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David Brooks
by La Jornada
Los genios de Carlos Monsiváis y Juan García Ponce se rencuentran en el Estanquillo
Vasos comunicantes en el arte y la literatura expone las coincidencias entre ambos autores y las relaciones de una generación de intelectuales
MERRY MACMASTERS
El escritor y periodista Carlos Monsiváis (1938-2010) y el escritor y crítico literario y de arte Juan García Ponce (1932-2003) coincidieron en el tiempo e unieron fuerzas en favor de la vida cultural de México en la segunda mitad del siglo XX.
Ahora, se rencuentran en Carlos Monsiváis y Juan García Ponce: vasos comunicantes en el arte y la literatura, exposición de más de 230 piezas, entre pintura, fotografía, gráfica, libros, material hemerográfico y audiovisual, en el Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis.
Se trata de una muestra novedosa para el recinto, dado su enfoque literario/pictórico. Asimismo, se realiza en memoria de Francisco Toledo (1940-2019), Manuel Felguérez (1928-2020) y Vicente Rojo ((1932-2021), grandes amigos y colaboradores de Monsiváis y García Ponce.
La mayoría de la imágenes fueron facilitadas por el fotógrafo Rogelio Cuéllar, quien desde 1969, a la edad de 19 años, se dedicó a retratar a un sinnúmero de escritores y artistas en diferentes momentos de sus vidas. También hay fotografías de Graciela Iturbide, mientras la de Héctor García, captada en la inauguración de una exposición, es “emblemática” de la relación entre los protagonistas de la muestra.
El título rinde homenaje al libro Vasos comunicantes, escrito por André Bretón, padre del surrealismo, en 1932. Para Ángel Aurelio González Amozorrutia, curador de la exposición y coleccionista de la obra de García Ponce, es necesario que el público sepa que “el universo de Monsiváis es muy amplio en cuanto a colecciones; no sólo comprende arte de carácter popular”. La muestra también explora las afinidades entre estas dos figuras trascendentales, por medio de la literatura y el coleccionismo.
En entrevista, González Amozorrutia expresa que en la medida en que se adentró en el mundo de García Ponce, desde hace muchos años, “me sorprendió su capacidad literaria y de crítica de arte, la posibilidad que tuvo de crear todo un universo y de influir en tantos literatos y artistas”.
Lamenta que la obra del autor de novelas como Pasado presente (1993) y El gato (1974) “no es suficientemente conocida en estos términos”.
Vasos comunicantes en el arte y la literatura es una exhibición que toma en cuenta las relaciones de toda una generación por medio de las colecciones de arte tanto de Monsiváis como de García Ponce. Está integrada por obras de arte de ambos, así como por libros, documentos y fotografías.
Cuatro núcleos temáticos
La muestra se divide en cuatro secciones. La primera, 1968: la revolución de las ideas, cuenta con documentos y fotografías del movimiento estudiantil de ese año, provenientes de ambas colecciones. Monsiváis y García Ponce se conocieron desde antes; sin embargo, en “1968 coincidieron en la revista Siempre! Ambos participaron activamente en el movimiento estudiantil, en la redacción de textos, la publicación de artículos como protesta y su represión”, apunta González Amozorrutia.
García Ponce, por su lado, tradujo libros como Eros y civilización y El hombre unidimensional, de Herbert Marcuse.
El segundo núcleo, Nueve pintores mexicanos, toma su nombre de la exposición curada por García Ponce y del libro de su autoría publicado en 1968. Los artistas: Arnaldo Coen, Alberto Gironella, Fernando García Ponce, Francisco Corzas, Gabriel Ramírez, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Roger von Gunten y Vicente Rojo, luego fueron identificados con la Generación de la Ruptura. Von Gunten realizó un cuadro a propósito de la exposición, La aventura del más acá (2021).
Las dos secciones restantes son Correspondencias literarias y Correspondencias plástico-literarias. “La muestra se llama Vasos comunicantes por toda esta relación que hubo en este grupo de artistas, escritores, gente de teatro y poetas. No se exponen exclusivamente textos de Carlos y Juan”, señala el entrevistado, quien hace hincapié en las dedicatorias encontradas en los libros expuestos, como las de Gabriel García Márquez u Octavio Paz.
Las colecciones de Monsiváis y García Ponce comprenden pinturas de generaciones posteriores, como el retrato que Alberto Castro Leñero le hizo a ese último en 1984. González Amozorrutia destaca la relación “afectiva” de Monsiváis con Francisco Toledo, sobre quien escribió mucho, y cuya obra pictórica se incluye. Un cuadro de Juan Soriano, Accidente (1963), es testimonio de un viaje que realizó con García Ponce y el atropellamiento de una vaca.
Según el entrevistado, la relación entre Monsiváis y García Ponce tenía que ver con “los intereses y una visión de la cultura y el arte. No es que fueran amigos entrañables, pero eso sí, cómplices”. Llaman la atención las dedicatorias de ambos: “Es una cartografía de emociones”. Se editará un catálogo.
Carlos Monsiváis y Juan García Ponce: vasos comunicantes en el arte y la literatura abrió permanecerá abierta hasta el 24 de abril en el Museo del Estanquillo, Isabel la Católica 26, Centro Histórico.
▲ Juan García Ponce en su casa, en 1986. Abajo, cuando le dieron el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura 1989. Arriba, de izquierda a derecha: Hernán Lara Zavala, Aída Lara, Teresa Pecanins, Luz del Amo, Huberto Batis, Roberto Vallarino; segunda fila, de izquierda a derecha: María García, Francisco Castro Leñero, Héctor García, Betsy Pecanins, Juan García Ponce, Adriana Moncada; al frente, de izquierda a derecha: Rogelio Cuéllar, Mercedes Oteyza de Felguérez, Mercedes García Oteyza, Ana María Pecanins, Manuel Felguérez y Teresa Velázquez. Fotos archivo Rogelio Cuéllar

Conducía El andamio, programa que le dedicará mañana una emisión especial a las 15 horas
REYES MARTÍNEZ TORRIJOS
El periodista y conductor del programa El andamio, del Instituto Mexicano de la Radio (IMER), Juan Carlos Valdés Oropeza, falleció la noche de este sábado a los 53 años, debido a un infarto. Le sobreviven su esposa Claudia Fierro Symonds y sus hijos Sebastián e Íker.
El comunicador fue un referente en la información cultural, principalmente literaria, reconocido por sus compañeros por su ser solidario, así como por su compromiso con el quehacer creativo del país.
En entrevista realizada por Mónica Maristain e Irma Gallo, Valdés narró que se dio cuenta de que el periodismo cultural era lo suyo cuando le ofrecieron trabajo en IMER, su casa laboral durante tres décadas.
“Cada día confirmo que me gusta estar en el IMER, y que donde yo quería y quiero estar es en el periodismo cultural.”
Puntual, afirmaba que “las nuevas generaciones, sin generalizar, han perdido de vista de dónde venimos. Pueden ser muy hábiles con las manos y las teclas, pero no saben quién es Fernando Benítez. Ahí hay una ruptura generacional porque también hay poca movilidad en los medios tradicionales: prensa escrita, radio y televisión, somos la misma generación desde hace 15, 20 o más años”.
Valdés reconocía que si bien el área es mal pagada y con espacios acotados, “mis satisfactores son otros: la entrevista, el hecho artístico, el viaje, la cobertura; esos privilegios que compensan mucho la duda de cómo estaría si hubiera estudiado derecho”.
Durante casi 30 años, el periodista, nacido en 1968, fue pieza clave en el IMER y en el Sistema Nacional de Noticiarios (SNN), como reportero, conductor, coordinador y voz principal de la información cultural en sus emisiones.
La directora de la radiodifusora, Aleida Calleja, lamentó el deceso en su cuenta de Twitter e informó que está “en contacto con la familia

▲ Valdés Oropeza fue reconocido por sus colegas como solidario y comprometido. Foto cortesía de IMER Noticias
para atender lo que decidan. Agradecemos su vida y trayectoria. Lo abrazamos por siempre”.
Rita Abreu Vargas, conductora en el IMER, difundió en su cuenta de Facebook: “Juan Carlos problematizaba la cultura; a diferencia de cuando fui reportera y destacaba el lado creativo y noble, él siempre veía todos los ángulos, las fallas políticas que dan pobres resultados”.
Recordó que lo conoció antes de saber lo que la vida profesional les deparaba. “Los que trabajamos de cerca sabemos que él hizo lo que más amó: dar forma a una noticia; disfrutarla, sufrirla, incluso sentirse responsable de lo que quedaba pendiente por hacer, por enmendar”.
Exponentes del quehacer literario expresaron sus condolencias por el fallecimiento de Valdés Oropeza. El escritor Martín Solares consignó en un tuit: “Lamento profundamente la partida de Juan Carlos Valdés, periodista cultural de referencia y un ser humano ajeno a conflictos, que supo hallar la felicidad en el ejercicio de su vocación. Gracias por todo, querido Juan Carlos”.
El escritor e ilustrador Bernardo Fernández, Bef, destacó que Juan Carlos Valdés fue un “brillante periodista y miembro entrañable del medio cultural. Estupendo conversador y agudo entrevistador, deja un hueco irreparable en la radio pública. Descansa en poder, mi hermano”.
El narrador y cineasta Guillermo Arriaga lo describió como un apasionado de la cultura.
A las condolencias para su familia y amigos se unieron la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Secretaría de Cultura federal, el Festival Internacional Cervantino (FIC) y la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
Juan Carlos Valdés estudió ciencias de la comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; se integró al SNN en 1994, donde se convirtió en la voz de la cultura en los informativos del IMER, en programas como El placer del ocio, La feria: carrusel cultural y El andamio: cultura en construcción, el cual ofrecerá un programa especial dedicado a Juan Carlos mañana a las 15 horas, por la frecuencia de Horizonte, 107.9 de FM .
Valdés Oropeza desarrolló un amplio trabajo periodístico en torno al FIC y la FIL de Guadalajara. Además, fue maestro, tallerista, conferencista e impulsor de la reflexión sobre la labor informativa en distintos encuentros culturales.
De compañía a soledad
BÁRBARA JACOBS
Si no fuera por el ritual, por las rutinas, en estos momentos estaría muerta. Si no fuera por la pandemia, en el siquiátrico, por voluntad propia, sin miras a salir. Recuerdo a Robert Walser, los últimos años de su vida en el siquiátrico, después de compadecerse por un caballo, abrazarlo y llorar contra su cara. En medio de un bosque, Bernese Mental Home, en Waldan, las cuatro estaciones del año. (Recuerdo que se encontró con Freud; se simpatizaron.)
Soy de origen libanés; mis abuelos paternos, judíos; maronitas los maternos; emigraron a México, donde nacieron mi mamá y mis tíos. Comprenderás, lector mío, que mi segunda naturaleza sea confiar enteramente en el destino.
Mi final llegará cuanto esté escrito que llegue.
Desde hace ocho meses, tras la muerte de mi pareja, mi existencia cambió de forma radical. De ser de compañía, a ser de soledad. A su modo, todos mis muertos permanecen en mi interior y cual los vivos, mis cuatro hermanos. Viven con sus familias fuera de la Ciudad de México o, los más, dispersos en el extranjero. Aunque a veces nos vemos, aquí o allá, a su modo permanecen en mí, como lejos de mí. De ahí que defina mi existencia con la palabra soledad.
Debido a mi forma de ser (aislada, reservada, solitaria, tímida, insegura), y, a pesar de que, de ahí, de una u otra forma, siempre bien intencionada, por más que a mis ojos, mejor declararía que fui forzada a ser sociable, lo que de naturaleza nunca fui.
Apenas hace unos días (¿el 12 de noviembre?), de la nada se me plantó la idea, la urgencia, de volver a empezar a vivir, de ser consciente de que ahora mi vida era otra, y que, si no lo hacía natural (¿o medio forzada?), sencillamente moriría.
En el amanecer de tal fecha cercana, escribí y envié una “Invitación al bazar feminista” a algunas amigas de infancia, a una que otra del mundo libanés en México, a la aristocracia artística, intelectual, científica, a la que ingresé de la mano de mi primer esposo, amigo de toda la vida del segundo, que enviudó un mes exacto antes que yo (mi primer esposo era 26 años mayor que yo, lo conocí a los 23; mi segundo esposo era mayor que yo 16 años; su esposa, madre de sus hijos, 10, que murió al mes exacto de mi primer esposo).
En el acto en que brotó de mí la ocurrencia de invitar al bazar feminista, estaba incontenible, acelerada en extremo, como dicen, fuera de mí, según también dicen. ¡Incontenible! Recordé, reconstruí, de la infancia a la fecha, una lista de mujeres a las que me urgía ver (con algunas, aunque a lo largo del tiempo nos mantuvimos en determinado tipo de contacto (felicitaciones de cumpleaños; encuentros casuales), a la mayoría de herencias, apreciadísimas de medio siglo, de mis dos parejas (amigos desde mucho antes de que yo conociera a mi primera pareja; fuimos, los cuatro (mi segunda pareja y su única esposa de toda la vida, exiliados los dos, al igual que mi primer esposo, de dictaduras implacables; fuimos, decía, los cuatro, inseparables amigos (viajamos juntos por el país y por el mundo, nos veíamos seguido, en comunicación permanente con sus amigos, que coincidían, de siempre, que considero, desde la soledad, herencia invaluable, que amo y necesito; así, fecho a un bazar feminista (sólo dos galanes invitados, por razones muy particulares), aquí en mi casa, que (al publicarse esta colaboración) habrá tenido lugar el 10 de diciembre, y que yo consideraré, habré considerado, la forma ideal tanto de agradecerles (la gratitud es una de mis respuestas naturales aquí y ahora; la existencia de mis invitadas, compañía, su presencia, o sus respuestas a la “Invitación…”, mi presentación ante ellas, tan diferente de cómo me habían conocido todo este largo, largo tiempo (ya cumplí 74), con su asistencia, o respuestas, ya impresas y en un archivo específico, considero un final feliz cerrar 2021, aliciente para entrar a 2022, me dure lo que me dure. Viva o no, confiada a mi destino, en el estado deteriorado en que vivo.
Grupo heterogéneo, que yo registro, plenamente, agradecidamente, homogéneo.
Firmé Bárbara, Babi, Barbarita, según la identidad que iba recibiendo de mi gente; me faltó incluir, Babs, Babuschkaya, según me llamaba Julio Labastida.
Tras ocho meses, logro organizar mi día a día, entre rutinas y rituales, que me salvan de salir corriendo, tampoco sabría hacia dónde.
La impronta de David Bowie
HERMANN BELLINGHAUSEN
Creció con esa juventud británica de la posguerra que encarnaría La Juventud a partir de los años 60, protagonista por primera vez en la historia, modelo mundial, junto con la estadunidense y, luego del 68 la francesa. Una cuantiosa población de gente dispuesta a ser excéntrica, hedonista, revolucionaria, provocadora, bella, famosa y desobediente. El vehículo de su expresión fue la música, al principio simplona y limitada, pero hacia mediados de aquella década ganó una audacia no exenta de cualidades literarias. Todo sonido, todo instrumento, toda tradición cabía en un jarrito de rock. De servir para bailes escolares, pasó a nutrirse de jazz, blues, folk, música concreta, balada cowboy, ragas, ópera y hasta La Bamba (On With the Show, de los Rolling Stones, 1967). Para los británicos, la oportunidad de cantar cosas bellas e inteligentes les había sido abierta por Bob Dylan y compañía hacia 1962 y en adelante. Provocaciones, rarezas, drogas, una inmensa cantidad de diversión, adrenalina, aventura mental, sexo. Y montañas de dinero.
Pero nadie, en la densa historia del rock, encarnó, cuestionó, cambió y cambió su obra, siempre trascendente, en la escala alcanzada por David Bowie, dúctil y receptivo como pocos en esa vasta generación de creadores e intérpretes que hasta hoy seguimos escuchando y machacando. Sus ganas de ser, de pertenecer, de emparejarse con sus ídolos –Dylan, Warhol, Beatles– lo llevó a dedicarles canciones y versos admirativos o irónicos, más explícitamente que Eric Burdon, Fairport Convention o The Who, por ejemplo. Pero no le hicieron caso. No lo comprendieron. Tampoco el público. Su éxito fue relativamente tardío, comparado con sus pares. Hasta el nombre tuvo que cambiarse, pues se le había adelantado el “bonito” de los intrascendentes Monkees: David Jones. Con su nuevo nombre parecía de Marte.
Así, aquel precoz admirador de Mingus, Coltrane ¿y Lester Bowie?, que tuvo por primer instrumento un saxofón de plástico, brincó antes que nadie ni tan alto al espacio sideral, hombre de las estrellas, astronauta melancólico o extraterrestre. Su primera gran persona sería Ziggy Polvo de Estrellas, el profeta. Para cada etapa de su cambiante carrera, Bowie armó bandas extraordinarias, irrepetibles, devorando a los demás. La primera importante, Las Arañas de Marte, con la lira de Mick Ronson, jugaba en la primera división en la pléyade de instrumentistas y cantantes desatados, borrachos de ideas para erigirse como íconos: Tommy, el Sargento Pimienta, Jack el Saltarín, levantando escaleras al cielo y un montón de cábalas absurdas que devinieron canónicas y parte de nuestro sentido común.
Al concluir la década prodigiosa, por fin alcanza Bowie “el estrellato” del que tanto se burlaron The Kinks, ellos mismos atrapados en él. Pero, a diferencia del resto, Bowie dejaba atrás sus identidades, sus estilos, sus “éxitos”, para incursionar en otra y otra y otra cosa. Con una fiebre de no repetición casi cortazariana, emprendió la que, revisada tras medio siglo de fluir, representa una de las obras más redondas, definitivas y duraderas en el acervo del rocanrol.
Al cumplir 69 años, el 8 de enero de 2016, Bowie sorprendió al mundo con la aparición de una obra de ultratumba, experimental y total: Black Star. Dos días después, el 10 de enero, se anunció su muerte. Nadie en el rock se ha despedido con mayor elegancia, timming escénico y gratitud para con sus millones de admiradores. Como expresa Simon Critchley, el febril pensador británico que afirma deber a Bowie casi todo, empezando por su primera experiencia sexual: “Su genialidad consistía en convertirse en otra persona lo que durase una canción, y algunas veces a lo largo de todo el álbum o incluso toda una gira. Bowie era un ventrílocuo” (Sexto Piso, Madrid, 2014).
Pupilo de Lindsay Kemp, el mago de la expresión corporal, en Bowie florecen un duque excesivamente blanco y flaco, un clown triste, una mujer semidesnuda, un crooner romántico, un negro plástico, Hamlet, un hombre del futuro orwelliano, un ser de otra galaxia. Siempre un dandi.
Llevó al límite la técnica postsurrealista de pegar líneas a la William S. Burroughs y con ello generó una colección de frases y rolas sugerentes que definen nuestro tiempo. Incursionó en el cine con esplendor histriónico para Oshima, Scorsesse, Henson, Tony Scott, bajo la impronta de El hombre que cayó a la Tierra (Nicholas Roeg, 1976), tan definitiva, que sería el eje narrativo de su tardío musical Lazarus, estrenado en Broadway en 2015.
Ladrón, imitador, mimo, macho bogartiano, eterno fingidor, se creía cada personaje a fondo (de ahí la necesidad de matarlo, de cambiarlo, de reinterpretarlo). Su originalidad es absoluta. Implacable, no dudó en robarse músicos de otras bandas. A costa de la amistad de Frank Zappa reclutó al guitarrista cum laude Adrian Belew. Trabajó con Brian Eno, ex Roxy Music, en una trilogía fundamental para el rock progresivo y el minimalismo trágico. Obras maestras: una tras otra, donde destacan (aquí sí cada quién) Ziggy Stardust, Station to Station, Diamond Dogs, Heroes, Young Americans, Heathen, Next Day: es decir, a lo largo de toda su carrera dio en el blanco.
Dicho de otro modo: no conoció el desgaste ni la decadencia; aún en los momentos menores, como su onda disco y la época de Tin Machine, no dejó de sorprender e inspirar. Asociado finalmente con sus ídolos John Lennon y Mick Jagger, y con sus contlapaches Iggy Pop, Tony Visconti (el héroe de Heroes) y el incomparable Eno, desarrolló una voz y un feeling de crooner para el siglo XXI en deuda con Sinatra y Nina Simone, digamos en Word on a Wing, Wild is the Wind, o todo Heathen (2002).
Siempre la trajo consigo. Inquietante y bello espécimen humano, aportó al mundo una riqueza estética y una propuesta existencial inigualable, una cadena de imágenes y símbolos, un modelo alternativo de experiencia personal no por ficcional menos verosímil y hasta verdadero. A cinco años de su mutis magistral y desaparición física, David Bowie respira con la perennidad de un clásico que imaginó el fin del mundo (en) “cinco años, pegados en mis ojos”. Pero de eso hace siglos. ¿O sólo cinco años?

▲ David Bowie (Londres, 1947-Nueva York, 2016), captado por la lente de Fernando Aceves en 1997.
10a
ESPECTÁCULOS
Raúl de la Rosa, colaborador de La Jornada, recibirá una distinción en EU por difundir el género
El mantra que Raúl de la Rosa se ha repetido durante años tiene un origen popular en los dichos de las abuelas: “Cuando las cosas van, van”.
Con la confianza puesta “en las fuerzas de la naturaleza”, hace 43 años De la Rosa logró organizar con éxito el primer Festival de Blues en México y con esto establecer los cimientos para recibir este género en el país. Desde entonces, su labor como promotor cultural y divulgador del blues y el jazz no ha cesado. Por eso, este año se le otorgará el premio Keeping the Blues Alive, que otorga The Blues Foundation a personas que hayan hecho contribuciones significativas al mundo de esa música.
“Los viejos espíritus del delta del Missisipi bajaron y me susurraron al oído”, relata De la Rosa sobre el día en que, ante el extinto Consejo Nacional de Recursos para la Atención a la Juventud (Crea), mencionó un género musical del que se había enamorado luego de haber escuchado apenas unos pocos discos: el blues. Por la voz de Howlin’ Wolf, el promotor mexicano se había convencido. “Me llevó un poco a la lágrima, yo oyendo solito aquello. Una voz podrida, grave. Me tocó recovecos, no sé si del alma, del pulmón o del cerebro, y pues me marcó”, dijo.
Uno de los argumentos que De la Rosa ofreció al Crea fue una síntesis sobre la importancia del blues. Explicó que se trataba de una base de mucha música popular estadunidense, como el rock, que entonces comenzaba a popularizarse por todo el mundo. “Parece que les agradó un poco –o un mucho– la explicación porque pensaron que una bola de viejitos negros no iban a causar ningún problema. No sabían de lo que estaban hablando”, cuenta el también columnista y locutor.
Unos días después, De la Rosa se enteró de que su propuesta, aunque era sólo una idea, había sido aceptada. Lo primero que tenía que resolver era la falta de músicos para
De haber tenido apoyo, estaríamos celebrando la edición 43

el festival. A finales de la década de los 70, conseguir información sobre casi cualquier tema o persona era muy complicado, y la escena del blues se mantenía como fenómeno local. Sin tener idea de dónde ir, sin conocer a nadie ni saber a qué músicos invitaría, viajó a Chicago junto con su colega Gastón Martínez.
“Cuando las cosas van, van, y cuando no van, no van”, vuelve a mencionar el promotor, quien considera que desde aquel viaje las cosas “han ido” y lo han llevado en la dirección del blues. A través de amigos, él y Martínez lograron dar con Jim y Amy O’Neil, editores de la única revista de blues que se publicaba en Estados Unidos en esa época.
Se reunieron con ellos en un pequeño lugar consagrado al género. Al entrar, “oigo una armónica de esas que te erizan el pelo, y le dije a Gastón: ‘No sé quién sea, pero a éste lo quiero llevar’”, recuerda. Escuchando a Big Walter Horton, tocando con Jimmy Rogers. Sorprendidos de que hubiera en México personas interesadas en llevar a cabo un festival del género, los músicos hicieron buenas migas con los promotores culturales. Tras una noche de celebración, De la Rosa había conseguido su primer contrato.
A la mañana siguiente, todavía con resaca, se dieron cuenta de que el documento había sido escrito en una servilleta que el promotor conserva todavía en algún libro. El compromiso, sin embargo, era grande. Los músicos los llamaron para invitarlos a conocer su estudio y les preguntaron a quién más deseaban agregar al festival. Aún debutante, sólo atinó a pronunciar los nombres que ya conocía, pero Howlin’ Wolf y Little Walter, le informaron, ya habían fallecido.
Luego probó suerte con Willie Dixon. Lo llamaron y aceptó, incluso se ofreció para convencer a John Lee Hooker, quien también se sumó. “Poco a poco empezamos como los siete samuráis, reclutando a los músicos”, describió De la Rosa. El mantra vuelve a aparecer.
Durante el regreso a México, los promotores se dan cuenta de que no tenían un lugar para llevar a cabo el festival ni la certeza de que el publico llegara. El foro elegido terminó siendo la sala Nezahualcóyotl, algo que hasta hoy en día lo enorgullece, pues logró ofrecer “la mejor sala de conciertos, con todo el respeto que estos viejos músicos se merecían. Así fue”, detalla.
Una veintena de emisiones que duró 10 años
Para informar a los aficionados del entonces Distrito Federal sobre blues, se le ocurrió hacer un programa de radio compuesto de 24 emisiones, pensado así porque ese número daba para la información con que contaba. La emisión, sin embargo, se transmitió por Radio Educación durante casi 10 años.
“Estos festivales de blues que empezamos a organizar fueron como un retorno a los primeros conciertos para jóvenes que volvieron a abrir un poquito esa puerta tan herrumbrada que había”, comenta. El 12 de octubre de 1978, una repleta sala Nezahualcóyotl vio nacer al primer Festival de Blues en México.
“Fue maravilloso, extraordinario. Es todo un libro: las reacciones, los músicos, lo que hicieron, las vivencias; cómo estuvieron en mi casa y la relación que hubo”, describe De la Rosa sobre ese primer encuentro. Como artífice y testigo privilegiado de esa historia, pudo mirar más allá del escenario. “En mi casa había un piano. Y que se hace una jam session, creo que la primera del blues que se da en este país. De ese tamaño: con esos músicos, en la sala de la casa de alguien.
“Si hubiera sido consciente, hubiera fotografiado todos los días los primeros festivales como con 20 mil fotos”, lamenta al pensar en retrospectiva.
Después de ese primer encuentro de blues, se hicieron otros 11 con muy buen éxito pero poco apoyo. En el segundo festival, en el Auditorio Nacional, hubo incluso un portazo debido a la cantidad de interesados en ingresar. El cuarto fue cancelado al segundo día, con el argumento de que así no habría desmanes. “De haber tenido apoyo, hubiéramos continuado. Hoy estaríamos en la edición 43 y, sin duda, sería el mejor festival de blues del mundo”, expresa Raúl.
Aunque el género es originario de Estados Unidos, para el también columnista de este diario, “quizás es el único al que yo no le pondría el término gringo. Por dos razones: lo gringo para nosotros tiene un sentido peyorativo, además, lo gringo abarca todo. Creo que este género es, ni más ni menos, las raíces de la música popular estadunidense. Es música fundamental, no sólo para Estados Unidos, sino que la música popular de ese país ha influido en la música popular de todo el mundo”.
Además, debido a su trabajo de organizador de festivales de blues, Raúl de la Rosa está nominado por su labor como divulgador. En este aspecto su actividad se ha concentrado principalmente en el programa de radio Por los senderos del blues, que se transmite desde 2005 por Horizonte, así como en la columna “Tiempo de blues”,

▲ A la izquierda, Willie Dixon, quien convenció a John Lee Hooker de participar en el festival; al lado, De la Rosa en la librería de esta casa editorial. Fotos Writers and Musicians/ Dixon html, Internet Yahoo y Roberto García Rivas
que publica este diario, los cuales continúan con el espíritu de aquel primer programa transmitido por Radio Educación.
“Sucede que La Jornada también es el primer diario, en México al menos, que dedica un espacio al blues. Es sorprendente saber que hay espacios que también se van abriendo”, estima. De esta labor, De la Rosa ha rescatado una buena parte de sus escritos y los ha reunido para un libro, “porque son las bambalinas: cómo se organizó, cómo fue”.
El volumen, que se publicará más tarde este año y el reconocimiento Keeping the Blues Alive, que le será entregado en Estados Unidos el 21 de este mes, son parte de una misma cosa. “Hay una memoria, una crónica que nos pertenece a nosotros, que es muy pequeña, pero muy importante porque sucedió aquí, la vivimos aquí, porque es nuestra, y había que narrarla”, indica.
Además de alegrarse por el premio que le será otorgado, De la Rosa celebra que su testimonio sea reconocido. “Para que se enteren allá, los de la Blues Foundation de Memphis, que en México hicieron unos festivales a nivel internacional, de lo mejor. Estoy seguro de que ningún festival de blues del mundo tuvo un lugar como la sala Nezahualcóyotl.”
De la Rosa parafrasea a Pablo Neruda y sentencia: “Confieso que me he divertido”.
Abigail Espíndola presentará su versión de la película de David Lynch en el teatro Sergio Magaña
ANA MÓNICA RODRÍGUEZ
Con títeres de papel, juguetes y sombras, Abigail Espíndola recrea en miniatura “la maravillosa historia” de El hombre elefante, “la misma que llegó al cine y evidenció prejuicios absurdos”.
Este espectáculo unipersonal retoma la biografía de Joseph Carey Merrick, quien “sufrió una enfermedad que deformó su cara y su cuerpo, lo que no le impidió mostrarse al mundo para reclamar respeto a su condición y el derecho a una vida digna”, explicó Espíndola sobre la obra que presentará con dramaturgia de Mario Conde en el teatro Sergio Magaña, del 22 de enero al 13 de febrero.
Hice El hombre elefante, agregó la creadora, “con la finalidad de
La dramaturgia de la obra recupera dramas de la época victoriana
tener una obra de teatro en la que explorara mis habilidades como titiritera; estoy yo sola en el escenario.
“Busqué una historia que me hubiera llamado la atención y pudiera contarse de forma unipersonal. Recordé esta conmovedora película, que me marcó por su historia impactante y por la estética de David Lynch”.
Espíndola se ha dedicado a difundir el teatro de títeres a través de distintas técnicas.
En 2018 estrenó la adaptación de El hombre elefante y desde entonces la ha presentado de forma presencial y virtual en festivales, teatros y espacios no convencionales.
Agrega que buscó la forma de contar la historia de Joseph, pero “a partir de objetos que encontró en los mercados de pulgas, donde uno halla cosas de todas las épocas que funcionan como pivote para narrar las escenas. A la vez, también hice una investigación sobre la Inglaterra, de los siglos XVIII y XIX, pues me interesaba conocer los orígenes del teatro de papel y cómo llegaron a México”.
Así, el unipersonal “narra la historia a partir de la premisa de que todo ser humano padece deformaciones físicas e intelectuales, por lo que cuestiona cuál es el cuerpo ideal, de qué estamos enfermos y qué hubo dentro del cuerpo de Joseph Carey Merrick, quien en sus últimos años se descubrió como persona dulce, tierna y, sobre todo, con un coeficiente intelectual superior al promedio”.
En esta versión de Mario Conde, Espíndola recupera los viejos dramas juveniles originados en la época victoriana que reunían a la familia y amigos en fiestas de té con el objetivo de recrear los grandes espectáculos presentados en los teatros, pero en una versión de papel, en miniatura, y para la diversión de toda la familia.
Puntualizó: “También soy la narradora; juego entre una presentadora de circo, una doctora, la madre de Joseph o personajes que convivieron con este hombre, con la finalidad de entretejer qué opinaban las personas. De hecho, la premisa es preguntarnos qué hay dentro del cuerpo de El hombre elefante, que en su época fue considerado objeto de estudio y también es una maravilla de la naturaleza”.

Títeres, teatro mexicano
Cabe destacar, dijo la artista, que el teatro en miniatura es una técnica adoptada por los titiriteros mexicanos desde el siglo pasado y actualmente es una de las más representativas del país.
El estreno de El hombre elefante cumplió 40 años en octubre de 2020. Fue un fenómeno cultural con las actuaciones de Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, Hannah Gordon, John Gielgud, Freddie Jones y Michael Elphick.
Abigail Espíndola es actriz y titiritera. Obtuvo la beca del Programa Creadores Escénicos del Fonca
Espíndola es actriz y titiritera. Las funciones del unipersonal serán en el Sergio Magaña. Foto cortesía del Sistema de Teatros de la Ciudad de México
(2015 y 2017) y es especialista en espectáculos de títeres.
También es colaboradora de la compañía Badulake Teatro y fundadora de La Sombra Producciones, equipo multidisciplinario creador de espectáculos escénicos y trabajos audiovisuales.
El hombre elefante tendrá funciones sábados y domingos a las 13 horas, en el teatro Sergio Magaña (con aforo al 75 por ciento), que se ubica en Sor Juana Inés de la Cruz 114, colonia Santa María La Ribera, cerca del Metro San Cosme.
Falleció Michael Lang, organizador del Festival de Woodstock
AFP NUEVA YORK
Michael Lang, uno de los organizadores del festival de música de Woodstock, el mayor hito de la contracultura en Estados Unidos, falleció el sábado a los 77 años debido a un cáncer, anunciaron medios.
Lang murió por “una rara forma de linfoma de Hodgking en el hospital Sloan Kettering de la ciudad de Nueva York”, según un comunicado de la familia divulgado por Michael Pagnotta, un viejo amigo de Lang.
En Twitter, Pagnotta, representante de artistas y supervisor musical, escribió: “Lamentamos saber que el legendario ícono de Woodstock y durante mucho tiempo amigo de la familia, Michael Lang, murió a los 77 años tras una breve enfermedad. Descanse en paz.
“Le sobreviven su esposa Tamara y sus hijos”, dice el comunicado, que publica la CNN.
En imagen de 2019, Lang durante la celebración de medio siglo del icónico festival. Foto Afp
Lang tenía 24 años cuando nació el festival de música y arte Woodstock en agosto de 1969 en la región de las Montañas de Catskill, en Nueva York, una congregación hippie que se convirtió en un momento fundamental en la historia de la música popular y la consolidación definitiva de la contracultura de los años 60 en Estados Unidos.
Desde el viernes 15 hasta el lunes 18 de agosto de aquel año se presentaron grupos de rock durante el festival que congregó a casi medio millón de personas en la finca de un granjero cerca de la localidad de Woodstock, que le dio el nombre y lo hizo mundialmente famoso.
La actividad quedó inmortalizada en el documental Woodstock: 3 días de paz y música, ganador de un premio Óscar.
