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Sin ventaja alguna
Por Adán Echeverría
Ya sonaba la música que lo introducía a la Arena. Brincaba en puntas de pie y lanzaba los puños, hacia adelante, derecha, izquierda, gan cho, upper, recto, derecha, izquierda. Seguía con los ejercicios de la mandíbula, abrir al máximo, cerrar, mascar al aire, porque era necesario no descuidar la concentración, una quijada fuerte para sostener el pro tector bucal. Para esta ocasión era él quien subiría primero al cuadri látero. Todo era distinto. Su nombre ocupó el segundo lugar en las mar quesinas, y la bolsa de los premios, ganara o perdiera igual era dos ter cios menor. Ellos piensan que no se dio cuenta que las letras de su nom bre eran hasta un punto más pequeño en toda la publicidad que había circulado, y cómo no. La oportunidad de pelear con Money había llegado quizá demasiado pronto. Era cierto que él también se mantenía invicto, y que no se jugaba nada en esta oca sión, porque Money no había querido arriesgar la corona con él. ¡Vaya! No se trataba de arriesgar nada más que su propia integridad. ¿Callarás voces? Si ganas tus críticos ya nada tendrán que objetar, le decían todos, desde su agente, hasta aquellos pe riodistas de la televisora que llevaba varios años haciéndose cargo de impulsar su carrera. No podía saber si la Arena estaba llena para ver lo ganar de nuevo, o para alegrarse si caía derrotado. La gente gritaba, pero no como otras veces. Todo era 6 Por Yessika María
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Rengifo Castillo*
ca se escribió entre rosas y días de sol. Nos conocimos en el bar que solía frecuentar los viernes ante mis salidas del taller de mecánica. Descubrí que detestaba los días de invierno, las comidas chatarra, y la música arrabalera que le recordaba los golpes de su padrastro. No anhela ba una relación estable, lo que vio en su casa era suficiente para creer que diferente. El alarido de aquel México, México, se escuchaba pero… como si los miles de asistentes se hubieran puesto de acuerdo, nadie gritaba su apodo como en otras ocasiones. Voy a morirme en el cuadrilátero, ha bía dicho una y otra vez durante los meses de preparación, en cada en trevista. Me he matado entrenando. Estoy concentrado. Hemos planeado una verdadera estrategia para ga nar. Pero ellos quieren que pierda. Todos quieren que pierda, pero sé que algunos aún tienen esa ligera esperanza de que yo salga adelante en esta pelea. Era esta la pelea que estaba esperando. Seguía brincan do en puntas y comenzaron a caminar hacia el cuadrilátero, puso sus manos en el hombro de uno de sus asistentes que caminaba delante de él. La gente brincó de sus asientos. El público era un alarido continuo, y como era su costumbre había podido aislar los sonidos y concentrarse solo en su respiración, con la vista hacia el frente, y la cara levantada; pudo cerrar los oídos para escuchar ape nas un monótono beeeeeeeeep que se alargaba cuan largo era el camino a recorrer hacia el cuadrilátero. A su paso las personas lo iban tocando, como si intentaran tocar al Cristo que atravesaba muchedumbres, pero mientras aquel dejaba en cada roce a su piel, un poco de su paz y mila grería, él en cambio lograba que en cada toque el miedo fuera desapare ciendo de su cuerpo. Cada contacto de aquellas manos que se alargaban
Recorriendo sus pasos
Recordé que nuestra historia nunpara tocarlo e intentaban saludarlo, nuestra relación se reducía a conver saciones del mundo, relaciones sexuales y aguardientes, que me alegraban pero nos alejaban de la posibilidad de un nosotros. Cuando le confesé que la amaba su frente se ciñó y permaneció largo rato en silencio, prometiendo que hablaríamos después del tema…
Han pasado seis meses y no regre só al bar. Sigo recorriendo sus pasos entre las orquídeas que tanto amaba, y sus fotografías se aniquilan entre mis lágrimas del ayer. lo iban deteniendo, y él dejaba que todos los temores y los nervios fue ran cayendo con cada roce, para que al subir al cuadrilátero, y pasar entre la primera y la segunda cuerda, se hallase vacío de cualquier debilidad. Su concentración era plena. Siguió dando brinquitos sobre el entari mado, abría y cerraba la mandíbula, movía cintura y cuello. Todo se hizo una oscuridad azul, los flashes salta ban por todos lados. Mantuvo la vista en un punto fijo, para evitar ver a su contrincante caminar hacia el cua drilátero. No sería él quien validara cada uno de sus pasos. Nadie cree en mí. Todos esperan que caiga ante el campeón invicto. Esperan mi derro ta. El silencio entró hacia sus oídos, se había cerrado por completo, y ya lo tenía de frente. Money estaba pa rado junto a él, como una estatua de ébano, tantas veces repetida en las leyendas, como un oscuro dios de la guerra, respirándole en la cara. Esta era su oportunidad, y no pensaba de jarla pasar. El réferi daba las instrucciones de siempre, levantó los puños hacia adelante, Money los golpeó hacia abajo con sus propios puños, y se dio la espalda para ir hacia su esquina dando más brinquitos como bailarín de tap. Miró una vez más la multitud. Ellos lo odiaban, y podía sentir su odio mascándole la piel; endureció los músculos. Escuchó al gunas palabras de su entrenador que abandonaba el cuadrilátero. Lanzó una última mirada hacia la oscuridad de su memoria; sonó la campana, y miró a Money venir hacia él, con el brazo izquierdo doblado y pegado a su torso, como un guerrero que carga un escudo, y lo supo… esta sería su primera derrota y solo deseaba no terminar noqueado.