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LA COMARCA EMBRUJADA
Hay en mi tierra una comarca embrujada. En el cuerpo de mi país está enclavada con la anchura, la calidez y el misterio de un corazón. Lerdos pasan los soles, como si quisieran poner a prueba el estoicismo de los hombres y la validez de la selva. Lentas resbalan las lunas sobre los quebrachales, pintando las escenas que sólo en esos montes se han de ver. Cuando la primavera comienza a entibiar el aire, los poleares regalan su aroma, ampliando las tardes junto a los caminos. Por las mañanas, las primeras horas se pueblan de balidos. Son las majadas de cabras, a las que se les dio puerta abierta, y salen con travieso albedrío a los montes vecinos, junto a los cerros de tala, piquillín y garabato. En los corrales quedan los cabritillos nuevos, de voces casi humanas e infantiles, llamando inútilmente. Muchachitos transitan hacia el pueblo, rumbo a la escuela. Van a pie, o montados sobre un borrico. Tienen la tez bronceada y el pelo lacio. Las voces remedan susurros en las ramas, gracias de trino y ala, inflexiones venidas de lejos en el tiempo, amasadas durante el sueño luego de esos cuentos narrados por los abuelos. Las siestas abarcan casi la totalidad del día. Calor, resolana, aire inmóvil. Sólo en los montes restallan los ecos del hachazo que abate los quebrachales. Sólo en los montes se uniforma, poco a poco, el coro de los coyuyos, cuyo canto “ayuda a que madure la algarroba”. Esa comarca tiene un río indio y un río castellano. Como las viejas leyendas de la raza, que duermen bajo la piel del pueblo, o laten en el pulso de los narradores típicos, el río indio siente bajo la arena el agua sumergida que corre, o duerme, o se muere cuando el parche de la tierra alcanza a traducir la voz de los desiertos. Ese es el río Salado. El otro río, en cambio, se amplía, y se hace pampa de estero, surco y cañadones. Quince leguas cuadradas, sin cercos ni alambradas, abarca el ensanchamiento del río Dulce. Allí los pastizales impresionan por su altura, y en los canales, entre yuyos y zanjones, sigue siendo el río “El Dulce”, y ofrece la ocasión de su gran cantidad de pescado, de flamencos canilludos, de garzas pensativas.