El psicoanalista

Page 78

EL PSICOANALISTA

John Katzenbach

sido escogido con cuidado. Tampoco había duda de que el famoso doctor Soloman no volvería a ver a la joven tan bella y tan angustiada que había solicitado sus cuidados. Por lo menos en el contexto que Soloman esperaba. Ricky sacudió la cabeza. Había muchos terapeutas cuya vanidad era tan grande que les encantaba la atención de la prensa y la devoción de sus pacientes. Actuaban como si tuvieran una percepción totalizadora y completamente mágica de las costumbres del mundo y los actos de las personas, y expresaban opiniones y hacían declaraciones apresuradas con ligereza muy poco profesional. Ricky sospechaba que Soloman correspondía al tipo de esos psiquiatras de tertulia que adoptan la postura de saber las cosas sin el trabajo que cuesta llegar a percibirlas. Es más fácil escuchar a alguien un rato e improvisar que sentarse día tras día y penetrar las capas de lo mundano y trivial en búsqueda de lo profundo. Lo único que le inspiraban los miembros de su profesión que se prestaban a dictámenes judiciales y artículos periodísticos era desprecio. Pero Ricky comprendía que la reputación., la fama y la popularidad de Soloman darían credibilidad a la acusación. Al aparecer su nombre en esa carta, ésta ganaba el peso suficiente para el propósito de la persona que la concibió. «¿Qué has averiguado hoy?», se preguntó Ricky. Mucho. Pero sobre todo que los hilos de la red en que se encontraba atrapado habían sido tendidos meses antes. Volvió a contemplar el grabado de la pared. «Estuvieron aquí –pensó––. Mucho antes del otro día.» Recorrió la consulta con la mirada. No había nada seguro. Nada era privado. Habían estado ahí meses atrás y él no lo había sabido. La rabia le sacudió como un puñetazo en el estómago, y su primera reacción fue agarrar aquel grabado y arrancado de la pared. Lo tiró a la papelera que tenía junto a la mesa, con lo que se partió el marco y el cristal se hizo añicos. Resonó como un disparo en las reducidas dimensiones de la habitación. De sus labios salieron palabrotas, inusitadas y fuertes, que llenaron el aire de dardos. Se volvió y se aferró a los lados del escritorio, como para no perder el equilibrio. Con la misma rapidez que surgió, la cólera desapareció, sustituida por otra oleada de náuseas. Se sentía mareado y la cabeza le daba vueltas, como cuando uno se levanta demasiado deprisa, sobre todo si tiene una gripe o un fuerte resfriado. Ricky se tambaleó emocionalmente. Respiraba con dificultad, más bien resollaba, y parecía que alguien le hubiera ceñido una cuerda alrededor del tórax. Tardó varios minutos en recobrar el equilibrio y, aun así, seguía sintiéndose débil, casi agotado. Echó un nuevo vistazo alrededor de la consulta, pero ahora parecía distinta. Era como si todos los objetos cotidianos se hubieran vuelto siniestros. Pensó que ya no podía fiarse de nada de lo

www.LeerLibrosOnline.net

77


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.