Bitácora en exilio

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BITACORA EN EXILIO



BITACORA EN EXILIO

ANTONIO CURREA LEIDY MEZA



INTRODUCCIÓN. El proyecto autoexilio? se plantea como un ejercicio de laboratorio en el que se exploran las relaciones sociales en el espacio público, como materia plástica, y por lo tanto susceptible de ser transformada. En este marco los conceptos de duración, espacio y reacción se establecen como ejes fundamentales para orientar el uso de los distintos medios para la experimentación in situ y el registro de la misma. Las páginas que el lector encontrará a continuación constituyen parte de la remembranza de las preguntas, métodos y resultados encontrados a lo largo del ejercicio de laboratorio. En la primera parte se encuentran registrados los apuntes de la bitácora, que fueron reorganizados para un acercamiento más fácil por parte del espectador. A su vez dichos apuntes funcionan como preámbulo para entender el relato de Antonio Currea, imagen central dentro del proyecto. Así pues, el lector obtendrá una visión detallada de la ruta de trabajo del colectivo a cargo enriquecida con la visión personal del artista que activa los mecanismos pensados por el grupo.

























Mi nombre es Antonio Currea Moncaleano y he caminado en el exilio . No soy un exiliado común pues necesite de la colaboración y presencia de Leidy, Wilson y Joan, los ojos que registran mi travesía en reversa constante. Mi proceso de aislamiento comenzó de una forma inesperada, viendo que nuestras maracas no producían ningún sonido a partir de un movimiento sencillo, decidimos que debíamos pasearlas, mi recorrido no causó mucho impacto las pelotas que no lograron ser maracas y yo no logramos hacer mucho ruido. Posteriormente Wilson sugirió que el ejercicio funcionaría mejor si mi actitud al ejecutar la acción era más extraña, más lejana, propuso que los recorridos se realizarán caminando hacia atrás. Ese fue mi primer recorrido en el exilio. En un principio repartimos las pelotas entre los dos, pero tras la primera revisión, el maestro Opazo preciso en a mi carácter “fotogénico”, por esto decidimos que el rol de exiliado tendría más potencia si me pertenecía solo a mí. De ahí salimos motivados a seguir con el ejercicio, con el compromiso de aplicar más tiempo a pensar y ejecutar el laboratorio. Sin embargo, al aceptar esta tarea no pensé mucho en cómo podría llegar a ser, no imaginé que una acción simple y absurda pudiera afectar de un modo tan particular mi sensibilidad. Cada vez que empezaba a caminar hacia atrás me era difícil comenzar, ya que siempre está el miedo a caerse, y ese miedo está presente también dependiendo del lugar en el que se trabaja. Recuerdo cuando trabajamos en el edificio de posgrados de humanas, sentía todo el tiempo que me iba a tropezar y a caer por algún borde, debido a que las barandas son bastante bajas, por eso iba con un poco de moderación e intentando mirar lo más posible por donde iba. Poco a poco encontré un ritmo particular en la caminata, y la percepción del espacio, -de cuyo horizonte yo no dejaba de alejarme- causo en mi gran extrañeza. Esta confusión me perseguía



También recuerdo bien la primera sesión frente al C y T, creo que, en principio no hubo ninguna interacción importante, debido a que es un espacio muy amplio. Definimos parcialmente el circuito que yo cruzaría y tras terminar la vuelta por la plaza, empecé recorriendo el camino que pasa frente al edificio de química. Cruzando entre algunas personas en el camino, incluso unos muchachos que jugaban fútbol y se detuvieron mientras yo pasaba. Ese día alguien me preguntó sobre lo que estaba haciendo, mi silencio autoimpuesto me obligó a no responderle. Continué mi camino parando el frente de las escaleras de química y pasando por el pasillo que conecta con el edificio Yu Takeuchi, en ese momento se me cayó una de las pelotas que llevaba y un muchacho la recogió, me llamó varias veces para entregármela, le hice un seña para que me la trajera y él así lo hizo. Esta fue la primera interacción real en todo el tiempo del laboratorio. Más tarde un hombre por primera vez me advirtió de algo que no podía ver mientras caminaba de espaldas, sin embargo choque más de una vez con el poste al que él se refería. Luego de todas las veces que hicimos el ejercicio mí seguridad caminando hacia atrás se fortaleció, y con cada puesta en escena, permitiendo arriesgar un poquito más en lo que hacía con el entorno y con las personas. En todo el ejercicio las miradas de la gente me causaban un poco de inseguridad, constantemente pensaba que mi intervención podría llegar a trastocar a los otros, a tal punto que se vieran impulsados a enfrentarme de manera violenta, porque muchas de las miradas que recibía expresaban molestia o de desaprobación. Por lo que siempre iba prevenido, evitando sobrepasar el límite de contacto, y más bien permanecer siempre aislado. Entonces, me resultaba extraño pensar qué actitud debía tener alguien en ese estado de aislamiento, pensaba que difícilmente una actitud de respuesta o de propuesta, sentía que debía ser una



En ocasiones, también se daba la oportunidad de que la gente me mirara de frente, y su mirada puesta en la mía era la única imagen que veía durante el breve recorrido que compartían conmigo. Escuchar a las personas hablar de lo que hacía también me ponía entre contento (por lograr las reacciones necesarias), y nervioso, (por lo que las personas pudieran pensar de lo que estaba haciendo). Pienso que este ejercicio se desenvolvió mejor en el espacio público, decidimos que tuviera lugar en el túnel que da paso a la Universidad Javeriana. Aunque al empezar nos encontramos con los casos de siempre: gente apartándose del camino para que yo pasara, las miradas discretas y los comentarios disimulados entre los transeúntes. Pero en este nuevo espacio, totalmente desconocido y fluctuante por el tránsito ininterrumpido; se presentaba más incisivo ese pequeño momento en el cual me chocaba con las cosas, y sentía escalofríos, aun así, como siempre, luego de tantear con los talones y reconocer el peligro, lograba evitarlo. Casi siempre sucedía con las escaleras, huecos, andenes o con los peldaños, también cuando había desniveles y si ponía el pie atrás, este seguía derecho y se me aceleraba el corazón por posibilidad de caerme. Lo primero que me pasó fue que me choqué sin culpa con un vendedor de la calle –asaba arepas- y pudo haber pasado a ser un gran problema pero gracias a Dios no fue así, pues él se percató a tiempo de mi presencia, y de un empujón me desvió por lo que llenó de vergüenza continué por otro rumbo. Otro incidente interesante ocurrió cuando estaba cruzando la calle, un auto iba a pasar y esperó a que yo termina de atravesar con todas las pelotas para continuar su marcha. Por otro lado, el esfuerzo de la gente de la calle por evitarme se manifestaba con mucha evidencia, ya que el uso de la acera sobre la cual yo caminaba era prácticamente



El laboratorio adquirió otra dimensión una vez entre al túnel, allí las pelotas hacían un ruido impresionante mientras bajaba por las escaleras, además el primer día estaba lloviendo y la gente se apartaba intentando no golpearme con su sombrillas. El túnel está dividido por un barandal que genera dos caminos; por supuesto yo también iba en contravía dentro del túnel lo que en un momento causó mucha congestión, dentro del pasadizo se me cayó una pelota, y uno de los guardias gentilmente me la devolvió . Al intentar salir del túnel las cuerdas que utilizo para pasear las pelotas se estiraban mucho y eso hacía que fuera difícil para las personas bajar las escaleras, finalmente se veían obligadas a dar zancadas exageradas para evitar enredarse con las cuerdas. Veo que la gente evita mucho el contacto con las pelotas, como si fueran un objeto muy importante y delicado o bien, algo toxico. Posteriormente al salir del túnel, doy una vuelta por un pequeño jardín al frente de la entrada de la universidad, luego vuelvo a en contra vía por uno de los carriles, para que esta vez la gente al subir las escaleras se encuentre conmigo de espadas y tenga que dispersarse. El último recorrido ocurrió en un día muy caluroso. Ese día las pelotas se estaban quedando atrapadas constantemente en los huecos de la calle, pero ya conociendo los peligros de la zona camino con un poco más de precaución para evitar irme de espaldas o chocarme con algún vendedor. Tres de los vendedores de la zona me interpelaron, retóricos, preguntando por el sentido de la acción uno de ellos me ayudó con una pelota que se había atascado en un aviso de la calle, desatascándola y entregándomela en la mano antes de entrar al túnel. En seguida , al estar dentro del túnel me di cuenta de la posibilidad de hacer formar a las personas en una fila única y organizada, entraban al túnel en fila india.



Poco antes de concluir la caminata por este circuito, un hombre que hablaba por celular me pregunta que si puede llevar unas pelotas conmigo, yo con una seña le respondo que sí, él coge la mitad de las pelotas que yo llevaba en la mano derecha y acompaña mi marcha en reversa a lo largo de una cuadra, mientras le explica a la persona del otro lado del teléfono que está paseando unas pelotas cerca al Universidad Javeriana con alguien que se encontró en el camino, la persona al otro lado de la línea parecía no creerle por lo que él le cuelga , me devuelve las pelotas y toma un registro de lo que estábamos haciendo. Ese mismo muchacho se da cuenta de que una pelota se había caído, la recoge y la guarda hasta que finalizó el recorrido, para acercarse y entregármela. Espero que este breve relato, ayude a entender al lector, por qué ahora caminar hacia atrás me resulta más natural.





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