Eagleton terry la idea de la cultura

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La cultura también se puso en juego en una serie de debates

el que amenazaran con perder todas las amarras con la política.

sobre el destino de unas sociedades occidentales que andaban

Lo que puso en entredicho a ese tipo de enfoques culturales

desorientadas por la pérdida de identidad cultural, la eamerica-

no fue el hambre, sino la opulencia El célebre «giro hacia el

nizaciór» rultura1, la influencia omnipresente del consumismo

sujeto», con su excitante mezcla de temía del discurso, semióti-

y de los mediosde comunicadón, y las vocescadavez más cla-

ca y psicoanálisis. demostró ser un giro para alejarse de la polí-

ras de intelectuales ex-pertencientes a la clase obrera que habían

tica revolucionaria. o, en algunos casos, para olvidarse de la

disfrutado de los beneficiosde una educación superior, pero que no por elloseadherían a losvaloresideológicos de esaeducación El resultado final es un giro progresivo desde una cultura politizada a la política cultural. La cultura, entendida como identidad, lealtad y vida cotidiana, había desafiado con fuerza>:¡

política sin más. La izquierda de los años treinta había infravalorado la cultura; la izquierda posmoderna la sobrevaloró.

Parece que ése es el destino del concepto de cultura: o ser reducido o ser reificado. Como observa el dramaturgo David Bdgar; el pensarrúento posmodemo persigue:

una izquierda filistea, patriarcal, y ciega a las diferencias étnic~

Pero conforme los movimientos de liberación nacional emprendieron la era poscolonial y la cultura politizada de los sesenta y de principios de los setenta dio paso a los posmodernos ochenta, la cultura se convirtió en el suplemento que acabó por desplazar lo que ella misma había suplido. Mientras las luchas de clase obrera se iban al traste y las fuerzas socialistas quedaban desintegradas, las fuerzas del mercado penetraban

los fines característicos de la conrracuítura, pero abandona los medios colectivos tradicionales de la socialdemocracia; pretende celebrar la diversidad de las nuevas fuerzas sociales de los años sesenta y setenta, pero a costa de ignorar el desafio a las estructuras dominantes que representaron en su día; desea poner las opciones personales Mr encima de la acción colectiva,y justificar un tipo de respuesta emocional e individual al empobrecimiento

más profundamente en la producción cultural, y así, la cultura

liberal y psicológico, pero devalúa las estructuras convencionales de la actividad política, para así, quebrar los vínculos ideológicos

lograba alcanzar su fama como «dominante», no sólo para el

entre los intelectuales de oposición y los pobres."

capitalismo avanzado, sirio para una amplia gama de sus oponentes. Desde luego, fue un cambio sumamente conveniente

La contracultura de los años sesenta, desconectada ya de su

para algunos intelectuales de izquierdas que se podían consolar

base polítjca, viró hada el posmodernismo. Mientras tanto, en

de la derrota política de su época pensando que su área profe-

el remoto mundo colonial, nuevos Estados habían emergido

sional cobraba una importancia renovada y un significado

como resultado de un nacionalismo revolucionario que, o bien

radicalmente global. Así fue como una izquierda que en los

había ido perdiendo su memoria política o, simplemente,

setenta había intentado repensar el papel de la cultura dentro

había sido privado de ella Fue fácil creer, pues. que 10que esta-

de la política socialista y que, para lograr eso, se había volcado

ba enjuego era la cultura, no la política, sobre todo ruando, pri-

con entusiasmo en Gramsci, Freud, Krístcva, Barthes, Fanon,

mero, una escritura poscolonial extraordinariamente prolífica

Althusser; Williams, Habermas, acabó siendo minada no por el

empezó a volverse burguesa y, segundo, ruando los disidentes

filisteísmo anticultural de la propia izquierda, tal como había pasado antes, sino por lo contrario, por una inflación de sus propias preocupaciones culturales; de hecho, hasta un punto en

16. Edqar; David rcomc.i, State of Play, Londres, 1999, pág. 25.

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