionarios y republicanos americanos. En 1779, el presidente del congreso de la Confederación de los Estados Unidos de América, John Jay, viajaba a Madrid con su mujer, la también republicana, Sarah Livingston Jay, para buscar el reconocimiento de la soberanía de los Estados Unidos por parte de la corte de Madrid. En la correspondencia y otros textos que desde la madrileña calle de San Mateo escribieron esta pareja de revolucionarios, apreciamos esa falta de comprensión de una cultura, la española, que les era muy ajena. En este primer periodo de andadura histórica de los Estados Unidos, la percepción que tuvieron los estadounidenses de «lo español» fue compleja. Sintieron admiración por la lengua y la literatura españolas. Sin embargo, coincidieron en su repulsa de «las suntuosas» cortes europeas y fueron muy críticos con la religión que se practicaba en las denominadas tierras «papales». Desde muy pronto, en las colonias inglesas de América se impartieron clases de español demandadas por comerciantes que querían introducirse en el comercio clandestino con la América española. «Esto es para anunciar que nada más pasar el cartel de caballo negro en la calle Smith, cerca de la antigua iglesia holandesa, se imparten clases de francés y español siguiendo el mejor de los métodos ingleses», anunciaba en 1735 el New York Gazette1. En 1751, circulaba por las colonias A Short Introduction to the Spanish Language; to which is added a vocabulary of familiar words for the more speedy improvement of the learner, libro de texto escrito por el librero y profesor de español Garret Noel2. Fue Benjamin Franklin el primero de los revolucionarios en defender la necesidad de estudiar español en las universidades norteamericanas. En 1749, Benjamin Franklin fundó la Academia Pública de Filadelfia que posteriormente se transformó en la Universidad de Pennsylvania. «Nada puede contribuir más al cultivo y a la mejora de un país, a la sabiduría, riqueza, fortaleza, virtud y piedad de su población, que una correcta formación de su

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J. R. Spell, «Spanish Teaching in the United States», Hispania 10, 3 (1927), pp.141-159. Ibid., p. 147.

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juventud, moldeando sus modales, imbuyendo sus mentes abiertas con principios de moralidad y rectitud», afirmaban las Constituciones de la Academia de Filadelfia, «instruyéndoles con el aprendizaje de las lenguas vivas y muertas, particularmente con su lengua materna, y con todas las ramas útiles de las Artes liberales y de las Ciencias», concluían3. Entre las lenguas vivas, las Constituciones recomendaban la enseñanza del español, del francés y del alemán. Así el español fue asignatura en los centros de enseñanza superiores en las colonias inglesas. También el español fue asignatura oficial en William and Mary College desde 1780. El español era pues una lengua estudiada y admirada. Como decía Thomas Jefferson a Peter Carr: «Nuestras futuras conexiones con España y con Hispanoamérica harán que aprender esa lengua tenga un inmenso valor. Además, gran parte de la historia antigua de América está escrita en español. Te envío un diccionario» concluía de forma práctica Jefferson4. La literatura española se conocía en las antiguas colonias inglesas. Cervantes era un escritor admirado y El Quijote, en la traducción de Smollett, se encontraba en numerosas bibliotecas públicas y en bibliotecas particulares en las colonias. También se vendía en las librerías. En The Pennsylvania Gazette, de Filadelfia, se anunciaban todos los comerciantes. Así, el 8 de marzo de 1775 aparecía un anuncio de la librería de Robert Maggil, «En la esquina de Laetitia Court, en Market Street acaba de traer de Londres una gran cantidad de libros: […] la Historia de Inglaterra, de Goldsmith (4 vols.), la Historia de Irlanda, de Leland (4 vols.), el Diccionario de la Biblia (3 vols.), […]. La Historia de Carlos V, de Robertson, Don Quixote (4 vols.)». En todas las listas de obras que los libreros de Filadelfia anunciaban en la Gazette, se repetían obras cervantinas5. Sin embargo, el primer libro impreso en español en América del Norte tuvo muy poco que ver con la admiración y mucho con la oposición mayoritaria a «los excesos» del catolicismo. Su autor fue el ministro puritano Cotton Mather. El pequeño texto obedecía al deseo de «sacar de su error» a los vecinos papistas de América Central y del Sur. La fe del cristiano, se subtitulaba A los españoles para que abran sus ojos, y para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios: para que reciban por la fe que es en Jesu Cristo remisión de pecados y suerte entre los santificados, fue publicado en Boston en 16996. Esa visión negativa frente a la suntuosidad y excesos de la Iglesia Católica y de las Cortes europeas la compartieron los protagonistas de las «turbulencias» en América del Norte y también los enviados por los revolucionarios a Europa para lograr apoyo militar de España y de Francia. El catolicismo, para muchos republicanos norteamericanos, atentaba contra los principios de sobriedad y equilibrio básicos a la virtud republicana. «Cuando nuestra hija nació, ella (una amiga española) propuso, como es costumbre aquí, darle el nombre del Santo del Día, porque (los españoles) están muy orgullosos de contar por lo menos con un santo para cada día del año», escribía satírico John Jay desde Madrid en 1779, a su suegro el futuro gobernador de New Jersey William Livingston. «Pero como los Santos están en guerra con nosotros, los herejes, mejor la llamaremos como a alguna pecadora que probablemente lo apreciará más», concluía7. De forma muy parecida, pero todavía más quejosa, se expresaba la mujer de John Jay

3 «Constitutions of the Academy of Philadelphia», version manuscrita, Archivos de la Universidad de Pennsylvania. También en red: Benjamin Franklin Papers, [http://franklinpapers.org/franklin/yale?vol=3&page]. 4 Thomas Jefferson a Peter Carr, París 10 de agosto de 1787. Jefferson Papers, Universidad de Virginia. 5 The Pennsylvania Gazette, 8 de marzo de 1775. 6 R. Merrit Cox, «Spain and the Founding Fathers», The Modern Language Journal 60/3 (1976), pp. 101-109. 7 John Jay a William Livingston, Madrid, 14 de julio de 1780. Biblioteca de Raros y Manuscritos de la Universidad de Columbia, John Jay, Letterbook, 1779-1782.

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también desde Madrid: «[…] Henos aquí en un país, cuyas costumbres, lengua y religión son absolutamente contrarias a las nuestras», escribía Sarah Livingston Jay a su madre, «sin conexiones, sin amigos; juzga entonces si Dios no podría habernos deparado un presente más aceptable»8. Estas primeras percepciones que los norteamericanos tenían de España no ayudaron al buen desarrollo de las relaciones diplomáticas. En 1780, John y Sarah Jay abandonaban Madrid sin haber logrado que España firmase un tratado con los Estados Unidos y reconociese su soberanía. La Monarquía católica declaró la guerra a Gran Bretaña, pero no se alió con la nación revolucionaria. La posición española era lógica. Siendo una gran nación colonial, la independencia y la revolución de unas antiguas colonias, como los Estados Unidos, sólo supondría un pésimo ejemplo para el resto de las Américas. Durante el siglo XIX, las relaciones entre España y los Estados Unidos fueron todavía más complejas. La percepción de España como un país católico, supersticioso y de grandes excesos políticos se reforzó en Estados Unidos. Pero quizá por ello el interés de los Estados Unidos hacia España fue cada vez mayor. En España, durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874), se proclamaron por primera vez principios democráticos. España podía así abrirse hacia otras realidades9. Y muchos extranjeros, imbuidos de los valores del Romanticismo, supieron aprovecharlo. El Romanticismo americano reaccionó contra la concepción mecánica ilustrada. Frente al exclusivismo racionalista ilustrado, que ignoraba todo aquello que no podía ser expresado a través de leyes universales, los románticos reivindicaron la posibilidad de conocer la realidad utilizando otras formas de acercamiento tan válidas como el pensamiento racional. La intuición y la experiencia permitían captar la realidad plena. Lo particular, aquello que había quedado excluido por el pensamiento racional, por no ser común a todos, quedaba así resaltado. El conocimiento racional, incapaz de penetrar en todos los recovecos de la realidad, fue desbancado por la intuición y los sentimientos. Lo singular, lo diferente, fue rescatado del olvido. El mundo de las pasiones y los sentimientos, desacreditados y olvidados por los ilustrados, era reivindicado10. De la misma forma que el Romanticismo ensalzaba a los grupos sociales que siempre habían sido representados, en la tradición cultural occidental, como próximos a la naturaleza, como seres intuitivos y pasionales, también reivindicó a aquellos lugares descritos como peculiares, naturales y evocadores de emociones. No sólo lo oriental era reclamado. Dentro de occidente, las naciones «extrañas» y con vestigios premodernos eran visitadas y admiradas. Así empezó a incluirse en los viajes «educativos» a naciones como Italia, Grecia y España, y también al mundo «exótico» del Norte de África. Muchos historiadores, escritores, y pintores norteamericanos comenzaron a escribir y a pensar románticamente España11. En 1815, Abiel Smith donó 20.000 dólares a la Universidad de

8 Sarah Livingston Jay a Susannah French Livingston, Madrid, 28 de agosto de 1780. Biblioteca de Raros y Manuscritos de la Universidad de Columbia, Sarah Livingston Jay (Mrs. John). Letterbook, 1779-1781. Sobre la estancia de Sarah Livingston Jay en Madrid, veáse Carmen de la Guardia, «Una visión republicana de Madrid. Los escritos de S. Livingston Jay», en V. Fernández Vargas (ed.), El Madrid de las mujeres. Aproximación a una presencia invisible (15611833), Madrid, CAM, 2007, pp. 195-222. 9 Véase M.a I. Cabrera Bosh, «La libertad religiosa», en R. Flaquer Montequí (ed.), Derechos y constitución. Ayer 34 (1999), pp. 93-125. 10 E. Tollonchi, Romanticismo y modernidad: ideas fundamentales de la cultura del siglo XIX, Puerto Rico, Universidad, 1989. También J. Vicens Vives, «El romanticismo en la Historia», Hispania 10 (1950), pp. 745-765, reimpreso por D. T. Gies: El romanticismo, Madrid, Taurus, 1989, pp. 155-174. 11 I. Jaksic, Ven conmigo a la España lejana: los intelectuales norteamericanos ante el mundo hispano, 1820-1880, Santiago de Chile, FCE, 2007.

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Harvard para que se crease una cátedra de español y de francés. Era la primera vez que el español devenía asignatura curricular y que se contrataba a un profesor centrado en la cultura y la lengua española, en términos de igualdad con el resto de la Facultad. El primer profesor adscrito a la cátedra fue George Ticknor (1791-1871). Ticknor fue uno de los primeros estudiantes estadounidenses que acudió a la universidad alemana para formarse. Estudió en la universidad de Gottingen, Filología, y viajó por toda Europa. Fue uno de los primeros hispanistas y escribió una de las primeras historias de la literatura española. Su History of Spanish Literature, publicada en 1849, fue todo un éxito12. Ticknor, además, fue uno de los grandes impulsores de la creación de la Biblioteca Pública de Boston. El segundo en ocupar la Cátedra Smith fue el poeta William Wadsworth Longfellow (1807-1882), cuyas traducciones de las obras literarias españolas, sobre todo de las Coplas de Jorge Manrique, le hicieron gozar también de un enorme prestigio. A Harvard le siguieron muchas otras universidades. Así se fundaron cátedras de estudios españoles en Virginia (1825), Bodwin (1826), Yale (1827), Columbia (1830), Princeton (1830), y un sin fin de universidades más. Pero además de los catedráticos especialistas en lengua, literatura y cultura española existieron dos grandes figuras decisivas para el impulso de los estudios hispánicos. Por un lado Washington Irving (1783-1859), escritor romántico y diplomático y, por otro, el historiador William Prescott (1796-1859). Los dos contribuyeron con sus obras a ensalzar al presunta relación entre el catolicismo y el «carácter» español13. Este primer impulso e interés romántico por la exótica España motivó el surgimiento de instituciones y organismos especializados en el estudio de la lengua, la cultura y la historia españolas. Así en 1884 se creaba la Modern Languages Association (MLA). En 1904 se fundó en Nueva York la Hispanic Society of America. Su creador era el hijo único y heredero del millonario Huntington. Archer Milton Hungtinton (1870-1955) invirtió su fortuna en crear una institución dedicada a difundir el arte y la cultura españolas en Estados Unidos. El edificio actual de la Hispanic Society of America, en Manhattan, se inauguró en 190814. Los cambios generados en la cultura y en la sociedad por el romanticismo americano no sólo afectaron a los Estados Unidos. El Romanticismo fue una gran dinamizador de la sociedad civil. La expresión cultural romántica fue siempre acompañada de movimientos de reforma que eran una respuesta a la nueva realidad social causada por la rápida industrialización y modernización. Abolicionistas, reformadores educativos, luchadores a favor de la templanza, cruzadas en contra de la lujuria masculina y feministas acompañaron siempre a las manifestaciones culturales románticas15. En España los movimientos culturales y sociales nacidos a la sombra del Romanticismo pudieron crecer gracias a los grandes cambios políticos del sexenio revolucionario. La Constitución de 1869 fue la primera Constitución democrática española. Como tal, recogía derechos sociales como el de asociación y reunión y proclamaba la libertad religiosa. Fue un momento de 12 T. R. Hart Jr, «George Ticknor History of Spanish Literature», Spain in America. The Origins of Hispanism in the United States, R. L. Kagan (ed.), Urbana y Chicago, University of Illinois Press, 2002, pp. 106-121. 13 T. S. Beardsley, «Instituciones americanas dedicadas al hispanismo», Arbor. Ciencia, pensamiento y cultura CXVI, 451/452 (1983), pp. 195-206. 14 Sobre Huntington véase B. Gilman Proske, Archer Milton Huntington, Nueva York, Hispanic Society of America, 1963. 15 L. D. Guinzberg, «Moral Suasion is Moral Balderlash: Woman, Politics, and Social Activism in the 1850’s», Journal of American History 73 (1986), reimpreso por G. N. Grob y G. A. Billias (eds.), Interpretations of American History, vol I, Nueva York, 1992, p. 325. También C. de la Guardia, «El Gran Despertar. Románticas y reformistas en Estados Unidos y en España», Historia Social 31 (1998), pp. 3-27.

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eclosión de movimientos de reforma y también de acercamiento a otras realidades culturales. Profesores españoles viajaban y estudiaban fuera de nuestras fronteras, y reformadores sociales de otros lugares arribaban a las costas españolas16. En 1871, la American Board of Commissioners for Foreign Missions, organización misionera congregacionista de Nueva Inglaterra, autorizaba la apertura de misiones en la católica España. Sus primeros emisarios fueron cuatro jóvenes misioneros: William y Luthey Hasley Gulick y sus mujeres. Antes de partir, Alice Gordon Gulick, mujer de William, logró ser reconocida como la representante en España de la asociación de mujeres congregacionistas vinculada a la American Board, la Woman’s Board of Missions. Alice Gordon Gulick, desde que llegó a Santander, quedó impresionada por la falta de educación intelectual y «moral» de las mujeres españolas. Como muchos reformadores sociales decimonónicos, consideraba que existían profundas diferencias entre las «razas». Las mujeres españolas tenían, para Alice Gordon Gulick, «un temperamento pasional» que debían corregir. Siguiendo siempre ejemplos del mundo natural, los Gulick afirmaron «que en la combinación de las razas, si se siguen principios correctos, se logra una raza más fuerte y mejor». Así estaban convencidos que a través de la labor de la señora Gulick y de las profesoras de cultura norteamericana asociadas con ella, se podría crear gradualmente un nuevo tipo espiritual y moral de mujer. «Las mujeres españolas, pasionales y amantes de la comodidad y el lujo» –afirmaba Elizabeth Putman Gordon en la biografía de su hermana Alice Gulick– «contendrían esas características con las de fortaleza, equilibrio y espiritualidad de las mujeres americanas»17. También el matrimonio Gulick compartía la certeza misionera de haber sido elegidos para redimir al otro. Fue esta idea de misión centrada en las mujeres lo que diferenció la labor misionera de Alice Gordon Gulick de la del resto de los misioneros protestantes en España. Al igual que en las otras misiones protestantes, la actividad religiosa de estos misioneros norteamericanos siempre fue acompañada de funciones asistenciales y educativas. Casi todas las misiones contaron con escuelas gratuitas donde se impartían clases renovadoras para la tradición pedagógica española. Pero, además de la escuela primaria vinculada a la misión congregacionista, Alice Gordon Gulick quería crear una institución que beneficiara a las mujeres españolas. Ella había sido educada en una de las primeras universidades para mujeres en Estados Undios, en Mount Holyoke. Su sueño era el de crear una institución similar en España. Debía ser un internado, en donde se otorgase no sólo una educación intelectual y física a las alumnas, sino también una formación moral. La idea no era nueva. Muchas de las antiguas alumnas de Mount Holyoke se habían convertido en misioneras congregacionistas y soñaban con establecer «Mount Holyokes» por todo el mundo. La primera «miniatura» de Mount Holyoke se fundó en Persia en 1843. Fue Fidelia Fiske la fundadora de este centro de educación de mujeres, la mayoría pertenecientes a comunidades nestorianas persas, en Oroomiah. También siguiendo el modelo de Mount Holyoke, se creó el Cherokee Seminary, en 1851, en el Oeste norteamericano, que entonces era considerado como territorio indio, instigado por el jefe de la nación cherokee, John Ross. «En el más oscuro y solitario rincón del mundo, escondido tras las montañas del Kurdistan», las hermanas Charlotte y Mary Ellis habían fundado, en 1868, el Mount Holyoke Semi-

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R. Horsman, La raza y el Destino Manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, México, FCE,

1985. 17 E. Putman Gordon, Alice Gordon Gulick. Her Life and Work in Spain, Nueva York, Fleming H. Recvell Company, 1917, pp. 109-110.

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nary, en la pequeña localidad de Bitlis, Turquía; en 1874 se inauguraba el Huguenot Seminary en Wellington, Sudáfrica. Tampoco fue una novedad la idea de que la institución educativa fuera un internado. Desde la apertura de la primera réplica de Mount Holyoke, en la antigua Persia, las misioneras estuvieron de acuerdo en que era necesario aislar a las alumnas de la influencia de su entorno. «Poco, sin embargo, podía hacerse por ellas mientras que no fuesen separadas de la degradación de sus medios»18. Alice Gordon Gulick, para realizar su proyecto de un Mount Holyoke español, buscó el apoyo de su organización, la Woman Board of Missions, y también de reformistas americanas todas ellas vinculadas a los colleges femeninos. Tras estar unos años en Santander, en 1881 el matrimonio Gulick y sus hijos lograron la autorización de su organización para trasladarse a San Sebastián19. El ambiente de San Sebastián fue menos opresivo para los Gulick que el de Santander. Lograron integrarse con éxito en los círculos liberales vascos y contaron con el apoyo de los institutos públicos. Allí crearon dos centros educativos. Uno para varones y un internado, el Colegio Norteamericano, centrado en la educación femenina. Alice Gulick pretendía que las mujeres españolas accedieran, aunque fuera por libre, a la universidad. Después de hacer muchas gestiones entre los círculos liberales donostiarras, las alumnas iniciaron su preparación para realizar los exámenes de bachillerato y poder así acceder a la educación superior. Tuvieron el apoyo de nuevas profesoras, Catherine Barbour, que había estudiado en Mount Holyoke; Anna F. Webb, licenciada de Wellesley, y la profesora de francés Dora Zerk. El 9 de junio de 1891, catorce alumnas del Colegio Norteamericano pasaron con éxito los exámenes de bachillerato que eran públicos y orales en el Instituto de San Sebastián20. Los éxitos alcanzados hicieron que la labor de Alice Gordon Gulick para implantar su Mount Holyoke español se incrementara. Desde 1890 hasta 1892, Alice Gulick residió en los Estados Unidos ocupada en buscar financiación para su proyecto. Aprovechando las actividades hispano-norteamericanas organizadas por la conmemoración del cuarto centenario colombino, realizó una incansable labor. Conferencias, reuniones y artículos en la prensa hicieron que todos los reformistas norteamericanos conocieran su obra educativa en España. Los fondos conseguidos así como la legislación española, que prohibía a comunidades protestantes adquirir propiedad en España, motivaron su decisión de fundar en 1892 la Corporación del Instituto Internacional, con sede en Boston, aconfesional e independiente de la American Board of Missions, para dirigir su deseado Mount Holyoke español. Desde el primer momento, representantes de las tres grandes universidades femeninas: Smith, Mount Holyoke y Wellesley estuvieron presentes en la corporación de Boston. Profesores, pastores protestantes y educadores fueron el resto de sus miembros. La finalidad era la de llegar a construir y financiar un centro de educación universitaria para mujeres españolas.

18 S. Stowe, «Institutions modeled after Mount Holyoke Seminary», cap. XXI, History of Mount Holyoke Seminary during Its First Half Century, 1937-1887, South Hadley, Mount Holyoke Female Seminar, 1887. 19 El Archivo del International Institute for Girls in Spain se conserva en 53 cajas en Smith College, Estados Unidos. Su catálogo se inicia con una pequeña historia de la labor educativa de Alice Gordon Gulick, que se ha utilizado en este trabajo. En la serie IV de la colección se encuentra una interesante historia del Instituto escrita por J. Connelly Ullman, «An Outline History of the International Institute for Girls in Spain, 1877-1980». Véanse también S. Huntington Vernon, «The International Institute at Madrid», Hispania 12 (1929), pp. 279-286, y C. de Zulueta y A. Moreno, Ni convento ni college. La Residencia de Señoritas, Madrid, Publicaciones de la Residencia de EstudiantesCSIC, 1993. 20 Cipriano Tornos, pastor protestante de Madrid, fue un espectador de excepción de esos primeros exámenes orales y envió sus impresiones a Mount Holyoke. Véase S. Stowe, op. cit., pp. 344-345.

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Afinidades culturales y redes educativas Los proyectos educativos de los reformadores norteamericanos en España pronto les acercaron a profesores universitarios e intelectuales vinculados a la krausista Institución Libre de Enseñanza. Los contactos, las reuniones y los cambios de impresiones cada vez fueron más frecuentes. El primer contacto entre los institucionistas y el matrimonio Gulick fue temprano. A partir de 1880, Alice Gordon Gulick se reunió periódicamente con ellos. En Hendaya visitó a Santiago Ineraty, padre de Emilia Ineraty. Emilia había pasado su niñez en Estados Unidos, en Boston. Y curiosamente había asistido al mismo colegio que Alice Gordon Gulick. Las dos niñas se habían hecho grandes amigas y se recordaron siempre con mucho cariño. Ineraty era amigo de Francisco Giner de los Ríos. Y su hija Emilia, la antigua amiga de Alice, se había casado con Gumersindo de Azcarate. Aunque Emilia había fallecido, la relación de los Gulick con Gumersindo Azcárate fue íntima. Pero no sólo existieron lazos amistosos entre los Gulick y los institucionistas. Muy pronto se dieron cuenta de la existencia de una preocupación compartida por los reformadores americanos y los españoles: la educación integral y los medios pedagógicos para lograrla. El estallido de la Guerra Hispano-Norteamericana de 1898 sorprendió a Alice Gordon Gulick otra vez en Estados Unidos en plena campaña para lograr fondos para su empresa. Durante la guerra, el Colegio de San Sebastián se trasladó a Biarritz. Curiosamente, la Guerra entre España y los Estados Unidos fue favorable para la labor de la señora Gulick. Muchos de los reformadores norteamericanos no estuvieron de acuerdo con la actitud bélica e imperialista norteamericana y le otorgaron grandes donaciones para su empresa española. También la señora Gulick obtuvo las simpatías de las autoridades españolas durante la Guerra. El Gobierno norteamericano consideró que Alice Gulick era la persona ideal para atender a los prisioneros de guerra españoles. Actuó como intérprete entre los médicos y los enfermos, de intermediaria entre los prisioneros y las autoridades y, sobre todo, coordinó la ayuda que los reformistas americanos recogían para los prisioneros. Terminada la guerra, Alice había reunido los fondos aportados por misioneros y educadores norteamericanos, para comprar un solar y edificar su proyectado centro de educación femenina. Por consejo de sus amigos institucionistas, y con el Gobierno de España agradecido, Alice consideró que la ciudad adecuada era Madrid, sede de la mayor universidad española, la Universidad Central21. En 1901 la Corporación del Instituto Internacional, con la asesoría legal de Gumersindo Azcarate, compró un edificio en la calle Fortuny de Madrid. En 1902, se compró un segundo solar en la calle Miguel Ángel y, un año después, se trasladaron las alumnas y profesores desde Biarritz a Madrid. Se había creado el Instituto Internacional. Pero en 1903, Alice Gordon Gulick, enferma de tuberculosis y agotada por su incansable actividad educativa y filantrópica, falleció. Sus restos descansan en el Cementerio Civil de Madrid. El Instituto Internacional no llegó a ser nunca un Mount Holyoke. Era imposible. Las mujeres españolas no eran todavía universitarias. La legislación no lo permitía. Lo que se creó fue una institución –de nuevo un internado– con la finalidad de ayudar a preparar a las mujeres para examinarse en los institutos y acceder por libre a la universidad. También organizaron cursos en biblioteconomía para formarse en profesiones «de mujeres» y completar así educación. Las ac21

C. de Zulueta y A. Moreno, op. cit., pp. 73-88.

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tividades culturales del Instituto servían también para completar la formación «integral» de sus alumnas y simpatizantes22. Muchas de las profesoras americanas del Instituto procedían de los colleges femeninos de la costa Este de los Estados Unidos, sobre todo de Smith; Vassar; Wellesley y, por supuesto, Mount Holyoke. Recordemos además que en el Comité directivo del Instituto con sede en Boston estaban los presidentes de estos colleges femeninos, además de otros educadores y filántropos. Tras la muerte de la fundadora y, sobre todo, con la entrada en la Primera Guerra Mundial de los Estados Unidos, en 1917, se inicia una nueva etapa de la historia del Instituto Internacional caracterizada por un alejamiento de los principios religiosos protestantes y un acercamiento más intenso a los sectores liberales de la sociedad española próximos al krausismo. La nueva directora fue la hija de Archer Huntington, que, como señalamos, fue el fundador de la Hispanic Society. Susan Huntington le dio un nuevo impulso al Instituto. Susan se había licenciado en Wellesley College y, mucho más joven que los Gulick, tenía una concepción de la educación femenina menos religiosa y más «patriótica». Susan estaba convencida de que la educación era el vehículo imprescindible para el progreso nacional. Antes de incorporarse a la dirección del Instituto en Madrid, había trabajado, nombrada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, como decana en el Departamento de Educación de la Universidad de Puerto Rico. Es decir, había asumido un cargo político importante: el de reconducir la educación universitaria puertorriqueña, hasta 1898 similar a la española, hacia el modelo norteamericano. Susan Huntington intensificó los lazos con los institucionistas españoles. Colaboró con José Castillejo, secretario de la Junta de Ampliación de Estudios, sobre todo, desde la fundación, también en la calle Fortuny, de la Residencia de Estudiantes, en 1910, vinculada a la Junta. En 1915 se fundó, también por la Junta de Ampliación de Estudios, el Grupo de Señoritas que se instaló en los locales que la Residencia de Estudiantes tenía en Fortuny y que había abandonado al trasladarse a los edificios de los Altos del Hipódromo23. En 1917 la Junta de Ampliación de Estudios y el Instituto Internacional firmaron un acuerdo de colaboración. Durante la Gran Guerra los contactos entre España y Estados Unidos eran difíciles. La vida en Madrid encareció y los gastos del Instituto aumentaron. El Comité Directivo del Instituto Internacional decidió ofertar a la Junta de Ampliación de Estudios el alquiler de sus dos edificios de Madrid con la única condición de que lo dedicasen a la educación de la mujer española. La Junta de Ampliación de Estudios aceptó y dedicó el Instituto a dos de sus instituciones: la Residencia de Señoritas y el Instituto Escuela24. La gran etapa del hispanismo norteamericano se inició también durante la Gran Guerra. La entrada en la contienda de los Estados Unidos contra Alemania, en el año 1917, ocasionó que se tomaran medidas drásticas contra la enseñanza del alemán y que se recomendase el estudio del español por razones políticas –el acercamiento a América Latina– y también culturales. El sentimiento contra Alemania se extendió muy pronto por los Estados Unidos. Tanto en las escuelas como en las universidades se suprimió el estudio de la lengua alemana. Así, por ejemplo, el Consejo Escolar de Nueva York prohibió la enseñanza del alemán y recomendó a

22 C. de la Guardia, «Estados Unidos y España. El Instituto Internacional como confluencia de culturas», Primer Simposio España-Estados Unidos. Una mirada desde el Instituto Internacional, Madrid, Instituto Internacional, 2002. 23 A. Jiménez-Landi, La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, vol. IV, Madrid, Ministerio de Cultura, UCM, 1996, pp. 97-100. 24 C. de Zulueta, Misioneras, feministas y educadoras. Historia del Instituto Internacional, Madrid, Castalia, 1984; y también Cien años de educación de la mujer española: historia del Instituto Internacional, Madrid, Castalia, 1992.

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todos los profesores que impartían esa disciplina que se preparasen para enseñar otras lenguas, preferiblemente español, a partir de septiembre de 1917. Estas prohibiciones impulsaron el hispanismo en Estados Unidos. En las grandes escuelas de lenguas, como la de Middlebury College, en Vermont, en donde sólo se enseñaba alemán y francés, se fundaron «escuelas españolas». Stephen A. Freeman, que escribió The Middlebury College Foreign Language Schools, nos recuerda cómo el año en que se fundó la escuela española se matricularon más de 60 estudiantes, la mayoría con apellidos alemanes. Todos eran profesores de alemán y tuvieron que transformarse «por mandato» y enseñar español25. Las estrechas relaciones entre las universidades americanas, que habían apoyado los proyectos españoles de Alice Gordon Gulick, y los organismos vinculados a la Institución Libre de Enseñanza fueron ahora muy útiles26. La Junta de Ampliación de Estudios, creada en 1907 para, entre otras cosas, luchar contra «el aislamiento de movimientos científicos y pedagógicos impulsados desde otras naciones», supo aprovechar este empuje norteamericano y enseguida ofreció una colaboración estrecha y recíproca. Lo hizo sobre todo a través del Centro de Estudios Históricos que entonces dirigía Menéndez Pidal27. Como afirmaba José Castillejo en un artículo publicado en Estados Unidos en 1919, «La Junta para la ampliación de Estudios […] ha contribuido a impulsar y a estrechar las relaciones culturales entre España y los Estados Unidos»28. En 1919 el Gobierno español envió una propuesta oficial de colaboración cultural a los Estados Unidos. Poco después, en representación del ministro de Instrucción Pública, José Castillejo, presidente de la Junta, viajaba durante dos meses por Estados Unidos. Visitó numerosas universidades e instituciones culturales y se entrevistó con expertos educadores. Al final de su viaje, Castillejo presentó un plan de trabajo a todas las instituciones que ofertaron colaborar con España. Aprovechando la relación previa entre algunas de las instituciones impulsadas y apoyadas por la Junta en Madrid, entre ellas el Instituto Internacional para Señoritas de Alice Gordon Gulick, y las universidades americanas, Castillejo, en nombre del Gobierno español, ofreció plazas en los laboratorios y departamentos universitarios españoles para estudiantes graduados norteamericanos. «Los siguientes Departamentos serán de especial interés para estos estudiantes: Filología y literatura española; Historia del Arte español; Paleontología y Prehistoria. En algunos casos los Departamentos de Geología, Botánica y Zoología también pueden ser de interés». También les informó de la existencia de «Cursos de verano para extranjeros», y de la posibilidad de alojarse en la Residencia de Estudiantes y en la de Señoritas. Castillejo, además, ofreció la posibilidad de enviar a las universidades americanas a licenciados españoles para «dar determinadas horas de conversación en español […] o en el aula o en una Casa Española organizada de la misma manera que la Casa Francesa que ya existe». A su vez, habló de la posibilidad de enviar profesores ayu-

25 S. A. Freeman, The Middlebury College Foreign Language Schools. The Story of a Unique Idea, Middlebury, The Middlebury College Press, 1975. 26 Sobre las relaciones culturales entre España y los Estados Unidos, véase A. Niño, «Las relaciones culturales como punto de reencuentro Hispano-Estadounidense», en L. Delgado y M.a Dolores Elizalde (eds.), España y los Estados Unidos en el siglo XX, Madrid, CSIC, 2005, pp. 57-94. 27 Sobre la Junta de Ampliación de Estudios véase: 1907-1987. La Junta de Ampliación de Estudios y de Investigaciones científicas 80 años después. Simposio Internacional Madrid, 15-17 de diciembre de 1987, 2 vols., J. M. Sánchez Ron (coord.), Madrid, CSIC, 1988. También T. Martín Eced, Innovadores de la educación en España: becarios de la Junta de Ampliación de Estudios, Servicio de Publicaciones de la Junta de Castilla La Mancha, 1991; y J. Formentin Ibáñez, Relaciones culturales entre España y América. La Junta de Ampliación de Estudios, Madrid, Mapfre, 1992. 28 J. Castillejo, «Intellectual relations between Spain and the United States. Plans proposed by the Junta para la ampliación de Estudios», Hispania 2, 5 (1919), pp. 242-248.

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dantes y visitantes para enseñar español y cursos de literatura y cultura española. La Junta invitó a Madrid a «profesores e investigadores americanos […] para investigar en laboratorios y enseñar sus métodos especialmente en Ciencias como Biología, Psicología y Física»29. El viaje por los Estados Unidos del presidente de la Junta de Ampliación de Estudios fue muy fructífero. En el mes de Septiembre, la Junta firmaba un acuerdo con el Smith College para el intercambio de becarias entre la institución femenina americana y la Residencia de Señoritas que, como ya hemos señalado, ocupaba la sede del Instituto Internacional. Así, Milagros Alda viajaba, ese mismo año, becada por la Junta a Massachusetts. Los contactos se multiplicaron. Teniendo en cuenta las relaciones previas de Alice Gordon Gulick, de Susan Huntington y de los institucionistas con las universidades femeninas de la Costa Este de los Estados Unidos, lo que ocurrió fue que se intensificaron las relaciones con estas instituciones de Educación Superior. De nuevo el Smith College, el Bryn Mawr College; el Wellesley College y el Vassar College se repetían como lugar de destino de españolas y españoles y de origen de muchos de los profesores y estudiantes estadounidenses que acudían a ampliar estudios a España. También fueron estas instituciones las primeras en acoger a los intelectuales españoles republicanos tras la contienda. Antes del estallido de la Guerra Civil Española, las hermanas Arsenia y Justa Arroyo Alonso viajaron al Bryn Mawr y al Smith College respectivamente para perfeccionar sus estudios de Química30. Dorotea Barnés González se trasladó poco después al Smith College para realizar estudios de Química y Física. Y también lo hicieron Carmen Castilla Polo en 1921 y muchas otras31. Las semillas de lo que desde la Guerra Civil fue un verdadero aluvión de profesores estaban ya sembradas. Las universidades norteamericanas aceptaron sobre todo a licenciados y doctores que trabajaron como profesores de español, pero España estaba muy interesada en utilizar los recursos de las universidades estadounidenses para incrementar el desarrollo científico de las instituciones educativas e investigadoras españolas. Muchos científicos y científicas, como ya hemos resaltado, se trasladaron a Estados Unidos. Fue llamativa la presencia de investigadores vinculados a las diferentes especialidades médicas. Así, el médico Rosendo Carrasco se trasladaba a Harvard en 192032. También Manuel Clavel realizó una estancia de un año en Nueva York trabajando sobre tumores óseos malignos33. Pero no sólo los profesores e investigadores españoles se beneficiaron de las intensas relaciones culturales entre los dos países. La Junta de Ampliación de Estudios organizó, a partir de 1911, cursos de verano para extranjeros sobre lengua y literatura española. El peso en ellos de los estudiantes de los Estados Unidos, a partir del viaje de Castillejo, fue asombroso. Así, de los 123 alumnos del año 1921, 99 fueron estadounidenses. También fueron muy estrechas las relaciones del Centro de Estudios Históricos y las universidades norteamericanas. Los cursos de verano para extranjeros fueron dirigidos por profesores del Centro de Estudios Históricos y contaron en su subdirección con profesores prestigiosos que trabajaban en Estados Unidos. Así, el curso de 1924 lo dirigió Tomás Navarro Tomás y el secretario fue Felipe Morales Satién que, además de ser colaborador del Centro, era profesor de la Universidad de Southern California34. Instituciones específicas norteamericanas como el Spanish Bureau del Institute of Internatio-

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Ibid., p. 247. Residencia de Estudiantes, Archivo de la Junta Ampliación de Estudios, pp. 12-557. 31 Ibid., pp. 33-387. 32 Ibid., pp. 31-273. 33 Ibid., pp. 36-534. 34 «El Decimotercero curso de verano para extranjeros del Centro de Estudios Históricos de Madrid», Hispania 7, 6 (1924), pp. 400-406. 30

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nal Education de Nueva York se encargaron de agrupar y ayudar a los profesores que querían asistir a los cursos35. Los cursos se desarrollaban en la Residencia de Estudiantes. En un discurso pronunciado en la apertura del curso de verano del año 1921, el profesor Lawrence A. Wilkins, vicepresidente de la Asociación de Profesores de Español, de los Estados Unidos, reconocía la importancia cada vez mayor de la enseñanza del español en Norteamérica. «Se estima que en todos los Estados Unidos, en las instituciones docentes de todas las categorías, unos trescientos mil niños y jóvenes se dedican al aprendizaje de español», afirmaba Wilkins, «[…] El castellano va convirtiéndose cada vez más en un lazo que unirá estrechamente a nuestras dos naciones […]», concluía36. La relación entre el Centro de Estudios Históricos y el hispanismo en los Estados Unidos era cada vez más estrecha. Como reconocía el profesor Shulz, también de la Universidad de Southern California, en la apertura del Decimotercero curso de verano, «Ninguna Universidad de los Estados Unidos considera que el cuadro de sus profesores está completo hasta que uno o más españoles figuran incluidos en la facultad de estudios de español. ¿Y quienes son estos profesores españoles?», se preguntaba el profesor Shulz, «No sorprende saber que en su gran mayoría tienen relación más o menos directa con el Centro de Estudios Históricos; la mayoría han ido allí solicitados por nuestras universidades al director de esta institución», concluía Shulz en 192437. Estos lazos que se trenzaron durante el periodo de entreguerras entre el Centro de Estudios Históricos y las universidades americanas fueron vitales para comprender el destino hacia los Estados Unidos de muchos intelectuales españoles republicanos. También fue muy importante la labor de la Junta para impulsar la creación de nuevas instituciones norteamericanas destinadas a incrementar el hispanismo. En Nueva York se fundó el Instituto de las Españas, dirigido por el delegado de la Junta en Estados Unidos, Federico de Onís, profesor y organizador del Departamento de Español de la Universidad de Columbia. Onís tenía muy buenas relaciones con los hispanistas americanos. En el documento de organización de la nueva institución, se enumeran quince fines del organismo. Intercambiar profesores y estudiantes, organizar exposiciones, crear bibliotecas y publicar libros y folletos eran los más importantes. La «hispanidad» del centro se plasmó en el sello de la institución. La Dama de Elche con el lema de Rubén Darío, Sangre de Hispania fecunda, escrito de puño y letra por Federico García Lorca, era el símbolo del nuevo organismo. Al principio, la sede del Instituto no fue estable. Distintos recovecos de la Universidad de Columbia bastaron. Pero pronto tuvo su sede, la Casa de las Américas, y empezó a publicar la Revista de Estudios Hispánicos y, desde 1934, la Revista Hispánica Moderna. El instituto invitó como conferenciantes a muchos representantes de la cultura española del periodo de entreguerras. Entre ellos destacan Gabriela Mistral, Salvador de Madariaga, Gregorio Martínez Sierra, Federico García Lorca, Valle Inclán, Benavente, Alberti y Dalí38. Tras la guerra el Instituto de la Españas acogió una serie de grandes producciones teatrales realizadas por el Grupo Dramático del Instituto en donde participaron, entre otros, Laura de los Ríos y Francisco García Lorca; Margarita Ucelay y Ernesto da Cal, Teresa Castroviejo de Escobal y también el poeta cubano Eugenio Florit39.

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«Curso de vacaciones para estudiantes extranjeros», Hispania 4, 5 (1921), pp. 251. Ibid., pp. 244-251. 37 «El Decimotercero Curso de Verano para Extranjeros del Centro de Estudios Históricos de Madrid», Hispania 7, 6 (1924), p. 404. 38 T. S. Beardsley, «Insituciones norteamericanas dedicadas al hispanismo», p. 201. 39 Vease también M. Ucelay, «The Hispanic Institute in the United States», Estafeta Literaria 487 (1972), pp. 488491. 36

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En 1929 y, gracias a la iniciativa de Gregorio del Amo y de su mujer, se fundó la Fundación del Amo, que impulsó un prestigioso programa de intercambio entre la Universidad Complutense y la Universidad de California40.

Emigrados republicanos en Estados Unidos La implacable política de neutralidad de los Estados Unidos al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, en 1939, no contribuyó a generar una ayuda gubernamental a los españoles republicanos41. Pero los intensos contactos culturales entre España y los Estados Unidos, tejidos durante la década de los veinte y de los treinta del siglo XX, posibilitaron la llegada de republicanos sobre todo a los departamentos de español de numerosas universidades norteamericanas. Los primeros intelectuales republicanos en instalarse en los Estados Unidos estaban vinculados al Centro de Estudios Históricos. Durante la Guerra Civil, la correspondencia entre los intelectuales españoles que residían y luchaban en España vinculados al Centro y aquellos que trabajaban en las universidades y otras instituciones estadounidenses fue continua. «Don Ramón ha inaugurado unos cursos en la Columbia University», escribía Homero Seris desde Nueva York a Tomás Navarro Tomás en 193742. «No sé nada de nadie de Valencia, no sé si reciben ustedes mis cartas», comentaba, visiblemente preocupado, José F. de Montesinos a Navarro Tomás desde Washington43. En una carta publicada el 26 de mayo de 1938 en La Vanguardia, Federico de Onís se dirigía a Navarro Tomás y Antonio Machado desde Nueva York. «Señores Don Antonio Machado y Don Tomás Navarro Tomás: Muy queridos amigos. He seguido desde muy lejos, donde el destino me puso hace más de veinte años, vuestra labor y la de otros intelectuales españoles que en esta hora grande y trágica de España han cumplido sencillamente con su deber, […] el deber me ha mantenido a mí en mi puesto de esta universidad norteamericana consagrado a mis clases y a la obra de relaciones culturales con los Estados Unidos, la América española y el pueblo sefardí que aquí llevamos a través del Instituto de las Españas», escribía Onís, «[…] después, amigos míos, si el gobierno triunfa yo volveré a mi independencia y aislamiento de toda actitud política pero si el gobierno fracasa seguiré vuestra suerte por pensar lo mismo que vosotros», concluía ofreciendo toda su ayuda a los republicanos españoles Federico de Onís desde Estados Unidos. La respuesta de Antonio Machado a la ayuda del profesor español en Columbia fue en verso: A Federico de Onís: Para ti roja flor que antaño fue blanca lis, con el aroma mejor del huerto de Fray Luis 44. 40

A. Niño, op. cit., pp. 88-90. A. Alted, La voz de los vencidos. El exilio republicano, Madrid, Santillana, 2005, pp. 302-306. 42 Homero Seris a Navarro Tomás, Nueva York, 30 de septiembre de 1937, Residencia de Estudiantes. Archivo de la Junta de Ampliación de Estudios. 43 José F. Montesinos a Navarro Tomás, Washington 16 de octubre de 1937, Residencia de Estudiantes, Archivo de la Junta de Ampliación de Estudios. 44 M. Alonso con la colaboración de A. Tello, Antonio Machado. Poeta en el exilio, Barcelona: Anthropos, 1985, pp. 290-296. 41

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En 1937, en plena Guerra Civil, como le comentaba Homero Seris a Tomás Navarro Tomás, el director del Centro de Estudios Históricos, Ramón Menéndez Pidal, llegó a Estados Unidos e impartió cursos en la Universidad de Columbia. Pero regresó muy pronto a la España franquista. Fue diferente para Américo Castro. Al proclamarse la República fue designado embajador en Berlín y ejerció el cargo varios meses. Durante la guerra impartió docencia en las universidades de Buenos Aires, Río de Janeiro, Wisconsin y Texas. Fue a partir de 1941 cuando decidió quedarse como profesor en la Universidad de Princeton, en donde permaneció hasta su jubilación en 1953. Tras su retiro también fue profesor de la Universidad de San Diego, en California45. El director de la sección de literatura del Centro de Estudios Históricos y posterior secretario general de la Universidad Internacional de Verano de Santander, Pedro Salinas, fue otro de los brillantes refugiados en Estados Unidos. En plena Guerra Civil, Salinas, que había aceptado un cargo de profesor visitante en Wellesley para el año académico 1936-1937, huía desde el palacio de la Magdalena en Santander por Francia hacia Estados Unidos. Un año después, en 1937, llegaba a Nueva York su familia, que como la de cualquier emigrante tuvo que sufrir los duros trámites de la aduana americana. «Confieso que me había pasado más de una noche en blanco pensando en el momento en que nos tocaría presentarnos ante ellos, y se me puso la carne de gallina cuando los altavoces del Île de France empezaron a dar instrucciones sobre lo que había que hacer durante el desembarco», contaba Jaime Salinas en sus memorias46. Pedro Salinas se trasladó desde Wellesley, en 1940, a la Universidad de John Hopkins: «cuyos departamentos de lenguas extranjeras gozaban de gran prestigio (Leo Spitzer, el celebre y respetado filólogo austriaco, era miembro de la sección de literatura comparada), mi padre, además de seguir impartiendo sus clases […], podría dirigir tesis doctorales, pues era una universidad y no un college», escribía Jaime Salinas en sus Memorias47. También se refugió en Estados Unidos Jorge Guillén. Gran amigo de Pedro Salinas, impartió docencia en Wellesley College desde 1940 hasta su jubilación. Los contactos del Centro de Estudios Históricos con las instituciones universitarias norteamericanas explican que su secretario, Tomás Navarro Tomás, se dirigiera hacia Estados Unidos tras la Guerra Civil. Navarro Tomás había desempeñado durante la guerra el difícil cargo de director y de protector de los fondos de la Biblioteca Nacional trabajando infatigablemente para salvarlos. También desde el interior de España y gracias a sus contactos, participó en la búsqueda de trabajo y lugar de exilio de muchos españoles comprometidos. «El señor embajador de México de esta capital me notificó que el Gobierno mexicano ha invitado oficialmente a varios profesores y escritores españoles para que prosigan sus actividades en aquella república durante cierto tiempo», escribía Fernando de los Ríos desde su Embajada en Washington a Tomás Navarro Tomás en 193848. Tras la contienda, cruzó la frontera de Francia junto a su gran amigo Antonio Machado. Desde su llegada a Nueva York, en febrero de 1939, fue contratado por la Universidad de Columbia, en donde ya había impartido conferencias. Nunca volvió a España, falleció en Northampton en 1979 a los 91 años de edad. También fueron colaboradores del Centro: José Fernández Montesinos, que impartió docencia en la Universidad de Berkerley, California, y Homero Seris, el gran amigo de Navarro 45

V. Llorens, Estudios y ensayos sobre el exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento, Biblioteca del Exilio, 2006. J. Salinas, Travesías, Barcelona, Tusquets, 2003, pp. 115-116. 47 Ibid., p. 125. 48 Fernando de los Ríos a Navarro Tomás, 19 de agosto de 1938, Residencia de Estudiantes, Archivo de la Junta de Ampliación de Estudios. 46

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Tomás, que trabajó como profesor en la Universidad de Syracuse. El historiador Ramón Iglesia fue profesor en la Universidad de Wisconsin, en donde se suicidó en 1948. En Nueva York trabajaron el poeta y crítico Ernesto Guerra da Cal y Miguel Pizarro Zambrano. Otros profesores de lengua y literatura refugiados en Estados Unidos fueron Ángel del Río, que enseñó en la Universidad de Columbia y dirigió el Instituto Hispánico de Nueva York; el poeta y ensayista German Bleiberg, que tras su paso por las cárceles franquistas desde 1939 a 1943, fue profesor de Notre Dame, Vanderbilt, Massachusetts, Vassar College y New York University. Joaquín Casalduero fue profesor en Wisconsin y Nueva York. Ricardo Gullón tardó en viajar a los Estados Unidos. Había luchado durante la guerra en el Ejército republicano, tras una depuración de 30 meses, abandonó su pasión literaria y retomó su carrera judicial. Pero, quejoso, fue reclamado por su admirado y querido amigo Juan Ramón Jiménez, entonces profesor en Puerto Rico, para poner orden en sus papeles y archivos. Tras recibir un encargo literario de la Universidad de Texas, Gullón decidió abandonar su carrera judicial y dedicarse a la docencia y a la crítica literaria en Estados Unidos. Enseñó, primero, en la Universidad de Texas; y, después, en las de Austin, Stanford, y en la Universidad de Nueva York hasta que en 1974 llegó a la Universidad de Chicago. También enseñó en California, Davis49. Vicente Llorens, el historiador y gran experto valenciano sobre los exilios españoles a lo largo de la historia, enseñó durante muchos años en Estados Unidos. Se exilió primero a la República Dominicana y después a Puerto Rico. De allí pasó a enseñar, de la mano de Salinas, en la John Hopkins y, por último, estuvo años en Princeton reclamado por Américo Castro. Allí tuvo como discípulos a un nutrido grupo de hijos de exiliados como Solita y Jaime Salinas y Claudio Guillén50. Muchos de los profesores republicanos estuvieron antes de llegar a Estados Unidos en otros países, sobre todo de América Latina. José Rubio Bárcena enseñó en Cuba antes de aceptar un puesto en la Universidad de Los Ángeles. José Amor estuvo en Venezuela con anterioridad a ser profesor de Brown. En Argentina trabajó Joan Corominas y después enseñó en la Universidad de Chicago51. Pero no sólo llegaron académicos a los departamentos de español norteamericanos. Algunos autores españoles, prestigiosos por su labor literaria, iniciaron una carrera universitaria en Estados Unidos. La universidad americana siempre fue mucho más flexible y dinámica que la europea y aceptó a profesores que no necesariamente tenían una rigurosa formación académica. El escritor Ramón J. Sender fue profesor en las universidades de Nuevo México y de California. Francisco Ayala enseñó en muchas universidades, entre ellas la de la City of New York. También Luis Cernuda enseñó en Mount Holyoke tras su exilio británico. Juan Ramón Jiménez residió en Nueva York, en donde la familia de Zenobia editaba La prensa, periódico publicado en español que leían los exiliados. También impartió conferencias en la Universidad de Columbia, Miami y en la de Duke. Antonio Sánchez Barbudo, que había sido empleado del Ministerio de Instrucción Pública y Premio Nacional de Literatura en 1938, enseñó en las universidades de Texas y Wisconsin. Ildefonso-Manuel Gil, poeta aragonés, llegó tardé a Estados Unidos, en 1962, y lo hizo de la mano de su amigo Francisco Ayala. Enseñó en las Universidades de

49 «Biografía de Ricardo Gullón» [www.cervantesvirtual.com/bib_autor/gullon/pcuartonivel.jsp?autor=gullon &conten=presentacion]. 50 De la obra de Llorens sobre el exilio resaltan la publicada en 1954 por el Colegio de México: Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra, 1823-1834; y también la más tardía: La emigración republicana de 1939, publicado por la editorial Taurus en 1976, primer volumen de un libro colectivo en seis tomos sobre El exilio español de 1939. 51 V. Llorens, Estudios y ensayos sobre el exilio republicano..., cit., p. 416.

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Rutgers y de Nueva Nueva York hasta su jubilación en 1982. «Para alguien tan apegado a su tierra como yo, el exilio nunca puede ser voluntario», nos recordaba Ildefonso-Manuel Gil antes de regresar a su tierra desde Estados Unidos en 198652. Algunos refugiados que no tenían una formación literaria antes del exilio completaron sus estudios en Estados Unidos o publicaron sobre temas literarios y fueron considerados expertos en literatura española. Francisco García Lorca y Lusón Monguió procedían de la carrera diplomática, pero enseñaron literatura en Columbia y en Berkerley respectivamente. Una reconversión más radical fue la del músico y pintor surrealista Eugenio Fernández Granell. Militante del POUM –Partido Obrero de Unificación Marxista–, tras su paso por Francia, República Dominicana y Guatemala, viajó a Estados Unidos doctorándose en la New School for Social Research en Sociología y Antropología. Granell se convirtió en experto profesor de literatura española. Enseñó en Brooklyn College desde 1956 hasta su jubilación en 198653. Muchas mujeres fueron profesoras. La mayoría, aprovechando los contactos previos de los institucionistas con los colleges de mujeres, ejercieron en estas instituciones educativas de la costa Este. Pilar de Madariaga en el Vassar College; Gloria Giner en el Barnard College; Concha de Albornoz en el Mount Holyoke; Isabel García Lorca enseñaba los veranos en Middlebury y desde 1947 comenzó a impartir clases en el Sarah Lawrence College, en el estado de Nueva York. Luisa Soria, tras su exilio en Suecia, trabajó en el Bryn Mawr College y en el Smith College. Carmen de Zulueta enseñó en Harvard y también en CUNY. Zenobia Camprubí lo hizo en la Universidad de Maryland. Sofía Novoa enseñó en Columbia y en el Vassar College; Concha Zardoya, que aunque había nacido en Chile era hija de españoles, fue considerada una de las figuras más importantes del hispanismo americano. Tras la guerra se doctoró en la Universidad de Illinois y después enseñó en los departamentos de español de Tulane; California; Yale; Indiana; y por último en Boston. Además de una ingente obra poética, Concha publicó ensayo y emprendió una gran labor como traductora54. Estos hispanistas, la mayoría exiliados forzosos, trabajando alejados de su medio, buscaron siempre la oportunidad de reunirse. En el Middlebury College, todos los veranos, muchos de ellos reproducían tertulias y costumbres españolas. La Escuela Española de Middlebury College era una de las escuelas que organizaban cursos de lengua y cultura durante los meses de julio y agosto en esa pequeña universidad de Vermont. Dirigida por el amigo de Federico García Lorca, Juan Centeno, desde 1931 hasta 1949, la Escuela siempre había mantenido estrechas relaciones con los intelectuales republicanos. Como señala Isabel García Lorca en Recuerdos míos, Middlebury «en la vida de los exiliados españoles jugó un papel importantísimo y en nuestra familia muy especialmente. Paco y Laura –se refiere a Laura de los Ríos– se casaron en Middlebury en el verano de 1942»55. Casi todos los profesores españoles en Estados Unidos enseñaron en una u otra época en Middlebury. Pedro Salinas, López Rey, el pianista Joaquín Nin Culmell, Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Fernando de los Ríos, Francisco e Isabel García Lorca, Sofía Navoa, Joaquín Casladuero, entre otros, fueron habituales de Middlebury College. No todos los «desterrados» enseñaron lengua y literatura. Fernando de los Ríos, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Central de Madrid, embajador en Washington durante la

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J. Ortega, «Ildefonso-Manuel Gil», El País, 27 de agosto de 1985. Una excelente biografía de Granell en la página de la fundación que lleva su nombre [www.fundacion-granell. org/historia_biografia/index.php]. 54 V. Llorens «Mujeres de una migración», Estudios y ensayos sobre el exilio republicano…, cit., pp. 437-454. R. Johnson, «Spanish Emigres of 1939 as Professors and Scholars in the US», Hispania 80, 2 (1997), pp. 256-267. 55 I. García Lorca, Recuerdos míos, Barcelona, Tusquets, 2002. 53

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Guerra Civil, fue profesor de Ciencia Política en la New School for Social Research de Nueva York, centro que sirvió de refugio a exiliados de los totalitarismos del siglo XX, sobre todo, del nazismo. El arquitecto mallorquín José Luis Sert sustituyó a Walter Gropius como decano de la Escuela de Arquitectura de Harvard. Ferrater Mora enseñó Filosofía en el Bryn Mawr College56. Fueron también muchos los médicos investigadores que encontraron refugio en Estados Unidos. En Bioquímica crearon una gran escuela de la que en la actualidad se beneficia la investigación española. En el Departamento de Bioquímica de la Escuela Médica de la Universidad de Nueva York, realizó sus trabajos Severo Ochoa y creó su brillante escuela. Entre sus discípulos resaltan Margarita Salas y Eladio Viñuela, que tan importantes han sido para el desarrollo de esta disciplina en España. Otros médicos e investigadores en el exilio norteamericano fueron Juan Negrín, Antonio Griñó, Manuel Manrique, Félix Martí Ibáñez, Rafael Lorente de No, Marcelino Pascua, Guillermo Angulo, Jaime Pi Sunyer y muchos más57. En este proceso de refugio de republicanos españoles en Estados Unidos, merece una reflexión especial y un lugar muy destacado la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Recordemos que la Guerra Hispano-Norteamericana de 1898 no supuso la independencia para Puerto Rico. Tras el Tratado de París de 1898, Puerto Rico fue cedida por España a los Estados Unidos. El Acta Foreker, de 1900, estableció que el presidente de los Estados Unidos designaría al gobernador de la isla. El Acta Jones, de 1917, concedió la ciudadanía estadounidense a los puertorriqueños y el derecho de elegir a los miembros de las Cámaras en donde recae el poder legislativo. Desde 1948, los puertorriqueños pueden elegir a su gobernador y, desde 1952, Puerto Rico es un Estado Asociado dentro de la Unión de los Estados Unidos de América58. La transición desde la cultura y los valores propios e hispánicos hacia unas pautas culturales estadounidenses no fue sencilla para los puertorriqueños. Vimos cómo una de las primeras medidas del Gobierno de los Estados Unidos para lograr la americanización de la isla fue cultural: nombrar a Susan Huntington como decana de la Universidad para trabajar en la reconversión del centro educativo. La insistencia con la enseñanza en inglés en todas las instituciones educativas era una prioridad para Washington. Sin embargo, durante los años treinta se produjo un renacer del nacionalismo cultural en Puerto Rico. Lo hispano se reivindicaba frente a los envites de la cultura y las costumbres de los Estados Unidos, que cada vez primaban más en la isla59. Este renacer del hispanismo no fue siempre progresista. Algunos intelectuales puertorriqueños identificaron lo español con el catolicismo, la monarquía y una gran estratificación social. Pero otros se acercaron y admiraron toda la producción cultural de la España de la Segunda República y de la guerra. Cuando estalló la Guerra Civil Española y durante la Dictadura franquista, la postura oficial de la isla era similar, no podía ser de otra manera, a la del Gobierno de los Estados Unidos. El gobernador de Puerto Rico, como dirigente de un Estado Asociado a los Estados Unidos, compartía sus principios en política exterior. Puerto Rico, por lo tanto, tampoco reconoció el estatuto de refugiados políticos para los españoles. Sin embargo, ocurrió lo mismo que había ocurrido en Estados Unidos. La universidad, de nuevo, se alzó como un lugar de acogida y de refugio 56

V. Llorens, Estudios y ensayos sobre el exilio republicano de 1939, cit., p. 418. Ibid., pp. 419-420. 58 J. McGeehan y M. Gall, US History and Government, Nueva York, Barron´s Educational Series, 1990, p. 251. 59 C. Naranjo Orovio, M.a D. Luque y M. Á. Puig-Sámper, Los lazos de la cultura. El Centro de Estudios Históricos de Madrid y la Universidad de Puerto Rico, 1916-1939, Madrid, 2002. 57

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para todos los perseguidos republicanos. Y además fue un lugar de llegada muy querido por todos los españoles. La excelente acogida, la similitud de la lengua, de muchas de las costumbres, la belleza y la calidez de Puerto Rico hicieron que muchos republicanos consideraran a la isla como el mejor de los lugares para el exilio. Gran parte de los profesores españoles que impartieron docencia en Estados Unidos pasaron antes o después por la Universidad de Puerto Rico. Fue durante el Gobierno del gobernador de la isla de origen puertorriqueño, Luis Muñoz Marín, y coincidiendo con el rectorado en la Universidad de Jaime Benítez, cuando la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, inició una política de atracción de los profesores españoles perseguidos por el franquismo. Jaime Benítez se había educado en distintas instituciones universitarias de los Estados Unidos. Experto y admirador de Ortega y Gasset, sobre el que escribió su tesis, fue partidario de un hispanismo «progresista». Intentó muchas veces que Ortega enseñara en Puerto Rico, pero no lo logró. Sin embargo, llegaron a establecer una relación muy estrecha. «Conocí a don José Ortega y Gasset en un pintoresco y deshabitado pueblecito del lejano Oeste de Estados Unidos. […] Bajo la inspiración de Robert Hutchins y el patronato de la Fundación Ford, se celebró en Aspen, Colorado, en junio de 1949, el primer centenario de la muerte de Goethe, con el concurso de gran parte de la intelectualidad de Norteamérica y la participación destacada de Albert Schweitzer y José Ortega y Gasset», escribía Bénitez, «Era su primer y único viaje a Estados Unidos. Por mi parte, iba exclusivamente a verle cara a cara. Entre los vivos, era la persona a quien más debía intelectualmente, y le guardaba esa gratitud especial que sienten los discípulos por sus grandes maestros», concluía60. La influecia de Ortega se apreció en la organización de la propia Universidad. Considerando que la Universidad de Puerto Rico debía ser una institución moderna, progresista y bilingüe, buscó a muchos de sus profesores entre los republicanos españoles y también entre grandes intelectuales latinoamericanos. Los emigrados españoles no sólo pertenecieron al campo de la lengua y de la literatura. De nuevo politólogos, científicos y expertos en otras disciplinas tuvieron cabida en este excelente centro educativo. Así, el politólogo Manuel García Pelayo y el filósofo Antonio Rodríguez Huéscar fueron profesores en Río Piedras. Pero también acudieron masivamente los expertos en lengua, literatura y cultura españolas: Francisco Ayala, Carlos y Juan Marichal, Tomás Navarro Tomás, Francisco García Lorca, Vicente Llorens... «Esto es mejor que Santo Domingo, pero la misma presencia de lo norteamericano en la vida exterior le hace sentir más nostalgia de lo español. ¿Os acordáis de aquel viaje a Toledo? Sic Transit […]», escribía Llorens a su amigo Eduardo Ranch desde Puerto Rico en 194661. También enseñaron muchos poetas: entre ellos Pedro Salinas, Claudio Guillén, Luis Cernuda y Juan Ramón Jiménez, que falleció allí en 1958. Poco antes, en 1956 cuando le concedieron el Nóbel, fue el propio rector, Jaime Benítez, el que viajó a Estocolmo para recogerlo. La llegada masiva de refugiados españoles también contribuyó a los objetivos de Benítez. La Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, logró tener un sello propio y diferente del de las universidades estadounidenses62.

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J. Ortega Spottorno, «Jaime Benítez, defensor del castellano», El País, 8 de junio de 2001. Vicente Llorens a Eduardo Ranch, 2 de junio de 1946. V. Llorens, Estudios y ensayos…41. 62 F. García-Moreno, «La Universidad de Puerto Rico como institución acogedora de intelectuales españoles exiliados en la trasguerra civil de 1936», en M.a Teresa González de Garay Fernández y J. Aguilera Sastre (eds.), El exilio literario de 1939: Actas del Congreso Internacional celebrado en la Universidad de la Rioja del 2 al 5 de noviembre de 1999. Véase también J. Benítez, «La Universidad de Puerto Rico y el exilio español», Cincuenta años de exilio español en Puerto Rico y el Caribe 1939-1989, A Coruña, Edicións do Castro, 1991, pp. 61-68. 61

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Estados Unidos nunca reconoció el estatuto de refugiados políticos a los emigrados españoles republicanos. Pero las redes intelectuales y educativas, tejidas desde el siglo XIX entre España y los Estados Unidos, posibilitaron la salida de muchos escritores e intelectuales republicanos españoles. Estos profesores, con su trabajo, contribuyeron a la génesis y al reforzamiento del hispanismo en Estados Unidos. Desde la distancia, desde el dolor, desde la ausencia recrearon aquella historia y cultura que, aunque propia, muchos querían convertirla en ajena. Es Vicente Llorens, que tanto sintió y pensó el exilio, quién desde los Estados Unidos escribía: Pues vivir así supone una alteración esencial de la existencia humana, que se equilibra siempre, aunque en forma inestable y cambiante entre dos términos tan opuestos como necesarios: el pasado y el futuro. El desterrado, falto de uno de ellos, padece una especie de mutilación irremediable, si es que no se siente en forma más irreparable todavía, privado de ambos, paralizado del todo, sin resto de vida: pasado muerto, porvenir helado.

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El exilio en la Luna INMACULADA DONAIRE DEL YERRO Universidad Autónoma de Madrid

El 28 de marzo de 1939, las tropas franquistas entran en Madrid. Finaliza la amenaza para unos y comienza para otros. Ese mismo día en la sede de la Embajada de Chile en el paseo del Prado, 26, son acogidos 17 refugiados republicanos. El entonces encargado de Negocios, Carlos Morla Lynch –a quien Federico García Lorca había dedicado Poeta en Nueva York–, recuerda así su llegada: Mientras el bullicio y el entusiasmo son delirantes en la calle, en tanto que la gran puerta de la Embajada, ampliamente abierta, da salida después de 33 meses de cautiverio, a los asilados liberados, penetran sigilosamente por la pequeña puerta señalada, escurriéndose cautelosamente contra el muro, los que acojo hoy, en este día apoteósico de victoria, día, para ellos, de duelo y de muerte1.

Algunos habían llegado el día anterior, pernoctando en una sala contigua a las que acogían a los 700 refugiados afines a los sublevados, que conocerían la libertad ese 28 de marzo. El motivo para el recuerdo de este grupo de asilados en el contexto de unas Jornadas dedicadas a la Cultura de la República no es otro que su contribución a la misma como creadores de la revista Luna, «la primera revista literaria del exilio español»2. Si atendemos a la lista que fue facilitada al Ministerio de Asuntos Exteriores el 20 de abril de 1939, entre estos 17 refugiados se encontraban dos escritores, Antonio Aparicio Herrero y Pablo de la Fuente, quien ejerció como director de la revista, según sus propias palabras en carta dirigida a Manuel Andújar3; Aparicio, de la Fuente, así como los asilados Fernando Echeverría, arquitecto de profesión, y el artista Santiago Ontañón Fernández, ilustrador de la revista, estuvieron vinculados a la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Las peticiones de asilo de Echeverría y de la Fuente fueron ad-

1 C. Morla, Memorias, tomado de J. Riquelme (ed.), Luna. Primera revista cultural del exilio en España (1939-1940), Madrid, EDAF, 2000, p. 18. 2 M. Andújar, «Luna, la primera revista literaria del exilio», en J. L. Abellán (dir.), El exilio español de 1939, tomo III, Madrid, Taurus, 1976, p. 87. 3 Ibíd., p. 88.

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mitidas por la Embajada de Chile gracias a la mediación del poeta Rafael Alberti.4 Entre los refugiados se encontraba también el actor Edmundo Barbero, que se hizo cargo de la crónica teatral de Luna. Formando parte del grupo había tres estudiantes, José Campos Arteaga, Julio Romeo del Valle y Luis Hermosilla Cívico, hijo de Antonio Hermosilla Rodríguez. Éste, director del diario republicano La Libertad, se refugia en la Embajada chilena junto a su hijo y a Antonio de Lezama, redactor del diario. Lezama había sido autor de los artículos, aparecidos en La Libertad, «El santo laico. La tumba de Pablo Iglesias», el 1 de mayo de 1927, en la página 5, y «A la memoria del Apóstol laico. El mausoleo de Pablo Iglesias», el 6 de abril 1930, en la página 3. Sobre él recayó la responsabilidad, según refiere Santiago Ontañón en sus memorias5, de escribir el editorial de Luna. Completan el grupo los médicos José García Rosado, Esteban Rodríguez de Gregorio y Luis Vallejo y Vallejo; y los abogados Luciano García Ruiz, Aurelio Romeo del Valle y Arturo Soria Espinosa, nieto del diseñador de la Ciudad Lineal de Madrid. De estos 17 sólo participaron directamente en la confección de la revista Luna: Campos, De la Fuente, los dos Romeo, Aparicio, Barbero, Ontañón y Lezama6. Ontañón deja constancia del grupo en torno a su mesa de trabajo, en una de las ilustraciones del último número de la revista, Luna se nos muestra hoy como un testimonio de enorme valor histórico por dos motivos, fundamentalmente. De una parte, es la primera revista literaria del exilio español. Por otro lado, constituye una muestra de cómo la actividad cultural puede convertirse en refugio en el interior del refugio, en exilio dentro del exilio o, en palabras de Pablo de la Fuente, ser «uno de los métodos para mantener la moral en el año y medio que duró nuestro encierro en la Embajada»7. En este sentido, creo, hemos de interpretar su primer artículo, el poema «Luna nueva», en el que, a modo de manifiesto, se nos dice: Luna que en nuestra misión –isla de dolor perdida– alumbra una nueva vida, da alientos a una canción.

Aquí los creadores de Luna declaran asumir conscientemente una «misión». No se trata, por tanto, de una Luna concebida como espacio en el que evadirse de esa realidad hostil, fragmentada, amenazante, así descrita en el poema: Cielo cerrado, enemigo, orillado a la tormenta, sobre la zarpa sangrienta que trae el fascismo consigo.

Sino que este grupo de exiliados, en medio de la euforia vencedora del Madrid franquista, asume su misión reivindicativa de una voz, la de los vencidos:

4

C. Morla, tomado de J. Riquelme (ed.), Luna, Madrid, Edaf, 2000, p. 17. S. Ontañón y J. M.a Moreiro, Unos pocos amigos verdaderos, Madrid, Fundación Banco Exterior de España, 1988, pp. 204-205. 6 M. Andújar, op. cit. 7 Ibíd. 5

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Luna con la sangre escrita de tantos ejecutados, hermanos nunca olvidados, sangre que en nosotros grita.

LUNA: que sea nuestra voz, como española sincera, dorada como una era, cortante como una hoz…

Si alguna unidad puede señalarse en los artículos que conforman los treinta números de esta revista «inédita y clandestina; secreta e insólita»8, es la que deriva de una temática y un tono fuertemente condicionados por la circunstancia histórica en la que se gestó. Entre los temas: la conciencia de derrota, la voluntad de mantener la esperanza de liberación y la elaboración de un legado testimonial como recurso frente al desesperante encierro y como cauce de libertad. En cuanto al tono, la unanimidad de la crítica irreconciliable contra los sublevados. Como muestra de ello, baste recordar las palabras de Edmundo Barbero en su artículo «El culto a la mentira», del último número de Luna: Terminó la temporada teatral madrileña como empezó, sin un solo atisbo de inquietud, de sensibilidad, con la misma miseria moral e intelectual. Aunque esto no me ha sorprendido de puro esperado, no por eso deja de satisfacerme por ser un claro exponente del sentido negativo del fascismo.

«¿Cómo se ha conseguido esa unanimidad?» es la pregunta que se hace Antonio de Lezama en el último editorial de Luna. Encuentra su respuesta en el sentimiento común de «nuestro amor a la libertad, nuestro antifascismo arraigado muy en lo profundo». El nombre de la revista, Luna, aparte de hacer referencia al aislamiento en que viven en esa «isla de dolor perdida» que es la Embajada de Chile, parece evocar el espacio nocturno al que les obliga la clandestinidad de su redacción. No en vano, como refiere Antonio de Lezama en el editorial del último número, «somos conocidos en el mundo del refugio por NOCTAMBULANDIA». Y más abajo aclara: No fue caprichosa, no, la denominación, ni artificial nuestro deseo de vivir de noche. […] «Lo mismo podíais haber hecho de día y no perder las horas de sueño». No, no podíamos, porque […] el día era nuestro enemigo. Era bajo la luz del sol cuando se reunían los tribunales para condenar implacables y vengativos, era al apuntar el día cuando las sentencias se ejecutaban, […]. Sólo cuando llegaba la noche, cuando el sueño impedía a los jueces seguir firmando sentencias de muerte, cuando acudía en ayuda de los encarcelados para hacerles olvidar su triste condición y su aún más triste destino, comenzaba nuestra vida.

A dicha clandestinidad les obliga la continua amenaza de un asedio por parte de las tropas de Franco, cuyo Gobierno no reconoce el derecho de asilo. Su aceptación de esta práctica en casos excepcionales y por motivos humanitarios estuvo motivada por el refugio que supusieron las embajadas de la capital para los contrarios al Frente Popular, durante los tres años de enfrentamiento abierto, en los que Madrid permaneció bajo la influencia del Gobierno de la República. Esto hace que resultase especialmente peligrosa la situación de nuestros 17 refugiados en la Embajada de Chile, así como la de otros asilados en las sedes diplomáticas de ese –para los vencedores– «Madrid liberado». Sobre todo, si tenemos en cuenta, por un lado, que España no había suscrito nin8

Portada de su edición por J. Riquelme, op. cit.

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gún convenio internacional que le obligase a reconocer como derecho el asilo diplomático; y, por otro lado, que Chile no reconoció al Gobierno de Franco hasta el 6 de abril de 1939. Esto dejó a la Embajada desprovista de inmunidad diplomática legal durante diez días, del 28 de marzo al 6 de abril. Un día antes, el 5 de abril, el edificio, custodiado permanentemente por la policía del nuevo régimen, estuvo a punto de recibir el asedio de las tropas franquistas. Asi lo recuerda Santiago Ontañón9, relacionándolo con un insulto dirigido contra Franco a su paso por el paseo del Prado, 26. Aunque el ilustrador de Luna niega cualquier responsabilidad por parte de los exiliados allí acogidos, cree que este incidente sirvió de detonante para el intento de asedio del 5 de abril: […] una noche llamaron a la puerta insistentemente, diciendo que abriésemos. Estábamos solos y, en esas condiones, habíamos convenido no hacerlo jamás. Los golpes en la puerta arreciaban, acompañados de gritos que prometían que no iba a pasarnos nada. Colocamos todos los muebles que pudimos a la entrada y llamamos urgentemente al embajador, que entonces era Núñez Morgado y vivía en el Ritz, contándole lo que pasaba. Era un hombre muy de derechas, pero se portó bien. A los pocos minutos, se presentó el agregado militar de la embajada vestido con traje de gala […]. Cuando le abrimos, tomó la bandera que había en el mástil, de unos dos metros por tres, abrió la puerta y mientras la tendía en el suelo les desafió: — Ustedes vienen a por estos señores, que están aquí asilados legalmente. Tienen armas y se los pueden llevar, pero para ir a por ellos, tienen que pisar esta bandera. No se atrevieron.

Según Carlos Morla, se trataba de un asedio anunciado: El 5 de abril en la tarde, Enrique Gajardo10 […] me llama apresuradamente. Ha recibido una denuncia, de fuente autorizada, según la cual habríase acordado la detención de los escasos asilados que hemos acogido; para ello, agrega la información, se utilizarían fuerzas moras para evitar toda alegación de nuestra parte. No hablan ni entienden el castellano11.

Ontañón también recuerda cómo habían tenido noticia de un episodio similar ocurrido la noche anterior en la sede de la Embajada de Panamá. El otro país que aún conservaba relaciones diplomáticas con el Gobierno de la República en el exilio y que tampoco había reconocido aún la legitimidad del Régimen militar de Franco. En este caso, como recoge Carlos Morla Lynch en su Memoria, los asilados republicanos fueron detenidos. El día después del intento frustrado de vulnerar la extraterritorialidad de la Embajada, Chile reconoce al Gobierno militar de España y Carlos Morla Lynch es sustituido por el representante chileno ante el Gobierno de Burgos desde 1938, Enrique Gajardo. Estas medidas no debieron de parecerle suficientes al Régimen franquista, pues, según relata Santiago Ontañón cuarenta años después12 en una entrevista concedida a Manuel Vicent, sufrieron otros dos intentos de asedio en la Embajada.

9

S. Ontañón y J. M. Moreiro, op. cit., pp. 204-205. Representante chileno ante el Gobierno de Burgos desde 1938. 11 Tomado de J. Riquelme, op. cit., pp. 11-12. 12 M. Vicent, «Tertulia de tarde con S. Ontañón», El País, 3 de octubre de 1981, pp. 11-12. 10

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El 20 de abril de 1939, el nuevo encargado de Negocios, Enrique Gajardo, envía al Ministerio de Asuntos Exteriores español una relación con los nombres de los 17 asilados, solicitando el salvoconducto para su evacuación. Cumple así con lo establecido en los convenios de La Habana (1928) y de Montevideo (1933). Sin embargo, España no había firmado ni unos ni otros acuerdos. Chile, confiando en la presión de los otros países latinoamericanos, optó por mantener su petición, a pesar de la amenaza del Gobierno español de no autorizar nuevo embajador hasta que no le fueran entregados los 17 republicanos. El clima de tensión en el interior de la Embajada chilena debió de recrudecerse aún más cuando la Auditoría de Guerra del Ejército de Ocupación hizo públicas sus conclusiones, en julio de 1939, según las cuales, 5 de los 17 asilados podían ser condenados a pena de muerte y sobre otros 6 podían recaer penas de treinta años de reclusión mayor. Esta situación se prolongó durante todo el verano de 1939. En octubre de ese año, el Gobierno chileno consigue que el Régimen de Franco conceda el salvoconducto para cuatro de los 17 refugiados: Fernando Echeverría, Antonio Hermosilla, Arturo Soria y Luis Vallejo. Por este motivo ninguno de ellos formó parte del equipo de redacción de Luna, confeccionada por primera vez en la noche del 26 al 27 de noviembre de 1939, tras ocho meses de encierro. En ese primer ejemplar encontramos ya cuatro de las secciones que aparecen con mayor constancia a lo largo de sus treinta números de vida. El último data de la noche del 16 al 17 de junio de 1940. Estas cuatro secciones preeminentes son: la serie de artículos bajo el nerudiano título de «España en el tormento», la «Crónica teatral» a cargo de Edmundo Barbero, el «Cuaderno de poesía» que fueron confeccionando a lo largo de los siguientes siete meses de encierro y la sección titulada «Notas de lectura», dedicada a reseñas literarias, con la que se cierra cada número. El primero de ellos se inaugura con el poema-manifiesto «Luna Nueva», al que me referí más arriba. Y tras él el primer artículo, «Anfístora», de Santiago Ontañón. Su título es una palabra creada por Federico García Lorca: Anfístora es la mujer que está en ese vértice afiladísimo en que converge lo encantador, lo exquisito y lo grotesco, lo risible. La maravilla estética y la exaltación de lo cursi. Suele, debe de ser, ampulosa, exhuberante y confundirse con un poema de Juan Ramón y una página en colores del Blanco y Negro.

El artículo es, en realidad, una elegía dedicada a Federico, como víctima emblemática de «la zarpa sangrienta / que trae el fascismo consigo». Dice Ontañón: Ya no podrá sentirte tu poeta. Yo humildemente te prometo acariciarte con la suave marta de los pinceles y conseguir que aquellas almas sensibles y escrutadoras te amen como él y yo amamos siempre.

La ilustración del texto, del propio Ontañón, hace referencia al título. Anfístora va a constituir uno de los símbolos que cruzan la revista a lo largo de sus treinta lunas de existencia. Podemos rastrear su estela en las portadas de los números 1, 3, 8, 10, 30, así como en las ilustraciones interiores de los números 2 y 17, entre otros lugares. Con un más que evidente significado simbólico, la imagen de Anfístora se nos presenta dormida «sobre un lecho de ro-

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sas», en la portada del primer ejemplar, y «despertando de su sueño de treinta lunas» en la del último número de la revista. A través de «Anfístora», la figura emblemática de García Lorca se nos muestra como uno de los referentes ideológicos y estéticos de Luna. El homenaje al poeta aparece de forma más explícita y en su vertiente más lúdica en el número 14, con la publicación de la obra de guiñol el Retablillo de don Cristóbal. Algunos poemas de Federico entran a formar parte de la sección «Cuaderno de poesía». Entre otros, seleccionan aquel en que la «Luna» reclama: No quiero sombras. Mis rayos han de entrar en todas partes, y haya en los troncos oscuros un rumor de claridades, para que estas noches tengan mis mejillas dulce sangre, […].

A García Lorca le reservan el ejemplar confeccionado en la Nochebuena de 1939, en el que la tristeza ante tantas ausencias es uno de los temas centrales del artículo con el que se abre este quinto número: «Nochebuena 1939», de Aurelio Romeo. Junto al sentimiento de ausencia, el desánimo del grupo y la reflexión sobre el «dolor del sacrificio actualmente estéril». La desesperación de saberse «prisioneros» les «oprime el alma». Pero el encierro no llega a eclipsar su conciencia de alteridad: «Y pensando en nuestra abundancia –dice Romeo– nos sentimos avergonzados, comparando nuestra situación con los que están penando en las cárceles nacionalistas.» Ontañón, por su parte, selecciona el tema de la huída a Egipto para ilustrar la revista de esa noche. Si en la palabra poética de García Lorca encontramos representada la voz de los ausentes en el «Cuaderno de poesía» de esa «noche negra», como la llama Romeo, esta muestra antológica de las voces que iban a ser oficialmente silenciadas en la historia de nuestras letras se inicia, de forma igualmente significativa, con Antonio Machado: el poeta exiliado y muerto en ese exilio nueve meses antes de la confección del primer ejemplar de Luna; Machado reaparecerá en el número 26 con «La tierra de Alvargonzález». A Miguel Hernández dedican el artículo «Miguel Hernández condenado a muerte», en el número 10, en el que encontramos un testimonio tan contrario a la imagen de unidad del Régimen militar como éste: No hemos sido nosotros los únicos afectados profundamente por la noticia. Hombres que se agrupan en campos diversos, todos bajo las banderas de Franco, se han sentido sobrecogidos ante la amenaza que pesa sobre Miguel Hernández.

En el mismo ejemplar, en la sección «España en el tormento», se le rinde homenaje citando sus propios versos: ¿Morir? ¿Podré resistir tamaño acontecimiento, o moriré en el momento en que me vaya a morir de pena y de sentimiento?

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Miguel Hernández había visitado a Antonio Aparicio en la Embajada de Chile, pero no llegó a integrar el grupo de asilados, bien por decisión propia13, bien por la negativa de Carlos Morla14. Junto a García Lorca, Machado y Miguel Hernández, se encuentran otros nombres representativos tanto de la represión ejercida por el fascismo español como de la literatura del país de acogida: Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez, Juvencio Valle, Luis Cernuda, Manuel Altoaguirre, Gabriela Mistral o Emilio Prados son sólo algunos de ellos. Podríamos considerar que la misión reivindicativa de esas voces acalladas y, a la vez, la gratitud hacia la República chilena son dos fuerzas motrices de la labor emprendida por los integrantes de Noctambulandia. La unión de ambas motivaciones encuentra su reflejo en el hecho de que, junto a Federico, exista otra presencia fundamental: la de Pablo Neruda. El poeta del país de acogida y el poeta de España en el corazón. El nombre elegido por los asilados españoles para su revista, Luna, bien podría haber sido inspirado por los versos de «Invocación» con los que se inicia ese poemario: España, cristal de copa, no diadema, sí machacada piedra, combatida ternura de trigo, cuero y animal ardiendo. Mañana, hoy, por tus pasos un silencio, un asombro de esperanzas como un aire mayor: una luz, una luna, luna gastada, luna de mano en mano, de campana en campana!

A su obra se dedica la sección de poesía del segundo número de la revista, así como el artículo «Cerca de Neruda», del número 19. Aunque no incluyen nigún poema de España en el corazón, este título parece resonar a lo largo de la mayoría de sus números en la serie de artículos que componen «España en el tormento». Y es, precisamente, en el primero de ellos, donde aparece el que podríamos considerar el tercer referente ideológico y estético de Luna: la cultura popular. La inserción de lo popular hemos de entenderla, creo, como una muestra de reconocimiento hacia todos esos españoles para los que la Guerra Civil no supuso tanto una pugna ideológica como una lucha armada de clases15. A ellos se referiere la estrofa con la que culmina el poema-manifiesto del primer número de Luna: LUNA: que sea nuestra voz, como española sincera, dorada como una era, cortante como una hoz…

13 A. del Hoyo, «Dramatis personae: Carlos Morla Lynch y Miguel Hernández», Ínsula (marzo/abril 1980). Depósito hemeroteca de Filosofía. 14 P. Neruda, Confieso que he vivido, Barcelona, Seix Barral, 1974, pp. 153-155. 15 Para Jesucristo Riquelme –quien rescató Luna de la amnesia histórica y vio realizado su proyecto de edición en el año 2000–, «esta mezcolanza entre lo popular y lo culto, entre la imaginación individual y la tradición» tiene una raíz «innegablemente lorquiana» y su modelo paradigmático en la recreación de la voz «Anfístora». J. Riquelme, op. cit., p. 57.

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Esa misma interpretación de lo que supuso la Guerra Civil la encontramos en el editorial «España en el tormento» del primer número de Luna. En él la «misión» testimonial asumida por sus redactores pretende trascender lo estético y lo ideológico, y llegar a lo vivencial: Ha terminado la guerra y Juan Soldado llora en un rincón […]. ¿Por qué llora Juan Soldado? Es que recuerda. Juan Soldado es campesino, es obrero, oficinista, pero sus manos hace mucho tiempo que dejaron el arado, el torno, la pluma […]. No es comunista, ni es republicano, ni es socialista, ni es confederal, es pueblo de España que se revuelve contra la traición […]. No quiere ascensos ni glorias, quiere lo que es suyo, su tierra y su pan, su patria y su hogar.

Idéntica reivindicación patriótica, en contra del falaz y «encendido patriotismo de las clases conservadoras», como lo llama Edmundo Barbero en «El culto a la mentira» (Luna 30), es reiterada en el número 10, a través del poema de José Lezama «Versos del refugiado. Nunca seré apátrida»: Yo tenía una patria de cielo azul y altas montañas […]. Patria adorada que un 14 de abril de primavera clara el régimen cambió y libertad se daba entre cantos y risas […]. Hoy es un inmenso cementerio en que negros destacan tricornios y fusiles de los feroces guardias,

las rojas boinas, manteos y sotanas, decadentes italos, falangistas y moros y beatas […]. No lograrán su empeño. Para hacerme un apátrida tendrán que quitarme mi apellido, borrar la villa vasca donde nací y con una tenaza arrancarme la lengua, la lengua castellana que sin temor y a gritos traidores los proclama.

Versos estos en los que parece existir un homenaje a Neruda, por los ecos de su poema «Explico algunas cosas» de España en el corazón: Yo vivía en un barrio de Madrid, con campanas, con relojes, con árboles […]. Mi casa era llamada la casa de las flores, porque por todas partes estallaban geranios: era una bella casa con perros y chiquillos […].

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Y una mañana todo estaba ardiendo […]. Bandidos con aviones y con moros, bandidos con sortijas y duquesas, bandidos con frailes negros bendiciendo venían por el cielo a matar niños, y por las calles la sangre de los niños corría simplemente, como sangre de niños.


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Otras muestras de la importancia concedida a la tradición popular las encontramos en el artículo del número 1 de Luna, «Vox populi», de Antonio de Lezama, donde se dice del cancionero popular «que es también libro sagrado cuyas páginas son la memoria de millones de seres que viven, ríen, lloran y cantan». Y del que Lezama extrae esta copla que viene, usando sus propias palabras, «como anillo al dedo o como pedrada en ojo de falangista»: Republicana es la luna, republicano es el sol, republicana es la tierra, republicano soy yo.

En el tono festivo de esta y otras coplas, Lezama parece refugiarse de la situación de tensión que se vive en la Embajada. Tras una nueva ruptura de las negociaciones, Chile solicita la mediación de Brasil a finales de 1939. En estas fechas tiene lugar el traslado de la sede desde su ubicación inicial en el paseo del Prado, 26, a la calle de Miguel Ángel en su confluencia con el paseo de la Castellana. Este recorrido por la arteria principal de Madrid es narrado por Antonio de Lezama en el número 6 de la revista, confeccionado en la Nochevieja de 1939, en su artículo «De la calle Prado al paseo de la Castellana», en el que aún muestra la esperanza en el mañana: A la derecha se ve la monumental Puerta de Alcalá, en cuyo arco central proyecta el fascismo colocar una imagen del Pilar, pero bajo el cual está preparada la tumba de los héroes de Jaca que allí reposarán cuando España torne a ser lo que era.

Una esperanza que también asoma en la ilustración –como siempre, a cargo de Santiago Ontañón– que precede al artículo de la serie «España en el tormento». En ella se recrea la imaginería popular de la Semana Santa con una Dolorosa portando una sábana en la que aparece la inscipción «Dolor del año de 1939» –el llamado «año de la victoria»–. Y a sus pies, como surgiendo del borde inferior del marco, como el niño que acaba de nacer o como la planta que reverdece, situados también ahí abajo, casi oculta, aparece otra inscipción: «Esperanza de 1940». Aunque escasa es la esperanza que les infunde la prensa a la que tienen acceso. En la sección «Notas políticas» se lee: La Nochebuena pasó sin alegría popular, como han reconocido incluso los periódicos. El Fin de Año ha servido para que el pueblo sepa por boca del Dictador que no hay esperanzas de amnistía sino promesas de mayor represión. Aunque estas afirmaciones se han dado envueltas entre pruebas de fracaso, no por ello son menos desagradables.

La esperanza se torna en dolor en el ejemplar confeccionado la noche del 24 al 25 de marzo de 1940, a punto de cumplirse un año de encierro. Es este un número marcado por una dolorosa conciencia de pertenencia a la España de los vencidos. Así parece desprenderse de la nota editorial que, a modo de esquela en «recuerdo doloroso e indeleble del 28 de marzo de 1939», encabeza la primera página. Dicha nota cocluye con esta reivindicación restauradora del orden constitucional: ¡28 de marzo de 1939! ¡La República ha muerto! ¡VIVA LA REPÚBLICA!

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Este mismo dolor es el que refleja Santiago Ontañón en «Semilla a la poesía», preconizando un futuro «viaje a la semilla» de las artes como recuperación de la memoria «que hará, a través de los siglos, sentir el drama hondo, doloroso e injusto por el que hemos pasado». La conciencia de derrota da lugar a la reflexión de Pablo de la Fuente sobre el papel de la clase obrera durante la guerra en su artículo «Los obreros en la lucha». De la conciencia de derrota parece surgir el tono singularmente belicista de este ejemplar de Luna, como muestra de indignación frente a la amnesia resignada que se iba instalando en las conciencias de los españoles. Dicho espíritu de lucha anima artículos como «¡Arriba los muertos!», donde José Lezama afirma: De toda esa gentuza, de toda esa canalla dorada es la responsabilidad de una guerra que ellos provocaron e iniciaron, de dos años y medio largos de negra lucha; de crímenes sin cuento, de ruinas, de dolor y de vergüenza.

Otras muestras de ese tono combativo las encontramos también en el artículo autobiográfico de José Campos, «Julio 1936 – julio 1937», en el que nos da noticia de su intervención armada en la defensa de Madrid, o en el recuerdo de Edmundo Barbero sobre la «Sublevación de Andalucía». Resulta especialmente significativa, en este sentido, la adición del modificador «de guerra» al título de la serie antológica «Cuaderno de poesía»; donde, además, se nos informa explícitamente del deseo truncado por «las limitaciones materiales y la ausencia de textos» de haber introducido una «selección de la poesía de combate que floreció durante la guerra». Siete son los poemas incluidos y dos los poetas, Rafael Alberti y Miguel Hernández. Entre ellos, el poema de Alberti «A las brigadas internacionales». En esa misma línea de gratitud al apoyo internacional recibido por la República española, el número siguiente de Luna, elaborado tres días después del aniversario de su llegada a la Embajada, es todo un gesto de agradecimiento hacia el país de acogida y hacia el ministro de chile en España en ese momento, Germán Donoso Vergara. Así lo expresan en su «Dedicatoria»: Un año se cumplió el 28 de marzo de nuestro ingreso en la Embajada de Chile, huyendo de una muerte probable y de cruel y seguro encarcelamiento. Quiere LUNA expresar […] toda la admiración y gratitud que siente por la República chilena, y temerosa del empeño busca en el estro magnífico del inmortal Rubén Darío y en la prosa de un literato chileno un homenaje a la nación americana […].

Buena muestra de ese sentimiento de gratitud y de la confianza que los refugiados tenían depositada en Germán Donoso –«nuestro querido don Germán», lo llama Lezama en el editorial del último número– es el hecho de que le regalaran su revista, como recuerda Ontañón, «el día que salimos del exilio […] en prueba de agradecimiento». Gracias a ello Luna pudo salvarse, literalmente, de la quema. Por estas fechas, a comienzos del mes de abril de 1940, Brasil accede a la petición chilena de actuar como mediador ante el Gobierno de Franco a favor de la evacuación de los 13 republicanos refugiados en la Embajada. Los asilados, por su parte, parecen haber albergado alguna esperanza sobre su liberación a tenor de la «Nota Política» que podemos leer en el citado número 19 de Luna. Como un año antes, lo que para unos es fiesta y bullicio en las calles de Madrid, es para otros encierro y esperanzas frustradas:

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La preparación de las fiestas que conmemoren el aniversario de la terminación de la guerra ha ocupado la actualidad nacional. No se sabe si con este motivo habrá algún indulto o si se limitará todo a la charangada militar y los extraordinarios de tipo provinciano como los que hoy han publicado los periódicos de la «capital del imperio».

Dos números después, la confección de la revista coincide con el aniversario del triunfo de la República en el ya lejano 1931. En esa noche del 14 al 15 de abril de 1940, Antonio de Lezama recuerda aquella noche del 13 de abril en la que caminaba por el paseo de Martínez Campos junto a su amigo y camarada Pepe Escudero: Vamos silenciosos y preocupados. ¿En qué pensamos? ¡Seguramente en tantas luchas y trabajos como hemos realizado para llegar a un punto cuyo final ignoramos. Acaso el triunfo de nuestros ideales, tal vez la vuelta a las cárceles o el tiro que nos derribe al suelo como trágicos muñecos.

Un mes después, en mayo, un numeroso grupo de intelectuales chilenos, entre los que se encuentran Pablo Neruda, Juvencio Valle y Nicanor Parra, firman un manifiesto en defensa de los asilados republicanos en la Embajada de Chile en Madrid. El último número de Luna aparecerá un mes después. En la noche del 16 al 17 de junio de 1940. Esta fecha no coincide con la de la liberación de sus redactores, sino, en cierto sentido, todo lo contrario. La actividad periodística del grupo Noctambulandia cesa debido a un nuevo revés en las relaciones hispano-chilenas, que llevó al encargado de Negocios de la Embajada a abandonar España en julio. Los refugiados quedaron entonces bajo la protección del embajador de Brasil, Abelardo Roças. La nueva crisis diplomática no sólo supuso el cese de su actividad periodística, sino también la destrucción de una gran parte de ella. Luna se salvó. Pero los refugiados en la Embajada elaboraron, además, un diario, El Cometa, que hubo de ser destruido, como recuerda Santiago Ontañón en sus memorias, «ante la nueva amenaza de asalto que se cernía sobre la Embajada, una vez que Chile había roto relaciones diplomáticas con Franco»16. La existencia de El Cometa también es mencionada por Antoino de Lezama en su último editorial, en el que anuncia el final de Luna y el final de su encierro, «Último número». En septiembre Roças consigue el salvoconducto para ocho de ellos, entre los que se encuentran cuatro miembros del grupo de redactores de Luna: Aparicio, Campos y los dos Romeo. Los cinco refugiados restantes permanecieron en Madrid hasta el emblemático 12 de octubre.

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S. Ontañón y J. M. Moreiro, op. cit., pp. 204-205.

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Las nubes; Ocnos. El exilio existencial de Luis Cernuda MATÍAS ESCALERA CORDERO I.E.S. Atenea, Alcalá de Henares

El exilio (anterior al destierro) como destino –previsto– auto-impuesto «Biografía espiritual», llama Octavio Paz a la entera obra de Cernuda... Pero la biografía y la obra de un escritor no tienen por qué explicarse mutuamente; es más, a veces, saber demasiado de la primera –especialmente, si ésta se concibe en términos reductores– oscurece y desvirtúa la lectura de la segunda… Y el propio Luis Cernuda nos avisa: […] debo excusarme, al comenzar la historia del acontecer personal que se halla tras los versos de La realidad y el deseo, por tener que referir […] las experiencias del poeta […] no siempre será aparente la conexión entre unos y otras, y al lector corresponde establecerla, si cree que vale la pena y quiere tomarse la molestia… («Historial de un libro»).

Así, pues, si bien el carácter anónimo –o cuasi anónimo– de un texto o de una serie entera de textos no impide su correcta comprensión; por el contrario, quizá la facilite en muchas ocasiones; en este caso –y en algunos otros1, especialmente cuando los artistas asumen el prejuicio de la «sinceridad romántica»–, la obra de Luis Cernuda, auténtica «poesía de la experiencia»: en los términos en que Langbaum utilizó tal concepto para dar cuenta de la poesía europea, a partir del Romanticismo; aún, acaso, se entienda mejor incardinada en la peripecia vital de su autor2; pues en ella, en su origen de clase, en la educación recibida, así como en las afinidades y

1 Como sucede, por ejemplo, con Miguel de Unamuno, otro caso emblemático –exiliado también, por muchos conceptos– de nuestra literatura del siglo XX, tal como señala Fernando Savater en su «Introducción» a El sentimiento trágico de la vida, Madrid, Alianza Editorial, 1997. 2 La originalidad de la poesía de Luis Cernuda, para Gil de Biedma –introductor del concepto y conocedor de la obra del crítico norteamericano–, proviene precisamente de «la actitud o tesitura poética del autor, implícita en cada verso, en cada poema, que es radicalmente distinta de la de sus compañeros de promoción y no demasiado frecuente en la historia de la poesía española», El pie de la letra. Ensayos 1955-1979, Barcelona, Crítica, 1980. Y del hecho de que, cuando Cernuda escribe sus poemas, «[…] como niño encerrado en cuarto oscuro, no habla consigo mismo, se habla a sí mismo […]», en J. Gil de Biedma, J. Gil-Albert, L. A. Villena, Luis Cernuda, Universidad de Sevilla, 1977.

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elecciones (si tales elecciones se dan realmente) estéticas e ideológicas que el poeta hace, encontraremos la clave última de su radical «exilio existencial», anterior al definitivo destierro3. De modo que tanto sus dos primeras obras escritas desde el destierro, Las nubes, escrita entre 1937 y 1940, y Ocnos, cuya primera edición londinense es de 1942, como el resto de su obra «desterrada» (hasta Desolación de la Quimera) serían, en realidad, podrían verse así, la materialización –histórica– de otros dos exilios –social y existencial– «precedentes»4. Aunque hay un exilio –especie de «auto-exilio», anunciado y enunciado por los poetas románticos y simbolistas5– que nos ayudará a entender y explicarnos mejor los demás exilios; aquel que el autor «se impone» a sí mismo –como tarea única y destino irrefutable– en su propia obra. Hasta tal punto es así, que sólo en ella –Cernuda lo repite, una y otra vez– «vivirá» realmente, cuando, en el futuro, un lector renovado –y depurado– por un tiempo distinto –otro poeta seguramente–, le escuche y le comprenda, y entonces sus «sueños y deseos» se cumplirán, por fin… Y «tendrán razón al fin, y habré vivido»: escribe el poeta6. Como escribe César de Vicente Hernando en la nota editorial del número monográfico que la revista Alcores dedicó a la vida y a la obra de Luis Cernuda, en febrero de 1986: «Exiliado forzosamente en sí y desde sí mismo, sólo su obra, la lectura de sus poemas y notas críticas puede reflejar la única verdad del hombre […]». Esto es, que la verdadera –y única imposible– biografía de Luis Cernuda está –por propia convicción y deseo– en su obra.

La lógica frustración de lo absoluto «Busqué lo que pensaba», escribe en el poema IV de Donde habite el olvido. Cernuda, por la misma enajenada «imposibilidad» de un destino poético así auto-impuesto, y por la absoluta «enormidad» del deseo así expresado, tenía la batalla perdida antes de empezar… La sincronía edénica y absoluta entre pensamiento –el deseo, sensu estricto– y acción (esto es, una infancia adolescente sin fin); su concepto del amor –del deseo de fusión en «otro cuerpo», como aspiración absoluta– eran (son: ab initio) inalcanzables. Para Luis Cernuda, imbuido de un sentido «romántico» de la vida –como de la escritura–, el amor –como el «ser poeta»– es una experiencia,

3 Muy semejante a la condición «exiliada» –épico-trágica– del poeta, que Théodore de Banville expresa en el poema titulado «Baudelaire», contenido en su libro Les Exilés, de 1867 (Oeuvres de Théodore de Banville, 9 vols., 18891892, édition Lemerre): […] L’homme moderne, usant sa bravoure stérile En d’absurdes combats, plus durs que ceux d’Achille, Et, fort de sa misère et de son désespoir, Héros pensif, caché dans son mince habit noir, S’abreuvant à longs traits de la douleur choisie, Savourant lentement cette amère ambroisie, Et gardant en son coeur, lutteur deshérité, Le culte et le regret poignant de la beauté […] Impuissante à créer l’oubli d’une minute, Pâture du Désir, jouet du noir Remord Et souffrant sans répit jusqu’à ce que la Mort […]. 4 «Tres veces marginado en vida –por homosexual, poeta y exiliado–, Luis Cernuda ha terminado siendo el poeta del siglo», escribe Javier Rodríguez Marcos, en el diario El País, el 6 de abril de 2002. 5 Véase, sin ir más lejos, el poema «Baudelaire», de Les Exilés, de Théodore de Banville, citado, más arriba, en la nota número 3. 6 «A un poeta futuro», en Como quien espera el alba.

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en efecto, absoluta o no lo es: es el logro de la absoluta comunión y unidad, o no lo es… No se trata sólo de unirse a un cuerpo –eso pudo hacerlo–, sino de «ser un cuerpo» en otro. El amor, como la plenitud y «vivencia» absoluta, sólo se consigue, pues, más allá de la memoria, y de la torturada soledad de los amantes (el tradicional espacio del amor petrarquista); tal vez, sólo sea posible, como suprema aspiración del deseo, en una nada ideal, sin tiempo, pero con memoria (la muerte ideal de los poetas y de los amantes: el recinto de una paz y un descanso finalmente conciliados)7; esto es, literalmente, «donde habite el olvido»8, allí donde perviva la esperanza de un recuerdo ideal e implorado9: dicho de otro modo, «fuera de la Historia», al margen de lo que «se sucede» y acontece… He aquí una de las claves para entender su posterior experiencia del destierro, en cuanto exilio definitivo (definitivamente «constatado», en realidad) de la vida misma. Que la desolación, la frustración y el desengaño; y una temprana e intransigente «impresión de desplazamiento» y soledad invencibles: «Cómo llenarte, soledad, / sino contigo misma»10; sean el «lógico final» del absoluto deseo de plenitud absoluta, resulta, pues, comprensible; y aparece ya en la «Elegía» –de Égloga, Elegía, Oda–; esto es, al principio mismo de su obra, aún en moldes clásicos de expresión: […] ¿Y qué esperar, amor? Sólo un hastío, El amargor profundo, los despojos […].

Sueño, ímpetu y resentimiento El Primer Manifiesto Surrealista –dado a la imprenta por André Breton en 1924– comenzaba con la rotunda afirmación («reivindicación») del sueño y de la infancia11 contra la acción deletérea de la realidad burguesa y sus artífices… Marcado de antes por el descubrimiento de una parte de la obra de André Gide –a través de Pedro Salinas–, a finales de los años veinte, Cernuda entra también en contacto con el Surrealismo durante su estancia en Toulouse; ambos descubrimientos le permiten alcanzar nuevos umbrales expresivos –tan sólo entrevistos, hasta entonces, por el joven poeta12–; pero esa aspiración y esa búsqueda de la realización absoluta del Deseo (así, con mayúsculas: tal como ha quedado establecido) le aboca «lógica» e indefectiblemente al sufrimiento y a la frustración; puesto que el espacio histórico de lo realmente dado es, 7 Tal como se expresa en los poemas «Deseo» (Las nubes) y «Pájaro muerto» (Las nubes); o, a través de la oración / deseo de Melchor, en «La adoración de los Magos»: «Señor danos la paz de los deseos / Satisfechos, de las vidas cumplidas…» (Las nubes). 8 Verso tomado, como es sabido, de la rima LXVI de Bécquer: la primera y más duradera influencia en la voz poética de Luis Cernuda. 9 Olvido que en Cernuda equivale a «recuerdo» (deseo de recuerdo), pues quien olvida es porque inevitablemente recuerda; como sucede con los muertos de «Cementerio en la ciudad» (Las nubes): Muertos «sin amigos que les olviden, muertos / Clandestinos […]». Muertos humildes, realmente olvidados, de un barrio obrero, perdidos en el arrabal industrial, de los que «acaso Dios también se olvida», como los olvida el poeta… 10 De «Soliloquio del farero», segundo poema incluido en la quinta sección de La realidad y el deseo («Invocaciones»). 11 «[…]. Tanta fe se tiene en la vida, en la vida en su aspecto más precario, en la vida real, naturalmente, que al fin esta fe acaba por desaparecer. El hombre, soñador sin remedio, al sentirse de día en día más descontento de su sino, examina con dolor los objetos que le han enseñado a utilizar, y que ha obtenido a través de su indiferencia o de su interés […] / no tiene más remedio que dirigir la vista hacia atrás, hacia su infancia […]», Manifiestos del surrealismo, Barcelona, Labor, 1992. 12 «[…] tales ejercicios sobre formas poéticas clásicas fueron sin duda provechosos para mi adiestramiento técnico; pero no dejaba de darme cuenta cómo mucha parte viva y esencial en mí no hallaba expresión […]», en «Historial de un libro», La realidad y el deseo, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 492.

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por definición, el espacio de «lo relativo»: es decir, de los deseos en relación con sus posibilidades efectivas de realización… Y, si en cualquier espacio –histórico: real– de dominación, esto es así; en el tiempo / espacio del capitalismo (en las ciudades de «esos mercaderes», que tanto llega a aborrecer el propio Cernuda; en las que el solo «objeto de deseo» –universal y absoluto– es el lucro y la acumulación), la satisfacción práctica de las necesidades y de los deseos individuales no se contempla, si no es como mero espejismo y añagaza, para la sujeción y el sometimiento de la mayoría. Y, por si fuera poco, la infancia, el pasado arcádico mítico personal; el tema medular de Ocnos; como la memoria mítica de la Grecia Clásica, tal como se concibe en el poema en prosa «Helena», incluido en el mismo libro; en cuanto tiempos pasados y estados inventados, «no realizables» e imposibles, no conducen más que a una melancolía circular y atascada –puesto que no tienen otra salida que el infortunio y la desazón–; por muy potente y extraordinario que sea el esfuerzo de «imaginación» realizado por el poeta o la radicalidad aplicada a la búsqueda de «lo esencial»; ni cual haya sido el grado de disfrute –extático, angustiado o ansioso: Diré cómo nacisteis…– de los «placeres prohibidos»: Como nace un deseo sobre torres de espanto, Amenazadores barrotes, hiel descolorida13.

Buscados con ahínco –incluso con heroica determinación– o casualmente encontrados. Nazcan de donde nazcan –los deseos y los placeres–, si nacen como aspiración absoluta de sentido, fuera de la historia (del tiempo / espacio relativo), nacen condenados a su frustración efectiva (material e «histórica»). Y eso lo presentía Luis Cernuda desde el principio… El tiempo en las estrellas. Desterrada la historia. El cuerpo se adormece aguardando su aurora.

Inútilmente, cabría añadir (también desde el principio)… ¿Qué ausencia, qué desvarío a la belleza hizo ajena? Tu juventud nula, en pena De un blanco papel vacío14.

Aunque tan primordial y necesaria para comprender su obra, como esa primera –y desoladora– constatación (deudora de ella), es la indudable y creciente «hostilidad hacia [una] sociedad en medio de la cual vivía como extraño»; su «inadaptación» (la situación de crónica penuria económica, combinada con su prejuicio pequeño burgués a «trabajar para vivir»); y la dolorida experimentación de su «diferencia» (la imposibilidad de vivir abiertamente su homosexualidad).

13

«Diré cómo nacisteis», Los placeres prohibidos (1931). Ambos fragmentos corresponden a dos poemas: «Desengaño indolente» y «En soledad. No se siente», incluidos en «Primeras poesías», la primera sección de La realidad y el deseo, cit. 14

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La corriente de pensamiento, el automatismo verbal, la expresión libre de lo socialmente negado, o simplemente inconsciente, mediante símbolos –imágenes visionarias–, a los que se les otorga sentidos nuevos y personales; la convicción de que la poesía, como el amor, son «constructos» al arbitrio –«finalmente»– del poeta; el rabioso enfrentamiento con las convenciones sociales «instituidas» (ya sea por la moral católica o por la conducta hipócrita de los mercaderes «protestantes»); es decir, todas las puertas abiertas y todas las herramientas expresivas que ponía a su disposición el surrealismo le atrajeron, sin duda; pero el resentimiento era un ímpetu aún más enérgico y antiguo; como el previsto desengaño de la espera, y el inevitable vacío de la soledad, venía del origen mismo de su poesía (Primeras poesías, Égloga, elegía, oda y Un río, un amor); desde su «Poética» incluida en la primera antología de Gerardo Diego. De cualquier modo, ese sentimiento trágico de la vida, tan típico de la pequeña burguesía, el sentimiento de soledad y «desplazamiento existencial», y esa sensación de haber sido «expulsados del Paraíso»; el «exilio» y la «exclusión», en suma, son condiciones inexcusables del poeta romántico (sean Hölderlin, Blake, Coleridge, Wordsworth, Keats o Eliot; Baudelaire, Verlaine, Gide, Cadalso, Larra, Bécquer o Rubén Darío), y Cernuda lo es, sin duda, «vocacionalmente» (por origen y determinación de clase), desde el principio. Antes del destierro efectivo («histórico»), Cernuda es ya un «desplazado» (un exiliado «existencial»); como lo fue Larra… […]. De los que como tú, nacidos en su estepa, Vieron mientras vivían morirse la esperanza, Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas, A hermanos irrisorios que jamás escucharon […]15.

De un país, además, al que veía (como aquél) «decrépito y en descomposición»16…

La sola tarea: ser poeta Un sueño, que conmigo Él puso para siempre, Me aísla. Así está el chopo Entre encinas robustas. Duro es hallarse solo En medio de los cuerpos […]17.

Luis Cernuda sólo acepta de buen grado un trabajo, ser poeta. Si el deseo (en cuanto aspiración a lo absoluto), tome éste la configuración que tome: del cuerpo amado, de la amistad buscada, de la infancia y de la patria lejanas, del reconocimiento público, etc., es, no sólo de modo práctico, sino «ontológicamente», irrealizable; queda el trabajo, primero y único, de «ser poeta» (al modo heroico y romántico, claro está; como oficiante herido del misterio y del sentido: «el trabajo poético era ra-

15

«A Larra, con unas violetas (1837-1937)», Las nubes. «Historial de un libro», cit., p. 499. 17 «Cordura», Las nubes, cit. 16

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zón principal, si no única, de mi existencia…»). Parafraseando al poeta, nada importa, si al final del dolor y del esfuerzo hay un poema. Éste es uno de los compromisos centrales de su vida, sostenido con fidelidad extraordinaria hasta el final; pero es también uno de los límites de Luis Cernuda. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario […] así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela de la vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos («La poesía», Ocnos).

Aunque, en última instancia, es el límite de toda la poesía que bebe de la fuente romántica; que es reducida, junto a la música –y con la música: tal como quería Schopenhauer–, a la esfera del «consuelo» de existir; o al de las meras experiencias y realidades individuales; se obvian aquellas otras realidades, poderosas, materiales e históricas: de naturaleza económica, social y política, que sobrepasan los límites de la voluntad individual, incluso de la apasionada voluntad del poeta… Sé que el lirio del campo, Tras de su humilde oscuridad en tantas noches Con larga espera bajo tierra, Del tallo verde erguido a la corola alba Irrumpe un día en gloria triunfante18.

La voz del poeta / oficiante del «misterio» y de la «hermosura» (palabra modernista donde las haya) no está sobre –o más allá de– la historia; tal como supo ver –y avisar– Antonio Machado. Y tal como los acontecimientos históricos se encargaron, trágicamente, de confirmar. Por eso, renuncia al presente: viable, efectivo e inexcusable; por un futuro (perfecto) potencial y «enajenado»: […] con respecto a la acogida que los lectores les dispensan, [hay] dos tipos de obras literarias: aquellas que encuentran a su público hecho y aquellas que necesitan que su público nazca; el gusto hacia las primeras existe ya, el de las segundas debe formarse. Creo que mi trabajo corresponde al segundo tipo19.

Entraña varios riesgos, pero uno fundamental, la incomunicación (y el extrañamiento); pues para que el papel «sacerdotal» del poeta se completase de un modo armónico y absoluto, y el «acto lector» se convirtiese en «acto de vida» efectivo, debería constituirse un mundo «ordenado» de modo absoluto (no conflictivo) que no puede darse en lo real.

Las nubes: objetivación de la experiencia, contención retórica y mistificación Los primeros poemas de Las nubes son de 1937; el primero escrito fuera de España es «La fuente», de 1938; el poema titulado «Niño muerto» lo escribe ya en Londres. Esto es, Las nubes es un libro que se va construyendo en el camino del destierro (desde Valencia hasta Glasgow,

18 19

Final del poema «Lázaro», Las nubes, cit. Luis Cernuda, La realidad y el deseo (1924-1962), cit., p. 507.

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pasando por París y Londres); a medida que Cernuda se va haciendo a la idea de que su regreso a España es imposible, y debe «instalarse» (al menos, por un largo periodo) en Inglaterra. Y la paulatina «objetivación lírica» de la experiencia vivida –el cambio de marco estilístico–, se percibe claramente en el transcurso del libro… En «Historial de un libro» en efecto, no sólo pone en cuestión la «ampulosidad» retórica de una parte de su propia poesía, anterior a Las nubes; sino también, en general, la que ha predominado tradicionalmente en la poesía española (incluso en la de su generación) y en los «gustos literarios» de los lectores y de la crítica españoles. Y confiesa que, a partir de un momento, el de su contacto con la poesía inglesa, «el proceso de [su] experiencia se objetiva», y se contiene –y reduce– desde el punto de vista retórico. Ahora bien, ese indudable y paulatino giro hacia una poesía en la que el poema se convierte en «espacio de objetivación» (y objetivado) de la experiencia no debe ser confundido con lo que algunos han llegado a denominar como la definitiva «irrupción de la Historia» en la poesía de Cernuda, a partir de Las nubes. La poesía de Luis Cernuda, es cierto, se despega de las «mezquinas» (sic.) limitaciones de la «poesía pura» y se abre a «la vida y el mundo»; pero esta apertura se hace desde una perspectiva no histórica ni «material», sino esencialmente idealista, mítica y romántica, por el «filtro necesario» de la experiencia del poeta, como se comprueba fácilmente con la lectura atenta de la mayor parte de los poemas de Las nubes y de Ocnos (como aquellos que, años después, va a suscitar su reencuentro con el mundo hispánico, en Variaciones sobre un tema mexicano)20. La muerte, rechazada, presentida, deseada; y el dolor de la pérdida, dos temas omnipresentes en Las nubes, no son esencialmente distintos de los que Luis Cernuda ha tratado en su obra anterior, pero los «referentes líricos» no son los mismos (el ímpetu gideano, de Les nourritures terrestres, o de Pretéxtes, que ha durado, tal como señala César de Vicente21, hasta Invocaciones, cesa en Las nubes). Ahora, las referencias son de origen histórico (una Guerra Civil, que en realidad es una «guerra de clases», como ha sabido ver Antonio Machado; cientos de miles de muertos, y el exilio de otros cientos de miles: todo, para frenar un proceso de profunda renovación histórica), pero el tratamiento poético no lo es. Por ejemplo, en aquellos poemas en que se trata de la Guerra de España, se trata como una guerra cainita; un tratamiento básicamente noventayochista: «Ellos, los vencedores / Caínes sempiternos, de todo me arrancaron […]» («Un español habla de su tierra»); en los que España misma es una realidad mítica, maternal, sustancial y eterna («tu pasado eres tú / Y al mismo tiempo eres / la aurora que aún no alumbra nuestros tiempos […]»: «Elegía española [I]»); más que madre, «madrastra», por lo común, de unos hijos («hermanos») que se odian «desde la noche de los tiempos», enemigos de «cualquier don ilustre», y dados al «insulto, la mofa, el recelo profundo […]» («A Larra, con unas violetas» y «A un poeta muerto»), y que «traicionan» su glorioso pasado entre los imperios y las naciones del mundo… Lo que resulta especialmente patente en los poemas que inician y terminan el libro: «Noche de luna» y «El ruiseñor sobre la piedra». El poema «Lázaro», síntoma y resultado del giro estilístico, enunciado más arriba, hacia una cierta objetivación y «reducción» retórica de la expresión poética, anuncia lo que vendrá a continuación: la «muerte en vida» (en realidad, el desprecio de la vida presente, por un futuro «glorioso» y virtual: «y entonces en ti mismo mis sueños y deseos / tendrán razón al fin, y habré vi20 Es interesantísimo, a este respecto, el análisis que hace Alfredo López-Pasarín Basabe sobre la respuesta que da Cernuda a la pobreza del pueblo mexicano (que es trasunto, en última instancia, del español), en su artículo «El idealismo de Variaciones sobre un tema mexicano», incluido en el número que la revista Alcores dedicó a Luis Cernuda, en febrero de1986. 21 «Presencia de André Gide en la obra literaria de Cernuda», Alcores (homenaje a Luis Cernuda), febrero, 1986.

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vido»)22; o, de un modo más preciso, la espera de la muerte definitiva, consagrado a un solo objetivo: el cultivo de la «paciencia», partera de la «hermosura». Así rogué, con lágrimas, Fuerza de soportar mi ignorancia resignado, Trabajando, no por mi vida ni mi espíritu, Mas por una verdad en aquellos ojos entrevista Ahora. La hermosura es paciencia […].

Ocnos: el reino de la nostalgia, el repliegue de la historia Hacia 1940 comienza Cernuda la redacción de Ocnos, una serie de poemas en prosa (como luego, en 1952, hará con Variaciones sobre un tema mexicano) que vio tres ediciones; la última de ellas, póstuma, en México. En Ocnos –en la primera edición, sobre todo– dominan de modo absoluto la melancólica añoranza del tiempo de la infancia, como ese ámbito de plenitud arcádica y mítica de que hablábamos más arriba (por ejemplo, en los poemas «El tiempo» y «Destino»); y la naturaleza misteriosa –mística, en sentido recto– de la poesía y de la música (en los poemas «La poesía» y «El piano»). Pero, en las sucesivas ediciones del libro, se incorporan tres temas más: la hostilidad anti-burguesa (en «Maneras de vivir» y «Ciudad Caledonia»), el «extrañamiento» y la soledad (en «El amor» y «regreso a la sombra»), y el dramático encuentro y aceptación de una vida que no es –nunca lo será– su vida (en «Guerra y paz», «La llegada» y «La casa», entre otros). Porque, a fin de cuentas, eso es el destierro, tanto para quienes lo viven aislados de los otros –de un modo «individualista» y «a-histórico»–, igual que si de un castigo personal se tratase (o la mera constatación de otro destierro más íntimo, que lo precede); como para los que su destierro, y los de otros como ellos, no es más que el resultado «lógico» –analizable en términos materiales e históricos– de conflictos «supra-individuales» –políticos, económicos y sociales–; la condena a vivir unas vidas que no son, ni serán nunca, ya «sus vidas». Tanto para los que «reaccionan» (en los ámbitos políticos, sindicales, laborales, profesionales o corporativos), como para los que se quedan paralizados por el golpe recibido: Nuestra existencia durante este período ha sido pura expectativa, un absurdo vivir entre paréntesis, con el alma en un hilo, haciendo cábalas sobre la conflagración mundial, escrutando el destino que para los españoles prometía su deseado desenlace y esperando de la gran catástrofe aquellas restituciones que España merecía. Menester fue que se pudrieran aun las más obstinadas esperanzas para que, desprendidos del punto de nuestra fijación al pasado (pasado era, irremisiblemente, con restitución o sin ella, la España por la que se suspiraba, aun cuando el anhelo la transfiriese hacia el futuro; pasado sus motivos, sus temas, su tono, su tiempo), para que desprendidos de su pasado, digo, se nos hiciera presente ahora la urgencia de recobrarnos, y de que, volviendo cada cual en sí, sean dilucidados con entera claridad, a partir de la verdadera situación, las perspectivas de cumplimiento que restan a nuestra vida de escritores […]23. 22

«A un poeta futuro», Como quien espera el alba (1944). «Para quién escribimos nosotros», en La estructura narrativa y otras experiencias literarias, Barcelona, Crítica, 1981, p. 198. Citado por J. Matas Caballero: «Teoría y práctica del exilio: Primavera en Eaton Hastings, de Pedro Garfias», Cuadernos para la investigación de la literatura hispánica 14 (1991), pp. 155-172. 23

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Y, aun así, cuando leo estas palabras acerca de la necesidad de «volver en sí» y de recobrar los destinos individuales como escritores y artistas, no dejo de pensar en los miles de trabajadores –e intelectuales– españoles resistiendo abiertamente o en la clandestinidad, en la guerrilla interior –los maquis–, en los frentes de resistencia antifascista europeos, en el norte de África o en los sindicatos mexicanos; organizados, y organizándose, para la continuación de un combate que no era episódico ni había concluido con el paso de una frontera. La realidad de estos cientos de miles de combatientes no es la realidad individual, absoluta y metafísica, ante la que sólo cabe la «rendición» o la «consolación», o la «diferencia» heroica del artista; sino una realidad histórica, dada de modo social y dialéctico, material y relativo, a conquistar, destruir o construir históricamente, con el concurso de muchos. Sin embargo, Cernuda se siente radicalmente aislado (solitario farero, en el mejor de los casos, que avisa de la inconsistencia, la muerte omnipresente y la locura colectivas)… ¿Qué puede un hombre contra la locura de todos? Y sin volver los ojos ni presentir el futuro, saliste al mundo extraño desde tu tierra en secreto ya extraña. («Guerra y paz», Ocnos).

He, aquí, las claves del asunto: se siente solo y desplazado; un exiliado antes del exilio. Resulta revelador comparar el idealismo acrítico y «voluntarista», romántico e individualista, del poema titulado «1936» (de Desolación de la Quimera), dedicado a los brigadistas internacionales; con el poema «Masa» (incluido en España, aparta de mí este cáliz), materialista y crítico, del peruano César Vallejo… Gracias, Compañero, gracias Por el ejemplo. Gracias porque me dices Que el hombre es noble. Nada importa que tan pocos lo sean: Uno, uno tan sólo basta Como testigo irrefutable De toda la nobleza humana […].

«No importa que tan pocos lo sean […]», escribe Cernuda; pero sí importa y mucho, y Vallejo, como Antonio Machado, y otros muchos, lo sabían. La historia es, en gran medida, correlación de fuerzas, como nuestros destinos personales. Por eso, la experiencia escindida y melancólica del mundo sólo es posible en individuos que tienen el «privilegio» de recordar y desear, ya que sólo recuerdan quienes tienen algo que recordar: una casa, un jardín, una infancia, etc. Quienes no tienen nada que recordar –como los trabajadores industriales que se ven sometidos a la penuria y a la precariedad itinerante– no conocen la melancolía24. Pues, en efecto, como nos recuerda el mismo Peter Weiss, […] el exilio no había debilitado más que a quienes no sabían dónde estaba su vinculación, para quienes en cambio no habían olvidado nunca a quién estaban vinculados, significaba un estado intermedio desde el que había que comenzar de nuevo25. 24 Así lo asegura el protagonista de la extraordinaria novela de P. Weiss, La estética de la resistencia, Hondarribia, Hiru, 1999, pp. 167. 25 Ibíd., p. 1072.

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Conclusión (des-terrada) «Soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres […]» («Soliloquio del farero», Invocaciones). Y, con todo, Cernuda sabía quiénes eran los suyos, cuál era su partido, y lo tomó, con otros muchos intelectuales y artistas, también idealistas y románticos, cuando pudieron quedarse al margen o tomar otros partidos… Cuando estalla la guerra de España, nadie tuvo que pedir a Luis Cernuda certificado de lealtad porque estaba cien por cien con nosotros. Se ha dicho siempre que despreciaba el mundo, que el tono de su poesía es de desgarradoras soledad e incompatibilidad con su medio ambiente. Puede que sí, pero hubo unos años en que él creyó en su salvación junto a la salvación de los seres pequeños, de los sin nombre, de los innumerables, de los que se levantaron en armas al sentir atacada hasta su pobreza. Luis Cernuda, valientemente, dejó un día la Alianza de Intelectuales de Madrid para irse de soldado al Batallón Alpino26.

Y esta es la verdad, también. Exactamente igual que su fidelidad y el compromiso insobornable con la propia obra; una obra que, como hemos recordado, era su vida, pues, hombre sin tiempo ni espacio, propios y compartidos, su única vida fue, en realidad, su obra… «Soy, sin tierra y sin gente, escritor bien extraño […], habréis de ser vosotros los testigos»27. Concentrado en su única tarea, su obra: el único testimonio de una existencia sin existencia; Luis Cernuda vivió y murió a pura «inercia». Aunque bien pudiera ser que el secreto de una vida no esté en lo que te acontece y sucede en ella, sino en «la fidelidad con que haya sido vivida […]»28. Y no cabe duda de que Cernuda lo fue: fiel a un ideal absoluto e inalcanzable, causa de un sufrimiento y un «extrañamiento» íntimos e inagotables. Aspiró hasta el último aliento a la realización de un deseo quimérico de vivencia diferida en un lector –poeta– «futuro», cuyo acto de «lectura» (de recepción) se da irremediablemente ya (como es el caso) en un espacio-tiempo también exiliado («des-terrado», literalmente) e inconsecuente (tan inútil e inconsecuente como éste). Y, aun así, que algunos de entre ese montón de jóvenes «señoritos» procedentes de la pequeña burguesía, más o menos liberal –e incluso conservadora–, de provincias, encadenados a la «poesía pura» juanramoniana, a la tradición «clásica» y a un «neopopulismo» barroquizante o medievalizante, según los casos, de añeja raigambre casticista; incapaces de asumir plenamente –hasta sus últimas consecuencias– las «vanguardias» de su tiempo, o insensibles a un arte social e «historizado» (tal como les demandaba el propio Antonio Machado); no obstante, tomarán la decisión de vincularse a un proyecto republicano de progreso –al que se sumaron las organizaciones políticas y sindicales del proletariado–, fuese por las razones que fuesen: personales, culturales o ideológicas; y que algunos de ellos, como fue el caso de Luis Cernuda, se mostrasen dispuestos a dar «un paso más» (y que, a su modo, contra sí mismos y la ideología de clase heredada, lo diesen); es algo que no debe ser olvidado, ni minusvalorado, si deseamos, de verdad, comprender el auténtico alcance y significado de sus obras.

26

M.a Teresa León, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979, p. 349. «A sus paisanos», Desolación de la Quimera (1962). 28 «Las campanas», Ocnos. 27

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¿Los intelectuales en el destierro? La ideología del exilio JOSÉ ANTONIO FORTES Universidad de Granada

¿Dónde están los intelectuales de la Segunda República española? ¿Qué se hizo de ellos, luego de la guerra de 1936 y de su derrota en 1939? ¿Dónde fueron? ¿Dónde se quedaron? ¿Dentro de España? ¿Fuera de España? ¿En el exilio, así, sin más, entendido como un camino o una situación peregrina de los republicanos transterrados y malditos más allá de las fronteras patrias o nacionales, recorriendo todas las tierras del mundo universo y sobre todas la de Hispanoamérica, en Cuba, México, Argentina, Puerto Rico, y desde ahí a las universidades norteamericanas? ¿Acaso consideramos por tanto el exilio como un bloque –aunque no quiero decir que compacto–, o le buscamos su complementario con ese subterfugio del mal llamado exilio interior, esto es, el exilio –¿de qué? ¿de quiénes? ¿republicanos?– en el interior no tanto de España, no tanto dentro de España, como en el interior del Régimen –¿cómo dentro del Régimen?– por más señas también mal llamado franquista? Hay un hecho objetivo e indiscutible en nuestra más reciente historia intelectual, a partir del cual los poderes ideológicos de clase han conseguido imponer y aun socializar un corpus o cadena (de transmisión) de dogmas, de principios de fe y verdades oficiales, de tabúes, de mitos y vidas sagradas, de olvidos y desconocimientos establecidos, de tergiversaciones fuertes y de gruesas falsedades en base a su vez a una cadena (de transmisión) de falsas respuestas a unas preguntas o interrogantes si caben aun más falsos todavía. ¿De qué hecho se trata, situado así como razón primera y de fuerza? En el principio está la objetiva victoria de las fuerzas contrarrevolucionarias hegemonizadas por el fascismo en la Guerra de clases de 1936-1939 en España. Que constituiría una suerte de gozne –en funciones de agujero negro– por donde, hacia delante o hacia atrás en la formación de los tiempos históricos nuestros, se nos iría abriendo el más insondable de los campos de mentiras o imposiciones ideológicas, llamado con el efectivo título, abstracto o genérico, de memoria histórica. El mecanismo resulta obvio o burdo: ya que la inicial victoria fascista permitió elaborar y aun socializar su versión de los hechos (incluso de los hechos del presente de posguerra que iba dominando), desde el supuesto fin de su dominio con la gran falacia de la transición política de la Dictadura a la Democracia (1975-1982) y, sobre todo, con el usufructo de los aparatos de gobierno del Estado por la socialdemocracia (1982-1996; y hasta hoy; con el paréntesis de los Gobiernos nacional-populistas de

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1996-2004), se nos fue montando la verdadera memoria histórica por simple oposición a la falsa memoria fascista. Como si se tratara de un primario asunto ontológico, de la elementalidad más ideal; como si la memoria fascista no constituyera historia ninguna o, si se quiere, materialidad histórica ninguna; o como si nos preexistiera y ya nos viniera dada una especie de patente de corso o absoluto principio democrático antifascista, puesta a dilucidar por sí misma la verdad o la mentira en la historia. No la investigación, no la fuerza y contumacia de los hechos y su estricta documentación, sino su verdad o mentira, la verdad o mentira de nuestra historia. Por supuesto, toda la mecánica de esta dicotomía esencialista se está viniendo abajo conforme se descubren, se estudian y se publican los viejos y ahora nuevos e irrefutables documentos, probatorios y fundamento mismo de un estricto conocimiento histórico1. Esto ocurre así en las investigaciones de las actuaciones políticas, económicas y aun me atrevo a considerar en las investigaciones sociales –y no digo sociológicas–, en las investigaciones de la sociedad civil. Pero muy al contrario, salvo destacadas excepciones2, nada de esto sucede en una inexistente investigación de las actuaciones históricas de nuestros intelectuales. Pareciera que nuestra historia intelectual no existe, y aún menos bajo el silencio y el olvido, bajo los falseamientos fuertes que se imponen sobre nuestros intelectuales y los lugares de clase que ocupan en las relaciones de producción ideológica. Nada sabemos. Nada conocemos. Sólo el vacío más atroz y el desconocimiento más pertinaz, rellenos como digo de falsedades y tergiversaciones impuestas por los poderes de clase y todo el cuerpo general de sus funcionarios –los FICs. Esta impostura igual se encuentra en la falsa memoria fascista que en la verdadera memoria histórica y, así, intelectual. Pareciera que tras la victoria fascista de 1939 y con la complementaria derrota republicana salieran al destierro y exilio todos nuestros intelectuales. En España nadie de ellos quedará bajo la barbarie del fascismo hegemónico, asesino de los poetas como simbolizaría por antonomasia el fusilamiento de Federico García Lorca; en tanto, por el contrario, los republicanos se llevarán «la canción» –por decirlo con León Felipe3–, el pensamiento, la ciencia y la cultura, la civilización en suma. Una exclusión extrema, sangrienta, asesina, genocida –pues un genocidio político social y de clase se cumplimentaba en la Guerra de clases de 1936-1939 y durante la posguerra fascista–, que ya en las primeras historiografías literarias al uso marcaría la ruptura generacional e histórica producida incluso para los jóvenes intelectuales españoles, quienes frente al intelectualismo del Régimen reivindican una orfandad consustancial en la formación de su intelectualidad, al desarrollar ellos su inconformismo formal y radicalmente como intelectuales huérfanos de maestros. Pero este intelectualismo de la orfandad intelectual correspondería a los jóvenes inconformistas, formados en el SEU (Sindicato Universitario de Falange) y rearmado encuadramiento de jóvenes camaradas y mandos para el recambio biológico del intelectualismo orgánico del fascismo español, en cuyo seno se abriría paso, se conformaría o se organizaría la disidencia de militancia comunista en el primer frente de intelectuales antifranquistas de las revueltas de 1956-1959, del mo-

1 No puedo considerar aquí en su amplitud la dicotomía que señalo, su funcionamiento, su cuestionamiento y su derrumbe siquiera por sectores. Al menos y por no alejarme del asunto republicano que nos reúne, remito a mis ponencias en las anteriores Jornadas y a mi ensayo sobre «Literatura y lucha de clases en la modernidad republicana», Homenaje al profesor Federico Bermúdez Cañete, Universidad de Granada, 2008. 2 Aunque no entra dentro del asunto republicano de las Jornadas, pero en mi argumento lo he de considerar, respectos de estas excepciones véase J. Rodríguez Puértolas, Historia de la Literatura fascista española, 2 vols., Madrid, Akal, 2008; F. Vilanova, La Barcelona franquista i l’Europa totalitària (1939-1946), Barcelona, Empúries, 2005. 3 León Felipe, «Reparto», Poesías completas, Madrid, Visor, 2004, p. 270.

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vimiento de estudiantes contra el Régimen de Franco, los rojos y rebeldes de los años cincuenta, aquellos que generacionalmente se oficializaron como los escritores del realismo social4. En este hueco huérfano se invocaba como gran maestro a D. Antonio Machado, en una línea directa que lleva a la más ortodoxa y joseantoniana facción del intelectualismo orgánico del fascismo en España, ahora ya en sus más altas y duras posiciones de mando, esto es, «con jerarquía de gobierno», esto es, de fascismo de Estado. Estamos en los años cuarenta, de 1939 a 19451946, los años triunfales del fascismo, cuando no tenía nadie necesidad ninguna de salir fuera de España ni más allá de la guerra, la exclusiva justificación por la sangre del Régimen y de todas sus últimas razones históricas, políticas e intelectuales, tal como se encargan de organizar y proclamar sus más altos funcionarios y aparatos ideológicos de Estado5. Y sólo después de 1945-1946 se comenzará el salto a la inmediata situación histórica republicana, aunque sin mencionar siquiera directamente ni a la República ni a la guerra –he ahí la complementariedad de su complicidad originaria y actual con el fascismo–, como si nada hubiera pasado en España, tratándonos de montar con la burda herramienta del idealismo y su acción historicista un triple salto nada mortal y muy fructífero, a la hora histórica de iniciar la naturalización del fascismo y su socialización ideológica. Todo un eficiente juego de funambulismo, tan válido y eficaz, que hasta el día de hoy todavía rinde altos beneficios y altas plusvalías ideológicas a los poderes de clase6. Una alta rentabilidad en el mercado de los bienes culturales, todavía hoy. En primer lugar, por cuanto el salto –el asalto– republicano lo perpetra un grupo ejecutivo de presuntos protagonistas de la propia historia asaltada o rescatada7; esto es, un grupo de intelectuales republicanos

4 Véase mi estudio previo a mi edición crítica de La zanja, Alfonso Grosso, Madrid, Cátedra, 1982. Véanse también D. Jato, La rebelión de los estudiantes, Madrid, Cíes, 1975; J. M.a Castellet, Un cuarto de siglo de poesía española, Barcelona, Seix Barral, 1967; VVAA, Documentos del movimiento universitario bajo el franquismo, en Materiales, n.° extra 1 (1977); P. Lizcano, La generación del 56. La universidad contra Franco, [1981] Barcelona, Grijalbo, 2006; F. Jáuregui y P. Vega, Crónica del antifranquismo, [1984] Barcelona, Argos Vergara, 2007; Sh. Mangini, Rojos y rebeldes, Barcelona, Anthropos, 1987; M. A. Ruiz Carnicer, El Sindicato Español Universitario (SEU), 1939-1965, Madrid, Siglo XXI, 1996; J. Álvarez Cobelas, Envenenados de cuerpo y alma. La oposición universitaria al franquismo en Madrid (1939-1970), Madrid, Siglo XXI, 2004. 5 Véase Escorial, la revista de Falange dirigida por Dionisio Ridruejo (director) y Pedro Laín Entralgo (subdirector). Ténganse las programáticas declaraciones de principios, consignas y objetivos falangistas o nacionalsindicalistas (esto es, fascistas), proclamadas «con jerarquía de gobierno» en el mismo número 1 (1940), tanto en el «Manifiesto Editorial» (pp. 7-12) como en «El poeta rescatado» (por Dionisio Ridruejo; pp. 93-100), en «El sueño de la razón» (por Eugenio Montes; pp. 15-20) o en «El arte nuevo» (por Luis Felipe Vivanco; pp. 141-150). 6 Téngase el proceso de sacralización del intelectual orgánico de la burguesía en funciones de poeta neopopulista, por antonomasia con el nombre o alias de Federico García Lorca. No sólo se reproduce en «los jóvenes poetas [que] prefieren a García Lorca», «la generación del 27 sigue vigente para los jóvenes poetas [ojo, menores de 40 años]», «según la nueva ola poética, entre todas las características del 27, la que más permanece es su tradición cultural, es decir, el pensamiento progresista de la Institución Libre de Enseñanza»; El maquinista de la general 1 (2008), número «conmemorativo de los 80 años de la aparición de aquel grupo poético», Público, 23 de enero de 2008, p. 48; sino que además no hay caso ninguno que pueda superar a la Fundación Federico García Lorca (Granada Hoy, Actual, 1 de febrero de 2007, pp. 2-3), para entender este negocio ideológico legal de la cultura –subvencionada con dinero público y dinero de bancos y fundaciones– en el mercado de los bienes culturales y en su rendimiento de beneficios y plusvalías en dinero y en ideología; téngase, en fin, la política de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía para «la conmemoración del 80 aniversario de la constitución del grupo poético de la Generación del 27», mediante órdenes (8 enero 2007, BOJA 8 febrero; etc.) que regulan la «convocatoria y programa de actividades» y «especifican los recursos educativos destinados a la conmemoración de las efemérides y se invita a los centros andaluces a participar activamente en la misma», bajo el lema «La generación del 27 en las aulas». 7 Véase n. 5. Véase también mi ensayo «Literatura y lucha de clases en la modernidad republicana», cit. Pero si se quiere tener a mano el comienzo del asalto, véase D. Alonso, «Federico García Lorca y la expresión de lo español», Homenaje al poeta García Lorca. Contra su muerte, Valencia, Ediciones Española, 1937; «Una generación poética (19201936)», Finisterre 35, t. I, fasc. 3 (1948), pp. 193-220; recogidos en Poetas españoles contemporáneos, Madrid, Gredos,

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no exiliados ni desterrados, sino perfectamente –sin problemas– instalados en los aparatos y en las relaciones de producción de ideología contrarrevolucionaria, si no se quiere entender o decir ideología fascista; se trata de un grupo de poetas, no aislados, sino en conjunción práctica o conjunta acción con don José Ortega y Gasset en su incorporación al fascismo, en primera instancia, y desde aquí en cualquier instancia de la acción conjunta con los llamados orteguianos de posguerra; una situación de grupo que podría reconocerse como orgánica, toda vez que tales poetas republicanos de marras ya formaron parte central del dominio ideológico de clase orteguiano durante los años de su formación y constitución, su puesta en marcha y en funciones, en los años coyunturales de 1923, 1931, 1936, y ahora 1946. Se trata de «los» Dámaso Alonso y –por no seguir con los alias tan personalizados, los nombres tan individualizados– cuantos buscan sus lugares en ese aparato de hibernación del intelectualismo orgánico del fascismo llamado Ínsula, ninguna isla de intelectualidad alguna en un mar de incultura y barbarie, de represión y censura.8 En segundo lugar, por cuanto este asalto a la modernidad republicana actuó devastadoramente. Exceptuándose a ellos mismos, que se proclamaron «casi el núcleo central de una generación» (D. Alonso dixit), entraron a saco incluso dentro del territorio o seno del dominio de clase donde ejercían sus funciones de FICs y no dejaron títere con cabeza, por decirlo gráficamente; no dejaron a nadie más que a ellos, ni en otros lugares del dominio ni en otras funciones, y sólo nominaron para la fama a quienes, intelectuales periféricos de clase, o bien se incorporaron al núcleo, o bien se les volvieron necesarios en tareas subalternas –como las tareas editoras, publicistas, etc.–. Fuera del dominio ideológico de clase9, no habría más nada en ningún sitio, en ningún lugar de las relaciones de producción de ideología, y aún muchísimo menos si consideramos el intelectualismo de ataque al dominio burgués10, en donde sí que no habría nadie de nadie para los siglos de los siglos. Sólo quedarían ellos –el «núcleo» generacional– y acaso algunos subalternos de la periferia para la socialización de su histórico servicio de clase, la varia producción de discursos o prácticas o intervenciones o acciones directas neopopulistas que tecnifiquen, disciplinen y desinstrumentalicen el trabajo intelectual a la vez que ideologicen, disciplinen y encuadren a las masas obreras, al proletariado y campesinado revolucionario. En tercer lugar, por cuanto ese centralismo generacional republicano de núcleo y restos orteguianos –incluido el ideólogo en jefe– de posguerra quedará convertido por arte del socialidealismo –en un proceso de apología y rescate que arranca en 1968 y llega también hasta hoy–11, 1965. Véase L. Cernuda, «Carta abierta a Dámaso Alonso», Ínsula 35 (1948), p. 3; «Otra vez, con sentimiento», Desolación de la quimera (1956-1962), Obra Completa, Madrid, Siruela, 2002. 8 Véase mi estudio previo a la edición crítica de La zanja, cit.; mi ensayo La magia de las palabras (del intelectualismo fascista en España), Granada, Los libros de Octubre, 2003; y mis artículos «Una lectura de Laye», Abalorio 17/18 (1989/1990), pp. 105-139; y «Papeles prohibidos del fascismo en España», Verba Hispanica XV/a (2007), pp. 227-237. Véase J. Rodríguez Puértolas, Historia de la literatura fascista en España, cit.; y G. Morán, El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo, Barcelona, Tusquets, 1998. Pero todavía no está hecha la historia de Ínsula, el aparato ideológico de clase subtitulado «revista bibliográfica de ciencias y letras», cuyo funcionamiento objetivo lo convierte en uno de los fundamentales cuarteles de invierno o de hibernación del intelectualismo orgánico del fascismo en España, junto con Cuadernos Hispanoamericanos, etc. 9 El dominio orteguiano; por el nombre de quien les servía de ideólogo en jefe, clave (de bóveda) y director supremo, «alias» don José Ortega y Gasset. Véase F. Ariel del Val, Filosofía e ideología liberal, fascismo, Valencia, Fernando Torres Editor, 1976; Historia e ilegitimidad. La quiebra del estado liberal en Ortega, Madrid, UCM, 1984. 10 Véanse mis artículos «Literatura y lucha de clases en la modernidad republicana», cit.; «El oficialismo republicano», El fingidor 33/34 (2007), pp. 63-64; y mi comunicación «Los lugares intelectuales en la Segunda República», III Jornadas sobre la Cultura de la República Española, abril 2005. Véase Víctor Fuentes, La marcha al pueblo en las letras españolas, Madrid, Ediciones de la Torre, 2006. 11 Véanse mis artículos «Literatura y lucha de clases en la modernidad republicana», cit.; «La miseria de los intelectuales», El fingidor 27/28 (2006), pp. 18-19; y «Papeles peligrosos», El fingidor 33/34 (2007), pp. 31-32.

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de una parte, en esa absoluta contradicción histórica, e incluso en sus propios términos, que se intitula exilio interior o resistencia silenciosa al franquismo y, de otra parte, en un punto o cadena (de transmisión) de imposible retorno e irresistible en su acción directa legitimadora del intelectualismo orgánico del fascismo. En última instancia, legitimación de la modernidad republicana oficialista y así impuesta, cuya continuidad histórica la consiguió la dictadura capitalista en función de los servicios de clase prestados por el fascismo y sus compañeros de viaje, en la Guerra de clases de 1936-1939 y en la posguerra hasta hoy12. Esa legitimación e imposición de una de las históricas modernidades republicanas, igualmente y de manera tan complementaria como necesaria, se ha conseguido contra las fuerzas intelectuales republicanas derrotadas en la Guerra de clases de 1936-1939 y desde entonces desterradas o en el destierro, contra el intelectualismo republicano en el destierro13. Pero ¿de hecho, así se ha producido? ¿Contra los intelectuales en el destierro? ¿Qué hay en ese destierro? ¿Qué, en el exilio? ¿Podríamos hablar de una ideología del exilio? toda vez que el motor del rescate y su ideología, esto es, una ideología del rescate del intelectualismo republicano oficialista activada en 1939 por altos funcionarios ideológicos del fascismo, asumida y aun protagonizada luego por el intelectualismo orteguiano de posguerra, tal como señalo, a sí misma se postulará –personalmente, en bloque o por vía interpuesta, a través de su recambio biológico o epigonismo social-idealista, el social-idealismo, cuyas secuelas alcanzarán hasta hoy14–, se postula como exilio interior o todavía más como resistencia silenciosa (véase supra). Considero que sobre el destierro intelectual lo desconocemos todo, o toda su historia está por hacer. Mientras que sólo sabemos del exilio, y toda su historia está bajo control. Dicho bruscamente: la ideología del exilio nos impone sus imperativos, sus principios fundamentales, su dominio de clase. El exilio que entendemos y estudiamos –o si se quiere sectorializado, el exilio literario e intelectual– resulta una mixtificación o falacia montada a partir del rescate republicano lanzado hacia la República y –al tiempo– hacia el exilio, constituyendo un exilio rescatado. En estricto, corresponde esta doble tarea –el rescate del republicanismo rescatable–15 a las fuerzas ideológicas e intelectuales del fascismo que la dirigen y la ejercen como un arma o unos materiales más traídos para su lu-

12 Parafraseo la opinión de uno de los intelectuales socialidealistas más activos, por nombre o «alias» J. C. Mainer, quien asegura que «existe una intensa continuidad moral y estética entre lo que se inició hacia 1930 a la sombra de los esplendores de 1927 y del olimpo orteguiano y lo que –al otro lado de la Guerra Civil– concluyó antes de 1960 […]. Lo que viene a proponer que, en orden a la periodización profunda (admítaseme la parodia de Noam Chomsky), la Guerra Civil significó bien poco y que entre 1930 y 1960 corre un período bastante homogéneo», J. C. Mainer, La corona hecha trizas (1930-1960), Barcelona, PPU, 1989. 13 Véase L. Negró Acedo, El diario El País y la cultura de las élites durante la Transición, Madrid, Foca, 2006; Ma. P. Balibrea, Tiempo de exilio, Barcelona, Montesinos, 2007. 14 La epigonía orteguiana socialidealista, dirigida por los «alias» Elías Díaz y (más en concreto, por sus trabajos en el sector literario) J. C. Mainer, llega a la actualidad gracias a los laureados panfletos firmados por «alias» J. Gracia, donde se confunden las apologías del intelectualismo fascista, del republicanismo oficialista, el orteguismo, la ideología del exilio, etc.; en cualquier caso, trabajo, panfleto o «alias», una ceremonia de la confusión muy organizada y eficaz, para dar solución final o cumplimiento de la ley de punto final al intelectualismo orgánico de clase del fascismo en España. Véanse las notas precedentes 11 y 12. 15 Para ello, el conjunto o bloque de las fuerzas ideológicas e intelectuales que señalo actuarán no sólo con los aparatos ideológicos de clase y de Estado en sus manos, sino aun en persona; esto es, que los propios funcionarios dirigentes, que personifican y ponen en práctica la alta tarea del rescate, sin solución de continuidad echarán lazos, propuestas de encuentros, visitas continuas al exilio e, incluso, algunos de ellos por largas temporadas se irán también al exilio a impartir sus cursos literarios y pronunciar sus conferencias de nuevos hispanistas en clubs y universidades, en un trasiego continuo de idas y venidas, permisos y excedencias en sus puestos de funcionarios de Estado, etcétera.

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cha por la hegemonía en el dominio ideológico de clase16, en alianza con el orteguismo de posguerra o compañeros de viaje, frente al intelectualismo contrarrevolucionario que, por su parte, decididamente se opondrá al acarreo semejante de republicanismo17 y lo negará en todas sus funciones en la producción de ideología dominante de posguerra hasta hoy. En el destierro, pues, entran a saco al rescate de los intelectuales más afines y cercanos a las nuevas posiciones orteguianas de normalización y de socialización del fascismo. Con los continuos materiales de exilio rescatado que desde entonces hasta hoy acumulan, de una parte se reafirman como un duro y compacto bloque no ya de oficialismo, sino de único intelectualismo republicano habido y por haber en la historia intelectual de la modernidad y la posmodernidad en España;18 para ello, han contado con incorporaciones y adhesiones continuas al Régimen, con oportunas adecuaciones a los ajustes y reajustes económicos y sociales del sistema capitalista en la territorialidad de España. De otra parte, teniéndose en cuenta tales actuaciones necesarias, se conforman19 al día de hoy como un canon o modelo cuya confirmación la alcanzan en sagrado, a imagen y semejanza de «San Federico García Lorca». Esto es, a resultas de ese proceso de sacralización de «alias» Federico García Lorca,20 uno más de los intelectuales orgánicos y funcionarios ideológicos de la burguesía republicana en bloque en funciones de poeta neopopulista. ¿Qué hacer contra todo ese proceso de sacralización, contra todo ese dominio en sagrado, contra toda esa iglesia ortodoxa lorquiana, orteguiana, republicana, rescatada, exiliada externa e interna, fascista, etc.? ¿Qué hacer? 16 Un dominio de clase, y de ahí un dominio ideológico de clase, recompuesto, resituado y conformado por los nuevos objetivos e intereses del capitalismo de acumulación salvaje de guerra y posguerra. Y desde ahí, desde sus fases nacionales internas o domésticas de la acumulación salvaje de capital, la autarquía, el desarrollismo, el neocapitalismo, las reconversiones, etc., hasta su confluencia con el capital internacional en la posmodernidad o globalización de un capitalismo salvaje. En un proceso que acomodaba la forma de gobierno y sus intelectuales orgánicos y sus FICs a los objetivos e intereses de ese capital en España, en Europa, en el universo global, etc. Consúltese mi ensayo La guerra literaria, Madrid, Tierradenadie Ediciones, 2003. 17 La continua y colectiva incorporación de la facción que señalo del intelectualismo republicano a los servicios jerarquizados del intelectualismo contrarrevolucionario –hegemonizado o no por el fascismo– se produce a través de los procesos de depuraciones –y no sólo de responsabilidades políticas– del funcionariado en general y, muy en particular, del funcionariado ideológico de clase y de Estado, los FICs. Para los expedientes de depuración lanzados contra los funcionarios docentes republicanos, que forman parte del proceso general, véanse F. Morente Valero, La escuela y el Estado Nuevo. La depuración del magisterio nacional (1936-1943), Valladolid, Ámbito, 1997; M. del Amo, Salvador Vila, el rector fusilado en Víznar, Granada, Universidad, 2005; J. Claret, El atroz desmoche, Barcelona, Crítica, 2006; L. E. Otero Carvajal (dir.), La destrucción de la ciencia en España, Madrid, UCM, 2006. 18 El círculo se cierra continuamente con las incesantes aportaciones puestas al día de los informes elaborados por las memorias y olvidos de «los» (alias) Rafael Alberti, Francisco Ayala, Moreno Villa, etc. Véanse mis ensayos «Los árboles perdidos de la arboleda», VVAA, Eternidad yacente. Estudios sobre la obra de Rafael Alberti, Granada, Departamento de Literatura Española, 1985, pp. 44-65; «Las escrituras del exilio. Moreno Villa y Vida en claro», VVAA, José Moreno Villa en el contexto del 27, Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 243-254; Las escrituras de Francisco Ayala, Granada, Dauro, 2000. 19 En cuanto al anecdotario personalizado, lo podemos cumplimentar con cuantos casos personales llenen la historiografía de la historia oficial –story, no history– de posguerra. Contra esta historiografía y su vulgarización, véase la Historial social de la literatura española (en lengua castellana), publicada en 1978 y preparada por los profesores C. Blanco Aguinaga, J. Rodríguez Puértolas, I. M. Zavala. Hay edición actual en Madrid, Akal, 2000. 20 «San Federico, merecedor de culto de latría, si no de hiperdulía, y hasta quién sabe si destinatario de exvotos», A. Carvajal, Ideal. Artes y Letras, 5 de abril de 1997, p. 4. Igual rezan las propagandas lanzadas al mercado de los bienes culturales, incluido el sector terciario o turismo cultural en Granada, con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de «San Federico García Lorca». Aunque el proceso de sacralización no acaba –y por extensión, tampoco el de los intelectuales republicanos oficialistas, exiliados, orteguianos, etc.–; ténganse los capitales públicos y privados que necesita la construcción del Centro Federico García Lorca o «centro de peregrinaciones» lorquianas, como lo calificó el presidente de la Junta de Andalucía tras una de las reuniones políticas y económicas para financiar dicho Centro en Granada, «su» Granada.

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La ideología del exilio y sus fantasmagorías o fantasmas de clase se desmontan a poco o nada que pensemos sus complicidades, sus relaciones, su mecánica de montaje y dominio, su función, su lógica política e ideológica. Las cuestiones pueden abrirse al menos en una triple dirección dialéctica y complementaria de investigaciones. Una, con preguntas e interrogantes que indaguen respecto del lugar que en las relaciones de producción ocupan en el destierro los intelectuales; esto es, si se quiere, saber de qué viven, de qué dinero, dónde trabajan, se alimentan y visten, viajan, adscritos a qué aparato político o propagandístico del Gobierno de la República y sus instituciones o en qué partido más o menos gubernamental tras la derrota; preguntarnos por el dinero del exilio21 en el campo de las finanzas o financiaciones políticas, por si a la sombra del Estado republicano y sus poderes o prebendas todavía se acogen nuestros intelectuales en el destierro; pero importa más en estricto el sector literario e intelectual de su trabajo, de su producción ideológica; se trataría de conocer su participación en los negocios editoriales, no sólo ya como trabajador, vendiendo su fuerza de trabajo intelectual con las entregas de artículos de periódico o del libro a la editorial de turno o sus conferencias en universidades, en unas relaciones contractuales ya estipuladas,22 sino en cuanto a sus individualizadas o colectivas «oportunidades» en el capitalismo de edición, en el nuevo mercado de los bienes culturales, con la publicación de revistas, de una colección de libros, o con la puesta en marcha de una editorial, etc., sin que la gestión económica de sus cuentas –capital inicial, ganancias o pérdidas, reparto de las quiebras del negocio– sólo consista en consignar, recordar o mitificar el capítulo de los cheques o las donaciones a expensas de mecenas tan desconocidos o fantasmales como amigos «comerciantes», «industriales» o «próceres» caritativos23. Dos. No despreciando la información que, en su despliegue de poder, ofrece la ideología del exilio; cuyo pensamiento único o canon en sagrado o dogmas, para constituirse como tales y cumplimentar su función teológica y unívoca, han de expulsar de su dominio –o Paraíso, dicho con los informes de sacralización escritos por «los» (alias) exiliados rescatados; véase nota 23– a cuantos materiales intelectuales no les cuadren en su círculo o les cuestionen. En este capítulo de expulsión se abre uno de los más abundantes cajones de sastre, con la discriminada reclusión en la inexistencia para cualquier asunto o práctica intelectual que no se ajuste o desajuste el canon, y mucho más si cae en la blasfemia o en la herejía. Se trataría de la parte oculta, expulsada o negada, la otra cara del exilio, que desde las posiciones dominantes podría entenderse como un exilio inexistente, en donde sin embargo y por extenso encontraremos hechos o prácticas en estricto pertenecientes al destierro de intelectuales. En efecto, pero hay que distinguir. Los lugares en esta inexistencia,24 en primera instancia, desnudan, denuncian o desmontan toda la mecánica y la lógica del rescate, todo el intelectua21 Véanse V. Botella, Entre memorias. Las finanzas del gobierno republicano español en el exilio, A. Alted (ed.), Sevilla, Renacimiento, 2002; F. Olaya Morales, El expolio de la República, Barcelona, Belacqua, 2004; La gran estafa de la Guerra Civil, Barcelona, Belacqua, 2004; Á. Herrerín, El dinero del exilio, Madrid, Siglo XXI, 2007. 22 Considero las estipulaciones de los derechos de la propiedad intelectual y su herencia en sus fases iniciales de ordenamiento legal o legalización, en mi estudio a la edición crítica de la novela de Galdós La desheredada, Madrid, Akal, 2007; y en mi ensayo El pan del pobre. Intelectuales, populismo y literatura obrerista en España, Granada, Los Libros de Octubre, 2004. 23 Véanse los informes publicitados en sus memorias y olvidos por «los» (alias) F. Ayala, Recuerdos y olvidos, Madrid, Alianza, 1991; R. Alberti, La arboleda perdida, Barcelona, Seix Barral, 1975; J. Moreno Villa, Vida en claro, Madrid, Visor, 2006. Véase G. Santonja, Un poeta español en Cuba: Manuel Altolaguirre, Barcelona, Círculo de Lectores, 1994. 24 Tendré que razonar por extenso el concepto de lugar o lugares en la inexistencia –también los lugares en la periferia, los lugares en las jerarquías subalternas, en la funcionalidad o en la disfuncionalidad, en el frente interno o en el

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lismo rescatable, la canonización de «los» rescatados, el ritual o rito sagrado para la continua sacralización de la «vida, obra y milagros» del santo laico intelectual de turno o a la espera del turno de su ascensión o ascenso; porque, en segundas instancias o incluso a su pesar,25 esto es, en terceras o cuartas instancias, tras una ardua operación o intervención de la ideología del rescate, se expurga, fuerza o tergiversa la interpretación de hechos y textos o se destruyen documentos, hasta dejar debidamente expurgado al intelectual de turno, donde quede fijado y limpio en lugares subalternos, donde continuamente se le reprima, se le condene o se le salve continuamente de los infiernos fuera del Paraíso. Constituirían muy en estricto en todas sus instancias las prácticas y los lugares intelectuales de un exilio inexistente, esto es, el exilio inexistente. Pero, por decirlo igualmente muy en estricto, en la situación fundamental de inexistencia intelectual en el destierro hay lugares perdidos todavía hoy, hechos o prácticas inencontradas hoy por cuanto las expulsaron fuera a la inexistencia y fuera se mantuvieron inencontrables en los infiernos de las inescrituras más pertinaces, por cuanto se quedaron escritas en un destierro intelectual continuamente reproducido o mantenido, una escritura desterrada continua o continua escritura inescrita socialmente, sin objetivo ideológico social para siempre, o permanente, o sin lector ninguno, o nunca jamás leídas, o efectivas en última instancia. A tales prácticas y sus lugares habría que entenderlos, muy en estricto como señalo, no como inexistentes, no exilio inexistente, sino situados en la inexistencia. ¿Y si además en estos lugares en la inexistencia hubiera lugares y prácticas radicales en la inexistencia, esto es, que radicalizaran sus actitudes y aun sus posiciones en la inexistencia, irreductibles a la expulsión, o al expurgo, o a la muerte, o a la salvación, y mucho más todavía a la sacralización? Para que mis afirmaciones no vayan a quedar en un paralelo vacío ni siquiera momentáneo, propongo un caso práctico. Tómese o téngase Ínsula, estúdiese ese aparato ideológico fundamental para la ideología del rescate y su dominio la ideología del exilio. ¿En qué número y cuándo publica noticia alguna que remita al menos la investigación hacia la inexistencia intelectual y su bifurcación en exilio inexistente o radicalización de la inexistencia en el destierro? Por supuesto, no encontraremos noticia directa, sino interpuesta. Nada,26 claro está, para la radical inexistencia ¿de qué intelectuales, de qué fuerzas intelectuales desterradas? Con una lógica ideológica coherente, frente externo de la lucha ideológica de clases, en la ruptura o quiebra de la militancia, de las actitudes o de las posiciones de clase, en la traición, en el intelectualismo orgánico del proletariado, etc.– cuya materialidad histórica se concreta no sólo en relación al dominio (de clase) del exilio, por supuesto, sino en toda la historia moderna de la producción de intelectuales por parte de la burguesía en bloque en su ascenso, mantenimiento y defensa de su dominio, su dominación y su dominancia como clase. Véase mi comunicación «Los lugares intelectuales en la Segunda República», cit. 25 Parodio el esfuerzo de los FICs orteguianos por socializar y aun vulgarizar un Ortega (don José Ortega y Gasset) «liberal a su pesar». Véase n. 9. Véase J. M.a Ridao, «El liberal a su pesar», Babelia, El País, 17 de septiembre de 2005, p. 12. 26 Hablo, claro está, de los años iniciales, en las fases fuertes de conformación de la ideología del exilio, cuya cadena de producción y transmisión encontrará diversos motores según las coyunturas políticas del Régimen franquista. Téngase, en este sentido político de correlación de fuerzas, la propuesta de rescate elaborada desde el aparato ideológico de hibernación fascista Cuadernos Hispanoamericanos por el representante de turno del intelectualismo contrarrevolucionario católico «alias» José Luis L. Aranguren, «La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración» (Cuadernos Hispanoamericanos 38 [1953], pp. 123-157; véase su Crítica y meditación, Madrid, Taurus, 1977). Hablo, pues, de la correlación de fuerzas políticas e intelectuales antes de 1975 y, por supuesto, considerando como vector o punto de inflexión e imposible retorno la coyuntura de 1968-1969, cuando se pone en marcha la organización de la solución final con la publicación de los primeros expedientes de legitimación o articulado de la ley de punto final para el intelectualismo orgánico del fascismo en España y, por extensión, para todas las fuerzas fascistas españolas. Véanse notas 11, 12 y 14. Si aún se quiere, y en esta historia por hacer del aparato ideológico de clase –y de hibernación, véase supra– intitulado Ínsula, ese punto de imposible retorno que señalo está marcado por la serie de entregas pergeñadas por «alias» J. C. Mainer sobre Vértice y Escorial –aparatos ideológicos del fascismo– entre noviembre de 1967 y de 1969, recogidas luego en Falange y literatura, Barcelona, Labor, 1971.

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nada hay de «los» (alias) Arconada, ni siquiera de «los» Sender antes de sus duras reconversiones al reaccionarismo maccarthyano. Como tampoco en ninguna búsqueda complementaria en el republicanismo hay nada que se salga de los límites oficialistas, ni para «los» Díaz Fernández, ni siquiera para «los» aún menos radicales o radicalizados, «los» Antonio Espina o «los» Corpus Barga o «los» Salazar Chapela, por decirlo con los alias de intelectuales atendidos hoy con ciertas ediciones antológicas de sus trabajos.27 Cuando encontramos, sin embargo, restos y noticias directas, indirectas y hasta interpuestas, en una secuencia de publicitación que variará según se personalicen los casos o no, según la personalidad que desajusta la operación rescate, según el lugar que ocupe, según su práctica, según se le vaya buscando su continua expulsión o anulación o fijación en los lugares subalternos del dominio del exilio y no lo consiga en estricto la acción o violencia del rescate y su ideología; téngase, en ese caso de personalidades heterodoxas e irreductibles en la heterodoxia, a (alias) Luis Cernuda,28 cuya presencia en la inexistencia del destierro y su imposible ascenso al paraíso del republicanismo y el exilio comienza con su «Carta abierta a Dámaso Alonso» publicada –a pesar de– en el número 35 de Ínsula (noviembre 1948), a los 8 meses del panfleto primero institucional o generacional del «núcleo central» o duro de «una generación poética» que publicara (alias) Dámaso Alonso (véase supra, nota 7). Igualmente, en Ínsula, número 93 (septiembre 1953), en la página 2, junto al final de la noticia de portada sobre la ancestralidad de una «ardiente, desmesurada, inolvidable fiesta vertical» en el verano de Elche, se publica sin firma un breve suelto en la sección «La flecha en el tiempo» bajo el título de «Las Españas y la poesía». En realidad, se trata de una exaltación de la política ideológica e intelectual de Ínsula a través de la confirmación de aquellos «valores poéticos, que son los que le interesan y deben interesar al lector», los que defiende Ínsula y también Manuel Bonilla, el redactor de Las Españas que en el número 23-25 «honradamente» comenta la Antología consultada de la joven poesía española (Madrid, 1952), «frente» al anónimo y «resentido» –«con el resentimiento típico del poeta fracasado»– articulista cuyo «torpe ataque fruto de la envidia y del partidismo político, [una] crítica sucia y hecha de mala fe» a base de «chismes e insidias», «la bajeza de este burdo artículo», «no excluye de su ataque ni siquiera a los grandes maestros actuales de nuestra poesía». Y no hay más, ni en Ínsula, por supuesto, ni aun en ningún otro opúsculo en la historiografía literaria o intelectual «actuales»; no hay la más mínima referencia a Las Españas, ni siquiera aparece su título, cuando este aparato ideológico de clase constituye una muestra sustanciosa de la confusión y consecuente ceremonia ad hoc con las que están hechos el destierro de intelectuales, sus materiales de origen y genuinos (válgame esta expresión irónica), y luego la operación rescate, su intervención y violencia, su expurgo y olvido –no «por ignorancia», sino por «fanatismo político», por el servilismo de los FICs dedicados al trabajo de legitimación y cohesión de los poderes de la dictadura capitalista en España, a base de modernidades ya rebuscadas en la República, ya en su exilio rescatable–, su expurgo y olvido como señalo, su condena y expulsión del Paraíso, fuera a la inexistencia. 27 También en este capítulo hay hechos relevantes de la profunda continuidad (véase supra) que necesita –y así fuerza, falsea, tergiversa, expurga, se impone– la mecánica del rescate y su ceremonia de la confusión con la ideología del exilio. Con capitales que se exoneran de pagar impuestos por su inversión en el mercado de los bienes culturales, en el sector de las publicaciones, la Fundación BSCH (Banco Santander Central Hispano) ha encomendado las ediciones de la «obra fundamental» de Díaz Fernández, Antonio Espina o Salazar Chapela, entre las de Dionisio Ridruejo, Ramón de Basterra o Ernesto Giménez Caballero. 28 (Alias) Luis Cernuda ocupa y practica lugares en la periferia, en las relaciones de trabajo y de producción de ideología burguesa en la modernidad republicana, incluida su fase de traición e incorporación al intelectualismo orgánico del proletariado.

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Las Españas, de haber atendido a su existencia, reúne materiales sin orden ni concierto, sin objetivo coherente primero ni último, sin solución de continuidad no sólo entre contradicciones inmediatas y flagrantes como las que utiliza Ínsula, sino contradicciones estructurales, que darán al traste con el invento y montaje. Aquí encontraremos elogios propios del más ortodoxo exilio y sus panegíricos; ¿cómo no entraron a saco en sus páginas?; están las necrológicas a Salinas, la continua exaltación familiarista y doméstica –en casa de– e intimista de las lecturas y puestas en escena de la obra teatral de García Lorca, los recordatorios en homenaje a Luis Cernuda o al «fallecido» Ortega y Gasset, o «El maestro Falla ha muerto», «acto en recuerdo de D. A. Machado», el «Cuarto centenario de Don Miguel de Cervantes», «la fiesta de la Raza» de don Miguel de Unamuno e, incluso, «Miguel de Unamuno y el fascismo», junto con reiterados artículos retóricos sobre «¿Cuál es la misión del intelectual en esta hora?» o «La misión de los intelectuales» que pueden comenzar perfectamente con esta vieja premisa de Menéndez Pelayo: «Santo Tomás de Aquino, que era un perspicaz observador de la naturaleza», etc.; y sin que se les perdieran tampoco aportaciones fundamentales hechas dentro de España por el intelectualismo orgánico fascista, materiales necesarios en la formación y consolidación de la ideología dominante de posguerra y, por tanto, de la ideología del exilio, pero ahora publicitadas por Las Españas en funciones de correa de transmisión; ¿cómo no entraron a saco, la operación rescate, encontrándose esos necesarios materiales que señalo, ahora todavía más valiosos y confirmativos por venir de fuera de España, del exilio?, como entre tantos otros: artículos de Carlos [sic] Vossler sobre «El siglo de Oro», de Benjamín Jarnés sobre «Quevedo, figura actual» (ambos ya en el n.° 1, de octubre de 1946), o de articulistas varios publicitando igualmente la obra de «jóvenes escritores de España» tales como Camilo José Cela o Carmen Laforet y no mencionar siquiera su distinto pero complementario servicio prestado al fascismo en sus progresivas fases desde la hegemonía a la normalización, la socialización y aun vulgarización de sus principios, normas y consignas; sin que pueda dejarse en el exilio inexistente donde las hundieron unas diatribas o «ataques» continuos contra «la vieja farsa» o «impostura» franquista y sus dirigentes intelectuales, pero exceptuando, salvando o aun comprendiendo a «los» Dionisio Ridruejo y demás camaradas en «la alta tarea» –ya se sabe, «con jerarquía de gobierno»; véase supra–, en su misión de salvar, limpiar o depurar e integrar en «la comunidad española [así restablecida]» dentro de España a «todos [la totalidad] los valores españoles [intelectuales, literarios] que no hayan dimitido por entero de tal condición»29. Sin duda enviaron Las Españas a la inexistencia parcial, en el exilio inexistente, por la información detallada que hacían pública sobre las complicidades y red de relaciones que la facción republicana orteguiana mantenía clamorosamente con el fascismo y los aparatos administrativos franquistas; y a partir de aquí, por las razones derivadas, que dejaban al desnudo o desvelaban la falacia del exilio interior y toda la miserable parafernalia que los socialidealistas desde 1968-1969 hasta hoy día han exaltado como resistencia silenciosa, en lugares fundamentales aunque subalternos en la legitimación y apología del fascismo y sus FICs30. 29 «Nosotros [los nacionalsindicalistas; con «todas las garantías» de «nuestra filiación» en Falange, el Movimiento, «nuestra Revolución»], en cambio, convocamos aquí, bajo la norma segura y generosa de la nueva generación, a todos los valores españoles que no hayan dimitido por entero de tal condición, hayan servido en éste o en el otro grupo –no decimos, claro está, hayan servido o no de auxiliadores del crimen– y tengan éste u otro residuo íntimo de intención», D. Ridruejo (dir.) y P. Laín Entralgo (subdir.), «Manifiesto editorial», Escorial I, 1 (1940); véase n. 5. 30 Está por hacer la historia de Las Españas, de la que ninguna «biblioteca del exilio» se ha ocupado todavía. Los materiales que publica exigen un estudio, al menos de localización, de situación, de situar los lugares intelectuales con los que duró en la inexistencia del destierro en México desde octubre de 1946 hasta julio de 1956. Sin embargo, en razón a mi hipótesis de investigación y conclusiones, no puedo dejar de consignar (en la sección anónima, responsabilidad de los editores, «El disparadero de Las Españas») el artículo «Dámaso y la realidad», Las Españas, 11 (1949), 15.

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Y tres. ¿Qué hay de los intelectuales en el destierro que no tienen en ninguna instancia lugar ninguno? ¿Qué, de los lugares intelectuales sin lugar o alugares?31 Sin lugar intelectual ni social o siquiera grupal ¿ni tampoco de clase? En la inexistencia desterrada están estos intelectuales que no tienen ni un solo lugar para su trabajo y su escritura, para su pensamiento y su acción, para su práctica ideológica y pública. Arrastran su situación, inubicua, y una conciencia última y nítida de su radical inexistencia. Téngase, para entender e incluso argumentar cuanto afirmo, dos situaciones de una radicalidad en la inexistencia que obligan a pensar la literatura con la materialidad y la fuerza nítidas de un arma de intervención directa en la lucha de clases. La primera, «alias» Carlota O’Neill32, levantará una conciencia des-subjetiva e implacable del terror de Estado fascista en su misma naturaleza nunca patológica, esto es, nunca en su patología33, sino en sus razones, en su lógica –en su lógica ilógica– siempre y en todo caso ejecutiva, en su mecánica asesina, criminal y genocida; contra el genocidio de Estado perpetrado en España en la Guerra de 1936-1939 y en la posguerra desde 1939 hasta sus prolongaciones o silencios cómplices en que se reproduce todavía hoy34. La segunda, un manual hábil y utilísimo para desnudar una fase histórica de esas complicidades que señalo y sus reproducciones, la crónica del viaje de «alias» Max Aub a la España de 1969; su escritura acierta radicalmente, La gallina ciega35 viaja, mira, charla con «los intelectuales», ve y descubre un subterfugio oculto o grueso engaño en el juego de oposición o exclusión dentro / fuera de España para entender el exilio y su ideología, al situarlo en su estricta relación real, esto es, bajo el imperativo político de la Dictadura fascista del Régimen franquista, sin que nada público –ni por supuesto nadie– escape o eluda –y menos resista a– su poder, ni en términos de colaboración ni en términos de posibilismo. Esto es, que la situación intelectual que la gallina se encuentra inequívocamente ha de llamarse dentro del Régimen y no hay nada ni nadie fuera del Régimen. Ello, en primera instancia; luego, en su más inmediata exigencia, que no hay vuelta atrás ni hacia adelante, que no hay reintegración de nada, sino rescate excluyente, que no hay lugar ninguno para el destierro, para los intelectuales desterrados, sino al contrario, para los que medran a la sombra del Régimen, para los que se acomodan, se integran o se instalan –todos colocados– a la sombra de las prebendas del funcionariado ideológico de clase y de Estado. Que no hay ni habrá lugar ni dentro ni fuera –el Régimen, el exilio– para los intelectuales en el destierro, sino alugares en una ciega inexistencia radical desterrada.

31 En la extensión del concepto de lugar o lugares (que tendré que razonar; véase n. 24) también se encuentran los alugares, los lugares sin lugar, los no lugares; sin que para nada tengan que ver con el desarrollo dado por la antropología, que por oposición a los lugares antropológicos habla de «los no lugares»; ni tampoco nada que ver siquiera, en una relación negativa o en vacío, con los lugares emocionales en las relaciones del moderno capitalismo emocional, de mercantilización de las emociones. Véanse M. Augé, Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Barcelona, Gedisa, 2006; E. Illouz, Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, Buenos Aires, Katz, 2007. 32 Véase C. O’Neill, Una mujer en la guerra de España, Madrid, Oberón, 2003. En su primera edición (Una mexicana en la guerra de España, México, La Prensa, 1964) se publicaron 35.000 ejemplares. 33 Contra los hagiógrafos y apologetas del fascismo, que todavía hoy adquieren prestigio (véanse nn. 14 y 26) a cuenta de la supuesta patología del fascismo o el muy supuesto estado patológico en que se hallan «transitoriamente» los intelectuales orgánicos fascistas, tal como lo publicitan en sus panfletos, entre otros, F. Gallego y F. Morente (eds.), Fascismo en España, Barcelona, El Viejo Topo, 2005; S. Juliá (dir.), Memoria de la guerra y del franquismo, Madrid, Taurus, 2006; J. Gracia (ed.), El valor de la disidencia. Epistolario inédito de Dionisio Ridruejo, 1933-1975, Barcelona, Planeta, 2007. 34 Téngase la Ley de Memoria Histórica o ley de punto final para las responsabilidades criminales genocidas fascistas en España, inexistentes para siempre jamás en base al «espíritu de reconciliación y concordia que guió la Transición», según ordena o dicta el preámbulo de la ley. 35 Véase M. Aub, La gallina ciega. Diario español, M. Aznar Soler (ed. y notas), Barcelona, Alba, 2003.

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El exilio: Francia* JUAN GOYTISOLO Escritor

La mejor presentación que me han hecho en la vida fue en la Universidad de La Habana, en el año sesenta y uno, cuando un mulatico muy simpático dijo: «tenemos aquí al célebre autor de La colmena y de Los cantos del Níger». Presentación insuperable, la única que recuerdo de mi vida. Voy a hablar de mi experiencia personal durante el exilio en París. Yo estuve una primera vez en París en el año cincuenta y tres cuando, tras muchas dificultades, conseguí el pasaporte, y estuve allí tres meses, que pasé en la cinemateca viendo todo lo que no había podido ver durante mi desastrosa formación, o deformación, cultural en la España de aquellos años. En otoño de 1956 tomé el tren de Barcelona a París. Yo era el único de los inmigrantes que iba en busca de libertad cultural, política, de poder vivir y pensar por mi cuenta. El tren iba lleno de exiliados, de gente sobre todo de la región de Valencia, donde la sequía había quemado toda la cosecha, e iban a buscar trabajo. Cuento este detalle porque es importante por el interés que ha tenido siempre el tema de la inmigración. O sea, mucho antes de que escribiera en estos últimos veinte años sobre el tema de la inmigración, empecé escribiendo sobre la inmigración española en Francia. Me parece que se publicó en Tribuna socialista; hice como unas reseñas de vidas breves de inmigrantes españoles que contaban las razones de su exilio. Voy a hablar de lo que es el exilio. En primer lugar, los cafés de París. Cuando uno ha leído la descripción que hace Vicente Llorens de los españoles inmigrados en 1923, con el retorno del absolutismo, en los cafés, las costumbres, las discusiones, sus sueños, sus tentativas de regresar a España y provocar un alzamiento militar… Todo esto lo he vivido. Yo recuerdo que en estos años había un vicecónsul muy divertido, español, que me propuso un día que ocupáramos la Embajada y proclamáramos la República. Este tipo de cosas se repiten en todos los exilios. Más tarde leí en el magnífico libro de Nikolaievsky sobre Marx, hablando del exilio de los rusos en el siglo XIX, que era lo mismo. También hablaban de conspiraciones, de siempre este sueño, el país idealizado… Por parte de muchos, un rechazo de la realidad que vivían y el refugio en su país so-

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Conferencia grabada in situ y transcrita por la organización de las Jornadas.

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ñado: en el caso de los españoles, de España y en el caso de los rusos, de Rusia. Yo hice una parodia de esto en uno de los capítulos de Señas de identidad: de esto que es un poco esta reiteración, esta vuelta obsesiva al pasado. Yo hablaría en primer lugar de la librería de Antonio Soriano. La librería de Antonio Soriano, que estaba primero en la Rue Massaryk, era un poco el centro de todos los que estábamos allí, toda la gente antifranquista, Tuñón de Lara, Roberto Mesa, Francisco Fernández Santos… Y luego, los que venían de fuera, los que venían de España. Por allí aparecía Julio Cerón, que era el presidente, el jefe, del Frente de Liberación Popular, y miembros del PCE y del PSOE. Allí teníamos una tertulia en la que pronto hubo una discusión entre Francisco Fernández Santos y yo, y en la que toda la razón la tenía Francisco Fernández Santos, como reconocí bastante más tarde. Yo vivía en un momento de exaltación, la del grupo de intelectuales franceses en torno a Sartre; que ayudáramos a los nacionalistas argelinos, y al otro lado, la Revolución cubana. Eso y la lectura de Frantz Fanon me hizo escribir un artículo bastante delirante, diciendo que el porvenir de España era unirse a la lucha de los pueblos oprimidos del Tercer Mundo, etc. Y me contestó Francisco Fernández Santos de una forma muy razonable. Me apeé así de esta manera de mi sueño. Eran tertulias interesantes, se intercambiaban ideas. Y Antonio Soriano fue también un pequeño editor. Por ejemplo, publicó tres libros míos de aquella etapa comprometida con respecto al franquismo; es decir: La chanca, una novela, La resaca, y la expericiencia de mi primer viaje a Cuba, en el año sesenta y uno, Pueblo en marcha. Publicó obras de Tuñón de Lara, etc. Iba mucha gente a la librería a comprar los libros que no se encontraban en España. Era como un pequeño núcleo cultural. Mi entorno era el del Partido Comunista, aunque nunca entré en el Partido Comunista. Y fue la suerte mayor de mi vida, porque nunca me volví anticomunista. Como todos los comunistas que yo conocía se volvieron casi todos ferozmente anticomunistas y yo siempre he tenido una actitud crítica que me ha permitido una cierta distancia... Allí era interesante ver de quién se hablaba. Luego de esto diré algo. Porque sobre la Guerra Civil Española se nos daba siempre una versión muy próxima a la versión del Partido Comunista, que luego se complementaría con la editorial Ruedo Ibérico con la versión, podemos decir, libertaria y de otras opciones políticas. Nunca se agradecerá bastante a Soriano el papel que desempeñó durante aquellos años. Por mi parte, esto es una cosa personal mía, fui lector de español en la editorial Gallimard durante unos años y, gracias a mi trabajo, se publicaron una serie de obras: alguna de Valle-Inclán que no había sido traducida. Los herederos de Valle-Inclán eran sus hijos; había uno que era un facha tremendo y al pedirle la traducción del título, escribió una carta a Gallimard diciendo que tenían un rojo peligrosísimo que se encargaba de la traducción de español y que él se negaba a formar parte de esta colección que yo dirigía. Les digo esto porque son cosas divertidas que me recuerdan… Pues bien, allí se publicaron, por ejemplo, las últimas obras de gente mayor, La colmena, de Cela, las obras de Delibes, y luego, de mis compañeros de generación, Sánchez Ferlosio, etc., con la excepción, por desdicha, de Luis Martín-Santos –se me adelantó otro editor y no pude publicar Tiempo de silencio–. En general, toda la obra más interesante, incluyendo, por ejemplo, la de Max Aub, Jusep Torres Campanals, que permitió a Max Aub una segunda vida literaria en Francia. Es decir, hice allí un trabajo, incluyendo la literatura catalana. Las dos mejores novelas catalanas del siglo XX, que son, en mi opinión, La plaça del diamant, de Mercè Rodoreda e Incerta Glòria, de Joan Sales, fueron traducidas al francés. Y ya digo, de mis compañeros de generación, pues había una preferencia por los que eran marcadamente antifranquistas. La tercera etapa es la de Cuadernos de Ruedo Ibérico. Yo nunca formé parte del consejo editorial de Ruedo Ibérico. En la época en que salió yo no estaba en París, pero al regresar José Mar-

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tínez me pidió que me encargara de la parte literaria. Y creo que lo que se publicó allí, tanto de autores españoles de dentro como del exilio, si uno repasa la lista, resultó ser lo más importante de la literatura. Poetas, desde José Bergamín hasta más jóvenes, Tomás Segovia uno de ellos, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, se publicaba allí lo más interesante de la literatura española. Esto me valió, como es obvio, una gran…, un ataque de los medios literarios oficiales, que hablaban siempre del aduanero que controlaba, que impedía la publicación de la auténtica literatura española, que era obviamente la franquista. La editorial Ruedo Ibérico se extendió hasta años después del derrumbe del Régimen de Franco, derrumbe que quedó plasmado en la Constitución de 1978. La otra empresa en la que participé en sus orígenes fue la revista Libre. La revista Libre, una revista dirigida no sólo a España, donde sabíamos que iba a ser prohibida, sino a todo el continente de Iberoamérica, en la participaron en sus inicios gente como Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, etc., y fue una revista de la que se publicaron únicamente cuatro números. Ahora hay una edición en facsímil muy interesante. Estoy orgulloso de haber contribuido a esta revista porque aparecieron allí, por ejemplo, entrevistas que hice a Jean Genet y a Sartre, el primer manifiesto feminista en lengua española de Susan Sontag se divulgó allí en forma de una entrevista, pero extraordinaria. Es decir, que fueron cuatro números de una gran calidad, y el primero dedicado en gran parte al famoso proceso Padilla, que fue lo que nos valió digamos la ruptura con la línea oficial cubana. Y al mismo tiempo, a partir del segundo número, la revista no podía entrar en España, y empezó a ser prohibida en la mayor parte de países de América Latina. Es decir, que nos encontramos con que en el cuarto número ya prácticamente era una revista vetada y prohibida en la mayor parte de países de lengua española, con lo cual esta aventura literaria muy fructuosa no tuvo cabida. Quisiera igualmente aquí rendir homenaje a una persona que contribuyó muchísimo al conocimiento de la situación política en España. Me refiero a una persona viva actualmente que es Elena de la Suchère, que tiene 93 ó 94 años y vive en una situación muy precaria en París, sin que se le haya reconocido la labor que hizo. Desde mi primer viaje en el año 1953 –tenía yo entonces 22 años–, entré en contacto con ella porque era la única persona que escribía sobre la situación política en España en la prensa francesa, en lo que antes se llamaba France Observateur, que se transformó luego en Le Nouvel Observateur. Y con los universitarios de Barcelona, estábamos en contacto con ella y le enviábamos información. Hace poco, un año, publicó un libro de memorias muy interesante donde cuenta su experiencia de la Guerra Civil Española. No es nada de lo que uno puede esperar. Ella tenía 16 ó 17 años y se fue de voluntaria al frente de Madrid. Estuvo en el frente de Madrid y allí, a través de Manuel de Irujo, que era amigo de su padre, le contactó el Gobierno vasco con un encargo muy especial: que fuera a Barcelona y salvara la vida de los curas vascos, porque en aquel momento estaban en los primeros meses de desorden en el campo republicano, mataron a muchos curas, y ella se encontró que su tarea consistía en salvar a los sacerdotes vascos que estaban en Barcelona y procurarles un salvoconducto para que fueran a Francia. Es decir, muy interesante este tipo de experiencias que rompen los esquemas, porque una mujer joven que va a combatir voluntaria al frente de Madrid, termina salvando, ella totalmente agnóstica, la vida de los curas católicos vascos. Es un testimonio que publicó el Círculo de Lectores, Lo que han visto mis ojos. Es un libro muy, muy interesante porque rompe, digamos, con este blanco y negro de la visión de la Guerra Civil Española. Y ahora quisiera referirme a lo que hablábamos en las tertulias y en las charlas. Se hablaba siempre, en términos militares, pues del general Líster, del general Modesto, de los políticos Hidalgo de Cisneros, Julio Álvarez del Vayo, que, siendo del Partido Socialista, era partidario de las

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conversaciones con el Partido Comunista. Pero había figuras de las que no se hablaba nunca. Por ejemplo, nadie me habló durante aquellos años, hasta que fui a México, de Manuel Azaña. Nadie. Era como…, había sido borrado, no sólo en España… Mis recuerdos infantiles van asociados al colegio de los jesuitas donde intentaron educarme; decían: «Porque cuando Azaña dijo que España había de ser católica, aquí estamos nosotros […]». Éste era el tema recurrente de todos los discursos. En el primer tren en que me trasladé del pueblo de Viladrau, donde se había refugiado mi familia durante la Guerra Civil, recuerdo que nos habían vestido a todos con una camisa azul y una boina roja y cantábamos una adaptación del «Carrasclás», la canción de la Guerra del Rif, diciendo así: «Con los bigotes de Azaña / fabricaremos escobas / para barrer los cuarteles / de la Falange Española […] Carrasclás […]». O sea, como ven, son recuerdos inolvidables. Pues bien, no se hablaba de Manuel Azaña, al que descubrí en México gracias a la edición que hizo Juan Marichal, unas obras completas, y me quedé absolutamente fascinado, aunque tardé años en escribir este libro que hice, publicado hace tres o cuatro años, sobre la pasión crítica, pero más bien sobre el aspecto literario y humano de Manuel Azaña. Y la otra figura, también, que no mencionaba nadie era el general Vicente Rojo. A principios de los ochenta, leí un libro editado por la Editorial Ariel en España, después de la muerte de Franco, sobre la Guerra Civil Española que me interesó muchísimo, sobre todo por la personalidad. Y este interés que me despertó se acentuó el día que leí el libro de Andrés Rojo, su nieto, con el título Vicente Rojo. Retrato de un general republicano, de un general que se define católico, militar, patriota, y que combatió hasta el fin en favor de la República. Aquí yo quisiera leer un par de fragmentos de su obra que nos dan este retrato tan extraordinario de un militar que mantuvo su fidelidad a la República porque era el orden jurídico. Es decir, contrariamente al noventa por cien de todos los oficiales y generales que se pasaron todos –fueron unos felones–, al bando franquista. Dice: Mi vida, aunque profundamente alterada en lo espiritual, en la acción no sufrió modificaciones. [Hablando de su experiencia durante la Guerra Civil.] No me oculté, ni me disfracé, ni omití ninguna de mis habituales obligaciones, ni pedí amparo a los sindicatos, ni a los partidos políticos, ni a la policía, ni a los que empezaron a bullir. No firmé ningún manifiesto, no suscribí fichas partidarias que pudieran avalarme políticamente. Simplemente me mantuve en mi puesto, donde me encontró todo el mundo y desde el cual presté todos los servicios que legal y dignamente podía y debía prestar, a las órdenes de las autoridades legítimamente constituidas y a los mandos militares jerárquicamente superiores, que nunca faltaron en defensa de los intereses generales de la nación cumpliendo estrictamente el deber que habían jurado.

Y más tarde añade: No he participado en ningún acto indigno, no he cometido ni he consentido a la gente a mis órdenes ningún asesinato o desmán. No he participado ni consentido despojo de bienes cualesquiera. He contribuido decisivamente a que terminase en Madrid la vergüenza de los paseos, fusilamientos y represalias colectivas. He salvado la vida de muchos compañeros y familias, he compartido con otras mi techo, mi pan y mi paga. Y he fomentado en el Gobierno las inclinaciones a la clemencia, al orden y al respeto de la propiedad.

Es decir, esta declaración de principios, tan noble, de alguien que fue condenado al exilio, que vivió primero en Francia, luego en Argentina, finalmente en Bolivia, y que cuando regresó

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a España fue procesado por el tribunal de delitos de la francmasonería y comunismo. En fin, yo creo que su nieto José Andrés, aquí presente, puede hablarnos de esta figura, para mí fascinadora, que encarna, digamos, estos matices y estas contradicciones, como la que señalaba en el libro de Elena de la Suchère, o una novela, esta novela que les he mencionado antes de Joan Sales, Incerta glòria, que es una novela extraordinaria de un derrotado porque era católico y republicano. Y fue derrotado a la vez como católico, durante la Guerra Civil, y como republicano, al terminal la guerra. Me gustan estos testimonios porque la literatura brota siempre de la contradicción. Cuando uno tiene muy clara una cosa y tiene una ideología muy clara, no hay posibilidad literaria. Es decir, la literatura brota siempre de una contradicción que el escritor debe resolver. Y a mí me fascinó esta novela y me ha fascinado la biografía de José Andrés Rojo sobre su abuelo.

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La República se (re)publica CARLOS MARTÍ BRENES Director de «Memoria y proyecto de la Cultura», La Habana

La Segunda República y la Guerra Civil Española se re-visitan o vuelven a ser cosa pública en Cuba a lo largo de los años transcurridos desde entonces; y no sólo para una, sino para las sucesivas generaciones de cubanos y cubanas que hicieron y hacen suya esa memoria política, social y cultural. Obviamente, la República entre nosotros, ya sea por la visión de los exiliados que llegaron a las tierras de América, a Cuba en particular; como por el cisma que provocó entre sus habitantes, a partir de su afiliación a la trinchera republicana o a la falangista, habida cuenta de que en Cuba la Dictadura castrense obligaba a considerar aquella guerra como asunto de trascendencia nacional y universal, se fue convirtiendo en emblema de por lo menos tres categorías esenciales: alianzas, imaginario y visualidad. Me explico inmediatamente: la República y la Guerra Civil de España, en su nicho de ideas antifascistas, constituye hoy día un corpus indispensable para que podamos comprender uno de los paradigmas esenciales de la más testaruda y real visión de la historia que tenemos, ajena a los simplismos de Hollywood y de los medios masivos y autoritarios, repletos de historietas insólitas y globalipensadas. Por ello, me voy a concentrar, entre tanta textualidad, memoria y sincera nostalgia de, sobre, y hacia el republicanismo español que hay entre nosotros, en los siguientes ejemplos, poco o quizá nada conocidos para los más jóvenes: – El discurso de Nicolás Guillén en el primer homenaje a la muerte de Miguel Hernández, pronunciado en La Habana, en 1943. – Un poema prácticamente inédito de Ernesto Che Guevara. – Y los primeros afiches o carteles de la Revolución cubana.

Alianzas Establecer alianzas universales para conquistar la patria, en incluso para narrar la nación, fue desde los fundadores del pensamiento cubano una premisa, incluso un mandato irrenunciable. Esa pre-

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misa o condición sine qua non nos salvó del aldeanismo que tanto vituperaba José Martí al decir que «piensa el aldeano vanidoso que todo el mundo es su aldea»1 y al establecer un mandato universalista: «injértese el mundo en nuestras repúblicas, pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas»2.. En el caso de la Segunda República y la Guerra Civil, la opinión se dividió en Cuba como si se tratara de un asunto interno (que de hecho lo era si tenemos en cuenta que las inmigraciones desde la Península eran más crecidas paradójicamente desde el año 1925, con cifras más voluminosas que en todo el periodo colonial); asunto, al fin, sumamente delicado para la vida nacional, a pesar de que apenas habían transcurrido un poco más de tres décadas desde el fin de la Guerra de Independencia. Cosa en verdad insólita. Y tanto en el orden económico, debido a los capitales que nunca perdieron los peninsulares, cuyas riquezas habían sido reconocidas por el Tratado de París que dio fin a la Guerra de Independencia; como político, al sentirse en Cuba la frustración de la Revolución de 1930 que se fue a bolina, y el hecho de que el movimiento revolucionario de la isla, sobre todo a nivel de sus intelectuales, viera en las reivindicaciones republicanas españolas y en su batalla contra el fascismo un renacer de sus propios afanes de lucha, de abundantes paradigmas de resistencia contra la norteamericanización forzosa, a partir de la identidad compartida desde el propio idioma; y lo mismo cabe decir en lo social y cultural, habida cuenta de que las inmigraciones de trabajadores españoles y sus descendientes, eran ya hijos legítimos y definitivos de la patria cubana como en ningún otro lugar de América. De manera que, por un lado, claramente minoritario pero poderoso por sus riquezas, instituciones y medios de comunicación y proselitismo ideológico, estaban los deudores o seguidores de la Falange alzada contra un Gobierno constituido democráticamente y reconocido; y por otro, esencialmente las clases más populares y los intelectuales que debían a Martí su enseñanza de universalidad y apego a las alianzas valiosas para establecer lo que el llamaba «el equilibrio aún vacilante del mundo». La llamada «españolidad de Cuba» es tema recurrente y también polémico, aunque en mi sentir de hispanohablante, de escritor y por consiguiente artesano de la lengua, debo reconocer que «lo español», en el texto, así como «lo africano en el sentir», y ambos en la memoria común, nos son consustanciales, son nuestra «mulatez» o ajiaco esenciales, como reconociera don Fernando Ortiz. Pero ello no resultó polémico sino más bien fue acicate de alianzas indestructibles, después de tanta ruptura y continuidad histórica, cuando se trató y se trata aún de acontecimientos tan esenciales de uno u otro lado del mar, como fue en su momento la República española y la consecuente Guerra Civil. Aunque son innumerables los ejemplos que pudiera citar, habría que decir en una extremada síntesis que esos escenarios de alianzas económicas, sociales y culturales, se refuerzan de uno u otro bandos de la contienda que tiene lugar en España, y desde ella para el mundo todo, como testarudamente se encargarían de demostrar los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, hasta nuestros días de globalización, que según alguien tan conspicuo como Henry Kissinger, es nada menos que una nueva forma de llamar a la dominación norteamericana del mundo. Entre los ejemplos, que sobran, vale mencionar sólo la creación del Partido de la Falange Española en Cuba, que usa como virtual portavoz nada menos que al influyente Diario de la Marina, la Casa de España, el llamado «plato único» y, sobre todo, el papel ideológico de sectores de la Iglesia Católica no sólo desde el púlpito, sino desde las propias escuelas privadas proliferadas desde entonces.

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J. Martí, Obras Completas, IV, Editorial Nacional de Cuba, 1963, p. 15. Ibid., p. 18.

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Por el lado contrario, La Asociación de Ayuda al Pueblo Español, las publicaciones Bohemia, Carteles, Revista de la Biblioteca Nacional, Universidad de La Habana, Mediodía, Bandera Roja, programas de radio, noticias de actualidad, mítines populares y, desde luego, el envío de milicianos a las Brigadas Internacionales, justamente allí donde muere Pablo de la Torriente Brau, entrañable amigo y compañero de Miguel Hernández. Y, sin duda, el congreso en 1937 de la Alianza de Intelectuales Antifascistas en Defensa de la Cultura. Pero justamente aquí, me quiero detener en un texto que considero imprescindible para comprender que la verdadera y estratégica alianza se da en el orden de las ideas y del proyecto entonces actual –y futuro– de Cuba, en tanto pensamiento y cultura. Dice Nicolás Guillén en 1943, en el primer homenaje público al poeta Miguel Hernández, después de su muerte: Convocados por el recuerdo dramático de Miguel Hernández, venimos esta noche a enfrentarnos con su gesto y con su voz. La voz de un gran poeta, nacido y muerto en olor de pueblo; el gesto de un miliciano leal que ha dado su vida por España, no bajo un ráfaga de plomo, como García Lorca, ni en el camino del exilio, como Antonio Machado, sino en el largo cautiverio de las prisiones falangistas, el vómito del pulmón a los labios, la juventud comida por la tuberculosis. Los escritores cubanos y con nosotros los escritores españoles que en Cuba viven, tenemos, pues, nueva ocasión de tristísimo recuento; la cultura universal un motivo más de duelo. Porque el suplicio de aquella inteligencia activa y combativa rebasa los límites de la geografía tanto como las personales efusiones del sentimiento, para golpear bárbaramente el rostro de la humanidad 3.

Y luego esta síntesis de devastadora actualidad, con la cual finalizo mi reflexión primera sobre las alianzas que se establecen en defensa de la cultura a partir de la República: desde la cárcel, la muerte y el exilio, tríada dramática y definitivamente liberadora. Dice Nicolás: Así, cada crimen fascista contra la cultura deja de ser un episodio individual y aislado, para expresar el choque de dos frentes de combate, de dos ímpetus antagónicos, de cuyo predominio respectivo dependerá el futuro del hombre sobre la tierra, ya en su vuelo hacia un porvenir de justicia democrática, ya en un retroceso hacia los oscuros instantes de su aparición como voluntad y como pensamiento.

La trágicamente descriptiva tríada guilleniana de plomo, exilio y prisión, pareciera recordarnos los versos de Miguel Hernández: «Llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida»4.

Imaginario Confieso que escuché el son y aprendí las letras del bolero cubano al unísono que las canciones de la Guerra Civil Española. Si esas canciones fueron transmitidas por los cubanos o por los exiliados, no lo sé con exactitud, aunque sospecho, claro, que por unos y otros. Lo cierto es que en medio de las campañas de alfabetización, movilizaciones y llamados de la patria, esos ver-

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N. Guillén, Prosa de Prisa, I, La Habana, Arte y Literatura, 1975, p. 253. M. Hernández, Poesía, La Habana, Arte y Literatura, 1976, p. 38.

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daderos himnos sustanciaron nuestra capacidad revolucionaria desde los años sesenta en adelante. Contribuyeron al imaginario de la lucha, a su futuridad, con la fuerza que, ya en plano heroico, debieron impactar en la sensibilidad del Che Guevara. Les doy un testimonio prácticamente inédito, al descubrirles este poema del Che, inspirado en su experiencia guatemalteca de los años cincuenta: ¿Recuerdas, Guatemala, esos días de julio del año 36? Claro que sí, en tu pétreo esqueleto, en tus venas cantarinas, en tu cabellera verde, en tu volcánico seno lo recuerdas.

Castillos de Armas aquí allá se llamó Franco. Dos nombres y el pueblo ensangrentado, Y un grito que cementa el viejo abrazo […]. Guernica, Chiquimula, bombas que enlazan democracias hermanas, hermanas en los muertos inocentes, hermanas en la sangre derramada, hermanas en la impotencia desesperada.

Como a mí, con mi memoria de niño succionando el pasado, aflora a tu recuerdo invertebrado de democracia en pañales, el tableteo lejano de la infamia […].

Guatemala, tu pueblo despierta como despertó en Madrid y, de México a Argentina, tus latinas hermanas te nombran su adalid5. España en América.

Sobran los conmovedores testimonios del Che para ver claramente que en el imaginario del revolucionario están las más auténticas analogías entre los ideales de América y los de la República española. En ese propio texto, el Che vuelve sobre el martirologio de Federico García Lorca, en espléndidas y luctuosas imágenes: Tus viejos poetas lo recuerdan, tus jóvenes vates lo adivinan; en Granada y en la noche sin aurora el plomo brotaba de las manos

que llorando balas ahogaban la voz del Rey de los gitanos. Todos tus cantores lo recuerdan6.

Véase como «succionar el pasado», «recordar», «adivinar» y otra vez «recordar» son legitimaciones verbales de una memoria de la Guerra Civil que le resulta entrañable por su contenido de lucha liberadora para «aplastar para siempre la crueldad», como pedía Nicolás Guillén en el discurso citado de 1943, en La Habana. Declara el poeta cubano Víctor Casaus, estudioso de la Guerra Civil y sobre todo de la presencia allí de Pablo de la Torriente Brau, que:

5 E. Che Guevara, América Latina, despertar de un continente, La Habana, Ocean Press, 2003, pp. 138-139. Fragmentos; junio de 1954. 6 Ibid., p. 139.

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En visita a Altagracia, Argentina, me encontré que se ha hecho un museo de la infancia del Ché […]. Se ha reconstruido la casa donde vivió la familia, tienen algunos materiales de la época y se han traído otros para ambientarla; […] y en el patio hay una trinchera rústica y la guía dice que era una réplica recordando a una de las que había hecho el Che para jugar a la guerra de España. La trinchera está ambientada como una de las que se hicieron cuando la Guerra Civil española. En ese momento pensé en el empate lindo y simbólico, si uno quiere de ese momento, la presencia de la Guerra Civil española era importante ya en imaginario combativo de lo que sería, luego, el imaginario combativo real del Che. La Guerra Civil española fue importantísima para esa generación7.

Como parte de ese imaginario, Alejo Carpentier contaba, luego de describir las tareas organizativas de Rafael Alberti, que en España, en ocasión del congreso del año 1937, «una anciana, arrugada en grado increíble […] se me acercó y me dijo estas palabras que no olvidaré jamás: “¡Defiéndannos, ustedes que saben escribir!”»8. Esta anécdota sirvió para que años después, el crítico e investigador Ambrosio Fornet, la definiera como el compromiso real de Alejo Carpentier ante aquellos «desamparos profundos» y, en otra vuelta de tuerca, a sus intertextualidades, vinculara el hecho con la gran tesis de la novela La consagración de la primavera, en la que Enrique, el protagonista. se reprocha no haber participado en la lucha insurreccional que condujo al triunfo de la Revolución cubana […]. El núcleo de su reflexión, el de la responsabilidad social del individuo, el de la deuda moral con los que se sacrifican por los demás […], había sido expuesto, continúa Fornet, el mismísimo primero de enero de 1959 por Roberto Fernández Retamar en un poema titulado precisamente El Otro9.

Ante tales reclamos, el crítico concluye que son respuestas cubanas ante la «implorante y categórica anciana de la aldea de los huérfanos»10. En otras palabras, los testimonios de verdaderos paradigmas de la resistencia frente al fascismo en Cuba, no dejan lugar a dudas de las siembras que en el imaginario nuestro facilitaron los combatientes y exiliados republicanos.

Visualidad Concluyo esta aproximación a la República española y su exilio cubano, que más que exilio, se adivina como participación en la futuridad de nuestra nación y en la legitimación de su imaginario de resistencia, con un tema poco o nada estudiado, pero que vale la pena: ¿cómo visualizamos la República española en Cuba y cuál fue su impacto?, dígase su imagen y texto emocional, íntimo hasta el tuétano, es decir, verdaderamente patriótico. Tratando de responderme esta pregunta recordé los carteles de la Guerra Civil e inicié una indagación para exponer sus resultados ante ustedes. No fue difícil encontrar el camino, pues enseguida me percaté de que los propios fundadores del cartel revolucionario en Cuba, algunos 7

V. Casaus [www.victorcasaus.com]. A. Carpentier, Crónicas de España (1925-1937), J. Rodríguez Puértolas (ed.), La Habana, Letras Cubanas, 2004, p. 133. 9 A. Fornet, Carpentier o la ética de la escritura, La Habana, Unión, 2006, p. 31. 10 Ibid., p. 31. 8

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de sus maestros eran hijos de exiliados republicanos, como Eduardo Muñoz Bachs (valenciano, que se refugió en Cuba con sus padres para huir de la represión), Rafael Morante (en el mismo caso que Bachs) y el gran dibujante que fue el gallego Posada. Sólo me refiero a algunos de ellos, pero es evidente que aquellos niños de la guerra, devenidos grandes cartelistas en Cuba, traían en sus retinas sensibles imágenes de la visualidad de la República. Incluso de sus estéticas, que habían utilizado lo mejor del realismo pero también del Art Decó, este último ya presente en Cuba sobre todo en las ilustraciones de las revistas desde los años treinta, especialmente Social y Carteles, como afirma la investigadora Luz Merino Acosta. Desde luego, Cuba había desarrollado antes, como reconoce el especialista Pepe Menéndez, «una plataforma para el lanzamiento de productos y mensajes hacia el mercado latinoamericano». Y a continuación explica cómo la Revolución estableció «una perspectiva radicalmente diferente al diseño gráfico»11. De otra manera, yo niño, ya no estaba frente a un cartel de cine, digamos de una película de John Wayne y otros vaquerismos, ni siquiera ante la publicidad de Crusellas y Sabatey. Ahora era en verdad lo que ocurría en las calles, lo que proclamaban mis mayores: el ser, el imaginario y nuestra primera visualidad. Era el cartel político de la Revolución. El grabador Eladio Rivadulla, de origen gallego, me ha confesado nada menos que, recordando los carteles que la República española puso en circulación, pasó la madrugada del amanecer del primero de enero de 1959 creando el emblemático primer grabado de la Revolución cubana. Un guerrillero, a partir de una fotografía de Fidel Castro en la Sierra Maestra, con sus manos sobre el fusil y un texto con una fecha definitiva y única: 26 de julio. Allí ya aparecían la tipografía y los colores rojo, negro y la «expresividad del blanco», como recordaba recientemente la joven especialista Nahela Hechavarría Pouymiró, al presentar la muestra Cuba Gráfica justamente con un cartel-homenaje de Nelson Ponce usando esos propios códigos visuales. Aún más, y para colmo de mi sorpresa, Rivadulla me contó cómo en la muy reconocida escuela de arte San Alejandro de La Habana, algunos profesores como Caralia y él mismo reproducían los carteles republicanos. Al fin y al cabo, ya el propio maestro cubano Wilfredo Lam había sido autor, en las trincheras de las Brigadas Internacionales, de un hermoso cartel con un mensaje conmovedoramente movilizativo de la cultura como resistencia: SOLDADO, ESTUDIA, se me ocurre que como propuesta de las nuevas alianzas, imaginarios y visualidad contra la anticultura fascista. Claro, dice el escritor Reynaldo González, que «Cuba, que fue hija adorada de España y una suerte de novia deseada de Estados Unidos»12, superó a la metrópoli y a los países circundantes.

Final Si bien es cierto que el exilio masivo de intelectuales, profesores y académicos, ya desde 1936 y aún más después de 1939, fue acogido con verdadera hermandad y admiración por la comunidad intelectual progresista cubana, que era la vanguardia inobjetable, no es menos cierto que algunas instituciones como la Universidad de La Habana, no así la de Santiago de Cuba, fueron reticentes. Juan Chabás, Herminio Almendros y otros muchos, junto a sus hijos, luego convertidos en profesores de gran influencia entre nosotros, como la doctora Áurea Matilde Fer11 Pepe Menéndez, entrevista en versión digital del sitio La ventana, portal informativo de la Casa de las Américas, Cuba [http://laventana.casa.cult.cu]. 12 R. González, citado por Pepe Menéndez, entrevista en versión digital del sitio La ventana [http://laventana. casa. cult.cu].

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nández, quedaron en la isla. Pero la situación política reinante en Cuba con sus gobiernos y dictaduras reaccionarias, impidieron que se aprovechara todo el caudal inmensamente rico de pensamiento y sensibilidad de los exiliados republicanos, muchos de los cuales partieron hacia México, donde les esperaba una situación bien distinta con la lucha progresista del general Lázaro Cárdenas. Allí no sólo se establecería la República en el exilio, sino que se fundaron instituciones de lujo como lo que sería más tarde el Colegio de México. Pero la siembra ya daría sus más genuinos frutos no sólo a lo largo de la Revolución en la que participaron aquellos exiliados, sino, aún más reciente, cuando fundamos, junto a Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet, Pablo González Casanova y un sinnúmero de intelectuales de todo el mundo, la Red en Defensa de la Humanidad. Hoy luchamos contra el nuevo fascismo de la guerra de expoliación, de la dominación de las mentes a través de los medios y la hegemonía imperial, con ese homenaje que quisimos hacerle a las alianzas, el imaginario y la visualidad de una República española que para bien de la humanidad no dejará nunca de re-visitarnos.

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Antonio Espina. Vanguardia literaria y compromiso político JAIME MAS FERRER Universidad de Alicante

El nombre de Antonio Espina García (Madrid, 1891-1974) debería ser uno de los referentes necesarios, obligados y destacados en el panorama literario-político anterior a nuestra Guerra Civil y a los años veinte y treinta, años en los que él personifica, en nuestro país, a uno de los pocos escritores en los que la vanguardia literaria caminará hermanada con la vanguardia política, al igual que sucediera en Francia con el Grupo Clarté; así pues, deshumanización y rehumanización serán el haz y el envés de un escritor que desde el comienzo de su carrera literaria defenderá, como tendremos ocasión de ver, tanto en su obra de creación como en sus artículos de opinión, la compatibilidad de la ética con la estética en la praxis artística. Su vida, obra y arte son un fiel reflejo del comportamiento ético con las circunstancias históricas de su tiempo, maridado con la utilización de un lenguaje vanguardista, lenguaje que en esas décadas él pensaba que sería el que representaría a la nueva realidad, la del siglo XX, sin que el asumir esa actitud supusiese derivar hacia el populismo. Analizar sus obras y estudiar sus colaboraciones periodísticas en las principales revistas y periódicos de la época: Grecia, Vida Nueva, Heraldo de Madrid, La Pluma, Alfar, Litoral, Verso y Prosa, Índice, Diablo Mundo, El Estudiante, El Sol, Luz, Crisol, Nueva España, Nueva Cultura, etc.; así como su participación en los dos grandes proyectos editoriales de la época: la Revista de Occidente y la Gaceta Literaria1, confirman la importancia de Antonio Espina en lo literario y en lo político; y sin embargo, por una serie de circunstancias fortuitas ajenas a su biografía vital y artística, tales como: la vorágine de los acontecimientos históricos, la Guerra Civil, el exilio exterior e interior, su honestidad e independencia de carácter, su dignidad de vencido o la pereza intelectual de los historiadores de la literatura, le han convertido en un olvidado o apenas conocido; algunos estudiosos en sus manuales le despachan en breves líneas diciendo de él, eso sí: «escritor digno de recuperación» o «autor injustamente olvidado» o «necesitado de atenta revisión». Así, de este modo, el nombre y obra del que fuera un puntal fuerte en lo artístico y en lo intelectual de la España anterior a la Guerra Civil, se ha desdibujado cuando no perdido para la mayoría de las nuevas generaciones. 1 Véase la tesis doctoral de J. Mas Ferrer, Antonio Espina: de la Vanguardia literaria al compromiso político, Universidad de Alicante, 1989.

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El contexto de bullicio intelectual que rodea a Espina será determinante en su formación tanto a nivel teórico, por ser un ávido lector y fino catador de las novedades editoriales que van apareciendo como, a nivel práctico, por su amistad y relación con algunos de los autores del 98: Valle-Inclán, Azorín, Baroja y del Novecentismo, como Ayala, Azaña y Ortega y Gasset2. El año 1917 será determinante para la formación ideológica de todos los hombres y mujeres que en la tercera y cuarta década del siglo XX desempeñarán papeles relevantes tanto en la vida literaria como política del país. En ese año se precipitan y convergen una serie de factores de peligroso lastre heredados del pasado. J. Antonio Lacomba y José Carlos Mainer nos dirán: 1917 significa el colapso, la desarticulación, el desmoronamiento de un mundo y de una forma de vivir la historia. A partir de entonces es «otra España» la que cuenta… El año 1917 significa un viraje total en el quehacer contemporáneo de España3. Históricamente, la formación de la conciencia intelectual entre 1875 y 1917 respondió a una doble motivación: por un lado, a la frustración producida por una política plutocrática que congeló en 1875 las posibilidades de una revolución burguesa pendiente y que hundió al país en el desarrollo histórico del Tratado de París; por otro lado, a la crisis de autoridad y de ideas que arrastraba el partido liberal desde su arribada a las poltronas ministeriales en 18814.

El año 1917 supone para Antonio Espina el regreso del servicio militar en Marruecos, país con el que España mantenía desde 1909 (Desastre del Barranco del Lobo, Melilla) un sangrante conflicto bélico5 con graves repercusiones: Semana Trágica y fusilamiento de Ferrer y Guardia; y supone también el abandono de su carrera de Medicina en cuarto curso y el inicio de su creación literaria. Al año siguiente aparece su primer poemario, Umbrales. Antonio Espina, al igual que los intelectuales de su época, hereda, pues, todo el conflictivo bagaje interior; por un lado la burguesía liberal seguía debatiéndose en sus sempiternas contradicciones, el conservadurismo añoraba épocas pretéritas y la oligarquía y el caciquismo seguían explotando al país; mientras el proletariado español, lenta y paulatinamente, iba afianzándose hasta desembocar en la primera huelga revolucionaria de agosto de 1917. Tres rasgos fundamentales podemos señalar en la vida del autor. La primera será su presencia constante en el Ateneo; la segunda, su asistencia a las tertulias madrileñas6, y la tercera su participación activa en la prensa7. Antonio Espina será sobre todo un hombre de Ateneo; su vinculación con «La Casa» será permanente desde temprana fecha, será un asiduo lector de su biblioteca; pero será sobre todo 2 Véanse J. Rejano, «El doble de Larra: A. Espina», Revista mexicana de Cultura (septiembre 1963); p. 3; F. Ayala, «Antonio Espina», El Urogallo 3 (1972), pp. 5-6; M. Andújar, «Antonio Espina», Triunfo, 17 de febrero de 1979, p. 47; R. Alberti, La arboleda perdida, Barcelona, Seix Barral, pp. 205-206, y F. Ayala, Memorias y olvidos, I, Madrid, Alianza, 1982, pp. 101-102. 3 J. A. Lacomba, La crisis española de 1917, Madrid, Ciencia Nueva, 1970, p. 10. 4 J. C. Mainer, Literatura y pequeña burguesía en España (Notas 1890-1950), Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1972, p. 148. 5 En la novela vanguardista Pájaro Pinto nos ofrece una visión de aquel conflicto entre irónica y desgarrada a través del soldado Juan Bofarull (alias Xelfa). 6 Además de contertulio mostró un gran interés. Véase su libro Las Tertulias de Madrid, Ó. Ayala (ed.), Madrid, Alianza Editorial, 1995. 7 También mostró una gran preocupación por el mundo periodístico. Véase su cuidado y esmerado El cuarto poder. Cien años de periodismo español, Madrid, Aguilar, 1960.

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constante su presencia a partir de 1923, fecha en que se convierte en lugar de reunión y conspiración contra la Dictadura de Primo de Rivera. Si pensamos que los dos pilares básicos de formación y actuación de los intelectuales españoles que derribaron la Dictadura e hicieron posible el advenimiento de la República fueron la Institución Libre de Enseñanza, y por extensión la Residencia de Estudiantes y el Ateneo –instituciones, por supuesto, al margen de la cultura oficial–, veremos que Espina participa en la segunda de ellas, a la par que comparte una serie de características de comportamiento ético y cívico comunes a los hombres de Giner de los Ríos. A saber: espiritualismo laico, rigidez de principios y fe en la educación. Su asistencia a tertulias es constante; desde 1915 asistirá a Pombo y será un contertulio de la misma. También la del café Regina, donde Valle-Inclán y Azaña eran figuras descollantes, fue el lugar en el cual el madrileño empezó a darse a conocer por su verbo exacto, conversación pausada y aguda inteligencia. Su inicio como periodista lo hará en el semanario España, fundado por Ortega y Gasset (1915-1924), y será el órgano de expresión de unos intelectuales «más preocupados por la cuestión social y la lucha de clases que por la cultura». Aquí también se dará a conocer como articulista y asistirá al choque entre aliadófilos y germanófilos. Aunque España fue neutral en la contienda, la intelectualidad española tomará partido en uno de los lados con los que se identificaba: autoritarismo y derecha con lo «germanófilo» y liberalismo e izquierda, con lo «aliadófilo». La pugna entre ambos bandos terminaría por clasificar los espíritus en torno a 1917. De todo lo anterior, Ateneo, tertulias y periodismo, se deriva algo muy importante para el escritor; del primero sacará una rígida formación intelectual a la vez que entrará en contacto con los hombres más significativos y comprometidos con la problemática socio-política del país: fue amigo personal y político de Azaña, y literario de Ortega; asimismo, lo fue de hombres como Marcelino Domingo, Sánchez Román, Miguel Maura Gamazo, etc.; del segundo, concretamente de la tertulia de Pombo en la que Ramón oficiaba de maestro de ceremonias, proviene su interés y entusiasmo por las nuevas ideas estéticas; su labor periodística le convertirá en un fino catador ideológico, estudioso y conocedor de las ideas contemporáneas por sus lecturas, reflexiones y recensiones de libros. De todo ello él sacará como conclusión que el siglo XX se caracteriza por el autoritarismo y el socialismo frente al siglo XIX individualista, liberal y romántico. Dentro de esta bipolarización ideológica que entrevé en el siglo en el que está inmerso, él, liberal y pequeño burgués, apostará por el socialismo. A partir de estas fechas, simpatizará con las ideas socialistas impregnadas de republicanismo, ideas que hacia 1920 se trocarían por un republicanismo revestido de socialismo. Antonio Espina, agudo observador de la vida nacional, descubre el proletariado, sus miserias, incultura, la injusticia, etc., y desde las páginas de la Revista España podemos observar el paulatino acercamiento del intelectual a los problemas de su tiempo. Asimismo, percibe que existe una evidente relación entre la Revolución rusa –instauradora de la primera sociedad socialista en la historia del mundo– y la agitación española, que, al socaire del malestar general, hará que el proletariado ponga su mirada en el paraíso ruso. No fue fortuito que Lenin proyectara para España la segunda revolución siguiendo el modelo ruso. Como intelectual se dedicará a propagar las ideas liberales desde la prensa y hará reflexionar a sus lectores sobre la mala organización social y política de la Restauración y la Dictadura. El madrileño, además de su dedicación a la creación de poesía y novela y biografía novelada (como tendremos ocasión de ver), tiene una vertiente más arraigada y comprometida, como lo demuestra su periodismo político activista, que incluso algunas veces penetra en su propia obra

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lírica; tal es el caso del poema «El Cacique», aparecido en el primer número de La Pluma, de claro corte valleinclanesco. Como poeta inicia su trayectoria en un momento muy singular, cuando agotado el Modernismo, se ensayó de diversas formas un cambio de estilo que fuera capaz de expresar la cambiante realidad de los nuevos tiempos y florecía –en veladas, manifiestos y revistas– lo que conocemos por Vanguardia. Él mismo nos situará en el momento preciso en que se inicia su vocación y filiación poética: […] con los libros de versos estrené literatura. Corría la época del Ultraísmo, Siglo I de J. C. (de Jean Cocteau) y aunque nunca fungí, sistemáticamente, en ningún ismo, dióme la real gana, tan hermosa cuando lo real no atañe a la realeza, de meterme en la batuda. La gran batuda de las letras españolas de entonces.

Él no fue un ultraísta, pero aprovechó las libertades de esta tendencia, y éstas no sólo estimularon las suyas, sino que también lo orientaron: él, independiente, siguió buscando su camino como solitario corredor de fondo. En fecha temprana diría: «con el Ultraísmo literariamente no pasa nada […]. Pero, si como escuela literaria no es nada, como fermento nihilista, subversivo, ácido, aunque de poca fuerza, nos parece admirable. Por mi parte […] en este sentido soy ultraísta hasta la médula de mis huesos […] hace falta anarquizar, oxigenar, liberalizar». Tanto en Umbrales (1918) como en Signario (1923), Espina se propone crear mediante la poesía un mundo nuevo, independiente de la realidad. El poeta es el creador de una nueva realidad, no su imitador. Esta poesía prescinde, en algunos casos, de la ornamentación, la anécdota, lo descriptivo y lo racional y se infecta en otros del mundo de las ideas8. Lo cierto es que los ecos de ese rebelde romántico que Espina lleva dentro aparecen en ambos poemarios. Ese romanticismo será el que hará que desde la temprana fecha de 1918, en Antonio Espina la vanguardia literaria camine hermanada con la vanguardia política. Para ese hermanamiento o maridaje tenemos que tener presente que el madrileño es crítico y reseñista de libros rusos en la revista España y que la Revolución rusa es vista en nuestro país con simpatía y potenciará en el inconsciente colectivo, descontento y marginado, la posibilidad de construir un mundo de nuevo fuste. No es fortuito, pues, que se les calificase a los vanguardistas y a nuestro autor de «bolchevique» por la crítica conservadora al entrever ésta una voluntad de contestación al discurso de mentalidad burguesa: a su dialéctica y a sus formas expresivas. Son varios los poemas de Umbrales y Signario que demuestran lo erróneo de muchos de los tópicos con los que se ha venido calificando a la vanguardia literaria española: deshumanización, juego gratuito, ahistoricidad, etc. El rebelde romántico que Espina lleva dentro expresa en dichos poemarios la dramática realidad humana y social de un periodo histórico muy concreto. Poemas como «A ella», «Don Cacique», «Ópera Real», «Concéntrica Uno», «Palabra de un esteta», etc., nos ofrecen una dura crítica a aspectos fundamentales de la sociedad, tales como el capitalismo, el militarismo, el vaticanismo, la justicia, la realeza, etc. Obviamente desde el punto de vista temático, el desentendimiento de la realidad, la intranscendencia y el jugueteo

8 Á. Valbuena Prat nos dirá: «En los estilos del arte, nada más sugestivo que las excepciones. El momento hispánico de la poesía deshumanizada no deja de tener la paradoja de un ángel de tinieblas. De tinieblas, de fango y sangre» («La obra poética de A. Espina», Atlántico 11 [1928], p. 37).

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frívolo no encajan con Antonio Espina desde fecha muy temprana, máxime si tenemos en cuenta que los poemas citados fueron publicándose a partir de 1918 en España, La Pluma, y El Heraldo de Madrid subtitulado: periódico de izquierda revolucionaria, pasando posteriormente algunos a formar parte de Signario. Lo que acabamos de decir es muy importante, pues nos viene a explicar cómo el compromiso político-social y el neorromanticismo de algunos autores y obras, en los aledaños de los años treinta, no fueron fortuitos, sino fruto de una dilatada experiencia de compromiso y responsabilidad social9. Don cacique (óleo) Personaje torvo. Malsín. Al fondo la dramática Sierra de Pancorbo. Sobre la nariz Espejuelos verdes donde se ojeriza turbio mal cariz. Tipo de Satán, mano de Caín. Muy Rey de los Naipes y muy sacristán. El semblante jalde, capisayo gris, empuñada en alto la vara de Alcalde.

Y a pesar de eso, un breve infeliz de malas costumbres y poco seso. Concéntrica 1a Bajo Las dimensiones del momento, en la cisterna gris del descontento del régimen vigente, ¡Hay tanta gente sometida a su intento, un intento inasequible y diferente!

En este aspecto nos dirá en 1923 el crítico de la joven literatura A. Marichalar que el «Antonio Espina, lírico; Antonio Espina panfletario» son el ejemplo paradigmático del poeta consciente, comprometido con su tiempo, que, a pesar de vivir en una atmósfera literaria deshumanizada, jamás abandonará la vertiente humana10. Por lo que respecta a sus novelas, tanto en Pájaro Pinto (1927) como en Luna de Copas (1929), Espina denunciará la deshumanización de la sociedad moderna y la irracionalidad de la vida y condición humanas. Tal vez en la primera de ellas realice la crítica más ácida y corrosiva a la sociedad española en particular, y a la humanidad en general. En la segunda, se enfrenta a las grandes mentiras de la sociedad, a sus máscaras y fantoches; explosiona lo convencional, tópico y artificial del mundo moderno; en una palabra, realiza un ataque visceral a los cimientos de la sociedad utilizando como única arma la palabra. Palabra que en su pluma es pura dinamita sirviéndose para ello de un lenguaje conceptista y caricaturesco, de un expresionismo grotesco, de la ironía sarcástica y corrosiva y del alcaloide humorístico11. Ambas novelas no son representativas de la frivolidad y del juego estético; tienen un alto contenido de denuncia, y esto los críticos lo supieron ver en su momento, así por ejemplo Luis Bello veía tanto en tema como en «forma una honda preocupación moral», así como un «remordimiento de conciencia en el compromiso deshumanizado del arte». 9

Véase J. Mas Ferrer, «El poeta romántico de la Vanguardia española», Ínsula 529 (1990), pp. 35-41. Véanse A. Marichalar, «Antonio Espina y Antonio Espina», España 318 (1923). J. R. Jiménez, Españoles de tres mundos. Viejo mundo, nuevo mundo, oro mundo (Caricatura lírica) (1914-1940), Madrid, Afrodisio Aguado, 1960, pp. 215-216. 11 J. Mas Ferrer, «El arte de novelar de Antonio Espina», Ínsula 529 (1991), pp. 23-25. 10

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Todo lo anterior demuestra la singularidad de Espina, pues sabido es que la mayoría de vanguardistas (poetas y prosistas) no caminaron en esa dirección, y sólo algunos autores a partir de 1930 comenzaron a seguirla, como diría el ensayista Víctor Fuentes en su libro La marcha al pueblo en las letras españolas 1917-1936. Es el caso por ejemplo de F. Ayala, que marcará esa inflexión en su «Carta a los Editores» en el relato deshumanizado Cazador en el alba. Antonio Espina, sin dejar de seguir en lo formal los postulados orteguianos, se anticipa e inicia, de algún modo, una nueva tendencia novelística –la novela social– que alcanzará su pleno desarrollo a partir de 1932-1933. El cambio estético y de sensibilidad que se está produciendo obedece, pues, a una realidad objetiva, pero también ejercen su influencia nada desdeñable entre otros, una serie de fenómenos tales como el auge de la biografía y el del mundo editorial, dos hechos que coexisten, en cierta medida, con la práctica vanguardista. Tengamos en cuenta que si en Francia el compromiso político del escritor se genera desde las propias entrañas de la vanguardia, gracias al superrealismo y a la fusión del irracionalismo con la praxis política, es decir, Freud y Marx, en nuestro país este compromiso hubo de darse, en gran parte, desde fuera de la vanguardia por escritores que se oponían a su estética purista. Antonio Espina es una singularidad, como veníamos anunciando. En este sentido, el renacimiento del ensayo biográfico o de la biografía novelada a partir de 1925 cumplió un papel eminentemente educativo por cuanto realizó una labor de formación ideológica en el pueblo, educación que, en cierto modo, se había visto privada por la acción represora de la Dictadura de Primo de Rivera. El reconocimiento y prestigio de A. Espina como novelista llegaría con la publicación de Luis Candelas, el bandido de Madrid (1930), novela que tiene un resonante éxito de crítica y público y significa algo así como su consagración literaria. La crítica coetánea fue unánime en ensalzar las virtudes de la novela en el plano formal y en el de contenido; Ortega y Gasset consideraba esta biografía novelada, y lo declaró públicamente en la tertulia de la Revista de Occidente, como «el mejor libro del año»12. La biografía como género literario que situaba a un ser humano en su circunstancia histórica y ambiental y nos ofrecía su intimidad, cumplía una función rehumanizadora. Ortega y Gasset, al animar e impulsar esta empresa, tenía un doble propósito: reconciliar al escritor con la realidad e impulsar la novela hacia el ámbito popular. Ortega, que había sido el inductor indirecto, con La deshumanización del arte, de que los jóvenes vanguardistas experimentales escribiesen prosas y relatos deshumanizados, les orientó ahora hacia un nuevo camino, convirtiéndose así en uno de los rehumanizadores que rehumanizaron –valga la reiteración– la novela. Pero además resulta doblemente significativo que sean en su mayoría novelistas experimentales vanguardistas los que se apresten a novelar personajes del pasado y que estos personajes sean, precisamente, en su totalidad, héroes románticos cuya peripecia vital se desarrolla en una época impregnada de romanticismo, como movimiento literario; por ejemplo: Benjamín Jarnés y su Sor Patrocinio la monja de las llagas y La doble agonía de Bécquer, o Rosa Chacel con Teresa Mancha. Con la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera el 13 de septiembre de 1923, Espina abandona la poesía e inicia una intensa labor ensayística. Como consecuencia del régimen de censura instaurado por el dictador al asumir el poder, los intelectuales se cohesionan dejando al mar-

12 Véase de J. Mas Ferrer, «La biografía, un nuevo género literario», en el prólogo de la edición crítica del mismo autor de Luis Candelas. El bandido de Madrid, Madrid, Espasa-Calpe, 1996, pp. 31-48.

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gen enfrentamientos y pequeñas sutilezas ideológicas, comenzando a organizarse en torno a las agrupaciones republicanas en una lucha que persigue como objetivos inmediatos derribar al dictador y a la Monarquía borbónica que lo amparaba. Antonio Espina será uno de los 170 firmantes de la «Carta al Dictador», en la que se desmentían las declaraciones del general en el sentido de que todo el pueblo español aplaudía y apoyaba su actuación. Prueba de su lucha contra el Régimen y de sus inquietudes políticas queda plasmada en unas octavillas que en abril de 1929 circulaban por Madrid y en una de las cuales se puede leer: Creemos que se impone la necesidad de que los intelectuales españoles, muy particularmente los jóvenes, definan sus posturas políticas y salgan de ese apoliticismo, de ese apartamiento –no pocas veces reprochable– que les ha llevado a desentenderse de los más hondos problemas de la vida española (firman la hoja A. Espina, B. Jarnés, A. Obregón, F. Ayala, F. García Lorca, E. Salazar y Chapela, J. Díaz Fernández, A. Lázaro, C. Rivas Cherif, R. J. Sender…). Para adhesiones, dirigirse a Antonio Espina, calle13.

De sobra conocida es la aversión que sintió M. Primo de Rivera por la intelectualidad, y sus afanes por desprestigiarla ante el pueblo: destierros (M. Unamuno), persecuciones (estudiante Sbert), confinamientos, multas, etc. El propio Espina sufriría en sus propias carnes los desmanes de tal política represiva como consecuencia de un artículo periodístico, en el cual se mofaba con ironía del monarca y del dictador, siendo condenado y encarcelado por «delito de lesa Majestad». En enero de 1930, el madrileño se verá involucrado en un suceso que ya auguraba futuros presagios de lo que ocurriría en 1936. Con motivo del viaje de Giménez Caballero a Italia, su descubrimiento del fascismo italiano y la publicación del Circuito Imperial, se le ofreció una cena homenaje en la cripta del Café Pombo por parte de los intelectuales de La Gaceta Literaria. En la presidencia de la mesa, junto a G. C. estaba el dramaturgo italiano Bagaglia; cuenta Guillén Salaya, testigo ocular del suceso: A la hora espantosa de los brindis, Antonio Espina, intelectual español que se había hundido en la ciénaga masónica-comunista, se levantó de su asiento y, antes de hablar, puso una pistola de madera encima de su mesa. Hizo esto para decirnos unas cuantas incongruencias a propósito del suicidio de Larra […], pero la inconsciencia de Espina se lamentó de que un representante de la Italia Fascista estuviese presente en un ágape de jóvenes españoles. Estas palabras provocaron de parte de algunos, protestas violentas. Un joven se había puesto en pie y gritaba enardecido dando vivas a Italia y a España. Hecho el silencio, aquel joven sacó una pistola auténtica, signo de la violencia, y dijo que los nuevos jóvenes, que amaban la gloriosa tradición imperial cristiana de nuestros abuelos, salvarían a España con las justas razones de aquellas pistolas verdaderas. Y, en medio del sobresalto de los comensales, que los más permanecían atónitos y perplejos, gritó, saludando a la romana: ¡Arriba los valores hispanos! 14.

Como consecuencia inmediata del altercado, Espina se alejaría de La Gaceta Literaria, ya que tanto G. C. como el joven en cuestión eran correligionarios ideológicos y ambos habían intervenido conjuntamente en el incidente. El autor de los gritos y los saludos a la romana no era

13 14

Véase J. Ortega y Gasset, Obras Completas, XI, Madrid, Revista de Occidente (1969), p. 102. J. Bécarud y E. López Campillo, Los intelectuales españoles durante la Segunda República, Madrid, Siglo XXI, 1978, p. 30.

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otro que el futuro falangista Ramiro Ledesma Ramos, que desde hacía dos años era colaborador asiduo de la revista y venía atacando desde ese tiempo el liberalismo, con feroces exabruptos. El propio Ledesma Ramos y G. C., a partir de marzo de 1931, iniciarían la publicación del semanario fascista La conquista del Estado. No es casual que ese mismo año Antonio Espina, colaborador de la Revista de Occidente y excolaborador de La Gaceta Literaria, impulsado por sus convicciones políticas opuestas a la Monarquía, fundase junto con Díaz Fernández y Salazar Chapela, el 3 de enero de 1930, la revista Nueva España, de acusado matiz izquierdista, claro antecedente de la revista Octubre (19331934). Desde las páginas de Nueva España, un grupo de jóvenes de avanzada aboga por un frente único de izquierda y trabaja animado por un colectivismo «intelectual-obrero», por una República de avanzada, socialista. A partir de este momento el madrileño será un intelectual de izquierda y su firma aparecerá sintomáticamente en todas las revistas de avanzada ideológica: Línea, Post-guerra, Nueva Cultura, Política, etcétera. La rehumanización de la vida y el arte fue la causa de que un gran número de artistas e intelectuales se integrasen en la vida política del país y desempeñasen cargos oficiales, de mayor o menor responsabilidad, en el Gobierno de la República. El entusiasmo con que acogieron el llamamiento a colaborar con la República fue generoso. Giménez Caballero elabora una larga lista de hombres de letras que se pasaron al campo de la política: Manuel Azaña (presidente), J. Díaz Fernández (diputado a Cortes), Antonio Espina (gobernador civil), Luis Araquistáin (subsecretario de trabajo), José Bergamín, etcétera. El periodismo político activista llevado a cabo por nuestro autor entre 1934-1935 tiene como consecuencia el que se le detenga y encarcele. Solidarizándose con su condena recibiría, entre otros muchos, este telegrama que publicó el Heraldo de Madrid, 10 de octubre de 1935. La junta de gobierno del Ateneo expresa su protesta por la situación del ilustre escritor y ateneísta Antonio Espina, víctima de su espíritu hondamente liberal, y testimonia el afecto sentido por quien con tanta dignidad sirve a la libertad del pensamiento15.

El mismo grupo del Ateneo, presidido por Azaña, le obsequiaría en el hotel madrileño «Florida» con un homenaje bomba a la salida de la cárcel bilbaína. Conocido es que después de los sucesos de Asturias se abrió un paréntesis de forzado silencio para los intelectuales de izquierdas por la suspensión de las garantías constitucionales. Durante el Gobierno presidido por Lerroux, con el consentimiento de Gil Robles, se asesina (Luis Sirval), tortura (Javier Bueno) y encarcela (Azaña y A. Espina) a los intelectuales más díscolos. El madrileño en estas circunstancias descritas –que los historiadores denominan «bienio negro»– escribe un artículo para El Liberal, de Bilbao, en el que, entre otras cosas premonitorias, decía que Hitler era un «paranoico y esquizofrénico» y llevaría a su país a la ruina. En el momento en que se escribe el artículo, en Alemania se halla en candelero el nacional socialismo y el Führer; el mundo está pendiente de los acontecimientos que se desarrollan en aquel país y adopta actitudes que oscilan entre la expectación, el respeto y la admiración. No es el caso de Antonio Espina, hombre inteligente y con una clarísima visión del mañana, que ataca a Hitler y a sus «Camisas pardas» con una prosa sarcástica y mordaz. 15

A. Ruiz Salvador, Ateneo, Dictadura y República, Valencia, Fernando Torres, 1976, p. 223.

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La protesta del cónsul Alemán en Bilbao no se hace esperar, y es atendida por los gobernantes de la República, siendo nuestro autor procesado y condenado «a un mes y un día»16. El triunfo de las izquierdas en febrero de 1936 (Frente Popular) conduce de nuevo al escritor a la política activa. Azaña, en un intento de rodearse de hombres valiosos e íntegros, le nombra gobernador civil de Ávila –cargo que desempeñará hasta finales de mayo de 1936– y luego, gobernador civil de Mallorca. El golpe militar del general Franco le conduciría, a los dos días de su toma de posesión, a la fortaleza-penal de San Carlos. A partir de aquí su peripecia vital será extremadamente dura: exilio, exilio interior, persecuciones, procesos, prohibiciones, etc. Pero siempre defenderá con dignidad sus convicciones, no transigiendo jamás con sus altos ideales de justicia y libertad.

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A. Espina, «Un mes y un día», Línea, 15 de noviembre de 1935, p. 28.

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Juan Negrín y el exilio CARMEN NEGRÍN Presidenta de honor de la Fundación Juan Negrín

Ante todo quisiera presentarme. No soy historiadora. Tengo el privilegio de estar aquí porque tuve la suerte de ser la nieta de don Juan Negrín, último presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República en tierra española y primer presidente del Consejo en el exilio. Todo lo que les pueda decir hoy es esencialmente fruto de mi propia vivencia con él y con su compañera Feli López de Dom Pablo, y, claro, conlleva toda la subjetividad que esto implica. Pero también mucha de mi subjetividad se ha ido confirmando poco a poco a partir de su propio archivo. Nací en los Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, de madre norteamericana y de padre ya no reconocido como español por una mayoría de países, pero todavía no mexicano, con una abuela originalmente rusa y un esposo autoexiliado chileno; y, tras vivir en Francia, adquirí también la nacionalidad francesa. En otras palabras, siendo fruto de la muy tumultuosa historia del siglo XX, podría sentirme concernida por los problemas del exilio ruso y por el holocausto judío, ya que la abuela rusa, esposa de Juan Negrín, era judía y su familia sufrió tanto de la Revolución rusa como de los nazis. También, a la inversa, podría sentirme vinculada con la autosatisfactoria historia de mi familia norteamericana o, en forma más cercana, con el golpe de Estado en Chile. No obstante, la parte de mi historia que más ha prevalecido es la de la guerra de España. Esto se debe sin lugar a duda al hecho de haber sido criada, junto con mi hermano, por mi tan entrañable abuelo Juan Negrín y por Feli, su compañera de más de 30 años. Aunque creo poder decir que en nuestra familia la guerra no era un tema obsesivo, sí puedo decir que era recurrente: estábamos impregnados de España, España estaba constantemente presente en nuestras costumbres y, directa o indirectamente, en las conversaciones. Si Juan Negrín no vivió sus últimos años con la ilusoria esperanza que tuvieron tantos otros exiliados de regresar algún día a su país, el tema de la guerra surgía, nunca como Guerra Civil, sino como Guerra de España, es decir, como primera fase de la Segunda Guerra Mundial, como terreno de ensayo y primera etapa de la lucha entre fascistas y demócratas, terreno de entrenamiento de nuevas armas y tácticas, y, en su inicio, como ensayo de la reacción de los países democráticos. Cuando se hablaba de geopolítica, del orden mundial establecido en Yalta, del rol de las Naciones Unidas, de los diferentes conflictos que iban surgiendo con la Guerra Fría, o la des-

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colonización, en algún momento surgía la relación o la comparación con las causas o las consecuencias de la guerra de España. Tal vez, esta forma de analizar los problemas globalmente se la debía a su formación alemana polivalente de científico y economista, o a sus viajes por Europa a temprana edad; el hecho es que esta propensión por el análisis permanente dentro de una perspectiva global fue el mismo que prevaleció durante toda la guerra. Acaso su pasión por España conjugada con este afán por analizar las cosas es lo que lo llevó a implicarse desde muy joven tanto en el mundo de la ciencia como en el de la política. O sería simplemente su educación cristiana, que lo transformó en humanista, la que lo llevó a considerar que tanto la ciencia y el conocimiento, como la política, la res publica, eran los mejores instrumentos para progresar en el mundo y en particular en España que, pese a su tan glorioso pasado de conquistadora, seguía muy aislada del resto de Europa y relativamente desconectada de los avances científicos y tecnológicos, viviendo en un estado social más feudal que industrial. En todo caso, esta forma de ser explica que aunque su primera intención tras haber acabado su doctorado en Leipzig fue la de irse a los Estados Unidos para entrar en la vanguardia de la investigación, aceptó, sin dudarlo, la propuesta de Ramón y Cajal de tomar la dirección del nuevo Laboratorio de Fisiología, en Madrid. Posiblemente con el mismo entusiasmo aceptó, un poco más tarde, el cargo de secretario de las obras de la Ciudad Universitaria de Madrid. Ese interés por la investigación y por su difusión persistió durante todos los años del exilio y uno de sus grandes orgullos fue el de saber que la Ciudad Universitaria seguía en pie pese a la guerra. Su interés por la investigación nunca cesó. En Inglaterra, montó un laboratorio en su casa. Desafortunadamente, la policía inglesa le impidió seguir usándolo, pues, supuestamente, los vecinos protestaron en contra de la vivisección de ratas y ranas. En realidad, fue tan sólo una de tantas vejaciones que trataron de hacerle sufrir durante su exilio en ese país y que él ignoró, puesto que siguió haciendo experimentos ya no con ratones, sino con él mismo, en particular para estudiar los efectos de la presión sobre el corazón, estudios que llevó con su amigo, el científico Haldane, y que luego sirvieron a la marina inglesa para el uso de los submarinos. En México, donde disfrutaba entre otros de la amistad de Jaime Torres Bidot, se implicó en la construcción de la Universidad Autónoma de México y siguió de cerca los trabajos de su discípulo Rafael Méndez en el entonces recién construido Hospital de Cardiología de México. En Francia, tenía varios microscopios en la casa y participaba regularmente en conferencias del Collège de France. Se interesaba en particular por los estudios sobre el átomo y la energía nuclear y por la cibernética, como se llamaba entonces. Su biblioteca española le había acompañado en el exilio y estaba al día. En efecto, libreros especializados de Nueva York, Londres y París sabían cuáles eran sus puntos de interés y lo tenían informado de lo que se iba publicando, tanto en filosofía, como en psicología, literatura o política. Esta relación tan profunda con la ciencia y la política hacía que nunca estuviera muy aislado y que por donde fuera siempre conociera a alguien. El hecho de hablar más o menos corrientemente diez idiomas, a los cuales agregó el estudio del chino y del árabe, por ser «idiomas del porvenir», facilitaba todavía más sus contactos en los países por los que íbamos. Además, antes de viajar, estudiaba toda la información que podía encontrar sobre aquellos lugares y se llenaba los bolsillos con las últimas guías, además, claro, de los múltiples periódicos que siempre tenía con él. Tenía la facultad de saber destacar lo esencial de toda la información que acumulaba, tanto a nivel cultural como político. Sabía cuáles eran los museos, las exposiciones o los conciertos más interesantes, qué plato había que probar y con qué vino acompañarlo. En ese sentido, pese a ser exiliado, nunca lo sentí «desterrado». Uno sólo se daba cuenta de que era ex-

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patriado cuando, en la aduana, la inglesa en particular, entregaba su pasaporte de apátrida y en el formulario que había rellenado escribiendo «español», invariablemente, el aduanero, lo borraba y escribía «apátrida». Era en momentos así, afortunadamente escasos, cuando se le notaba una mezcla de tristeza, que trataba de disimular, o de irritación, que trataba de controlar. En una ocasión, por ejemplo, lo invitaron a las Naciones Unidas en Nueva York y tocando el suelo estadounidense, lo mandaron directamente a Ellis Island, que era entonces una especie de inmensa sala de espera-cárcel, para todos los ilegales que intentaban entrar en los Estados Unidos. Él y Feli viajaban con el pasaporte Nantzen de apátrida y con una visa diplomática, mi hermano con pasaporte mexicano y yo, con el americano. Feli decidió que nos quedaríamos todos juntos hasta que lo soltaran y así fue. Esperamos casi un día entero, hasta que alguien vino a sacarnos, disculpándose por el supuesto «error» y, como previsto, pudo participar en la reunión. Recuerdo esos momentos con el candor de la niñez, veíamos gente con todo tipo de vestimenta, con bultos en vez de maletas, más o menos limpios, que hablaban todo tipo de idiomas que oíamos por primera vez, gente de orígenes de lo más diverso. Para mi hermano y para mí era muy entretenida esta bulla, pues íbamos de uno a otro haciéndoles preguntas, descubriendo el mundo, sin enterarnos de la humillación que trataban de hacerle pasar a nuestro abuelo, quien, en vez de quejarse, nos animaba a hablar con la gente. Era en la época de McCarthy… Recuerdo que mi abuelo nunca, o casi nunca, se enfadaba ni hablaba mal de la gente, y en esta ocasión particular marcó la diferencia entre unos y otros americanos, poniendo como ejemplo los valientes brigadistas americanos y los cuáqueros que tan generosamente habían ayudado a la República, distribuyendo leche, jabón, medicamentos, etc. Para nosotros los viajes por Francia, Suiza, México, Inglaterra, Bélgica, Cuba, los Estados Unidos, etc., eran siempre distraídos. Veíamos a la familia, visitábamos museos, íbamos a la playa o a esquiar, no nos dábamos especialmente cuenta del hecho de que él aprovechaba estos viajes para seguir en contacto con sus fieles amigos, como los Ansó, Casares, Puche, Valdecasas, Rafael Méndez, Vidarte, Mantecón, Méndez Aspe, del Vayo y muchos otros que luego fueron los más grandes intelectuales, médicos, pintores, escritores, de México y de otros países. Posiblemente hablaban de política española, pero, seguramente, más bien hablaban de los problemas que se planteaban en los países donde se encontraban, viendo con los mandatarios de estos países, en particular con Cárdenas en México, cómo incorporar a sus compatriotas en grandes proyectos nacionales. Como decía él mismo, «fui republicano desde que tuve sensibilidad política», y esa sensibilidad le vino muy pronto, ya que a los 15 años firmó una carta a un amigo canario con las palabras liberté, égalité, fraternité. Conforme a esa misma filosofía, nos llevaba cada año al desfile del 14 de julio en París y se irritaba profundamente al ver que me interesaba más por las plumas de los uniformes y los caballos que por lo que representaba el desfile en sí, es decir, el símbolo de la Revolución francesa. Podría extenderme mucho más sobre este retrato «puntillista» de mi abuelo en el exilio y sobre su personalidad, que fue la misma durante la guerra y después: exigente con él mismo y con los demás, curioso, generoso, tolerante y humanista, haciendo siempre pasar el interés de los demás antes que el suyo. Pero quisiera hablar ahora brevemente de sus actividades concretas durante el exilio. Hubo varias etapas. La primera empezó durante la guerra. El Gobierno creó en 1937 el SERE, Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles, que funcionó con interrupciones hasta más o menos marzo de 1940, fecha en que José Ignacio Mantecón renuncia a su cargo de secretario general, ya que el SERE «reduce sus funciones a facilitar la emigración de nuestros compatriotas, de acuerdo y en colaboración con las autoridades francesas y las de aquellos países a donde han de encaminarse», según los propios términos de Ne-

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grín. Durante esta primera fase, Negrín ayudó anónimamente a mucha gente a salir del país, a veces pretextando razones de salud, a veces consiguiéndoles becas en México, en Londres o en los Estados Unidos, y luego pidiendo prórrogas de uno o dos años al país huésped, porque sabía que si no, no aceptarían salir de España y acabarían matándolos. La segunda gran oleada del exilio llega con la caída de Barcelona, seguida por el golpe de Casado. En febrero, Negrín deja a Azaña en la frontera francesa, regresa a la zona centro y en marzo vuelve a salir por última vez de su país. Negrín dice en su informe a los republicanos, en agosto de 1945, en México que la primera declaración del Gobierno al llegar a Francia fue que la República y las instituciones republicanas seguían subsistiendo y que por un golpe de fuerza no podíamos admitir que quedara liquidada la voluntad del pueblo español.

Tras esta declaración, Negrín negocia con los franceses, con Léon Blum precisamente, la autorización para que se queden los refugiados en Francia, que según cifras dadas por Víctor Maldonado, son alrededor de 527.000 personas. Poco después parte a México, también para establecer las bases de la inmigración española. Se puede comparar esta actitud con la de Prieto, que, unos meses más tarde, al hundirse las líneas francesas, entrega a las autoridades petenistas, y cito a Mariano Ansó, «un folleto en el que se afirmaba que los españoles que no habían firmado un documento condenando el pacto germano-soviético éramos comunistas enmascarados», condenando de facto con ese documento a un gran número de compatriotas a los campos de concentración o a ser devueltos por la fuerza a España y eventualmente fusilados. A propósito de Prieto, quiero hacer un paréntesis y repetir que mi abuelo nunca habló mal de nadie, ni siquiera de Prieto, a tal punto que en diferentes ocasiones, me ha sido difícil saber si hablaba de un franquista o de un republicano; sin embargo, cuando se refería a Prieto se percibía que consideraba que lo había traicionado, más que políticamente, en su amistad; las opiniones políticas al fin y al cabo, sobre todo entre demócratas, en principio, siempre se pueden discutir. Volviendo al exilio, al igual que negocia con México la llegada de españoles, negocia con otros países, sobre todo latinoamericanos, a través de las embajadas republicanas y de comisionados, como Puche y el mismo Prieto. A ese propósito hay que subrayar que estas negociaciones no eran tan sencillas, pues ningún país esperaba a los refugiados con los brazos abiertos. Gran parte de los exiliados que quedaron en Francia recibieron ayuda hasta 1942, a través de organizaciones extranjeras. Y con la ayuda de Mandel se saca a las personas más comprometidas. En Inglaterra se acogen colonias de niños esencialmente vascos, santanderinos y asturianos a través de la Fundación Luis Vives. Se crea el Hogar Español. En América Latina y en México, en particular, la mayoría se integran con relativa rapidez. Tras tratar de resolver el doloroso problema de los refugiados, sacando al mayor número posible de Francia, su segundo objetivo fue «mantener viva, dentro y fuera de España, la idea de la República y su legalidad» y por último llevar a cabo la acción internacional necesaria para restablecer la República en España. Podría hablar del Winnipeg, del Vita, de las relaciones con China, de muchas más cosas; no lo voy a hacer porque se puede leer en el informe que mencioné. Pero lo que resalta entre líneas es su forma directa de llevar las cuentas, evitando entrar en una polémica, aunque los motivos no faltaron. Esta forma tan medida se debía a la necesidad imperiosa de mantener una unidad entre republicanos para salvar la República. El silencio que mantuvo después de dejar su cargo, en 1945, corresponde a esta misma actitud: prefería que dijeran cualquier cosa sobre él (y no se privaron de hacerlo) que dañar aún más la imagen de la

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República. Como escribió años después más o menos en estos términos: «dirán muchas cosas de mí pero nunca podrán decir que inicié la guerra». Menos mal que existen sus archivos. Relativamente importantes y completos, sacados posiblemente en varios viajes, en previsión de la tan deseada restauración de la República en España. Viendo que ya no sería posible, ya que el Gobierno de Franco había sido reconocido por las mismas Naciones Unidas, en cuya creación se había implicado tanto con Noel Baker y otros, su preocupación siguió siendo el bienestar de los españoles, de allí su posición sobre el Plan Marshall e incluso su último gesto de devolver los recibos del oro que se había mandado a la URSS, que según Comín y Comín, sólo representaba un 12 por 100 del presupuesto total de la República en guerra. Murió sin ver la democracia restablecida en su país, incomprendido y abandonado por muchos de sus correligionarios pero habiendo preservado la legitimidad de la República en el exilio.

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Istoria triste e llorosa JULIO RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS Catedrático Emérito, Universidad Autónoma de Madrid

Vivir de ausencia es ya sobrevivir. Juan Rejano

El castellano Fernán Pérez de Guzmán había escrito, allá por el siglo XV, en sus Loores de los claros varones de España, con referencia a cierta cuestión histórica, algo que es posible aplicar a lo aquí tratado: Es materia lutuosa la traición juliana, e la perdición ispana istoria triste e llorosa, indigna de metro e prosa1.

«Istoria triste e llorosa», sin duda, pero no «indigna de metro e prosa»: toda una literatura, y no sólo en castellano, está dedicada a la Guerra Civil de 1936-1939, o, como suele decirse fuera de nuestro país, «la Guerra de España». Una guerra que comenzó precisamente con esa traición juliana que Antonio Machado evoca en su durísimo poema dedicado «A otro conde don Julián», esto es, el general Franco. El 6 de octubre de 1937, en plena Guerra Civil, el notorio escritor fascista Ernesto Giménez Caballero publicaba en el ABC de Sevilla un virulento artículo titulado «¡Que se queden sin patria!». Truena ahí el autor contra «ginebrinos», «afrancesados» y «masones», es decir, contra «liberales» (como él dice), pacifistas y moderados, y claro está, también contra los rojos: Dios ha querido que del terrible ensayo de esa ralea de gentes, España se partiera en dos trozos netos, claros, irreductibles, hasta la aniquilación del uno o del otro: una España «nacional» y una España «roja». ¡Santa Guerra Civil! […]. Yo no pido a la juventud española que fusile o aniquile a 1

Apud A. Castro, De la edad conflictiva, Madrid, Taurus, 1972, p. 124.

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tal clase de hombres. Yo sólo exijo a esta juventud que los deje cumplir su propia voluntad, lo que ellos mismos pidieron al destino […]. ¡Que se queden sin patria!

Se quedaron sin patria, en efecto, o sin libertad, o sin vida, o en el mejor de los casos, en un «exilio interior». Pero no porque así lo quisiera el destino, sino la reacción y el fascio español e internacional2. El citado Giménez Caballero, ya en un libro de 1943, señalaba el fin que aguardaba a los niños que no se adaptasen a la alta función que de ellos esperaba la Nueva España Azul: ¡Escuchad bien esto y para siempre, niños españoles! ¡El que de vosotros olvide su Lengua Española o la cambie por otra dejará de ser español y cristiano! ¡Por traición contra España y pecado contra Dios! ¡Y tendrá que escapar de España! ¡Y cuando muera, su alma traidora irá al infierno!3.

Así pues, también los niños habrían de quedarse sin patria. De hecho, en 1943, fecha del libro citado, muchos niños españoles estaban en el exilio. Y antes: ya en junio de 1937 llegaron a México quinientos niños evacuados de la zona republicana; después llegaron más; también a Francia, Inglaterra, la Unión Soviética... Sin duda se hace preciso recordar uno de los más extraordinarios poemas de Luis Cernuda, a quien el Gobierno de la República le había encomendado la misión de atender a los niños evacuados a Inglaterra. El poema lleva la fecha de mayo de 1938; su título original es «Elegía a un muchacho vasco muerto en Inglaterra»; después, más sencillamente, «Niño muerto». Este poema, junto con el de Rafael Alberti dedicado a su perro Niebla, son, para mí, de lo más emotivo escrito durante la Guerra Civil4. A lo largo de la historia de Castilla y de España, hay lo que bien puede considerarse como una trágica tradición de exilios, expulsiones, exclusiones y liquidaciones. He aquí la bien conocida secuencia: – 1492, los judíos. – Siglo XVI, heterodoxos varios: los hermanos Valdés, Luis Vives, Miguel Servet, alumbrados. – 1609-1613, los moriscos. – 1813, los afrancesados. – 1814, 1823, los liberales. – 1833, los carlistas por primera vez. – 1876, progresistas varios (de la Primera República). – 1923-1930, el general Primo de Rivera contra liberales, progresistas, intelectuales varios (Unamuno, Blasco Ibáñez...). En cuanto al exilio republicano de 1939 (que comenzó antes, como sabemos, con la evacuación de los niños y con los primeros refugiados en Francia, ya en 1936) se resume en unas

2 En varias partes de esta ponencia utilizo mi artículo «La España peregrina en su literatura: una cultura trasterrada», Verba hispanica III (1993) pp. 83-101. Véase la bibliografía ahí citada, y añádase M.a F. Mancebo, La España de los exilios, Valencia, Universidad, 2008. 3 E. Giménez Caballero, España nuestra. El libro de las juventudes de España, Madrid, Vicesecretaría de Educación Popular, 1943, p. 117. 4 El poema de Cernuda puede verse en su Poesía completa, I, Madrid, Seix-Barral, 2002, pp. 272-274. El de Alberti, en sus Poesías completas, Buenos Aires, Losada, 1961, pp. 410-411.

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cifras en verdad impresionantes, medio millón de refugiados o exiliados de modo aproximativo distribuidos del siguiente modo: – Campos de refugiados franceses, incluyendo Argelia. – Campos de concentración franceses. – Campos de concentración alemanes, esto es, nazis. – Los devueltos a Franco (y a la muerte) por los alemanes o los franceses colaboracionistas (dos ejemplos entre muchos: Lluís Companys, presidente de la Generalitat catalana; Julián Zugazagoitia, periodista, escritor, del Gobierno del Dr. Negrín. Caso especial es el de los españoles que intentaron refugiarse en Portugal: el dictador Salazar entregó a todos ellos a su colega Franco. – Los integrados en la lucha del maquis o en la resistencia francesa contra los alemanes. – Los exiliados en Hispanoamérica y particularmente en México. – Los acogidos en la Unión Soviética5. El falangista Gonzalo Torrente Ballester escribía en 1940 que aproximadamente el 90 por 100 de la inteligencia hispana se encontraba en el exilio6. Entre ellos, 110 profesores universitarios, 200 de instituto y 2.000 maestros. Las cifras son siempre frías, pero cobran su verdadero sentido cuando sabemos que de la llamada entonces Universidad Central, esto es, la de Madrid, el 43,60 por 100 de auxiliares y ayudantes fueron sancionados, depurados o expulsados; el 44,35 por 100 de catedráticos sufrieron la misma suerte; más en concreto: en la Facultad de Ciencias ocurrió lo mismo con el 50 por 100 sus catedráticos7. Pero la lista de intelectuales exiliados es inmensa. Menciono algunos: Poesía: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados, José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre, Juan Gil-Albert, Pedro Garfias, León Felipe, Carles Riba, Pere Quart. Narración: Max Aub, Arturo Barea, Ramón J. Sender, Francisco Ayala, Benjamín Jarnés, Rafael Dieste, Manuel Andújar. Teatro: Alejandro Casona, Jacinto Grau. Crítica literaria: Antonio Sánchez Barbudo, Guillermo de Torre, Juan López-Morillas, Homero Serís, Tomás Navarro Tomás. Filosofía: José Gaos, Joaquín Xirau, Juan D. García Bacca, José Ferrater Mora, Eugenio Imaz. Ciencias sociales; ensayo: Fernando de los Ríos, Luis Jiménez de Asúa, Ángel Ossorio y Gallardo, Luis Araquistáin, Manuel Azaña, José Bergamín, María Zambrano, Julián Zugazagoitia. Educación: Alberto Jiménez Fraud, Antonio Jiménez Landi, Luis de Zulueta. Historia: Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Rafael Altamira, Pedro Bosch Gimpera, Ramón Iglesia, Salvador de Madariaga, Vicente Llorens. Ciencia: Arturo Duperier, Augusto Pi Sunyer, Julio Rey Pastor, Severo Ochoa, Pedro Carrasco, Rafael Méndez, Juan Negrín. 5

V. Llorens, «La emigración republicana», en El exilio español de 1939, vol. I, Madrid, Taurus, 1976, pp. 99 ss. G. Torrente Ballester, Tajo 10 (1940). Véase J. Rodríguez Puértolas, Historia de la literatura fascista española, II, Madrid, Akal, 2008, pp. 903-904. 7 Véase L. E. Otero Carvajal (dir.), La destrucción de la ciencia en España. La depuración del profesorado universitario por la dictadura de Franco, Madrid, UCM, 2006. 6

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Música: Manuel de Falla, Pau Casals, Rodolfo Halffter. Pintura: Pablo Picasso, Joan Miró, Aurelio Arteta. Cine: Luis Buñuel...8. La labor intelectual de los exiliados ha sido ingente, particularmente en aquellos países en que se les dieron facilidades y se les asimiló a un proceso social, económico y cultural en marcha, siendo el caso de México el más destacado. Profesores, juristas, investigadores, científicos, novelistas, poetas, traductores, filósofos, pintores, músicos, cineastas: es incalculable su producción cultural en el exilio y profundo, el vacío que deja su ausencia en España. Un exilio en el cual brotarán instituciones y revistas de prestigio internacional; sirva como ejemplo de las primeras el Colegio de México, y de las segundas, Asomante o La Torre, ambas de Puerto Rico, y en otro orden, la famosa editorial Fondo de Cultura Económica. El hecho es que con la derrota de la República y en compañía de todos los que pudieron evadirse –al final bajo el acoso de las tropas y la aviación fascistas– sale del país la inmensa mayoría de los intelectuales y técnicos de la España progresista, es decir, de la España moderna de los años veinte y treinta. No se equivocaba León Felipe cuando, refiriéndose a los poetas del exilio, declaraba que se habían llevado «la canción»; y con la canción, por mucho tiempo, la esperanza y las posibilidades de desarrollo moderno. Mas no ha de olvidarse nunca que todos los nombres recordados, y muchos más que podrían mencionarse, se inscriben en el nombre común del pueblo español derrotado en aquella guerra. Los intelectuales presos o muertos en la España de la posguerra son parte de los incontables españoles subyugados, presos o muertos; los poetas, periodistas, profesores, pintores, científicos exiliados salen del país en compañía de medio millón de compatriotas cuyos nombres no pasan a la historia, o si pasan, adquieren en ella una especial forma de anonimato heroico, como José Merfil Escolana, primer español muerto en el campo de concentración alemán de Mauthausen (28 de agosto de 1940), de quien sólo queda el nombre en los registros; o los cuarenta «ajustadores» o el único «alpargatero», que constan entre los primeros 4.600 refugiados que desembarcaron en México. Entre los escritores es sin duda la de los poetas la producción más conocida. Tal vez sea también la de más alta calidad y la más sostenida en el exilio, ya que siguen escribiendo e incluso llegan a su plenitud los más de los poetas de la Generación de la República. Y asimismo, en Estados Unidos y en Puerto Rico, el viejo maestro Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel en 1956. Especial por tantas razones es el ya mencionado caso de México, como también, por otras razones, el de la Unión Soviética. El presidente Lázaro Cárdenas, heredero de la Revolución mexicana, había comenzado su ayuda a la República española enviando un cargamento de fusiles en 1936: digno símbolo, sin duda, frente a los aviones, tanques, cañones y «voluntarios» italianos y alemanes, incluso portugueses, al servicio del general Franco. Ya en junio de 1937 México acogía a quinientos niños españoles; en 1938, el presidente Cárdenas entregaba a un grupo de intelectuales republicanos la «Casa de España en México», de donde brotaría después el ya mencionado Colegio de México. En los primeros meses de 1939 Cárdenas autorizaba una admisión general de españoles y abría escuelas especiales para niños refugiados; en 1940 concedía

8 Esta lista de exiliados (con alguna modificación) y parte de lo que sigue proceden de Historia social de la literatura española, II, J. Rodríguez Puértolas (coord.), C. Blanco Aguinaga e I. M. Zavala, Madrid, Akal, 2000, pp. 427-428.

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la ciudadanía mexicana a los españoles que la quisieran (un 70 por 100, a lo que parece). En 1945 México reconoció diplomáticamente al Gobierno de la República española en el exilio, reabriéndose la Embajada de España, esto es, de la República. El Gobierno mexicano nunca tuvo relaciones diplomáticas con la España de Franco. De gran interés resulta el estudio clasificatorio profesional de quienes llegaron a México en los barcos Sinaia, Ipanema y Mexique, un total de 4.664 personas. Sin contar niños y mujeres «sin profesión determinada», nos encontramos con lo siguiente: Abogados, 52; actores, 15; agentes viajeros, 20; agricultores, 479; ajustadores, 40; albañiles, 56; alpargateros, 1; aparejadores, 23; apuntador teatral, 1; arboricultores, 2; arquitectos, 10; armeros, 1; aserradores mecánicos, 1; aviadores, 2; avicultores, 6; bibliotecarios, 2; boxeadores, 1; caldereros, 2; camareros, 14; canteros, 4; carniceros, 3; carpinteros, 41; carroceros, 3; carteros, 6; ceramistas, 1; cerveceros, 2; cocineros, 11; comadrona, 1; comerciantes, 26; contadores, 86; corchotaponeros, 3; cortador camisero, 1; curtidoras, 5; chapistas, 3; chóferes, 53; dentista, 1; dependientes, 27; dibujantes, 21; ebanistas, 20; editores, 4; electricistas, 37; empleados, 49; encuadernadores, 4; enfermeras, 4; entelador de aviación, 1; escritores, 19; escultores, 4; estereotipadores, 2; estibadores, 2; estuchistas, 1; estudiantes, 45; farmacéuticos, 24; farmacia (auxiliares de), 1; ferrocarrileros, 24; fogoneros, 7; fontaneros, 6; forjadores, 7; fotógrafos, 6; fundidores, 3; ganaderos, 2; grabadores, 7; hojalateros, 2; hoteleros, 6; huecograbadores, 1; impresores, 14; industriales de la goma, 2; industriales tejeros, 2; ingenieros, 38; injertadores, 2; intérpretes, 2; jaboneros, 1; joyeros, 4; ladrilleros, 3; linotipistas, 4; mantequeros, 1; maquinistas, 3; maquinistas navales, 5; marinos, 37; marmolistas, 1; mecánicos, 135; mecanógrafos, 9; médicos, 55; metalúrgicos, 59; militares, 22; mineros, 34; modistas, 2; molineros, 3; moldeadores, 1; músicos, 38; oficinistas, 83; ópticos, 3; panaderos, 31; pelotaris, 1; peluqueros, 15; periodistas, 55; peritos, 11; peritos agrícolas, 5; pescadores, 9; pintores, 26; portuarios, 1; practicantes de medicina, 9; profesores [y maestros], 163; protésicos dentales, 2; publicistas, 2; químicos, 12; radiotelegrafistas, 14; relojeros, 1; sanitarios de material, 1; sastres, 13; soldadores, 1; tabaqueros, 9; tallistas, 5; tapiceros, 1; taquígrafos, 9; taquimecanógrafos, 3; técnicos de cine, 11; técnicos de radio, 4; técnicos enólogos, 2; técnicos industriales, 2; técnicos sanitarios, 1; telefonistas, 12; textiles, 40; tipógrafos, 22; topógrafos, 7; torneros de madera, 4; torneros mecánicos, 5; transportistas, 1; tranviarios, 4; vaqueros, 5; veterinarios, 7; vidrieros, 1; vitivinicultores, 2; zapateros, 14.9

«Trabajadores de toda clase», en efecto, como decía la Constitución de la República. En otras listas figuran también un torero y tres sacerdotes. Muchas, muchísimas mujeres hay que añadir: enseñantes, escritoras, diputadas, artistas, trabajadoras...10. Es en la voz de los poetas donde mejor se manifiestan las amarguras y las esperanzas del exilio republicano. Clásico es ya el poema dedicado por León Felipe al general Franco, mencionado anteriormente, el titulado «Reparto»:

9

V. Llorens, op. cit., pp. 127-128, con alguna ligera modificación. Véase A. Rodrigo, Mujer y exilio. 1939, Madrid, Compañía Literaria, 1999. También los seis volúmenes de El exilio español de 1939, Madrid, Taurus, 1976. 10

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Tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola. Mía es la voz antigua de la tierra. Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo... Mas yo te dejo mudo... ¡Mudo! ¿Y cómo vas a recoger el trigo y a alimentar el fuego si yo me llevo la canción?

Y también de León Felipe, «Allí no hay nadie ya»: […]. Haz un hoyo en la puerta de tu exilio, planta un árbol, riégalo con tus lágrimas y aguarda11.

Muy diferentes de los trenos bíblicos que León Felipe lanza desde México son los poemas de Rafael Alberti, como estos versos de «Carta abierta a los poetas, pintores, escultores... de la España peregrina». […]. No por pasar los años lejos de ti se olvida, España dura y dulce, que es tuya nuestra vida. Todo te lo debemos, y no podemos darte como pago la triste moneda de olvidarte […]. Porque no merezcamos su furor y ese día de su libertad suba de claro y alegría, ¡oh errantes de la patria, oh del alba cercanos, la conciencia sin sombra, trabajemos, hermanos!

Tantos versos, tanto dolor. No puedo dejar de mencionar aquí a Pedro Garfias, quien llegó a Veracruz a bordo del Sinaia el 12 de junio de l939. Dos días antes fecha su poema «Entre España y México», al que pertenece lo que sigue: […]. España que perdimos, no nos pierdas; guárdanos en tu frente derrumbada, conserva a tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga,

que un día volveremos, más veloces sobre la densa y poderosa espalda de este mar, con los brazos ondeantes y el latido del mar en la garganta […]12.

Tomás Segovia, poeta de otra generación, que llegó a México a la edad de nueve años para regresar en 1976 a España, recuerda así una escena familiar que se repetía cada año: Hace poco tiempo, una amiga judía me contaba la celebración del año nuevo entre los suyos, y yo identificaba aquella celebración con la de mi casa, en México. Mi padre decía «el año que viene en Madrid» del mismo modo que ellos dicen «el año que viene en Jerusalén»13.

11

L. Felipe, Obras completas, Buenos Aires, Losada, 1963, pp. 120 y 132, respectivamente. P. Garfias, Poesías completas, F. Moreno Gómez (ed.), Madrid, Alpuerto, 1996, p. 297. 13 De una entrevista con F. Delgado en Ínsula 363 (1977), p. 4. 12

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En cierto momento de su exilio –tan fructífero intelectualmente– declaraba don Américo Castro que gracias a la tragedia de la Guerra Civil fue capaz de pensar en la realidad histórica de España. Siendo ello así, acaso sea esto lo único positivo de esa Guerra Civil: el descubrimiento –trágico– de la verdadera identidad de España, la de cristianos, moros y judíos, la de la Edad Conflictiva después, la de los exilios y las exclusiones. Por su parte, Max Aub es uno de los máximos exponentes de la realidad del exilio republicano. Quiero recordar aquí sólo dos cosas, de signo muy diferente y, sin embargo, complementario. La primera es su narración titulada La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, 1960; la segunda, su apócrifo discurso de ingreso en la Academia Española (sin Real, claro), en «1956»: El teatro español a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo14. En La verdadera historia..., un camarero mexicano, cansado de los gachupines de interminables tertulias y discusiones cafeteriles, a los que tiene que soportar, viaja a España para matar al general Franco, pensando que «muerto el perro se acabó la rabia», esto es, que los exiliados republicanos regresarán a su país. Franco muere, pero con el resultado de que ahora son los falangistas y franquistas quienes han sustituido a los republicanos. En el segundo texto mencionado, tanto o más interesante que el «discurso» de Max Aub es la «Lista de los señores académicos de número el 1 de enero de 1957». En ese momento, el director de la Academia es Américo Castro; Dámaso Alonso, el secretario; Gerardo Diego, el bibliotecario perpetuo: Federico García Lorca, el ocupante del sillón con la letra A... No ha habido Guerra Civil, ni muertos, ni exilio, y en esa Academia figuran aquellos que en la otra realidad el vendaval apocalíptico dividió y dispersó para siempre. Por lo demás, se menciona ahí que Max Aub, que sucedió en el sillón A a Valle-Inclán, el 18 de julio de 1936, había sido elegido para «estudiar el establecimiento de un teatro nacional»: su tarea debió de ser considerada muy positivamente, ya que fue nombrado director del Teatro Nacional el 1 de abril de 1939. En efecto: la España que pudo haber sido y no fue. En 1559, el valenciano Fadrique Furió Ceriol, en su tratado titulado El concejo y el consejero del príncipe, escribió unas extraordinarias palabras que todavía hoy nos hacen meditar: No hay más de dos tierras en todo el mundo: tierra de buenos y tierra de malos. Todos los buenos, agora sean judíos, moros, gentiles, cristianos o de otra secta, son de una mesma tierra, de una mesma casa e sangre; e todos los malos de la mesma manera15.

14 La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos, México, Libromex, 1960. Parece que el «discurso» de la Academia se publicó por primera vez en 1971 en México, en edición del autor (véase G. Malgat, Max Aub y Francia o la esperanza traicionada, Sevilla, Renacimiento, 2007, p. 385). Al poco apareció en Triunfo (Madrid), el 17 de junio de 1972, número especial 507. Es la edición aquí utilizada. 15 Apud H. Méchoulan, El honor de Dios, Barcelona, Argos Vergara, 1981, pp. 30-31.

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La amargura de la derrota (el general Rojo en Buenos Aires) JOSÉ ANDRÉS ROJO Ensayista y periodista

Dos instantáneas Para aproximarse a lo que significa el final de la Guerra Civil en España, no está de más escuchar los testimonios de dos de los personajes más relevantes de aquellos momentos, el presidente Manuel Azaña y el general Vicente Rojo. Todavía el conflicto iba a prolongarse hasta el 1 de abril, pero a finales de febrero y principios de marzo, el desenlace de la campaña de Cataluña hace pensar en lo peor. Es curioso encontrar tantos paralelismos en lo que escribieron muy poco después Azaña y Rojo. El primero se lo contó el 29 de junio de 1939 en una larga carta, incluida en sus Diarios, que escribió desde La Prasle (Collonges-sous-Salève) a su amigo Ángel Ossorio, que vivía en Buenos Aires. El segundo escribió sus impresiones, sacudidas y espoleadas por el dolor de la derrota, en Alerta los pueblos!, el libro que empezó a escribir en Francia cuando ya todo había acabado. Esto es lo que dice Azaña: Estando ya los facciosos en Arenys y Granollers, la desbandada cobró una magnitud inmensurable. Una muchedumbre enloquecida atascó las carreteras y los caminos, se desparramó por los atajos, en busca de la frontera. Paisanos y soldados, mujeres y viejos, funcionarios, jefes y oficiales, diputados, y personas particulares, en toda suerte de vehículos: camiones, coches ligeros, carritos tirados por mulas, portando los ajuares más humildes, y hasta piezas de artillería motorizadas, cortaban una inmensa masa a pie, agolpándose todos contra la cadena fronteriza de La Junquera. El tapón humano se alargaba quince kilómetros por la carretera. Desesperación de no poder pasar, pánico, saqueos, y un temporal deshecho. Algunas mujeres malparieron en las cunetas. Algunos niños perecieron de frío o pisoteados. Un funcionario de la Presidencia, que volvía de Francia, pasó diecisiete horas dentro de su automóvil, preso en el atasco. Se tardó dos o tres días en restablecer la circulación. Las gentes quedaron acampadas al raso, y sin comer, en espera de que Francia abriera la puerta. Aún no había llegado a la raya el alud de los combatientes.

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Y esto es lo que cuenta Rojo: Por todas las carreteras van procesiones de gentes, automóviles, camiones. Los que no tienen posibilidad de ir en coche y disponen de armas, asaltan a los que no las llevan, obligan a bajar a sus ocupantes y siguen ellos en el vehículo. Mujeres, niños, viejos, hombres, carros, coches de todas clases, impedimenta, ambulancias, camiones, todo revuelto; algunos que viajan en coche, viendo la imposibilidad de avanzar rápidamente por la larga caravana que se forma y los atascos que se producen, abandonan el vehículo para seguir a pie y alejarse de un peligro imaginario, pues el frente aún estaba delante de la sierra de Montnegre y el enemigo muy ajeno a estas escenas que se producían a más de 50 kilómetros.

Poco antes, el general se había referido a un término que abunda en sus libros (porque abundó en una guerra en que unos civiles inexpertos tuvieron que hacer frente a las tropas más aguerridas del norte de África): el pánico. Rojo mira a esas largas cadenas de coches y de personas, y se pregunta: «¿A dónde van?». Y responde: «Se detendrán en el primer bosque o en cualquier refugio donde encuentren otras gentes serenadas y capaces de tranquilizarlas, o seguirán haciendo jornadas inverosímiles hasta caer deshechos, sin alimentación, fuera de todo cobijo, en el lindero mismo del camino».

Dos testimonios Son dos instantáneas de una misma tragedia. El final de una guerra. En realidad había terminado la campaña de Cataluña, pero cada vez se veía más claro que no había salidas, que el enemigo seguía contando con el apoyo permanente de alemanes e italianos, y las democracias europeas seguían de espaldas al drama español. Son dos instantáneas, por otro lado, que remiten a otras instantáneas parecidas, que son habituales en los telediarios cuando saltan a las pantallas las guerras civiles que siguen azotando a tantos países en África o en el interminable conflicto entre palestinos e israelíes, en la guerra de Iraq, en el sur del Líbano. Siempre hay gente que abandona su país, que no tiene más remedio que dejarlo. Empujados por la violencia, condenados a no vivir, agarrándose a un hilo de esperanza, soñando en un remoto porvenir. ¿A dónde van? Es la misma pregunta mil veces repetida. Cuento estas instantáneas y las conecto con otros países porque cuando se habla de exilio se tocan unas teclas muy parecidas. En abril de 2008, y dentro del marco del Hay Festival, visitaron Granada un puñado de escritores árabes muy distintos. Quiero recordar brevemente las experiencias que transmitieron dos de ellos para que sirvan como rumor de fondo a lo que voy a ir contando después. El palestino Mamid Burgati, poeta, regresó a Ramala treinta años después de que la guerra de 1967 lo sorprendiera fuera de casa. No pudo volver hasta entonces. Y lo que descubrió entonces fue una ciudad en la que le costaba reconocerse. El tiempo la había transformado y la ciudad a la que acababa de regresar ya no era la misma que había dejado tiempo atrás. Asombro y dolor. El hombre que ha estado fuera ha permanecido ajeno a lo que ha pasado. Por mucho que se lo hubieran contado, nada ha sabido en realidad. La otra historia es del libanés Elias Khouri, que escribió una novela a partir de los testimonios que escuchó en los campos de refugiados palestinos. La reflexión que proponía es que la memoria que reconstruye el exiliado, la historia que se cuenta a sí mismo, es siempre una mezcla de lo que pasó de verdad con las

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añoranza y los deseos, con las nostalgia y los sueños. La memoria es siempre una construcción personal.

Dos historias paralelas: Francisco y Vicente Los exilios están llenos de rupturas. Se rompen las familias, se separan durante años, hay veces en que los hijos conocen tarde a los padres, en que los hermanos sólo se tratan cuando ya son unos extraños entre sí. Sería una locura vertiginosa asumir por un instante todas las historias que están detrás de aquellos que formaban parte de las largas colas que se formaron en la frontera con Francia cuando las tropas franquistas avanzaban hacia Cataluña. Esas colas trágicas que tan bien describen Azaña y Rojo. Como es también terrible hoy imaginar dónde paran los que van huyendo de las guerras en África o en el Oriente Próximo. El artista Vicente Rojo (sobrino del general republicano), recordaba en una entrevista que Durante la guerra, la muerte era una atmósfera general que tocaba a los seres y a las cosas. Ibas por una calle y de pronto te encontrabas con un edificio cercenado por la mitad –ya desierto, porque sus habitantes tal vez habían perecido en un bombardeo–, donde quedaban las huellas de la vida: la sombra de un reloj o de un cuadro, los muebles, un calendario, un retrato, un pedazo de espejo.

Esas huellas de la vida que quedan después de un bombardeo en las ruinas de un edificio destrozado: también las historias del exilio están llenas de cascotes. Está el páramo donde habita el país que se dejó, y luego están las nuevas cosas que visten ese desierto. Aunque fuera en unas cuantas pinceladas, para hablar del exilio republicano quisiera referirme a dos exiliados que me resultan más o menos próximos. Contar la suerte que corrieron dos hermanos. Uno de ellos fue con el tiempo célebre: el general Vicente Rojo. El otro fue su hermano mayor, Francisco. Eran los dos únicos varones de una familia de seis hijos. El padre, Isaac Rojo, entró en el Ejército en 1871 y tuvo tiempo de pelear con los carlistas y de formar parte de las tropas que fueron a Cuba en 1876. Volvió de allí seis años después como alférez, enfermo ya, y se instaló en el pueblo de su mujer, Fuente la Higuera, donde murió en 1894, tres meses antes de que naciera su último hijo, Vicente, el único de los suyos que seguiría sus pasos en el Ejército. La madre se llamaba Dolores Lluch y procedía de una familia campesina. No le quedó gran cosa cuando se quedó viuda: una pensión de 22,50 pesetas y un terruño para cultivar. En un enigmático libro autobiográfico que el general Vicente Rojo tituló con un simple signo de interrogación: ?, y que no llegó a publicar nunca, cuenta que «Ave María purísima…» fue la primera frase que aprendió en su niñez, y escribe: «Era como un saludo o petición de venia. La empleaban todos, grandes y chicos, mujeres y hombres, al traspasar el umbral de cualquier vivienda». La humildad de su origen y el profundo catolicismo de su familia marcaron las vidas de los dos hermanos, pero de distinta manera. Francisco nació en 1891, tres años antes que Vicente, y no tuvo la suerte de su hermano, el único que pudo estudiar (en la Academia Militar) de los seis hijos. Aprendió pronto un oficio y hacia 1914 ya trabajaba en una empresa siderúrgica en Sagunto. Fue precisamente ese año, 1914, cuando los hermanos volvieron a encontrarse después de una época de separación. Lo hicieron en Barcelona. Sus circunstancias eran radicalmente distintas. El mayor de los dos había tenido que salir del lugar donde trabajaba por haber participado intensamente

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en una huelga. El menor estrenaba destino después de haber terminado con gran éxito su carrera militar en Toledo. Uno ya conocía las complicaciones de la vida y había tomado partido: estaba dispuesto a enfrentarse a los patrones si se pasaban de la raya (y solían pasarse). El otro no había salido desde sus trece años de los muros de una institución militar, y era la primera vez que tomaba contacto con el ruido del mundo. Convivieron juntos una temporada. España (y Cataluña sobre todo) pasaba momentos difíciles. Los conflictos sociales se habían exacerbado y, si las cosas se hubieran torcido, igual los dos hermanos pudieron haber llegado a encontrarse en trincheras distintas. Uno, del lado de una clase obrera cada vez menos dócil y dispuesta a luchar por sus derechos. El otro, como un militar que debe obedecer órdenes e intervenir, por tanto, en la represión de esas revueltas. No ocurrió, sin embargo, tal cosa.

El barullo de la guerra La guerra los sorprendió en ciudades distintas. Francisco trabajaba en Barcelona, en Catalana de Gas y Electricidad, donde su competencia técnica le permitió convertirse en uno de los directivos de la empresa. Supo de la violencia que desencadenó el conflicto de cerca: su jefe más inmediato fue fusilado por las milicias antifascistas. Entró por entonces en la UGT y, un poco más adelante, se afilió al PSUC. «Fue durante toda su vida un comunista de buena fe», ha dicho de él una de sus hijas. Vicente acababa de terminar sus estudios en la Escuela de Guerra, donde había salido como diplomado de Estado Mayor, y después de haber pasado una minúscula temporada en la 16.a Brigada de Infantería de León, se encontraba ya en Madrid como ayudante del general Avilés, en el Estado Mayor Central. Un montador electricista, que con el tiempo había tenido suerte y obtenido un buen puesto en una empresa sólida, y un militar que acababa de ser licenciado para desempeñar tareas en un Estado Mayor. La guerra acabó con los proyectos que tuvieran por entonces cada uno de ellos. Se ayudaron como pudieron y, cuando las tropas franquistas llegaban a Barcelona, el más pequeño de los dos, el por entonces ya general republicano Vicente Rojo, sugirió a su hermano mayor que saliera con su familia hacia Francia y que se alojara en una pequeña casa en el pueblo de Vernet-les-Baines, donde había enviado hacía unos meses a su mujer embarazada para que diera a luz lejos de las bombas (lo hizo en septiembre de 1938) y donde vivía entonces con sus hijos. Habían vivido la guerra de manera muy distinta. Francisco lo hizo lejos del tumulto de las decisiones, como un ciudadano más que padece las inclemencias y los horrores del conflicto. Vicente, en cambio, estuvo en el corazón del torbellino. En noviembre de 1936, cuando las tropas franquistas se disponían a tomar Madrid y el Gobierno republicano se había trasladado ya a Valencia, se convirtió en jefe del Estado Mayor de la Defensa de la ciudad y fue, por tanto, el responsable de todas las acciones militares. Algunas de las órdenes que elaboró con su equipo fueron decisivas para que Madrid resistiera. A partir de entonces, su figura se disparó y, con el paso de los meses, se convirtió en el militar más importante de la República. Aguantó los embates del Jarama y de Guadalajara. Puso en marcha las ofensivas de Brunete y Belchite para aplazar la caída del Norte. Fue, sobre todo, uno de los artífices de la construcción del Ejército Popular. El primero de sus primeros grandes éxitos fue la toma de Teruel, a finales de 1937. La inferioridad de medios, los conflictos políticos en el seno de la República, la falta de apoyo exterior, el decidido compromiso de Alemania e Italia con los rebeldes: las cosas les fueron yendo de mal en peor a los republicanos. Vicente Rojo mantuvo su independencia y su radical

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compromiso en la defensa del Régimen legal a pesar de las dificultades. Teruel fue reconquistada por los franquistas, que más adelante rompieron el frente republicano del Este y avanzaron hasta el mar. La zona leal quedó dividida. Cuando se acercaba el verano de 1938, los militares golpistas podían haber asestado el golpe definitivo conquistando Valencia. Como había ocurrido en Madrid en noviembre de 1936, las tropas que dirigía Rojo desde el Estado Mayor Central resistieron el embate. Una de sus últimas grandes apuestas fue la de librar la batalla del Ebro. Había una esperanza: que cambiara el panorama internacional, y que frente a un Hitler cada vez más agresivo las democracias inglesa y francesa entendieran que era necesario salvar a la República. La maniobra se inició en la madrugada que separa el 24 del 25 de julio de 1938. Fue un éxito. Y también marcharon bien los primeros avances de los combatientes republicanos. Unas semanas más tarde, y de nuevo con el inagotable apoyo de Alemania e Italia, los franquistas se empeñaban en una estrategia de burdo encontronazo contra sus enemigos y las sierras de Aragón se convertían en un infierno. Todavía intentó Vicente Rojo una maniobra postrera (en Motril) para detener el avance enemigo sobre Cataluña. Pero sus subordinados no le obedecieron. Franco tenía el camino abierto hasta la frontera con Francia. A las fuerzas republicanas les quedaba organizar la retirada de la mejor manera posible. Los pánicos de la población civil complicaron mucho las cosas. El edificio político y administrativo del Estado se estaba viniendo abajo. Fue entonces cuando Vicente intentó convencer a Francisco para que saliera con los suyos de Cataluña. Lo consiguió a duras penas. Tras la caída de Cataluña, el general Rojo no volvió a la zona central a librar los últimos combates. Hubo una serie de malentendidos con su jefe, Juan Negrín, y cuando por fin se habían aclarado y se disponía a partir hacia Madrid, se produjo el golpe de Casado del 6 de marzo de 1939. La República se daba el golpe de gracia a sí misma. El 1 de abril, cuando todo terminó, los hermanos se encontraban con sus respectivas familias en el pequeño pueblo costero de Vernetles-Bains. Sólo faltaba Francisco, uno de los hijos de Vicente (el que llevaba el mismo nombre que su hermano), que había pasado la guerra con unos familiares en la otra zona. No tenían otra elección que la de seguir viviendo. A pesar de la derrota (y del dolor y de la miseria).

Camino del largo exilio A finales de abril de 1939 se produjo el primero de los desgarros. Paco (Francisco) decidió que su familia volviera a Cataluña. Así que juntaron lo poco que se habían podido llevar en la salida y los cuatro hijos y la mujer del hermano del general subieron al autobús. Tenían allí la casa y a sus familiares, no estaban comprometidos con partido alguno, ¿qué les podía pasar? Francisco, no, él no podía volver: era del PSUC. Pero ya se juntarían pronto de nuevo. Hacía falta un respiro, reorganizarlo todo, ver cómo iban saliendo las cosas. «Cuando el autocar arrancó mi padre se fue haciendo pequeño a medida que nos alejábamos», contaba el artista Vicente Rojo, el hijo pequeño de Francisco, recordando aquel día. Así ocurrió con la familia de Francisco, así pasa después de cada guerra. Las separaciones, las pérdidas, la necesidad de sobrevivir. Paco partió rumbo a México en junio a bordo del Ipanema. Empezaría allí solo. Ya se vería qué pasaba con los suyos, ya se sabría de los derroteros que seguiría el nuevo Régimen en España. Los hijos fueron reuniéndose poco a poco en México con Paco. En 1949, lo hicieron su mujer y Vicente, el pequeño de los cuatro, que contaba la impresión del reencuentro con su padre cuando tenía «diecisiete años»:

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Mi padre se refugió en México en 1939, cuando yo tenía siete años. Yo sólo lo recordaba como una figura vaga que se despedía de mi madre y mis hermanos, pero sabía que mi padre se encontraba en México y que México era para mí la tierra prometida, ésa que alcancé al fin en 1949.

Vicente, el hermano pequeño, el general, tardó un poco más en salir de Francia. Hizo allí cuanto estuvo en sus manos por lo que quedaba del Ejército que había colaborado a construir, y que luego había mandado, y que se encontraba disperso en diferentes campos de concentración. El 11 de agosto de 1939, junto con su mujer y seis de sus siete hijos, subió en el puerto de Cherburgo al Alcántara, que los iba a trasladar a Buenos Aires. En ese barco viajaba también otro ilustre español, el filósofo José Ortega y Gasset. Empezaba una nueva vida con la angustia de haber dejado un hijo en España. No pudo recuperarlo hasta el verano de 1941. El general Rojo decidió irse a Argentina porque no quería ir ni a México ni a la Unión Soviética. Quería romper amarras, dejar la guerra atrás, empezar otra vida. Eran demasiados los republicanos que habían salido hacia esos países, y lo habían hecho con sus banderas partidistas y se habían llevado el dolor de la derrota y seguirían, una y otra vez, regresando a la guerra y a los reproches. Rojo quería romper con todo eso. Buenos Aires podía ayudarle a hacerlo. Eran comparativamente pocos los suyos que se habían dirigido hacia allí, entre otra cosas porque el Gobierno argentino de Roberto Ortiz cerró la entrada a los derrotados. Una tía monja de su mujer y un paisano de su pueblo lo ayudaron con los trámites, en los que colaboró el ex presidente Manuel T. Alvear. Encontró trabajo en el periódico Crítica, como analista de lujo de la guerra que acababa de desencadenarse en Europa. Pero mantener a una familia de seis (y luego siete) hijos le iba a exigir otros muchos trabajos. Montó una academia para ayudar a los alumnos que salían del instituto a ingresar en la universidad, dio conferencias, describió para La Nación cómo fueron las batallas de la Guerra Civil, fundó una revista, Pensamiento español, pero no consiguió escapar de la resaca de la guerra. También en Buenos Aires iba a encontrar las divisiones que habían mantenido herida a la República durante todo el conflicto. Seguramente la mayor de las amarguras sea la de no poder dejar el pasado atrás. La de enfangarse en sus miasmas, en la altisonante sarta de justificaciones y reproches e inútiles discursos ya. Cuando todo ha pasado, cuando la guerra se ha perdido irremediablemente. El general Rojo se encontró terriblemente solo, abandonado por todos. Después de una conferencia en Rosario escribió: «Estoy completamente solo. El día en que un desliz dé motivo para que la gente se me eche encima me patearán sin descanso y se recrearán hundiéndome». Y en otros papeles suyos reflexionaba sobre su difícil acomodo en grupo alguno: «Yo soy valenciano, pero salí de mi patria chica casi niño»; así que los valencianos se habían desentendido de él, como lo habían hecho los castellanos porque, explicaba, «soy levantino». Y seguía: Conmigo se han empeñado en que soy comunista. Los verdaderos comunistas, que saben que no lo soy, es natural que no me ayuden porque tienen que ayudar a los suyos, mientras que los no comunistas tampoco lo hacen porque estiman que tal obligación debe recaer sobre mis supuestos correligionarios. Otros me han colgado el sambenito de masón. Los masones que saben que no lo soy no tienen por qué ocuparse de mí y los demás que me creen masón delegan en los masones la obligación de ayudarme en mis esfuerzos por hallar trabajo.

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El triunfo de la Dictadura La hipótesis con la que viven todos los exiliados suele ser que su paso por esos otros países en los que recalan es sólo temporal. Y eso pasaba con muchos de los derrotados republicanos, que pensaban que Franco no resistiría. Mucho más cuando se libraba en Europa una guerra, que con el tiempo ganarían los aliados, que podría cambiar definitivamente el equilibrio de fuerzas. Muchos confiaban que si caían Alemania e Italia, caería también la Dictadura franquista. No ocurrió tal cosa. Entre los escritos del general Rojo de aquellos años, su visión de lo que estaba pasando en España es transparente: Un inmenso campo de concentración gobernado por el miedo: nadie dice lo que siente y lo que piensa por temor; nadie hace lo que quiere y lo que debe por temor; todas las actividades sociales están presididas por el miedo.

El triunfo de los aliados no significó el fin de ese «inmenso campo de concentración» y las esperanzas de los republicanos quedaron hechas añicos. Fuera de España, los que vivían en el exilio, empezaban ya a encontrarse de verdad fuera, lejos del curso de la historia. Pensaran lo que pensaran, la Dictadura seguiría su propio rumbo. Y ésa es, seguramente, la mayor desolación del exiliado: la impotencia. Para alguien, como el general Rojo, que había vivido los años de la guerra en el centro de la vorágine, la incapacidad de poder influir en los destinos de su país lo destrozó. La mayor amargura fue, sin embargo, encontrar en Buenos Aires que los viejos partidismos que habían influido de manera tan negativa en las filas republicanas se reproducían con exactitud. Como consideraba que sólo la unidad podía garantizar el buen gobierno de España, si es que Franco caía, y esa unidad resultaba cada vez más quimérica (seguía sin haber sintonía entre socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas…), Rojo decidió abandonar toda nostalgia, todo afán de liderazgo. Lo primero que hizo fue poner tierra por medio. No le convenía el ambiente enfermo, con todos sus conflictos, del exilio republicano en Buenos Aires. Así que se fue a Bolivia, donde había encontrado trabajo en la Escuela Militar de Cochabamba. Allí se sumergió, convirtiéndose en uno más, y allí trabajó como un poseso hasta que en 1956 los médicos le advirtieron que su salud era muy mala. Que debía buscar climas más benignos. Fue entonces cuando el general Rojo decidió volver a España. En un Consejo de ministros que Franco presidía y que se celebró a comienzos de 1957, el Régimen autorizó que se le facilitaran los papeles para su regreso. En Cochabamba lo despidieron con todos los honores (ya le habían dado las más importantes condecoraciones que concede el país andino) y todavía pasó por Buenos Aires antes de subir al barco que lo iba a devolver a su patria. Poco después de que llegara lo juzgaron por «rebelión militar». La acusación finalmente se redujo a la de «apoyo a la rebelión militar» (¡qué inmensa paradoja la de que los militares leales fueran acusados de rebelión por los que habían dado un golpe de Estado contra la República!) y la condena fue de treinta años. Todavía vivió hasta 1966. Pensaba que venía a morir, pero tuvo que pasar una larga temporada como «muerto civil» (fue indultado, pero se mantuvieron firmes las condenas accesorias, interdicción civil e inhabilitación absoluta) hasta que le llegó la muerte verdadera. Su hermano Paco fue muy duro cuando Vicente volvió a España. Pudieron reunirse unos días en Sagunto, poco después de la llegada del general, y Paco le reprochó su ingenuidad. Él sólo había venido de visita. No dejó México hasta unos años después. Habían dejado el exilio pero sólo para convertirse en exiliados en su propio país.

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Gratitud cubana a la República española LUIS TOLEDO SANDE Consejero cultural de la Embajada de Cuba en Madrid

Estas páginas son esencialmente la continuación de las que escribí para las Quintas Jornadas sobre la Cultura de la República. La conmemoración, aún reciente en aquellos días, del aniversario setenta de la muerte de Pablo de la Torriente Brau, caído cerca de Majadahonda el 19 de diciembre de 1936, me animó a recordar la presencia de cubanas y cubanos entre los defensores de la República agredida y finalmente asesinada por fascistas. Y mi intervención en las Sextas Jornadas tiene como propósito central agradecer lo que esa República significó en particular para Cuba. De entrada, desde su proclamación en 1931 le resultaría atractiva a la vanguardia revolucionaria cubana, que podría asociarla a las necesidades de lucha y de transformación propias. Se ha reconocido que la participación cubana en las tropas internacionales que la defendieron contra la sedición fascista fue la mayor de la América Latina y, proporcionalmente, quizá del mundo, comparada con la población del país; y es aún más significativa si se tiene en cuenta la lejanía geográfica entre Cuba y España. Sin embargo, Cuba no fue el país latinoamericano que más emigrados republicanos acogió. Es sabido que ese mérito le cupo a México, gracias en buena medida a la solidaridad con el pueblo español y su República por parte del presidente de entonces, Lázaro Cárdenas, partícipe y heredero de una Revolución que hoy no parece recordarse ni tanto ni tan bien como ella merece, aunque fue pionera en el siglo XX y, como la cubana en la segunda mitad de esa centuria, se expresó en español, algo sobre lo cual volveremos. Cuando tenía lugar el éxodo o destierro que –ocurrido a mitad de camino entre las revoluciones mexicana y cubana– desangró a España, la política oficial en Cuba, como ocurrió en general hasta el triunfo de la segunda de esas revoluciones en 1959, no era nada afín a la noble causa española. En 1936 dicha política no se definía por la continuidad del ímpetu con que la movilización popular derrocó al tirano Gerardo Machado tres años antes. Ese hecho preparó el camino para el Gobierno «de los cien días», calificado de revolucionario, sobre todo por la actuación en él del líder antiimperialista Antonio Guiteras. La dominación que el imperialismo estadounidense ejercía desde la intervención de 1898 –que tuvo al cabo la humillada complicidad de la Corona española– se basó en el lacayismo de los sectores vernáculos más enriquecidos, objetivamente contrarios a la independencia nacio-

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nal, pues temían el ímpetu emancipador de los más humildes. Y cuando la República española sufría los embates fascistas, ya el Gobierno de los Estados Unidos manejaba en la isla los servicios de un testaferro tristemente célebre, Fulgencio Batista, cuyo ascenso estuvo vinculado al asesinato de Guiteras en 1935. En los primeros planos, o en los hilos menos visibles del poder, Batista calzaría los designios del imperio con tácticas oportunistas y demagógicas, costosísimas a veces para fuerzas de izquierda que cayeron en las trampas de una mal entendida unidad nacional frente a determinados conflictos internacionales, como la lucha contra el nazifascismo. Llegado el momento, el testaferro del imperio emplearía represalias violentas y criminales, émulas de las que en España practicó el caudillo de la sedición antirrepublicana, craso ejemplo de lo que hoy –con acierto o erróneamente, con honradez o manipulación mediante– suele llamarse terrorismo. La calaña del sátrapa cubano se evidenció aún más con su golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. A partir de ese momento se reforzó en el país el salvajismo político que tuvo como respuesta una también creciente rebeldía popular. En ella se ubican los sucesos del 26 de julio de 1953, la lucha insurreccional –precedida por el desembarco del Granma el 2 de diciembre de 1956– y la victoria revolucionaria del 1 de enero de 1959. El tratamiento oficial a los emigrados de la República española lo condicionaron los intereses imperialistas de los Estados Unidos y, en consecuencia, la política oportunista de los vicepoderosos nativos, representados por el cabecilla Batista y sus acólitos en el servicio a tales intereses. Pero no se podía soslayar el respaldo que en el pueblo cubano suscitaban la República y su exilio. Rosa María Pardo Sanz ha escrito que, en su mayoría, «la sociedad cubana se decantó en favor del Gobierno legal republicano», y «la izquierda y el grueso de la intelectualidad» fueron especialmente activos en ese apoyo. «Con el otro bando sólo se alinearon ciertos medios económicos (algunos hacendados, comerciantes, abogados e industriales) y círculos políticos conservadores muy restringidos». La propia autora sostiene: Fuentes oficiales franquistas estimaban que más del 95 por 100 de la sociedad cubana era contraria a su causa. Seguramente porque los grupos que en otras repúblicas americanas constituían el grueso de los simpatizantes de Franco, en Cuba no tenían tanta relevancia: la iglesia católica era poco influyente tras la independencia, la oligarquía terrateniente estaba mucho más vinculada a los Estados Unidos y los ideales nacionales cubanos eran opuestos a lo que el nacionalismo franquista representaba1.

Mientras tanto, las relaciones oficiales con la República española y sus emigrados, o desterrados, pasaron por una urdimbre política en la que intervenían las tácticas de los Estados Unidos para encarar, cuando conviniera a su expansionismo en despliegue, la emergencia del fascismo en Europa, en el cual se inscribían las fuerzas que en España, ayudadas por sus compinches de Alemania y de Italia, asesinaron la República. Por su parte, los gobernantes estadounidenses esgrimirían las banderas de la lucha contra el totalitarismo, pero habría que precisar que lo hacían contra los otros totalitarismos. Potencia en crecimiento, desde finales del siglo XIX esa nación pugnaba –terrorismo mediante, incluido el de Estado– por imponerle al mundo el poder hege-

1 R. M.a Pardo Sanz, «Antifascismo en América Latina: España, Cuba y Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial», EIALC. Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, vol. VI, 1 (1995) [www.tau.ac.il/eial/VI_ 1/sanz.htm].

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mónico, totalitario y fundamentalista si los hay, que hoy ostenta con mayor desfachatez que nunca antes. En otras palabras, se trata del modo de dominación imperial que ahora suele campear como una de las equivalencias privilegiadas de globalización. El fascismo no es una anomalía del sistema capitalista, ni un mecanismo exclusivo de una tradición cultural, un área geográfica o una etapa cronológica determinadas, sino un recurso orgánico y potencialmente planetario del capitalismo para salvaguardar sus intereses. Puede llevarse a cabo con diversas banderas, incluida la agitación de conflictos entre civilizaciones, o entre credos religiosos. Explícitas o disimuladas, las preocupaciones oficiales cubanas y estadounidenses con respecto a la República española y su diáspora no soslayarían el ejemplo que, para los hijos de una República mediatizada, venían de la lucha anticolonialista y antimonárquica protagonizada por quienes en la otrora metrópoli combatían en pos del triunfo de una República plena. Añádase el peso de la ideología de esa República y, por tanto, de sus defensores: una ideología heterogénea, pero revolucionadora, y en no pocos casos nutrida de un afán socialista que desde 1917 había dejado de ser una mera aspiración teórica en el mundo. Por tanto, se explican las reticencias y cortedades, o escollos rotundos, que la política oficial en la entonces neocolonia estadounidense puso en acción con respecto a los republicanos españoles. Con todo, no fueron pocos ni de escasa significación los emigrados de la República española que más o menos prolongadamente –y en muchos casos de forma definitiva– carenaron en Cuba, aunque el caso de ésta no sea comparable con el de la patria de Juárez, donde contribuyeron a la creación del célebre Colegio de México y del Fondo de Cultura Económica, y cuya emblemática Universidad Autónoma se ha calculado que «llegó a tener un sesenta por 100 de profesores españoles»2. Sin la posibilidad de rebasar los modos historiográficos más seductores y privilegiados –los que se concentran en las individualidades relevantes, no en «la gente sin historia»–, cabe citar numerosos nombres de profesionales destacados que, provenientes del exilio español, beneficiaron a Cuba. Lo hicieron incluso desde otras tierras. Recordemos, por ejemplo, la colaboración intelectual brindada desde México a la Revolución cubana por Adolfo Sánchez Vázquez, cuyo futuro en el campo de la filosofía tal vez no se vislumbraba cuando tuvo que abandonar España. Entonces dejó tras sí algunos poemas como el que he visto en una reciente antología de poetas de la República. Hacer un inventario de profesionales españoles relevantes que pasaron por Cuba o se establecieron en ella, o que en ella se desarrollaron, no es el propósito –ni la posibilidad– de estos apuntes; y tampoco es su tarea. A compendiar ese inventario han contribuido otros autores3. Entre las razones de utilidad de ese trabajo se halla, o por amplitud de miras en cuanto a lo científico, o por un voluntario desbordamiento de los límites trazados en el título, el hecho de que el inventario de republicanos españoles se extiende también a otros campos. El texto recuerda, por ejemplo, la vinculación con Cuba de poetas como Juan Ramón Jiménez, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. En cuanto a profesionales de áreas propiamente científicas, va-

2 F. Santos, Exiliados y emigrados: 1939-1999, Cuadernos de Fundación Españoles en el Mundo, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Instituto Cervantes en red [www.cervantesvirtual.com]. 3 En lo relativo fundamentalmente a científicos, un buen aporte se halla en un artículo de A. Alted Vigil (de la UNED) y R. González Martell (de la Casa del Escritor Habanero): «Científicos españoles exiliados en Cuba», en Revista de Indias LXII, 224 (2002), pp. 173-194 [www.revistadeindias.revistas.csic.es/index.php/revistadeindias/article/ viewFile/463/531]. A lo resumido en el cuerpo del texto se añaden las sesenta y tres notas que, nutridas de copiosas referencias bibliográficas, mechan la veintena de páginas del artículo en la Revista de Indias.

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lora en especial a médicos. Los de otras disciplinas no tendrían mayor cabida en un país de escaso desarrollo científico-técnico, algo que también podría decirse del país de donde ellos procedían. Algunos, como el eminente hematólogo Gustavo Pittaluga, llegó a la isla con un nutrido currículo internacional; otros crecieron profesionalmente o acabaron de formarse en suelo cubano, como Javier Fernández de Castro: tuvo que recomenzar sus estudios de medicina, porque las contingencias de la Guerra Civil y de la salida al exilio le impidieron tener consigo la acreditación de los tres años de la carrera cursados en España. En general, los médicos españoles establecidos en Cuba tuvieron que revalidar sus títulos, ya fuera por requerimientos básicos de una profesión asociada a la salvación de vidas, o por la exigencia –y el negocio– de los correspondientes colegios. Pero el hecho podría también vincularse con las insuficientes facilidades que oficialmente se les ofrecían. Pittaluga siguió ejerciendo la medicina tanto asistencialmente como en la divulgación de su especialidad, a lo que dedicó publicaciones y conferencias hasta su muerte en La Habana en 1956. Fernández de Castro fue uno de los médicos que dieron un valioso aporte al país cuando éste se quedó sin el concurso de los numerosos profesionales de la medicina que a raíz del triunfo revolucionario de 1959 optaron por mayores ganancias materiales y renunciaron a participar en el desarrollo, sin precedentes, que la Salud Pública tendría desde entonces en Cuba. En 1949 estuvo entre quienes fundaron la Sociedad Cubana de Alergia –especialidad en la cual brilló dentro y fuera de la isla–, y en 1959 fue uno de los fundadores del Hospital Nacional Docente Enrique Cabrera, donde ejercieron y se formaron numerosos y eminentes médicos. Alted Vigil y González Martell señalan que «en 2001 aún continuaba sus labores como médico y profesor», y que en ese año el Ministerio de Salud Pública le rindió homenaje por haber trabajado «cincuenta y siete años como médico y cuarenta y dos años como jefe del Servicio de Alergología» del mencionado hospital. Otro caso de médico llegado a Cuba como exiliado republicano fue el odontólogo Luis Amado-Blanco, a cuyos valores propios se añaden en este recordatorio dos circunstancias por las cuales también resulta pertinente recordarlo a propósito de Pittaluga y de Fernández de Castro: dedicó numerosos textos a valorar la trayectoria del primero, y era cuñado del segundo. Pero la importancia de Amado-Blanco para Cuba desborda el hecho científico y cualquier eventualidad. Se le debe una valiosa obra literaria, publicada tanto en su país natal como en el adoptivo, al que se incorporó y honró en plenitud. En Cuba hizo vida y familia, desarrolló gran parte de su quehacer periodístico y teatral, y fue respetado y premiado. Él, por su parte, le brindó los servicios de su inteligencia y de su condición humana, y tras el triunfo de la Revolución fue su embajador en Portugal en 1961, y, desde 1962 hasta su muerte en 1975, en la UNESCO y en el Vaticano. Durante los seis años finales de su misión en esta última plaza fue el Decano del Cuerpo Diplomático acreditado en ella. Los ejemplos de Fernández de Castro y de Amado-Blanco son apenas dos de los numerosos que muestran la integración de republicanos españoles en la vida de Cuba desde antes del triunfo de la Revolución. Cuando ésta se produjo, empezaría a darse para ellos un ambiente propiciatorio que no se limitó a circunstancias institucionales y personales. Pero sería harto injusto olvidar lo que para ellos representó la acogida que les brindaron, entre otros organismos, la Institución Hispano-Cubana de Cultura, la Escuela Libre de La Habana –en cuya fundación participaron activamente varios de ellos–, la Escuela de Verano de la Universidad de La Habana, el Instituto Universitario de Investigaciones Científicas y de Ampliación de Estudios –que se constituyó por acuerdo del Consejo Universitario de la Universidad habanera–, el Lyceum, el programa radial Universidad del Aire y algunas publicaciones. Gracias al concurso de unas y de

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otros pudieron ofrecer sus conocimientos y lograr alguna remuneración, tan necesaria en sus circunstancias. En esa acogida intervendría el empeño personal de intelectuales como Fernando Ortiz, fundador y director de la Hispano-Cubana; Juan Marinello, quien estuvo junto con otros compatriotas en el Congreso de Intelectuales Antifascistas de 1937; José María Chacón y Calvo, quien, además de ser un gran hispanista, empleó sus oficios de diplomático cubano en España durante la República para ayudar a Pablo de la Torriente Brau; Emilio Roig de Leuchsenring, activísimo historiador y promotor de investigaciones desde la Oficina del Historiador de la Ciudad, que él dirigía; Jorge Mañach, el eminente director de Universidad del Aire. En 1947 se creó la Universidad de Oriente, la segunda del país, reconocida oficialmente dos años más tarde. Alted Vigil y González Martell refieren que en ella, aunque con «un vínculo […] ocasional», pudieron ejercer por medio de conferencias o cursillos, entre otros, algunos emigrados españoles de la relevancia de Américo Castro, José Gaos, Manuel Altolaguirre, Alejandro Casona, Wenceslao Roces, Fernando de los Ríos, Gustavo Pittaluga y María Zambrano. Los investigadores citados apuntan que pronto otros miembros de aquel exilio integraron el claustro de la nueva Universidad: Juan Chabás, José Luis Galbe, Herminio Almendros, Julio López Rendueles, Andrés Herrera Rodríguez y Francisco Prat Puig. La integración de este último a la cultura cubana en general, y santiaguera en particular, fue de tal intensidad que se habla de él como de un cubano más. Santiago le debe y agradece muchos de sus logros urbanísticos, reconstructivos y museográficos. En esos terrenos aplicó una sólida profesionalidad, aunque a nivel popular acaso ninguno de sus aportes goce de mayores reconocimiento y popularidad que el haber señalado el sitio donde probablemente estuvo a inicios del siglo XVI la casa del conquistador Diego Velázquez. A mis amigas y amigos españoles sugiero que, ante santiagueras y santiagueros que amen con orgullo y pasión legítimos su patrimonio cultural e histórico, no osen poner en duda que la casa construida –tal vez unas cuantas décadas si no algún siglo después– en torno al presunto horno para el tratamiento de oro que el eminente arquitecto y profesor señaló como tal vez propiedad de Velázquez, no es en realidad la casa que este último habitó. Durante una visita al actual y bien dispuesto museo se me ocurrió expresar mis dudas, y pensé que no saldría con vida de allí, por la furia de una guía que hasta ese momento había sido de una cordialidad digna de aquella ciudad hospitalaria y heroica. Me dicen que ni los reclamos de prudencia de Prat Puig fueron suficientes para que no se aventuren afirmaciones desmedidas. Por otra parte, eso es algo frecuente en muchos sitios, como, mutatis mutandis, pudiera ocurrir en lo tocante a la Casa de Cervantes en Alcalá de Henares, o a los numerosos brazos de San Jorge y cálices de la última cena de Cristo que se calculan diseminados por catedrales del mundo. Además de ser garantía de altura para la Universidad de Oriente desde que se creó, los profesores españoles ubicados en ella dieron aportes –como antologías, libros de texto y otras publicaciones– que contribuyeron en general al desarrollo pedagógico del país. Las ideas de aquellos profesores, y la cercanía de la nueva Universidad a las montañas donde se desarrollaría la lucha insurreccional contra la tiranía de Batista, propiciaron que la labor de algunos de ellos rebasara los lindes académicos. En ese centro docente estudiaron los hermanos Frank y Josué País, destacados combatientes urbanos que murieron en acciones armadas en la misma ciudad de Santiago de Cuba, y Vilma Espín –fallecida hace poco– y Asela de los Santos, quienes se unieron al Ejército rebelde en el Segundo Frente Oriental, comandado por Raúl Castro y distinguido precisamente con el nombre de Frank País. A ese frente, en plena campaña, viajaron los profesores Almendros y López

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Rendueles, y contribuyeron al desarrollo escolar propiciado por la guerrilla revolucionaria en sus campamentos y en la población campesina circundante. El segundo de ellos, químico, instruyó a los combatientes sobre maneras de preparar armas. Desde luego, la ayuda que a los revolucionarios cubanos brindaron sus compañeros españoles les parecerá muy mal a los enemigos de la Revolución cubana y, casi por consiguiente, de la herencia republicana española. Uno de esos enemigos –de cuyo nombre no quiero acordarme– ha arremetido sañosamente contra dichos profesores. Sin embargo, para referirse en particular a uno de ellos, no rebasa los límites de la reticencia: «y el “profesor” Montiel», escribe, rematando una enumeración, sin mencionar siquiera el nombre de pila del aludido. Se quedaría uno con las ganas de saber el porqué del alfilerazo si no fuera por el dato que Alted Vigil y González Martell aportan en la nota 5 de su artículo citado: Félix Montiel «pasó de militante del Partido Comunista a delator al servicio del Buró de Actividades Anticomunistas (BRAC) y se opuso a algunos de sus compañeros». Tal vez el Montiel colaborador del BRAC fue cómplice de represalias o torturas en el ámbito personal o familiar del bilioso contrarrevolucionario, o, siendo profesor, le suspendió a este algún examen; pero ambos acabaron unidos en el anticomunismo y en la abyección. En general, lo esbozado en lo que va de estas cuartillas concierne a la huella de republicanos españoles en la cultura cubana vista desde ángulos diversos, con la política como centro de fuego. Lo relativo a esa huella en la cultura artística y literaria –área que a menudo suele llamarse, con sectarismo gremial, la cultura– merece un comentario aparte, aunque ya se haya rozado aquí. Entre los españoles que tuvieron en Cuba una escala en su tránsito hacia paraderos más estables, baste mencionar a dos de los que a su paso por la isla dejaron una marca perdurable: la María Zambrano que halló en el país caribeño nada menos que su patria prenatal; y el Juan Ramón Jiménez a quien se debe una de las más alumbradoras revelaciones españolas sobre Martí, y que, junto al cubano José María Chacón y Calvo y la dominicana Camila Henríquez Ureña, preparó la antología La poesía cubana en 1936. Manuel Altolaguirre residió por más tiempo en Cuba, a cuya cultura dio un aporte memorable. Una concentrada valoración de conjunto sobre su labor en La Habana la hizo en 2005 el poeta e investigador cubano Jorge Domingo Cuadriello4, aunque se quede uno sin saber muy bien a qué se refiere el criterio de que, al estallar la contienda bélica, el redactor de la revista Hora de España «se había decantado a favor de la causa republicana, pero sin sustentar ideas extremistas». La explicación de su juicio parece darla el propio investigador en un artículo de 2006, también publicado en Palabra Nueva. Revista de la Arquidiócesis de La Habana5. Al eminente arqueólogo nombrado en el título, a quien volveremos a recordar, lo caracteriza en estos términos, referidos a su actitud frente al levantamiento de las fuerzas fascistas contra la República: «hombre de definidas posiciones de izquierda, que no se identificaban, sin embargo, con el radicalismo anarquista o comunista, se consideró en el deber de combatir a los sublevados y se alistó voluntariamente en el Ejército leal». Domingo recuerda que, en La Habana, Altolaguirre tuvo «muy pronto la ayuda solidaria de sus amigos cubanos Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Juan Marinello, a quienes había conocido en [...1937 en Madrid, en el Congreso en Defensa de la Cultura], así como de Emilio Ballagas y otros escritores»; y que la acogida incluyó también la que le ofrecieron la Institución Hispano-Cubana y su director, Fernando Ortiz. Al ya aludido desempeño de Altolaguirre como conferenciante se sumó en Cuba la continuación de la intensa tarea editorial que había desa-

4 5

«En el centenario de Manuel Altolaguirre» [www.palabranueva.net/contens/archivos/5_cult/0506_5961.pdf]. «Francisco Prat Puig en su centenario» [http://www.palabranueva.net/contens/11/000103-4.htm].

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rrollado en España. En La Habana, con ayuda financiera de la millonaria local María Luisa Gómez Mena, estableció una imprenta que bautizó con el mismo nombre de la que había tenido en España, La Verónica, de resonancias tan religiosas como taurinas, como ha recordado Zaida Capote Cruz6 que observó Ambrosio Fornet en su artículo «Manuel Altolaguirre, el poeta-impresor», La Gaceta de Cuba, enero-febrero de 2006. Momento español, volumen de ensayos de Juan Marinello significativo desde su título, apareció en julio de 1939 y fue el primer fruto de La Verónica habanera, que publicó asimismo –entre otras muchas obras– las novelas Tilín García, de Carlos Enríquez, acaso el pintor con más fibra de genio que haya dado Cuba; y Aventuras del soldado desconocido cubano, del periodista Pablo de la Torriente Brau; así como los Cuentos negros de Cuba, compilados por la destacada folclorista y etnóloga Lydia Cabrera. Imprimió igualmente revistas como La Verónica, guiada por el mismo impresor; Espuela de Plata, a cargo del poeta José Lezama Lima y de sus amigos y compatriotas Guy Pérez Cisneros (crítico de arte) y Mariano Rodríguez (pintor); Danza, animada por el movimiento que ya protagonizaban los bailarines y coreógrafos cubanos Alicia, Fernando y Alberto Alonso; y Nueva España, «la primera publicación de exiliados españoles en América». Aunque asociado asimismo al apogeo del teatro y la pintura en Cuba, Altolaguirre brindó especial atención a su vocación mayor: la poesía, para la cual fundó dos colecciones. Una de ellas, El Ciervo Herido, reservada «principalmente para autores importantes ya desaparecidos» –precisa Domingo Cuadriello–, rindió homenaje, desde su nombre como colección, a los Versos sencillos, de José Martí, y nació con una nueva edición de ese libro, simultáneamente con Poemas escogidos, de Federico García Lorca. La otra colección, Héroe, se dedicó a publicar poemarios de autores cubanos vivos, y en su catálogo sobresalen Nicolás Guillén (Sóngoro cosongo y otros poemas), Emilio Ballagas (Sabor eterno), Regino Pedroso (Más allá canta el mar) y Manuel Navarro Luna (Pulso y onda). Según el artículo citado, de aquella «modesta imprenta salieron […] alrededor de doscientos títulos», de autores cubanos y españoles la mayor parte. En 1943, buscando un horizonte económico favorable, Altolaguirre se trasladó a México, pero siguió vinculado con Cuba, a la que volvería alguna vez. Roto el matrimonio con su compatriota y colega Concha Méndez, se casó con la ya nombrada María Luisa Gómez Mena, cuya nutrida relación afectiva y de mecenazgo con intelectuales ha sido materia de leyendas, y junto a la cual el malagueño sufrió en España, en 1959, el accidente automovilístico que segó la vida de ambos. La consagración al empeño editorial –en el que tan útil fue y tantos frutos valiosos cosechó– no libró a Manuel Altolaguirre de ciertos saetazos. Junto a la belleza y la generosidad –a menudo hermanas gemelas de la humildad dignamente llevada– de los volúmenes impresos en La Verónica, parece que no faltaron erratas. Ninguna de ellas haría más fortuna que la que se dice que apareció en un texto de Emilio Ballagas, un poeta de verdad, no «un rimbombante y melifluo rimador», como injustamente lo llama Pablo Neruda. Inmenso poeta y no, por cierto, pequeño maledicente, en una misma crónica le agradece a su «queridísimo Altolaguirre» la colaboración de él recibida –que incluyó la impresión y el cuidado tipográfico de su revista Caballo verde para la poesía, editada en el Madrid republicano entre octubre de 1935 y enero de 1936–, y dice que aquél «procreaba erratas y erratones». Como ejemplo, Neruda relata que en un verso en el cual Ballagas se había declarado poseído por «un fuego atroz» que lo devoraba, un desliz del impresor lo puso a confesarse devorado por «un fuego atrás».

6 «Manuel Altolaguirre y Concha Méndez en Cuba», La Jiribilla. Revista de Cultura Cubana, VI, 9-15 de febrero de 2008 [ www.lajiribilla.cu/2008/n353_02/353_07.html].

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En un meritorio libro prologado por Rafael Alberti y consagrado a hacerle justicia a Manuel Altolaguirre y su obra –Un poeta español en Cuba: Manuel Altolaguirre. Sueños y realidades del primer impresor del exilio (1996)–, otro autor español, Gonzalo Santonja, dedicó todo un capítulo a probar que tal errata nunca existió. El investigador cuenta que un testigo de la época y reconocido crítico, quien daba fe de haber visto la errata en su momento, se asombró cuando él, Santonja, le puso ante sus ojos el texto de la supuesta víctima, y no había tal errata. Ya porque en verdad existiera, o porque la inventara algún humorista homófobo, o simplemente fuera fruto de la picaresca intelectual y popular; ya porque lo llegado a nuestros días sea una conjetural segunda impresión del texto –pues la príncipe, según Neruda en su crónica, fue lanzada a las profundidades de la Bahía de La Habana por el autor y el editor, quienes con ese fin habrían empleado un bote–, no cabe asegurar que el empeño de Santonja tenga el éxito que él desearía y acaso hasta merezca. Sin abundar sino un poco más en lo mucho que sería justo decir sobre la contribución de republicanos españoles a la cultura cubana, me referiré, por momentos con algunos tintes de memoria personal, a otros ejemplos de esa contribución. Ya se ha mencionado el caso de Herminio Almendros, quien tras el triunfo de la Revolución cubana continuó su labor pedagógica por caminos más amplios incluso. Dio un gran apoyo a las tareas del Ministerio de Educación, y dirigió la Editora Juvenil. Para esta última escribió o preparó libros útiles, relacionados algunos de los más sobresalientes con el legado de José Martí: en A propósito de La Edad de Oro. Notas sobre literatura infantil, tomó como base la citada revista martiana e hizo elucidaciones y replanteamientos del mayor interés acerca de la producción literaria dirigida a niños y niñas; en Nuestro Martí esbozó una concentrada biografía del héroe dirigida a ese público; en Ideario pedagógico reunió páginas martianas fundamentales sobre el tema titular. Su otrora alumna Asela de los Santos me lo ha retratado como un ser humano excelente, y como un hombre triste, muy triste. Arrastraría consigo las amarguras de la República asesinada y del destierro, y quién sabe cuántas angustias de familia. Para el autor de los presentes apuntes, Almendros se asocia a tempranos recuerdos personales, junto con otro emigrado republicano, Francisco Alvero Francés, que no se menciona en la bibliografía consultada. En mi infancia, vivida en un pequeño poblado de la entonces provincia de Oriente, y en un medio familiar de muy escasas preocupaciones librescas, Almendros y Alvero eran el binomio autoral del libro de texto Lenguaje español, por el que se regía en esa asignatura el Colegio Academia Regil donde cursé parte de mi educación primaria. No creo haber tenido yo entonces noticia de la República española, y mucho menos sabía quiénes eran aquellos autores, pero disfrutaba, seguramente más que los ejercicios gramaticales incluidos en los sucesivos tomos de aquel libro, la antología de grandes autores de lengua española que Almendros y Alvero intercalaban entre sus páginas. A Almendros nunca lo traté, aunque lo vi en algún encuentro de carácter cultural. Con Francisco Alvero Francés tuve la alegría de conversar, y expresarle mis buenos recuerdos del citado libro de texto. Eso ocurrió cuando Alvero, que en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana –donde estudié– habitualmente enseñaba español a no hispanófonos, impartió un cursillo de verano para cubanos. Ya estaba cercana la fecha en que él se prepararía –como otros muchos españoles dispersos por el mundo– para volver a una España diseñada durante su larga ausencia. Recuerdo el tema del cursillo –el artículo– y la pericia con que el profesor nos lo impartió, pero también el aprieto sufrido por él en el comienzo. Para empezar, dijo que trataría sobre una partícula muy útil en el idioma español, pero no siempre bien tratada, lo que se apreciaba hasta en el hecho de que ni siquiera se le había dado un nombre que la defi-

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niera claramente. Me parece estar oyéndolo: «Es como si se le pusiera el nombre de Adonis a un hombre muy feo». Ignoraba que en el aula había un holgadísimo ejemplo de lo que estaba diciendo, y mucho menos esperaría que el sadismo juvenil se encargara de señalar al mal nombrado Adonis para que el ilustre profesor lo viera. A partir de entonces era evidente que meditaba cuidadosamente los ejemplos con que ilustraba sus criterios gramaticales. Las letras cubanas, especialmente la narrativa, se nutrieron también de un autor tan relevante como Lino Novás Calvo. Había llegado a Cuba inicialmente antes de la proclamación de la República española, de la que sería cronista. Vuelto de España a Cuba, continuó su labor periodística y literaria, y dio pruebas de que junto a su gran talento creativo actuaban en él las amarguras de su carácter y de una vida tempranamente marcada por la pobreza y, luego, por los desgarramientos que le produjeron la cruenta Guerra Civil de su patria natal y el derrocamiento del proyecto republicano. Con esa amargura emigró también de Cuba, y radicó y murió en los Estados Unidos. Si me he referido al aporte de Herminio Almendros al conocimiento de la vida y la obra de José Martí, debo añadir que ello no sería una elección temática fortuita. A la par que la admiración personal del educador por el héroe cubano, en dicha elección resultaría decisiva la medular importancia de éste para la historia, la cultura, la vida del país. Y el estudio sobre su legado fue también objeto de preferente atención para otro español radicado en Cuba, Manuel Isidro Méndez. Había llegado a ella por primera vez, con su familia, años antes de la proclamación de la República española, pero su radicación definitiva en la isla fue inseparable de los avatares del exilio provocado por la sedición y la victoria fascistas. A Méndez se debe la que ha merecido ser considerada en propiedad la primera biografía de Martí: José Martí. Estudio biográfico (1925), luego ampliada en Martí. Estudio crítico-biográfico (1941). También dedicó al autor de Versos libres, al dirigente político, muchas páginas más. Su conferencia de 1948 «Acerca de “La Mejorana” y “Dos Ríos”», en la cual trató episodios de particular significación en la trayectoria del héroe, tuve el gustoso deber de incluirla en el primer volumen –que acaba de aparecer– dedicado por la Casa de las Américas en su serie Valoración Múltiple a José Martí. En ese volumen puede leerse asimismo «Reflexiones en torno al sentido de la vida en Martí», conferencia ofrecida en la Institución Hispano-Cubana de Cultura, en 1928, por Fernando de los Ríos. En las líneas que escribí acerca de él para la sección «Sobre los autores» de la citada Valoración –y que aquí gloso–, apunté que, en su acercamiento a la existencia y a la obra de Martí, el ex dirigente socialista y ministro de la Segunda República española –de la cual, una vez derrocada, siguió siendo representante en el exilio, donde murió–, fue guiado por el interés en el pensamiento humanista y en la ética. No estará de más recordar que, educado en la Institución Libre de Enseñanza y, en consecuencia, influido por el krausismo español, encarnó la continuidad de lo mejor del ambiente que nutrió la formación de Martí durante su destierro de 1871-1874 en la Península. Buscar en las páginas y en los actos de Martí lo que él tuvo como sentido de la vida fue también la brújula en el empeño exegético de Méndez. No por gusto se ha estimado justo vincular su labor educacional en el Instituto de Segunda Enseñanza de Artemisa con un descollante hecho extraescolar: esa ciudad, relativamente pequeña, aportó una cifra significativa entre los jóvenes que el 26 de julio de 1953 iniciaron otra etapa de lucha armada por la liberación de Cuba. Aquella vanguardia, dirigida por uno de sus integrantes, Fidel Castro, hizo visible su abrazo consciente del ideario martiano. Para ello adoptó un nombre que encarnaba todo un programa de lucha: Generación del Centenario de Martí, y a partir de aquel 26 de julio protagonizó los hechos que condujeron al triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.

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Al legado martiano se unieron los aportes de la herencia republicana española, que se hicieron notar también en el México de los años treinta del siglo XX. Ese pueblo dio asilo a una gran cantidad de emigrados españoles, y en los cincuenta acogió a los revolucionarios cubanos que –liberado su núcleo principal, por la presión popular, del encarcelamiento a que se le sometió como represalia por los sucesos del 26 de julio de 1953– se trasladaron a la patria de Juárez para prepararse con miras a continuar luchando en la suya. Aquél era el México de Lázaro Cárdenas, quien, entonces ex presidente, en abril de 1961 quiso combatir junto al pueblo cubano en Playa Girón. El amigo Xosé Manuel García Crego, al presentar este año en La Feria Internacional del Libro de La Habana su traducción al gallego, editada –también por él– con el título A miña vida. Conversas con Ignacio Ramonet, el volumen nacido de la entrevista de ese periodista hispano-francés a Fidel Castro, recordó expresiones relevantes de dicho auxilio: en México los exiliados Luis Soto y el coronel Alberto Bayo ofrecieron entrenamiento militar a Fidel y a sus compañeros, entre ellos Raúl Castro y Camilo Cienfuegos, y el argentino Ernesto Guevara, quien se sumó al grupo de cubanos y llegaría a ser el real y legendario Che. A los ejemplos ya mencionados de españoles republicanos vinculados al pueblo cubano a lo largo de su Revolución, habría que añadir otros que también participaron en ella, o crearon en Cuba sus respectivas familias, fuentes de revolucionarios cubanos. Pero las razones para la gratitud a los protagonistas y herederos de la República española van más allá de hechos puntuales y ostensibles. Quién sabe cuánto ímpetu llegaría como legado de la República asesinada hasta los combatientes que treinta años después de proclamarse esa República, y enarbolando las banderas del socialismo, derrotaron a los mercenarios del imperio en Playa Girón. Esa victoria del pueblo cubano afianzó la obra revolucionaria puesta en marcha con el triunfo del Ejército rebelde, como representante armado del pueblo cubano, poco más de dos años antes. En la ponencia de las Quintas Jornadas recordé que en aquel escenario ubicó Alejo Carpentier un pasaje de su novela La consagración de la primavera. Un miliciano que da voz a la victoria del pueblo cubano y rememora su participación en la defensa de la República española, le dice a un compañero de ideas y de armas: «Ésta nos desquita de otras que hemos perdido […]. En la guerra revolucionaria, que es una sola en el mundo, lo importante está en ganar batallas en cualquier parte». Ya se ha vinculado aquí a la Revolución mexicana con la República española –que mostró su voluntad de dar paso a una profunda transformación democrática en la sociedad española– y con la Revolución cubana. Una lección que envuelve a esos tres acontecimientos echa por tierra prejuicios que han restringido al ámbito de otras lenguas lo verdadera o presuntamente universal. En español se expresó la Revolución mexicana, pionera entre las grandes del siglo XX, y se expresa la que triunfó en Cuba en la segunda mitad de esa centuria y sigue en pie, con la firme solidaridad de quienes la ven como triunfo de ideales asesinados en otras latitudes, y con la endiablada hostilidad –que también la honra– de sus más feroces enemigos. No serán ajenos a esa realidad los replanteamientos sociales, políticos, revolucionarios, que hoy animan a países de nuestra América que se distinguen por el uso de la misma lengua. Son afanes que tropiezan con los mismos enemigos de la Revolución cubana y, por tanto, del espíritu propio de los mejores frutos y prolongaciones de la Revolución mexicana y de la Segunda República española. En particular, el rastro de ésta lo hacen aleccionador hasta los modos en que ha sido maltratada por la herencia de la cultura de la opresión. Inclúyase en esos procedimientos la decisión papal de beatificar a los reales o presuntos mártires cristianos que escogieron situarse, o determinadas circunstancias situaron, en el bando de los sediciosos y terroristas. Tal beatificación implica olvidar a los mártires que en las filas de la República –nacida de elecciones democráticas– también abra-

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zaban la fe cristiana, y no seguían a una jerarquía eclesial identificada con la opresión, el oscurantismo y la opulencia. Al parecer, según ciertas formas de manejar el olvido y condenar el intento de fomentar la necesaria memoria histórica, todo lo que sirva para reclamar la plenitud de la justicia debe enterrarse, o mantenerse sepultado en ignotas fosas materiales o ideológicas, acaso peores. En semejantes manipulaciones se inscribe el uso del lenguaje. Aviesamente los sediciosos se apropiaron del rótulo nacionales, y los más visibles herederos de su ideología, su cúpula, no solamente han optado por autobautizarse populares, calificativo que debería reservarse para los defensores de un afán republicano que asumió el camino de ser verdaderamente democrático: es decir, representante de los intereses del pueblo. A empeños homólogos de la República española, naturales afines suyos surgidos hoy en otras tierras, algunos conspicuillos voceros del legado que viene dando vueltas desde el fascismo sedicioso los llaman, peyorativamente, populistas. Entre los mencionados herederos no ha faltado el afán de considerar que la aspiración republicana en España se limita exclusivamente a partidos políticos que la proclaman en sus nombres junto con su vocación independentista. La malsana descalificación pretende basarse en que dichos partidos se han visto menguados electoralmente en las reglas de eso que algún político, calificado de izquierda, llama, como hablando en serio, «el juego democrático». Tal «juego» se parece demasiado al «bipartidismo» estilo yanqui, unipolar en el servicio a las clases dominantes. Mientras tanto, los herederos de las nociones de Dios y Patria capitalizadas por los fascistas sediciosos sobresalen en reservar tácitamente el término de nación para un concepto centralista y hegemónico de Estado. Desde esa perspectiva condenan el concepto de nacionalismo como expresión de la autodefensa de nacionalidades que, dignas como cualesquiera otras, un Estado avasallador arrolló en las mismas redes con que se extendió a base del «legítimo derecho de conquista», que también le dio colonias ultramarinas. José Martí, quien señaló las manquedades que la Primera República española heredó del colonialismo, y en la lectura de cuya obra reconoció haberse formado el Pablo de la Torriente Brau que murió tempranamente en la defensa de la Segunda República, fue un profundo conocedor de la historia y los pueblos de la entonces metrópoli. En su artículo «Crece», de 1894, cuando se preparaba para desatar la guerra destinada a la liberación de las dos últimas colonias que la Corona española mantenía en tierras americanas, advirtió: «España misma, si tiene ahora esperanza vaga de renacer, tiénela por sus nacionalidades, estancadas durante tres siglos». Una lección especialmente perdurable de la República española, como de la Comuna de París, consiste en la necesidad que todo proyecto revolucionario tiene de defenderse bien, hasta las últimas consecuencias. Ese deber incluye el tener conciencia de que todo lo que se haga ha de caracterizarse por el afán de plenitud, y encaminarse al cumplimiento de la misión transformadora; pero no se ha de dar ni un paso para complacer exigencias de los enemigos. Estos nunca aspirarán a que el proyecto se perfeccione, sino a que se destruya, si ellos mismos no consiguen derrocarlo. De ahí que la Revolución cubana deba hacerlo todo con el bien de su pueblo y sus responsabilidades humanas como fin, no con el ánimo de satisfacer a sus enemigos. Para éstos, lo que ella haga no estará nunca bien, o no merecerá ser tenido en cuenta, salvo para minimizarlo o escarnecerlo. Entre los muchos y rotundos acontecimientos que evidencian la índole y los modos de actuar de los enemigos de las revoluciones y de la verdadera democracia –es decir, del servicio al pueblo–, cuenta la trampa en que la República española cayó al aceptar la desmovilización de sus Brigadas Internacionales a cambio de que sus enemigos –ajenos a toda ley moral– renunciaran también a recibir ayuda externa. El sostenido apoyo fascista italiano y alemán, decisivo para que los terroristas derrocaran a la República democrática, evidenció la

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impertinencia de hacer arreglos y pactos con fuerzas en las que –dígase nuevamente con palabras que recuerden al Che en vísperas del 80.° aniversario de su nacimiento– «no se puede confiar ni tantico así, ¡nada!». Otra de las lecciones remite a la necesidad de no claudicar ante ningún obstáculo, ante ninguna adversidad, por grande que ésta sea. Después de todo, defender una causa noble y victoriosa no tiene mucho mérito, o el que tiene no es tanto como el de defender causas en peligro de ser derrotadas, o que han sido derrotadas ya pero siguen reclamando el apoyo de los seres humanos de buena voluntad. La experiencia de una República privada del aporte de valiosos dirigentes de alto nivel que dimitieron cuando estimaron que estaba perdida, sin esperar siquiera a que la derrota se consumara, no debe pasarse por alto. Como tampoco debe olvidarse que, una vez derrocada la República por los fascistas, la insuficiente unidad le impidió tener en el exterior la sólida representación que merecía y sus defensores necesitaban que tuviera. En ello –según se ha escrito– no poco peso habrá que atribuirle al hecho de que la vanguardia comunista, que tanto hecho heroico había protagonizado y seguiría protagonizando, no aceptara un presidente que no fuese el que ella estimaba necesario. No hay que ignorar las grandes razones de esa preferencia, ni menospreciar los méritos de alguien como Juan Negrín, quien se mantuvo firme en sus principios y era el presidente que aquella vanguardia quería. Pero se habla de la dirección de la misma vanguardia comunista, o llamada a serlo, que procederá situar en la generalización que en su texto citado Félix Santos (véase nota 2) hace con respecto a un momento crucial de la historia de España. Veamos. Ya para entonces la Pasionaria se hallaba en un punto del camino en que no sería posible esperar de ella, y hasta injusto habría sido reclamárselos, los ímpetus que la habían distinguido, y que merecen recordarse por encima de las deserciones y complicidades inmorales que otros hayan cometido, y de las manipulaciones mediáticas –denuestos incluidos– que se desplegaron y aún se acometen para borrar el ejemplo de la gran luchadora. Tras señalar las vicisitudes que le impidieron a la República en el exilio tener la solidez que necesitaba para hacer frente a la complejidad política en gestación, Santos expresa: «No obstante, la República española mantuvo en el exilio su continuidad, siquiera fuese de forma simbólica, hasta el año 1977 en que sus órganos representativos se disolvieron al comprobar que la transición democrática iniciada en España iba en serio» (comprobar es el verbo usado por el autor, pero la cronología de los hechos –no hablemos del contexto– permite sustituirlo por creer.) Esa experiencia, magnificada por una gran cantidad de medios, se asocia al hecho de que muchos han querido y aún quieren aplicar a otras realidades la vara de medir nacida de tales acontecimientos. La Revolución cubana –a no pocos de cuyos protagonistas más representativos se les ha oído, o leído, valorar altamente lo que para ellos significó y significa la experiencia de la República española– encarnó el triunfo de ideales emancipatorios, y, por tanto, representó la derrota de las fuerzas que en Cuba eran similares a las que en España asesinaron la República. La fortaleza que a la Revolución cubana le ha venido del triunfo de fuerzas verdaderamente populares, que actuaron en estrecha y profunda coordinación con el conjunto del pueblo, explica su capacidad de sobrevivencia y afianzamiento contra obstáculos descomunales. Y explica la pertinacia de los afanes de sus enemigos por derrotarla. El terrorismo y el bloqueo económico, financiero y comercial del imperio se han estrellado contra ella. Pero él no desmaya. Un denominado «Plan Bush», voluminoso y harto agresivo –y así y todo con un capítulo secreto que no podrá ser sino coronación de su agresividad–, incluye el nombramiento de un gobernador que se haría cargo de los asuntos cubanos en caso de que la Revolución fuese derrocada.

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Ese agente imperial, remunerado con fondos del contribuyente estadounidense, ya ha sido recibido por funcionarios de algunos gobiernos incapaces de negarle la complicidad al amo que rige la OTAN. Amo y lacayos olvidan que Cuba no solamente aprendió lecciones teóricas de 1898 y de sus consecuencias, sino que, si en aquel año había probado su capacidad para luchar contra un imperio decadente, su victoria de 1959 y sus actos posteriores mostraron su capacidad para librarse de un imperio en la plenitud de su poderío, y en crecimiento. Pero sería iluso, y tal vez costoso, descartar confiadamente el peligro de una devastadora agresión militar foránea, del tipo de la llevada a cabo por el imperalismo estadounidense y sus cómplices internacionales en Iraq y en otros sitios, y ubicada en el camino de la complicidad fascista internacional que apoyó a sus correligionarios sediciosos en España. Pero Cuba mantiene su rumbo, incluida la respuesta –que ya ha tenido capítulos palmarios como el de Playa Girón– a una posible agresión del imperio que la asedia por medio del terrorismo militar y económico, y con la complicidad de lacayos de otros lares. Pese a todo, el rumbo cubano ha pasado y pasará por un hecho decisivo: 1959 significó el afianzamiento en su territorio de los republicanos, no de los fascistas; de los revolucionarios, no de los esbirros; de los libertadores, no de los torturadores; del patriotismo emancipador, no del nacionalismo opresivo. Agradecer el aporte que numerosos emigrados republicados dieron a Cuba, y a otros pueblos del mundo, debe ir aparejado con la conciencia de que esa gran contribución fue el reverso de lo que para España sería una tragedia de graves consecuencias. El pueblo español pagaría caro el éxodo que ha recibido nombres como el de mutilación o sangría cultural, como en su texto citado Félix Santos recuerda que la llamó José Luis Abellán («Una sangría cultural», El País, 28 de enero de 1993). Estamos ante conceptos precisos si no se les reduce al ya aludido sentido gremial con que a veces se limita el significado de cultura. La pérdida sufrida por España fue de abarcamientos y magnitudes tales que se manifestaría no solamente en el ámbito de las ciencias, o en el de las letras y las artes, o en el de otras disciplinas específicas. Alcanzaría a la estructura del país como organismo social, y acarrearía sustanciales implicaciones en la política y en todos los órdenes de la sociedad, en la vida del país. Ello tampoco autoriza a menospreciar el impacto particular que –por la importancia de la educación en el desarrollo de un pueblo– representaría para la sociedad española el cercenamiento de sus claustros universitarios. Fue un cercenamiento planificado contra los profesores más brillantes y progresistas, y en favor, por tanto, del oscurantismo afianzado por las fuerzas que asesinaron la República. En 2007 asistí en el Aula Magna de la Universidad Complutense a un acto de restitución moral de profesores víctimas de la «depuración» franquista. La nómina allí leída resultó estremecedora, tanto por la cifra como por la altura de quienes se vieron privados de seguir ejerciendo la docencia en su patria, capitalizada por las fuerzas fascistas. Varias víctimas de aquella mutilación han sido recordadas en estos apuntes presurosos. Entre los que aún no se han mencionado hay algunos que no pueden pasar inadvertidos para alguien que haya estudiado letras en Cuba, con programas en los cuales han ocupado el lugar relevante que les corresponde libros como el Manual de métrica española, de Tomás Navarro Tomás, y los estudios sobre literatura española debidos a Ángel del Río y a otros. Dichos programas se han beneficiado también con aportaciones entre las que figuran las de Federico de Onís al conocimiento del modernismo hispanoamericano y al papel desempeñado por José Martí en ese movimiento. A esos ejemplos de profesores que ejercían en universidades de otros países, señaladamente en los Estados Unidos, es justo, insoslayable, añadir el de Juan Chabás, uno de los profesores españoles que nutrieron el claustro de la cubana Universidad de Oriente, y a cuya valoración contribuye en la Universidad Autónoma de Madrid la colega Car-

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men Valcárcel. Los libros de Chabás, especialmente su maciza Antología general de la literatura española, fueron asimismo, son, de gran utilidad para la enseñanza en Cuba. Sin pretender agotar la relación que puede hacerse de las lecciones de la República española asesinada por fascistas, apúntese apenas otra –acaso la mayor de todas– que debe agradecérsele no solamente desde Cuba: lo peor no es figurar en el bando de los derrotados, ni siquiera en el de los vencidos. Desde el inicio de la propiedad privada hasta nuestros días, el prestigio de vencedores lo han capitalizado las clases dominantes, opresoras, que una vez y otra han ignorado el ímpetu, el sacrificio y los derechos de los oprimidos, o se han aprovechado de ellos. En esa generalización cabe señalar dignísimas excepciones, casos sobre los cuales guardan silencio o no dicen lo justo los medios poderosos. Mencionemos al Vietnam que ha derrotado imperios –y que ahora se escarnece con acusaciones de haber torturado al invasor terrorista que aspira a ser presidente de los Estados Unidos–; y no perdamos de vista los que todavía son escenarios de afanes justicieros más o menos aislados, o en camino de ineludible perfeccionamiento. Baste recordar la propia Revolución cubana y el replanteamiento diverso que viven en la actualidad varios pueblos de nuestra América, satanizados no casualmente por los medios ya aludidos, que tienen tufo –cuando no hedor– a colonialismo y a OTAN. Para las personas honradas lo más repudiable no será estar en el bando de los vencidos. En él se puede contar con la digna compañía, entre otros, de Cristo, Espartaco y el Che, y de los defensores de Numancia, a quienes los agresores habrán destinado en su momento los calificativos que entonces se usaban como equivalentes de terroristas. Lo vergonzoso y sin remedio será estar en el bando de los vendidos, aunque ubicarse en este último sea rentable y ofrezca beneficios materiales, ya sea con hipoteca financiera o moral, o con ambas. Los beneficios alcanzados con ella nunca serán mayores ni más seguros que los detentados por los dueños del poder, vencedores en un tramo de evolución humana que no ha acabado de salir de la prehistoria. Sépanlo quienes se empeñan en dar por terminado el afán humano de emancipación y dignidad, abonado por lo mejor y más perdurable de una República que sigue siendo aleccionadora por sus propósitos y sus heroicidades, y hasta por su derrota. La lección menor no sería la que, una vez derrocada la República, seguiría emanando de su falta de unidad, carencia en la cual debe insistirse, y que, a pesar de su heroísmo, le impidió tener en el exilio la representación fuerte necesaria para hacer frente a sus enemigos, y a los «juegos democráticos» que estuvieran por venir.

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Max Aub en el exilio: el compromiso de la vanguardia* CARMEN VALCÁRCEL Universidad Autónoma de Madrid

A Carlos Urbina y Paloma Álvarez, pintor y musa de fantasías maxaubianas

Max Aub ha sido, hasta hace relativamente poco tiempo, uno de los autores españoles más olvidados y silenciados del siglo XX. Un escritor al que se condenó durante años –como a casi todos los escritores de su generación– a un doble exilio: el del destierro de su país tras la contienda civil y el del destierro de la literatura de ese mismo país. Sin embargo, su obra posee tal densidad histórica, debido a las circunstancias en que se produjo, que desconocerla es desconocer gran parte de nuestra propia historia. Precisamente esa carga histórica ha propiciado una imagen unívoca y fragmentaria de Max Aub, pues muchos lectores y críticos lo consideran un escritor de corte realista, políticamente comprometido con la República («republicano combativo, aunque no combatiente», como él mismo declaró debido a su miopía) y fiel cronista de su tiempo y de su época. Y si bien esa imagen no es falsa, es al menos parcial. Indudablemente es el autor de la gran crónica sobre la Guerra Civil y sus consecuencias, «el laberinto mágico», pero también gustó del juego, la mistificación y la invención para escribir sobre esa misma realidad, dando lugar a una de las obras más imaginativas e insólitas de la literatura española. Y creo que hay que dar a términos como imaginación, humor o juego literarios una trascendencia, importancia y compromiso ético que quizá no han sido suficientemente reconocidos y valorados por la crítica, pues el humor de Max Aub es un humor irónico, sutil e inteligente –en ocasiones negro y amargo– que suele utilizar en su obra como elemento estético y a la vez distanciador y crítico. En ese sentido, la escritura aubiana se define por su carácter versátil, multiforme y proteico, lo cual a veces extraña, inquieta e intranquiliza al lector, puesto que se enfrenta a una obra en la que los textos se forman y conforman con las sucesivas lecturas, crecen con nuevos materiales, se recrean y transforman constantemente, proyectan sus imágenes de manera especular desde la escritura hacia la pintura, el espectáculo teatral o el cine. Son textos que se ofrecen de manera * Este artículo forma parte de un proyecto de investigación más amplio sobre «Los juegos de la escritura de Max Aub», que ha recibido la IX Beca de Investigación «Hablo como hombre» de la Fundación Max Aub de Segorbe.

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descompuesta y desordenada, que rompen con los moldes y convencionalismos formales, que originan géneros híbridos, que borran los límites entre realidad y ficción y que cuestionan el concepto de obra literaria1. En el fondo, Aub convierte la verdad en mentira literaria, en juego artístico, en ficción verosímil, para que no deje por ello de ser verdad: Ojo: mentir, inventar […]. No decir una cosa por otra, sino otra, nacida de la nada, de la imaginación […]. Diéronnos el dibujo, la letra, la palabra para mentir, aunque no queramos. Puestos a hacerlo, hagámoslo bien2.

Ahora bien, en la obra de Aub la ficción literaria no se sitúa al margen del compromiso intelectual, moral y humano. Ambos se mezclan en un único y fascinante crisol: el de la imaginación creadora. La aparición en sus textos de una cajera que se convierte en sirena (o quizá era una sirena condenada a ser cajera), una joven que pare una manzana, una verruga que devora a un hombre, un árbol que describe bombardeos, un cuervo que investiga sobre los campos de concentración, una novela en tres tiempos, una biografía cubista, una baraja literaria, crímenes ejemplares y tipográficos, poetas imaginarios, autodedicatorias, discursos apócrifos... y hasta El Cordobés presidente de la Tercera República española, no es un mero entretenimiento literario, sirve también para la reflexión más profundamente humana sobre la identidad, la diferencia, la guerra, la tiranía o la dignidad. Y por encima de todo se alza la libertad como poética de su vida y de su obra, como máxima vital y creadora; una libertad «cervantina», siempre tolerante y abierta, nunca dogmática, salvo en la defensa de esa misma libertad.

Los juegos verbales En el proceso de imaginación creadora de Max Aub se encuentra, en primer lugar, su pasión por el juego de palabras, fonías, grafías y sentidos, que se encuadra en las coordenadas de la vanguardia histórica de principios del siglo XX3, y se caracteriza por la experimentación y renovación del lenguaje, las técnicas y los temas literarios. El gusto y placer por la palabra, la recreación en la misma, se hallan presentes en el léxico marino de su primer relato, Caja (Alfar, 1926): Pudo una vez venir a cenar conmigo; sólo comió pescado –no estaba alegre, no– y hubieseis debido ver cómo chupaba las ostras –verdes, blancas, negras y cómo brillaban– y cómo descaparazonaba los langostinos y cómo latían furtivos su cola entre sus labios, y qué delicadamente envolvía en el armiño de la salsa la rosada turgencia de las truchas, y cómo bailaban a su alrededor las lubinas, los congrios, las merluzas, las aristocráticas sardinas, plata y azul, y un sinfín de pescados para mí desconocidos, aplastados, cortos, largos, blancos, grises, rojos, negros que, si fuese uno de esos anteañorados novelistas cogiera un diccionario y os asombrara con mi saber de marinero4.

1 Véase I. Soldevila, El compromiso de la imaginación: Vida y obra de Max Aub, Segorbe, Fundación Max Aub, 1999. Y también J. A. Pérez Bowie, «Max Aub: los límites de la ficción», Actas del Congreso sobre «Max Aub y el Laberinto español», Valencia, Ayuntamiento, 1996, pp. 367-382. 2 M. Aub, Jusep Torres Campalans, México, Tezontle, 1958, p. 229. 3 Véase J. Pérez Bazo (ed.), La Vanguardia en España. Arte y literatura, Toulouse, Cric & Ophrys, 1998. 4 En M. Aub, Escribir lo que imagino. Cuentos fantásticos y maravillosos, selección y prólogo de I. Soldevila y F. B. García Sánchez, Barcelona, Alba, 1994, p. 40. Soldevila analiza el cuento en «De la literatura deshumanizada a la li-

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También el lujo o exquisitez verbal es patente en el léxico topográfico de Geografía (Madrid, Cuadernos Literarios, 1929)5, obra que recrea los amores de Fedra con su hijastro Hipólito en ausencia de Teseo. En esta versión aubiana del mito clásico, el triángulo amoroso está formado por un capitán de barco, que está dando la vuelta al mundo, por su joven esposa, que lo espera en una ciudad portuaria, e Hipólito, su hijastro. Los jóvenes protagonistas de esta breve historia, Hipólito y su madrastra, «saborean» los nombres de los países que recorren imaginaria y sexualmente6: tropiezan sus «manos en Tombuctú», sus ojos en el «Cabo de Buena Esperanza», se abrazan «en el Cabo de Hornos», «–cómo queman sus mejillas–, después de jurarse eterno amor en la Tierra de Fuego» y finalmente consuman su unión: «¡Dinamarca! ¡Dinamarca!, sostenida erecta por el Schleswig-Holstein, mientras las Escandinavas se parten gozosas: Suecia y Noruega enlazadas estrechamente por el Báltico Mar y el Atlántico Océano, batidos los flancos por los espasmos de las mareas y el semen de las espumas»7. Ya desde sus primeras obras, Aub propone un viaje por el mundo de la imaginación, de la fantasía, del distanciamiento irónico, del humor, a través de la exploración de las múltiples posibilidades del lenguaje. Así ocurre en su relato Fábula verde (Valencia, Tipografía Moderna, 1932)8, original reescritura de la cosmogonía bíblica, en el que la protagonista, Margarita Claudia, siente aversión por la carne (en su doble sentido: ‘alimento’ y ‘sexo’). Sólo se siente atraída por los vegetales, entre ellos: repollos, bróculis o coliflores, lombardas, rabanitos, remolachas, zanahorias, perifollos, cebollas, nabos y colinabos, ajos, espinacas, espárragos, pepinos y grandes pepinos, cardos, guisantes, pimientos, sandías, habas, lentejas, lechugas (también por lechugones y lechuguinos), berenjenas, calabazas, alcaparras, melones, habichuelas, fresas, fresones, pero sobre todo, por las manzanas. Margarita Claudia, con nombre de flor y fruta, termina abrazándose «orgásticamente a un manzano» y dando a luz una manzana: «Sí, señor, sí, no lo tome usted a broma, una manzana, una manzana grande parida sin dolor»9. Todo la escritura de Aub anterior a la guerra, aunque está muy influida por la estética vanguardista, no es un banal, narcisista e irracional juego (aspectos de la vanguardia que Aub, por otra parte, siempre rechazó, aunque encontró en su carácter subversivo y transgresor una nueva forma de liberar inéditas posibilidades críticas), sino que responde a una sagaz y exquisita conciencia lingüística y a una heterodoxa visión del mundo, no exenta de grandes dosis de ironía y parodia, que se inserta en la tradición de Cervantes, Galdós y Valle-Inclán, que se mantiene como continuum o guadiana verbal a lo largo de toda su obra (especialmente en su narrativa breve) y que se enriquece notablemente en su exilio mexicano.

teratura responsabilizada: un diálogo intertextual entre Aub y Casona», El Mono Gráfico 5 (1993), pp. 54-60. En general, para la narrativa de Aub es indispensable consultar la monografía de Soldevila ya citada. 5 Escrita en 1925, Geografía fue publicada en 1929, aunque mutilada de un capítulo. La primera edición completa se publicó en México, Ediciones Era, 1964. Existe reedición a cargo de I. Soldevila, Geografía. Prehistoria (1928), Segorbe, Ayuntamiento, 1996. 6 «Y cómo saboreaban los nombres, los nombres de México y del Ecuador: Zacatulú, Temascaltepec, Chirimoya, Tantoyuca, Zacapotaxtla, Xalucingo, Cayapás, Esmeraldas, Charapotó, Chimborago, que les dejaban en la boca amargor de tisanas y embriaguez de opios y raros perfumes. Los chupaban como esos conitos de caramelo que se llaman «pirulís»» (pp. 15-16). Cito por la edición de 1929. Véase J. M. del Pino, «Morosidad e imaginismo: la Geografía artificial de Max Aub», Actas del Congreso sobre «Max Aub y el Laberinto español», cit., pp. 407-416. 7 Geografía, ed. de 1929, pp. 57-58. 8 La obra se reeditó en Estaciones. Revista literaria I/2 (1956), pp. 171-187; en Mis páginas mejores, Madrid, Gredos, 1966 (selección del propio autor); en Novelas escogidas, México, Aguilar, 1970, con pról. de M. Tuñón de Lara; y a cargo de M. Á. González Sanchís et al., Segorbe-Córdoba, Ayuntamiento-Universidad, 1993. 9 Cito por el texto incluido en M. Aub, Escribir lo que imagino, cit., p. 34.

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Por ejemplo, en Enero sin nombre (de Cuentos ciertos, México, Antigua Librería Robredo, 1955)10, relato en el que Aub describe el éxodo de los republicanos españoles camino de Francia en enero de 1939. La narración, enmarcada en un cuadro ficticio, es, sin embargo, fiel a la realidad, puesto que el éxodo descrito se inició de manera masiva a principios de enero de 1939 y finalizó hacia el 10 de febrero, debido a la derrota del Ebro y a la caída de Tarragona en manos franquistas. Aub es fiel a estos datos históricos, entre otras razones porque él mismo formó parte de ese grupo de exiliados, junto con los miembros del equipo de rodaje de Sierra de Teruel de Malraux11; introduce además personajes reales como el ministro de Estado Julio Álvarez Vayo y hace referencia a las Brigadas Internacionales. Sin embargo, la gran innovación literaria, el juego ficticio del relato, se encuentra en la elección del narrador: un haya, un árbol, un ser vegetal. Como personaje inmóvil, el haya funciona como cámara fotográfica que recoge un primer plano de cada personaje, del paisaje y de las conversaciones que a su alrededor tienen lugar, relacionadas con las causas de la derrota, la falta de armamento o la actitud de no beligerancia de las potencias internacionales: Ahí vienen, de mirones, un francés periodista, a quien conozco porque va y vuelve cada semana en su coche vacío de ida, cargado de panes y paquetes al regreso. El otro es español, hecho uva. Mira la carretera, el embudo que está ahora a mi derecha y le hace una gran reverencia al francés. —La paix et l’ordre dans la justice! ¿Y qué más, carota cebón? ¿Y qué más? Te habla un muerto, un muerto de los vuestros, de los fabricados por vuestras propias manos. Un muerto. Un hombre podrido por vuestra paz de pasos para atrás, de no resistencia, de vuestra paz de no intervención, de vuestra paz de maricones. «Si la paz puede salvarse a cualquier precio, sálvese.» ¡Cómo no ha de poder salvarse! Aquí estoy yo muerto y podrido para atestiguarlo, y los checos también, y los que vendrán después; pues no faltaba más. Ya lo creo que se salvará, mentecatos, ciegos cagados de miedo, bobos agarrotados a vuestra miseria, que agujereáis la tierra con vuestras patas de perro lameculos con el noble afán de esconderos. «Y en julio de 1936 di la orden de intervenir.» Claro que sí, Hitler mío, y nosotros callados, por si acaso, y el padre Blum, bum, bum, llorando, y nosotros muertos12.

Se consigue así un claro distanciamiento del autor hacia lo narrado, que permite la reflexión sobre los hechos reales y trágicos de la guerra; aunque siempre esté presente como autor implícito con ironías, pues le pide al árbol «que no se vaya por las ramas», advierte al lector que no se fíe demasiado de los árboles, «que siempre mienten», corrige informaciones con notas a pie de página y deja su huella en la descripción de uno de los momentos más estremecedores del relato, el bombardeo sobre la población civil: —Allá va. Un débil silbido que se agrava en abanico. Un tono que crece como pirámide que se construyese empezando por su punta. Un rayo hecho trueno. Una bárbara conmoción carmesí. Un soplo inaudito de las entrañas del mundo, falso cráter verdadero, que enroña y desmantela paredes; descalabra, entalla y descuaja vigas; descoyunta hierros; descrita y enrasa cementos; desfaja, amarille10 Incluido en Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico, presentación de F. Ayala, selección y prólogo de J. Quiñones, Barcelona, Alba, 1995. 11 Véase G. Malgat, Max Aub y Francia o la esperanza traicionada, Sevilla, Renacimiento, Biblioteca del Exilio, 2007. 12 Enero sin nombre, cit., pp. 129-130.

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ce, desbarriga, desperna y despeña vivos que vienen en un fragmento de segundo a bulto y charco. Quema, rompe, retuerce, descuaja coches y desmigaja cristales; derrenga carromatos, desconcha paredes; desploma ruedas convirtiéndolas en brújulas; desfigura la piedra en polvo; descuadrila un mulo, despanzurra un galgo, descepa viñedos; descalandraja heridos y muertos; destroza una joven y desemeja un carabinero de buen tomo agazapados frente a mí; deszoca por lo bajo a dos o tres viejos y alguna mujer; diez metros a mi izquierda descabeza a un guardia de asalto y cuelga en mis ramas un trozo de su hígado; descristiana tres niños en la acequia del lado bajo; desgrama y deshoja a cincuenta metros a la redonda, y, más lejos todavía, derrumbando tabiques, en una casilla descubre alízares de Alcora; despelleja el aire convirtiéndolo en polvo hasta cien metros de altura, desoreja hombres dejándolos, como ese que tengo ahí, colgado enfrente, desnudo, con sólo sus calcetines de seda bien puestos, los testículos metidos en el vientre, sin rastro de pelo en ninguna parte, las vísceras y los mondongos al aire, viviendo; los pulmones descostillados, la cara desaparecida –¿dónde?–, los sesos en su sitio, bien visibles y todo él negro color pólvora13.

Por las mismas fechas que publica Enero sin nombre, Aub da a conocer sus Crímenes ejemplares (México, Impresora Juan Pablos, 1957)14. En los mismos se presenta como el transcriptor y recopilador de más cien crímenes (entre ejemplares, gastronómicos y suicidas), contados por los propios asesinos. Y son, como diría Breton, «actos surrealistas puros», pues están causados por hechos totalmente banales, como tener granos en la cara, no saber freír un huevo, hablar en el cine, roncar, bostezar, ser más rico, más alto, más guapo, más listo..., o todo lo contrario, más pobre, más bajo, más feo o más tonto. Se asesina por hablar demasiado, por hablar poco, por fe, por hombría, por amor, por odio, por despecho, por celos, por envidia, por aburrimiento, por diversión, por probar, por despiste... o por gusto. Aub sorprende además con un muestrario de distintas muertes: se muere a golpes, a empujones, estrangulado, envenenado, degollado, ahorcado… y hasta devorado. El distanciamiento irónico del autor hacia lo narrado convierte la confesión del crimen en un hecho absurdo y sin sentido… o no: Lo maté porque era de Vinaroz15. Lo maté porque me dolía la cabeza. Y él venga hablar, sin parar, sin descanso, de cosas que me tenían completamente sin cuidado. La verdad, aunque me hubiesen importado. Antes, miré mi reloj seis veces, descaradamente. No hizo caso. Creo que es un atenuante muy de tenerse en cuenta. Me echó un trozo de hielo por la espalda. Lo menos que podía hacer era dejarle frío.

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Ibid., pp. 127-128. Los Crímenes ejemplares empezaron a publicarse en la sección «Zarzuela» de la revista Sala de Espera, y parcialmente como libro en 1957, con una segunda edición realizada por Alejandro Finisterre en 1968; en esta edición mexicana se incorporan muertes De suicidios, De gastronomía (es decir, crímenes de antropofagia) y Epitafios. A ellas deben añadirse las ediciones de Barcelona, Imprenta Miret, 1968; Mallorca, Los Papeles de Son Armadans, 1971 (con el título de Crímenes y epitafios mexicanos y algo de suicidios y gastronomía); Barcelona, Lumen, 1971, con un prólogo de Max Aub titulado «Confesión»; Madrid, Calambur, 1991, con introducción de E. Haro Tecglen; Segorbe-Valencia, Fundación Max Aub-Media Vaca, 2001; y Madrid, Thule, 2005. Véase C. Valcárcel, «De los cadáveres exquisitos a los crímenes ejemplares de Max Aub», en A. Alted y M. Llusia (eds.), Actas del Congreso «Sesenta años después: la cultura del exilio republicano español de 1939», vol. 1, Madrid, UNED, 2003, pp. 361-372; también F. Valls, «Primeras noticias sobre los Crímenes ejemplares, de Max Aub», en F. Noguerol (ed.), Escritos disconformes. Nuevos modelos de lectura, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2004, pp. 281-289, y del mismo autor, «Algo más sobre los Crímenes ejemplares, de Max Aub», en M. Aznar Soler (ed.), Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano español de 1939, Sevilla, Renacimiento, Biblioteca del Exilio, 2006, pp. 357-365. 15 El 15 de abril de 1938, las fuerzas rebeldes ocuparon Vinaroz, dividiendo físicamente la República. 14

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¿Por qué se me va a acusar de haberle matado si se me olvidó que la pistola estaba cargada? Todo el mundo sabe que soy un desmemoriado. ¿Entonces, yo voy a tener la culpa? ¡Sería el colmo! —¡A ver si traes buenos frenos! Y se tiró bajo el coche. —Me suicido para ver la cara que pondrá Lupe, su mamá y el lechero. —Le comería los higados –dijo Vicente. No pudo: amargaban. Le gustaba tanto que no dejó nada. Le chupó hasta los huesos. De verdad había sido bonita. Las nalgas son mejores al tacto que al gusto, más duras de mascar que de tentarrujar.

En estos microcuentos siguen presentes las combinaciones verbales, los dobles sentidos, las posibilidades expresivas: ERRATA. Donde dice: La maté porque era mía. Debe decir: La maté porque no era mía. Lo maté porque era más fuerte que yo. Lo maté porque era más fuerte que él. —¡Antes muerta! –me dijo–. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto!

Se incorporan asimismo variedades y registros coloquiales del español de España y de México16: ¡Si el gol estaba hecho! No había más que empujar el balón, con el portero descolocado... ¡Y lo envió por encima del larguero! ¡Y aquel gol era decisivo! Les dábamos en toditita la madre a esos chingones de la Nopalera. Si de la patada que le di se fue al otro mundo, que aprenda allí a chutar como Dios manda. ¡Era safe, señor! Se lo digo por la salud de mi madrecita, que en gloria esté... Lo que pasa es que aquel ampáyer la tenía tomada con nosotros. En mi vida he pegado un batazo con más ganas. Le volaron los sesos como atole con fresa... Era bizco y yo creí que me miraba feo. ¡Y me miraba feo! A poco aquí a cualquier desgraciado muertito lo llaman cadáver.

El gran logro de esta obra es la conquista de un lenguaje vivo, una auténtica resurrección de la voz, de la palabra hablada. El lenguaje alcanza una expresividad emocional de máxima tensión e intensidad. Lo paradójico es que cuanto mayor ha sido el trabajo del escritor sobre la lengua, menos visible es su intervención; por eso desaparece como autor y ofrece una obra oral y coral, al ceder la autoría a los narradores-asesinos. Esa visión transgresora del crimen adquiere una nueva dimensión con el calificativo cervantino de «ejemplar», que remite tanto a la originalidad y singularidad del género como a la «ejemplaridad», a la dimensión moral o ética, nunca asumida por el autor-ausente: «Los hombres son como los hicieron y querer hacerlos responsables de lo que, de pronto, les empuja a salirse de sí es orgullo que no comparto»17.

16 Véase D. F. Arranz, «Indagaciones lingüísticas en los Crímenes ejemplares de Max Aub», Entresiglos. Monográfico en la red sobre «Max Aub, testigo del siglo XX. Congreso Internacional del Centenario», 2003. 17 Prólogo de Max Aub a Crímenes ejemplares, ed. de 1968, cit., p. 11.

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Muy próximos a los crímenes ejemplares se encuentran los Signos de ortografía18, 138 aforismos dedicados a la impresión tipográfica. Aub juega de nuevo con los sonidos y los dobles sentidos de las palabras: Murió de tanta sangría. No se repuso nunca de la primera impresión. ¡Métele el índice donde le quepa! No pudo salir de aquel paréntesis.

Algunos Signos insinúan un sentido erótico: Foliar es no perderse una. Tenía debilidad por las negritas. La mayúscula eyacula minúsculas en fila. Tanto le daban las altas como las bajas... El diccionario de la Academia está lleno de groserías, solía decir Pedro, el linotipista, a Juana, su legítima. ¿A qué no sabes a lo que llaman «miembro principal del periodo»? Y no digamos del imperfecto: «Aquel cuyo sentido pende de otro miembro...». A la mujer le tenía sin cuidado, bastábale el folio mayor.

Otros incorporan una evidente ironía religiosa: Esta fe de erratas tan atea... ORACIÓN. Dios mío, los blancos y los negros de cada día, dámelos hoy. Danos los espacios necesarios, las versales del tipo adecuado, la forma que apetecemos. Dios mío, danos la perfección de la portada que lo demás nos será dado por añadidura.

La historia ficticia La imaginación de Aub se despliega, en segundo lugar, en aquellas obras que, podríamos decir, conforman la historia ficticia. Es decir, textos que reinventan nuestro pasado histórico y en algunos casos proponen también la continuación imaginaria de la historia. Se trata, en cierto modo, de responder a la pregunta: ¿Qué hubiera sucedido si la historia hubiese sido de otra manera? Y en concreto, ¿si no hubiera existido la Guerra Civil Española? En última instancia, el escritor busca compensar, con el juego de la ficción, la trágica realidad histórica de su tiempo y de su vida, marcados por la Guerra Civil de 1936, los campos de concentración y el exilio.

18 M. Aub, Signos de ortografía, Revista de Bellas Artes (septiembre-octubre 1968), pp. 31-38. Ed. facsímil, pról. de Rafael Prats y poesías visuales de Bartolomé Fernando, Valencia, Fundación Max Aub-Campgràfic, 2002. Véase M.a P. Sanz Álvarez, «Los relatos olvidados de Max Aub», en A. Alted y M. Llusia (eds.), La cultura del exilio republicano español de 1939, vol. I, Madrid, UNED, 2003, pp. 337-349.

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Esto sucede en su discurso apócrifo de ingreso en la Academia Española de la Lengua, titulado El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo (Madrid, Tipografía de Archivos, 1956)19, que consta del discurso de Max Aub en el acto de su recepción en la Academia Española el 31 de diciembre de 1956, seguido de la protocolaria contestación de uno de los miembros académicos, su amigo Juan Chabás. En esta obra, la propuesta imaginaria de Aub (no hubo Guerra Civil, no hubo muertes, no hubo exilio) otorga vida a los dramaturgos muertos antes de 1956 y prolonga y recrea la existencia y la obra dramática de otros. Así, en la «Lista de lo señores académicos de número en 1 de enero de 1957», Aub une en un tiempo-espacio ficticio y utópico a escritores ya fallecidos (Federico García Lorca, Miguel Hernández, Manuel Altolaguirre); a los exiliados tras la guerra (Rafael Alberti, Luis Cernuda, Juan Larrea, Francisco Ayala, José Moreno Villa) y a los que permanecieron en España (Ernesto Giménez Caballero, José María Pemán, Gerardo Diego); a los más viejos (Juan Ramón Jiménez) y a los más jóvenes (Blas de Otero, Luis Felipe Vivanco, Miguel Delibes); a filósofos, a historiadores de la literatura y a musicólogos de dentro y de fuera (Xavier Zubiri, Emilio García Gómez, Américo Castro, José María de Cossío, Melchor Fernández Almagro, Antonio Rodríguez Moñino, Rafael Lapesa, Adolfo Salazar); a catalanes, gallegos y vascos (Carles Riba, Ramón Castelao, Telésforo de Monzón), y por supuesto, a él mismo, que ocupará simbólicamente el puesto dejado por Ramón del Valle-Inclán, y a su gran amigo Juan Chabás, a quien corresponde el discurso de recepción. Evidentemente, Max Aub nunca fue nombrado académico, nunca pronunció ese discurso de ingreso, que es, de hecho, un ensayo de historiografía teatral (la gran pasión de Aub, como la de Cervantes, fue el teatro: fue secretario del Consejo Central del Teatro Español durante la República y a él se debe el «Proyecto de Estructura para un Teatro Nacional y Escuela Nacional de Baile», presentado en mayo de 1936 al entonces presidente de la República Manuel Azaña). Ahora bien, tal invención histórica se presenta como ficción verosímil, que se extiende a todos los planos de la creación literaria (datos de impresión, discurso de ingreso, contestación –en parte también apócrifa– de Chabás20 y lista de los señores académicos). El sentido de este «juego pseudo-académico» es sumamente revelador, pues muestra la gran pérdida literaria y humana que la Guerra Civil y sus nefastas consecuencias produjeron en la cultura española. Además, Aub reconcilia, es decir, hace que convivan esas dos Españas (la del exilio y la del interior) en el espacio quimérico de su obra21. La creación de nuevas ficciones históricas caracteriza también uno de los más famosos relatos de Aub, La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco (en La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos, México, Libro Mex Editores, 1960)22. En esta obra, se describe el contraste entre las costumbres y formas de vida de los mexicanos y los exiliados españoles. Éstos organizan de nuevo su vida en un país ajeno como si fuera propio; crean una España

19 En realidad se trata de una edición del autor que la crítica fecha en México en 1971 (véase G. Malgat, op. cit., p. 385). En España se publicó en Triunfo II (1972), pp. 59-69. M. Aub, El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo, J. Pérez Bazo (ed.), Segorbe, Archivo-Biblioteca «Max Aub», 1993. Véase J. Rodríguez Pulertolas, «Max Aub en la Academia Española», República de las Letras 75 (2002), pp. 39-50. 20 Chabás había muerto en el exilio cubano en 1954. Su ficticia contestación reproduce, con variantes mínimas, las páginas que dedica a Aub en Literatura española contemporánea (1989-1950). Véase la edición de Javier Pérez Bazo, con la colaboración de Carmen Valcárcel, Madrid, Verbum, 2001, pp. 641-652. 21 Antonio Muñoz Molina dedicó en junio de 1996 su discurso de ingreso en la Real [ahora lo es] Academia Española al discurso apócrifo de Aub. 22 Publicado en la recopilación Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico, cit. Tambien Segorbe, Fundación Max Aub, 2001 (incluye CD con la voz de Aub).

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ficticia dentro de México. Se reúnen en los mismos cafés y allí crean tertulias, hablan a voces, llaman a los camareros a gritos, discuten, se impacientan, revolucionan a todos con sus partidos, subdivisiones y apreciaciones políticas, se acusan unos a otros de haber perdido la guerra: Todo cambió a mediados de 1939: llegaron los refugiados españoles. Varió, ante todo, el tono: en general, antes, nadie alzaba la voz y la paciencia del cliente estaba a la medida del ritmo del servicio. Los refugiados, que llenan el café de la mañana a la noche, sin otro quehacer visible, atruenan: palmadas violentas para llamar al «camarero», psts, oigas estentóreos, protestas, gritos desaforados, inacabables discusiones en alta voz, reniegos, palabras inimaginables […]. Sufrió el éxodo ajeno como un ejército de ocupación. […] Hasta ese momento, las tertulias habían sido por oficios u oficinas, sin hostilidad de mes a mesa. Los españoles –como de costumbre, decía Medardo– lo revolvieron todo con sus partidos y subdivisiones sutiles […]: de cómo un socialista partidario de Negrín no podía hablar sino mal de otro socialista, si era largocaballerista o «de Prieto», ni dirigirle la palabra, a menos que fuesen de la misma provincia; de cómo un anarquista de cierta facción podía tomar café con un federal, pero no con un anarquista de otro grupo y jamás –desde luego– con un socialista, fuera partidario de quien fuera, de la región que fuese23.

Todo esto perturba al camarero del café Español, Ignacio Jurado, que, como solución a los problemas de su lugar de trabajo, decide viajar a España y acabar con Franco para que vuelva la tranquilidad a su café. El acto de Ignacio Jurado podría muy bien unirse a la galería de homicidios ejemplares: Ignacio Jurado […] no aguanta más. […] Tras tanto oírlo, no duda que la muerte de Francisco Franco resolverá todos los problemas –los suyos y los ajenos hispanos– empezando por la úlcera. […] Lo que los anarquistas españoles –que son millones al decir de sus correligionarios– son incapaces de hacer, lo llevará a cabo. Lo hizo»24. El protagonista, después de cometer el atentado y de recorrer algunos países europeos, regresa a México y allí se encuentra con la sorpresa de que no sólo no se han ido los exiliados españoles, que se encuentran ya adaptados al país, sino que a ellos se les han unido los falangistas después de haberse promulgado la Tercera República. El título del relato resalta otro de los aspectos fundamentales de la obra aubiana, la insistencia en utilizar términos como «verdadera» o «cierta» para reforzar la verosimilitud y hacer creer al lector su mentira como «verdad» literaria25.

La ficción histórica se proyecta también hacia el futuro, como se puede comprobar en otro cuento de Aub, muy poco conocido, titulado Proclamación de la Tercera República Española26; texto que, de alguna manera, traduce su desengaño ante una España que no reconoce y que no le reconoce27. Tras volver a México, después de pasar unos meses en España, el protagonista del relato, Pedro Fernández, cuenta a su amigo Orozco cómo los españoles no muestran ningún in23

Cito por la edición incluida en ibid., pp. 413-414. Ibid., p. 420. 25 Véase D. Cuenca Tudela, «La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco o la ficción y la realidad en la obra de Aub», Actas del Congreso sobre «Max Aub y el Laberinto español», cit., pp. 545-558. 26 Levante, Castellón, 28 de agosto de 1991, p. 21. Véase M.a P. Sanz Álvarez, La narrativa breve de Max Aub, tesis doctoral, Madrid, UCM, 2001, pp. 358 y 467. 27 La gallina ciega (México, Joaquín Mortiz, 1971) es sin duda el mejor ejemplo de esa decepción, de ese viaje –nunca vuelta– a España en 1969. Edición, estudio, introducción y notas de M. Aznar Soler, Barcelona, Alba, 1995. 24

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terés por la política, sólo les interesa el fútbol y los toros. Para ellos, El Cordobés es más importante que Franco. Al amigo le toca la lotería, viaja a España y convence al apoderado del torero para que después de cada corrida éste grite: «¡Viva la República!». Las ideas republicanas se extienden por toda España, hasta el punto de que Franco debe escapar a Portugal. Entonces se proclama la Tercera República española en Palma del Río: El gobierno lo formaron, a medias, jugadores del Madrid, del Barcelona y del Atlético de Bilbao, y la otra mitad: El Viti, Ordóñez, El Pireo, Paco Camino y Joselito Huerta (para demostrar la simpatía y el reconocimiento del pueblo español por México). Como es natural, El Cordobés fue nombrado Presidente de la República.

Estos tres últimos textos citados establecen precisamente un puente entre la literatura lúdica de Aub y la comprometida, por cuanto reconstruyen la historia convirtiéndola en ficción; acercan al lector a cómo fue y también pudo ser y no fue. A través de este haber sido y no sido, de esta ficcionalización, de esta invención imaginaria de la historia, la mantiene viva en la memoria colectiva, proponiendo nuevos ángulos, nuevos acercamientos a lo que supuso la posguerra y el exilio para algunos españoles. En todas estas obras, para que la ficción sobrepase los límites de la realidad y consiga carácter verdadero, se ofrece una mezcla de personajes reales e imaginarios, «tan ciertos los unos como los otros», como dijo Aub de los personajes de Galdós.

Las más-caras aubianas Las falsificaciones, sátiras, bromas, mistificaciones y parodias se proyectan, en tercer lugar, en los juegos de autoría, los disfraces y las más-caras aubianas28. La identidad del autor aparece constantemente diluida, fragmentada, reflejada y multiplicada prismáticamente en otros personajes ficticios. Entre ellos se encuentra el protagonista de su primer tríptico novelesco, el escritor fracasado Luis Álvarez Petreña29, que perteneció –igual que Aub– a una generación truncada por la guerra. Las confesiones de Petreña se ven frecuentemente contaminadas por la intervención de Aub como editor-autor-narrador e incluso personaje de su propia obra, que conversa con Petreña en un hospital londinense30.

28 Sobre la identidad y las máscaras pueden verse los trabajos de A. Carreño, La dialéctica de la identidad en la poesía contemporánea: La persona, la máscara, Madrid, Gredos, 1982; «Antología traducida de Max Aub: la alegoría de las máscaras múltiples (I)», Ínsula 406 (1980), pp. 1 y 10; «Las otras más/caras de Max Aub: Antología traducida (II)», Ínsula 569 (1994), pp. 8-10; «Hacia una morfología de personae y máscaras: el caso de Max Aub», Actas del Congreso sobre «Max Aub y el Laberinto español», cit., pp. 137-156. 29 Vida y obra de Luis Álvarez Petreña, Barcelona, Miracle, 1934; México, Joaquín Mortiz, 1965, 1.a ed. completa. Reediciones en Novelas escogidas, México, Aguilar, 1970, con prólogo de M. Tuñón de Lara; y a cargo de M. Á. González Sanchís et al., Segorbe-Córdoba, Ayuntamiento-Universidad, 1993. 30 Véase J. Oleza, «Max Aub entre vanguardia, realismo y posmodernidad», Ínsula 569 (mayo 1994), pp. 1-2 y 27-28; y del mismo autor, «Luis Álvarez Petreña o la tragicomedia del yo», Actas del Congreso sobre «Max Aub y el Laberinto español», cit., pp. 93-122. También A. Carbonell, «La ficción de los géneros referenciales en Luis Álvarez Petreña», Actas del Congreso «Max Aub y el Laberinto español», cit., pp. 425-432; y V. Tortosa, «Un caso español de autobiografía, la autobiografía de ficción: Luis Álvarez Petreña de Max Aub», Escritura autobiográfica. Actas del II Seminario Internacional de Semiótica literaria y teatral, Madrid, Visor, 1993, pp. 339-406.

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De igual manera se enmascara Aub en Manuscrito cuervo: Historia de Jacobo (en Cuentos ciertos, México, Antigua Librería Robredo, 1955)31. El relato se presenta como un manuscrito traducido del «lenguaje corvino» por un tal Aben Máximo Albarrón (deformación arabizante de Max Aub, que recuerda al autor del manuscrito que dice traducir Cervantes, Cide Hamete Ben Engeli). Albarrón traduce el «riguroso» informe de Jacobo, investigador cuervo, sobre la conducta de los seres humanos internados en el campo de concentración de Le Vernet, en el sur de Francia, para «aprovechamiento de su especie»32. Aub prolonga de manera especular la invención, puesto que el manuscrito es editado por J. R. Bululú33, quien lo encontró en una de sus maletas al salir del campo. Además, el editor agradece irónicamente al ministro del Interior del Gobierno socialista (Roy-Edouard Daladier) el que haya podido editar el manuscrito gracias a sus dos internamientos en Le Vernet: permitiéndole el hallazgo del manuscrito (al abandonar el campo la primera vez) y disponer de tiempo para estudiarlo (durante el segundo internamiento): Doy las más expresivas gracias a su Excelencia, monsieur Roy, ministro del interior, socialista como yo, que en 1940 tuvo a bien ayudarme a dar con el manuscrito y me proporcionó tiempo y solaz necesario, y aún alguno más, para descrifrarlo34.

Max Aub fue denunciado en 1940 por «comunista y revolucionario de acción» con una nota anónima entregada al embajador español en París; detenido el 5 de abril, fue trasladado primero al campo de Roland Garros y posteriormente al de Le Vernet, donde permanecerá hasta el 21 de noviembre, fecha en que es puesto en libertad bajo arresto domiciliario en Marsella. No obstante, diversos informes contra Aub y la sombra de la primera denuncia y detención siguen planeando sobre su vida. Y así, el 5 de septiembre de 1941 es detenido y enviado de nuevo al campo de Le Vernet, de donde sería conducido en las bodegas del Sidi-Aicha35 al campo argelino de Djelfa, donde permanecerá hasta enero de 1942. Los informes policiales que insistían en su actividad política «como militante revolucionario peligroso» le impedirán años después, en 1951, viajar a Francia para ver a sus padres: Ya sé que estoy fichado, y que esto es lo que cuenta, lo que vale. Que lo que diga la ficha sea verdad o no, lo que importa, lo que entra en juego. Es decir, que yo, mi persona, lo que pienso lo que siento, no es la verdad. La verdad es lo que está escrito. Claro que yo, como escritor, debiera comprenderlo mejor que nadie. Es decir, que lo que vive de verdad son los personajes y no las personas. Miguel de Unamuno lo sostuvo elocuentemente. Yo, Max Aub, no existo: el que vive es el

31 Recogido en Enero sin nombre, cit. Existe reedición a cargo de José Antonio Pérez Bowie en Segorbe-Alcalá de Henares, Fundación Max Aub-Universidad, 1999, con epílogo de José María Naharro Calderón. Véanse J. Pont, «Erudición y sátira en el Manuscrito Cuervo de Max Aub», en À. Santa (comp.), Literatura y Guerra Civil, Barcelona, Estudi General de Lleida, PPU, 1988, pp. 53-58; V. de Marco, «Historia de Jacobo: la imposibilidad de narrar», Actas del Congreso sobre «Max Aub y el Laberinto español», cit., pp. 559-567. 32 Los españoles fueron los primeros en ocupar esos «centros de acogida» del Gobierno francés, a los que se incorporarían poco después los refugiados de los países europeos. Véase G. Malgat, op. cit. 33 Bululú era el farsante que recorría los pueblos representando comedias, loas o entremeses; él solo interpreteba los diferentes papeles mudando la voz. 34 Cito por el texto incluido en Enero sin nombre, cit., p. 179. 35 El Sidi-Aicha transportaba ganado. El buque inspirará la gran tragedia de Max Aub, San Juan, M. Aznar Soler, edición, prólogo y notas, Valencia, Pre-Textos, 1998.

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peligroso comunista que un soplón denunció un día, supongo que por justificar su sueldo. Ése soy yo, y no yo, Max Aub, ese que yo conozco y con quien estoy hablando, y que con el mayor respeto le escribe. Tal vez lo esté haciendo con una pequeña esperanza de que este Max Aub de papel que le presento pueda vencer al otro de cartoncillo que tiene fichado la policía. […]. Todo inmundo bajo el imperio de la policía, de la denuncia, de la delación, del soplo, de la calumnia, de la falacia, de la murmuración, de la falsedad, de viles testimoniegos, del atribuir, del achacar. Por lo menos, para los delitos comunes, se exigen pruebas. Pero aquí no: basta el aire36.

En Manuscrito cuervo: Historia de Jacobo, Aub utiliza toda una serie de elementos desrealizadores y distanciadores para ofrecer una visión distorsionada, pero también amarga, dolorosa y cruda, de su experiencia en el campo de concentración de Le Vernet, donde estuvo recluido dos veces; es decir, transforma sus vivencias en ficción literaria (tal como hiciera Cervantes en Los tratos de Argel)37. Entre todos los juegos de identidad, destacaré especialmente la biografía ficticia de Jusep Torres Campalans, ese olvidado pintor cubista, amigo de Picasso y exiliado en México (Jusep Torres Campalans, México, Tezontle, 1958)38. Aub estructura la biografía de Campalans en siete partes o capítulos, con los que pretende ofrecer una perspectiva múltiple de la vida y las obras del pintor. A través de ese puzzle narrativo, esconde y disemina la figura de Campalans; se suprime la figura por la figuración; se ve y recompone al personaje biografiado desde una perspectiva cubista, desde una visión poliédrica y descompuesta de la realidad, que consiste, en palabras del autor, en «meter una bomba en el objeto y que estalle. Pintarlo entonces. Pero desde cualquier ángulo. (Que lo reconstruya el que pueda)»39. Ahora bien, ¿qué hay de mentira, de engaño, en la biografía de este desconocido pintor? Prácticamente todo. Porque Jusep Torres Campalans es un artista fantasma. Max Aub lo inventa, es decir, lo crea; inventa también su biografía; inventa su familia y su amistad con Picasso; inventa los testimonios de amigos que le conocieron; inventa los artículos de crítica de arte sobre él; y finalmente inventa, es decir, pinta, los cuadros atribuidos a Jusep Torres Campalans40.

36 Carta de Max Aub a Vicente Auriol, presidente de la República francesa, ante la negativa de concederle el visado de entrada en Francia para poder ver a sus padres. Apud Max Aub, Hablo como hombre; ed., introd. y notas de Gonzalo Sobejano, Segorbe, Fundación Max Aub, 2002. 37 Véase J. M.a Naharro-Calderón, «De «Cadahalso 34» a Manuscrito Cuervo: el retorno de las alambradas»; epílogo a la edición de Manuscrito cuervo: Historia de Jacobo, cit., pp. 183-255. Aub da cuenta de la experiencia de Djelfa en el poemario Diario de Djelfa, 1941-1942 (México, Unión Distribuidora de Ediciones, 1944); ed. de X. Candel, Valencia, Edicions de la Guerra & Café Malvarrosa, 1998. 38 Reediciones: Barcelona, Lumen, 1970; Madrid, Alianza, 1975; Barcelona, Plaza & Janés, 1985; Segorbe, Fundación «Max Aub», 1999. 39 Cito por Jusep Torres Campalans, ed. de 1958, cit., p. 197. 40 Es muy numerosa la bibliografía sobre Jusep Torres Campalans, por lo que, a continuación, citaré tan sólo algunas monografías o artículos escogidos: J. L. Cano, «Max Aub, biógrafo: Jusep Torres Campalans», Ínsula 288 (1970), pp. 89; G. Siebenmann, «Max Aub, inventor de existencias. (Acerca de Jusep Torres Campalans»), Ínsula 320/321 (1974), pp. 10-11; F. Agramunt i Lacruz, «Max Aub y los artistas: a propósito de su novela Jusep Torres Campalans», Valencia Atracción 545 (1980), pp. 16-17; D. Fernández Martínez, La imagen literaria del artista de vanguardia en el siglo XX: Jusep Torres Campalans, 2 vols., tesis doctoral, Madrid, UCM, 1994, C. Valcárcel, «La invención creadora de Max Aub en Jusep Torres Campalans», Mundos de ficción. Actas del VI Congreso Internacional de la Asociación Española de Semiótica, Murcia, Universidad, 1996, pp. 1511-1520; P. Sáenz, «Ambigüedad, ficción y metaficción en Jusep Torres Campalans», Actas del Congreso sobre «Max Aub y el Laberinto español», cit., pp. 488-494; y A. Saura, «El pintor imaginario», Max Aub: 25 años después, Madrid, UCM, 1999, pp. 91-110.

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Sin embargo, Aub presenta e impone su ficción en todo momento como realidad, su mentira como verdad, igualándose así al escritor y a la obra a la que rinde homenaje: a Cervantes y el Quijote. Con este «Quijote chiapaneco», lo que intenta Max Aub no es tanto imaginar ficticiamente a un pintor (por otra parte, álter ego pictórico del propio escritor), sino más bien desmitificar la figura del artista y de su obra, sobre todo para reflexionar sobre la creación y la reproducción, el genio y sus imitadores, el original y el duplicado en la época moderna.

El juego con los juegos La ficción de Aub sobre Campalans no acaba en la biografía del pintor, sino que se prolonga de manera especular en otra ficción, en las epístolas-naipes de Juego de cartas (México, Alejandro Finisterre, ca. 1964), ilustradas por el inexistente genio catalán, y que caracteriza el juego aubiano con los juegos. Con esta curiosa baraja literaria, Aub trata de conseguir que la forma, la estructura, la configuración del texto, responda literalmente a la misma realidad de la que se está hablando. De esta manera, Juego de cartas se crea de la unión de los conceptos de juego («grupo de cosas que se combinan juntas» y «ejercicio o actividad mental para divertirse») y de cartas («naipes» y «epístolas»), dando lugar a una insólita novela-baraja o novela de naipes, en la que la ficción narrativa se ofrece al lector en un conjunto de cartulinas guardadas en su correspondiente funda de cartón, con las que se puede jugar una partida-lectura41. Cada una de las cartulinas reproduce por una cara los originales pictóricos realizados por Jusep Torres Campalans para la obra, que recrean los palos de la baraja española y francesa (bastos-rombos, oros-picas, copas-corazones y espadas-tréboles) y al dorso, los textos epistolares, en los que los diferentes narradores van escribiendo –al escribirse entre ellos– la biografía de Máximo Ballesteros, el único personaje ausente de la novela, muerto de forma repentina: ¿trombosis coronaria?, ¿suicidio?, ¿asesinato? Tampoco debemos descartar en la composición e interpretación de la obra una posible escrilectura, en la que se puede sustituir a Máximo por Max. Aub altera en Juego de cartas las relaciones entre autor-libro-lector, al desdoblar los personajes en remitentes, destinatarios o referentes de las epístolas, al convertir al personaje principal en voz ausente, la novela en baraja, la escritura en azar. La obra se plantea como una invitación a la lectura-creadora, a la interpretación personal de cada jugador-lector, que retratará e imaginará a su propio Máximo Ballesteros; lo cual no es ni más ni menos que una nueva reflexión sobre la identidad: «no te preocupes: uno es como es y nadie sabe cómo» (Sota de bastos-rombos azul). Este juego sobre el juego culmina con Algunas trampas (El Urogallo 3 [1970], pp. 5-10)42, una serie de pensamientos o aforismos sobre el juego y los juegos: 41 Véanse C. Valcárcel, «Los juegos y las cartas: aspectos lúdicos en la composición e interpretación de Juego de cartas de Max Aub», Paisaje, juego y multilingüismo, Actas del X Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, Santiago de Compostela, Universidad, 1994, pp. 269-288; M. Á. González Sanchís, «Una lectura cubista en la obra de Max Aub: Del Laberinto mágico al Juego de cartas», en R. M.a Grillo Napoli (ed.), La poetica del falso: Max Aub tra gioco ad impegno, Napoli, Edizione Scientifiche Italiane, 1995; N. Santiáñez Tió, «Max Aub, homo ludens», en M. Aznar Soler (ed.), El exilio literario español de 1939. Actas del I Congreso Internacional, Barcelona, Gexel, 1998, pp. 187198; y M. Marañón, «De lo fragmentario en una obra abierta: el retrato de Máximo Ballesteros en el Juego de cartas de Max Aub», Hesperia: Anuario de Filología Hispánica 4 (2001), pp. 73-100. 42 Véanse M.a P. Sanz Álvarez, cit., pp. 345-349 y 448-457 y «Los relatos olvidados de Max Aub», en A. Alted y M. Llusia (eds.), cit., pp. 337-349.

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Las revoluciones modernas acaban con la ruleta y favorecen el ajedrez. La conquista del Oeste está ligada al póker. El Can-Can y el bacará con la revolución industrial. Cristo con los dados. Los ingleses con el bridge. Dostoyevski y los novelistas rusos con cualquier azar. Balzac con el whist. Los españoles y los demás levantinos con el dominó. Los chinos con el mah-jong. Los niños con la lotería y la oca. Las solteronas y los generales son los solitarios. Yo contigo. Antes de que le colgaran, le dijo a su compadre: —¿Te acuerdas de que cuando jugábamos al ahorcado siempre te ganaba? El ajedrez es juego perverso: desarrolla los malos instintos. Es juego de militares, de estrategas. Estratega: estratagema con tal de no dejar ni rastro del adversario. Las damas son un juego lúbrico: trátase de atravesar para coronar. El gordo inmisericorde se come al chico; a la dama, el peón.

En estas reflexiones sobre el juego, Aub vuelve a insistir en la importancia de la trampa, de la mentira, de la falsedad, de la ocultación, del disimulo, del embuste, del artificio, de la astucia, de la finta, de la invención, de la maulería, de la picardía, de la añagaza, de la treta, del fingimiento…; porque, al fin y al cabo, hacer trampas para ganar, sean éstas literarias o no, «no es engañar bobos sino listos». Poética lúdica que ya había expuesto en Jusep Torres Campalans: Mentir, pero no ser mentiroso. No engañar a nadie. Ofrecer, para quien bien lo quiera; encubrir la intención, no esconderla. No creer jamás que los demás son bobos, al contrario: decir para iguales. Si se junta lo supuesto verdadero con lo falso, dar pistas, dejar señales 43.

A pesar de esa sensación de confusión permanente, de salto continuo entre la verdad y la mentira, de juego entre lo real y lo imaginario, la obra de Aub crea un espacio de extraordinaria coherencia interna. A través del perspectivismo, la ironía y el distanciamiento, Aub refleja un mundo inaprensible, confuso y lábil; reproduce una realidad fragmentada y poliédrica; pone en duda las convenciones y formalismos literarios; reflexiona sobre el papel del escritor y el lector, de la literatura y la vida; difumina y cuestiona la solidez de la identidad, la propia y la ajena. Se trata, a mi juicio, de una escritura en la que la memoria y la imaginación adquieren, por su crítica radicalidad, un carácter transgresor, rebelde y subversivo, que se sitúa en el centro del compromiso ético e intelectual de Aub con los conflictos históricos, ideológicos y estéticos de sus coetáneos, y con la hondura, contradicciones, dudas… en una palabra, complejidad, del ser humano.

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M. Aub, Jusep Torres Campalans, cit., p. 230.

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Exilios en Puerto Rico: un mundo polifacético CARMEN VÁSQUEZ Université de Picardie Jules Verne, Centre d’Études Hispaniques d’Amiens

A la memoria de Jorge Enjuto. Yo sé que estoy unido a un destino de Puerto Rico, a un destino ineludible y verdadero. Juan Ramón Jiménez

Muchos han considerado que la acogida que Puerto Rico dio al exilio español republicano fue, con la de México, una de las más consecuentes y calurosas de toda América Latina. Esta solidaridad hizo posible que la situación de los exiliados haya sido menos difícil. No obstante, puede afirmarse que, sin lugar a dudas, la relación entre los españoles y los puertorriqueños fue francamente recíproca y digo esto porque cuando ellos llegaron a la isla, no sólo llegaron con su inmensa cultura, sino también con el deseo de transmitir sus conocimientos, de compartirlos generosamente con sus nuevos amigos. La reciprocidad entre los exiliados y los puertorriqueños se deja sentir aún en estos comienzos del siglo XXI. Para entender esta relación recíproca es preciso evocar algunos aspectos de la historia académica puertorriqueña, porque el quehacer de los exiliados españoles en la isla está profundamente asociado a ella. Veamos. En 1903 se fundó la Universidad de Puerto Rico1. A medida que ésta se fue desarrollando llegaron profesores a enseñar en ella. Estos profesores enseñaban en inglés. Provenían de los Estados Unidos, país que desde el final de la guerra hispanoamericana de 1898, había tomado control de la última isla, con Cuba, de las colonias españolas en América. La enseñanza se hallaba así confiada a profesores de lengua inglesa, y esto no solamente se refería a la universitaria, sino también a la primaria y a la secundaria. Así se impuso el conocimiento de la lengua española a todos los sectores educativos. Y así se concibió la creación de un departamento en el que se en-

1 L. Rivera Díaz y J. G. Gelpí, «Las primeras dos décadas del Departmento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico: ensayo de Historia Intelectual», en C. Naranjo, M.a D. Luque y M. A. Puig-Samper (eds.), Los lazos de la cultura: El Centro de Estudios Históricos de Madrid y la Universidad de Puerto Rico, 1916-1939, Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras y CSIC, Instituto de Historia, Madrid, 2002, pp. 191-235.

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señara el español, tanto para los puertorriqueños, que eran naturalmente de lengua hispana, sino también para los pedagogos, a todos los niveles, que eran de lengua inglesa. De ahí la relación que se estableció con el Centro de Estudios Históricos, dirigido entonces por don Ramón Menéndez Pidal, con él y con algunos de sus discípulos y asociados, como Tomás Navarro Tomás, Américo Castro y Federico de Onís. Ya en la década de los veinte algunos de éstos visitaron la isla. Y si Américo Castro no pudo venir en el verano de 1924, sí pudo Tomás Navarro Tomás enseñar en el verano de 1925 y Federico de Onís en 1926, cuando se creó el Departamento de Estudios Hispánicos. Para tener una idea de lo que fue entonces el Departamento de Estudios Hispánicos, se puede señalar que en el año académico 1927-1928 Onís enseñó Literatura del Renacimiento mientras que Navarro Tomás se ocupó de la épica y de la lengua de Puerto Rico como tal. Habrá repercusiones sobre este último tema veinte años después con la publicación de El Español en Puerto Rico: Contribución a la geografía lingüística hispanoamericana2. Por su parte, algunos puertorriqueños estudiaron en el Centro de Estudios Históricos, entre ellos Rubén del Rosario y Margot Arce. Esta última en la primera edición de su tesis, Garcilaso de la Vega: Contribución al estudio de la lírica española del siglo XVI, escribió en 1930: Cumplo con un gustoso deber manifestando aquí, en la primera página de este trabajo, mi gratitud a la Sociedad Cultural Española de San Juan de Puerto Rico y a la Junta de Relaciones culturales del Ministerio del Estado español, que tan generosamente me proporcionaron los medios de completar mis estudios en España. Asimismo tengo que agradecer al Centro de Estudios Históricos la afectuosa acogida que me ha dispensado, y las facilidades y aportaciones que en todo momento recibí de sus distinguidos miembros, y muy especialmente a D. Tomás Navarro Tomás, erudito comentador de Garcilaso, y de D. Américo Castro, que tanto en la cátedra como fuera de ella, orientó y dirigió con certeras y luminosas indicaciones mi labor. Por último, he de dar las gracias a D. Homero Serís por haber leído y corregido las pruebas de este libro. Sin la valiosa cooperación de todos me hubiera sido imposible realizar el presente estudio de la obra de Garcilaso de la Vega3.

Para esta época también, estamos en 1928, se funda la que será la célebre Revista de Estudios Hispánicos, siempre bajo la dirección de Federico de Onís. La revista sigue hoy publicándose con el mismo rigor que mostró desde sus comienzos. Todo esto nos indica que los lazos entre los intelectuales españoles y Puerto Rico no se iniciaron a partir del comienzo de la Guerra Civil, es decir, de julio de 1936. Resulta pues lógico que desde el comienzo de ese triste periodo, la isla le abriera sus puertas a sus amigos peninsulares. Así, entre 1940 y 1942 comenzó la primera ola de exiliados. Según Jaime Benítez, rector de la Universidad en Río Piedras a partir de 1942, el momento fue único en la historia de la educación superior puertorriqueña: Luego de ser nombrado rector (en 1942), invitamos a formar parte del claustro de nuestra universidad a los profesores Alfredo y Aurelio Matilla, Javier Malagón, Segundo Serrano Poncela, Vi-

2 El español en Puerto Rico: contribución a la geografía lingüística hispanoamericana, por Tomás Navarro, profesor de Filología Española en Columbia University, Río Piedras, P. R. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1948. 3 M. Arce de Vásquez, Garcilaso de la Vega: contribución al estudio de la lírica española del siglo XVI, cit., p. 6.

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cente Herrero, Eugenio Granell, el escultor de Compostela, Vicente Llorens, entonces en Santo Domingo. A este grupo inicial de españoles habrían de sumarse más adelante María Zambrano, María y Mercedes Rodrigo, Fernando de los Ríos, Francisco Ayala, Juan Ramón Jiménez, Enrique Tierno Galván, Francisco García Lorca, José Medina Echevarría, José Ferrater Mora, Manuel García Pelayo, Pedro Salinas, Cristóbal Ruiz, José Gallego Díaz, Carlos y Juan Marichal, Luis Santillana, Jorge Guillén, el pintor Vicente y tantos otros. Desde México vinieron a dictar cursos cortos y conferencias José Gaos, León Felipe, Max Aub, entre otros. El pinto español José Vela Zanneti formó parte del primer grupo…4.

Así pues, fueron tantos los intelectuales y artistas españoles exiliados en Puerto Rico que es prácticamente imposible exponer aquí la inmensa labor que hicieron para enriquecer la vida cultural del país. Por tal razón, hemos decidido limitar nuestra exposición a algunos de los más significativos, mencionando aportes específicos asociados a publicaciones y escritos u otras actividades culturales y pedagógicas, cuyos empeños transformaron nuestro quehacer cultural y cuyas huellas puedan verse aún hoy de manera palpable. Mencionaremos brevemente las estadías de Pedro Salinas, María Zambrano, Juan Ramón Jiménez, Francisco Ayala y Federico de Onís. De la generación más joven, hablaremos de Aurora de Albornoz y de Jorge Enjuto, a cuya memoria dedicamos este breve trabajo. Finalmente mencionaremos otros artistas y músicos, entre los cuales Pablo Casals es, sin lugar a dudas, el más significativo. La estadía de Pedro Salinas en Puerto Rico, si bien relativement breve, fue también sin duda memorable. Hay quienes dicen que fue legendaria. Salinas llegó a Estados Unidos en 1936 y comenzó a enseñar en Wellesley College. Luego, en 1940, obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura españolas en la Universidad de Johns Hopkins. En 1942 obtuvo una licencia sin sueldo (leave of absence) para ir a impartir cursos en la Universidad de Puerto Rico5. Jaime Benítez acababa de ser nombrado rector y deseaba rodearse de una pléyade de intelectuales españoles que pudieran darle lustre a la universidad y Salinas era uno de ellos, un gran poeta y un profesor universitario de alta reputación. Como escribió Joaquín González Muela, en Puerto Rico, Salinas «se enamoró de la tierra, del mar y de las gentes y fue feliz»6. Allí ciertamente fue reciprocado, si juzgamos por la diversidad de actividades en la que participaba y la gran cantidad de amigos que frecuentaba. Salinas asistía a las tertulias en casa de Nilita Vientós Gastón. Esta abogada, literata y directora de revistas, para solamente nombrar algunas de sus funciones y quehaceres, formaba parte de la Asociación de Mujeres Graduadas de la Universidad de Puerto Rico y fue elegida directora de la revista que esta asociación debía publicar. En 1945, Nilita –como todo el mundo siempre la llamó– lanzó la revista de esta asociación. Teniendo pleno conocimiento del futuro que dicha publicación iba a tener, Salinas se interesó en ella, hasta el punto de otorgarle su título. Cuarenta años después, en 1985 Nilita escribió sobre la fundación de la revista, señalando certeramente el origen de éste, Asomante:

4 J. Benítez, «La Universidad de Puerto Rico y el exilio español», Cincuenta años de exilio español en Puerto Rico y el Caribe:1939-1989, Memorias del Congreso conmemorativo celebrado en San Juan de Puerto Rico, A Coruña, Ediciós do Castro, 1991, pp. 61-68. 5 Contemporary Spanish Poetry, Selection from Ten Poets, E. L. Turnbull (trad.), Baltimore, Johns Hopkins Press, 1945. 6 P. Salinas, La voz a ti debida / Razón de Amor, J. González Muela (edición, introducción y notas), Madrid, Clásicos Castalia, 1969, p. 11.

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Estimo importante explicar el curioso título Asomante. Fue sugerido por quien más ayudó, y quien más fe tuvo en que era una empressa posible: Pedro Salinas. Se adoptó por ser el participio activo del verbo «asomar» –vocablo tan preñado de contenido– y el nombre de un cerro de nuestro país «la cuesta del Asomante», un sitio puertorriqueño del cual puede divisarse mucho mundo7.

Además, Salinas escribió en Puerto Rico sobre temas esenciales pertenecientes a la muy problemática cuestión de la identidad cultural puertorriqueña. Así leyó el discurso de graduación del año 1944, en el anfiteatro de la universidad. Tu título: Aprecio y defensa de la lengua. El tema no podía ser de mayor actualidad. Igualmente compuso un libro de poemas sobre el mar puertorriqueño: El Contemplado, que fue publicado en México en 1946. El diálogo con el mar en este gran poema refleja sus reflexiones sobre la poética de Paul Valéry, especialmente sobre la problemática expuesta en Le cimetière marin. Esto es algo que puedo afirmar puesto que, una vez, hace muchos años, al querer consultar un libro de crítica sobre Valéry, constaté que Salinas, precisamente en agosto de 1944, había querido consultar el mismo. Se trata de J. de Latour: Examen de Valéry. En todo caso, la fascinación de Salinas con el mar puertorriqueño y el paisaje marítimo que solía observar desde las terrazas del Club AFDA, en El Condado, sector residencial de San Juan, tendrían mucho que ver en esta obra maestra de la poesía de su época. Debemos añadir que para esta época también frecuentaba el mundo universitario y los salones literarios particularmente el de Nilita Vientós Gastón y la filósofa María Zambrano. Como José Luis Abellán lo ha consignado, Zambrano osciló entre Cuba y Puerto Rico entre 1940 y 19458. Ya en los primeros momentos de esta estadía publicó un ensayo titulado Isla de Puerto Rico (Nostalgia y Esperanza de un Mundo Mejor), en La Habana en 1940. No solamente en estos años, sino que también después, la filósofa publicaría en Asomante y, luego, en La Torre, revista de cuya fundación y quehacer hablaré posteriormente. Igualmente sucede con Fernando de los Ríos. Como sus amigos y coetáneos visitó la isla, como visitó tantos otros países de América Latina. Ya había sido invitado a impartir cursos de verano en la universidad en 1927. Solamente pudo hacerlo durante el verano de 1943. El título del curso fue: Interpretaciones contemporáneas del estado. Según Virgilio Zapatero, el curso abordaba: 1) La concepción romántico-histórica del Estado y otras fórmulas conservadoras. 2) Interpretación demoliberal de la noción del Estado. 3) La fórmulas nacionalistas de la nación liberal. El mito de la nación autoritaria. La interpretación económica del Estado y sus consecuencias para la estructura política9.

Unos exiliados partieron y otros llegaron. Así llegó Francisco Ayala a Puerto Rico en 1950. Su estadía en el país duraría hasta 1958. Contrario a los otros exiliados, Ayala no enseñó en el Departamento de Estudios Hispánicos, de la Facultad de Humanidades, sino en la Facultad de Estudios Sociales. Llegó pues como sociólogo. Pero Jaime Benítez y los otros colegas puertorri7 N. Vientós Gastón, Biografía de una revista: Asomante / Sin Nombre (1945-1985), Sin Nombre, vol. XV/1, San Juan, Puerto Rico, 1984, p. 9. 8 J. L. Abellán, María Zambrano: Una pensadora de nuestro tiempo, Barcelona, Anthropos, 2006. 9 V. Zapatero, Fernando de los Ríos: Biografía intelectual, Diputación de Granada, Pre-Textos, 2001, pp. 220, 461 y 479.

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queños y exiliados españoles sabían que era mucho más que eso. Para ellos Ayala era, y sigue siendo hoy, jurista, sociólogo, ensayista, cuentista, novelista, periodista, cronista y profesor de literatura y de sociología. Ayala ha consignado sus quehaceres del exilio en sus memorias y diserta fácilmente sobre esa época que vivió. Ayala se insertó fácilmente en la comunidad universitaria puertorriqueña, aceptando: que aquello, lejos de implicar un sacrificio, iniciaría una etapa muy agradable y fecunda en mi vida. El país me gustó, en efecto; me gustó su gente, y yo debí de caerles bien a ellos, pues el rector de la Universidad, Jaime Benítez, me propuso que me quedara con un contrato permanente para organizar el curso básico de ciencias sociales. Al año siguiente me encomendó la dirección de la editorial universitaria para desarrollar un programa de publicaciones bastante amplio, dentro del cual fundé y puse en marcha una revista, La Torre, que ha sido por varios años la mejor publicación de su género en lengua castellana10.

Si Puerto Rico fue una especie de paraíso intelectual para Ayala, Ayala fue para Puerto Rico un faro certero de rigor y de producción y síntesis del quehacer intelectual. Allí dio lo mejor de sí mismo. Allí reforzó lazos con otros españoles, tanto en el exilio como los que vendrían del interior de España. Sobre todo, allí creó La Torre. Es de conocimiento general que La Torre, Revista General de la Universidad de Puerto Rico fue por varias décadas una de las mejores revistas universitarias de la lengua hispana. El primer editorial no firmado –¿fue Benítez o Ayala o ambos quienes lo escribieron?– en ese primer número detalla su modo de ser: La Universidad de Puerto Rico ha alcanzado ya tal grado que resultaría quizás más adecuado explicar por qué no ha editado hasta ahora una revista semejante. Al publicar La Torre deseamos darle un órgano de expresión intelectual lo suficientemente amplio, y de calidad suficientemente alta, para que pueda ser instrumento de acción espiritual capaz de decir algo significativo a todas las gentes que en amplio mundo se interesan por los problemas vivos de nuestro tiempo. De acuerdo con este propósito, La Torre, sin dejar de ser una revista académica, procurará integrarse en la vida activa y palpitante de la cultura, ajena a beaterías de cualquier especie, aunque tampoco, claro está, deba renunciar nunca al nivel de exigencia y al tono de moderación propios, no ya de una publicación universitaria, sino de toda decente convivencia intelectual. En verdad, aspiramos a propiciar una tarea de examen, de estímulo y de debate cultural análoga a la que en los últimos años, con el concurso de pensadores dentro y fuera de Puerto Rico, hemos venido realizando en al aula universitaria. Sólo que ahora en un plano distinto y ante un público más dilatado. Nuestro país es demasiado pequeño para que no resulten en él simplemente ridículas ciertas manifestaciones de la megalomanía nacionalista cuyos frutos suelen ser de tragedia en tierras más extensas. Esa pequeñez nos impone casi, por dictados de mera prudencia, lo que para otras gentes es un ideal difícil: preocupados por Puerto Rico y sus problemas, debemos, afirmarnos a través de los valores universales, puesto que las actitudes, posiciones y estados de ánimo que se reducen al horizonte actual tienen que sernos, por la exigüidad misma de éste, decididamente insatisfactorios. Así queremos movernos y actuar, y seguir siendo quienes somos, en un mundo abierto (La Torre 1, pp. 11 y 12).

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F. Ayala, Recuerdos y olvidos. 2. El exilio, Madrid, Alianza Editorial, 1983, pp. 126-180.

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La revista se creó a la iniciativa de los editores para celebrar el cincuentenario de la fundación de la Universidad. Como lo he afirmado anteriormente, la lista de sus colaboradores es realmente impresionante y no solamente en lo que a exiliados españoles se refiere, sino también a intelectuales y artistas de reconocimiento internacional. Asimismo contribuyeron a mantener su calidad los más importantes puertorriqueños de los campos de la cultura11. A La Torre regresaré más tarde. En cuanto a la estadía puertorriqueña de Ayala, debe decirse que ésta fue productiva no solamente en cuento a labor intelectual y pedagógica se refiere. También lo fue en el aspecto de la producción creadora. El ejemplo más evidente al respecto es la publicación de su novela Muertes de perro12. En esta novela sobre las dictaduras latinoamericanas, y, sobreentiéndase, sobre la española de entonces también, resaltan numerosos detalles que son referencia directa al quehacer y a la idiosincracia puertorriqueña. Finalmente, Ayala partió para Estados Unidos. Allí enseñó en Bryn Mawr College, y en las Universidades de Chicago y de Nueva York. Continúa su larga y fructífera vida en Madrid. En 1951 Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí llegaron a Puerto Rico para instalarse definitivamente allí. La llegada de tan gran poeta causó furor entre el profesorado y el estudiantado de la Universidad. También en colegios primarios y secundarios de la isla. En Puerto Rico, Juan Ramón escribió y llevó una vida sumamente activa, cuando su mala salud se lo permitía. Mucho, muchísimo se enriqueció Puerto Rico con esta presencia. Entre las innumerables aportaciones de ella podemos señalar la creación de la sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez en la Biblioteca General José María Lázaro. Centro de estudios y de investigación que contiene numerosos manuscritos y documentos del poeta así como otros fondos de poetas e intelectuales amigos suyos. La organización de los documentos, libros y otros efectos personales requirió muchos esfuerzos. Zenobia participó activamente en esta organización. Por deseo suyo y de su marido vino a la isla Ricardo Gullón, amigo de ellos, quien contribuyó enormemente en la organización de la sala. También Gullón escribió dos libros importantes sobre este periodo juanramoniano: Conversaciones con Juan Ramón13 y El último Juan Ramón14. Raquel Sárraga, puertorriqueña, fue eventualmente nombrada directora de la sala. A ella y a Gullón se le deben numerosas publicaciones de textos inéditos depositados en la sala. En 1956 se recibió la noticia de que la Academia sueca había otorgado el Premio Nobel a Juan Ramón. Tanto los exiliados españoles como los puertorriqueños celebraron el insigne honor. Ante la imposibilidad de recibir el premio personalmente, el rector Benítez lo recibió en su nombre. Pocos días depués murió Zenobia Camprubí, para la consternación de muchos. En mayo de 1957 vió la luz un documento singular: Homenaje a Juan Ramón Jiménez. Lleva, sin embargo, la fecha de 1956, es decir, del momento en que el premio fue discernido. Este valioso documento reproduce las circulares firmadas por el rector Benítez a propósito de la obtención del premio además de varios textos de intelectuales reconocidos y asociados al poeta: del entonces decano de la Facultad de Humanidades, Sebastián González, miembro del exilio español en Puerto Rico, del rector Benítez, de Guillermo de Torre, de la biógrafa de Zenobia y Juan Ramón,

11 C. Vásquez, La Torre de Puerto Rico: síntesis del pensamiento de una época, de la Guerra Civil a 1970, América, Cahiers du CRICCAL, París, Presses de la Sorbonne Nouvelle, 9/10, 1992, pp. 75-86. Se encuentra en Le Discours culturel dans les revues latino-américaines de 1940. 12 F. Ayala, Muertes de perro, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1958. 13 Madrid, Taurus, 1958, p. 204. 14 Madrid-Barcelona, Estudios de Literatura Contemporánea, Alfaguara, 1968.

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Graciela Palau de Nemes, de Margot Arce de Vázquez, Federico de Onís y Nilita Vientós Gastón. Una selección de Platero y yo y un poema, El viaje definitivo, cierran el homenaje15. Si bien Juan Ramón murió en 1958, su presencia, aunque simbólica, sigue dejándose sentir en Puerto Rico. Son particularmente notables algunas ediciones que vieron la luz en 1981, es decir, el año del centenario de su nacimiento. Una de ellas es Isla de la simpatía, texto literario de impresiones que escribió sobre Puerto Rico y una entrevista, de José Lezama Lima, en La Habana en 193716. También para el centenario de su natalicio, La Torre le dedicó un número de homenaje. Entonces dirigida por Luis Rechani Agrait, el voluminoso homenaje en la célebre revista consta de textos, de entre otros, Ricardo Gullón, Aurora de Albornoz, Emir Rodríguez Monegal, Jaime Benítez y Graciela Palau de Nemes. Numerosos inéditos, algunos de ellos en facsímil, enriquecen este volumen tan particular. En 1954, cuando se retiró de su cátedra en la Universidad de Columbia, Federico de Onís regresó definitivamente a la Universidad de Puerto Rico, instalándose en lo que es hoy conocido como el Seminario de Estudios Hispánicos Federico de Onís, hasta su muerte en 1966. Allí donó la mayoría de sus papeles y documentos privados, ejerció la cátedra, enseñando y dirigiendo trabajos de investigación17. Don Federico, como todo el mundo, o como casi todo el mundo, lo llamaba, se dedicó a continuar la obra de toda la vida en el hispanismo, trabajando no solamente con textos españoles e hispanoamericanos, sino también puertorriqueños. Continuó trabajando en la Revista de Estudios Hispánicos y organizó varios números monográficos para La Torre. Entre éstos deben mencionarse los dedicados a Unamuno, con motivo del vigésimoquinto aniversario de su muerte en 1961. En la introducción, Onís escribió: «Unamuno fue uno de los principales creadores y precursores de muchas corrientes que han dominado en la literatura y el pensamiento posteriores en todo el mundo»18. Participaron en este homenaje, entre otros, Américo Castro, Ricardo Gullón, Julián Marías, Aurora de Albornoz, María Zambrano, Jorge Enjuto, Francisco Ayala, José Emilio González, Segundo Serrano Poncela, Guillermo de Torre, José Luis Abellán. Igualmente sucede con el homenaje a Machado, también para el vigésimoquinto aniversario de su muerte. La introducción de Onís termina así: Lo que distingue a Machado de todos los poetas contemporáneos y al mismo tiempo le une aún con los más dispares es el que su poesía sea, en mayor grado que la de ningún otro, total e integral, cobrando en ella supremo valor cada uno de los elementos que la forman, gracias a la presencia constante de todos los demás19.

Entre los colaboradores de este número se encuentran en la primera parte biográfica, Concha Zardoya, Joaquín Casalduero, Jorge Enjuto, José Luis Abellán. En la segunda parte, titulada

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Homenaje a Juan Ramón Jiménez, San Juan, Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1956. J. R. Jiménez, Isla de la Simpatía, presentación de A. Díaz Quiñones y R. Sárratga (eds.), Río Piedras, Huracázn, 1981, 117 pp. 17 En los últimos años se ha publicado una antología que recoge la correspondencia de y para De Onís, con facsímiles y numerosas fotografías. Se trata de M. Albert Robatto, Federico de Onís: Cartas con el exilio, A Coruña, Ediciós do Castro, 2003. 18 «Homenaje a Miguel de Unamuno» La Torre IX, 35/36 (1961), p. 20. 19 La Torre XII, 45/46 (1964), p. 20. 16

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«Cartas y documentos de Antonio Machado y Poesía» aparecen los nombres de, entre otros, José Bergamín, Segundo Serrano Poncela, Guillermo de Torre, Francisco Ayala, Ricardo Gullón, José Emilio González, Tomás Navarro Tomás y Gerardo Diego. Finalmente, es preciso señalar aquí la labor que hizo de Onís en la difusión y la crítica de la literatura puertorriqueña. Un caso ejemplar se destaca. Se trata del poeta Luis Palés Matos. Participó en el homenaje que le hizo La Torre a raíz de la muerte del poeta, homenaje recopilado e introducido esta vez por Jaime Benítez. En el homenaje también participaron, entre otros, Ricardo Gullón, Vicente Aleixandre, Margot Arce de Vázquez, José Emilio González. En la introducción, Benítez menciona el encomiable trabajo de Onís y añade que éste «no habría podido publicarse en 1958 sin el estímulo de Don Federico de Onís, a quien Palés quería y respectaba profundamente y quien no sólo se encargó de la compilación, sino también del prólogo»20. En efecto, el trabajo de antólogo de Onís es sumamente metódico, y sitúa al poeta puertorriqueño en el mismo plano que los otros grandes de su época. En la introducción afirma que su interés por Palés se debe a que es«la única en Puerto Rico que le parecía responder a la nueva modernidad»21. Deseo finalizar esta exposición mencionando la labor de dos españoles que dieron mucho de sí a la Universidad de Puerto Rico: Jorge Enjuto y Aurora de Albornoz. Jorge Enjuto llegó con su familia joven a Puerto Rico y desde que tuvo edad para ello vivió vinculado a la institución. Fue fundador del programa de honor de la misma, director de la Editorial Universitaria y de La Torre, entre otras revistas, director del departamento de filosofía y decano de la Facultad de Humanidades, donde creó varios programas pedagógicos. También fue asesor del rector Benítez y, posteriormente, del rector Abrahán Díaz González. Regresó varias veces a España, y también regresó varias veces a Puerto Rico donde murió. Su generosidad y rigor académico siguen siendo recordados como ejemplares22. Aurora de Albornoz llegó también muy joven a Puerto Rico. Allí estudió y allí enseñó, y contribuyó frecuentemente en revistas como La Torre. Al final de los años sesenta regresó a España donde vivió y donde murió. En Puerto Rico difundió y analizó la literatura española, y en España recibió a los puertorriqueños que la visitaban. Después de su muerte, la revista La Torre, Nueva época, dirigida por Arturo Echavarría Ferrari le dedicó un número. Entre los participantes se encuentran José Hierro, Iris Zavala, Julio Rodríguez-Luis, Franciso Ayala, Luce López-Baralt y quien lee estas líneas23. Mucho, muchísimo queda por mencionar en esta rapidísima hojeada del exilio español en Puerto Rico. Escoger cómo abordar tan vasto tema ha sido para mí algo sumamente difícil. No mencionar a figuras claves de la cultura puertorriqueña, en la Universidad o en otros lugares, me parece sinceramente un acto de traición. ¡Qué decir del enorme trabajo de Sebastián González García que tanto le dio a la Universidad! O del pintor Angel Botello. O del escultor Fracisco Vázquez «Compostela», o del crítico musical Alfredo Matilla. Y pensar que por primera vez menciono ahora a Pablo Casals, llamado por todos o casi todos don Pau, quien, sin abando20

«Homenaje a Luis Palés Matos» La Torre VIII 29/30 (1960), p. 15. L. Palés Matos, Poesía (1915-1956), F. de Onís (introd.), Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, Editorial Universitaria, 1964, p. 9. 22 P. García Rodríguez, Jorge Enjuto, Cincuenta años de exilio…, cit., pp. 169-172; C. Enjuto Rangel, Tres generaciones del exilio: la memoria guardada, Actas del Coloquio L’Exil espagnol dans les Amériques, Centre d’Études Hispaniques d’Amiens, Université de Picardie Jules Verne, mayo de 2006, actualmente en prensa; C. Enjuto, Memorias de una adolescente en la Guerra Civil española, (s. l., s. e., s. f.). 23 A. de Albornoz, Testimonio de una ex-muchacha transterrada. Cincuenta años de exilio, cit., pp. 307-310; «Homenaje a Aurora de Albornoz», La Torre, Nueva época 21 (1992). 21

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nar a Prades y a su festival, llegó a Puerto Rico a mediados de la década del cincuenta para poner a la isla en el mapa internacional de la música, con la creación, entre otras tantas, del célebre Festival Casals y de su no menos célébre orquesta, compuesta toda de solistas, a la cual le siguió la fundación del Conservatorio Superior de Música y la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, todas instituciones en plena vitalidad desde el momento de su creación. Imposible, porque no terminaría nunca. Sólo puedo decir aquí que el exilio republicano español en Puerto Rico fue una experiencia única en el quehacer cultural de mi pequeño país. La derrota que habían sentido y vivido estos exiliados, en lugar de dejarse ver como algo tristísimo, por no decir caótico, se transformó en una fuente inagotable de riquezas intelectuales, artísticas y humanas, que influyeron para siempre en la vida de quienes, como yo, tuvieron el privilegio de percibirlas y de recibirlas. Y esta huella, comenzada hace ya tantas décadas, sigue haciéndose sentir en el Puerto Rico de hoy. Triste ironía, porque quienes tanto habían sufrido, pudieron, con su generosidad polifacética, darnos tanta felicidad.

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Viridiana entre dos exilios JOSÉ CARLOS VELA BUENO Consorcio de Universidades Norteamericanas en Madrid

Es sorprendente poder volver a hablar de Buñuel al margen del bombardeo mediático al que su memoria fue sometida durante el año 2000 y sus aledaños. Varios años han pasado ya de todo aquello, casi una década, parece mentira; pero no estoy aquí para hacer una meditación melancólica sobre el tiempo, sino para hablar del nada melancólico exiliado republicano que vuelve de México para hacer Viridiana y que, de nuevo, tiene que abandonar su país, al menos como profesional del cine, tras el estreno de la película; así como de las causas, las explícitas y las más profundas, de la no aceptación de su obra por el Régimen franquista y, lo que es más decisivo para el sentido de estas líneas, por el Vaticano. Luis Buñuel volvía a España a hacer cine tras dos décadas de exilio en Estados Unidos y México. Volvía criticado por algunos compañeros de exilio pues entendían que trabajar aquí en aquel momento suponía una legitimación del Régimen dictatorial, y en ello no estaban del todo desencaminados pues durante aquellos años ciertos sectores, llamémosles aperturistas, del Régimen eran partidarios de utilizar cierta liberalidad con cineastas de izquierdas para dar ante la comunidad internacional una buena nueva imagen de la Dictadura. El primer paso para producir esta película lo dio el empresario y play boy mexicano Gustavo Alatriste, pareja por aquellos tiempos de la actriz que encarnaría a Viridiana, Silvia Pinal, quien le pidió a su amante el deseo de hacer una película con Buñuel. Según la versión del empresario mexicano, él se encontró con el cineasta en Madrid en un momento en el que éste estaba planeando hacer un film sobre la novela de Galdós Ángel Guerra (lo cual es muy significativo por lo que veremos más adelante). Buñuel desde un principio (además lo dijo en muy diversas ocasiones) conectó bien con Alatriste, entre otras cosas porque éste le dio todo tipo de facilidades y libertad de guión y realización, cosa, hasta ese momento, poco frecuente en la carrera del director aragonés1.

1 Así le explica Alatriste a Max Aub su acercamiento a Buñuel, que como hemos dicho, estaba barajando la posibilidad de hacer una película sobre Ángel Guerra: «Ángel Guerra, ¿ve usted? Claro, él [se refiere a Buñuel] siempre ha estimado mucho a Paco Rabal. Dice: “Yo no sé si las condiciones aquí, en España, serán favorables para filmar, pero mi propósito por ahora es quedarme aquí unos días, ver que es lo que se puede hacer al respecto”. Finalmente, le ofrecí yo la película. Y yo recuerdo muy bien que Silvia, la señora que yo tenía entonces, Siliva Pinal, me dijo: “Procura darle tú

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Es fácil comprender que la película crease conflictos con el Régimen franquista, y que su resultado no diese la razón a los que consideraron que suponía una rendición ideológica hacerla en España, si entendemos que, de entrada, el director aragonés le impuso a Alatriste trabajar con UNINCI (Industrial Cinematográfica, S.A.), la productora dirigida por tres militantes del Partido Comunista (Muñoz Suay, Bardem y Domingo Dominguín), de cuyo consejo de administración formaron parte personajes tan importantes de nuestra cinematografía como Fernando Fernán Gómez, Carlos Saura, Fernando Rey, Paco Rabal, etc. Es más, durante el rodaje Juan Luis Buñuel sacó a Francia rollos de film, lo que supone que su padre sabía los problemas que la película podía tener en nuestro país. La operación de maquillaje, o sea, de utilizar a un famoso director de cine exiliado para dar una buena imagen del Régimen, no le salió excesivamente bien al señor José María Muñoz Fontán, por aquellos tiempos director general de Cinematografía, pues pagó esta operación aperturista con una dimisión que dejó al ministro Arias Salgado en una difícil situación. Para Buñuel la experiencia fue agridulce, pues el premiado estreno de la película en Cannes le supuso una puerta abierta para volver a hacer cine en Francia con total libertad de guión y producción, y que, por otro lado, de nuevo se le cerrasen las puertas de España, en lo que se podría llamar un segundo exilio. Exilio ciertamente ambiguo como el de su paisano Goya siglo y medio antes, pues el gran pintor pudo salir a Burdeos con permiso real y regresar a España en dos ocasiones, del mismo modo que Buñuel pudo durante los años sesenta volver a España; pero exilio en definitiva pues hasta casi una década después, y no sin problemas para obtener el permiso, no pudo hacer en su país Tristana. Es muy significativo, de todas formas, que los problemas de Viridiana no procediesen solamente del Régimen franquista, Buñuel fue juzgado en ausencia en Milán y condenado a un año de cárcel en sentencia anulada por el Tribunal Supremo de Italia, es más, parece que la polémica en España fue suscitada por un artículo publicado en L´Observatore Romano. Sin embargo, no quisiera pasar excesivo tiempo hablando de algo ya muy sabido y divulgado por muy distintas fuentes, más bien, mi intención es reflexionar sobre lo que haya en esta película que pueda producir tan fuerte rechazo, lo que hizo que esta película produjese tal repudio en el Vaticano, lo que hizo, por ejemplo, que un amigo, o al menos conocido de Buñuel, Vittorio de Sica, llegase a preguntarle, tras ver Viridiana, si había sido maltratado por la sociedad para llegar a hacer una película como ésta2. Mi intención es reflexionar sobre lo que hace que Buñuel tenga que volver otra vez en 1961 a pasar de nuevo por las mismas prohibiciones y ataques que ya había sufrido por la Edad de Oro. Y tal tras reflexión nos encontramos no sólo un exiliado político español, que ciertamente lo fue, y con terribles consecuencias personales y económicas, sino un exiliado en un sentido cul-

todas las facilidades, que él haga lo que quiera, lo que le guste”, etc. Y se lo repetí. Dije: “Mire usted, señor Buñuel, en caso de que se decida a hacer una película, usted escogerá tema, lugar situación, etcétera”», M. Aub, Conversaciones con Buñuel, seguidas de 45 entrevistas con familiares, amigos y colaboradores del cineasta aragonés, Madrid, Aguilar, 1985, p. 442. 2 Así se lo cuenta Buñuel a Max Aub, ibid., pp. 126-127: «—Cuando estuvo De Sica en México, que vino con la idea de hacer Los hijos de Sánchez, de Lewis, vio Viridiana, vamos, se la enseñé. Y salió horrorizado. Él, ¡un neorrealista! —Todos sabemos que para ti el neorrealismo es lo peor que hay. —Lo he dicho y lo he demostrado muchas veces. Bueno, salió anonadado. Me preguntaba: “Pero a usted, Buñuel, ¿qué le ha hecho la sociedad? ¿Le ha tratado mal? ¿Ha sufrido mucho? ¡Qué barbaridad!”. Como es natural le dije que no, que sencillamente yo veía así el cine y que para eso servía. Se quedó detrás con Jeanne y le preguntó, en voz baja: “¿Le pega a usted su marido?”».

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tural más amplio, ese al que le llevó su profunda adhesión a los principios de la vanguardia desde su juventud y que le mantuvo fiel a los impulsos de provocación y libertad del surrealismo aun después del abandono de la disciplina del grupo de París. Buñuel con Viridiana prolongó todavía ese sentido de la provocación que para Breton en aquellos tiempos ya era imposible. Que la película produjese tal repulsión se debe al profundo e irónico materialismo de Buñuel, tan profundo e irónico que daña los cimientos del idealismo occidental, no se trata tan sólo aquí de saber si a las autoridades franquistas les molestó o no la parodia de La última cena, de Leonardo da Vinci, no se trata sólo de que esta película pueda afectar a esta versión zafia y parodiable del idealismo cristiano que es el «nacional catolicismo», ni tan siquiera al pensamiento católico y sus símbolos, que por supuesto los toca. La película daña, como buena parte de la producción de Buñuel, los cimientos mismos del idealismo en que se basan no sólo la filosofía y la religión, sino muchos de los hábitos vitales e ideológicos de la cultura occidental. Y no sólo eso, sino que además lo hace de una forma ambigua, no directa, con un discurso ni abiertamente crítico, ni abiertamente antirreligioso, con una ambigüedad que será precisamente un rasgo distintivo de su madurez, el rasgo que más claramente le diferencia de sus años de juventud3. Optar por un lenguaje unidireccional podría suponer situarse en el mismo lugar de esa cultura cuyos cimientos se estaban tocando, es más, dicha ambigüedad da a la película un cierto tono cínico, sobre todo, a través de la figura de don Jorge, como ya veremos, que la hace aún más impúdica. Vayamos para ello al personaje central de la película, a Viridiana, la bien intencionada y desafortunada protagonista, pura e inmaterial en sus intenciones. Efectivamente, Viridiana, en ciertos aspectos, es un paradigma de inmaterialidad, sobre todo, al principio de la película, nunca la cámara nos la ofrece comiendo o descansando, sus noches alumbradas con luz de vela son momentos tensos, de penitencia previa, de sonambulismo, de posible violación. Y sobre todo, aparece mortificando la carne, rodeada de objetos que mortifican y niegan su materialidad humana. Es bella, es como una Venus sin madre, sin mater (la palabra mater estaba relacionada con la palabra materia), es huérfana y se habla de su tía, nunca de su madre. Recordemos que uno de las formas de idealismo que más peso ha tenido en las artes occidentales, y que mejor sintetiza la renuncia idealista y cristiana al cuerpo, el neoplatonismo florentino de Ficino, basaba su filosofía de los distintos tipos de amor en la diferenciación que establece Pausanias en El banquete de Platón entre el amor celeste y el popular: Es indudable que no se concibe a Afrodita sin Eros, y, si no hubiese más que una Afrodita, no habría más que un Eros; pero como hay dos Afroditas, necesariamente hay dos Eros. ¿Quién duda de que haya dos Afroditas? Una de más edad, hija de Urano, que no tiene madre, a la que llamamos Urania; la otra más joven, hija de Zeus y de Dione, a la que llamaremos Afrodita popular o Pandemo. Se sigue aquí que de los dos Eros, que son los ministros de estas dos Afroditas, es preciso llamar al uno celeste y al otro popular4.

3 Esto le dice a Max Aub sobre su evolución aludiendo a su ambigüedad: «El Buñuel de La Edad de Oro es un hombre que está seguro de sí mismo y de sus ideas. Que ha encontrado la meta, que ha encontrado la verdad. Esto es auténtico y no hay nada que… por tanto, luchemos contra lo que odio… [En la misma respuesta dice lo que sigue con respecto a él y el mundo cuarenta años después]. Hay un momento de confusión tremenda en el mundo. No sabemos adónde vamos. La verdad es inasequible y no creo en ella. No creo que la verdad esté en ningún sitio… Y La Vía Láctea, siendo yo el mismo, tiene un aspecto, una forma ambigua. Yo creo que soy el mismo, y la ambigüedad del filme es la ambigüedad de nuestra época, sin proponérmelo», ibid., pp. 133-134. 4 Platón, Apología de Sócrates, Critón y El banquete, Madrid, Mestas Ediciones, 2001, pp. 101-102.

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Claro que en el neoplatonismo cristiano del siglo XV no se llegó a las disquisiciones sobre el amor homosexual y heterosexual a las que después llega Pausanias en El banquete, las categorías de Ficino son más abstractas y sus dos Venus generan formas legítimas de amor, con la diferencia de que la Venus vulgar se relaciona con la belleza y el amor de este mundo material y la Venus a la que se da preferencia es la elevada, la que mora en las áreas supracelestiales, la que no tiene madre y está alejada de la materia. Es esta continua oposición entre lo elevado, alto, y sagrado frente a lo subalterno, o sea, lo bajo y material, una de las dualidades que más profundamente han penetrado, con distintas máscaras, el pensamiento occidental, y cuyas ramificaciones se encuentran ocultas tras las distintas formas de discursos de dominación y de hábitos vitales aun en nuestros tiempos. En Viridiana, hay, por el contrario, una continua voluntad de contrariar esta presentación etérea de su protagonista con un contrapunteo que a veces afecta al mismo encadenamiento de las secuencias. Hay una voluntad de degradar lo alto5, sea en su dimensión espiritual o social; de materializar lo sagrado, de corporeizarlo. La cámara, a través de primeros planos y de planos detalle, se empeña en oponerse a la visión de santidad que Viridiana tiene de sí misma, nos muestra, con tiempo y minuciosidad, sus piernas despojándose de sus medias como si de un streep tease se tratara6. Esta atención a los pies y piernas de esta película es llamativa no sólo por el conocido componente fetichista del cine de Buñuel, lo es también por la continua voluntad que hay en el film de descenso a lo terrenal, hacia lo bajo. En este caso se trata de la degradación de la propia mirada del espectador. Tal es la voluntad de degradación que hay en esta película que la cámara baja la dirección de la mirada, aquí son muchas las ocasiones en las que comenzamos con primeros planos y planos detalle de los pies y terminamos en la cabeza, al revés de lo que suele ser el orden prioritario en el cine académico que, tras un plano general de situación, tiende a dar preponderancia al primer plano de lo alto, o sea, la cara de los personajes. De un fuerte y profundo materialismo es el plano detalle en el que aparece la blanca pureza de la mano de la protagonista en contraposición a la contundente y fálica ubre de la vaca que ella sacude con torpeza. Es en el gran carnaval final de la película donde en un in crescendo de caos se lleva a cabo a través de unos personajes, los mendigos, guiados por el puro deseo corporal (podríamos decir por el «ello» freudiano) la degradación materialista de un torrente de principios elevados que afectan a la religión, al arte y a la música. Se degrada efectivamente la última cena de Jesús, uno de los momentos clave del cristianismo. Degradación porque en un momento álgido de representación del sacrificio se pone en contacto con personajes de bajos deseos, y también porque la foto paródica la hace Lola Gaos mos5 Este materialismo degradante es según Bajtín el componente fundamental de la cultura grotesca a la que dedica su famoso texto sobre la cultura popular. Bajtín distingue entre dos maneras de materialización, una, la popular, la que conduce a la alegría y la regeneración y otra, la romántica, y más frecuente en la modernidad que conduce a una visión sórdida de la vida, no tengo espacio para desarrollar tal contraposición, pero sería enormemente interesente llevarla al cine de Buñuel, no tanta para encasillarlo en una de tales formas de lo grotesco, como por la rica reflexión que ellas puedan aportar a películas como la que estamos analizando. Cito un par de pasajes de Bajtín que pueden ser muy expresivos en lo que a degradación de lo alto y serio se refiere: «El rasgo sobresaliente del realismo grotesco es la degradación, o sea la transferencia al plano material y corporal de lo elevado, espiritual, ideal y abstracto», La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 24. «La risa popular, que estructura las formas del realismo grotesco, estuvo siempre ligada a lo material y corporal. La risa degrada y materializa», ibid., p. 25. 6 Más intensa es aun la degradación si creemos con Víctor Fuentes que en este pasaje hay una alusión a una película pornográfica que Buñuel dice en su autobiografía haber visto de joven en París. Buñuel en México, Teruel, Instituto de Estudios Turolenses, 1993, p. 140.

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trando los genitales (las partes bajas) a los otros personajes. De paso, a Buñuel se le ocurrió durante el rodaje un redondeo de esta secuencia, al degradar la versión de Leonardo da Vinci de este tema (también una obra de «alto» arte, del llamado Alto Renacimiento), poniendo a los mendigos en una disposición paralela a la de los apóstoles y Jesús en la famosa obra del artista toscano. Los mendigos se colocan en cuatro grupos de tres y el ciego, que toma el centro, se coloca como Jesús en forma de triángulo. Más sensación de materialismo degradante genera aun que este ciego, que toma la forma de Jesucristo, sea quien en más ocasiones durante la película muestre su deseo sexual, y quien se muestre más descontrolado al final de la secuencia destrozando lo que hay sobre la mesa. La paloma y el vestido de novia, bellos símbolos de pureza e inmaterialidad, son degradados por el mendigo enfermo en un baile grotesco con la música solemne del Mesías, de Haendel como fondo. El mantel blanco, inmaculado, de la casa noble es manchado de vino nada más comenzar la secuencia. La propia casa de clase alta, con sus objetos de alto valor, es degradada por gente pobre que bebe y come abundantemente, haciendo ruido, con las bocas abiertas, en un in crescendo continuo de caos y satisfacción inmediata del cuerpo, y usan un lenguaje cuya bajeza se subraya más aún en tan elevada casa, donde en tiempos de don Jaime no se trabajaba y se tocaba en el viejo órgano la música de Bach. Pero no sólo asistimos en Viridiana a una degradación grotesca del dualismo idealista, es que también se expresa el mal que tal idealismo produce; Buñuel le aclara a Tomás Pérez Turrent y a José de la Colina, cuando éstos le preguntan por la inutilidad de la caridad en su película, que en Viridiana se trata del aspecto «contraproducente» de ésta «porque produce catástrofes: el estropicio de la casa por los mendigos, riñas entre éstos, la posible violación de Viridiana»7. Se pone en crisis, por ello en esta película, otra de las dualidades capitales de la cultura occidental: la dualidad tradicional entre el bien y el mal. Siempre que pienso en el sentido del bien y el mal en Viridiana, me viene a la mente la novela de Italo Calvino El vizconde demediado, ese aristócrata cuyo cuerpo es partido por una bala de cañón en dos mitades, una malvada y otra bondadosa, paradójicamente, esta última por querer hacer el bien genera tanto mal como la otra. De esa escisión bondadosa hay mucho en Viridiana que como si de una Pandora-Lulú de Pabst se tratase, produce un deseo mortífero, su caridad genera dos muertos. En este punto de puesta en crisis de la oposición bien-mal cobra especial relevancia el personaje de don Jorge, personaje materialista que, a diferencia de la protagonista, crea riqueza y trabajo. Hay un montaje en paralelo en la película, bastante explícito, demasiado, quizá, en el que mientras Viridiana ora con sus mendigos, el plebeyo don Jorge labora con sus obreros. No quiero decir que don Jorge sea un héroe idealizado, ni que él represente los valores del bien en la película, ello iría en contra de la ambigüedad de Buñuel; ciertamente, es un personaje racionalista y burgués, de un fuerte cinismo en lo social y en lo sexual, pero que actúa con una virtud espontánea, una ética instintiva en la que también cuentan los deseos, comparable a la que su creador expresó en textos de muy diversa índole desde su juventud vanguardista. De hecho, a través de don Jorge, que libera al perro Canelo, expresa Buñuel algo que, según su hermana, a él le preocupó durante el rodaje de Viridiana, o sea, ver a perros atados debajo del carro8.

7

T. Pérez Turrent y J. de la Colina, Buñuel por Buñuel, PLOT, Madrid, 1993, p. 119. Esto lo dice Conchita Buñuel en un artículo escrito para la revista Positif, citado por su hermano en su autobiografía: «En Viridiana se ve a un pobre perro atado debajo de un carro, que avanza por una larga carretera. Cuando buscaba ideas para su película, Luis fue testigo de esta situación real e hizo todo cuanto pudo para remediarla; pero es una 8

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Don Jorge es un personaje de una acción efectiva, positiva, no sólo en el trabajo, también es él quien libera al personaje de Silvia Pinal de la violación, y quien finalmente instala la luz eléctrica en una casa que hasta ese momento siempre hemos visto iluminada con cirios. Es significativo esto, pues lo que trae es luz de modernidad, luz material, luz de progreso, que se puede oponer a la luz espiritual, divina. Es, por tanto, muy significativo que Viridiana sea salvada por este personaje, que ella, por propia voluntad se dirija a su habitación, y que termine jugando a las cartas con él y con la sirvienta en lo que pudiera ser el comienzo de un menage a trois –claro que en esto último hay que agradecer la enorme colaboración de la censura franquista, que prohibió por indecente un final menos tortuoso en el que Viridiana simplemente llamaba a la puerta de don Jorge. Don Jorge es un personaje de equilibrio, mientras los mendigos son personajes movidos por el «ello» en términos freudianos, es decir, viven impulsados por el deseo (les sucede igual que a los niños de la calle en Los olvidados), y Viridiana se mueve por principios morales del «super yo», don Jorge se queda en un camino intermedio, es un personaje que no desdeña los placeres, desea abiertamente y hasta con cinismo. Pero tampoco se puede decir que sea absolutamente un cínico, tiene valores morales, burgueses, pero morales a fin de cuentas, en términos freudianos podríamos decir que es un hombre movido por el «ego». El deseo a ciegas, el abandono total al mismo no es celebrado en el cine de Buñuel en su madurez, lanzarse a la realización de dicho deseo hace daño a sus personajes, un cosa es sentirlo, otra abandonarse a él. A Buñuel no le faltan antecedentes en la literatura española en esta su tendencia a la degradación, y muchos de ellos aparecen sin ser citados, sin alusiones concretas, pero dando un aroma, a veces un hedor, continuo a la película. Él mismo ha comparado a Viridiana con el Quijote: En efecto: casi todos mis personajes sufren un desengaño y luego cambian, sea para bien o para mal. Es el tema del Quijote, a fin de cuentas, Viridiana es en cierto modo un Quijote con faldas. Don Quijote defiende a los presos que llevan a galeras y éstos lo atacan. Viridiana protege a los mendigos y estos también la atacan9.

Pero, sobre todo, en la ambigüedad del tratamiento de sus personajes y en la caracterización de los mendigos, está la memoria de Galdós; en la confección de estos últimos muy especialmente nos viene a la memoria Misericordia. La voluntad realista que muestra Buñuel al vestirlos con ropas desinfectadas pero sucias para que los actores se sintiesen con auténticas ropas de pobre, y en tomar a un mendigo real para hacer el papel del leproso, nos recuerda la documentación que el escritor canario llevó a cabo disfrazado de pobre para escribir la novela de Benigna y su caridad. En las incorrecciones del lenguaje coloquial del ciego y de sus compañeros, que a veces se convierten en degradación grotesca del propio lenguaje religioso que ellos quieren imitar, hay recuerdos del mundo de Misericordia. También hay reminiscencias de la novela galdosiana en el mal trato que los mendigos dan a Viridiana y en la crueldad y falta de solidaridad que hay entre ellos. Hay, por otro lado, en ambas obras una visión grotesca compartida de los pobres que en Pérez Galdós se manifiesta a través de descripciones detalladas y humorísticas,

costumbre tan arraigada en el campesino español que tratar de desterrarla sería como luchar contra los molinos de viento», Mi último suspiro, Barcelona, Plaza & Janés, p. 45. 9 T. Pérez Turrent y J. de la Colina, op. cit., p. 120.

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que tienen su equivalente cinematográfico en los frecuentes primeros planos y planos medios de sus caras, muy especialmente del ciego y del leproso. En este sentido vuelve a España un Buñuel muy distinto del joven vanguardista que rechazaba toda forma de tradición literaria española. Este Buñuel de Viridiana no desprecia ya la cultura española y vuelve a Galdós en lo que según Víctor Fuentes es una característica del exilio: Paradójicamente, Buñuel en su juventud vanguardista, al igual que tantos otros de su generación, no se interesó en Galdós, quien moría por las fechas en que ellos comenzaban a escribir. Sin embargo, al igual que tantos otros de sus compañeros del 27, con el tiempo acabaría cantando la palinodia, declarándose «fervientemente galdosiano». Como nos dice, su gran interés por Galdós, que apuntara ya en la etapa de Filmófono, surge en los primeros años del exilio y tras el drama de la Guerra Civil10.

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V. Fuentes, La mirada de Buñuel. Cine, literatura y vida, Madrid, Tabla Rasa, 2005, p. 171.

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El exilio en el recuerdo: «No hay identidad, hay identificación». Entrevista al poeta Tomás Segovia CÉSAR VICENTE HERNANDO E INMACULADA DONAIRE DEL YERRO

Usted empezó su ponencia diciendo que no se sentía un ejemplo del exilio, ¿cómo explicaría su vivencia de ese exilio? El exilio es metafóricamente una expulsión o salida forzada de la casa. Por eso el rasgo más frecuente del exilio es la nostalgia, el dolor de la casa, en griego. Ahora, en mi caso personal, la primera casa que yo tuve, la casa de mi natalicio fue en Valencia... A los dos años perdí una casa. Luego tuve una casa en Madrid, pero ya en esa casa de Madrid, entre los chicos, amigos e incluso entre los hermanos, se sabía que yo no era originario de esa casa, que yo venía de otro lado, y hacían bromas porque yo había nacido en Valencia. Esa casa la perdí y fui a dar a un hospicio, otra modo de casa, en París. Y luego tuve pasajeramente una casa alquilada por mi abuela en el sur de Francia. Y luego otra en Casablanca, y luego tuve la casa de mi familia en México y luego yo ya tuve otra casa cuando me casé, como sugiere la etimología. Yo he perdido tantas casas, que para mí el exilio se diluye en un montón de cosas. Se diluye en la orfandad, en la nostalgia, en la infancia –que es otra casa perdida–. Entonces, claro, cuando pienso en el exilio tengo que pensar en el exilio como una condición de mi vida. Pero una condición de toda mi vida. Para mí ha habido una especie de exilio antes del exilio. Y luego una manera de vivirlo personal. Se ha dicho muchas veces, la frase creo que es de un exiliado, de Gaos o de Max Aub, o de un exiliado de la generación anterior, que «no hay exilio, hay exiliados». Cada exilio es una historia, claro. Una vez aclaradas estas cuestiones autobiográficas, puedo decir una cosa que es más social, de grupo, que es que además de eso yo soy de una generación que somos hijos de exiliados, no propiamente exiliados. Porque exiliados son personas que tuvieron que salir, que tomaron la decisión de irse, aunque sea obligados. En algún momento tuvieron que echar a andar, tuvieron que decir «yo me voy». Un niño, no. A un niño lo cogen de la mano y en ningún momento ha decidido «yo me voy». Yo creo que se vive de otra manera. Una vez más tengo que personalizar, porque veo que muchos chicos de mi generación, los que éramos chicos y ahora ancianos, no entienden esa diferencia cuando yo les digo que no somos exiliados, porque no nos fuimos de España, nos llevaron. No ven la diferencia, y me parece normal, es una condición del ser humano, una condición histórica. El ser humano es heredero. La naturaleza más profunda del ser

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humano es ser heredero, o sea el lenguaje, y el lenguaje es siempre heredado. Nadie ha inventado nunca una lengua. Todas las lenguas están ya inventadas. Es natural que si somos herederos del exilio, no se nos ocurra que haya una diferencia entre ser exiliado y ser heredero. Pero yo creo que sí hay una diferencia. Y por eso yo desde muy jovencito empecé a tener distancia, alguna autonomía con respecto a la identidad del exiliado. Que es también una identidad tan falsa como todas las identidades. Tan falsa en el sentido de invención ideológica. Yo desde muy jovencito empecé a notar eso; a notar que pensar que mi identidad de exiliado es ideología, en el buen y mal sentido de la palabra, es una construcción mental, social, pero no es de verdad una identidad como una piedra es idéntica a sí misma. Un exiliado no es idéntico a sí mismo como una piedra lo es. Entonces el poco resultado de eso es que a lo largo de los años yo voy viendo en el exilio español otra cosa que tampoco veo que vean muchos de mis co-desterrados: yo siento que a lo que más nos parecemos y con lo que sí nos podríamos identificar es con los inmigrantes de ahora. No hay identidad, hay identificación. La identificación es un acto, todo lo contrario de una esencia. Identificarse es no ser idéntico, precisamente, es un acto. La experiencia que yo viví de niño era muy parecida a la experiencia que puede vivir un niño ecuatoriano trasportado a España o un niño indio trasportado a Londres. La experiencia de no pertenecer, de la no pertenencia. O sea, eso que, por ejemplo, sí está en el imaginario, como dicen ahora, de los exiliados que es el ciudadano de segunda. Ese concepto de ciudadano de segunda todos los exiliados lo reconocen inmediatamente, sí es una experiencia que todos saben lo que es y ésa es la experiencia que tienen ahora los inmigrantes. Lo que me ha enseñado el exilio finalmente es que el problema grave de este siglo va a ser ése. Qué clase de ciudadano es un ciudadano de segunda, qué clase de identidad tiene un mahometano en Berlín, un chileno en Estocolmo o un cristiano en Pekín. Qué va a pasar con eso. Detrás de ese problema está el problema histórico tremendo que es qué pasa con las naciones en un mundo transnacional. Las empresas, el dinero, son transnacionales, pero la gente sigue siendo nacional. Eso sí que es choque de mentalidades, de culturas, de realidades. Y por eso estamos en el lío en que estamos. No digo que por el hecho de ser exiliado tenga uno más soluciones, pero por lo menos la vivencia está vivísima, debería estar vivísima. Esa experiencia va a ser la experiencia clave del siglo XXI. Eso ya lo estamos viviendo. Igual que pasó con la guerra misma, que fue un ensayo general de la Gran Guerra, el exilio español fue también un ensayo general del desarraigo generalizado, en el otro sentido de la palabra mundialización que es el desarraigo mundializado. Cuando el mundo se mundializa esto no quiere decir que todos somos los mismos, sino que ahora nadie tiene raíz, como los capitales no tienen raíz. Puesto que nos están queriendo atiborrar la cabeza con que el hombre es mercado y la sociedad es sociedad de mercado, el mercado no tiene arraigo, ni patria, ni nación, y, sin embargo, estamos con las naciones y hasta con las religiones matándonos unos a otros o matándonos de hambre, que es otra forma de matarnos los unos a los otros. Yo creo que haber sido exiliado a los diez años, como he sido yo, a mí me ha hecho vivir eso. Una anécdota: yo tenía mi primera «obra» publicada a los diez años, es una carta que había recortado mi abuela y luego heredaron mis hermanos y luego me la pasaron. Escrita desde París, desde la guardería de niños españoles desplazados, donde yo estaba, a otra guardería creo que también en Francia. Los maestros nos ponían en relación a los niños de unas guarderías con otras. A mí siempre me escogían los maestros para redactar porque era el que menos faltas de ortografía tenía. Entonces los maestros me pidieron que escribiera una carta para los compañeritos. En esa otra guardería tenían una imprentita. Los niños hacían un periódico local y la im-

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primieron. Mi abuela la recortó y ahí está firmada: «Tomás Segovia, 10 años». Pero hace muy poco un investigador me mandó por correo electrónico otras dos cartas mías que había encontrado de esa misma época y de las que yo no me acordaba, claro. Fue muy emocionante encontrar una carta mía impresa, de la que yo no tenía idea, cuando yo tenía diez años. Eran esas cosas maravillosas de la República. Cuando empiezan a decir que la República era lo mismo que el franquismo… Yo eso lo he vivido de niño entre los diez y los doce o trece años y era una cosa extraordinaria. Y luego lo he vivido en el exilio, porque esas gentes de la República son las que pasaron al exilio, claro, y era una altura moral increíble, como yo no he vuelto a ver nunca en ningún país y en ninguna época. Y eso hay que decirlo. Yo muchas veces digo que no me siento exiliado, yo no ando por ahí con una bandera, pero como dicen en México, «lo que sea de cada quién». El mundo del exilio, por lo menos el de México, era extraordinario. Los maestros de nuestra guardería nos hacían escenificar romances tradicionales. Era una preciosidad cómo estaban montadas sin recursos. Las mujeres que trabajaban allí, las afanadoras y cocineras nos hacían los trajes con ropa vieja, con papel cortado. Nos hacían aprender romances y canciones. Por ejemplo, las canciones populares tradicionales españolas que sé las aprendí allí, en París, en la guardería. Cantábamos casi todos los días. Y en esa otra guardería hacían una imprenta, enseñaban a los niños a imprimir. En esa segunda carta que me mandó este señor, digo, porque la primera es muy circunspecta, «queridos amigos, aquí estamos en un colegio donde cantamos canciones… cuando vamos al bosque de Bolonia jugamos al fútbol con los niños franceses y les ganamos por ejemplo 6 a 0, ó 7 a 1». Éramos mejores que los niños franceses porque, claro, nosotros éramos golfillos de la calle, estábamos todo el día pegando patadas a los botes en el patio, mientras que ellos eran niños de familia. Es lo bonito que tiene el fútbol. Eso lo dice Camus, que lo que pasa con el fútbol es que es un deporte popular, que permite ascenso social. Eso ya era una experiencia del exilio. Los franceses nos llamaban sale petit espagnol. Ya en Madrid me llamaban pataqueta, que era entonces un pan típicamente valenciano; en Valencia, a donde volvimos para resguardarnos de los bombardeos nos llamaban refugiados y nos insultaban a los que llegábamos como madrileños. En Casablanca no, porque en Casablanca apenas teníamos contacto con la población árabe o la francesa.

En México no estaban integrados con los niños mexicanos, ¿no? Fue lenta la integración y siempre con tropiezos porque al principio estábamos convencidos de que íbamos a volver. A pesar de la evidente derrota, inmediatamente después estalló la Guerra Mundial (todo el mundo sabía que iba a estallar la Guerra Mundial, claro). Yo eso lo recuerdo muy bien: en mi infancia, ya al final de la guerra de España, en el ambiente se mascaba la angustia. Yo tenía once o doce años, pero un niño percibe esas cosas, que estábamos viviendo al borde del cataclismo, todo eso se respiraba. Ahora, una vez que estalló la Guerra Mundial, la gente que tenía un poco de visión histórica pronto vio que ganaban los aliados. Al principio podría parecer que los nazis derribaban gobiernos, pero con un poco de ojo se veía que iban a perder. A pesar de que el mundo no era como ahora, pero de todos modos Hitler era un loco: claro, meterse con Rusia y Estados Unidos a la vez, con eso no hay quien pueda. Se veía. El exilio español tenía una gran cohesión porque estábamos seguros de que era cuestión de esperar dos o tres años, cuatro, no sabíamos, pero la guerra la perdía Hitler y, por supuesto, una vez que perdiera Hitler, Franco desaparecía. Y claro, durante los primeros años del exilio la cohesión era…

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Teníamos hasta nuestras propias escuelas y colegios, porque con el famoso oro del Vita con el que tanto se ha especulado, los que lo hemos vivido sabemos lo que hicieron con ese oro: hicieron colegios, escuelas. El Gobierno español en el exilio en México, nada más que en México, fundó cinco o más colegios. Pero eran unos colegios en que casi todos los profesores eran refugiados españoles. Venían algunos chicos mexicanos, pero ellos se sentían en el extranjero. Por eso, entre otras cosas, casi todos los de mi generación hemos conservado el acento español, porque nos criábamos en ese ambiente: salíamos del colegio y salíamos en grupo y generalmente los exiliados se concentraban en ciertos barrios. Uno vivía en barrios en los que había una densidad de población exiliada alta. Después del colegio íbamos a jugar al fútbol al parque y todos los chicos con los que jugábamos eran españoles también.

¿Había rechazo por parte de los chicos mexicanos hacia los españoles? Claro, todas las sociedades son chovinistas. Que sea soterrado más o menos, pero son todas chovinistas, culto-centristas. Pero también pasaba en el mundo de los exiliados: «nosotros, nosotros, nosotros». Y sobre los mexicanos circulaban una serie de prejuicios como, por ejemplo, que los mexicanos son acomplejados. Esos prejuicios provienen, muchas veces, de la misma sociedad a la que se le aplica. Como en México circulaba también la idea de que los exiliados eran brutos y comecuras. Yo creo que sociológicamente lo más importante era esa cohesión interna, esa tentativa de no disolverse, porque integrarse es disolverse, porque íbamos a regresar más temprano que tarde y había que mantenernos unidos, mantener la antorcha y, claro, eso tenía sus consecuencias en nuestros colegios.

¿Cuál cree que debe ser la perspectiva en que debe recuperarse la memoria histórica? Dicen que la política es el arte de lo posible. Yo creo que es el arte de lo tolerable porque siempre se puede hacer mejor. Hace tres o cuatro años fui a Berlín a un congreso de poetas y me asombró, comparando con España, que ellos sí que tienen una memoria histórica tremenda, porque tienen las dos cosas el hitlerianismo y el estalinismo y, sin embargo, no le tienen miedo. En ese congreso había chicas estudiantes que nos hacían de lazarillos y, claro, como estaban en el medio universitario, eran muy buenas guías y a mí me hicieron ver muchas cosas que si yo hubiera estado por mí mismo sin hablar alemán, no me hubiera enterado, como por ejemplo, que en los colegios, siempre, en todos los cursos, en los primeros años de instituto una actividad inevitable es visitar los museos del holocausto y de las persecuciones estalinistas. Los llevan a visitar estos museos, está en el programa escolar que los niños visiten los museos, claro, eso hace la diferencia. Cuando volví de allí, yo decía: «en Berlín los jóvenes y los ancianos son de la misma especie». Pueden hablar. Hay diálogo. En España no hay diálogo. Cuando se logra un poco de diálogo… En general, la poca comunicación que hay entre jóvenes y mayores, sobre todo poniendo la línea en los que han vivido o no el franquismo; la poca que hay es justamente por lo poco que ha habido de recobrar la memoria histórica. Es decir, cuando un joven puede hablar con un hombre mayor que haya vivido el franquismo o, por lo menos, que haya estado bastante cerca para respirar todavía ese ambiente es porque ese joven sabe algo de lo que pasó. Si no, no hay comunicación. A mí me parece importantísimo para un país que haya comunicación entre los viejos y los jóvenes, sobre todo en esta época donde

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esa cuestión de las generaciones está absolutamente manipulada, está manipulada por las fábricas de camisetas, de zapatos, por las disqueras y hasta por las fábricas de las bebidas alcohólicas. Como tantas otras cosas, los fenómenos sociales ya no surgen de la sociedad, surgen de la televisión. Hay unos cuantos big brothers que inventan la sociedad, y viendo esa sociedad que nos inventan…

Y respecto a la pregunta anterior, ¿cuál es para usted la perspectiva desde la que ha de recuperarse la memoria histórica? Yo creo que el primer paso sería simplemente poder hablar de ello. Levantar el tabú. ¿Qué ha pasado en Alemania? En Alemania levantaron el tabú y supongo que les costó, que no debía ser fácil, porque debe haber un montón de gente, como dijo Gelman el otro día, que lo que no quiere que se destape no es la memoria histórica, sino la memoria personal. Eso yo antes de oírselo a Gelman lo he oído en España. Lo que decía Gelman de por qué él no podía volver a Buenos Aires; decía «porque me aterra la idea de que me puedo encontrar en la calle con mi verdugo». Y eso yo lo he oído decir en España. Sólo que en España se callan todavía más. Hasta en Argentina han hecho leyes de recuperación, con bastantes problemas, pero ni siquiera los obispos argentinos se han atrevido a decir que hay que tapar la memoria, nadie se ha atrevido. La han tapado un poco en todas parte, supongo que en Alemania también, pero nadie se atreve a decir «es que hay que taparla». Y en España es sistemático que hay que taparla con ese argumento de las viejas heridas. Si hay viejas heridas, pues claro que hay que destaparlas, porque no es remover viejas heridas, sino confesar «tengo heridas».

Si tuviera que elegir un poema que transmitiera esa experiencia de trasterrado, ¿cuál elegiría? Yo siempre digo que pedirle a un poeta que escoja, que haga una antología, es un poco como Atalía, o alguna otra mujer terrible de la historia, que obliga a una madre a que escoja cuál hijo mata y cuál hijo salva. Y es la peor tortura. No es para tanto, pero sí es un poco metafóricamente la tortura de escoger a qué hijo mato y a qué hijo salvo. Pero quizá, de los que recuerdo en este momento, escogería «El extranjero» (del libro Lapso), que no habla directamente del exilio, sobre todo del exilio español en México, porque está escrito en California, en una especie de doble exilio, una vez que estuve dando un curso en un college de California y cuando llegó el verano, como me pasa siempre a mí, se fueron todos y yo, en cambio, me quedé en el campus vacío. Los profesores ya todos estaban en la playa y yo esperando porque había reservado demasiado tarde mi billete de avión. Entonces me quedé paseando por Berkley, ocioso, sin nada que hacer más que esperar la fecha de mi avión. Entonces, viendo ese ambiente del verano en una ciudad estudiantil llena de gente y, claro, la sensación de extranjero, no necesariamente exiliado, sino de desarraigado, de no pertenencia, era muy fuerte.

Si considera que su estancia en España es un regreso, ¿qué fue lo que le llevó a regresar? En eso siempre cito a Max Aub, que en La gallina ciega dice que le preguntaron por qué había vuelto y él respondió: «he venido, pero no he vuelto». Y también mi mujer suele contar la

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anécdota de otra exiliada que iba y venía, pues un poco como yo, y que le dijeron una vez, «pero bueno, ¿a qué vas a México si ya estás instalada en España, vas a México de visita?». Y ella respondió, «cómo de visita, yo voy a regar mis plantas». Hay algo de eso. Yo muchas veces digo, en una época yo decía, «lo que pasa es que yo soy un commuter», esa noción moderna de commuter; trabajo en México y vivo en Madrid. Ahora vivo la mayor parte del tiempo en Madrid. Pero no siento que esa metáfora de las dos orillas… estoy acabando por convertirme en el único símbolo que queda de esa especie de doble vida. Yo siento esa doble vida. Yo siempre tuve nostalgia, pero creo que no de la manera habitual, que suele creerse. En México tenía nostalgia de las estaciones. Por un lado por las estaciones, eso de que cae la nieve, luego salen las florecitas, en fin, es muy emocionante, sobre todo para un poeta. Bueno, para lo que antes creíamos que era un poeta. Pero además es que se tiene un sentido más profundo que es el origen de la historia humana. En cuanto uno trata de imaginar, de pensar un poco, de divagar sobre los orígenes del hombre, de nosotros, lo primero que salta a la vista es la relación con la tierra: la siembra, la cosecha, todo nuestro imaginario humano está empapado de eso, de los ciclos de la tierra. Claro, hay las civilizaciones americanas, africanas y asiáticas, pero claro, yo inevitablemente siento mi cordón umbilical en la Antigüedad grecorromana. Yo tenía nostalgia de las estaciones por eso. Cuando vine a Europa no vine a España, sino al Rosellón donde viví cinco años, en un pueblecito, bueno, eran dos pueblecitos separados por una carretera que tenían entre los dos 500 habitantes. Y eso era lo que yo quería, claro, vivir allí: la siembra, la recolección, los frutales, las viñas, la vendimia, el vino, vivir aquello, en medio de todo aquello, porque yo lo viví a través de los libros.

En otra entrevista usted dice que no es que tenga una patria, sino que tiene muchas matrias y que ojalá tuviera más. ¿Cuáles son esas matrias? En mi caso personal concretamente… En un sentido imaginario también es mi matria Grecia y Roma e incluso, por lo poco que sé, los etruscos y por lo poco que sé también el hinduismo. Ahora, históricamente, biográficamente, mis matrias son España, París (porque no toda Francia) y el Rosellón. El fin de la guerra yo no lo pasé en la guardería, sino en el Rosellón con mi abuela, donde vi pasar la caravana de refugiados. Casablanca, México, Uruguay, porque en Uruguay viví dos años y pico, pero fueron años muy importantes. También tengo otras matrias: Alemania, el romanticismo alemán, sin el cual yo no sería yo.

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Este sensacional volumen ofrece al lector, a través de una colección de brillantes ensayos, una amplia y detallada visión sobre la cultura y la sociedad durante la época de la Segunda República española, esa «República en paz, por tan breve tiempo, después en guerra y por fin en el exilio». De los años de paz de la República, caracterizados por una fuerte vocación reformista y modernizante, se analizan temas como la enseñanza, la literatura, el arte y el cine, la cuestión religiosa y la ciencia, o el papel de la mujer en la nueva sociedad. De los años de la guerra, se subraya el continuo esfuerzo por la producción cultural y la educación, incluso desde las mismas trincheras mediante los «milicianos de la cultura». Finalmente, se repasa la cultura republicana en el exilio –el rescoldo de lo que pudo haber sido–, que los miles de expatriados mantuvieron aún viva. Dividida en tres partes, correspondientes a estos tres periodos, la obra está firmada por un elenco de grandes especialistas españoles y extranjeros, profesores, escritores, ensayistas y juristas, entre otros, que han aportado sus conocimientos e investigaciones. También cuenta con relatos en primera persona de quienes vivieron aquellos años, como las recientemente desaparecidas Juana Doña, Manolita del Arco y Rosario Sánchez dinamitera, quien fuera inmortalizada por Miguel Hernández en su famoso poema. Julio Rodríguez Puértolas es catedrático de Literatura española de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido profesor en diferentes universidades de Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Alemania y Cuba. Autor de numerosos artículos y ensayos sobre literatura española e hispanoamericana, entre sus publicaciones figuran ediciones críticas de grandes clásicos como Poema de Mío Cid, Romancero, La Celestina o La consagración de la primavera de Alejo Carpentier. De sus estudios cabe destacar De la Edad Media a la Edad conflictiva (1972); Galdós: burguesía y Revolución (1975), Historia de la literatura fascista española (1986-1987; 22005) o El Desastre en sus textos. La crisis de 1898 vista por los escritores contemporáneos (1999).

ISBN 978-84-7090-486-8

9 788470 904868

Este libro ha sido impreso en papel ecológico, cuya materia prima proviene de una gestión forestal sostenible.

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La República y la cultura

1/10/09

Julio Rodríguez Puértolas (coord.)

IS 206 LA REPÚBLICA Y LA CULTURA

La República y la

cultura Paz, guerra y exilio

Julio Rodríguez Puértolas (coord.)


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