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El psicoanálisis. Esa práctica burguesa, vetusta y poco científica

Edgar Juárez Salazar* Unidad Xochimilco

Parte Iii Y Ltima

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De entre las más habituales críticas al psicoanálisis está la carencia de un fundamento científico de su praxis. Quizás debamos, de una vez por todas, intentar darle un fundamento un poco más flexible dentro del espectro científico a la praxis psicoanalítica. Después de advertir muchos de los avances y progresos que la ciencia ha desplegado alrededor de lo psíquico tal vez valdría estar un poco alejados de las ciencias de la conducta o cognitivas que plantean a un sujeto medible en los cánones del porvenir y de lo normalizado. Desde luego que la ciencia, en general, ha traído progresos y cosas extraordinarias a la humanidad; sin embargo, dentro de las ciencias de la mente, los juicios apresuradamente llamados científicos, disculpen aquí el exabrupto, carecen de una reflexión amplia y plural. El psicoanálisis, y también la filosofía y otras áreas de las ciencias humanas, nos han demostrado que las llamadas ciencias positivas han introducido y forzado a los individuos a la rigurosidad de la razón técnica y la medida.

René Descartes, el filósofo moderno por excelencia, dictaminó la supremacía de la razón sobre la corporalidad y las mitologías de la humanidad. En pocas palabras, todo aquello que produjera la mente humana debería elucidarse siempre por los límites de la medida entre la cosa pensante y la cosa extensa. Esta división Freud la zanjó mediante un descubrimiento sui generis denominado: pulsión. Esta fuerza es esencialmente una manifestación singular de la búsqueda del placer. Poco se le reconoce a Freud, en este sentido, que haya sido el primer crítico de una economía política de los placeres en el capitalismo. Este sistema económico, como lo observó Albert O. Hirschman, subsiste precisamente midiendo y ajustando los placeres humanos, acomodando y produciendo los alcances insondables del deseo. A la humanidad le resulta hoy en día mucho más fácil conocer los límites y los excesos de sus placeres antes que indagar sobre quién ha puesto los términos y las proporciones normalizadas de la conducta. Es por ello que las ciencias de la conducta siempre tendrán una respuesta para regular a los sujetos.

En el actual mundo globalizado resulta casi irrebatible el poder de la ciencia.

El humano de a pie suele admitir su autoridad sin cuestionarla. En medio de las charlas cotidianas no suele faltar alguna alusión sobre los hechos científicos que explican, con mucha adecuación, celeridad y una buena dosis de positivismo, las causas y soluciones de los diversos malestares anímicos que aquejan a los sujetos. Objetivar la realidad y presentarla mediante una explicación válida para los llamados paradigmas científicos es una ilusión sobrecogedora ante el inmenso desconocimiento que los sujetos tenemos alrededor de nuestras pasiones.

Hoy excluimos en gran medida nuestras pasiones pues no hay tiempo ya para sufrirlas, como ya lo advertía Michel de Montaigne desde el siglo XVI y pese a la insistencia incisiva por sumar en cuestiones incalculables como el amor. El psicoanálisis en lugar de intentar aproximarse a una verdad universal se debate en medio de las mitologías que cada ser humano en singular reinventa, aísla, imagina, reproduce y narra para explicarse cuando menos dos de las grandes incógnitas de su existencia: la sexualidad y la muerte. En el mundo presente, la ciencia y su continuidad biológico-médica ha buscado alargar e incrementar su conocimiento sobre esas dos grandes lagunas de incertidumbre. No es casualidad que el capitalismo haya hecho una mancuerna tan compleja y fortificada con la ciencia moderna para intentar ideologizar y explotar esas circunstancias tan inefables e inconmensurables.

En el sentido más técnico y económico, las ciencias de la mente han silenciado las pasiones humanas estableciendo criterios de rendimiento y exigencia. Asimismo, acallan los sufrimientos del cuerpo para incrementar la productividad. En el llamado narcocapitalismo, como lo nombra el ensayista francés Laurent de Sutter, la política de regulación mediante lo excitable y lo funcional del cuerpo humano es moneda de cambio corriente. Es por ello común y admisible que el sujeto mundano del siglo XXI busque de forma exacerbada incentivar sus excesos y, con ello, sus incertidumbres: todo exceso solo refleja el enorme desconocimiento de la existencia.

Las ciencias conductuales-cognitivas y las llamadas neurociencias intentan, estérilmente, desplazar el desconocimiento del alma y, pese a todo, han ganado un enorme reconocimiento en medio de las sociedades del rendimiento. El ahora anacrónico conócete a ti mismo y su coraje por la verdad es arrinconado por las formas de representación adecuada, regulada, preventiva y silenciada de nuestros pensamientos en aparatos que ponen en cifras e imágenes los desequilibrios. Para los tiempos neurocientíficos que nos aquejan es mucho más certero objetivar la realidad con mediciones cerebrales pues, algunos siglos después del descubrimiento de la centralidad cartesiana de la razón, resulta difícil admitir que hay cosas que escapan a esos designios de la máquina soñante. Tal vez, al mundo cerrado, cognitivo y racionalista, le cuesta concebir que las enajenaciones propuestas por el capitalismo, con sus modas y sus placeres redundantes, parecen mucho más vacuas que las locuras humanas que, parafraseando a Silvio Rodríguez, perduran allá donde el cuerdo capitalizado no alcanza, locuras de otro color, que son poesía y que, sobre todo, no vale la pena curar adaptándolas a un sistema patológico. El conocimiento no es lo mismo que el saber. Su diferencia esencial, cuando menos para el psicoanálisis, reside en la potencia del significante en medio de los signos que utilizamos para hablar. Conocer conlleva una relación compleja y muchas veces incomprensible entre un sujeto y un objeto. El psicoanálisis que trabaja fundamentalmente con las palabras entiende y parte del hecho puntual de que, pese a lo que comúnmente se pregona, hablando no se entiende la gente. Quizás, y pese a todo, el psicoanálisis sigue subvirtiendo a la ciencia porque, desde su paciencia en lo negativo, no concibe a un sujeto por siempre regulable o estandarizado y con ello aún confía en cosas inconmensurables .

* Egresado del Doctorado en Psicología Social de la Unidad Iztapalapa y profesor de la Licenciatura en Psicología de la Unidad Xochimilco

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