MARZO 2013

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La información Marzo 2013

Fábula: El pueblo de los galápagos J.A. Román • Galapagar Érase una vez un pueblo que, en tiempos remotos, había sido habitado por numerosos galápagos. De todos ellos tan sólo quedaron los que se petrificaron en el escudo. El resto, dicen, se escondieron de los humanos porque se sintieron avergonzados por ellos. El pueblo era conocido por una gran peña en forma de peculiar seta, con un pie voluminoso escasamente apoyado sobre otra roca y con un sombrero muy pequeño que parecía esforzarse para no caerse. En tiempos no muy lejanos, el pueblo era gobernado por los Señores de los Ladrillos que orientaron su política a la construcción de casas. Se entiende así que sus gentes fueran abandonando sus tareas ancestrales y se dedicaran casi exclusivamente a hacer casas que fueron habitadas por forasteros. Hicieron tantas que la hierba y las encinas a duras penas dispusieron de terreno para malvivir. El viejo pueblo dejó de existir creciendo, en su lugar, otro repleto de construcciones que terminó por ahuyentar aún más a los viejos galápagos que a su vergüenza añadieron la incredulidad y la rabia. Como veis, no es un pueblo como los demás, el brusco cambio de modo de vida lo desnaturalizó. Se instaló un extraño ambiente, como si nadie viera a nadie a pesar de haber crecido exponencialmente su población. A pesar de la algarabía, era como si sus habitantes ni hablaran ni escucharan, tan sólo se movieran muy deprisa. De repente un maleficio cayó sobre el pueblo empozoñando aún más el ambiente. Fue un flujo maligno que vino del extranjero pero que los gobernantes no sólo no hicieron nada por combatirlo sino que lo alentaron e incluso incrementaron, sirviéndose de él para sembrar el miedo por doquier. Fueron indignos, lo usaron como arma para someter, más fácilmente, a sus vecinos. El miedo creció e invadió todos los hogares. Una gran pena envolvió a sus habitantes. Si hubieran tenido lágrimas habrían llorado continuamente. Alguien, que quería acrecentar el miedo, decidió esconder el sol detrás de la noche sumiendo al pueblo en una oscura tristeza. Sus vecinos se volvieron melancólicos recluyéndose en sus casas para que nadie escuchara sus lamentos. Cuando salían, lo hacían fugazmente, en silencio, rehuyendo la mirada. La luna les dejó creer que aún estaban vivos. Los gobernantes, observando que la estrategia estaba dando resultado, comenzaron a proclamar que no había dinero para las necesidades del pueblo, aunque ellos siguieron cobrando y muchos de sus amigos lo estuvieran sacando del país. Consecuentes, despidieron a trabajadores, incrementaron las tasas, cerraron equipamientos, eliminaron actividades y suspendieron la atención domiciliaria a los vecinos necesitados. Viendo que los habitantes no decían nada, continuando temerosos, entregaron servicios, pertenecientes a los vecinos, a amigos para que hicieran negocios. Pronto se notaron los cambios, todo fue a peor y más caro. Casi nadie protestaba. El miedo o la ignorancia hacía su trabajo. La gente seguía llorando sin lágrimas,

aunque la pena impedía mirar a los ojos, lo hacía a los pies dejando la cabeza ligeramente descolgada del cuello. Los regidores se sentían todopoderosos. Se atrevían a apretar las tuercas de la opresión un poco más cada día. Pensaron que se gastaban mucho dinero en educar a la gente. Al fin y al cabo para trabajar poniendo ladrillos no era necesario saber mucho. Sólo los que fueran a tener altas responsabilidades, por ejemplo sus hijos, deberían saber más, pero éstos serían pocos y podrían formarse en instituciones especiales. Así pues, procedieron a despedir profesores, aumentar el número de alumnos por aula, suprimir clases de apoyo e incluso ayudas de comedor. Los niños empezaron a notar frío en sus clases ya que recortaron también el gasto en calefacción a pesar del invierno. También decidieron pregonar que la población se había enfermado y medicado por encima de sus posibilidades. Tan grave pecado debía tener su castigo. Decretaron que los medicamentos fueran más caros y que el Centro de Salud, perteneciente a los vecinos, fuera cedido, incluso pagando por ello, a otro amigo para que se pudiera lucrar con las enfermedades de la gente. Los vecinos siguieron aguantándolo todo. Seguramente a causa de la oscuridad que también invadía sus mentes. Lo que ocurriera dentro de sus conciencias siempre fue un misterio. Nunca se sabrá pero dicen que los niños, viendo que sus padres se lamentaban continuamente en casa y ya no jugaban con ellos, renunciaron a jugar a la consola, pues se sentían solos, decidieron inventar un nuevo juego que consistía en buscar, debajo de las piedras, los viejos galápagos que en la antigüedad recorrieron el pueblo. Quizás ellos que debían ser muy sabios por viejos, sabrían qué hacer. Se conjuraron para que dicha búsqueda fuera secreta. Un día, el pueblo apareció sin calles, habían sido robadas y entregadas, a cambio de dinero, a alguien que quería lucrarse haciendo pagar a los vecinos al aparcar sus coches, aunque fuese un ratito. Los coches dejaron de venir al pueblo a comprar, los comercios empezaron a tener pérdidas y muchos de sus trabajadores fueron despedidos. El pueblo quedó sumido en una depresión tal que ni siquiera las nubes pasaban sobre él pues tenían miedo que alguien las convirtiera en mercancía para hacer negocio. No obstante, algo comenzaba a cocerse dentro de muchas viviendas. Nunca se sabrá si los galápagos estaban influyendo en ello. Cierto día, vecinos y trabajadores decidieron encerrarse en su Centro de Salud para protestar y defender la propiedad pública del centro. Fue una noche en que, apoyado por la luna, encontraron el sol, lo rescataron y la tristeza perdió terreno. Muchas mentes se iluminaron, los corazones y las cabezas volvieron a colocarse en su sitio. La gente comenzó a hablar, a comunicar sus deseos, a intercambiar ideas y afectos. En uno de los domingos en que las calles volvían al pueblo, muchos decidieron ocuparlas, puesto que eran suyas,

manifestando su malestar. Los niños mostraban su alegría, era toda una fiesta. Sólo ellos deben saber si los galápagos habían contribuido a ello. Siempre será un misterio. La serpiente vecinal se movía calle adelante. Hubo revuelo de risas y colores. A su paso, por primera vez, el miedo y la inquina treparon por las farolas. Despacio, como un caracol, avanzaban mirando al frente. Querían recuperar las calles como la lluvia al río desecado. Confiaban que alguna vez volvieran a ellos como las viejas cigüeñas. ¿Qué hacer? Era la pregunta que se propagaba como una ola desde la cabecera hasta el último de la fila. Era una nueva marea que avanzaba en la calle y ¿quién podría saberlo? también por el tiempo. Los vampiros quedarían tras las sombras, la luz de la mañana los mantendría a raya. La esperanza podría volver a crecer. Todos deseaban que la espera no la frenara. Una incipiente ilusión saltaba de cuerpo a cuerpo deslizándose como una brisa. Deseaban que no se agotara tras el fin de la marcha. Si el desaliento apareciera le pondrían vallas para hacerlo prisionero. Si alguien, cien veces volviera a secuestrar la ilusión, entre todos, cien escaleras harían para saltar el muro y rescatarla y, para que finalmente nunca más ocurriera, cien volcanes en erupción anidarían para proclamar sus anhelos de igualdad. Sentían algo deslizándose entre los cuerpos, se sentían compañeros, cada uno de un lugar. La mayoría fueron forasteros, pero en adelante suyo sentirían el pueblo que querían recuperar. Tomaron la plaza y la palabra mientras alguien observaba tras unos visillos. Formaban un círculo cuyo diámetro era la ilusión. Se miraban, se hablaban, se deseaban salud. El cielo ya no era el mismo, las nubes habían venido perdiendo la anterior cautela pues empezaban a no sentirse amenazadas. Los niños continuaban riéndose en un gesto de complicidad. ¿Qué pasó después? Nadie lo sabe. Dicen que vecinos de toda condición se reunieron, se asociaron y consiguieron gobernar el pueblo erradicando el despilfarro, devolviendo los servicios y propiedades del pueblo a sus habitantes. Aquel turbio ambiente, que tiempo atrás se había instalado en el vecindario como una asquerosa humedad, aclaró, la rabia que se había pegado en los muros y las esquinas desapareció. La herida abierta del pueblo, que sangraba la sangre del mundo, se fue cerrando. Los perros ya no ladraban igual. La noche se abrió a los sueños. El día reventó en gritos de júbilo y fuego, en cuyo humo se engarzó la esperanza. El tiempo dejó de ser único, cada vecino recuperó el suyo. La luz comenzó a acariciar los tejados, la lluvia ya no mojaba las casas, sólo los ojos para limpiarles la mirada. Las calles devolvían el eco del día anterior. Los niños seguían sonriendo dentro de su disfraz de muñecos. Seguramente la avaricia seguiría acechando, pero los hombres ya no andaban a solas, se guardaban los unos a los otros. El silencio encontró su sitio entre las palabras ilusión y esperanza. De los galápagos nadie supo jamás nada.

Homenaje a mi abuela Jacoba Rosa Gema Martín Cedillo • Huelva Llevo casi 6 años fuera de galapagar, pero gracias a las nuevas tecnologías (internet) y este periódico puedo estar informada… de antemano quisiera agradecer la oportunidad que se nos brinda al poder escribir en este medio. Quisiera homenajear a una persona muy especial e importante en mi vida, alguien que siempre llevo conmigo y de la que me acuerdo mucho, mi abuela. Mi abuela Jacoba, nació en Galapagar, al igual que su madre y sus generaciones anteriores. Mi abuela vivió como muchos tantos otros la guerra civil española, sufrió las penurias y la hambruna de la época, comiendo cáscaras de patatas y cogiendo las mierdas de las vacas para la lumbre. Era una gran persona, una gran mujer, pero la vida no fue justa con ella, la vida tan dura que le tocó vivir. Lavándoles la ropa a los presos políticos, se enamoró de uno de ellos. Se quedó embarazada y mientras él seguía preso ella luchó por sacar a su hija adelante, sin la ayuda de nadie, a fuerza de su trabajo. Después se casó con este hombre, tuvo cuatro hijos por los cuales luchó para que saliesen adelante. Sin apenas tener para dar de comer a sus hijos y comer ellos, ella daba de comer a los hijos de gentes

igual de pobres que ellos. Fue una madre, amiga, esposa ejemplar, pero la vida no trata igual ni a rico ni a pobre, ella sufrió, padeció y luchó por tener algo en la vida. Ayudó a gente necesitada como ella quitándose incluso el pan de la boca para dárselo a otro. A causa de la diabetes, una enfermedad que hoy en día tiene tratamiento, se quedó ciega. Murió siendo joven, a los 60 años de edad. Yo apenas pude disfrutar de ella, tenía 10 meses cuando ella murió, pero desde aquel día siempre está presente en mi vida, en mi día a día, siempre a mi lado. En mi casa tengo una foto enmarcada, cada día la miro pensando en que podríamos haber disfrutado más tiempo de ella. El 23 de febrero habría cumplido 92 años, esto es un pequeño homenaje que quiero hacerle, para que todo el pueblo se entere de que soy la nieta de Jacoba (Jacobina). Es un orgullo gritarlo a los cuatro vientos y decir, ¡a mucha honra! que soy jacobina. Las personas mayores que la conocieron pueden decir y contar que lo que hoy he escrito es la verdad. Va por ti abuela, allá donde estés. Te quiero mucho y nunca te olvidaré.

Un ayuntamiento abierto al ciudadano Mª Ángeles Filoso Moreno • Galapagar Si ya estaba contenta con los nuevos horarios del ayuntamiento que me permitían hacer mis gestiones sin tener que pedir días en el trabajo, la noticia de la sede electrónica ya ha sido la guinda para que me sienta más que satisfecha. Y es que, aunque se ha tardado, las cosas como son, se nota el interés que existe en nuestros gobernantes municipales por facilitar las cosas al ciudadano. No es por nada, no comulgo con las siglas del PP en general, pero la verdad es que tenemos que ser sinceros, da gusto ver a políticos que por fin entienden de qué va eso de trabajar por el pueblo, y es que se les vota para que gestionen lo que es de todos y se nota

que estos SÍ piensan en el ciudadano de a pie. Y es que no podemos olvidar que la administración pública tiene que estar al servicio del ciudadano y no al revés, cómo puede ser posible que solo se abriera antes exclusivamente por las mañanas? Los vecinos nos veíamos obligados a coger días en nuestros trabajos y, si antes costaba, ahora en la situación actual es cuanto menos imposible. Este es un Ayuntamiento que se adapta a nuestras necesidades, quiero dar las gracias a los gobernantes que han tomado estas medidas y también a los funcionarios que han tenido que adaptar su horario laboral al de los ciudadanos. Así SÍ.

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