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Reseña (incompleta) de libros

Alberto Cordero *

Juan Pérez Jolote **

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INTRODUCCIÓN JUAN PÉREZ JOLOTE

“Juan Pérez Jolote” es el relato de la vida social de un hombre en quien se refleja la cultura de un grupo indígena, cultura en proceso de cambio debido al contacto con nuestra civilización.

El marco de las relaciones en que se mueve el hombre de nuestra biografía, descrito aquí en sus rasgos más importantes, debe ser considerado como una pequeña monografía de la cultura chamula. No se logra en su totalidad el conocimiento de un grupo, en un momento de su proceso cultural, mediante la narración del ambiente en que se mueve el hombre (menos aún, cuando faltan todos los antecedentes históricos del grupo); sin embargo, la comprensión de la biografía es más clara con la descripción de los componentes más importantes de dicha cultura.

Nuestro ejemplo es típico, ya que caracteriza la conducta de muchos de los hombres de su grupo (exceptuando la participación en el movimiento armado de la Revolución Mexicana, que fue un accidente de su vida). No es una biografía excepcional; por el contrario, es perfectamente normal dentro de su medio, salvo las causas que obligaron a salir de su pueblo.

En sus relaciones sociales, como todos los hombres de su pueblo, convive dentro de dos tipos de economía: indios con restos de organización prehispánica la una, y nacional de tipo capitalista, occidental, la otra.

Dado el carácter de la narración, no es posible exponer, en forma sistemática, los dos tipos de economía a que se ha hecho referencia, pero, para ayudar a comprender mejor la distinción que se ha establecido entre ambos, conviene algo acerca de estas diferencias.

Constituyen los chamulas un grupo de indios, de más de 16,000 individuos, que hablan la lengua tzoltzil y que viven en parajes diseminados por las montañas de la altiplanicie de San Cristóbal, cercanos a Ciudad Las Casas. Tienen un centro, el pueblo de Chamula, destinado a usos ceremoniales, donde habitan las autoridades políticas y religiosas…

La tierra de mis antepasados está cerca del Gran Pueblo en el paraje de Cuchulumtic. La casa donde nací no ha cambiado. Cuando murió mi padre, al repartirnos lo que dejó para todos sus hijos, la desarmamos para dar a mis hermanos los palos del techo y de las paredes que les pertenecía; pero yo volví a levantarla en el mismo lugar, con paja nueva en el techo y lodo para el relleno de las paredes. El corral de los carneros se ha movido por todo el huerto para “dar cultivo” al suelo. El pus que usó mi madre cuando yo nací, y que está junto a la casa, ha sido remendado ya; pero es el mismo. Todo está igual que como lo vi cuando era niño; nada ** Pozas, Ricardo. ha cambiado. Cuando yo muera y venga mi ánima, encontrará (2018). Juan Pérez los mismos senderos por donde anduve en vida, y reconocerá

Jolote. México: Fondo mi casa. de Cultura Económica, No sé cuándo nací. Mis padres no lo sabían; nunca me lo Trigésima cuarta dijeron. reimpresión. Me llamo Juan Pérez Jolote; lo de Juan, porque mi madre me parió el día de la fiesta de San Juan, patrón del pueblo; soy Pérez Jolote, porque así se nombraba a mi padre. Yo no sé cómo hicieron los antiguos, nuestros “tatas”, para ponerle a la gente nombres de animales. Desde muy pequeño me llevaba mi padre a quebrar la tierra para la siembra; me colocaban en medio de ellos, cuando padre y madre trabajaban juntos en la milpa. Era yo tan tierno que apenas podía con el azadón; estaba tan seca y tan dura la tierra, que mis canillas se doblaban y no podía yo romper los terrones; esto embravecía a mi padre, y me golpeaba con el cañón de su azadón, y me decía: “¡Cabrón, hasta cuándo te vas a enseñar a trabajar!” Algunas veces mi madre me defendía, pero a ella también la golpeaba. En otras ocasiones, siempre encontraba motivo para pegarme; cuando él costuraba un sombrero de palma y yo torcía la pita para una costura, y la pita se reventaba, me jalaba las orejas y me decía de nuevo: “¡Cabrón con qué me vas a pagar lo que te estás tragando, si no vas a aprender a trabajar como yo!” Casi siempre me llevaba al monte a traer leña, y siempre que iba con él me pegaba; tal vez porque no podía yo cortar los palos con el machete. Tanto y tanto me pegaba que pensé salir huido de mi casa. Un día domingo, a la hora en que por el camino la gente que vuelve de San Andrés, después de la plaza, me acerqué a una mujer zinacanteca y le dije llorando: “Mira, señora, llévame para tu casa, porque mi papá me pega mucho; aquí tengo mi seña todavía, y acá, en la cabeza, estoy sangrando; me pegó con el cañón de la escopeta”. “Bueno —me dijo la mujer—, vámonos.” Y me llevó para su casa donde tenía sus hijos, en Nachij. No muy cerca de esta casa, en otro paraje, había una señora viuda que tenía cincuenta carneros. Cuando supe que yo estaba allí, vino a pedirme, diciendo a la mujer que me había traído: “¿Por qué no me das a ese muchacho que tienes aquí? No tiene papá, no tiene mamá; yo tengo mis carneros y no tengo quien me los cuide.” Luego me preguntó la mujer que me trajo: “¿Quieres ir más lejos de aquí; donde tu papá no te va a encontrar?” “Sí”, le dije. Y me fui con la mujer de los carneros, sin saber a dónde me llevaba. Por el camino me preguntó si era yo huérfano: “No —le dije—, tengo padre y madre; sólo quiero que cuides mis carneros.” Y caminando siempre detrás de ella, llegamos a su casa; yo ya había andado por el monte con carneros, yo solía llevaros para que comieran y bebieran, pero no conocía las tierras de los zinacantecos, no sabía dónde había pasto y agua. Al día siguiente me recomendó la dueña de los carneros con otras gentes que tenían rebaños, para que anduviera con ellos por el monte pastoreándolos...

* acordero@fcfm.buap.mx

Tras las huellas de la naturaleza

Tania Saldaña Rivermar y Constantino Villar Salazar · Ilustración: Diego Tomasini “El Dibrujo”

¡De la tradición a la conservación!

Cada año el dos de febrero se celebra el día de la Candelaria, tradición que termina con los festejos navideños y que en México también es el pretexto para comer unos ricos tamales, sin embargo, desde la perspectiva ambiental, resulta que también ese día se celebra el día internacional de los humedales.

Los humedales son lugares cuyo suelo está saturado de agua y que de acuerdo al Convenio de RAMSAR estos sitios pueden ser extensiones de marismas, manglares, turberas o pantanos cubiertos de agua, estos pueden ser naturales o artificiales y cuya profundidad no debe exceder los seis metros. Hay algunos humedales que están de forma permanente y otros de forma temporal.

En 1971 se decretó el cuidado de estos sitios a nivel internacional, por lo que una gran parte de los humedales del mundo se encuentran bajo protección. En México la lista de humedales es larga y no alcanzaría el espacio de esta columna para hablar de cada uno de ellos, sin embargo, nos gustaría centrarnos en los humedales que se encuentran dentro de una ciudad y de la importancia de los servicios ambientales que estos han brindado a lo largo del tiempo a las poblaciones humanas.

Desde la parte histórica uno de los humedales más importantes para México fue el lago de Texcoco, sitio en donde se fundó la antigua Tenochtitlán, la cercanía a este cuerpo de agua permitió que se diera el desarrollo de una de las culturas más prolíferas de la historia.

En particular nos gustaría abordar la importancia de Xochimilco en la Ciudad de México y de la Presa Manuel Ávila Camacho, mejor conocida como Valsequillo en la ciudad de Puebla. Ambos son humedales que debido al papel ambiental que juegan han sido protegidos a nivel internacional.

Xochimilco es una zona formada por varios pueblos alrededor de canales de agua. En 1987 por su importancia cultural fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco y en el caso de la presa de Valsequillo fue construida en 1946 con el objetivo de depurar y retener los desechos sólidos que los ríos Alseseca y Atoyac venían arrastrando corriente arriba. Ambos sitios tienen la declaración como sitios RAMSAR y es que, a pesar de lo contaminados que se encuentran hoy en día, son de vital importancia para las actividades humanas, así como para poblaciones de otras especies de plantas y animales. Tanto Xochimilco como Valsequillo participan dentro del ciclo hidrológico, ya que a través de los años han funcionado como fuentes de abastecimiento de agua o regulación de los caudales. También se han convertido en sitios que sirven como refugio u hogar de muchos animales; para el caso de Xochimilco es el hogar del emblemático ajolote mexicano, un anfibio que debido a sus características morfológicas y fisiológicas y que, como consecuencia de la contaminación del agua, cambio climático y la introducción de especies exóticas, hoy en día es una especie que se encuentra en peligro de extinción. Por otro lado, Valsequillo, además de proveer agua para los campos de cultivo cercanos a la presa, resulta que se ha convertido en un sitio importante para que muchas especies de aves migratorias o residentes tengan un lugar de descanso o refugio, ya sea de manera temporal o permanente.

A pesar de que se ha generado un sinfín de programas para la conservación de los humedales en México, resulta que cerca de 60 por ciento de ellos, se están perdiendo o degradando, las consecuencias van desde la pérdida de la biodiversidad, hasta enfermedades en las personas causadas por los altos índices de contaminación en el agua. No todo está acabado, se tienen que seguir generando estrategias que permitan a estos oasis seguir existiendo, al mismo tiempo los invitamos a que cada dos de febrero además de echarse un tamalito, apoyen a la conservación de los humedales.

@helaheloderma Tras las huellas * traslashuellasdelanaturaleza@hotmail.com

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Rufina Villa, la líder indígena que le plantó cara al machismo, a la pobreza y a la explotación

“Por eso rechazamos las tiendas de crédito, porque muchas veces las familias se angustian y tienen que irse lejos, donde no los conozcan, porque no pueden pagar, por esos grandes comercios, como los de Coppel, o algún otro que vende a crédito o las casas de crédito, que hay que pagar intereses altos y a veces por desconocimiento o la necesidad inmediata la gente recurre a ellos”.

ABAJO LA LEY MINERA

A tres años de que dé inicio la séptima década de su vida, Rufina Edith Villa tiene claro dos cosas: no volverá a dejarse convencer para competir por un cargo de elección popular, luego de que buscó en dos ocasiones la presidencia municipal de Cuetzalan sin contar con los recursos suficientes para hacer frente a un sistema corrompido por la compra de voluntades; y que la defensa del territorio, si bien dejó frutos en ese municipio tras lograr la cancelación de una subestación eléctrica, es una tarea inacabada ante la ambición perpetua de las grandes compañías.

Aclara que no se arrepiente de haberse enfrentando a los políticos tradicionales y a sus prácticas fraudulentas, para competir por un cargo que nunca ha ocupado una mujer en ese municipio serrano, ya que le sirvió para conocer las necesidades de las ocho juntas auxiliares y 162 localidades que lo componen.

Si desistió de continuar una carrera política, acota, es porque llegó el momento de dar paso a nuevas generaciones, pues el tiempo “no pasa en balde”.

Aunque su oposición a los llamados “proyectos de muerte” la hizo objeto de una investigación penal por el delito de obstrucción de obra pública, debido a las movilizaciones de 2016 y 2017 contra el “Proyecto de Línea de Alta Tensión Entronque Teziutlan II-Tajín (LAT)”, y acepta que llegó un punto en que la persecución en su contra le hizo temer por su vida y la de su familia, es firme al señalar que su lucha contra los capitales transnacionales continúa como integrante del Comité de Ordenamiento Territorial Integral de Cuetzalan (COTIC).

Juzga imprescindible que se declare la inconstitucionalidad de la Ley Minera, que en febrero pasado recibió el visto bueno de la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Alerta que es violatoria del derecho a la tierra y del territorio de los pueblos indígenas.

“Necesitamos que los legisladores cambien esa ley, que no nos favorece para nada a los pueblos y seguiremos insistiendo. Será difícil conseguirlo, pero es muy importante que lo logremos, porque de eso depende que la autonomía de los pueblos sea real, que esta lucha no sea en vano.

“Ha habido muchos caídos, ha habido muchos desaparecidos y no queremos que esto siga sucediendo, queremos colocar nuestros derechos humanos ante todo, que nuestros derechos indígenas y nuestros derechos como mujeres se respeten y reconozcan y nuestro territorio sea realmente nuestro”, manifiesta. Rufina está convencida de que el desarrollo de los pueblos y comunidades indígenas debe venir de proyectos que tengan como actores principales las personas que integran esos núcleos socioculturales, porque las empresas foráneas siempre llegan a “invadir” y a “causar daño”. “Somos nosotros los que mejor cuidamos nuestro entorno, nadie más lo va a hacer”, concluye.

* monica.camacho010@gmail.com