Marx en su tercer mundo kohan

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hacer lo que quiera sin que los demás interfieran, o sea, sin que obstaculicen su propio movimiento. La libertad implica entonces ausencia de coacción, ausencia de obstáculo y de interferencia ajena. El principio de libertad negativa no le impone al individuo ningún fin predeterminado para su vida, sino que cada agente elige el fin según el cual guiará sus actos. Existe así un vacío dejado por la libertad negativa que deberá ser llenado por la decisión personal y autónoma de cada individuo.181 Para Berlin, en la historia del pensamiento ha existido una confusión: una cuestión sería la libertad individual y otra bien distinta, la “libertad social”. Cuando un individuo piensa que está dispuesto a renunciar a parte de su libertad individual en nombre de la igualdad, la justicia, la solidaridad, etc., y que así gana libertad social, Berlin opina que en realidad lo que sucede es que está comprometiendo su propia libertad a costa de otra cosa, se llame como se llame. La libertad individual y cualquier otro valor constituyen, entonces, una pareja de opuestos irreductibles. Una oposición antinómica. Aumentar el grado del otro valor —cualquiera que sea este— implica automáticamente disminuir la libertad propia. Aquellos que renunciaran, aunque sea a una parte mínima de su libertad individual, se entregarían (según la óptica liberal) irremediablemente en manos del “totalitarismo”. En esta perspectiva, el ámbito público es un espacio social antinómico con relación a la esfera privada; la comunidad es una auténtica amenaza para el individuo. Reaparece aquí de nuevo el Leviatán de Hobbes, aunque se le mire con menos simpatía. Por otra parte, según la óptica de Berlin, en Marx el conocimiento cumpliría un papel liberador, de manera que en la filosofía de este último la libertad positiva consistiría en el conocimiento y en la conciencia de la necesidad. Como aparentemente Marx creería que los hombres eran absolutamente racionales, el conocimiento nos permitiría anular nuestro propio deseo de querer alcanzar algún fin inalcanzable, y por lo tanto nos evitaría la frustración. En el Marx que nos pinta Berlin, supuestamente hiperracionalista, habría entonces una diferencia entre los yoes empíricos y los “verdaderos yoes” de los agentes sociales. La razón, al captar los “verdaderos intereses” que corresponden a los “verdaderos yoes”, podría obligar a los yoes empíricos a aceptar aquello que no quieren, de manera que esta coacción se convertiría en su contrario, la liberación.

181 Comparándolo con las doctrinas religiosas, en torno a este “vacío” liberal, Fukuyama reconoce —en total coincidencia con la idea de Berlin— que "uno está inclinado a decir que el renacimiento de la religión de alguna manera certifica una gran infelicidad dentro de la impersonalidad y vacuidad espiritual de las sociedades consumistas liberales. Sin embargo, mientras que el vacío en el núcleo del liberalismo es muy ciertamente un defecto de la ideología [...] no es del todo claro que sea remediable a través de la política". (Francis Fukuyama, "¿El fin de la historia?", Doxa, p. 9.)

Marx en su (Tercer) Mundo

Néstor Kohan

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