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—No. No quiero ser tu amigo. Pensé que me doblaba en dos. —Bien. Eso ayuda un poco. —Sí. Creo que sí. Podíamos haber hecho juntos muchas cosas. Vivirlas como se viven solo en la imaginación, aunque debía empezar a aprender que la imaginación es una perra mentirosa y lo nuestro se había acabado antes de empezar. —Pues… —Miré alrededor intentando encontrar algo que me entretuviera y se llevara las ganas de llorar—. Ha sido un placer. —Lo ha sido —contestó con un hilo de voz. —Gracias por los recuerdos. —Me los regalaste a mí; no tienes que agradecerme nada. —Escogeré unos cuantos para quedármelos, si no te importa. Chasqueó la lengua contra el paladar y agachó la cabeza, frotándose con vehemencia la frente. Se apartó de la puerta y lo tomé como una invitación a irme. Abrió. Salí. Él no cerró. Yo no me moví. —No quieres hacer esto —le dije con un nudo en la garganta y un gallito. —Claro que no quiero. Pero tengo que hacerlo. —¿Por qué tienes más obligación con ella que conmigo? —y me sentí basura al decirlo—. ¿Por qué es más fácil hacerme daño a mí que a ella? —Porque ella es mi novia. Y a ti acabo de conocerte. Cerró la puerta. Mamen tenía razón. No tendría que haber ido. Oliver tenía razón, aquel «tío» no iba a dejar a su novia por mí jamás. Yo tenía razón, no se me había perdido nada en el amor. —¿Sabes qué? —le dije a la puerta cerrada porque estaba segura de que él estaba allí, parado. No había escuchado sus pasos alejándose y casi le sentía al otro lado de la puerta—. Por lo que sí debería darte las gracias es por demostrarme que la magia no existe. Solo existen los tíos hipócritas que prefieren estar cómodos a ser felices. Ale. Lo que quedaba de dignidad a la mierda. ¿Qué más daba? Bajé un escalón. Cuando Fran me dijo que había conocido a otra persona, después de la tristeza y la rabia, entendí de alguna forma que ella era tan especial que no podía dejarla escapar. Dolía horrores y se quedó ahí, como una astilla que dio la vuelta cuando conocí a Héctor. Porque ¿si Fran pudo dejarme por otra persona por qué no podía pasar lo mismo con él? ¿Por qué no podía dejar Héctor a su novia por alguien especial? YO. Ese era el problema. Porque yo no era especial. Bajé dos escalones más. Me agarré a la barandilla. «No, no, Sofía. Todo está bien. Para el mecanismo de castigo. La culpa de que te hagan daño no es tuya. Solo ha sido una mala idea. Sabías que iba a pasar pero no


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