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El motor vital de Diemecke es motivar en sus músicos la búsqueda de la pasión
by La Jornada
Reyes Mart Nez Torrijos
El motor vital del reconocido director de orquesta Enrique Arturo Diemecke es proponer a sus músicos la búsqueda de “la creación, la energía, la pasión, el río interno en la sangre que es efervescente y nos da a ver las cosas de otra forma”. Esta misión, basada en la obra de los grandes compositores, la extiende a la enseñanza.
Esta prestigiada figura de la música mundial será el director invitado de la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (Ofunam) este fin de semana en la sala Nezahualcóyotl. El programa estará integrado por el Concierto para piano en sol mayor, de Maurice Ravel, y la Sinfonía número 1 en re mayor, Titán, de Gustav Mahler.
En entrevista con La Jornada, Diemecke (Ciudad de México, 1955) desbordó de entusiasmo cuando se refirió al impulso que lo mantiene en lo alto de la música de concierto internacional: “Buscar todos juntos la creación, la energía y todo eso; la pasión en la sangre que hace que sintamos una energía especial y nos lleva con esa adrenalina a no sentirnos cansados, fastidiados, a querer compartir, creer, crecer, a seguir siendo feliz y dar felicidad.
“Todo eso es lo que trato de enseñar a mis alumnos. No es pedirles: ‘tienen que hacer lo que digo’. No, lo único que tienen que hacer es lo que está escrito. Yo me encargo de que puedan, de encaminarlos a que podamos hacer lo que el compositor nos estuvo invitando.”
Los ayuda, continuó el también violinista, a que sepan cuál es el legado de los grandes de la composición: “El mensaje, el código; cómo nos quiere enseñar el amor, la pasión y todas esas virtudes que por alguna razón hoy día ya no tomamos en cuenta. Esto no es pasajero, es eterno; esto es la vida”.
Refirió que algunos de sus alumnos “lo están logrando, pero lleva tiempo. No hay que desesperarse.
Les digo: ‘si se ponen encima, creen que son los importantes y que gracias a ustedes las cosas funcionan, están traicionando todo lo que hemos hablado. Si se pusieron como de ‘¡cómo se atreven a hacer esto!’, ya la regaron”.
La actitud de suave concierto que proyecta a sus intérpretes se hizo patente en el ensayo que realizó el jueves pasado en el recinto universitario. La forma en que reconoció a cada uno y la calidad de su ejecución, y consiguió armonizarlos. Expresó que le emociona llevar la batuta de la Ofunam, a la que “tengo mucho cariño” y de la que destacó “ese sentir, esa forma de comportarse, de ponerse la camiseta para entrar al escenario y entregar el alma, el sudor y todo. Eso me encanta mucho de esta orquesta”.
Ser el compositor
Al término de la puesta a punto de la agrupación explicó que en su trabajo con jóvenes les cuenta que “en la música está todo y tienen que buscar interpretar el deseo del compositor o de la compositora. Se convierten en él y cuando van a sacar adelante su música, la toman para que sea lo mejor, porque vamos a servirle a ese ser que les dio la oportunidad de tocarla, no solamente de sonarla, sino de palparla”.
A sus estudiantes de dirección, agregó Diemecke, “les enseño que si no entienden la primera nota, no podemos pasar a la segunda. Vas comprendiendo las palabras, el mensaje, o sea, sabiendo leer el código, porque no son códigos normales y hay que estar ahí hasta que le llega a uno y dice: ‘¡ah, cómo no lo había visto, es esto!’ “Por ejemplo, ahora que estamos haciendo el Titán: ¿qué son esos acordes, esos ‘la’ que escribe Mah- ler durante dos compases, con una distancia desde lo más grave hasta lo más agudo. Si no los entendemos, al llegar al tercer compás, cuando entra el primer sonido que hacen las maderas de ‘la mi’, va a parecer que interrumpe, no va a parecer que es producto de lo que se creó en los dos primeros compases.”
Se trata de, mencionó, “entender la dimensión que crea Mahler en el espacio del sonido. Está poniendo el universo ahí sin movimiento ni color, pero de repente se oye un ‘laaa, mi’, que es una lucecita, luego un ‘la, mi, do, re”, que es una semilla, una célula que necesita ser irrigada y estar en el ambiente correcto para que pueda nacer algo de ahí. En el caso de la sinfonía que estamos haciendo, es el Titán el que está naciendo”.
Enrique Arturo Diemecke ha realizado presentaciones recientes con algunas de las mejores orquestas del país, después de tener encargos principalmente en Argentina, donde fue director artístico del teatro Colón y de la Filarmónica de Buenos Aires, así como en la Orquesta Sinfónica de Flint Michigan.
En la actualidad permanece en ésta última, es director huésped de muchas otras agrupaciones y se dedica al entrenamiento de futuros directores de orquesta.
En torno a la situación de la música clásica en este momento, señaló que “es el alimentador del espíritu, y la música de los autores clásicos aparece en las películas, desde el romanticismo o el expresionismo, porque hay un ingrediente muy fuerte, que es el que llega al interior del ser humano, a esa alma que necesita ser alimentada, fortalecida”. Apuntó que “los seres humanos somos muy especiales, y a veces pensamos que lo que se le otorga a uno, se le reconoce a uno, está por debajo de lo que uno ha entregado. No me refiero nomás a México, sino al mundo en general. Ya no interesa lo que tiene ciertos años, quieren tener el automóvil nuevo, el último celular, el más moderno, bueno, bonito y barato, porque muchas veces es desechable”.
▲ El programa que dirigirá en la sala Nezahualcóyotl estará integrado por el Concierto para piano en sol mayor, de Maurice Ravel, y la Sinfonía número 1 en re mayor, Titán, de Gustav Mahler. En la imagen, el director durante el ensayo, el jueves pasado.
Se dijo muy preocupado porque esta situación se repite en casi todo: “Es una necesidad muy extraña que ha hecho que la sociedad haya entrado en ese ritmo. No quiere tener compromisos de nada. Lo veo también en la cuestión musical y artística mundial: no estamos invirtiendo en lo que tiene tradición, sustancia, sino en lo nuevo, en lo que, si se rompe, no importa. En la música clásica eso es peligroso, porque una vez dañado es muy difícil reponerlo”.
La caída de México-Tenochtitlan, ¿fue una conquista española o una rebelión de los pueblos originarios contra el imperio azteca que los sojuzgaba? ¿Fue un encuentro de dos mundos o un genocidio?
1521: La caída es el título de la propuesta teatral que articula 22 textos divididos en cuatro partes, en las que se cuenta la derrota de la gran Tenochtitlan, desde los augurios de la llegada de los españoles hasta la rendición de los mexicas, el 13 de agosto de 1521.
El proyecto escénico cuenta con dramaturgia y dirección de David Olguín y tendrá una breve temporada del 2 al 26 de febrero en el teatro El Milagro.
De acuerdo con el maestro Olguín, se trata de un proyecto teatral que reflexiona sobre ese hecho histórico, “siempre motivo de polémica y contradicción, en el que se cuestiona si se trató de una conquista española o de una rebelión de los pueblos originarios contra el imperio azteca que los sojuzgaba, de un encuentro de dos mundos o de un genocidio”.
Es una propuesta escénica que “articula diversas voces individuales a manera de monólogos, de personajes históricos y de ficción que ofrecen distintos puntos de vista de la historia, vistos desde el presente y en contrapunto”.
Aquí se da voz a los conquistadores, a los indígenas; incluso, de manera ficticia, se da voz a los dioses y hasta al caballo de Juan Velázquez de León, que cita Bernal Díaz del Castillo, una yegua llamada La Rabona.
“El propósito es reunir diversas miradas del hecho histórico para armar un mosaico de aquel encuentro brutal que ocurrió entre 1519 y 1521”, agregó David Olguín.
La historia nos permite cuestionar el presente, continuó el dramaturgo, “ya que la propues- ta escénica 1521: La caída habla también de heridas que aún están en el presente contemporáneo, como el racismo, el abandono de los pueblos originarios y el mestizaje. Aquí hay historia, pero ante todo, diálogo y confrontación con el presente”.
La idea es conjuntar reflexión, ideas, pasiones y vidas reales e imaginarias por medio de los personajes históricos más famosos, como Hernán Cortés, Moctezuma II y Bernal Díaz del Castillo, así como de El Negro Juan Garrido, María de Estrada, “conquistadora de espada y caballo”, fray Bartolomé de Olmedo, un capitán tlaxcalteca conocido como Chichimecatecuhtli y la diosa Coatlicue, entre otros personajes no tan conocidos.
Son 22 textos o monólogos, divididos en cuatro partes, que se presentan de manera cronológica, aunque cada relato es unitario en sí mismo; es decir, cuenta una historia de principio a fin. La historia arranca en marzo de 1519, hasta el momento de la caída, el 13 de agosto de 1521, e incluye un prólogo y un epílogo.
En el proyecto escénico participan 20 actores de distintas generaciones, tanto profesionales como jóvenes egresados del Centro Universitario de Teatro. Entre ellos, Laura Almela, Alexis Briseño, Gutemberg Brito, Antonio Craviotto, Anna Díaz, David Hevia, Daphne Keller, Patricia Loranca, Sofía Gabriel Luna, Grissel Ocampo, Emmanuel Pavía, Elizabeth Pedroza, Mauricio Pimentel, Kira Rodríguez, Omar Silva, Elías Toscano, Stefanie Weiss, Iván Zambrano y Sergio Zurita. Se cuenta también con escenografía e iluminación de Gabriel Pascal y vestuario de Laura Martínez Rosas.

1521: La caída culmina temporada este domingo en el teatro El Milagro (Milán 24, entre Lucerna y General Prim, colonia Juárez) a las 18 horas.
La belleza de la humanidad, no su maldad, es el punto de partida de El hombre elefante, obra de teatro escrita y dirigida por Antoine Chalard, montada por la Compañía Midi en el Teatro de las Artes, del Centro Nacional de las Artes (Cenart). El dramaturgo francés cree en la humanidad, aunque “decirlo suene un poco pasado de moda; sin embargo, para mí, hay personas que pueden cambiar el mundo”, aunque muchas veces tienen un aspecto poco común. Para Chalard, “la diferencia es una fuerza, no una debilidad”.
De adolescente, a Chalard le cambió la vida ver El hombre elefante, de David Lynch, película basada en la historia verdadera del inglés Joseph Merrick (1862-1890), quien padeció una rara enfermedad que le causó un crecimiento excesivo de la piel y un desarrollo anormal de los huesos, así como tumores en la mitad superior del cuerpo.
Su historia “inspiró a muchas personas del cine, la literatura y el dibujo; no obstante, siempre fue una visión pesimista y oscura.
La película de Lynch, que es una obra maestra, muestra realmente la oscuridad de la humanidad, sus vicios y su sadismo. Quise hablar de esta historia desde un punto de vista diferente para mostrar de qué manera este ser excepcional, que no es un monstruo, cambia a las personas que frecuenta”, expresa el entrevistado.
–¿Alguien como Merrick sería mejor comprendido en la actualidad?
–No creo. Veo casi diario mujeres obesas, por ejemplo, de quienes todos se burlan. Es terrible para ellas. En nuestros países, México y Francia, bueno, las cosas mejoran. Sin embargo, en otros donde he trabajado, también en África y Asia, si eres diferente, eres considerado un monstruo. Merrick padece una enfermedad, pero es visto como engendro.
“Hoy día hay personas que tuvieron enfermedades como cáncer, y se aíslan, o los apartan. Es una vergüenza y pretendo denunciarlo con el objeto de decir que también las personas diferentes ayudan a la humanidad. No es vergonzoso ser diferente. Es un plus.”
Hablar de la “diferencia” es una característica de las obras de Chalard. La niña y el violín, escrita a partir de un cuento de Charles Dickens, obra también montada en México, es sobre una pequeña sordomuda a quien “todos trataban como idiota”. Precisa: “No quiero el derecho a la diferencia, quiero el derecho a la indiferencia. Es decir, no juzgar a los demás al verlos. Es muy naíf; no obstante, es mi visión”.
–¿Usted distingue entre la indiferencia y la tolerancia?
▲ El dramaturgo francés explicó en entrevista que antes del derecho a la diferencia, “quiero el derecho a la indiferencia, a no juzgar a los demás al verlos”. Foto cortesía de la compañía Midi
–Sí, para mí, la tolerancia es menos que la indiferencia. La tolerancia es decir: “bueno, es diferente pero haré un esfuerzo por aceptarlo”. Esto es un primer paso; un segundo es decir: “bueno, es diferente, pero no me importa, no lo veo así”.
“En Francia, por suerte, la población es mixta: hay árabes, africanos y asiáticos. Nunca me di cuenta de que los otros eran diferentes. Luego, las personas te dicen: ‘él viene de África’, y te das cuenta de esas cosas y tu mirada quizá cambia un poquito. Para mí, hay que ser indiferente.” Chalard suele pasar tres meses al año en México, aunque también vive en París y en Isla de la Reunión, en el océano Índico Occidental. Creada en 2012, la compañía Midi tiene un elenco franco-mexicano. El entrevistado ha presentado El hombre elefante en dos ocasiones en el Festival d’Avignon, así como en París, Líbano y África. El director suele interpretar alguno de los personajes de la obra, por ejemplo, al doctor Frederick Treves, quien rescata a Merrick de un circo donde es maltratado. Esta vez su papel es el del empresario explotador. El hombre elefante empezó funciones el 17 de febrero y termina el 5 de marzo, de jueves a domingo, en el Teatro de las Artes en el Cenart (avenida Río Churubusco 79, colonia Country Club). Para más información consultar cenart.gob.mx.