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BRAULIO CARBAJAL

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GUSTAVO CASTILLO

GUSTAVO CASTILLO

Domingo 13 de junio de 2021 DE ENMEDIO

DEPORTES CIENCIAS CULTURA ESPECTÁCULOS

▲ En memoria de los muertos y desaparecidos el Jueves de Corpus de 1971, conocido como el halconazo por el nombre del grupo paramilitar, los halcones, que agredió a estudiantes en una manifestación en el Casco de Santo Tomás, se plantó un árbol en los jardines del Complejo Cultural Los Pinos. La acción simbólica y artística fue organizada por el músico Gabino Palomares y el artista plástico Antonio El Gritón Ortiz, quien expresó que en la ex residencia oficial de los presidentes del país “durante décadas se conspiró para sembrar la muerte, la corrupción y el saqueo del país. Como parte de la iniciativa se colocó una placa con códigos QR para acceder al documental Halcones, terrorismo de Estado, realizado por Carlos Mendoza, y también a testimonios e información sobre la matanza ocurrida hace medio siglo. En la imagen de abajo, el crítico de arte Alberto Híjar, Ismael Colmenares, Severiano Sánchez Gutiérrez, Enrique Treviño Tavares, el cantautor Gabino Palomares y Arturo Reyes Mata. Fotos María Luisa Severiano CULTURA / P2a

CULTURA

Siembran un roble en Los Pinos para honrar a las víctimas del halconazo

“Nos recuerda que muchos presidentes fraguaron aquí los actos más viles”, indicó El Gritón // La idea es recuperar el Jardín de la Memoria con actividades para que los jóvenes tengan presente que la libertad es producto de mucho esfuerzo y sangre, expresó Gabino Palomares

CARLOS PAUL

Como un acto simbólico y artístico en memoria de los muertos y desaparecidos el 10 de junio de 1971 durante un ataque perpetrado por un grupo paramilitar, episodio violento conocido como halconazo, este sábado se plantó un árbol en lo que fue la residencia presidencial de Los Pinos, hoy centro cultural, “como un recordatorio de que en estas casas y jardines se fraguaron impunemente los actos más viles de muchos presidentes de México, entre ellos Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez”.

El pequeño árbol que se eligió, de apenas 2 metros de altura, es un roble quiebra hachas de la especie quercus rugosa, del cual se espera que en unos cuantos lustros alcance unos 25 metros de alto y una copa de unos 10 metros de diámetro.

El árbol va acompañado por una placa que a la letra dice: “El 10 de junio de 1971, el presidente de la República Luis Echeverría ordenó la masacre de una manifestación estudiantil en la Ciudad de México que apoyaba a la Universidad Autónoma de Nuevo León en la recuperación de su autonomía. Los contingentes estudiantiles quedaron cercados en las calles de San Cosme por tanques, granaderos, soldados y los Halcones al mando del coronel Manuel Díaz Escobar. Murieron ahí mismo al menos 120 estudiantes. Del hospital Rubén Leñero fueron sacados los heridos y después desaparecidos en el Campo Militar Núm 1. Intelectuales del Estado, como Fernando Benítez, Octavio Paz y Carlos Fuentes declararon su apoyo al presidente. Este árbol se plantó el 12 de junio de 2021 en memoria de los masacrados y desaparecidos porque son nuestras raíces”.

La placa incluye dos códigos QR. Uno lleva al documental Halcones: terrorismo de Estado, realizado por Carlos Mendoza, y el otro a una página que contiene información, testimonios y bibliografía sobre la matanza de Corpus de 1971.

Sitio de conspiraciones

El acto fue organizado por el músico Gabino Palomares y el artista plástico Antonio El Gritón Ortiz, quien evocó de qué manera desde 1958, Díaz Ordaz, entonces secretario de Gobernación, y el subsecretario, un joven Luis Echeverría, asistían a desayunos, comidas, cenas, fiestas y reuniones que solía ofrecer el presidente Adolfo López Mateos en Los Pinos.

“Fraguando tal vez la represión al movimiento ferrocarrilero de 1959 y comenzando la ‘costumbre’ de enviar a los disidentes políticos al Campo Militar Número 1, como sucedió con Demetrio Vallejo, o enviar a asesinar, extrajudicialmente, por medio del Ejército, a dirigentes campesinos como Rubén Jaramillo, en 1962, y luego la represión a la huelga de médicos, en 1965”, apuntó El Gritón en un texto escrito para la ocasión.

“Por los caminos y jardines de Los Pinos se conspiró durante décadas para sembrar la muerte, la corrupción y el saqueo del país; es un lugar que hay que limpiar de tanta mala vibra. La plantación de un árbol en memoria de los muertos, heridos y desaparecidos es una acción simbólica y artística, un recordatorio de que en estas casas y jardines se fraguaron impunemente los actos más viles de muchos de los presidentes de México como Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Felipe Calderón y Peña Nieto”, concluyó el artista plástico.

Las esculturas que integran el Paseo de los Presidentes, en Los Pinos, deberían ser reunidas y exhibidas dentro de una de las casas “para formar el museo del horror”, propuso.

También participaron Alberto Híjar y Severiano Sánchez Gutiérrez, quienes dieron su testimonio, y el grupo Los Nakos. Gabino Palomares comentó que la idea es recuperar el Jardín de la Memoria, en Los Pinos, con actividades para recordar la lucha social popular y que los jóvenes reconozcan que la libertad cuesta, que es producto de mucho esfuerzo y sangre.

▲ En la imagen superior, el crítico de arte Alberto Híjar durante la plantación del árbol. Sobre estas líneas, desde la izquierda, El Gritón, Híjar, Ismael Colmenares, Severiano Sánchez, Enrique Treviño Tavares, el cantautor Gabino Palomares y Arturo Reyes Mata, en la develación de la placa que conmemora la masacre y desaparición de cientos de estudiantes el 10 de junio de 1971. Fotos María Luisa Severiano

Resaltan la labor investigativa que precedió a la escritura de Saavedra: un anarquismo

El libro de Aurelio Fernández Fuentes, publicado por el FCE, es “una gran crónica y reportaje; una obra académica”, refi rió Blanche Petrich durante la presentación

REYES MARTÍNEZ TORRIJOS

La historia del anarquista andaluz Abelardo Saavedra Toro es interesantísima: un “‘viejo’ que decide a los 40 años meterse de activista alrededor de 1900, cuando tenía cuatro descendientes y era viudo”, relata el periodista Aurelio Fernández Fuentes, durante la presentación este sábado de su libro Saavedra: un anarquismo.

Se dijo sorprendido y especuló sobre la razón y la forma en que su bisabuelo se hizo anarquista en España. “Supongo que estaba en un café, conoció a Fermín Salvochea y el pensamiento de Bakunin. Esto lo fue calentando para entrarle, dejar a los hijos con alguien, hacer escuelas para trabajadores y su primer periódico, La voz del terruño; meterse a las huelgas e ir a las gañanerías (centros de reunión de desposeídos agrícolas)”.

Fernández Fuentes destacó que Abelardo Saavedra y otros “decidieron de buenas a primeras ir a esas cosas y los metieron a la cárcel una y otra vez. Uno hizo esto de joven, pero ellos lo hicieron más. ¿Qué pasaba por el temperamento, el cerebro y la pasión cuando decidían hacer estas cosas?”

La periodista Blanche Petrich calificó estas “aventuras de Abelardo”, publicadas por el Fondo de Cultura Económica (FCE), como una “gran crónica y reportaje, una obra acadé-

En la imagen, el autor de la biografía durante la presentación; en el recuadro, José Luis Gutiérrez Molina, quien también participó en el acto. Captura de pantalla

mica, un gran trabajo de historiador de Aurelio, su amigo entrañable y maestro”.

Hizo una crónica de los descubrimientos en la obra de Fernández Fuentes, donde ve un Aurelio reportero. “Se pone a rastrear la historia de Abelardo Saavedra, que fue simpático, maestro, alfabetizador, gran pedagogo, agitador y comunicador; además de preso político, que fue casi su otro oficio”.

La colaboradora de este diario mencionó elementos como el anarquismo andaluz y catalán, las cargas policiales, los oficios de Saavedra, los gañanes y las huelgas campesinas, la frase “la marea de viento” en el cultivo, las detenciones del activista, así como su labor periodística y su exilio en Cuba con la misión de reforzar las ideas del anarquismo, y donde encontró el pensamiento martiano”.

En su turno, el sociólogo Armando Bartra señaló que el texto es “una historia de los movimientos sociales que se desarrollan en España y en Cuba de finales del siglo XIX y primer tercio del XX; la saga de las organizaciones, publicaciones y acciones sobre todo de los anarquistas españoles y cubanos; una biografía de un anarquista y la historia de la pesquisa que emprendió Aurelio para desentrañar el curso vital de su bisabuelo.

“Saavedra fue un activista de aquellos que están en primera línea a la hora de los chingadazos y pagan las consecuencias. Hoy poner el cuerpo significa entender la acción política como teatralización, como arriesgada coreografía contestataria, de modo que al sistema se le desafía no sólo con palabras, sino arriesgando el físico. Para los anarquistas ha sido siempre así. Saavedra ha sido ejemplo de somatización de la política.”

Hizo hincapié en que Saavedra se vinculó con México, país que nunca visitó pero conocía, en la época próxima a la Revolución, por su relación muy estrecha con los magonistas. Agregó que hay muchas similitudes con el revolucionario Felipe Carrillo Puerto, como sus creencias en la colectivización de la tierra y los medios de producción, la autogestión, la defensa del amor libre, los derechos de la mujer, la educación racionalista, el derecho de todos a la cultura y el respeto a la naturaleza.

En la charla presencial realizada en el Centro Cultural Bella Época y transmitida en línea, también participó el sicólogo e historiador José Luis Gutiérrez Molina y Verónica Ortiz, como moderadora.

Lo insondable de lo evidente

BÁRBARA JACOBS

Si en estos momentos en lugar de un artículo para las páginas de este diario, escribiera una carta a Pura López Colomé, empezaría por felicitarla, efusivamente, en esta oportunidad por la selección, traducción y la muy conocedora presentación que lleva a cabo de las Cartas de Emily Dickinson: un campo minado.

Seguiría por admitirle a Pura que, a pesar de que desde preparatoriana, cuando conocí de su existencia, he presumido de ser lectora embelesada, arrobada, de la poesía de Emily Dickinson, admitirle a Pura, digo, que desconocía la desbocada vocación epistolar de la poeta estadunidense, de mediados del siglo XIX, comprensible, por otra parte, dado el aislamiento en el que se mantuvo los 55 años de una vida solitaria, sin salir de la casa paterna, en Amherst, Massachusetts.

Tan excepcional como es la sensibilidad que Pura expone al seleccionar, entre miles, las cartas que componen este breve libro, es igualmente excepcional la profundidad de su conocimiento de la poeta y sus temas. Y su traducción al español es una admirable proeza. La sencillez de las cartas es aparente. Implican tanto, aluden a tanto, su simbolismo está tan presente, que la lectura de cada carta pide una relectura, y otra. De ahí la deleitosa, la morosa, lectura de cada carta, la deleitosa, la morosa, lectura completa del breve libro. Al lector atento no le basta captar el sentido de cada carta, quiere oír su musicalidad, quiere gozar el giro hacia lo inesperado de cada una de las observaciones que la autora hila y entrehila, observaciones en las que infiere con sutileza, en las que procede con exactitud y precisión, y el lector, en especial quiere maravillarse por su particular ortografía, verla, aquí y allá, una palabra cualquiera, al menos a simple vista, con mayúscula en medio de una frase.

Las cartas, igual que los poemas, reflejan a una Emily Dickinson tan ella misma, sus particularidades, su excentricidad. ¡Cómo no querer identificarse con ella, por más infundado que sea semejante pretencioso anhelo! Con tal de leer Cartas de Emily Dickinson: un campo minado, poco importa que durante meses el lector no lea ningún otro libro, lentamente, deleitosamente, saldrá enriquecido de la experiencia.

Más que modernidad, habría que señalar el vanguardismo, la anticipación permanente a toda época que el auténtico vanguardista debe a su propia audacia, y que en su escritura registra Emily Dickinson, sin falta, permanentemente presente en su poesía, publicada íntegramente póstumamente, y en sus cartas, nutridas, contestadas, ambas expresiones desde una modestia impresionante, desde un constante desvanecimiento de la personalidad, desde un constante deseo de hacer desaparecer la personalidad, sencillamente a partir de una honesta indiferencia a su propia importancia. Vanguardismo permanente también en el contenido manifiesto del mundo de Emily Dickinson, ese mundo interior que sus poemas y sus cartas, de tan similar corte estilístico, logra, consigue, que se confundan unos con otras, mundo interior en el que las cartas son poemas, y los poemas, avisos de cartas.

Igual que a Pura, Emily Dickinson a mí también “me habla, me conmueve hasta en su momento de mayor hermetismo, recibe mi locura y la recicla, responde a mi oscuridad con claridad”.

Emily Dickinson era una mujer menuda y delicada que hablaba en voz baja, que levitaba, me parece, más que caminar. Fue gran lectora, iniciada crípticamente por su papá, un “abogado riguroso”. No se llevaba bien con su mamá, de quien señala que era “una buena y responsable ama de casa, limitada en muchos sentidos”. Su hija se refiere a ella como “una mujer que no piensa”. En cambio, siempre se llevó muy bien con su hermano y hermana, que finalmente fueron quienes reunieron las cartas para darlas a conocer, cartas de las cuales existen diferentes selecciones, creo que la de Pura López Colomé es la primera al español, su lengua materna, lengua a la que le tiene “irrestricta veneración”.

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