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Además de mi cuerpo, que se empeña en apretarse más contra él. Cuando me quiero dar cuenta, está abriéndome la toalla, la cual cae al suelo dejándome desnuda por completo. Instintivamente, siento ganas de taparme de nuevo, como aquella primera vez, pero él me sujeta una vez más por las muñecas, impidiendo que me las lleve al cuerpo. Me arquea de tal forma que mis pechos apuntan hacia su rostro. Él esboza una sonrisa al contemplarlos, y a continuación me mira con desmedida lujuria. —Son perfectos. −Me suelta una muñeca y me acaricia con su mano todo el brazo, hasta llegar al hombro, el cual masajea suavemente−. Como tú, Sara −Pasa por mi clavícula y desciende hasta el pecho izquierdo, el cual atrapa con su mano y lo estruja con delicadeza. Un gemido se me escapa de la garganta cuando sus dedos empiezan a hacer círculos alrededor de mi areola. De inmediato, el pezón responde a sus caricias y se agranda. Él se inclina hacia delante mientras me coge el pecho y lo sube hacia arriba. Dios, no puedo aguantar los calambres que me dan por todo el cuerpo cuando su lengua lame con ternura mi pezón. Poco a poco sus lametones se van haciendo más rápidos y apasionados. Con la otra mano juega con mi otro pezón, provocando que yo me arquee más hacia delante con la intención de notar su miembro excitado contra mi ingle. Deja de lamerme el pecho y alza un poco la vista. Mi respiración se acelera cuando descubro su mirada oscura. Yo estoy tan devastada por el deseo como él. —¿Quieres tenerla dentro? −me pregunta, incorporándose y mirándome desde arriba. No digo nada. No asiento. Los temblores en el vientre me han inundado. Estoy tan descontrolada que lo único que hago es llevar las manos a su pantalón y desabrocharle el botón. Él se echa a reír y alza los brazos mientras yo le bajo la bragueta y dejo caer su ropa. Le acaricio el trasero por encima de los boxers. Está tan duro. Es increíblemente perfecto. Lo aprieto entre mis dedos. Es lo que quiero hacer mientras él me penetra. Pero primero me apetece saborearlo. Me muero de ganas por saber cómo sabe. Cuando me acuclillo ante él y lo miro desde abajo, descubro la sorpresa en su rostro. Y en el momento en que lo beso por encima de la ropa interior, suelta un gruñido y se echa hacia delante. —Joder, Sara, ¿cómo puedes ser tan maravillosa? −dice de forma entrecortada. Posa una mano en mi cabeza y me acaricia el pelo mientras yo continúo dándole besitos a través de la tela. Al mirar hacia arriba me encuentro con sus abdominales, los cuales no dejan de contraerse a causa del placer que le estoy provocando. No sé por qué, pero me siento un poco poderosa... Es como si pudiera hacer lo que quisiera con él ahora mismo. Subo más la vista y la clavo en sus ojos, los cuales se oscurecen cada vez más. Esbozo una pícara sonrisa mientras meto mis dedos índices por la goma de sus boxers y tiro de ellos con suavidad. Se los bajo tan sólo un poco y le acaricio los huesos de la pelvis. Me encantan. Adoro su ingle, tan marcada... Me arrimo a ella y deslizo mi lengua por su piel. Sé que estoy haciéndolo bien porque su respiración es cada vez más profunda y puedo apreciar las palpitaciones de su miembro bajo los calzoncillos. —Dios, pequeña, si sigues así no podré aguantar mucho más... ¡Y ni siquiera he empezado! Contengo la risa que me sube, pero la verdad es que estoy eufórica. No sé por qué, pero adivino que Nina no le ha causado nunca tanto placer. Estoy casi segura de que jamás le ha excitado tanto como yo. Es lo que él decía: existe algo distinto y maravilloso entre nosotros. Y ahora mismo me apetece aprovecharlo. Termino de bajarle los boxers y su enorme excitación rebota y se muestra ante mí en todo su esplendor. Incluso se me escapa un gemido al tenerla frente a mí. Hay una gotita en su glande hinchado y brillante. Paso mi dedo índice por él, extendiendo la humedad, y a continuación me lo llevo a la boca y lo chupo. Abel gime sobre mi cabeza y me agarra un mechón de pelo. Su miembro palpita frente a mí, expectante y ansioso por que me lo lleve a la boca. Algo vibra en el suelo. Arrugo las cejas y entonces una melodía invade el cuarto de baño. Y ya me la conozco: es la de Abel. Alzo la cabeza de golpe y lo miro con el ceño fruncido, muy seria. Él me


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