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Madurez ante la histeria

Gran parte de la clase política ecuatoriana —junto con algunos acólitos en el activismo y la sociedad civil— intenta implantar un discurso apocalíptico. Buscan convencer a la ciudadanía de que el país atraviesa un escenario catastrófico y que cualquier medida extrema es justificada. Semejante llamado a la histeria debe ser enfrentado con escepticismo y madurez. El momento actual requiere ponderar con ecuanimidad los hechos y, sobre todo, tener claras algunas consideraciones. La principal preocupación de los ecuatorianos en este momento es, de largo, la seguridad —en su acepción más básica, la que se refiere a la protección de la integridad física, la vida y la propiedad—. Se trata de un tema ante el que casi no existen divergencias ideológicas y que constituye, a largo plazo, una amenaza para todos y para todo. Usarlo como munición en la pugna política y como excusa para trastocar el sistema, en lugar de cooperar en su solución, es una actitud irresponsable. Al mismo tiempo, los indicadores muestran que el país va mejor de lo que la propaganda efectista y la retórica sentimental de cierta oposición deshonesta sugiere. rodrigo Santi LL án P E ra LBo rodsantillanp@gmail.com

Sembrar el pánico, la prisa irracional y la desesperanza entre los ecuatorianos en momentos como estos es, además de injusto, contraproducente. Ello significa crear un clima de pesimismo y desconfianza del que luego será muy difícil salir y que terminará perjudicando también, en sus proyectos futuros, a esos sectores de la oposición que hoy azuzan el sentimiento de desesperación. Ecuador ya se ha autoflagelado suficiente durante décadas; es mejor pensar en diagnósticos y soluciones sin tantos lamentos ni superlativos.

¿Estado fallido?

El Ecuador va en camino de convertirse en un Estado fallido si se considera que los ciudadanos sienten que están desprotegidos frente a las fuertes amenazas internas y externas que ocasionan graves inquietudes e impotencia, porque han perdido la confianza en la ley y la justicia, mientras crecen las desigualdades, se extiende y agudiza la pobreza, aumenta el desempleo y crece la ineficacia del Estado.

Existe desasosiego y desesperanza al ver crecer la corrupción en todos los niveles del Estado, lo mismo que el incremento de la violencia que, en ocasiones, termina con la vida de seres inocentes como los niños. Aumenta la incertidumbre frente a la ausencia de credibilidad en las correspondientes funciones del Estado que, casi siempre, se muestran incompetentes para responder a las inquietudes ciudadanas, o cuando el “Estado se caracteriza por su incapacidad para controlar el territorio, falta de autoridad y poca presencia ante la comunidad internacional”. ¿El Ecuador camina por el despeñadero de un Estado fallido?

Muy pocos ciudadanos tienen confianza en el Ejecutivo que no ha podido lograr aceptables niveles de reconocimiento o respaldo popular debido a sus acciones e inacciones. La Asamblea Nacional goza de un feroz desprestigio plasmado en adjetivaciones y desprecios; la Justicia ha sido muy cuestionada por sus absurdos fallos emitidos por jueces en favor de personas con fuertes acusaciones. Si el Estado no cumple a cabalidad con sus funciones podría encaminarse hacia un Estado fallido.

El pueblo ha perdido la confianza en las instituciones estatales, y es incrédulo en la política. Bien podría decirse que ya no confía en nadie y que en nadie cree y así el Ecuador transita por la amplia avenida que lo conduce a convertirse en un Estado fallido.

situación, la evidente incomodidad del menor ante la autoridad tibetana, pero hay quienes intentan explicar el grosero acto argumentando un error de manejo del Dalai Lama e invocando su trayectoria de bondad y enseñanzas.

Pero, hay un argumento que llama mi atención, y es la invocación a las diferencias entre Occidente y Oriente y el llamado a comprender la situación bajo el cristal del relativismo cultural. Una corriente que postula que cada cultura debe entenderse dentro de sus pro- pios términos y la imposibilidad de establecer un punto de vista único en su interpretación. La Conferencia Mundial de Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993 determinó que todos los Estados tenían el deber de promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas. Los niños y adolescentes tienen derecho a que se proteja su vida y se respete su intimidad, a disfrutar de un ambiente sano, a no sufrir humillaciones ni abusos de ningún tipo, a que se respete su honor y se proteja su imagen. Debemos reconocer que algunas prácticas religiosas comprometen seriamente el bienestar infantil. Las consecuencias de la ablación femenina, por ejemplo, son dramáticas; el matrimonio infantil tiene consecuencias terribles; en algunos regímenes islamistas las niñas no pueden estudiar ni reciben remuneración por su trabajo. También la incomodidad que puede sentir un niño pequeño, cuando ciertos rituales lo obligan a confesar supuestos pecados ante un líder o representan- te religioso. Rechazo profundamente la actuación del Dalai Lama. Ningún relativismo cultural o religioso puede invocarse frente a actuaciones que amenacen los derechos de los niños. También es irrelevante si existe un vínculo familiar, un cargo o uniforme, porque nada justifica la agresión contra la dignidad de las niñas, niños y adolescentes. Lo que vimos en el video es un acto contrario a la lógica de la dignidad e integridad de un menor. Dalai Lama o no, no hay justificación.

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