
4 minute read
El riesgo de ignorar la minería
La oportunidad de incorporar a nuestra economía un sector minero moderno, profesional y responsable se nos está escabullendo. El comportamiento errático de la clase política, la fricción entre grupos de poder y la permanente convulsión espantan a los principales y más competentes inversionistas globales. Nuestra incapacidad de llegar a consensos nos obliga a renunciar al único rubro que, objetivamente, puede significar crecimiento económico a mediano plazo y a desaprovechar un momento histórico de demanda de minerales en el mercado mundial.
Diversos actores insisten en promover la ficción de un país que, obligado a elegir entre la minería o el ambiente , se inclina por lo segundo. No solo es falso que la explotación minera conlleve inevitablemente una catástrofe ambiental; sino tam- bién que el país esté en capacidad de ignorar total y eternamente sus recursos mineros . Semejante potencial de riqueza siempre pone a andar peligrosos mecanismos. Si el Estado no toma cartas en el asunto, toda esa fortuna continuará filtrándose junto a la minería ilegal — sin transferencia de tecnología ni cuidado ambiental— y fortaleciendo a un tenebroso sector económico constituido por criminales cuyo poder y prácticas se sentirán cada vez más.
La clase política y el Estado tampoco están a salvo. Hace poco más de medio siglo, una situación similar de pugnas, intrigas e indecisión alrededor del petróleo —y un boom mundial de la demanda— propiciaron una dictadura. El Estado ecuatoriano está en un espiral de debilitamiento, mientras la riqueza del subsuelo alimenta y tienta a delincuentes y criminales.
Pab Lo Escandón Mont E n Egro pescandon@gmail.com
Vacaciones
Acabar clases y tener tiempo para la bicicleta y los deportes, para terminar el día enlodado de tanto jugar fútbol en la cancha del barrio, eso era el ideal de las vacaciones escolares.
En la cancha de arriba de mi casa, se organizaba el campeonato que duraba todo el mes, con más de veinte equipos que llegaban hasta de otros barrios y urbanizaciones para competir, para darnos de puñetes, para divertirnos, para perder y ganar; para tener contacto con los que vivían más allá de nuestra cuadra. Nunca olvidaré cuando el equipo organizador, que había sido campeón el año anterior, organizó el campeonato y no pasó de la primera fase: los jugadores desclasificados se incorporaron a los otros equipos y no les importaba quién perdía, pues todos eran sus equipos.
Eran los del Napoli, así se habían bautizado los que vivían a cuatro cuadras hacia el sur de la cancha: uno de ellos se había dejado el cabello como el ‘Pelusa’ y lo llamaban así, pero su habilidad no estaba en los pies; jugaba con la boca. Solito se daba tiempo para pelear con las barras, con delanteros y arquero. Qué grandes eran esas vacaciones, qué eternas eran esas jornadas que empezaban a las nueve de la mañana y terminaban a las cinco de la tarde con encuentros seguidos, pero luego de dos semanas los equipos eran menos y la emoción crecía hasta llegar a la final.
El barrio se paralizaba y hasta el cura acudía a ver el partido. Nos sentíamos como en un gran estadio. Era una gran fiesta que se comentaba hasta la siguiente temporada.
El núcleo del barrio era la cancha y nadie hablaba de otra cosa que no fueran los partidos del campeonato, de los goles, de las jugadas, de los ‘cracks’ del momento, de las atajadas sorprendentes, de las vecinas coquetas, de los galanes, de los que no jugaban a nada, pero iban a ser vistos.
Cuando se acababa el campeonato de fútbol, iniciaba el de básquetbol, en la misma calle, a una cuadra, donde quedaba el dispensario médico, junto al retén policial que siempre estaba cerrado, donde estaba la casa comunal, los juegos infantiles con latas oxidadas… ble del caso es que Zapata no haya denunciado el intento de soborno. Asegura que olvidó los nombres de los ‘comedidos’; un ‘olvido’ que podría convertirlo en un posible cómplice ya que decidió omitir el tema.
Así vivimos las vacaciones, con aventuras en bicicleta, con flirteos en las canchas, descubriendo la vida más allá de la casa y disputándonos balones. Allí estuvo el entrenamiento para nuestra vida, porque en la cancha teníamos la mejor simulación de lo que es la realidad.
Nos encontramos con un nuevo capítulo, al menos cuestionable, del Gobierno del encuentro. La compra de 51.870 chalecos antibalas. Un tema criticado desde lo económico y lo técnico; incluso los representantes del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) cuestionaron que los chalecos no cumplían con los requisitos técnicos.
El de Guillermo Lasso resultó ser el Gobierno de los escándalos y de los actos de corrupción.
A esto se suma la desfachatez del ministro del Interior, Juan Zapata, que declaró ante los medios de comunicación que lo quisieron sobornar con $2’000.000. Esto ocurrió, según dijo, hace aproximadamente ocho meses. Lo imperdona-
Lamentablemente, esta historia se repite constantemente en el país. La casta de políticos y funcionarios públicos no llega a sus cargos consciente de la gran responsabilidad de administrar bien los recursos del Ecuador, sino para alimentar su vanidad y servirse del Estado y del poder.
En el modelo de administración libertaria no caben las omisiones cómplices; la ley es igual para todos. Se da prioridad a canalizar los impuestos cobrados en combatir la inseguridad capacitando, equipando, respaldando jurídica y moralmente a la policía y fuerzas del orden.
No hay chalecos antibalas que protejan contra la inmoralidad y corrupción a los gobiernos cómplices Ni siquiera llegan los chalecos antibalas para proteger a nuestra Policía Nacional, que sale todas las mañanas a luchar contra una delincuencia, que sí está equipada y preparada para generar pánico y zozobra en las calles del Ecuador. Entre 2022 y lo que va de 2023 han muerto 24 policías a manos de la delincuencia. Cifra alarmante que va en aumento. En 2020 murieron 5 uniformados y en el 2021 cayeron 13.
No son cifras frías, son familias, seres humanos que mueren ante la vista de un Gobierno indolente. Ya es hora de cambiar esta realidad. De avanzar hacia un país en el que tengamos el derecho de caminar libres y seguros. ¡Por menos inmorales, menos Estado y más libertad!