ORGULLO Y PREJUICIO – PARTE I – CAPÍTULO 8
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—Tienes razón, Louisa. Me ha costado tanto contener la risa… ¡Qué idea tan descabellada! ¿A quién se le ocurre venir corriendo por los campos porque su hermana tiene un catarro? ¡Y con el pelo todo alborotado! —Sí, y su enagua… Espero que te fijaras en su enagua, tenía casi un palmo de barro, estoy segura; y, aunque se bajara el vestido, no consiguió disimularlo. —Es posible que tu descripción sea muy exacta, Louisa —dijo Bingley—, pero todo eso me pasó inadvertido. Pensé que la señorita Elizabeth Bennet estaba muy hermosa cuando entró en la sala esta mañana. No me di cuenta de que su enagua estuviera manchada. —Usted sí reparó en ello, señor Darcy, estoy convencida —exclamó la señorita Bingley—; y tengo la impresión de que no le gustaría que su hermana se comportara de un modo tan extravagante. —Por supuesto que no. —¡Caminar cinco, seis, siete kilómetros o la distancia que sea, con los pies hundidos en el barro, y sola, completamente sola! ¿Qué pretendería con eso? En mi opinión, es una muestra abominable de su orgullosa independencia, y revela una indiferencia al decoro de lo más provinciana. —Es una muestra del cariño que siente por su hermana, y eso es muy bonito —añadió Bingley. —Me temo, señor Darcy —dijo la señorita Bingley, en voz baja—, que esta aventura habrá mermado la admiración que le inspiran sus hermosos ojos. —En absoluto —respondió él—; brillaban más que nunca debido al ejercicio. Tras unos instantes de silencio, dijo la señora Hurst: —Aprecio muchísimo a Jane Bennet. Es una joven realmente dulce, y desearía con todo el alma que hiciera una buena boda. Pero, con unos padres y una familia así, supongo que será imposible. —Dijiste que su tío es abogado en Meryton, ¿no? —Sí; y tienen otro que vive en algún lugar cerca de Cheapside 16. —¡Maravilloso! —exclamó su hermana, y las dos soltaron una carcajada. —Aunque tuvieran suficientes tíos para llenar todo Cheapside —dijo Bingley—, seguirían siendo igual de encantadoras.
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En la City de Londres, la parte más antigua de la ciudad, donde sólo vivían quienes se dedicaban al comercio. Para ridiculizar esa actividad, la señora Hurst elige ese nombre, y no otro de la zona, porque Cheapside significa, literalmente, «lado barato».