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cabo de dos semanas, Alex se había rendido humildemente, y desde en-i2ntonces Andrea le hablaba a voces a través de la puerta del despacho. La línea telefónica chasqueó de nuevo cuando Alex cogió el auricular. Por el hilo sonó su flu forma de hablar tranquila y bonachona. -Buenos días, Gray.-. Hoy has madrugado, según parece. -No tanto. -Siempre madrugaba más que su padre, pero la mayoría de la gente suponía era que de tal palo, tal astilla-. Voy a ir a Baton Rouge a echar un vistazo a una propiedad. Alex, ¿sabes tú dónde está mi padre? Se hizo un pequeño sí - silencio al otro extremo del cable. -No, no lo sé. -Otra breve pausa de cautela-. ¿Ocurre algo malo? -Anoche no vino a casa, y hoy a las diez tiene una cita con Bill Grady. -Maldición ---dijo Al Alex suavemente, pero Gray percibió el tono de alarma en su voz---. Dios, no creía que él fuera a... ¡Maldita sea! -Alex. -El tono de Gray era duro y afilado como el acero, y cortaba el silencio-. ¿Oué está pasando? -Gray, te juro que ni: no pensaba que fuera a hacerlo ---dijo Alex afligido-. Puede que no lo haya hecho. Puede que se haya quedado dormido. -Que no haya hecho ¿qué? -Lo mencionó en un par de ocasiones, pero sólo cuando estaba bebido. Te juro que jamás pensé que hablara en serio. Dios, ¿cómo podía ser? El plástico del auricular crujió bajo la mano de Gray. -¿A qué te refieres? -A dejar a tu madre. -Alex tragó saliva de forma audible, con un sonido seco-. Y fugarse con Renée Devlin. Con mucha suavidad, Gray volvió a dejar el auricular en su sitio. Permaneció inmóvil unos segundos contemplando el aparato. No podía ser... Guy no podía haber hecho semejante cosa. ¿Por qué habría de hacerla? ¿Por qué escaparse con Renée cuando podía acostarse con ella, y de hecho lo hacía, cada vez que se le antojase? Alex tenía que estar equivocado. Guy jamás abandonaría a sus hijos ni su negocio... Sin embargo, se sintió aliviado cuando él escogió rechazar el fútbol profesional y le impartió un curso acelerado sobre cómo dirigirlo todo. Por espacio de varios instantes de aturdimiento, Gray permaneció atontado por la sensación de incredulidad, pero era demasiado realista para que dicho estado le durase mucho. La sensación de entumecimiento comenzó a ceder, y una rabia intensa vino a llenar el hueco que aquél había dejado. Se movió igual que una serpiente atacando, agarró el teléfono y lo lanzó por la ventana, haciendo


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