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RACHEL GIBSON

DEBE SER AMOR

hacia delante ligeramente como si compartiera un secreto. —Bueno, aquí entre nosotros, Gabrielle es una ninfómana. —¿En serio? Siempre creí que era algo puritana. —Sólo lo parece. —Se reclinó y sonrió abiertamente como si él y Kevin pertenecieran a la misma hermandad—. Pero creo que puedo mantenerla a distancia unas cuantas horas. ¿A qué hora es la fiesta? —A las ocho —le replicó Kevin encaminándose a la oficina. Joe se quedó allí pintando durante las dos horas siguientes. Por la tarde, después de cerrar Anomaly, fue hasta la comisaría de policía y repasó el informe diario del robo Hillard. No había demasiada información nueva desde esa mañana. Kevin se había encontrado con una mujer sin identificar para almorzar en un restaurante del centro de la ciudad. Había comprado cosas para la fiesta en el Circle K y en el Big Gulp. Cosas excitantes. Joe informó de la conversación con Kevin y le hizo saber a Luchetti que había sido invitado a la fiesta que daba en su casa. Luego cogió un montón de papeleo de oficina y se fue a casa con Sam. Para cenar, hizo costillas a la parrilla y se comió la ensalada de pasta que su hermana Debby le había dejado en la nevera mientras él estaba trabajando. Sam estaba posado sobre la mesa al lado de su plato y se negaba a comerse las semillas y las zanahorias baby. —Sam quiere a Joe... —No puedes comer mis costillas. —Sam quiere a Joe... Braack. —No. Sam parpadeó con sus ojos negros y amarillos y levantó el pico imitando el timbre del teléfono. —Ni te molestes. —Joe atravesó con el tenedor algunos macarrones y se sintió ridículo hablando con su loro de dos años—. El veterinario dice que tienes que comer menos y hacer más ejercicio o enfermarás del hígado. El ave voló a su hombro, luego descansó la cabeza cubierta de plumas contra la oreja de Joe. —Lorito bonito. —Estás gordo. —Se mantuvo firme durante la cena y no le dio de comer, pero cuando el loro imitó una de las frases favoritas de Joe de la película de Clint Eastwood, se ablandó y le dio trocitos de la tarta de queso de Ann Cameron. Era tan buena como había afirmado, así que suponía que le debía un café. Trató de recordar a Ann de niña y le vino la imagen de una chica con gafas sentada sobre uno de aquellos sofás de terciopelo verde esmeralda de la casa de sus padres, mirándolo fijamente mientras esperaba a su hermana Sherry. Por entonces debía de tener diez años, seis menos que él. La misma edad de Gabrielle. Pensar en Gabrielle le produjo un agudo dolor de cabeza. Se pellizcó el puente de la nariz e hizo un gran esfuerzo mental para resolver qué hacer con ella. No tenía ni idea. - 105 -


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