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ATAHUALPA YUPANQUI
Vidala para la serenata a la novia. Vidala que se canta bajo la galería de una casona criolla, mientras, como un rito, se bebe en silencio un pedazo de selva que llaman aloja. Pero siempre la tarde trae en la ampliada sombra de los árboles, un tono melancólico, casi triste. Y el artista tucumano, el criollo Juan Carlos, se siente un poco solo, lo necesariamente solo como para decirle coplas a un imposible... “Viendo pasar una nube le dije: ¡Ay!, llévame tan alto como tú subes. La nube pasó diciendo: ¡Imposible!... ¡Imposible!” “Amor pedí a una morena de sólo verla tan buena. Como la nube y la estrella, me ha contestado diciendo: ¡Imposible! ... ¡Imposible!” “Para qué quiero mis ojos. Mis ojos, para qué sirven. Mis ojos que se enamoran, y se apasionan, vidita, de imposibles... de imposibles...” Años después, en 1931, llegué a Salta, de a caballo. Gumersindo Quevedo me regaló un hermoso rosillo, en Río Piedras, y en dos días de viaje me puse sobre el tope del San Bernardo. Y un rato después me quitaba las espuelas para subir las gradas del Club 20 de Febrero y saludar al doctor Abraham Cornejo y al coronel Day. Esa noche, disfrutando de la tradicional hospitalidad de los caballeros salteños, canté una docena de vidalas de Juan Carlos Franco. Y desparramé sus coplas luego por todo el Valle de Lerma, desde el Mojotoro hasta la Silleta, Cerrillos, Los Laureles, Atocha, Quivilme y Las Moras. “Me he galopiao muchas leguas pa’ venirte a ver... Sólo te pido, mi Negra, Me des un consuelo pa’ poder volver...”.