Buriñón | Número 2

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gestos amables, pareciera con la intención de hacerlo reír o convencerlo. Por fin el hombre del sombrero y el moñito accede a pararse junto a uno de los árboles del bulevar, apoyado en su bastón, con un pie cruzado sobre el otro, ocultando apenas un poco su mirada con el ala del sombrero. El otro toma varias fotografías, desde diferentes ángulos, a veces hasta con exageradas contorsiones. El retratado acaba por reírse de buena gana. Comparten cigarrillos y parecen distendidos y ajenos al fragor que los rodea. Mi hijo dice, acá, en esta carta, que imagina a cada uno de ellos un poco extrañado de la apariencia del otro, no sólo de la apariencia, también del mundo del que cada uno de ellos proviene. Desde la terraza del café se ha olvidado del trabajo que lo ha traído a esta ciudad; busca y rebusca en su memoria para saber desde dónde le llega el recuerdo del hombre del traje y ahora también el del fotógrafo. Cree recordar que tiene algo que ver con lo que pasaba en la habitación contigua, que es la mía, cuando era chico, aunque no sabe bien por qué. Percibo el reproche. Prepararé más té. También cuenta mi hijo, desde Lisboa, que los dos hombres de pronto dejan de

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conversar y desde allá abajo, tan lejos como están, voltean sus miradas hacia él como si, dice, lo increparan por algo. Entonces la carta concluye de golpe, sin siquiera mandarme un saludo, el muy cretino. Las zapatillas de paño se arrastran hasta la cocina. Las manos ajadas, temblorosas, manipulan la pava, tazas, vajilla. Mira a través de la pequeña ventana sobre la mesada. Unas pocas macetas con plantas macilentas, un gran pino más atrás, algo del valle y las montañas más lejos. Los ojos parecen querer perforar el cristal, la boca como una piedra, las arrugas del rostro indescifrables. Me odian, murmura casi sin mover los labios, con los dientes apretados, me odian los muy canallas. Las zapatillas de paño vuelven, arrastrándose, a la sala. La carta de Sabino huele como siempre. Vive junto al mar. Siempre espero que me mande algunos caracoles. Ojalá algún día me cuente a qué se dedica realmente. Porque se me hace mentira eso del restaurante en la playa, o al menos una verdad a medias. Las playas sólo funcionan en el verano; y el resto del año qué. Desde chico tuvo tendencia a hacer trampas hasta en los asuntos más triviales, en los


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