Las Ovejas Negras de Tupiza haciendo bailar a medio mundo
plano terrenal y la fama criolla.
C
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aminando entre mis soledades y calles, llegué a la Plaza Abaroa (en pleno corazón de Sopocachi), una zona residencial y bohemia por tradición paceña, donde me encontré con un par de Ferias artesanales y musicales. Me quedé rondando de extremo a extremo apreciando la variedad creativa de los expositores, escuchando nuevas propuestas sonoras. Estaba como siempre ansioso debido a mi abstinencia alcohólica, y pretendiendo encontrarme con el doctor jamaiquino que me brinde las hierbas necesarias para apaciguar la psicosis que me ha brindado la existencia en este
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Ya con los nervios encrespados, además que sin hogar donde retornar, me quedé atónito, casi relajado, al escuchar las jocosas líricas y preciosas melodías de un grupo que llevaba tiempo llamándome la atención, y que hasta ese instante no podía dar con él. Boquiabierto quedé al reconocer a los nuevos baluartes de la música contemporánea boliviana, hecha con picardía, alegría, actitud, energía plena y brillantez. ¡Sí! eran nada más y nada menos que Las Ovejas Negras de Tupiza, en un show acústico sin precedentes. Luego de la actuación me acerqué perspicazmente gracias a la buena onda de un amigo conocido que los vio en primera fila. René Hanel me presentó al vocalista del gru-