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Linda Howard – Un beso en la oscuridad

Epílogo Seis meses después Lily caminaba por el vestíbulo hacia el despacho del doctor Shay con la esperanza de que fuera la última vez. Seis meses de terapia intensiva de desprogramación y asesoramiento ya habían sido suficientes. Tras su rabia inicial al despertarse y verse presa, había dado las gracias por esta segunda oportunidad y había cooperado todo lo posible, pero tenía ganas de marcharse. Aunque los seis meses no habían sido sólo de terapia. Dos meses los pasó recuperándose de la operación para corregir el problema de la válvula del corazón y eso no sucedió de la noche a la mañana. Ahora se encontraba totalmente restablecida, pero las primeras semanas después de la cirugía fueron muy duras, aunque el cardiólogo había utilizado una técnica mínimamente invasiva. Pero había sido una operación de corazón que requería detenerlo durante un tiempo, por lo que le habían conectado una máquina de derivación corazón-pulmón mientras hacían el trabajo. Se sentía incómoda al respecto, aunque ya hubiera pasado. El doctor Shay no era el típico loquero, en el supuesto de que existiera un ser así. Era una persona bajita, regordeta y alegre con los ojos más dulces que se pudieran imaginar. Lily habría dado su vida por él y era en parte la razón por la que todavía permanecía en la clínica. Siempre le había preocupado la idea de ser capaz de volver a tener una vida normal, pero las terapias del doctor Shay le habían demostrado lo lejos que había estado de la misma. Hasta que no hizo los ejercicios que probaban sus impulsos, no se había dado cuenta de lo preparada que estaba para apretar el gatillo en cualquier momento, de hasta qué punto ésa era siempre su primera reacción ante una confrontación. Con los años se había vuelto muy hábil en evitar confrontaciones debido a eso, aunque sin ser consciente de ello. Había reducido el riesgo al no relacionarse con mucha gente. Había repetido los ejercicios una y otra vez hasta controlarse y había hecho muchas sesiones con el doctor Shay hasta que su ira y sufrimiento fueron más manejables para ella. La tristeza era algo terrible, pero también lo era el aislamiento y ella había empeorado las cosas al aislarse de ese modo. Necesitaba a su familia y con el apoyo del doctor Shay había reunido el valor suficiente para llamar a su madre tan sólo unas pocas semanas antes. Ambas lloraron, pero Lily sintió un alivio tremendo al volver a conectar con esa parte de su vida. Swain era la única parte de su vida que no había compartido con el doctor Shay. No le habían permitido visitas ni tener ningún contacto con el mundo exterior hasta que llamara a su madre, por lo que no era de extrañar que no le hubiera visto o tenido noticias suyas desde ese día en Eubea, cuando pensó que la había asesinado. Se preguntaba si él se había planteado que fue eso lo que ella pensó. No sabía si habría tenido problemas por el modo en que había llevado su misión, ni cuánto sabía la Agencia de eso, por eso no dijo nada de él ni tampoco lo hizo el doctor Shay. Llamó a la puerta del despacho del doctor y respondió una voz que no reconoció. —Adelante. Abrió la puerta y miró al hombre que estaba sentado detrás de la mesa. —Adelante —le repitió sonriendo. Lily entró en el despacho y cerró la puerta. Se sentó en silencio donde solía hacerlo. —Soy Frank Vinay —le dijo el hombre. Parecía tener unos setenta y pocos años, su rostro era agradable pero tenía la mirada más aguda que había visto jamás. Reconoció el nombre un tanto horrorizada. Era el jefe de operaciones de la Agencia. De pronto empezó a atar cabos. 171


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