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Un maestro

El aeropuerto de El Alto hace honor al nombre que le identifica a más de cuatro mil metros de altura s.n.m. El sector, conocido antiguamente como Alaj Pacha (Tierra en el Cielo), se localiza al oeste y a pocos kilómetros de la capital de Bolivia. La vista es impresionante, especialmente en días soleados: se mira a lo lejos la figura del Illimani, cautivante macizo montañoso cubierto de nieve, al que los antiguos habitantes aymaras llamaron Illimana (por donde sale el sol).

En dicho aeropuerto, hace algunos años, fui presentado al Dr. Mario Jaramillo Paredes, quien llegaba en su calidad de ministro de Educación ecuatoriano a cumplir una misión oficial; me encontraba yo listo a retornar a mi país, una vez que sustenté una conferencia en la Academia Diplomática de Bolivia. En esas circunstancias, y enterado del motivo de mi visita al hermano país, me dijo de inmediato: “Ud. va al exterior a disertar y no ha venido a la Universidad del Azuay, le hago la más cordial invitación para que ocupe nuestra tribuna y nos honre con su presencia”. En estas palabras, que las transcribo textuales y que no he olvidado, pude identificar al notable ciudadano que siempre tuvo en su mente y en su corazón a la ilustre ciudad en que nació y vivió.

Para cumplir el ofrecimiento que le hice a Mario, tiempo después viajé complacido, como siempre, a Cuenca y sustenté una conferencia en el prestigioso centro de educación superior qué el había forjado y en el que se desempeñó como rector por tres períodos consecutivos, entre 1992 y 2012.

Aprecié en él sus reconocidas cualidades de humanista, doctor en Historia, catedrático equilibrado en sus fundamentadas opiniones, escritor y periodista, buen amigo. Paz en la tumba recién abierta de este caballero que honró no solo a Cuenca del Ecuador, merecidamente galardonada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

GIUSEPPE CABRERA cación”, como ungüento mágico que cura todos los males colectivos de nuestro sistema político; siempre rehúyo responder así, porque es el cliché convencional y, son soluciones de largo alcance, pero este ejercicio, da cuenta de lo impregnada que está la educación como alternativa de desarrollo y progreso para las personas.

La desigualdad se cura con educación, porque los abuelos de los hoy ingenieros, abogados o médicos, hicieron lo imposible para que sus descendientes lograran estudiar, forjándose un camino alejado de la precariedad que a ellos les tocó vivir, esa educación durante mucho tiempo creó una clase media inexistente en nuestro país, que estaba únicamente dividido entre pobres y ricos a la entrada de la década de los años 80 y, fue la educación pública, la que suplió la falta de oportunidades que no cubrían los gobiernos, convirtiéndose en el ascensor social que muchos anhelaban. Y no, la educación pública no nació en 2008 con la Constitución, ni en 2010 con la LOES, como algunos quisieran hacernos creer, es el legado histórico de Milton Reyes, Rosita Paredes, Benjamín Carrión y otros tantos, que han conquistado el derecho más enunciado y menos cuidado de todos los políticos: la educación superior publica, universal y gratuita.

En una época en que incluso con títulos de tercer y cuarto nivel, el sistema rechaza a quienes se esfuerzan, por sobre quienes tienen esa suerte a la que llaman mérito. Defender la educación se ha vuelto aún más complicado, porque los jóvenes, distintos a los de antes se dan cuenta que hacer una carrera universitaria no les asegura un futuro.

De ahí que entre sus predilecciones están buscar las redes sociales, como ese espacio que los ha vuelto visibles, brindado recursos y una vida placentera y vivible en el camino. No es vagancia, es falta de oportunidad y hoy, la universidad pública tiene que repensarse y protegerse, para que dure por siempre y nos otorgue sentido de realización y un proyecto de vida.

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