Noriega (Santander, 1973) estudió en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, haciendo sus primeras incursiones en el cine de la mano de directores entonces noveles como Alejandro Amenábar, con quién más adelante realizaría dos películas. Su carrera profesional comenzó al participar en la película Tesis y primer papel protagonista en Abre los ojos, por el que obtuvo su primera candidatura al Goya a la mejor interpretación masculina. Más tarde, tuvo otra nominación al Goya por la película El Lobo rodada en 2005 donde también asumió el papel protagonista de la cinta. Eduardo Noriega nos atiende vía telefónica desde su casa en Madrid, con calma, con una gran sonrisa y dispuesto a responder a todas las preguntas de La Taberna. JOSH SMITH: Para ti, ¿qué significa la palabra “interpretación”?
EDUARDO NORIEGA: Interpretación es mi forma de vi-
da y, al mismo tiempo, mi pasión. Una pasión por des-
cubrir, por aprender, por evolucionar, por crecer, y no
solo profesionalmente sino humanamente, como una
persona. Creo que el actor no deja nunca de formarse, y la persona tampoco. La persona no deja nunca de
crecer y de mejorar, o por lo menos, de aspirar a me-
jorar. En la vida cotidiana supongo que todos estamos
interpretando todo el tiempo. Tenemos una marca, un
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uniforme, un escudo, una formalidad social, sabemos el deber que tenemos en nuestro día a día. Y supongo
que nunca dejamos de interpretar, aunque es una interpretación bien distinta a la profesional.
J. S: ¿Cómo describirías tu trayectoria desde el co-
mienzo de tu carrera hasta ahora?
E. D: Era estudiante de teatro en Madrid y era bastante joven, y sinceramente me parecía casi imposible llegar
al mundo profesional. Para mí ya había sido un éxito
darme la oportunidad de viajar a Madrid a estudiar ar-
te dramático. Aunque todos los estudiantes de teatro queríamos ser actores profesionales nos parecía muy
complicado. Quizás un día nos iban a dar un pequeño
papel en una obra de teatro, quizá íbamos a hacer un
cortometraje, pero la vida profesional era un sueño in-
alcanzable. En mi caso fue muy abrupto, pero fue
también muy natural, de la mano de Alejandro Ame-
nábar y Mateo Hibbs, con los que primero hice cortos
y más tarde largos.
No era muy consciente de que estaba ya dentro de la
industria. Para mí era casi todavía un aprendizaje, eran amigos con los que había empezado a trabajar y con
los que compartía una pasión por este trabajo. Pero
fue de repente cuando ya estaba medito en este mundo, casi sin darme cuenta.