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Para cuándo, lo fundamental

Mientras la clase política está sumergida en exquisiteces —como deliberar sobre las competencias constitucionales del Consejo de la Judicatura y del Consejo de Participación, o especular sobre la posibilidad de que una fuerza política emplee acciones de protección a favor de un sentenciado— tres de cada diez niños viven con desnutrición crónica. Al mismo tiempo que los ediles capitalinos debaten sobre el modelo de operación del Metro, la cuarta parte de los niños de la ciudad tiene que sacrificar al menos una comida al día para que otro familiar coma y uno de cada cinco no estudia porque tiene que trabajar para mantener a su familia.

Los activistas esbozan consultas populares para preservar la biodiversidad y los políticos del movimiento indígena articulan la Ley de Comunas; en tanto, ocho de cada diez niños indígenas ni siquiera tienen acceso a agua potable y alcantarillado. Mientras la alta burocracia habla de ‘inteligencia artificial’, ‘virtualidad’ o ‘automatización’, cientos de escuelas, ya dañadas por el invierno se aprestan a sufrir el embate de El Niño y los estudiantes de la Universidad Central no piden más que transporte regular y policías para detener los robos y secuestros exprés en los alrededores.

Resulta difícil de entender por qué las autoridades disfrutan tanto de entregarse a problemáticas del siglo veintiuno cuando el país tiene todavía pendientes tantos problemas más propios del siglo diecinueve —falta de servicios básicos, ausencia de infraestructura mínima, calorías insuficientes, pacificación fundamental pendiente, imperio de la ley sin consolidarse, salud e higiene de base—.

Periodistas y medios

Los cambios acelerados a los conceptos ‘libertad de expresión’ y ‘objetividad’, fundamentos de la actividad al servicio ciudadano como es la narración más o menos fiel de los acontecimientos para orientar el comportamiento colectivo, sufre deterioro desde la aparición del internet. Allí, cada quien funge de ‘informador’, introduciendo distorsiones intencionadas o no. Una reciente nota informa las profesiones que ya no deben seguirse para obtener trabajo, entre esas periodismo, comunicación y otras; lo extraño que no menciona a los abogados, que son los que más actúan de ‘comunicadores’.

Quienes iniciamos con el periodismo a mediados del siglo pasado, enfrentamos trabajadores de prensa llamados ‘empíricos’, por carecer de formación académica. Hoy esta profesión, como la de comunicador en general, se volvió obsoleta; hay tantas versiones de mensajeros, que la gente vive anonadada con información dudosa o falsa.

La publicación en mención alerta no estudiar profesiones como estas, que ya no tienen mercado. Un par de décadas atrás, en esta columna advertíamos que las universidades de cierta forma estafaban a los estudiantes con ofertas de carreras saturadas sin que los responsables dieran solución. Algunos y algunas estudiaron para llegar a televisión buscando otras metas. Pocos lograron adaptarse a los deseos de este medio que aún sobrevive. Por otro lado, jóvenes periodistas entusiastas han creado sus propios medios digitales y luchan por lograr audiencia y publicidad. Sin embargo la otra cara de estas nuevas formas de comunicación es la credibilidad que hace valioso a un medio, actitud ligada a la regla número uno — objetividad—; sin embargo, esto último está en entredicho a nivel mundial. La misma prensa ‘libre’ de Estados Unidos lo mostró con Trump, al publicar sus mentiras; a su dueño le costó mucho dinero.

ministrativas en la comarca, se han originado y concluido en las demandas de las diversas apropiaciones culturales que hacen que las prácticas cotidianas, alcancen matices anhelados; así, las calles adoquinadas de los años setenta ya no albergan más a perros callejeros, los barrios residenciales se tomaron las huertas circundantes y el río hace rato que dejó de ser el espacio cómplice de las andanzas y flirteos de muchachos y muchachas.

Ahora, el pretendido medio ambiente urbano de la comar - ca, está constituido por una transformación de la naturaleza circundante en una ilusión de metrópoli, con elementos por momentos demasiado agresivos y de mal gusto, verbigracia la cobertura de concreto del socavón, estos resultados se cocieron en la paila de las intenciones materiales e inmateriales de las administraciones municipales de turno, así como en su dinamismo metabólico, propio de un espacio humanamente producido y que nunca es eterno, como el mismo poder.

Las desigualdades socio-ambientales, materializadas en las distintas dinámicas y morfologías que componen la comarca, se evidencian en detalles actitudinales adoptados, vividos, o bien impuestos en ella por los comarqueños. El imaginario del acceso al disfrute social de las limitadas condiciones ambientales del espacio público en la ciudad, toma importancia en la medida que se entienden estas como la ausencia o presencia de esos detalles actitudinales, casi imperceptibles de las formas de apropiación desde lo individual y lo colectivo, las cuales, se expresan en las respuestas comportamentales de los ambateños, así los otrora monumentos colorinches de retazos de baldosas, que un momento llamaban la atención, ahora en su decrepitud ya ni siquiera son percibidos, otro ejemplo de percepción del convivencia urbana, está en la mayoría de los paseadores de perros sin correa y bozal, y ante cualquier reclamo de otros caminantes dicen: “no le hace nada, es juguetón nomás”; en fin detalles.

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