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Sin extremos y sin excéntricos

En la campaña que terminó, algunos de los principales protagonistas apelaron de lleno a la excentricidad. El exalcalde de Quito, Jorge Yunda, apostó al humor— breve y banal— y supuso que los quiteños olvidarían sus indelicadezas. La alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, insistió en su imagen de rebelde que desafía los cánones de estética, de discurso y de estilo de vida propios de la élite guayaquileña. Ambos cayeron derrotados.

También hubo radicales en juego. La figura de Leonidas Iza planeaba sobre el movimiento indígena y estaba claro ante los ojos de los electores cuáles eran los candidatos afines a su visión intransigente del país y la política. En Quito y Pichincha, hubo candidatos con ideas poco comunes en el espectro de la derecha; las papeletas para consejeros del Cpccs incluían activistas de reconocido extremismo. Ninguna de estas candidaturas prosperó y, además, el debilitamiento del ala violenta del movimiento indígena resulta notorio.

El elector ecuatoriano, una vez más, se muestra fiel a su tradición de rehuir a los extremos.

Con el paso del tiempo, la fuerza ganadora de la jornada —el correísmo— ha terminado convertida en el actor ‘tradicional’ de nuestra política. Su mensaje lleno de alusiones al pasado — “antes estábamos mejor”— y a la ‘experiencia’, paradójicamente empatan bien con una ciudadanía que valora y extraña, ante todo, esa ‘normalidad’ previa a la pandemia, al auge de violencia, el estancamiento económico y la incursión del ‘fanático político’.

El discurso correísta en las calles fue más moderado que nunca. Los absolutos y las ‘etiquetas’ que otrora se criticó a los que se proclamaban socialistas, fueron el eje de una campaña extrema que olvidó pararse en el ‘centro’.

Creer en la esperanza

Este proceso de votación que pasamos fue una vez más anecdótico, fuimos testigos de una lluvia de ofensas en las redes sociales, impresionante la capacidad demostrada de agresión de ciertos candidatos y aún peor sus seguidores, vimos como poco a poco sus propuestas se diluyeron en confrontaciones y corajes.

Y ahora que lo pienso, aunque no debemos tener una vara para medir las acciones de las personas, yo soy convencida que si alguien ofende o usa los medios para agredir a otra persona no es alguien que en su inteligencia pueda dar un aporte objetivo en el crecimiento de mi ser o mi ciudad (ojo, una cosa es cuestionar una institución y otra atacar el nombre de una persona).

Ahora mire usted cuántas ofensas se dijeron y circularon, para finalmente demostrar resultados de votación reflejo de lo que el pueblo si creyó.

Un resultado con márgenes muy grandes, deja claridad de quién se ha ganado el reconocimiento de su trabajo, a quien se apuesta por conocer su capacidad de gobernar y sobre todo que el mensaje que buscamos es conciliador, es práctico, es de servicio, es de humildad y trabajo, hablando con obras, gestión y finalmente es importante ajustar el filtro de lo que se cree en las redes sociales, a quien se escucha y lee de las otras personas, todo depende desde la realidad del que mira.

Lo cierto es que siempre los comienzos son esperanzadores y en torno a eso estamos comprometidos como sociedad a no solo ser simples espectadores, sino buscar la manera de intervenir en las acciones en dónde queremos ver cambios en beneficio de toda la sociedad, para lograr resultados conjuntos y valiosos que se vuelven legado para futuras generaciones acciones que tome la nueva administración en los diferentes niveles de gobierno.

Consideramos con desapasionado criterio que deberíamos, como es obvio dar una tregua de al menos 100 días a los ungidos, para efecto de comenzar a poner la casa en orden, es decir, que conozca y planifique las nuevas políticas internas y externas para empezar a tomar decisiones con criterio formado.

El elector convertido en mandante debería asumir una actitud mesurada pero proactiva y firme, observando la aplicación y ejecución de las ofertas de campaña con el fin de ir fiscalizando, aprobando o desaprobando determinadas decisiones del gobierno local. La actitud del mandante no será la bulla, el escándalo fugaz que el viento arrastra y no deja huella; sino debería ser implacable y crítico, en exigir el cumplimiento de aquellas ofertas para llevar a la realidad las propuestas de campaña convertida en obra pública.

El mandante debería saber que los administradores públicos están sujetos a la revocatoria del mandato, según las circunstancias y por el incumplimiento legal de funciones previsto en la ley; por tanto cada ciudadano debe actuar como un veedor más en el ámbito de la competencia del administrador público; además, el mandante debería ser consultado e informado permanentemente de determinadas decisiones del mandatario sobre las obras que necesitan los grupos y colectivos humanos; por ello se debe exigir que los ciudadanos tengan conocimiento para hablar de un verdadero empoderamiento de la gestión gubernamental, seccional o local, aquello se logra cuando el pueblo está informado de las acciones que realiza cada institución.

Hasta que los ciudadanos se empoderen como verdaderos mandantes y hagan prevalecer realmente sus derechos en forma personal y colectiva. ¡Que Dios nos ampare!

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