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—Dame más −le pido mientras yo misma me muevo contra sus violentas embestidas. —No quiero hacerte daño, Sara... −jadea a mi espalda. —¡Más fuerte! −exclamo. Me da igual que me lo haga, ahora necesito que duplique la velocidad y la fuerza de sus sacudidas. Estoy a punto de explotar de placer y quiero que sea el mejor orgasmo de mi vida. —¡Mierda, Sara! −Obedece y me penetra con violencia, sin dejar de sujetar mis caderas y haciendo círculos con el dedo en mi hinchado clítoris. Entonces noto que su pene palpita en mi interior y sé que se va a correr. Recuerdo que no se ha puesto condón esta vez, pero ahora no puedo parar. En estos momentos todo me da igual. Mi estómago se encoge una y otra vez ante la inmediatez del orgasmo. Abel jadea a mi espalda al tiempo que se derrama en mi interior. Al notarlo, mi cuerpo se desborda y me sumerjo en un universo de polvo de estrellas. Noto que floto, que vuelo. Grito y palmeo la mampara ante la sorprendente explosión de mi orgasmo. Dios, es magnífico. Quiero esto en mi vida una y otra vez. Abel me envuelve en sus brazos y yo sonrío satisfecha mientras me da suaves besos en los hombros. Nos quedamos un ratito así, con el agua cayendo sobre nuestros cuerpos y él en mi interior, palpitando todavía. —Tenemos que irnos −dice con voz cansada. —Hummm... −Estoy tan a gusto aquí, sintiéndome arropada por este imponente hombre. Separa su cuerpo del mío y me da la vuelta. Nos quedamos mirándonos un rato hasta que deposita un dulce beso en mis labios. Abre la mampara y sale de la ducha. Yo me quedo dentro un poco más, observando cómo se seca con una toalla. —Tengo que coger un vuelo en cuarenta minutos −me dice, al ver que no salgo−. ¡Date prisa! ¡Joder, ya podría habérmelo dicho antes! Salgo corriendo de la ducha y me froto con la toalla que me había dejado. Seco lo que puedo mi pelo, aunque se me queda bastante húmedo. Espero no resfriarme por el camino. Él ya se está vistiendo en la habitación y yo hago más de lo mismo. Mientras me meto l o s leggins por las piernas, le observo disimuladamente. Tiene un culo prieto perfecto. Y esos vaqueros le sientan genial, igual que la camisa a cuadros que se ha puesto encima de la interior. Se vuelve hacia mí. —¿Estás lista? Me levanto de un brinco de la cama e intento hacer algo con mi pelo ante el espejo, pero desisto. Cojo el bolso y me lo cuelgo del hombro. Asiento con la cabeza. Él me hace un gesto para que salga de la habitación y nos encaminamos hacia el recibidor. Al pasar por la que es la biblioteca, la puerta está abierta y de pasada veo que todavía están los libros en el suelo. En el recibidor hay una maleta junto a la puerta. La coge y yo abro para salir al exterior. El sol próximo a marzo me da en los ojos y los guiño, debido a la molestia. Tras cerrar, caminamos deprisa hacia el coche. Me sabe mal que me tenga que llevar a casa, pero no tengo ni puñetera idea de dónde estoy y además, no tengo transporte. Quiero fijarme en algo que me indique nuestra situación, pero no veo nada, tan sólo el resto de casas y el mar al fondo, así como una zona a lo lejos que parece ser un bosque. Ya en el coche nos mantenemos en silencio un rato. Él pone la radio y se concentra en conducir. Está otra vez serio y se le dibuja una arruga en el ceño. A medida que nos acercamos a la ciudad, en mi estómago se va formando un nudo. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Se ha acabado esto? Al parecer, se va de viaje. Entra en mi barrio y aparca una calle antes de llegar a mi finca. Supongo que le viene mejor así para salir luego a la carretera que le lleva al aeropuerto. No tengo ganas de despedirme. Me da miedo girar la cara y leer en sus ojos que esto se ha terminado, que no nos vamos a volver a ver. Se supone que es lo que quería en un principio, pero ahora lo que deseo es volver a tenerlo dentro de mí y conocer más de su vida, porque apenas sé nada de él. Seguro que ha sido por la maldita biblioteca, que


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