La Torre 2009 enero-junio (Europeos y Antillanos, la jornada trasatlántica)

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RETAZOS Y SEMBLANZAS

LA TORRE (TE)

había debutado en el Metropolitan Opera en octubre del 63. El año entrante, Alfredo Matilla, amigo de don Pablo, estaba enterado de mi nueva carrera en el Met y le dijo a Schneider: «Sacha, tenemos que traer a este muchacho puertorriqueño. Acaba de cantar en el Met.» Schneider, muy cauteloso, pues nunca me había escuchado, me mandó en Nueva York donde George Silfes, un clarinetista y pianista muy bueno, que era un coach excelente. Se conocía la literatura vocal muy bien. Tuvimos dos o tres sesiones y me enseñó la obra. George llamó a Sacha y me contrataron. ERJ: ¿Qué obra era? JUSTINO DÍAZ: La creación, de Joseph Haydn. Para el bajo hay tres arias y un par de dúos y tríos. Olga Iglesias era la soprano en ese oratorio. Cuando llegué a Puerto Rico para mi primer ensayo, tuve el famoso encuentro con Casals. Fui directamente del aeropuerto a casa de don Pablo, en Punta las Marías. Allí estaban reunidos como siempre los músicos más famosos que te puedas imaginar. Jesús María Sanromá y Rudolf Serkin se turnaban tocando el piano. Imagínate, ¡Serkin, pianista de ensayo! Cuando llegamos a mi aria, escuché el tempo del Maestro y lo interrumpí: «¡Un momento, un momento!» Considera que allí estaban Schneider, todo el cuarteto Budapest, Martita y Matilla. Quien coordinaba todo y, en cierto sentido, tenía la responsabilidad de contratar a todos los artistas era Schneider. Todos ellos habrán pensado: «¡Qué horror, qué actitud!» Pero la juventud es atrevida. Yo sabía que don Pablo era el maestro, pero también creía que yo tenía un cierto derecho de opinar sobre cómo debía ser el tempo de «mi» aria. Le pregunté: «Maestro, ¿lo va a marcar tan lento?» A Schneider se le abrieron los ojos ante mi impertinencia. Estaba detrás de don Pablo, como tratando de hacerme señas: «How dare you?» Entonces continuamos y otra vez paro y señalo: «Maestro, perdone, pero encuentro el tempo muy lento.» Y él me contesta: «Sí, es que está marcado maestoso». Entonces, yo le arguyo: «Maestro, sí, pero hay lento maestoso, hay allegro maestoso, hay andante maestoso. Por favor…» Ahí Schneider casi no podía aguantar más. Menos mal que estaba bastante retirado del piano y se fue aparte con Marta. Claro, te puedes imaginar las flechas que venían


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