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Linda Howard Lecciones Privadas

-No. Y antes de que te pongas hecha una fiera, piensa en lo que diría Wolf si le contaras que quieres ofrecerte de cebo. A lo mejor te dejaba salir de su casa en Navidad. Eso era cierto, pero Mary veía un modo de evitarlo. -Entonces, no se lo diré. -No hay modo de que no se entere, a menos que el plan no funcione. Si funcionara... a mí, desde luego, no me gustaría estar por aquí cuando se enterara, y algo así no puede mantenerse en secreto. Mary consideró las posibles reacciones de Wolf y ninguna de ellas le gustó. Por otro lado, la aterrorizaba que pudiera sucederle algo. -Me arriesgaré -dijo resueltamente. -Pues conmigo no cuentes. Ella levantó la barbilla. -Entonces, lo haré sin tu ayuda. -Si obstaculizas la investigación, te meteré en chi rona tan rápido que te dará vueltas la cabeza -le advirtió Clay. Al ver que ella no se inmutaba, empezó a maldecir en voz baja-. Demonios, se lo diré a Wolf y dejaré que te eche encima a las reses. Mary frunció el ceño y pensó en sacudir delante de él su dedo de maestra. -Escúchame, Clay Armstrong. Soy la mejor oportunidad que tienes de hacer salir de su escondite a ese tipo. Ahora no tienes ningún sospechoso. ¿Qué vas a hacer, esperar a que ataque a otra mujer y tal vez la mate? ¿Prefieres hacerlo así? -¡No, claro que no! Quiero que tú y todas las demás mujeres estéis atentas y no vayáis a ninguna parte solas. No quiero que ni tú ni nadie corra peligro. ¿Se te ha ocurrido pensar que a veces las trampas no funcionan, que el animal muerde el cebo y se escapa? ¿De veras quieres correr ese riesgo? A Mary, aquella idea le revolvió el estómago, y tragó saliva para controlar un súbito acceso de náuseas. -No, pero lo haría de todos modos -dijo con firmeza. -Por última vez, no. Sé que quieres ayudar, pero no me gusta la idea. Ese tipo es demasiado inestable. Atacó a Cathy a la entrada de su casa, y a ti te agarró en la calle principal del pueblo. Hace locuras, y lo más probable es que esté loco. Mary suspiró y pensó que Clay era demasiado cauto como para acceder a utilizar de cebo a una mujer; aquello iba totalmente en contra de su naturaleza. Eso no significaba, sin embargo, que ella necesitara su aprobación. Lo único que le hacía falta era alguien que pudiera actuar como su guardián. Aún no había ideado ningún plan, pero estaba claro que tenía que haber al menos dos personas para que la trampa funcionara; el cebo, y la persona que evitaba que el cebo saliera malparado.

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