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dejara, si admitiera haberse enamorado de otro… como me había pasado a mí con Sofía… probablemente también me hubiera quedado destrozado. ¿Qué hubiera esperado de ella? La empatía que demostré, supongo, lo que no significa que fuera lo mejor. Lo que queremos no es siempre lo que necesitamos. Aquella noche hablamos cerca de una hora. No quería darle lecciones vitales, no quería tratarla como una niña pero terminé haciéndolo. —Tienes que dejar de aferrarte a esto, Lucía, está muerto. No tiene sentido que pases las noches en vela pensando en con quién estaré, porque eso te hace daño y no lo mereces. —Cierro los ojos y te veo con otra. Es una pesadilla. Esto es una pesadilla, mi vida…, dime que no está pasando. Pero estaba pasando y Sofía tenía razón… nos estaba pasando a los tres. Intenté convencerla de que lo mejor sería romper el contacto durante una temporada, quizá, le dije, con el tiempo aprenderíamos a ser solamente amigos. Qué mentira. No lo seríamos jamás porque la cara del otro significaba recuerdos que no podían estar adheridos a la palabra amigo. Quizá otros puedan. Después de dieciocho años y de las circunstancias que habían propiciado la ruptura… no podríamos ser amigos. No debíamos serlo. Pero ella no lo entendió. Insistió en que no sabía estar sin mí, aunque llevábamos tanto tiempo el uno sin el otro que para mí lo más fácil era olvidarla. Casi lo habíamos hecho estando juntos, ¿cómo no iba a pasar estando yo con otra persona? —¿Lo tienes claro? —me preguntó—. Solo júrame que lo tienes claro. No te precipites, Héctor. Es normal fijarse en otras personas, cegarse con la atención de alguien nuevo, pero eso no es amor. No es como lo que tú y yo tenemos. «Teníamos», pensé. No lo dije. Le solté una perorata muy educada sobre vivir nuestras propias vidas, separarnos de verdad, empezar a existir sin ser la mitad de algo, pero como siempre pasa, comprendió lo que quiso y terminó diciendo que «me daría el tiempo que necesitase». —Dime…, ¿qué te da ella? ¿En qué se diferencia de lo nuestro? Quiero aprender. Debí ser muy honesto, dejar la contención a un lado para que, quizá rascando, arañando, ella aprendiera de verdad que no nos podíamos aferrar a lo conocido, pero no lo hice. No le dije que Sofía me hacía sentir de un modo completamente diferente, que me volvía un adolescente, un viejo, un niño, un hombre, que mi vida pasaba de atrás adelante y de adelante atrás en una mezcla entre los recuerdos que desearía haber compartido con ella y los sueños del futuro que quería para los dos. Le escondí que el sexo con ella era otra cosa, que me sentía muy suyo, que el recorrido de sus dedos por mis muslos me endurecía y que su olor era casi el mío. Me callé que había descubierto con Sofía lo que era querer como se supone que solo se quiere en los libros, en el cine, en las óperas y en las piezas de arte moderno que no entendemos. Oculté que con Sofía


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