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SOCIEDAD Y PODER
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Raúl Trejo Delarbre trejoraul@gmail.com
Negar la realidad, se ha convertido en coartada favorita del presidente Andrés Manuel López Obrador. Cree que si los desconoce, los hechos incómodos quedan fuera del escenario público y él, entonces, estará exento de responsabilidades. La realidad tiene otros datos. El viernes pasado, 27 de mayo, varios periodistas y funcionarios viajaban en cuatro camionetas desde Culiacán, Sinaloa, a Guadalupe y Calvo, en Chihuahua. Estaban cubriendo la visita de López Obrador a esa región. Alrededor de las 8.30 cerca de Bacacoragua, municipio de Badiraguato, fueron detenidos por un retén con hombres armados. Eran 10 individuos que llevaban “chalecos antibalas, con hasta ocho cargadores, uniformes tipo militar, equipo de radiocomunicación, armas cortas y cuernos de chivo en tres camionetas sin placas desplegadas sobre la carretera”, según el reportero Alberto Morales, de El Universal.
El diario sinaloense El Debate informó que el retén “tenía tapada la vialidad con dos camionetas y alrededor de 10 hombres, quienes tenían a los costados barricadas de piedra y ponchallantas para evitar el paso de las unidades”. Estaban armados con rifles AK-47.
Forzados así a detenerse, a los reporteros les preguntaron si llevaban armas. “ ‘No, solo cámaras’, respondió uno de los ocupantes —de acuerdo con la nota de El Universal—. ‘¿Las traen apagadas?’ reviró el hombre que vestía tipo militar, pero en lugar de botas calzaba huaraches, y en el brazo izquierdo lucía un parche con la imagen de una naranja en medio de dos número ‘7’ color negro. ‘Sí, mire’, le respondieron”.
Después de esa revisión, los dejaron pasar. El diario Noroeste, también de Sinaloa, deploró: “El convoy de prensa vivió un momento tenso, por decir lo menos, y peligroso… No los bajaron de los vehículos, ni hubo intención de ataque, pero por supuesto es impactante que hombres armados con fusiles de alto poder te interroguen”.
Bacacoragua está cerca de La Tuna, en donde nació el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”. Allí vive su madre, Consuelo Loera, a quien a fines de marzo de 2020 el presidente López Obrador, que hacía un recorrido en esa zona, se detuvo a saludar. Ahora el presidente y sus acompañantes más cercanos no viajaron por esa región por carretera, sino en cuatro helicópteros militares.
La detención de los reporteros, por breve que haya sido, ocasionó natural inquietud en los medios de información. Interrogado poco después, en una declaración que recogió el medio local Los Noticieristas, el presidente solamente dijo: “Yo no supe nada, quién sabe si sea verdad”.
Pues sí era verdad y López Obrador tuvo más tarde otra conversación sobre ese episodio con periodistas enviados a la gira. Cuando le preguntaron si hay grupos delictivos que controlan territorios en Sinaloa y otros estados, replicó: “No, eso es lo que dicen los conservadores, ya eso es lo que dicen, pero no les crean a los conservadores porque si ustedes les creen a los conservadores pueden tener problemas, me refiero a que les produzcan confusión”.
La cantinela de López Obrador se ha desgastado y no convence a nadie. Hechos como el de Bacacoragua no son ficción, sino expresiones de una realidad que desde hace años es forzosamente cotidiana y que el Estado mexicano no ha sido capaz de resolver. En gobiernos anteriores, las autoridades decían que incidentes como ese serían investigados y castigados. Ahora, el presidente de la República los niega. Los reporteros insistieron: en Jalisco y otras entidades hay grupos de delincuentes que incluso emplean uniformes tácticos y armamento que debiera ser exclusivo de las Fuerzas Armadas. AMLO admitió: “Eso sucede en Jalisco, sucede en otras partes, está mal, no debe de suceder, pero no solo es el caso en Sinaloa, yo les diría arriba Sinaloa”.
“¿Los grupos delictivos no tienen control del país?” machacó otro periodista. “No, no, eso lo piensan los conservadores. Ya. Yo no soy Felipe Calderón. Sí, ya, para que quede claro”, y así López Obrador quiso evadir su responsabilidad en la expansión de la delincuencia.
Ante las voces de otros reporteros, López Obrador simplemente dijo: “No pasa nada, no pasó nada… No hay ningún problema, no hubo ningún problema”.
Así que no es problema la existencia de grupos armados que han secuestrado zonas enteras y controlan el tránsito en carreteras sin que haya presencia alguna de las fuerzas de seguridad del Estado mexicano. Al presidente le pareció que lo más importante fue que el incidente no tuvo

Reporteros de distintos medios se han manifestado por la violencia en su contra.
mayores consecuencias. Y en efecto, más allá del susto los reporteros pudieron seguir su camino. Pero cuando se dice que no ocurre nada porque las cosas no fueron peores, se incurre en una inadmisible trivialización o, como se dice ahora, en una normalización de la violencia.
Hay zonas del país en donde la ley de la fuerza, impuesta por grupos criminales, vale más que el orden constitucional. A la región en donde sucedió ese incidente, en donde convergen Sinaloa, Chihuahua y Durango, se le conoce como el “Triángulo Dorado del narcotráfico”. En su reciente visita, en Guadalupe y Calvo, López Obrador dijo que en vez de ese nombre, hay que decirle “el triángulo de la gente buena y la gente trabajadora”.
Esa gente buena y que trabaja, que sin duda es mayoría, en vez de otras denominaciones preferiría vivir sin amenazas de los criminales. Pero el presidente intenta exorcizar los problemas a fuerza de no mencionarlos. Su otro recurso es culpar de los problemas a quienes lo precedieron, pero con tres años y medio de gobierno tal subterfugio no funciona.
En el transcurso de los 42 meses que lleva el gobierno de López Obrador México ha padecido, en cifras redondas, 122 mil homicidios dolosos. De acuerdo con la consultora TResearch, cuando el gobierno de Felipe Calderón llegaba a los 42 meses habían ocurrido 53 mil 300 homicidios dolosos. Al cumplirse ese lapso en el sexenio de Enrique Peña Nieto, eran 74 mil 700. La criminalidad ha empeorado durante este gobierno y a esa realidad es imposible ocultarla simulando que no pasa nada.

UNAM: Palpitar de una nación En Vulcanología, lo imaginable y real: prevención de riesgos, mamuts, museos, mascarillas, agua…
El monitoreo de actividad volcánica en la UNAM abarca más de 2 mil puntos en el país. Pero su aporte incluye rescate de ecosistemas, campañas de salud y hasta análisis de muestras relacionadas con obras como el AIFA
Instituto de Geofísica
Daniel Blancas Madrigal
nacional@cronica.com.mx
¿Es posible imaginar a un vulcanólogo en campañas de salud pública, en el rescate de mantos acuíferos y en la reconstrucción paleontológica de las zonas donde se cimientan las grandes obras gubernamentales?
Todo eso no sólo es imaginable, sino una realidad en la UNAM, donde el saber se ensancha sin límites.
En el departamento de Vulcanología, adscrito al Instituto de Geofísica, se investigan los miles de volcanes en el país, y los riesgos a la población por esa actividad incandescente, una tarea ya de por sí épica, imprescindible en la protección a la vida. Pero también es posible encontrar a los pioneros en el uso del cubrebocas como medida de protección sanitaria y a los más aventurados rastreadores de mamuts en la zona del Aeropuerto Felipe Ángeles, emblema de la 4T.
Como paradoja punzante, desde la actual administración se han orquestado las principales embestidas políticas contra la Máxima Casa de Estudios…
Ajenos a esos asaltos desde el poder, investigadores, académicos, técnicos y estudiantes se concentran a diario en extender el conocimiento.
Pensábamos encontrar aquí sólo científicos con anteojos, rodeados de escritos indescifrables e instrumentos inertes, pero descubrimos almas resueltas a encontrar respuestas a los grandes desafíos nacionales.
Ana Lillian Martin del Pozzo, una de las vulcanólogas de mayor prestigio en el país, nos recibe en la sala donde los especialistas trabajan con una microsonda electrónica, sofisticado equipo en el cual pueden analizarse a detalle partículas de diferentes materiales. Aquí se examina la mayoría de las muestras obtenidas en las inmediaciones volcánicas, en especial las del Popocatépetl.
Pero esta vez el estudio tiene otras connotaciones…
“Estamos analizando cenizas de Santa Lucía, donde está el nuevo aeropuerto. Nos pusimos a escarbar con un grupo de arqueólogos del INAH: nos sumaron a un proyecto para descifrar por qué se encontró en el área una gran cantidad de mamuts, pensamos que fue por fenómenos relacionados con el vulcanismo. La idea es descubrir qué efectos tuvieron las erupciones en la fauna, a lo largo de distintos periodos geológicos”.
Parte de la investigación ha sido financiada, de manera inédita, por la Secretaría de la Defensa Nacional. Los vulcanólogos de la UNAM también colaboraron en el diseño, selección, estructura e información del Museo del Mamut, ubicado al interior del puerto aéreo.
Con Ana Lillian recorremos los pasillos estudiantiles y nos adentramos en el corazón del Instituto, un área rocosa conocida aquí como “las lavas”. Son los vestigios del volcán Xitle, ubicado en las faldas del Ajusco y considerado monogenético: hizo erupción una sola vez, hace más de mil 600 años. Toda Ciudad Universitaria se levantó sobre esta franja de piedras porosas, cascadas de lava transformadas con el tiempo.
“Esta zona es muy importante por su belleza natural, flora, fauna, paisaje y aportación de oxígeno y agua. Hay partes muy porosas que permiten la entrada de agua y recarga del manto acuífero”, explica.
Estos vulcanólogos incansables se involucraron también en la recuperación hídrica del cinturón aledaño al Xitle y a la cuenca del Río Magdalena, de gran aportación para la ciudad.
“En la parte baja ya está contaminado, por eso trabajamos con la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación (SECTEI) de la Ciudad de México y con la alcaldía Magdalena Contreras en la conformación de un humedal que ayude a limpiar el río. Tenemos un proyecto para trabajar con las comunidades y concientizarlas, que asuman su papel en el ecosistema”.
Asombra, en estos pasadizos sobre roca, la disciplina y naturalidad con la cual toda la comunidad utiliza el cubrebocas. -¿Cómo no va a ser así, si estamos acostumbrados a ellos desde mucho antes de la pandemia y hemos promocionado su uso entre la población desde hace años? -explica la doctora Martin.
Las investigaciones en torno a los volcanes, así como la recolección de cenizas y otros elementos hacen indispensable la protección de las vías respiratorias.
En campo, los vulcanólogos universitarios han dedicado tiempo a fomentar el cubrebocas entre los habitantes de pueblos aledaños, “porque los minerales y partículas afectan al organismo”. Y han colaborado con el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) en estrategias de salud.
Hugo Delgado Granados y la propia Ana Lillian contribuyeron en el estudio titulado “Impacto en la salud de las emisiones volcánicas”.
Por eso, apenas estalló el Covid-19, fueron buscados por el gobierno de la CDMX -en conjunto con el Instituto de Física-, para medir la eficiencia de todos los tipos y marcas de mascarillas sanitarias, tanto de tela o algodón como de neopreno; los tricapa, de copa, quirúrgicos y KN, los cuales tuvieron mayor efectividad.


RIESGO
Volcanes hay miles en el país. Martin del Pozzo se ha especializado en el estudio de los activos, desde los monogenéticos como el Paricutín y el Xitle, hasta los enclavados en la faja volcánica, como el Tres Vírgenes (Baja California), el Ceboruco (Nayarit), el de Colima, el Pico de Orizaba, el Volcán de los Tuxtlas (Veracruz), el Chichón, el Tacaná (Chiapas) y el gran Popo.
¿Por qué se considera activos a los volcanes que sólo hicieron erupción una vez? Porque están en un campo activo, donde pueden formar otro volcán, una especie de hermanito, lo que puede presentarse en Veracruz, Puebla, Michoacán e incluso en la Ciudad de México. Acabamos de publicar un artículo sobre el riesgo de que se forme un volcán monogenético cercano a la capital.
Su labor no se reduce a cuestiones técnicas. Abarcan aspectos como el geopatrimonio, la valoración del espacio como un ecosistema. Y la evaluación del riesgo volcánico, desde la reconstrucción de su actividad antigua hasta sus erupciones actuales. Los vulcanólogos han sido artífices de los comités de protección civil en diversos puntos del país. Y forman parte del comité científico asesor del Popocatépetl.
“Analizamos sus cenizas: de qué tipo son y hasta dónde llegan; el campo magnético local. Revisamos si está subiendo nuevo material, sismicidad y monitoreo
Fotos: Adrián Contreras



En el Departamento de Vulcanología se examina la mayoría de las muestras obtenidas en las inmediaciones volcánicas, en especial las del Popocatépetl, explica Ana Lillian Martin del Pozzo, una de las vulcanólogas de mayor prestigio en el país.
La UNAM es pionera y líder de la vulcanología en México. Fue principal promotora de la creación del Cenapred.
El monitoreo de ceniza recae en la Universidad.
Especialistas auriazules colaboran en el ordenamiento territorial en derredor de volcanes.
de manantiales para checar entrada de gases. Todos esos datos los interpretamos, y elaboramos mapas de peligro. El trabajo se hace en coordinación con el Cenapred (Centro Nacional de Prevención de Desastres), pero la batuta la lleva la UNAM”.
“Todos los volcanes, si no se conocen y estudian, representan un riesgo. El Pico de Orizaba es un gran volcán, activo, con sismicidad, que tiene una gran pendiente hacia Ciudad Mendoza, y ha presentado deslaves. El Popo también puede tener una erupción más grande: la de 2001 fue mediana, y ha tenido muchas pequeñas que producen ceniza… Hicimos el mapa de peligros del volcán de Colima y el segundo fue el del Popo. Es importante que la población sepa dónde vive y qué riesgo tiene”.
La UNAM es pionera y líder de la vulcanología en el país. Fue principal promotora de la creación del Cenapred. Aunque el Centro Nacional mantiene las estaciones alrededor del Popo, por ejemplo, los especialistas auriazules realizan todas las interpretaciones y dan seguimiento a equipo e infraestructura, como la red de sismicidad y los magnetómetros -adquiridos con el presupuesto universitario-, los cuales deben conservarse a punto para el trabajo en alta montaña. Además, colaboran en el ordenamiento territorial en derredor de volcanes.
El monitoreo de ceniza recae en la Universidad. La red incluye más de 2 mil sitios en la República.
El departamento de Vulcanología está conformado por 11 investigadores, tres técnicos y un ejército de estudiantes hechizado con el comportamiento volcánico. Aquí se han formado cientos de doctores en la materia, con un gran porcentaje de mujeres. “Les hemos inyectado que su labor debe incidir positivamente en la población, que tienen un compromiso social y que la construcción de confianza con la gente es fundamental. Por aquí pasaron quienes hoy ocupan puestos importantes en áreas de protección civil y el Cenapred”, relata nuestra anfitriona.
En la zona de laboratorio coincidimos con Alberto Paz, un joven geólogo inscrito al departamento y quien en la actualidad desarrolla un mapeo de puntos de riesgo volcánico en el poblado de Santa Cruz Cuautomatitla (Puebla), ubicado al sur del Popo. “El objetivo es proteger a la comunidad con un plan de ordenamiento integral, el cual identifique áreas de riesgo, que los pobladores sepan dónde pueden construir o realizar actividades económicas, y qué hacer en caso de un evento sísmico o volcánico, como derrumbes de laderas. ¿Cómo mediremos si nuestro trabajo sirve? Cuando haya saldo blanco ante cualquier eventualidad”.
Él también ha participado en la recolección y análisis de residuos, una tarea encaminada a prevenir contingencias en caso de emisiones volcánicas de mayor intensidad y en el diseño de políticas públicas de protección.
“La UNAM -dice-, es un estilo de vida que nos infunde humanismo. No es adquirir conocimientos porque sí, es usarlos en beneficio de la sociedad y del país”.
